Mel y Cateline, dos completos desconocidos y posiblemente únicos supervivientes de la tierra, aguardan en una pequeña nave en órbita a que llegue su final.
Tan solo disponen de aire para vivir 28 días. 672 horas. 40.320 minutos.
Cateline propone un juego: `Cuéntame tu vida con tanto detalle para que pueda sentir que vivo por segunda vez, y yo haré lo mismo. Solo hay una regla, no se puede mentir`. ¿Cómo narrarías tu vida si no hubiera forma posible de comprobar que dices la verdad? ¿Quién serías entonces? ¿Y si además tuvieras un oscuro secreto que de ser contado provocarías el pánico en tu interlocutor? ¿Existiría el universo si no quedara nadie para sentirlo o percibirlo? ¿Puede el último hombre acabar siendo un Dios?
Nota aclaratoria: Esta novela arranca en el capítulo 28 y marca una cuenta atrás hasta el 0.
28…
<<Soy un Dios>> piensa Mel. Ahora, no tiene otra cosa que hacer aparte de pensar. <<Antes era tan solo un hombre, pero ahora soy un Dios>>.
Hace poco menos de un mes, Mel era una persona normal y corriente. Más o menos.
“¿Y cómo es ese tal Mel?”. Depende de a quién se le preguntara, la respuesta sería muy distinta. “Es un buen tipo”. “Es un hijo de la gran puta”. “está mal de la cabeza”. “tiene un gran corazón”…, respuestas muy dispares para una misma pregunta. Todos coincidirían en algo: “es un hombre grande y fuerte”. Por lo menos, había una cosa que era indiscutible y objetiva.
Sí, puede que fuera un tipo del montón. Seguramente en la tierra habría habido miles de personas muy parecidas a él, pero ya no.
Había sobrevivido al fin del mundo y aquello le había hecho único.
Cuando era adolescente, pensaba a menudo en lo duro que tuvo que ser para sus abuelos vivir la tercera guerra mundial, cuando el mundo entero quedó patas arriba. Aquellos dos seres humanos, gente aparentemente corriente, habían vivido situaciones en las que uno jamás se habría considerado preparado para afrontar.
–Mel, ojalá jamás vivas una guerra como la que vivimos tu abuela y yo– le decía su abuelo– nadie debería ser testigo de tanto horror.
Mel debía agradecer el haber nacido en época de paz. Supuestamente, todo estaba arreglado, los vencedores sometieron a los vencidos y, poco a poco, la gente retomó su vida. Para él, la tercera guerra mundial eran tan solo 40 páginas a memorizar en un libro de historia y ni siquiera había perdido su tiempo en hacerlo.
Aunque la paz entre naciones estuviera establecida, su vida no fue nada sencilla. Vivió rodeado de pobreza, droga, violencia y gente peligrosa.
Un día se filtró una noticia que nadie estaba preparado para asimilar: En cuatro días se acabaría el mundo.
Mel tenía 29 años y una vida entera por delante. No se pudo resignar a la idea de morir, y luchó por mantenerse con vida a toda costa.
Durante cuatro días el mundo se hundió en el caos absoluto. No había escapatoria para casi nadie. La única opción de supervivencia era salir del planeta y eso, no era posible para la mayoría de los mortales.
Mel consiguió abandonar la tierra justo en el último momento y pudo presenciar el espectáculo más hermoso y siniestro que jamás haya podido ver un ser humano desde la escotilla de una pequeña y antigua nave espacial destinada a la reparación de satélites.
<<Quizás, tanto horror haya merecido la pena por poder contemplar esto>>, pensó cuando la tierra se tragó a sí misma.
–¿Qué vamos a hacer ahora?– Escuchó Mel. Era una voz temblorosa que trataba de aguantar el llanto.
Mel miró hacia su izquierda y vio a Cateline, una completa desconocida que tenía una mano en la boca y temblaba horrorizada. Habían pasado cuatro largos días juntos, pero la situación no le permitió profundizar demasiado el uno en el otro.
–Supongo que…– no sabía que decir, pero una tos a su espalda evitó que se quedara sin palabras.
Ambos se giraron y vieron a Roland tosiendo sangre. Aquel hombre iba a morir y los tres lo sabían.
–¡Mierda!, maldito bastardo– protestó Roland con una mano en el costado tratando de contener la aparatosa hemorragia– Cateline, acércate hija.
Mel supo que debía dejarles intimidad. Aquel momento debía ser solo para ellos. Un momento de despedida entre padre e hija.
–¡Papa!– Cateline se abalanzó sobre su padre y le echó los brazos alrededor del cuello– Te vas a poner bien, ya lo verás.
Mel no pudo evitar sentir pena, aunque tampoco conocía demasiado a Roland. Solo habían sido compañeros de trabajo en la misma empresa y ni siquiera interactuaban demasiado el uno con el otro. Le caía bien, siempre le saludaba por las mañanas con una sonrisa en la boca e intercambiaban unas triviales palabras. No eran conversaciones muy profundas, lo suficiente para que Mel etiquetara a Roland como un buen tipo.
Gracias a ese hombre al que le debían quedar 5 minutos de vida, Mel había logrado sobrevivir. Ni siquiera le había dado las gracias.
Mel quería apartarse de ahí, darles espacio, pero la pequeña nave solo disponía de un habitáculo. Quisiera o no, tendría que presenciar lo que ahí iba a ocurrir.
–Hija, Me estoy murien…– una tos sanguinolenta le impidió terminar la frase.
–¡Noooooo!– exclamó Cateline horrorizada.
<<Claro que va a morir. Tienen una bala alojada en los intestinos. Según el abuelo, una manera lenta y dolorosa de palmarla. Pronto empezarán a salírsele las tripas por el agujero. Va a ser un espectáculo duro de ver, y más para una hija>>, pensó Mel.
–Esto duele mucho, y aquí no hay medios para curarme. Esta nave solo se usaba para reparar satélites y el botiquín se queda muy escaso hija. Lo siento en el alma… pero creo que esto es una despedida…
Cateline no discutió, solo lloraba, consciente de que su padre tenía razón.
–Quiero que sepas que te quiero. Que siento que esto haya ocurrido así… que…–Tos, esputo de sangre– que lo mejor que me ha pasado en la vida ha sido ser tu padre.
<<¿Qué le dices a una hija cuando sabes que te quedan minutos de vida… y que ella no va a correr mucha mejor suerte?>> pensó Mel. Tanto el futuro de Mel como el de Cateline, estaba tallado en piedra. Aquella nave tenía una autonomía de oxígeno de quizás un mes, a lo sumo. Pronto, ellos también estarían muertos. Eso, si no se les acababa antes el agua o la comida.
<<En cuanto se muera el viejo haré un inventario>>.
Con cuidado, padre e hija se fundieron en un silencioso abrazo. Mel contempló la escena apoyado en una de las cuatro esquinas de la sala. No se atrevió a interrumpir la escena y tampoco habría sabido cómo.
Al rato, Roland apartó a su hija.
–Chico, acércate– le dijo Ronald a Mel con tono suplicante. Que le llamaran chico era algo que nunca le había hecho especial gracia, pero no era momento para marcar líneas de trato.
Cateline se enjugó las lágrimas y se retiró para dejar que Mel se acercara. Mel se puso en cuclillas junto a Roland y, antes de que él hablara, comentó:
–Roland, Gracias por lo que has hecho. Estoy vivo gracias a ti.
–De nada chico. Sin ti tampoco habríamos salido de ésta– Mel no discutió, sabía que aquello también era cierto–. Necesito que me hagas un favor, uno muy gordo.
–Pues claro Roland, Lo que sea.
<<No debe ser nada complicado, al fin y al cabo, aquí encerrados no hay mucho que se pueda hacer>>, pensó Mel. << Me dirá que por favor cuide de su hija. Por supuesto que cuidaré de ella. Antes de que muramos de hambre o de asfixia>>
–En realidad son dos favores– Roland hablaba con muchísima dificultad. Su cara pálida, sudada, sus incipientes ojeras y su barbilla y torso manchados de sangre vaticinaban su inminente final –primero: coge esto y pégame un tiro– Roland se sacó la pistola de la cartuchera de la cadera y se la ofreció a Mel por el mango.
<<Mierda, con esto no contaba>>. Aunque durante los últimos días de la tierra Mel se había visto obligado a matar, había sido siempre en concepto de supervivencia. Aquello era muy distinto. Ejecutar a un hombre delante de su hija era algo de lo que no se veía capaz.
–Roland… en serio…– Roland no le dejó terminar.
–¡No chico!, tienes que hacerlo. Esto es insoportable. Segundo favor: No le hagas nada malo a mi hija. No hagas que sus últimos días sean una pesadilla. Conozco tu… problema…
Aquel comentario descolocó a Mel. “No le hagas nada malo a mi hija”. Lo entendió al instante. Un moribundo hombre dejaba a su hija a su suerte con un completo desconocido. Mel, seguramente duplicaba a Cateline en corpulencia y fuerza. Él era un hombre de 29 años. Ella, una hermosa chica de 27. Estarían solos en la nave dentro de muy poco tiempo. Nadie podría impedir que Mel hiciera lo que quisiera con Cateline a parte de ella misma, y estaba en desventaja. Mel entendió perfectamente el mensaje de Roland. “no hagas nada malo a mi hija, conozco tú problema”.
<<¿Conoce mi problema? ¿Acaso sabe lo de Porko?>> se preguntó Mel sorprendido. Eso no tenía sentido.
–Está a salvo conmigo. Te lo juro– lo dijo de la manera más sincera que pudo, mirando a los ojos de un hombre que se moría y que necesitaba saber que le estaban diciendo la verdad.
Roland asintió. No tenía más remedio que confiar.
–Ahora. Hazlo.
Mel tenía el arma en la mano. Cateline no se había enterado de nada, lloraba a mares sentada en una esquina.
Mel miró hacia ella, se puso en pie, apuntó a la cabeza de Roland y se mentalizó de lo que iba a hacer.
Volvió a mirar a Cateline. Si ésta le miraba, sería incapaz de hacerlo. Cateline levantó la cabeza y el dedo de Mel arrastró el gatillo como un acto reflejo. El disparo retumbó en el casco metálico de la nave. La cabeza de Roland se sacudió bruscamente hacia atrás golpeando la pared, para acabar colgando como un peso muerto del cuello. El cuerpo resbaló poco a poco y Roland pasó de estar sentado, a quedar completamente tumbado en el frio suelo de la nave. Había salido mucha sangre y, para colmo, del agujero de la tripa de Roland salía un buen tramo de intestino delgado.
Cateline miraba el cuerpo con los ojos desorbitados. Mel temió que saltara a por él de un momento a otro. Seguramente, ella no estaría precisamente pensando que le había hecho un grandísimo favor a su padre.
Cateline pasó un rato mirando el cuerpo en estado de shock.
–Él me lo pidió– se disculpó Mel–. Lo siento.
Ella no contestó. Se abrazó las rodillas y hundió la cabeza entre los brazos.
Cuatro días de sufrimiento, tratando de sobrevivir a cualquier precio, para acabar en un ataúd de ciento cincuenta metros cuadrados para sentarse a esperar a la muerte. Sí, el espectáculo que habían presenciado desde primera fila había sido lo más bonito que había visto en su vida, pero por ahí ya no había mucho más que hacer a parte de esperar a la muerte.
<<Lo mejor que podría hacer, es pegarme un tiro aquí mismo>>, pensó Mel. Estaban condenados a morir, ¿para qué agonizar? Contempló a Cateline. Era una chica muy hermosa y se parecía demasiado a Irina. Quizás físicamente no tenían demasiado en común, pero ambas desprendían el mismo aura.
Supo en ese mismo instante, y muy a su pesar, que tarde o temprano acabaría haciéndole daño.
<<Lo bueno del pasado es que siempre queda atrás>>, pensó, recordando las palabras de Little.
<<Lo malo del pasado, es que siempre vuelve>>, pensó a continuación, escuchando la voz de Porko.
…27…
<<Esto va a comenzar a apestar, tenemos que sacarlo de aquí ya>>, pensaba Mel contemplando el inmóvil cuerpo de Roland.
Cateline había demostrado ser mucho más fuerte de lo que parecía ser en un principio. Había sufrido una pequeña crisis de ansiedad al presenciar cómo Mel había disparado a su padre en la cabeza. Tras veinte largos minutos de llantina y sollozos, por fin pronunció palabra.
–Tienes que sacar el cuerpo de la nave–. Le dijo a Mel con tono triste.
Era inútil que Mel pidiera ayuda para aquella tarea, a la par que bastante inapropiado. Una hija jamás debería arrastrar el cadáver de su padre por el suelo, en la medida de lo posible. Asumió que aquel trabajo le correspondía a él.
Cuando Mel disparó a Roland, temió que Cateline no entendiera qué era lo mejor para el hombre. No habría sido raro que saltase a por él en un impulso de venganza e incomprensión. Mucha gente hubiera podido reaccionar así.
Durante los veinte minutos que Cateline pasó llorando, Mel revisó la pequeña nave a conciencia. Tenían comida para sobrevivir mes y medio, siempre y cuando no se pegaran grandes banquetes. Disponían de agua suficiente para pasar dos meses y veinte días, suponiendo que bebieran un litro diario cada uno. La comida y el agua no era un problema, ya que tan solo disponían de aire para veintisiete días.
–Veintisiete días–. Contestó Mel a la indicación de Cateline sobre sacar el cuerpo de su padre.
–¿Cómo?
–Tenemos aire para veintisiete días– según decía esto, se agachó y agarró fuertemente a Roland por los tobillos– Siempre y cuando no suframos alguna avería que estropee el circuito de aire. Será mejor que no mires.
Mel comenzó a arrastrar a Roland por el piso de la nave. La cabeza agujereada pintaba una macabra línea roja, con tropezones grises a su paso. Cateline apartó la mirada.
“Mel, ojalá jamás vivas una guerra como la que vivimos tu abuela y yo”. Mel recordó las palabras de su abuelo y rió para sus adentros.
<<Tranquilo abuelo, solo he vivido el fin del mundo>>
Que la nave fuera tan pequeña era incomodo, siempre y cuando no se tuviera que arrastrar un cadáver. Mel agradeció la falta de espacio cuando, en solo cinco metros, plantó el cadáver de Roland frente a la escotilla de vertedero. Dejó el cadáver apoyado en la pared y procedió a abrir la escotilla interior.
El sistema era sencillo: Un habitáculo con doble puerta, una interior, y otra exterior. Una vez se dejaba en el vertedero lo que se quería arrojar al espacio, se pulsaba el botón y el vacio del espacio se encarga de sacar lo que allí se hubiera depositado. Estaba claro que quién diseñó el vertedero no pensó en arrojar cuerpos humanos. Mel dudó que ahí fuera a entrar el cadáver completo. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral cuando se imaginó troceando el cadáver.
No, tendría que caber, sí o sí.
Se agachó y abrazó el cuerpo, dejando los brazos por debajo de las axilas de Roland. Se levantó haciendo un gran esfuerzo. Un sonido viscoso le indicó que algo se había caído desparramándose por el suelo. Mel se echó hacia un lado y miró hacia abajo.
<<¡Joder, qué asco!>>. El intestino delgado de Roland se le había terminado de salir por el agujero del estómago. Casi cuatro metros de cordón gris estaban esparcidos sobre sus pies.
–No mires Cateline– dijo sin saber si ella miraba o no.
–No miro.
Mel forcejeó con el cuerpo y logró meter la parte superior. Mover un cuerpo inerte era muy agotador. Pesaba muchísimo y no ponía nada de su parte. Para fortuna de Mel, Roland no era un hombre demasiado corpulento. Él medía metro noventa y estaba en muy buena forma.
Movió los brazos y los llevó al fondo de la escotilla. La cabeza, que chorreaba todavía, la colocó en una esquina. Ahora tendría que levantar las piernas y rezar para que todo encajara perfectamente.
Roland no era una persona muy flexible. Forzar su cuerpo para hacerle encajar en ese pequeño habitáculo, estaba resultando muy trabajoso. Tras cinco largos minutos, solo una pierna quedaba fuera de la escotilla.
Trató de moverla, pero apenas quedaba ya espacio. Podría colocarla en su sitio si la rodilla estuviera articulada en sentido contrario.
<<Tengo que romperle la pierna>>, pensó con la frente empapada en sudor.
Mel suponía que, si le golpeaba con el pie en la rodilla, podría partirla y acabar de una vez con esa desagradable tarea. Para hacerlo, necesitaba que Cateline sujetara el pie de su padre con fuerza. Sólo de esa manera, con un golpe seco, conseguiría partirla y articularla en sentido opuesto.
<<Cateline, ven a sujetar la pierna de tu padre que tenemos que partírsela>>, seguramente eso sonaría tan mal en su boca como en su cabeza.
–Tengo que ayudarte– dijo de repente Cateline. Mel lo agradeció para sus adentros. Era la segunda vez que se adelantaba a sus intenciones. <<Chica lista>>.
Su padre estaba contorsionado dentro de un cajón, con las tripas desparramadas por el suelo y un cráter en la cabeza. Era una estampa dura de ver y, asombrosamente, Cateline estaba serena.
<<Es mucho más fuerte de lo que pensaba>>.
Mel le explicó a Cateline lo que quería hacer, y ella aceptó que era la única solución. Eso, o cortar la pierna con un cuchillo de cocina.
La chica se arrodilló pegada a la pared y agarró con ambas manos el tobillo. Mel dio un paso atrás, levanto la rodilla, y descargó la planta del pie sobre la rodilla del cadáver. Un desagradable “CRACK” retumbó en la sala: La pierna estaba rota.
Cateline soltó enseguida la pierna y se retiró rápidamente. Mel, comprobó que ahora la pierna se doblaba en el sentido que a él le interesaba. Con las manos y haciendo mucha fuerza logró que los dedos del pie tocaran la parte frontal del muslo.
Por fin consiguió meter a Roland completamente dentro del vertedero espacial. Ya casi estaba cantando victoria cuando vio que los intestinos seguían desparramados por el suelo. Asqueado, pero a la vez contento de que fuera la fase final del trabajo, se arrodilló y los recogió con ambas manos. Estaban todavía calientes, escurridizos, y apestaban. Trató de no pensar demasiado en lo que estaba haciendo o acabaría vomitando lo poco que llevaba en el estómago.
Al fin, Con Roland completamente en el interior, cerró la escotilla empujando con el hombro. Aunque la puerta se resistió a cerrar, Mel logró oir el “click” que afirmaba que todo estaba en su sitio. El botón de expulsión se encendió indicando que ya se podía pulsar de forma segura.
–Bueno– dijo–, ¿quieres hacerlo tú?
Mel pensó que pulsar aquel botón sería lo más parecido a asistir al entierro. Pararse un instante a pensar algo sobre el ser querido, decir alguna palabra y mirarlo por última vez.
Cateline dudó un instante, pero acabó acercándose y se situó frente a la escotilla. No se podía reconocer apenas forma humana dentro. Lo que se veía era un nudo de miembros y posturas imposibles.
Ella puso la mano en el cristal.
–Papá….–hizo una larga pausa– Gracias por todo. Me has demostrado cuanto me quieres, y quiero que sepas que te agradezco en el alma lo que hiciste por mamá y por mí. Pronto estaremos juntos, allá donde tengamos que ir.
Dicho esto, Cateline pulsó el luminoso botón. La escotilla exterior se abrió y el cuerpo, junto al aire del vertedero salió al frio espacio. Roland se congeló en el acto y, durante treinta segundos, Mel y Cateline pudieron contemplarlo flotando en la nada, con la arrasada tierra de fondo, hasta que se perdió de vista.
–Siento tú perdida– dijo Mel para romper el silencio.
–Gracias, yo también siento las tuyas.
Aquello pilló por sorpresa a Mel. “Yo también siento las tuyas”. No había tenido tiempo para pensar hasta ese momento. La tierra ya no existía, y todos sus seres queridos habían muerto. Él no había tenido el privilegio de poder despedirse de nadie. La tristeza le cayó encima como un cubo de agua fría.
<<Irina… Little… sus abuelos… Porko….>>, pensó triste.
Mel se sentó con la espalda pegada en la pared y rompió a llorar.
Ella, se sentó a su lado y le echó un brazo por los hombros. Se dejó consolar.
–¿Veintisiete días?– preguntó ella.
Mel asintió con la cabeza y, entre sollozos, consiguió pronunciar.
–Veintisiete días.
…26…
Mel despertó desorientado.
<<¿Dónde estoy?>>, se preguntó. <<En una nave flotando en medio del espacio, sin ningún rumbo ni esperanza>>, se contestó.
Se había quedado dormido mientras lloraba por todo lo que había perdido. Hasta ese momento no había tenido un instante para descansar ni pensar. El agotamiento llegó de repente y sin aviso. Se preguntó cuánto tiempo llevaría dormido.
Miró a su izquierda y se encontró con la cara de Cateline apoyada en su hombro, dormida. Encantadora.
No se atrevió a moverse. No tenía ni idea de qué estaría pensando, pero su cara revelaba que era algo agradable. Mel consideró que no tenía ningún derecho a devolverla a la realidad, donde su vida tenía fecha de caducidad.
Se quedó un buen rato observándola.
<<¿Quién eres?>>, se preguntó. Eran unos completos desconocidos. Lo único que sabía de ella era que se llamaba Cateline, que era hija de Roland, y que trabajaba en alguna sección distinta dentro de su misma empresa. Mel sí sabía que Roland era un importante ingeniero de la empresa, gracias a eso estaban ahora vivos en una nave flotando en la órbita de la tierra. Por el contrario, aunque Mel sí había visto bastante a menudo a Cateline no tenía ni idea de a qué se dedicaba. Solo sabía que era muy guapa y que tenía 27 años.
Cateline frunció el ceño y apretó los ojos. Empezó a moverse y estiró un brazo, desperezándose.
Cuando abrió los ojos, Mel detectó que, durante un par de segundos, no tenía idea de donde se encontraba. Su expresión cambió y se retiró de su hombro rápidamente. No se podría decir que se alegraba de verle.
<<Me tiene miedo. Y hace bien>>.
–Me he quedado dormida– dijo.
–Yo también. No sé cuánto tiempo hemos estado dormidos.
–Que rabia. Quería aprovechar la mañana–Mel no se rió, pero le hizo gracia el comentario– tengo que ir al baño– dijo llevándose la mano al vientre.
La puerta del baño era una mampara de 5 pliegues, integrada directamente en la única sala de la nave. Cateline se levantó, corrio la mampara, se metió dentro y la cerró tras de sí. Mel podía ver los pies de ella. Tras un rápido forcejeo con el cinturón, vio como unos pantalones caían a la altura de los tobillos. No iban a disfrutar de demasiada intimidad.
Mel no sabía dónde meterse. Le hubiera gustado poder ofrecer algo de privacidad, pero eso iba a ser imposible.
Pasaron dos minutos, pero no se escuchaba ningún ruido. No estaba orinando.
–No puedo– dijo ella al fin.
–¿Perdona?
–No puedo orinar si me están escuchando. Es una especie de… trastorno psicológico.
Mel, ahora sí que rió.
–Es la primera vez que oigo hablar de ese trastorno.
–Es más común de lo que te imaginas. Necesito que hagas ruido. Comúnmente se llama el síndrome de la “Vejiga Tímida”. O “síndrome de la tortuga”. Es una gran putada.
Mel escuchaba la voz de Cateline a través de la mampara y veía sus pies moviéndose nerviosos. La situación le resultaba tremendamente incómoda.
–¿Quieres que cante o algo así?
–Haz ruido, quizás cantar sirva.
–¿Que canción te gusta?– preguntó Mel divertido.
–¡Qué más da! lo que quieras.
–Mmmm– Mel no sabía que cantar– Una pregunta, ¿va a ser necesario hacer esto siempre que vayas al baño?
–Espero que no…– Comenzó a sonar el ruido de la orina golpeando el agua– ¡Ya está!
–¡Pero si no he cantado!– protestó Mel–. No me puedo creer que te permitas vacilarme así en esta situación.
–¡Calla! Me desconcentras.
Tras un rato largo, Mel pensó <<Joder, si que se meaba la tía>>.
Cateline abrió la mampara y salió del diminuto baño.
–A veces, basta con hablarle a alguien del síndrome para que automáticamente ya puedas orinar en su presencia– aclaró Cateline.
–Oye, con cuantos síndromes más de esos me vas a sorprender.
–No quiero arruinarte la sorpresa– dijo ella sonriente. Él se la devolvió- ¿Y tú, algo que deba saber?
–No. Todo correcto- contestó él, mintiendo.
Quedaron ambos en silencio. Las tripas de Mel hicieron un ruido que le delató como hombre hambriento. Llevaba casi dos días sin probar bocado.
–¿Quieres comer algo?– preguntó Mel.
–Me muero de hambre.
–Propongo que nos demos un buen banquete. Que demos una fiesta de inauguración de nuestro nuevo piso.
Cateline miró a su alrededor. Mel ya se había acostumbrado, pero supo exactamente en qué pensaba ella. Había sangre por todos sitios. Lo primero que deberían hacer, era limpiar.
Se pusieron manos a la obra. Mel sabía que aquello debía ser duro para ella, pero lo hizo sin protestar y manteniendo la compostura en todo momento.
No la conocía de nada, pero podía afirmar que aquella chica le estaba cayendo realmente bien y, además, era muy guapa. <<La compañía perfecta para pasar los últimos días de vida>>, pensó.
Cuando terminaron de limpiar, abatieron la mesa que iba empotrada en una de las paredes. Aquella nave no había sido diseñada para una tripulación de más de cuatro personas, y mucho menos para pasar en ella más de veinticuatro horas. La nave estaba dotada de dos camas también abatibles que salían de la pared, muy estrechas. Su única intención era la de ofrecer un pequeño descanso a la tripulación, no dormir ocho horas.
Mirando la despensa con más detenimiento, Mel se llevó una agradable sorpresa.
–¡Vaya!, mira lo que tenemos aquí– dijo con una botella de tequila en la mano.
–¿Qué es eso?
–Tequila. Y hay dos más. Puede que un día de estos podamos ahogar las penas y todo.
–Yo no tomo alcohol.
–Pues te advierto que aguantarme borracho a palo seco te va a resultar bastante duro– dijo Mel intentando sacarle una sonrisa, pero no lo consiguió. Ella le miraba fríamente.
–Preferiría que no bebieras.
Mel se quedó extrañado, pero no le dio más vueltas al asunto. Ya habría tiempo de profundizar en temas de esos.
<<Perece que tiene algo realmente fuerte contra el alcohol>>, pensó. Por otro lado, Mel sabía que no era buena idea que el tomara alcohol, podría hacer cosas que realmente no quisiera.
Se sentaron a comer. Por mucho que hubieran dicho que se iban a dar un banquete, no eran exactamente manjares lo que tenían frente a sus narices. Comida sosa, deshidratada y en formatos demasiado pequeños. Comida pensada para aportar al organismo todos los elementos necesarios para rendir en condiciones. No eran alimentos elaborados para disfrutar del placer de comer.
Cuando Mel dio el primer bocado, ya no pudo parar. Estaba muy hambriento.
–Comes como un cerdo– dijo ella sonriente.
–Tengo hambre.
–Si comes así te va a sentar mal.
Decidieron que era suficiente. A pesar de que el aire era el que marcaba su cuenta atrás, debían dosificar la comida.
Quedaron un rato callados. Mel miró a su alrededor. La consola de control, cuatro paredes, la mampara de acceso al cuarto de baño, Un armario empotrado donde se alojaba la despensa, herramientas, material de limpieza y cuatro taquillas para la tripulación. La pared de la cual salía la mesa y los catres. La escotilla de vertedero…
–No hay mucho que hacer por aquí– dijo él al fin.
–¿Crees que habrá más naves?– si por un rato se habían permitido hacer gala de un poco de sentido del humor, en ese momento, se había esfumado por completo.
Mel no sabía qué pensar. Cuando dieron la noticia de que el mundo se acababa, todo el mundo trató de huir al espacio: Era la única salida y no estaba al alcance de casi nadie. El sentido de supervivencia del hombre fue tal, que se dieron miles de casos de asesinatos y matanzas para conseguir acceder a una nave. La gente que se quedaba fuera intentaba por todos los medios entrar, a costa de romper partes de la nave indispensables para poder despegar. Mel jamás tuvo noticias de que una nave despegara con éxito. Si ellos lograron escapar fue únicamente gracias a Roland. Él era un ingeniero sumamente cualificado, y como hobby, restauró una cochambrosa nave utilizada en la reparación de satélites hace 100 años. “Ya no se hacen naves así”, dijo orgulloso de su obra. Roland supo que, si quería llegar a su nave y salvar su vida y la de su hija, necesitaría ayuda. Tuvieron que cruzar una ciudad entera sumergida en un absoluto caos. Un trayecto que debería haberles llevado solo media hora en coche, les llevó casi cuatro días. Cuatro días de paseo por el infierno. Cateline y Mel estaban vivos de milagro.
–Puede que no haya más naves. Y de haberlas, estarán en la misma situación que nosotros, o peor.
–¿No hay esperanza?.
<<¿Qué quieres que te diga: que claro que no, asume que estaremos muertos en menos de un mes?>>.
–La hay...– no sonó muy convincente.
–¿Sabes?, puede que seamos los últimos seres humanos del universo. Somos Adán y Eva.
–¿Quiénes son Adán y Eva?
–Eres un inculto. ¿No sabes nada de religión cristiana?
–La religión cristiana murió hace mucho tiempo.
–Adan y Eva fueron la primera pareja que existió en el mundo. Creadas a imagen y semejanza de Dios; Vivian en el paraíso, pero fueron expulsados cuando Eva mordió la manzana del árbol de la ciencia. Dios les permitía comer de todos sitios menos del fruto de ese árbol.
–Sí, algo me suena, pero creo que no es nuestro caso.
–Piénsalo: El mundo empezó con una pareja, y va a acabar con otra. A lo mejor, nos devuelven al paraíso– Cateline sonrió triste, sin mucho poder de convicción.
–¿Te crees esa chorrada?
–¿No quieres creértela?
Mel no supo que decir, nunca había pensado demasiado en Dios. De hecho, últimamente, nadie lo hacía demasiado. Dios estaba pasado de moda. Le constaba y sabía que antiguamente la gente lo tenía muy en cuenta. Había muchos dioses, y la gente hacía cosas en su nombre. Todos afirmaban que su Dios era el verdadero, y estaban dispuestos a matar al que no estuviera de su parte. Quizás olvidarse de Dios fue la mejor solución. O a lo mejor por eso se había acabado el mundo, porque a Dios no le había sentado bien que ya nadie le hiciera caso.
<<“¿No quieres creértela?”. Pues sí, quiero creer en algo que no implique desaparecer eternamente>>, pensó.
Quedaron nuevamente en silencio. Más de cinco minutos. Sentados, callados.
–¿Quién eres?– dijo ella de repente. Él la miró extrañado, ¿a qué venía esa pregunta?– Quiero que me cuentes tu historia– matizó ella–. Yo a cambio te contaré la mía.
–No hay mucho que contar…
–No me entiendes. Mira a tu alrededor, no hay mucho que hacer. Sólo hablar. Cuéntame tu vida. Sin prisa. Paso a paso. Cuéntamela de tal forma que pueda decir que te conozco a la perfección. Con tanto detalle que pueda entender qué sentías en cada momento. Por qué hiciste cada cosa qué has hecho en la vida. Quiero vivir otra vez. Quiero vivir tu vida.
Mel se quedó pensativo.
–¿A cambio de que tú hagas lo mismo?
–Eso está claro. Pero hay una regla que deberíamos cumplir a toda costa: Siempre hay que decir la verdad– Cateline miraba con una expresión muy seria a Mel.
–Diré la verdad, Tranquila.
Y aquella frase fue la primera mentira de Mel.
…25…
Mel y Cateline Llevaban 43 horas juntos.
–Creo que puedo afirmar sin equivocarme, que aquel hijo de puta fue la persona que más miedo me ha dado en mi vida– decía Mel.
–¿Un niño de catorce años?– preguntó Cateline con una semi sonrisa en la boca–.¿En serio?.
–Un niño de catorce años puede dar mucho miedo cuando tú tienes once. Era un puto psicópata. Pero se llevó su merecido… de algún modo…
– ¿Le pusiste en su sitio?
–Lo intenté. Con eso me basta– Mel estaba muy serio y Cateline entendió que no debía bromear sobre ese asunto. Era importante.
Caleteline escuchaba a Mel tumbada en la cama. Él, estaba sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared.
Mel le había contado a Cat que había sido criado por sus abuelos por parte materna. A su madre, no la recordaba. Murió de sobredosis de Spum cuando Mel contaba solo ocho meses. Su padre, al morir su madre, simplemente desapareció, también era un adicto.
–Ya sabes que vivía con mis abuelos. Tenían dinero, pero no mucho. Por lo tanto, y a diferencia de ti, yo estudie en un colegio público de clase baja.
–¡Oye!– protestó Cateline–. Lo dices como si fuera mala persona por ello– Mel rio.
–No digo eso, pero las cosas son muy distintas. Somos de mundos diferentes.
–Os encanta tiraros el rollo con esas cosas. Chavales cabrones los hay en todos sitios. Con dinero y sin él. ¿Acaso te crees que nadie se ha metido conmigo en la vida?
–Es distinto Cat, lo sé.
–Lo que tú digas. Continúa anda.
–Se llamaba Celio, y era el demonio en persona. Aprendí rápidamente cómo se ha de comportar uno en el colegio. Si respetabas esta regla, era más probable que salieras airoso: “Jamás te metas en los asuntos de los chicos más mayores que tú”– dijo como si citara textualmente la cita de un manual de supervivencia–. Puede que a veces me saltara esta regla, al fin y al cabo éramos niños y teníamos prisa por crecer. Si lograbas formar parte de un grupo sólido de mayores, seguramente te iría bien. Ser una especie de mascota. Bean y yo sabíamos que, si queríamos ser alguien en el barrio y ser protegidos, debíamos unirnos a alguna banda.
>>Bean era la única persona a la que podía llamar amigo. Pasábamos mucho tiempo juntos y cuidábamos el uno del otro. Para ser más exactos, yo cuidaba de él. Bean era un mote, y quiere decir “judía” en inglés. Bean recordaba a una judía. Salíamos del colegio y paseábamos por el barrio. Tratábamos de hacernos ver por los mayores para que nos dejaran ir con ellos y Cat, créeme cuando te digo que si no formabas parte de una banda que te protegiera, eras hombre muerto. Siempre se repetía la misma historia: Nos decían que si queríamos formar parte de su panda, tendríamos que pasar las pruebas; Robar en tiendas, ir a pegar a otros niños, colarnos en algún sitio privado… Los cabrones pasaban un buen rato a costa de niños que trataban de buscar su sitio. Siempre les hacían pensar que si pasaban la prueba de turno, formarían parte de su grupo. Al día siguiente, resultaba que había que pasar otra. Y así siempre. A base de insistencia y si les conseguías caer en gracia, de tanto verte, te podían llegar a aceptar. Quizás la verdadera prueba era la constancia y demostrar hasta dónde podías llegar.
>>Yo sabía que no encajaríamos jamás por culpa de Bean, era un chico débil y sin ningún carisma aparente. Sé que me habría ido mucho mejor solo pero, si no cuidaba yo de él, estaría perdido. Soy un hombre grande, y fui un niño fuerte. Normalmente los chicos de nuestra edad nos dejaban tranquilos porque podía con la mayoría. Como te he dicho, si no te metías en el camino de los mayores y les ofrecías el respecto que esperaban, tampoco corrías demasiado peligro, siempre y cuando no fuera el camino de Celio.
>>Se puede ser malo a muchos niveles. Hasta para los hijos de puta hay clases y, Celio, estaba en la cima de esta clasificación. Disfrutaba con el mal gratuito. Un chaval podía intentar robarte, si le plantabas cara, seguramente te llevaras un buen puñetazo. Si te dejabas robar y someter, ahí acaba la cosa y te ibas. Era más o menos como una cadena alimenticia. El fuerte se aprovecha del débil, y si este no planta cara, lo deja estar. Al fin y al cabo, no es una amenaza para su integridad y le interesa que mañana vuelva con los bolsillos llenos.
>>Celio se saltaba sin ningún miramiento ese mínimo código de honor. No tengo ni idea de qué puede motivar a alguien a ser tan cruel. Lo mejor, era no cruzarte en su camino. Podía hacerte cualquier cosa. A mis once años sabía que si veías a Celio de lejos, lo mejor era dar media vuelta. Era un chico grande, de 14 años. No tenía ningún hermano mayor y no se juntaba regularmente con nadie. Podías verle con otra gente, pero era un tipo solitario. Todos sabíamos que estaba loco y por eso le temíamos. Era imprevisible y capaz de cualquier cosa.
>>No le bastaba con robarte algo o humillarte lo justo para dejar claro que era superior a ti, él siempre lo llevaba al límite.
A esas alturas del relato, Cateline tenía la mano en la boca, estaba horrorizada.
–¿Qué te hizo?– preguntó.
–Lo que me hiciera a mí no importa. Tengo varias brechas y cicatrices que llevan su firma. Todo eso se lo hubiera perdonado por no meterme en un problema mayor. Fue lo que le hizo a Bean lo que me hizo jurarme a mí mismo que ese cabrón pagaría con la misma moneda.
>>No quiero que pienses que soy un santo. De primeras no me arrimé a Bean porque me cayera bien o porque tuviera madera de ángel de la guarda. Bean, al principio, era solo el camino más corto para llegar hasta su hermana Irina, dos años mayor que yo. Un chico de once años no tenía nada que hacer con una de trece, pero un chico enamorado no ve esas cosas. Era guapa, sí, pero lo que de verdad me enamoró fue su bondad. Veía desde lejos como cuidaba de su delicado hermano y me rompía el corazón. Supongo que al final eso es lo que yo buscaba. Alguien que cuidara de mí de esa forma. Si además tenía apariencia de ángel, mejor que mejor.
>>Bean iba a mi misma clase, así que me resultó fácil acercarme a él. Era un chico solitario. Los chicos listos no buscan una compañía así porque saben que solo les traerá problemas. Aún así, pasaba desapercibido. Era tan insignificante que la gente le dejaba estar. Meterte con un chico como él resultaría tan abusivo que los demás te mirarían con malos ojos. Insisto, hasta para los hijos de puta hay clases.
>>Bean aceptó mi compañía con los brazos abiertos. Supongo que él no veía mis intenciones ocultas, o que en realidad le daban igual. Yo insistía en que debíamos juntarnos con los chicos mayores, formar parte de una banda. Él sabía que jamás encajaría, y que no estaba dispuesto a hacer nada malo para que los demás le aceptaran. Decía: “mi hermana no me lo perdonaría”.
>>Según le iba conociendo mejor, más me agradaba. Era muy listo, y era la mejor persona que conocía. Era de ese tipo de personas que no está dispuesta a hacer cualquier cosa para sobrevivir. Llegó un día en que me invitó a su casa a cenar. Al ver a Irina tan cerca me puse rojo al instante. “Gracias por cuidar de él”, me dijo poniéndome la mano en el hombro. Yo supe en ese instante que haría cualquier cosa por él, por que haría cualquier cosa por ella y sabía que ella lo que más quería en el mundo era a su hermano. Es difícil de describir, pero… ¿has mirado alguna vez a alguien y has pensado: no hay ni una pizca de maldad en esta persona?.
–Sí, Se a lo que te refieres– contestó Cat muy atenta, concentrada en el relato de su futuro compañero de ataúd.
–Pues ella desprendía esa aura. Sabías con mirarla una vez que jamás haría daño a nadie, a no ser que fuera en defensa de los suyos.
–Esto no va a acabar bien– la voz de Cat sonó triste.
–Al fin y al cabo, vivíamos en un barrio, así que no podías evitar a alguien eternamente. Bean y yo jugábamos a lanzar piedras contra unas latas. Un simple juego de puntería, cuando una voz a nuestra espalda nos congeló la sangre. “Tenéis muy mala puntería, dejad que os enseñe”. Cuando me giré y vi a Celio, quise salir corriendo. No lo hice porque sabía que solo empeoraría las cosas. Yo podría huir, pero seguramente cogería a Bean y pagaría por los dos.
>>Celio llegó hasta nosotros y nos dijo que fuéramos hasta las latas. Una vez allí, nos ordenó que nos pusiéramos firmes. “Se hace así, ¡mirad!”. Lanzó una piedra con mucha fuerza y Bean y yo nos agachamos instintivamente. “¡NO OS PODEIS MOVER, ESO ES TRAMPA!”, nos gritó. Luego nos dijo que, si nos movíamos, nos daría una paliza, así que lo dejaba en nuestras manos. Recibir una pedrada o una paliza, esas eran nuestras opciones. Yo me quedé tieso, cerré los ojos y esperé a que ocurriera un milagro. Le dije a Bean que no se moviera. Pude escuchar como la piedra pasaba muy cerca nuestro, pero no escuché que Bean se quejara. Cuando abrí los ojos vi a Bean agachado con las manos en la cabeza. “TE DIJE QUE NO TE MOVIERAS SUBNORMAL, TE HABRÍA DADO SI NO…” gritó hecho una furia y salió disparado hacia Bean. Supongo que fue un acto reflejo, o que el recuerdo de la mano de Irina sobre mi hombro, el sonido de su voz, “Gracias por cuidar de él”, de verdad había calado en mi.
>>Cargué con el hombro hacía Celio justo un metro antes de que arrasara a Bean. Yo, aunque era más pequeño que él, logré desviarle y hacerle tropezar. Pasó al lado de Bean, sin rozarlo, y se estampó contra el suelo. Creí en ese momento que me mataría, pero me equivoqué. Celio se levantó y, sorprendentemente sereno, me miró con ojos llenos de odio y dijo, “¿Qué has hecho?”. Podría haber contestado mil cosas, me gustaría saber si haber contestado de otra forma habría cambiado los acontecimientos. “Ni se te ocurra tocarlo”, dije. Celio se me quedó mirando un segundo. No lo había hecho aposta, pero sin querer le había lanzado un reto. Fue todo muy rápido. Estiró un brazo, agarró de la camiseta a Bean y lo trajo hacía sí. Cogiéndole de un brazo y una pierna lo elevó en el aire por encima de su cabeza, y luego lo dejó caer sobre su rodilla. Le partió la espalda delante de mí.
Cateline tenía los ojos inundados de lágrimas. Aquello era mucho peor que cualquier cosa que hubiera imaginado.
–Es…. Horrible– dijo con la voz temblorosa.
–A mi no me tocó un pelo. Me quedé paralizado observando el cuerpo roto de Bean. “no me digas lo que tengo que hacer”, me dijo, y se fue. Aquel chico parecía tener la necesidad de hacer daño, como si ejecutara unas órdenes que debía cumplir sin cuestionar.
>>Celio no se fue de rositas. Aquello que había hecho era muy grave y la policía fue esa misma tarde a buscarlo. Entró en un reformatorio. Estaría ahí hasta cumplir la mayoría de edad. Bean, mientras tanto, pasaría su vida sentado en una silla de ruedas. Ver a Bean me rompió el alma. Ver a Irina, me rompió el corazón. Hasta dentro de cinco años no volvería a ver a ese mal nacido. “Te juro que lo pagará”, le dije a Irina en el hospital mientras trataban e intentaban salvar a Bean de la paraplegia en un hospital público sin apenas medios. “No quiero que hagas nada Mel, sólo empeoraría las cosas”… En un corazón tan limpio no existía ni el anhelo de venganza, y yo, no lo podía entender…
A esas alturas del relato, Mel no aguantó más y rompió a llorar. Cateline se levantó de la cama y se acurrucó junto a él, abrazándolo.
Mel en realidad no lloraba ni por Bean ni por Irina, al menos, no del todo. Lloraba porque era incapaz de contar su historia como realmente sucedió. Aunque la historia era cierta casi al cien por cien, en realidad él había hecho el papel de Celio, y Celio había hecho el papel de Mel. Fue incapaz de contarle que él, con catorce años, le rompió la espalda a sangre fría al chico más inocente y débil del barrio. Había prometido no mentir, y lo había hecho. De verdad amaba a Irina y de verdad envidiaba a Bean por tener a su lado a una persona así. Quizás por eso lo destrozó, o quizás fue porque Porko le dijo que lo hiciera. Mel pasó cinco años en el reformatorio y a la salida le esperaba alguien sediento de venganza.
Mel lloraba porque ni a la última persona de la tierra, era capaz contarle quién había sido realmente. No puede contar su historia porque no quiere ser odiado antes de morir.
<<¿Quién eres?>>, pensó, y no sabía la respuesta. <<Eres Porko. No. No quiero ser Porko>>
Mel debía guardar su secreto para que Cateline no temiera por su integridad y crear un ambiente tenso. Por lo menos, a ojos de un desconocido, podía ser quien quisiera ser.
Y decidió ser Celio.
<<Lo bueno del pasado, es que siempre queda atrás>>, pensó. <<Lo malo del pasado, es que siempre vuelve>>, se reafirmó.
…24…
–Roland no era mi padre– dijo Cateline. Llevaban 79 horas juntos.
Mel se quedó callado. No quiso demostrar demasiada sorpresa aunque aquella frase le hubiera dejado completamente helado.
<<Veo que tú también eres una caja de sorpresas ¿eh, Cat?>>
–Le llamaba papá y le quería como a un verdadero padre. Quizás más, pero no era mi padre. Sé que tú vida ha sido difícil, y das por hecho que la mía, por pertenecer a una clase social más acomodada, ha sido un camino de rosas– Cateline no miraba a Mel a los ojos, sino que jugueteaba con un hilo que le salía de una costura de la camiseta– Por aquel entonces, el dinero era nuestro último problema, lo reconozco. Iba a un colegio caro y venían a buscarme en coche todos los días. Tenía amigas y amigos. Ningún niñato me hacía la vida imposible como a ti, pero vivía en una constante pesadilla, ¿Sabes qué?– Cateline levantó la mirada del hilo y clavó los ojos en Mel– me faltaba algo que a día de hoy sé que es vital para un ser humano– hizo una pequeña pausa para que Mel tratara de adivinar a que se refería. No se pronunció– Tener un sitio donde sentirse a salvo.
Él no comprendía a lo que se estaba refiriendo.
–Mi pesadilla, mi monstruo, mi… Celio particular, para que me entiendas…– Mel tragó saliva, se sintió culpable nada más escuchar aquel nombre– era mi propio padre. Tener miedo de tu propio padre es algo que no le deseo a nadie. Conceptualmente un padre debe crear un sentimiento de seguridad pero, en mi caso, era totalmente lo contrario.
>>Imagina que llegas un día cualquiera a casa después de un divertido día de colegio. Por un rato has olvidado el infierno que vives en casa, pero antes de cruzar la puerta sabes lo que te espera. Quieres pensar que será un día distinto, puede que no haya bebido tanto y puede que no le haya hecho nada a tu madre. A veces, tienes suerte. Entras en la cocina y quieres verla alegre y sonriente pero, en vez de eso, la encuentras con un labio roto y llorando a mares. Una vez más, se te rompe el corazón y te sientes la persona más impotente del mundo. Te dice que subas a tu cuarto. Tú tratas de abrazarla y consolarla, pero ella, avergonzada, te aparta con el brazo. Para ella es muy humillante que la veas así. Según estás cruzando por la puerta te dice, “no enfades a tú padre, hoy está muy borracho”. A ti te hierve la sangre porque aunque tengas trece años, sabes que ella no ha hecho nada para merecerse eso. Odias a tu padre pero, a la vez le tienes miedo. Sobre todo cuando su aliento le apesta a alcohol y es capaz de hacer cualquier cosa. Se supone que puedes sentirte afortunada porque, a ti, solo te ha pegado una vez, y fue cuando trataste de defender a tu madre.
–¿Qué te hizo?– preguntó Mel sintiendo verdadera rabia por dentro.
–No fue nada del otro mundo. Estaba zurrando a mi madre. Normalmente le daba un par de golpes y, si ella se quedaba quieta, ahí paraba. Aquel día estaba más cabreado de lo normal y los golpes eran mucho más violentos. Ni siquiera recuerdo porqué empezó todo… La lanzó contra un armario y mamá rompió la cristalera con la espalda. Fue muy escandaloso y se hizo muchos cortes. Mi padre se quedó paralizado. Yo le observaba horrorizada, pero vi un atisbo de culpabilidad en sus ojos, como si supiera que esta vez sí se había pasado de la raya y recapacitara sobre lo que hacía. Pensé que era el momento de actuar. Me acerqué a él y sollozando, le agarré la mano. “Papa, por favor, no pegues más a ma…”, no pude acabar la frase porque me cruzó la cara con el dorso de la mano. Me gritó que no me metiera en los asuntos de los mayores y que mi madre tenía lo que se merecía. No tenía salvación.
–¿Por qué lo hacía?
–Era un borracho.
<<Por eso reaccionó así cuando vio el alcohol>> pensó Mel. <<para ella el alcohol transforma a las personas en monstruos. En su padre.>>
–¿Por qué bebía tanto?– continuo Cat– No tengo ni idea. A día de hoy ya ni me importa. Tenía un buen trabajo y ganaba mucho dinero. Mi madre era una persona estupenda, hasta que él le rompió la autoestima. De verdad ella se llegaba a creer que hacia las cosas mal y que se merecía los golpes. Quizás tenía un trabajo tan estresante que se veía obligado a evadirse bebiendo, y eso, le agriaba el carácter y le volvía irritable. Mi madre era ama de casa, pero ser ama de casa cuando tienes dos asistentas no conlleva una vida muy ajetreada. Quizás, le sentaba mal ver cómo ella tenía la vida resuelta mientras él se dejaba la piel, y le enervaba. Parecía necesitar humillarla casi tanto como respirar. No tengo ni idea de por qué alguien puede portarse así con un ser humano con el que se ha casado y jurado amor eterno, y eso que soy psicóloga.
–Eso es nuevo– dijo Mel sorprendido e interrumpiendo a Cateline.
Habían acordado contarse su vida de la forma más cronológica posible, tratando de no adelantar acontecimientos. “Paso a paso”. Aunque ambos eran conscientes de que habían trabajado en la misma empresa junto a Roland, Mel no tenía ni idea del puesto que desempeñaba Cateline. Por el contrario, Cateline sí sabía que Mel había trabajado como agente de seguridad del edificio corporativo. Todas las mañanas había pasado por delante suyo y le había dado los buenos días.
<<Siendo psicóloga seguramente trabajaría en recursos humanos o algo así>> pensó. Hasta ese momento había dado por hecho que sería una especie de ingeniera o algo por el estilo, al igual que su padre, padrasto, o lo que fuera realmente Roland.
–Vaya, he roto la regla que yo misma marqué. Lo siento. Sí, soy psicóloga y supongo que viene a raíz de esto. Querer entender a mi verdadero padre me llevó al estudio de la mente humana. Te adelanto también que considero haber fracasado en esa tarea.
–¿Qué fue de él?.
–Cada día la idea de matarlo cobraba más fuerza en mi cabeza– Cateline volvía a parecer ausente, distraída– Envenenarlo sería sumamente fácil, era un borracho y la gente lo sabía. Podría tropezarse un día bajando la escalera y partirse el cuello. Sería algo creíble. Yo creo que la gente sabía que pegaba a mi madre, y pensar que la pudieran culpar a ella de su muerte conseguía detenerme. Un día descubrí que la solución era mucho más sencilla.
–Huir…– adivinó Mel
–Sí. Me costó mucho convencer a mamá. Por aquel entonces yo ya tenía 14 años y aunque suene prepotente, era muy madura para mi edad. Todas las noches, cuando él se quedaba dormido, hablaba con mi madre. Le decía que aguantar esto no tenía sentido, que podíamos llevar una vida mejor. Ella tenía familia fuera de la ciudad, conseguiría un trabajo de cualquier cosa… seriamos felices. Madre e hija contra el mundo. Ella no lo veía claro, y te juro que logró sacarme de quicio. ¿Cómo una persona puede depender emocionalmente tanto de alguien que lo único que hace es maltratarla? ¿Por qué no huía o ponía fin a su desgracia? quizás, esa actitud era la que conseguía que mi padre la tratara así. Se quería tan poco a sí misma que consiguió sacarme de quicio. Al final, de mi boca salieron unas palabras que nunca imaginé que pudiera decirle a mi madre. “Si eres tan estúpida como para pensar que te mereces esto, quizás te lo merezcas realmente”. Lo dije con el corazón, y lo pensaba. Rompí a llorar de la culpabilidad que sentí automáticamente, y ella también. “Vámonos hija”.
Mel sonrió. Ella le devolvió la sonrisa.
–Fuiste dura, pero era lo que había que decir.
–Reaccionó, y con eso me quedo– se hizo una larga pausa. Mel no consideraba que la historia estuviera zanjada, pero parecía que ella sí– ¿Crees en el bien y el mal?
<<¿A qué viene esa pregunta?>>
–Supongo que sí– Mel respondió sin pensar demasiado en la respuesta.
–Yo me niego a creer que alguien sea malo por naturaleza. Mi padre lo parecía, pero no puede ser. Es muy triste.
<<Yo he sido malo por naturaleza>>, podría haber dicho Mel, pero no lo dijo. <<Yo he hecho daño a muchas personas por que es mi naturaleza, Porko es mi naturaleza, y puede que a ti también acabe haciéndote daño Cat>>, pensó.
–Supongo que habrá una razón para todo.
–Mi madre y yo huimos. Ella decía que moriríamos de hambre, que jamás encontraría un trabajo. Con 22 años se casó con mi padre, ni siquiera había acabado sus estudios, por lo que no sabía hacer nada. Así que ahí estábamos las dos solas contra el mundo. Una mujer de 38 años que no había trabajado en su vida, con una mujercita de 14.
–Gracias a tu pequeño despiste, ya puedo intuir que os fue bien– dijo Mel sonriendo– si estudiaste psicología es que tenías dinero para entrar en la universidad.
Cateline seguía en ese extraño estado ausente. A pesar de estar hablando, parecía estar relatando unos sucesos que no tenían nada que ver con ella.
–¿Qué nos fue bien?– dijo sin mirar a Mel a los ojos – Sí. Mi madre consiguió sacarme adelante y cubrir todas mis necesidades. No fue nada fácil al principio, y llegamos hasta a pasar hambre, pero al final descubrió algo que sabía hacer muy bien.– aunque lo que decía Cat supuestamente era algo bueno, su tono triste confundió a Mel– Resultó ser una prostituta magnifica– lo entendió todo al instante.
<<Mierda Cat, realmente te juzgué muy mal cuando pensé que eras la típica niña de papá>>, pensó Mel, con los ojos casi fuera de sus orbitas. <<Un padre maltratador y borracho. Una madre que se ve obligada a prostituirse para sacar a su hija adelante. Yo esto no me lo pierdo>>.
–Me gustaría descansar.– dijo Cateline, agotada– Revivir todo esto es duro. ¿Sabes?
–Sí. Lo sé– y lo dijo con conocimiento de causa. Para Mel, haber revivido sus fantasmas pasados había sido también duro y extenuante.
Decidieron comer algo y dormir. No distinguían entre la mañana y la noche. Ya no tenía sentido así que, comían cuando tenían hambre y dormían cuando tenían sueño.
Mel aprovechó ese paréntesis para pensar cómo le iba a contar a Cateline el siguiente capítulo de su historia. Él estuvo en el internado, pero para ojos de Cat era el chico que esperaba sediento de venganza a que “Celio el despiadado” saliera del reformatorio para ejecutar su propia justicia. Tenía que tratar de ponerse en la piel del verdadero Celio. Imaginar qué se le podría haber pasado por la cabeza durante los cuatro años que esperó a que él saliera del reformatorio.
Mel pensaba en todo esto mientras se quedaba dormido poco a poco.
–¿HOLA?– una voz metálica retumbó en el interior de la nave. Mel se incorporó al instante sobresaltado– Me dirijo a la nave, CATELINE 1618, ¿hay supervivientes a bordo?– En la voz, a pesar de escucharse bastante distorsionada, se apreciaba claramente un tono de desesperación.
Provenía de la consola de mando principal.
Cateline reaccionó antes que Mel. Se levantó corriendo hacia la consola, pulsó el botón y dijo a través del un micrófono llena de alegría:
–¡Sí! Hay supervivientes. CATELINE 1618 a nave desconocida. Hay supervivientes– dijo. Se giró hacia Mel con una gran sonrisa– ¡No estamos solos Mel!
Mel no contestó. No sabía cómo sentirse. Ya se había hecho a la idea de que Cateline era para él, y no estaba muy seguro de si quería compartirla.
…23…
86 horas.
–¿Dónde estás exactamente?–preguntó Cateline a través del micrófono– ¡No te vemos!.
–Yo si puedo veros, veo el lateral de vuestra nave– contestó la voz metálica a través del pequeño altavoz de la consola– No puedo dirigirla, estoy navegando a la deriva.
–Pregúntale cuántos son– dijo Mel, serio y preocupado.
–¿Cuántos sois?
–Solo quedo yo.
<<Solo quedo yo>>, pensó Mel <<alguien ha muerto ahí dentro>>. Cateline pareció leerle el pensamiento, o la deducción de Mel no era tan perspicaz como él había supuesto.
–¿Ha muerto alguien?– preguntó ella, muy atenta a la inminente respuesta.
–Sí...éramos tres. Ya estábamos en órbita cuando el mundo se fue a tomar por culo. Se nos acabó el combustible hace tres días. Desde entonces la nave se desplaza por propia inercia sin que pueda dirigirla…
–¿Qué ha pasado con los otros dos?– Preguntó Cat manteniendo el botón pulsado.
–Xoah ha muerto de deshidratación hace doce horas. Tsao se ha pegado un tiro hace dos…
<<Si alguien ha muerto de deshidratación ahí dentro debieron quedarse sin agua hace tres o cuatro días, por no tener en cuenta que el otro tipo había decidido pegarse un tiro. Ese tío está bien jodido>>.
–Me llamo Xhen. Creo que mi esperanza de vida es de 10 horas. No controlo la nave. En un par de horas nos separaremos tanto que perderemos la radio comunicación… y acabaré muerto.
<<Todos vamos a acabar muertos Xhen, si es por eso, no te preocupes.>>
–Déjanos pensar– dijo Cat a través del micro y soltó el botón. Todo lo que dijeran con el botón liberado no podría ser escuchado por Xhen– ¿Qué hacemos Mel? ¿cómo podemos salvarlo?
–No podemos, está condenado Cat– dijo Mel tajante. <<Que se pudra en su puta nave>>, pensó.
–No podemos abandonarlo a su suerte– sonaba triste.
<<No lo conoces de nada joder. Ha muerto todo el mundo. Qué más dará que muera un puto amarillo más>>.
–Cat, me duele tanto como a ti pero, en serio, ¿Cómo va a entrar en la nave?
–Por favor, decidme algo– Interrumpió la voz desesperada y metálica de Xhen.
–Estamos pensando– informó Cateline pulsando el botón. Parecía entender perfectamente la desesperación del pobre Xhen– aguanta un ratito más.
<<Deberíamos decirle que siga el ejemplo de su compañero. Xhen, coge la pistola de tu colega, métetela en la boca, apunta hacia arriba y aprieta el gatillo. Es la forma más eficaz de suicidarse. Será bastante más agradable que morir de sed>>.
Mel se dirigió a la consola. Tendría que fingir que hacía algo por intentar salvar la vida de Xhen “el fiambre”. Era importante que ella conservara un buen concepto de él, que trataba de salvar una vida, aunque fuera por mantener las apariencias.
Mel pulsó el botón.
–Soy Mel, el otro tripulante de la nave. ¿A qué distancia crees que estás de nuestra nave Xhen?
–El radar me indica que estoy a 72 metros, y según la trayectoria que llevo actualmente pasaré por encima vuestro en treinta minutos. En ese momento estaré a 22 metros, suponiendo que vuestra nave permanezca estática.
Mel miró a Cateline y negó con la cabeza.
–Sabes que no podemos abrir la puerta principal– le dijo a Cat.
La nave tenía un sistema de apertura en la que, una vez se encontraba apoyada en tierra firme, el piso completo descendía verticalmente a modo de ascensor. Esta maniobra actualmente no era ejecutable. Para realizarla, se debían desplegar cuatro patas que servían como puntos de apoyo para la nave, así como de raíles para el descenso de la plataforma. Durante el despegue, y por culpa de las prisas, una pata se rompió. Por culpa de la prisas y de nueve personas que consideraron que si ellos estaban condenados a morir, Cat, Mel y Roland no tenían ningún derecho a abandonar el planeta. Se salvaron de milagro, pero Roland se llevó una bala en las tripas como “souvenir” de la tierra.
–Tiene que haber otra forma…–Cat no se iba a rendir fácilmente.
–Esta nave es una antigualla, no está prevista para este tipo de situaciones.
La nave recordaba a un cangrejo. La parte frontal estaba dotada de dos brazos que acababan en pinzas. Gracias a esas herramientas la nave podía cumplir con su cometido: reparar satélites en la órbita de la tierra. Ir, arreglar y volver. Que tuviera una autonomía de casi un mes, había sido gracias a una serie de modificaciones realizadas por el propio Roland. Como buen ingeniero que era, trastear y realizar modificaciones en esa antigua nave era uno de sus hobbies favoritos. Mel agradecía que a aquel hombre le hubiera dado por eso en vez de por ejemplo, coleccionar sellos.
Cat se quedó pensativa durante un rato. Miraba de un lado para otro y se llevaba las manos a la cabeza.
<<No te comas la cabeza Cat, no hay solución>>.
Los ojos de Cateline se quedaron clavados en la escotilla de vertedero, y su ceño fruncido se relajó poco a poco hasta que sus cejas quedaron arqueadas hacia arriba.
–¡Creo que lo tengo!– dijo según se lanzaba hacia la consola y pulsaba el botón de interlocución– ¡Xhen!, ¿cuánto mides?, tienes que ser un tipo pequeño, ¿Verdad?
–Mido un metro sesenta…¿Por qué?– fue obvio que no tenía ni idea de por qué le preguntaban por su talla, pero Mel, que estaba junto a Cat, lo entendió al instante.
–Cateline, no podemos abrir la escotilla, moriríamos en el acto.
–Hay trajes.
<<Me cago en la puta>>. Era cierto. Había exactamente dos trajes espaciales que permitían estar durante dos horas en el espacio exterior. Mel sabía perfectamente cuál era la intención de su compañera. Ponerse los trajes, abrir la escotilla y dejar pasar a Xhen por ella. Al abrir la escotilla todo el aire de la nave saldría al exterior. El aire y cualquier cosa que no estuviera anclado a algo sólido. Para que el plan funcionara era vital que el náufrago espacial fuera de dimensiones reducidas. La escotilla era un hueco pequeño, y aunque una persona normal podría pasar a través de él sin demasiado problema, el traje espacial hacía que cualquier persona abultara prácticamente el doble.
–Mira Xhen– empezó Cat a explicar su plan– tienes que enfundarte el traje espacial. Dime que tienes uno.
–Sí, tengo un traje.
–Perfecto. Abrirás la puerta de tu nave y saldrás al espacio exterior. Cuando tu nave se alinee con la nuestra, de tal forma que puedas ver nuestra escotilla de vertedero, saltarás hacia aquí.
–Joder
–Es una locura Cat– dijo Mel. No era para hacer cambiar de opinión a Xhen, de verdad lo creía.
–Es muy difícil, lo sé, pero es tu única opción. No podemos darte acceso a la nave por cualquier otro sitio. Tenemos la entrada principal averiada. El salto es muy delicado. No sé si has estado alguna vez en el espacio exterior, pero el primer impulso que te des será el que marque tu rumbo.
–Sí. Lo tengo claro.
–Esto no es como nadar. Si no tienes ningún punto de apoyo o alguna masa para que te devuelva tu fuerza en sentido contrario, no podrás corregir tu trayectoria. Coge dos objetos, uno en cada mano. Si ves que te desvías, bastará con lanzar un objeto en una dirección para que te desvíes tú en sentido opuesto. ¿Lo entiendes?
–Maldita sea, trabajo en el espacio, Lo sé– Xhen estaba de los nervios.
–Perfecto, solo quería asegurarme.
Mel se sorprendió de los conocimientos sobre física de Cateline, ¿acaso no era psicóloga?, supuso que ser hija de Roland, el verdadero científico, le habría servido para algo.
A pesar de que Xhen se iba a exponer a una misión imposible, Mel no pudo evitar pensar en la mínima posibilidad de que le saliera bien. ¿Y si se encontraba con aquel tipo frente a su escotilla, pidiendo que le abrieran?
<<Ese hijo de puta no va a respirar mi aire. No va a comer mi comida y ni mucho menos pienso compartir a Cat con nadie más>>, pensó.
Mel no se consideraba mala persona, por lo menos, no a día de hoy. No era nada personal, si hubiera algún tipo de futuro posible no dudaría en tratar de salvar la vida de aquel pobre hombre. No era el caso, así que sus últimas horas de vida las quería pasar de la mejor forma posible, y esa forma era a solas con Cateline.
–No abriremos la escotilla hasta que estés frente a ella. El aire no nos sobra y no queremos perderlo si no...– Cateline dudó un instante– si no lo logras
Mel reparó en ese matiz justo en ese momento. Al abrir la escotilla perderían todo el aire del interior. Habría que reponerlo todo otra vez. ¿Cuántos días de vida perderían por permitir que un autentico desconocido alargue su vida… diez dias… doce…? Mel no tenía ni idea, eso se lo diría el ordenador cuando todo hubiera acabado, pero no estaba dispuesto ni a perder diez minutos de su tiempo por un desconocido. Tenía que hacer recapacitar a Cateline.
–Cat…– <<como puedo enfocar esto sin parecer un monstruo>>– Si entra… seremos tres bocas, seis pulmones… se acortará mucho nuestro tiempo…– Cat se giró hacia él. No parecía molesta.
–Lo sé Mel, pero no voy a permitir que alguien muera delante mío sin tratar de evitarlo.
<<Irina>>, no pudo evitar pensar Mel.
–Bueno, espero que puedas orinar delante suyo– Cat sonrió.
–Siempre y cuando me cantes tú.
Justo en ese momento, Mel pudo ver por primera vez en los ojos de Cateline una muestra de afecto por él.
Todavía no tenía ni idea de cómo, pero evitaría que Xhen se colara en sus vidas. El salto que debía dar Xhen era una misión suicida, así que realmente era muy poco probable que tuviera que tomar él cartas en el asunto.
–Empieza a prepararte Xhen. No hay tiempo que perder. Te vas a jugar la vida en un solo instante.
–Tú sí que sabes dar ánimos.
Mel y Cat también se dispusieron a prepararse. Se ayudaron el uno al otro a colocarse el traje. Por desgracia para Mel, se colocaba encima de la ropa normal. Una vez más se quedó con las ganas de ver a Cat en ropa interior.
Ellos ya estaban listos cuando la voz de Xhen volvió a sonar.
–Estoy listo. Voy a salir de la nave. Cuando vea la escotilla, me daré el impulso– el miedo en su voz casi se podía palpar.
–¿Llevas dos objetos? Puede que te salven la vida.
–Sí.
–No abriremos hasta que te veamos por la escotilla. En ese momento ánclate a la nave. Saldrá mucho aire. No vamos a apagar el generador de masa, por lo tanto aquí dentro mantendremos la gravedad.
<<Saldrá mucho aire>>, pensó Mel, y aquello le dio una idea. Tanto él como Cat se iban a anclar a unos puntos de la nave. El equilibrio de presiones entre el vacio del espacio y el interior de la nave producirían que cualquier cosa suelta saliera por la escotilla.
–Todo claro. Deseadme suerte y si no lo consigo… gracias de corazón.
Mel miró a su alrededor. Necesitaba un objeto, pero… ¿cúal?
–Ayúdame a meter todas las cosas sueltas en las taquillas, ahí estarán a salvo. Que no quede nada por el suelo– le indicó Cat.
Mel se puso a recoger la mesa. Abrió una de las taquillas y la idea prendió en su cabeza como una bombilla. Ahí estaba la pistola. Miró a Cat y ella estaba a lo suyo, distraída recogiendo todo lo que encontraba tirado en el suelo.
Él cogió la pistola y abrió el cargador. Hacía 80 horas había empuñado ese arma para matar al padre de Cateline, o mejor dicho, al padrastro o lo que fuera Roland de Cat. Todavía no se había esclarecido aquel tema. Parecía que había pasado una eternidad de aquello, pero ahí estaba el arma, justo donde él la había dejado. Jamás pensó que aquel objeto le fuera a resultar útil una vez más.
No sabía nada de física, pero intuitivamente el plan debía funcionar. Pulsó un botón del mango y salió parte del cargador. Comprobó que Cat seguía distraída y terminó de extraerlo con la mano. Ayudado con el pulgar extrajo una bala y lo dejó todo como se lo había encontrado.
–Creo que ya está todo– no le pilló por medio segundo.
–Sí, todo recogido– dijo Mel con la bala encerrada en su puño derecho.
–Yo iré a la consola, tú quédate aquí, frente a la escotilla. Si Xhen lo consigue, dame la señal y yo desde la consola abriré la escotilla– los cascos no estaban conectados por radio, por lo que era muy difícil escucharse.
No se podía hacer de la forma tradicional. La escotilla estaba pensada para primero abrir la parte interior, meter algo, cerrarla y luego abrir la exterior. De esta manera, no se escapaba el aire ni la presión. Así se habían deshecho de Roland. Si Xhen hubiera podido caber en el espacio que quedaba entre las dos compuertas no sería necesario perder ni un litro de aire, pero para ello tendría que ir sin traje y romperse varias partes del cuerpo, como Roland.
Lo que quería hacer ahora era distinto. Debía abrir las dos hojas a la vez, y esto, tan sólo se podía hacer desde la consola principal.
Mel tiró del cable de seguridad del traje y enganchó el mosquetón a una argolla de la pared. Estaba justo al lado opuesto de la escotilla. Cat hizo lo mismo junto a la consola.
<<Venga Xhen, estoy preparado>>.
Mel estaba nervioso. No le gustaba un pelo lo que iba a hacer, pero estaba dispuesto a ello. Una vez más, se veía obligado a matar para defender lo que le pertenecía por derecho. Dentro del traje podía escuchar su propio corazón latiendo.
Tenía la sensación de que llevaban media hora esperando, pero no estaba seguro. Debería dar por muerto a Xhen y dejar el tema correr.
Cat se giro hacía él, se miraron a los ojos. La escafandra del traje solo dejaba ver su hermoso rostro. Mel le sonrió. Ella movió los labios, pero él no pudo oír lo que dijo.
Algo chocó de repente contra la escotilla y Mel, del susto, dio un bote dentro del traje. Allí estaba Xhen, la cabeza y parte de los hombros frente a él.
<<Has tenido mucha suerte Xhen, pero se te acaba aquí>>.
Mel apretó el puño para sentir la puntiaguda bala dentro de su mano.
Xhen hizo un gesto con la palma de la mano. “Espera un momento”, entendió Mel. Xhen manipulaba algo por debajo del campo de visión de Mel. Dedujo que se estaba anclando a algo fijo como le había indicado Cat. Tras un breve instante, golpeo con algo la escotilla. Era un sonido metálico contra el cristal. Xhen llevaba una pistola en la mano.
<<Pero qué hijo de puta, lleva un arma. Después de todo resulta que viene a pegarnos un tiro. Quieres tirarte a Cat ¿eh, cabrón?>>
–¡LLEVA UN ARMA!– gritó Mel dentro de su casco– Cat, que desde donde estaba podía ver un poco de la escotilla, entendió cualquier otra cosa. Seguramente, “abre”.
Las dos hojas se alzaron y el cuerpo de Mel salió disparado hacia delante el pequeño recorrido que permitió el cable de seguridad. Fue lo suficiente para sentir la fuerza que hacía él aire escapando hacia el vacio. A su vez, el ruido era ensordecedor. Aquello debía ser parecido a estar en medio de un huracán.
No podía perder tiempo. Mel orientó su puño hacía la cabeza de Xhen y abrió la mano liberando el pequeño pero mortal objeto.
Fue instantáneo. El cristal del casco estalló en mil añicos. La cabeza de Xhen dejó tras de sí una estela conformada por trocitos de carne, hueso, sangre y cristales.
Aquella extraña imagen duró apenas cinco segundos, hasta que se hizo la calma absoluta. El espacio estaba dentro de la nave.
Silencio.
El sonido había desaparecido del universo.
Mel solo podía escuchar su respiración dentro del traje.
Cateline toqueteo la consola y la escotilla se cerró sin producir sonido alguno.
Ahí quedó el cadáver, anclado a la nave mediante un mosquetón y un cable de acero, frente a Mel. Le estaría mirando con odio de haber tenido ojos, de haber conservado la cara.
<<Venga coño. Al final me va a tocar aguantarte>>
…22…
La nave, suspendida en el silencioso y frio espacio, quedaba unida a través de 40 centímetros de cable de acero trenzado al rígido cadáver de Xhen.
En el interior, Mel y Cat aguardaban mudos a que su reducido habitáculo se renovara de oxigeno.
El ruido de los ventiladores hacía imposible su comunicación. Cat, se acercó a la escotilla tratando de comprender que es lo que se había torcido para acabar con un casi decapitado Xhen delante de sus narices. Toda la cara había desaparecido, quedando solo la parte posterior del cráneo vacio. Aquel cuadro era demasiado macabro para tenerlo presente todo el tiempo. Iba a ser imposible que se acostumbraran a aquello.
Mel observaba a Cat y trató de meterse en sus pensamientos. <<Xhen, no llegamos ni a verte la cara. Podrías haber sido cualquiera…>>
Cat se giró hacia Mel y levantó las palmas de las manos. “¿Qué ha pasado?”, preguntó con tan solo ese gesto. Mel se encogió de hombros. “no sé qué ha pasado”, respondió gestualmente.
<<Le he pegado un tiro sin pistola. Deberían darme el premio Nobel de física>>. Mel no estaba orgulloso de lo que había hecho, pero se consoló pensando en que lo había hecho por pura supervivencia. Creía conocer ya lo suficiente a Cateline para poder afirmar que aquel acto jamás sería aprobado por ella, pero llevaba la mejor intención del mundo. Pasar sus últimos momentos de vida juntos, solos…
<<Dos son compañía, tres multitud. Lo sabe todo el mundo. Por no hablar de que llevaba un arma. Nos habría matado, seguro. ¿A que sí, Xhen?>>, pensó mirando la cabeza sin rostro al otro lado de la escotilla.
Todo seguiría como siempre. Ella y él hablando y contándose sus vidas. Mel se moría por besarla, acariciarla, abrazarla…hacerla suya. Había tenido que hacer acopio de todo su autocontrol para no lanzarla contra una mesa y follársela. No había ducha, así que debían asearse en el pequeño baño dotado con un retrete y un lavabo. No se movían demasiado, así que tampoco tenían mucha necesidad de lavarse a fondo diariamente. En las 90 horas que llevaban juntos, solo en una ocasión Cat se había dado algo parecido a una ducha. Fue aproximadamente a las cincuenta y poco horas de convivencia. Dijo que se sentía sucísima y que lo necesitaba.
Pasó al baño, corrió la mampara, y Mel pudo observar como la ropa de Cat se amontonaba a sus pies. Pantalón, camiseta, sujetador... no pudo evitarlo. Cuando unas bragas blancas se apilaron con el resto de la ropa, Mel tuvo una erección inmediata. Pensó que sí en ese momento se levantara y corriera la mampara, tendría a Cat desnuda frente a sí. Podría hacer con ella lo que quisiera, y aquello le excitó.
Mel no se consideraba una persona ejemplar, pero jamás violaría a una mujer. <<¿o sí?>>, se preguntó. ¿Qué era lo que evitaba que hiciera algo que realmente se moría de ganas por hacer? Cuando se vive en sociedad se sabe que hay cosas que están mal y que de hacerlas, se sería juzgado. ¿Cómo te comportarías realmente si supieras que vas a salir impune, qué no habría consecuencias? Cateline, físicamente, era la mitad que Mel, no tendría nada que hacer si él decidiera penetrarla en contra de su voluntad. Pero luego, ¿qué? No, tendría que contenerse.
Mel se batió consigo mismo mientras escuchaba el grifo del agua correr, imaginando a Cat desnuda detrás de la mampara.
Sabía perfectamente que no haría nada aunque se muriera de ganas. ¿Era mala persona por pensar aquel tipo de cosas? Entonces recordó las palabras de Little, la primera persona que vio algo bueno en él: “Mel, es difícil saber quién es uno mismo. ¿Somos lo que pensamos, o lo que hacemos? Yo soy de la opinión de que al final, lo que realmente cuenta, son los actos de las personas. Si aprendes a controlar tus impulsos, si olvidas a Porko, podrás llegar a ser una buena persona y perdonarte a ti mismo”.
Cuando Cat terminó de darse su aseo y salió vestida de nuevo, Mel logró relajarse. Por un lado se sintió orgulloso por haberse controlado, pero por otro lado se sintió muy culpable por haber barajado semejante idea.
Seguramente, todo sería más fácil si pudiera masturbarse. Mel había llevado una vida sexual bastante activa, sobre todo durante los últimos años. Estar encerrado en un espacio tan reducido con una chica como Cat y no haber eyaculado en más de 9 días hacían que, a nivel hormonal, fuera como un mandril en celo.
<<Por eso se me ha pasado por la cabeza violarla, no hay nada de malo… soy lo que hago, no lo que pienso…>>, razonó Mel para sentirse mejor consigo mismo.
Ahora estaban silenciosos, esperando a poder despojarse de aquellos trajes que tanto les alejaban psicológicamente. Llevar aquel aparatoso traje hacía que se sintiera solo y aislado, a pesar de ver a Cat a escasos cinco metros y compartir las mismas cuatro paredes.
Los motores de los impulsores de aire callaron al instante. Con cuidado, desconfiados, se quitaron las escafandras.
Mel respiró de nuevo el aire. Fue todo un alivio. Cat se sacudió su melena rizada y Mel pudo contemplar la expresión de abatimiento que tenía en la cara. La muerte de Xhen le había afectado de verdad.
Mel salió disparado a comprobar los niveles de aire. Maldijo a Xhen en cuanto vio dónde había quedado la aguja de nivel. Aquel intento de rescate les había costado 35 horas de vida. Un día y medio menos de vida.
<<Puto Xhen. Me has robado 35 horas con Cat>> le dijo a la cara sin rostro.
–¿Qué…qué ha pasado?– preguntó Cat. Volver a escuchar su voz fue un gran alivio.
–Debimos dejarnos algo tirado en el suelo. No sé...– trató de imitar su tono triste, pero no estaba seguro de haber quedado convincente. A su vez, fingió pensar una explicación.
–Lo mire y revisé todo bien… no quedaba nada…
–Algo pequeño, o quizás, el golpe de aire le partió la escafandra. A mí el tirón casi me parte la espalda. No te culpes Cat, hicimos todo lo que estuvo en nuestra mano por ayudarle. Era una misión suicida.
Aquellas palabras tenían la intención de consolar, pero no consiguieron su objetivo. Cat se acercó a una pared y se desplomó llevándose las manos a la cabeza. Rompió a llorar nerviosa.
Él se sentó al lado y le echó un brazo por encima, no dijo nada. Ella, de primeras, se apartó rechazando su consuelo, pero tras dudar un instante, se acurrucó en su pecho como una niña pequeña.
<<Necesita desahogarse. Aquí estoy Cat. Estoy contigo>>.
Jamás violaría a una chica, por muy cachondo que estuviera ni por pocas consecuencias que pudiera acarrear. Tenía el respeto de una chica estupenda y no lo perdería por nada del mundo. Por mucho que le ardiera la polla. Mel entendió en ese momento que necesitaba que aquella chica le quisiera, por eso había mentido en la historia sobre sí mismo. Quería hacer el amor con ella, pero siempre y cuando fuera recíproco. Si no iba a ser de esa manera, no tendría ningún valor. Con cualquier cosa que hiciera en contra de su voluntad conseguiría que le despreciara, y no quería que la probablemente última persona del mundo le odiara.
Sentía como si el juicio de Cat sobre él fuera importante para marcar su destino.
<<Él día que te mueres, te mueres y desapareces. La nada absoluta. ¿Qué más da?, ni siquiera tienes conciencia para compadecerte de tí mismo>>. Siempre había pensado de aquella manera pero, con la muerte marcada en el calendario, era mucho más difícil mantenerse en esa postura.
Muchas de las antiguas religiones tenían una cosa en común. Era un tema que a Mel siempre le había aburrido soberanamente y jamás profundizó demasiado, pero lo poco que conocía hablaba de un cielo y un infierno. Si habías sido bueno en vida, ibas a un buen sitio. Si habías sido malo, pues pasabas la eternidad sufriendo. Teóricamente, con ese sencillo cuento, la gente creyente obraba de buenas formas, o por lo menos se suponía que así debía ser. Se lo creían y punto.
<<Que tontos eran. Pero… algo tiene que haber ¿no?>>. Pensó que si su destino estaba en tela de juicio, Cat debía ser su jueza. ¿Quién si no? ¿Un ser superior que todo lo sabe y todo lo ve? Mel había hecho cosas buenas y cosas malas a lo largo de su vida. La cuestión era saber hacia qué lado se inclinaría la balanza. Cateline daría respuesta a esa duda.
<<¿Quién soy?>>, aquella pregunta retumbaba en su cabeza con demasiada frecuencia. <<¿Quién es ella?>>.
La cabeza de Cat quedaba a la altura de la nariz de Mel, y este respiraba el agradable aroma de su cabello. Si ella no estuviera sollozando, Mel alargaría ese momento eternamente.
No le daba ninguna pena la muerte de Xhen, a pesar de haber sido su verdugo. Quizás, el que no tuviera rostro ayudaba bastante. Por lo menos no vería su cara en sus pesadillas. Se auto convenció de que era una tontería sentirse culpable por una muerte que era inevitable. Aun así, se sentía triste. Por un lado, estaba apenado por la tristeza de Cat, aquella chica era capaz de contagiar cualquiera de sus estados anímicos, y era obvio que sentía que había fracasado.
Su segundo motivo de tristeza era que se iba a hacer querer a base de mentiras. ¿Qué valor tenía aquello? Quizás sería mejor contar la verdad. Mel conoce su historia al completo y sabe que al final trató de enmendar sus errores, y eso debería de contar también para Cat. Aunque acabara asesinando a Bean, quiere pensar que fue lo correcto.
<<Sí, tarde o temprano tendrá que saber la verdad. Mi verdad, aunque consiga que se cague de miedo e intente matarme.>>
De momento, tendría que seguir mintiendo. Un comienzo tan horrible la habría espantado y se habría sentido insegura en su presencia.
<<Si he mentido ha sido por su bien>>.
Le duele pensar en que ahora mismo ella no está viendo al verdadero Mel, sino a Celio.
<<Tiene que quererme a mí. A Mel>> pensó mientras le acariciaba un hombro. <<Y si no lo consigo…¿Qué?>>
…21…
–El odio y la impotencia son sentimientos que pueden pudrir a un hombre por dentro– decía Mel mientras Cat escuchaba atenta. Sabía perfectamente lo que decía.
Llevaban 101 horas juntos.
–Celio fue al reformatorio dejando un Bean roto tras de sí. Él, como castigo a su injustificable acto, pasó 4 años en el reformatorio. A mí me rompía el corazón ver a Bean en su cochambrosa silla de ruedas. Nunca fue un niño alegre, eso era innegable, pero aquello le terminó de joder por completo su insignificante vida. Aquel niño, sin lugar a dudas, se habría suicidado de no ser por su adorable hermana y, quizás, también un poco por mí. Éramos lo único que tenía y dependía de nosotros al cien por cien. Mi barrio, no se puede decir que estuviera adaptado especialmente para los minusválidos.
>>Quizás suene egoísta, pero gracias a eso Irina y yo nos unimos muchísimo. Como ya te dije, mi acercamiento a Bean fue motivado por esa chica, lo utilicé para acercarme a ella. Eso no quita que al final me encariñara con aquel chaval y sufriera con su situación. Si ya de por si en un mundo como aquel resultaba un lastre, tenerlo en silla de ruedas no ayudaba lo más mínimo. Todo eso no importaba si gracias a ello podía pasar tiempo junto a ella, y qué coño… me hacía sentirme mejor conmigo mismo.
–Es muy duro eso que dices. ¿Él sabía eso?
–Sé que es duro y egoísta, pero quedamos en ser sinceros ¿no? Claro que llegué a querer a ese chaval, pero sé que jamás habría tratado de acercarme a él si Irina no fuera su hermana.
–Puede que lo entienda...– Cateline trataba siempre de justificar lo que Mel le contaba. Ese era el juego al que estaban jugando. La premisa inicial era: “Cuéntame tu vida con tanto detalle que pueda entender qué sentías en cada momento”. Mel, a su vez, tenía que imaginar qué sentía Celio mientras aguardaba su regreso del reformatorio hasta que decidiera contarle la verdad a Cat. Todavía debía esperar.
–Y si no lo entiendes, me da igual. Quizás si Bean no hubiera nacido donde nació, podría haber salvado las piernas. No lo sé. El médico que le operó lo dijo bien claro: “con los medios de los que disponemos aquí, es lo máximo que podemos hacer”. Y eso fue sentarlo en una silla de cuarta mano que se caía a cachos y que apenas tenía fuerzas para mover porque se atascaban las ruedas. Irina tampoco tenía demasiada fuerza. Su padre estaba todo el día trabajando en la fábrica y la madre era adicta al Spum. Se pasaba la mayor parte del tiempo colocada. Esa puta droga era el verdadero estigma de mi barrio.
–Fuiste su enfermero particular– adivinó Cateline.
–Bean era un peso ligero, pero aún así era demasiado para Irina. Yo lo iba a buscar, pasaba el día con él y lo llevaba de vuelta a casa. Lo movía de un sitio a otro. No me volvía a mi propia casa hasta que lo dejábamos metido y arropado en su cama. Pasaba más tiempo en su casa que en la mía propia. Mis abuelos aprobaban al cien por cien mi comportamiento porque gracias a eso me mantenía alejado de la vida del barrio. De donde yo vengo puedes acabar de muchas maneras, pero ninguna es demasiado buena. El modo de vida general giraba en torno a la droga. Podías ser camello y vender Spum en la esquinas. Si eras bueno e inteligente, seguramente ganarías bastante dinero. Entonces llamarías la atención de alguien que querría hacerse con lo tuyo o evitar que le quitaras lo suyo y probablemente acabarías muerto. O te daría por chutarte tu propia mierda y acabarías mal igualmente. La esperanza de vida de un camello no es muy larga. ¿Sabes?
>>Otra opción era ser drogadicto. Yo he probado el Spum y entiendo por qué la gente se vuelve adicto a esa mierda. Cuando lo pruebas por primera vez es como si te quitaran una venda de los ojos y de repente pudieras ver el mundo como en realidad es. Todo se vuelve más…real… es difícil de explicar. La gente que lo prueba, se vuelve esclava de esa sustancia. Buscan volver a experimentar esa primera sensación una y otra vez. Hay que tener mucha fuerza de voluntad para que sabiendo que eso existe, pasar del tema.
<<Si no hubiera entrado en el reformatorio seguramente habría acabado muerto de sobredosis>>, pensó Mel según hablaba.
– El Spum consigue que por un breve periodo de tiempo te vayas de visita al paraíso, y luego harás lo que sea para volver. Te podría contar mil y un historias de cómo la gente llegaba a ganarse la vida para conseguir el dinero suficiente para meterse otro chute, pero creo que no viene a cuento.
–Yo no lo he probado jamás, pero lo he tenido delante en varias ocasiones.
–Has hecho bien, seguramente habría acabado contigo. También existía el tipo de personas que lograban salir adelante de forma honrada. Mis abuelos, sin ir más lejos. Ellos vivieron la guerra del gas pizarra en primera persona, y estaban hechos de otra pasta. “lo que no te mata te hace más fuerte”, decía muy a menudo– Dijo Mel con tono melancólico– Así que si nacías ahí, te aguardaba un futuro muy oscuro.
>>Suponiendo que fueras un chico espabilado y quisieras aprender algo en el colegio, lo tenías bien crudo. Los profesores habían perdido toda esperanza de meter cualquier tipo de conocimiento en las atolondradas cabezas de sus alumnos, los cuales sólo veían futuro en el tráfico de drogas. Los chicos se quedaban con el lado bonito. Veían que si un conocido llevaba siempre un buen fajo de billetes en el bolsillo y una zorra con buenas tetas al lado, era solo gracias a la venta de droga. Que apareciera un día acribillado a balazos en cualquier descampado no era culpa de sus negocios, sino de que no había sido lo suficientemente listo como para cubrirse bien las espaldas.
–Y que Bean acabara en silla de ruedas te salvó de todo eso.
–Exacto. De verdad que me gustaría ver cómo habría sido mi vida si Celio no le hubiera partido la espalda a Bean. Sí, es cierto que para Bean fue la perdición, pero a mi seguramente me salvó de mi mismo. Al menos en parte– aquello Mel lo pensaba de veras, y se estaba dando cuenta de ello en ese mismo momento.
Gracias al reformatorio, y a Little, pudo acabar mirándose al espejo. No pudo evitar recordar una frase que le decía aquel gigante negro a menudo. <<”Un hombre puede huir prácticamente de todo, pero nunca de sí mismo”>>. Qué razón tenía.
–¿Por qué en parte?
–Yo sentía que Celio no estaba pagando por su crimen. ¿Cuatro años en el reformatorio por haber destrozado una vida? ¡Qué va! Eso no era justicia. Le dije a Irina que estuviera tranquila, que Celio pagaría con la misma moneda. Pensaba que me transformaría en su héroe y se enamoraría de mí– <<¿Verdad que fue por eso Celio?¿Verdad que me esperaste por ella?>>, pensó Mel– Trató de disuadirme. Me dijo que lo último que quería era más drama. La venganza solo acarrearía más venganza y más tragedia. No la tomé en serio. Irina era buena y tenía que cumplir con su papel, pero yo no me creía que no quisiera ver a Celio en una silla de ruedas como a Bean.
–Pero sí que existe gente así– dijo Cateline muy seria.
–Ahora lo sé, pero no lo pensé en su momento. Entre ella y yo tratábamos de hacer la vida de Bean lo más agradable posible. Aunque él era un chico agradecido y trataba de que nos sintiéramos bien con nosotros mismos, era obvio que se moría poco a poco por dentro. Si tratabas de hacerle reír, el reía, pero en realidad era todo teatro. Puedes reírte con la boca, pero los ojos siempre te delatan. Era como si dijera “agradezco tu esfuerzo y te daré el gusto de que sientas que me ayudas, pero realmente no lo consigues”. Aquello era frustrante y, como te he dicho, me generaba un sentimiento de impotencia que me pudría por dentro.
–Son pensamientos muy profundos para un niño de once años.
Mel sintió que Cateline estaba dudando de él. Aunque sabe más o menos lo que hizo Celio mientras él estuvo en el reformatorio, no era fácil ponerse en su piel a nivel emocional. Cateline había revelado ser Psicóloga. <<!Mierda!, puede que en mi historia estén cojeando en ciertas cosas>>. Pero no entendió en qué. Descubrió al salir del reformatorio que Celio se había transformado por completo, y el proceso debió de ser similar a lo que el trataba de narrar haciendo uso de toda su empatía.
–A ver Cat… todo esto lo vi con perspectiva. En esos momentos no veía estas cosas.
–Bueno, claro, tienes razón, disculpa– dijo Cat, pero a Mel no le sonó convincente. ¿Qué estaba haciendo mal?
–Al mes de estar cuidando a Bean, tomé una decisión. Me daba igual lo que dijera Irina. Celio pagaría por aquello. Me prometí que como poco, acabaría también en una silla de ruedas. Como te comenté, siempre he sido un chico grande. La materia prima la tenia, solo me faltaba la técnica.
>>Primero comencé a entrenar por mi cuenta. Cargar con Bean de un lado para otro y empujar aquella silla por todo el barrio, era un ejercicio bastante respetable para un chico de once años. Empecé a correr y a hacer ejercicio. Pesas, flexiones, dominadas… necesitaba un cuerpo más fuerte y más resistente. En mi barrio había un gimnasio donde enseñaban a los chicos a boxear. Lo llevaba un ex presidiario que quería sacar a los chicos de la calle, alejarlos de la droga. El boxeo bien enseñado puede infundir valores muy buenos, ¿sabes?
–El boxeo te enseña a partirle la cara a alguien, creo yo– dijo Cateline con una ceja arqueada y una leve sonrisa.
–No tienes ni idea. El boxeo te enseña a trabajar duro, a comprometerte. Te enseña a sentir respeto por los demás– Dijo Mel con el corazón. Realmente conocía aquel deporte, y muy bien.
–Si respetar a alguien es inflarle la cara a golpes, estoy de acuerdo.
–Joder Cat, eres dura de mollera ¿eh? Deja que
–Lo siento– se disculpó ella de forma exagerada– creo que entiendo lo que quieres decir.
<<quieres entenderlo todo, ¿no?>>, pensó Mel sobre el comentario de ella.
–Me planté ahí un día y me dirigí a Little. Así llamábamos de forma irónica al entrenador porque era un hombre enorme. Le dije que quería aprender a pelear. Me preguntó que por qué. Yo no entendí a que venía aquella pregunta, pero contesté que tenía asuntos pendientes con alguien. Me dijo que él no entrenaba a chicos con asuntos pendientes, y que hasta que no le diera otra respuesta, no podría subirme a un ring.
>>Aun así, dijo que podía mirar y entrenar por mi cuenta. Allí todo el mundo era bien recibido, pero nadie me enseñaría nada hasta que no cambiara mi respuesta. Para mí fue todo un chasco, pero volví día tras día.
–Bien por Little, era un hombre sabio.
–Creo que ha sido la persona más importante en mi vida.
Little realmente fue el entrenador de Mel, pero no en el gimnasio del barrio. Mel conoció a Little en el reformatorio y realmente fue la persona que lo cambió.
<<Han existido dos Mel. El Mel pre–Little, y el Mel post–Little>>, reflexionó, <<y ahora hay un tercero, el Mel–Cateline, que es una gran mentira…>> pensó triste.
–Tardé diez días en volver a acercarme a Little. Mientras tanto trataba de entrenar por mi cuenta. Cuando el saco estaba libre, le sacudía hasta que me dolían los nudillos y las muñecas, saltaba a la comba, observaba los combates que tenían lugar en el ring y trataba de copiar los movimientos, hacia flexiones…
>>Me acerqué a Little y volví a pedirle que me entrenara. “¿y para qué quieres aprender a boxear chico?”– dijo Mel poniendo una voz muy grave– “Quiero respetarme a mí mismo”, contesté. Me la jugué. Durante los diez días que estuve observando la palabra “respeto” fue la que más escuché, así que pensé que aquello era lo que él querría oír, y acerté. Era mentira, claro está. Lo que yo quería en realidad era lisiar a Celio con mis propias manos. Me dijo que me pusiera unos guantes y que le mostrara de qué pasta estaba hecho.
Mel hizo una pausa para que Cat aportara algo, pero esta quedó en silencio con el ceño fruncido.
–No es un cuento de hadas, lo sé. Ese primer día me molieron a palos, volví a casa muy dolorido pero a cambio, tenía un sentimiento de realización que jamás había experimentado. Escuchar de boca de Little, “Chico, creo que tienes madera para esto”, me hizo sentirme gigante.
–¿Irina sabía esto?
–Sabía que iba a boxear, de hecho, me quitaba tiempo para cuidar a Bean y era imposible disimular los golpes que ahí recibía. Me obligó a jurar que no pretendía cumplir mis amenazas, y le mentí. Dije que no, pero que necesitaba hacer algo con mi vida. Le dije que pensaba que podía ser un buen boxeador y vivir de ello. No sé si me creyó, pero creo que no. A veces, cuando llegaba más tarde de entrenar, me decía, “así no estás ayudando a Bean”. Yo me hacía el tonto y fingía que no la entendía, aunque estaba bien claro a qué se refería.
>>Tenía cuatro años para transformarme en un hombre fuerte y hacer la justicia que Bean se merecía. Pensaba que, llegado el día, ella lo entendería y me lo agradecería.
–Lo enfocaste muy mal– dijo ella seria.
–Sí, ahora lo sé.
–Pero puedo entenderte…
<<Puedes entenderme. ¿Entiendes que Celio quisiera matarme? Está bien>>.
Mel estaba casi convencido de que así debió ser la historia. Más o menos. Cuando salió del reformatorio se encontró a un Celio lleno de odio y rencor, obsesionado con la idea de batirse en combate con él.
El tratar de contar la historia desde aquel punto de vista, consiguió que Mel entendiera un poco mejor a aquel chico que tanto le odió.
<<¿Quién soy?>>, El cuarto Mel, a ojos de Celio, el ser más despreciable del mundo.
Él problema fue que el Mel que salió del reformatorio no era el mismo que entró.
–¿Y qué pasó con Celio, llegó a salir?– preguntó Cateline intrigada.
–Te toca a ti– dijo Mel. Necesitaba tiempo para pensar.
…20…
Cateline lanzó un puñetazo directo a la cara de Mel.
Llevaban 123 horas juntos.
Mel lo esquivó sin problemas girando el cuerpo ligeramente, lo justo para que le pasara cerca pero no le llegara ni a rozar. Con el brazo estirado y a la altura del hombro, el costado de ella había quedado totalmente expuesto. Mel lanzó el puño cerrado contra las expuestas costillas de Cat.
Justo antes de impactar, paró el puño en seco sin llegar a contactar.
–¿Ves? Ahora mismo estarías doblada en el suelo y sin poder respirar– dijo Mel sonriente.
–¡Mierda!, tienes muchos reflejos. Es imposible tocarte– dijo Cateline frustrada, pero a la vez divertida.
–No te creas, aprendes a esquivar a base de cobrar. Aprenderías más deprisa si tuviéramos un par de guantes. No me atrevo a tocarte con los puños al desnudo.
Cat estaba empapada en sudor. Se había empeñado en que Mel la enseñara a boxear. Aunque de primeras Mel no le vio demasiado sentido, decidió que de alguna manera había que matar el tiempo.
–No dosificas tus fuerzas, sólo piensas en atacar y te cansas enseguida. Un combate de boxeo no es sólo lanzar puñetazos. Tienes que tratar de agotar al rival y atacar cuando está exhausto. Tiene mucha más estrategia de lo que puede parecer a simple vista.
Cat escuchaba jadeante, doblada por la cintura y con las manos apoyadas en las rodillas.
–Es agotador. Tú ni has sudado…
–Sería una vergüenza para mí que una chica de 50 kg me hiciera sudar– dijo Mel con una sonrisa juguetona. <<Si quieres verme sudar se me ocurre una mejor forma que boxear>>, pensó Mel.
En aquel momento volvió a reparar en lo sexy que era Cat. Verla jadeante y sudada le hacía pensar en que seguramente se encontraría así después de una buena sesión de sexo.
<<Oye Cat, ¿Por qué no echamos un polvo joder?>>. Que fácil habría sido decir aquello. Mel llevaba tiempo intentando leer la más mínima señal de Cat para lanzarse en busca de sus labios. Una mínima excusa para que, en caso de rechazo, poder justificarse. Ella era una mujer, él un hombre. Estaban solos en un habitáculo de 10 metros de largo por 7 de ancho. Seguro qué ella también disfrutaría con todo aquello.
Mel sabe que es atractivo para las mujeres. No era vanidad, jamás había tenido problemas para llevarse chicas a la cama. No era guapo, pero era atractivo y masculino. Siempre le habían dicho eso. Además, era un tipo grande y musculoso, ancho de espalda y estrecho de cadera. Aquello le daba a su espalda una forma de triangulo invertido que resultaba ser bastante atractiva para el género femenino. Cuando salió del reformatorio tardó un tiempo en conseguir acostarse con una mujer. Perdió la virginidad a los 19 años y aquello, en su barrio, era una completa deshonra. Tanto tiempo encerrado y habiéndose perdido prácticamente toda su adolescencia, le había creado mucha inseguridad en el trato con las chicas. Todo eso se esfumó en cuanto se acostó con Irina por primera vez.
–Voy a tener que ducharme– Cat se llevó la nariz a una axila y aspiro.
Era cierto que olía un poco a sudor, pero Mel jamás habría dicho que era un olor desagradable. No podía evitar asociar aquel sutil aroma al sexo.
Por tercera vez, Cateline procedió a asearse en profundidad.
Mel miró a Xhen. Al principio pensó que tener presente de forma constante aquella cara sin rostro, mirándole todo el rato y recordándole todo el tiempo que lo había matado, le volvería loco.
<<¿Qué opinas Xhen, está buena, eh?>>, pensó para sí mismo, pero era un pensamiento dirigido a Xhen, como si pudiera hablar por telepatía con aquel cadaver.
–Sí esta buena, sí– escuchó Mel dentro de su cabeza. La voz sonaba metálica, igual que cuando Xhen les hablaba por radio–. ¿Qué tienes pensado?
<<No sé chico, tengo tiempo. No me gustaría crear una situación incómoda. Supongo que es cuestión de paciencia. Al fin y al cabo, es una mujer y también tendrá sus necesidades, ¿no?>>
–Eres un pardillo– dijo aquel rostro vacio directamente en la cabeza de Mel– ¿Es que no ves las señales? Te ha propuesto boxear. ¡Venga coño! ¿A qué viene eso? Está pidiendo a gritos un poco de roce.
<<No opino lo mismo>>.
–Mírala, está ahí en pelotas, al alcance de tu mano.
Mel miró a la mampara. Otra vez tenía la ropa acumulada a sus pies. El sonido del agua saliendo del grifo empezó a sonar.
–Voy a tener que lavar la ropa…, esta sudadísima– dijo ella. Mel solo podía ver sus pies.
–Mmmm…y que te vas a poner– la idea de tener un rato a Cat desnuda junto a él empezó a producirle una lenta erección.
–Una sabana de la cama, supongo, ¿Se te ocurre algo mejor?– Ninguno de los dos tenía más ropa que la que llevaban puesta.
–¡De puta madre!– retumbó la voz en su cabeza.
Aquello ayudaba a Mel. Sabía que Xhen estaba muerto y sabía que él lo había matado. Hablar con él mentalmente ayudaba a aplacar los remordimientos.
<<Estás más salido que yo, y eso ya es decir>>.
–Que te jodan. Aquí afuera hace un frio de pelotas. Ver porno en directo me hará esto más llevadero. Visto que no querías compañía ahí dentro, dame un buen show.
Mel soltó una carcajada.
–¿Qué pasa?– preguntaron los pies de Cat.
<<Xhen dice que follemos. Se aburre el pobre. Entiéndele>>.
–Nada, me estaba acordando de las clases de boxeo. Supongo que no pasarás a la segunda lección– dijo en lugar de lo que pensaba.
–¿Qué no? Dame cuatro clases más y te plantaré un ojo morado en la cara esa de garrulo que tienes.
–¿No ves que te está picando?– sonó en su cabeza– Estás ciego macho. Entra ahí con la picha al aire haciendo el molinillo y ya verás.
El grifo seguía sonando. Suponiendo que fuera a tardar lo mismo que las otras dos veces anteriores, todavía le quedarían cinco minutos para que terminara con su aseo.
La imaginación de Mel voló, y se empalmó por completo. No pudo resistirse. Cuidadosamente se desabrocho el pantalón y liberó su miembro. Si Cat corriera la mampara en ese momento se encontraría una buena sorpresa.
–Eso es campeón… por fin me haces caso.
<<Cállate>>. Se sentía mal por hacer aquello, pero lo necesitaba. Con la mano derecha envolvió el fuste de su pene y empezó a masturbarse silenciosamente. Imaginó que cruzaba la habitación y corría la mampara. Ella, le miraba sorprendida y lo atraía hacia sí, besándole y agarrándole el miembro con ganas.
Trató de no hacer ningún ruido, pero Mel pensaba que el sonido de su prepucio subiendo y bajando retumbaba en toda la estancia con un martillo neumático.
<<Ella no lo puede oír, el grifo lo amortigua>>.
–¡Joder Mel!. Realmente eres un tío patético. Te estás haciendo una paja mirando unos putos pies.
Mel se detuvo. Justo a la vez, el grifo dejó de sonar.
–Mel, alcánzame una sabana por favor.
–Sí… claro– contestó Mel de manera torpe y avergonzada.
<<¿Qué coño hago?>>.
Se levantó, se guardó el pene y cogió la sabana de Cat. Sin pensar, se la llevo a la nariz. Olía a ella.
–¡Estás enfermo tío!– le dijo la voz con un pequeño acento oriental.
<<¡Déjame en paz!>>
–Toma– Mel se agacho y metió el brazo por debajo de la mampara, incomodo por la presión que le producía su pene erecto atrapado en los pantalones. La mano de Cat apareció y retiró la sabana rápidamente, procurando no tocar la de Mel, o eso es lo que le pareció a él.
<<No quiere ni tocarme>>.
–Porque sabe que te has tocado la cola.
<<Gilipollas, hice bien en matarte>>
–Sí, porque con lo pringado que eres seguramente ahora estarías sujetando un par de velas.
El sentido de culpabilidad volvió a invadir a Mel.
<<Lo siento>>.
–¿Sientes el que?– dijo el Xhen de su cabeza.
<<Ya sabes, haberte matado>>
–Bueno, no pasa nada. Al fin y al cabo estaba condenado ¿no? Eso es lo que tú piensas, así que es lo que pienso yo. Soy solo una voz en tu cabeza– Mel miraba a la cabeza sin rostro. A pesar de eso, mentalmente podía imaginar la cara de Xhen, con sus ojos rasgados, sus finos labios. Su pelo tieso. Un oriental común y del montón. <<Seguramente habría sido así>>, pensó.
–No te guardo rencor, supongo que defendías lo que consideras tuyo. ¿No dicen que en el amor y en la guerra vale todo? Pues eso.
<<Gracias, necesitaba oír eso. No soy mala persona, ¿sabes?>>
–¿Y eso quién lo dice?
<<Supongo que yo>>
–Pues yo debería decir que eres un asesino, ¿no?
<<Llevabas un arma, creí que no traías buenas intenciones>>.
–Ya, pero la llevaba por que como me aconsejó Cat, era práctico llevar dos objetos para reorientar mi trayectoria. Cuanto más denso fuera el objeto, más la podría corregir. ¿Qué mejor que un objeto metálico, pesado y manejable?
<<No lo había pensado…>>.
–Claro que sí Mel. Si lo pienso yo lo has pensado tú. No seas hipócrita. ¿Acaso empiezas a creer en que te estoy hablando de verdad?
<<Simplemente está en mi cabeza>>. Pensó Mel y comenzó a asustarse.
–Pues claro que solo estoy en tu cabeza– la cara que en realidad no tenía rostro, sonrió en la cabeza de Mel.
Mel se preguntó si así habría sido el verdadero Xhen. Bromista y toca pelotas, pero aparentemente buen tipo.
<<Quizás sí>>.
La mampara del baño se corrió y apareció Cat con la sabana envolviéndola desde debajo de las axilas, hasta medio muslo. Era una bonita imagen. El pelo mojado la favorecía muchísimo.
–Parece un vestido. Estás muy guapa– comentó Mel con una sonrisa en la boca y mirándola de arriba abajo.
–Es un vestido de fiesta– dijo ella y apoyando un brazo en la jamba de la puerta, y el otro en su cadera ladeada– ¿De verdad estoy guapa con esto?
–Muy guapa.
–Bueno, ¿sigo con mi historia?
–Claro que sí.
132 horas…
–Te juro que lo intentó todo antes de acostarse con hombres por dinero– decía Cat, jugueteando distraída con un envoltorio de la comida que acaban de ingerir– pero al final fue la única salida que nos quedó…
<<Lo intentó todo antes de hacerse puta>>, tradujo Mel en su cabeza.
–No tienes por qué avergonzarte Cat. Sé perfectamente lo que algunas veces nos vemos obligados a hacer para sobrevivir– dijo Mel comprensivo.
–Ya… pero no podía evitar pensar que aquello era culpa mía. Yo la había llevado hasta esa situación.
–Claro que no era culpa tuya, gracias a ti fuisteis libres. Tienes que verlo así.
–Pero esa no era la libertad que yo buscaba…
–Supongo que no había manera de saberlo– dijo Mel. Cat no apartaba la vista de aquel envoltorio que arrugaba y plegaba una y otra vez por distintos sitios.
–Cambiamos de ciudad y encontramos un piso. No fuimos tan tontas como para irnos sin dinero. Le pegamos un buen sablazo a mi padre. Mi madre cogió todas las joyas y el dinero en efectivo que pudo de la casa. Sacó con la tarjeta de crédito lo máximo que pudo y nos fugamos. Gracias a eso, pudimos pagar el alquiler durante 6 meses. Aparentemente, había mucho margen para que ella pudiera encontrar algo… pero no iba a ser tan fácil como esperábamos.
>>Yo me ofrecí a buscar algo, pero ella se negó rotundamente. Era muy cabezota. Decía que yo debía centrarme en estudiar, que iría a la universidad y sería alguien importante. Insistía mucho en que no cometiera su mismo error. Ella dejó la universidad para casarse con mi padre, ya lo sabes. Decía que si pudiera volver atrás, jamás lo habría hecho de esa manera. “Una persona siempre debe poder valerse por sí misma, es algo básico para poder ser feliz”, solía decir. Como mi padre era de buena familia y además tenía un trabajo en el que ganaba mucho dinero, no había necesidad de que mi madre trabajara. No era una necesidad económica. En nuestra antigua casa teníamos servicio, así que ella tenía poco que hacer aparte de supervisar el impecable trabajo que hacían las chicas. Eso la hizo sentirse una completa inútil. Supongo que las personas necesitamos sentir que somos útiles en algo, y mi madre se sentía inservible en todos los aspectos de su vida. Doy por hecho que eso era lo que le mantenía la autoestima tan baja. Puede que aparentemente fuera una vida sencilla y envidiable, siempre y cuando no tuvieras que sufrir palizas, claro está. Para ella aquello era como estar prisionera en una cárcel de oro.
>>Comenzamos nuestra nueva vida en una nueva ciudad. Yo me matriculé a mitad de curso en un nuevo colegio y conocí a nuevas personas. No tenía nada que ver con nuestra antigua vida, pero comenzamos con ilusión y muchas ganas. Madre e hija juntas contra el mundo. Pasó el primer mes y no encontró nada. No había problema, teníamos margen de sobra. Durante el segundo mes fue más de lo mismo, pero las opciones laborales del entorno cercano se habían agotado por completo. Mi madre era una mujer hermosa, pero apestaba a ricachona, era obvio que provenía de otro mundo y la gente lo notaba. Tenía hechas varias operaciones de cirugía estética, todas por petición de mi padre en un intento de tener una mujer completamente a su gusto. Pecho y nalgas de silicona, reducción de cintura, implante de labios, nariz operada, botox… mi madre se miraba al espejo y era incapaz de ver la mujer que fue 14 años atrás, todo era artificial y se notaba. Una persona así fuera de su mundo, no era aceptada fácilmente. Buscaba trabajo de cualquier cosa que no requiriera cualificación académica, pero en todos lados la miraban de arriba abajo y le decían que no era lo que buscaban. No daba el perfil. Si en algún lado le daban la oportunidad de mostrar sus cualidades, en seguida le daban con la puerta en las narices. Ella trataba de convencerles de que aprendería rápido, que solo necesitaba tiempo para coger soltura, pero nunca coló. Nadie estaba por la labor de enseñarle nada. ¿Por qué iban a perder su valioso tiempo para complacer a una ricachona que seguramente tendría la vida resuelta?
<<Y así pasaron los 6 meses y se acabó el colchón económico. Yo estudiaba más que nunca, porque consideraba que era mi parte del trato. Llegó al fin el temido día en que no pudimos pagar el alquiler de la casa. Mi madre estaba muy deprimida. La ilusión con la que había comenzado se fue desvaneciendo día a día. Su vida había girado alrededor de una persona a la cual había abandonado y, darse cuenta de que esa dependencia era absoluta, era difícil de encajar. “Hija, nos equivocamos al dejar a tu padre”, me dijo un día al borde del llanto. Yo le dije que cualquier cosa era mejor a vivir con mi padre. Me dijo que ella podía vivir debajo de un puente si era necesario, tenía muy claro que incluso eso sería mejor que aguantar el desprecio constante de aquel hombre. Lo que no podía soportar era la idea de que yo acabara mal junto a ella. Tendríamos que volver si no encontraba un trabajo pronto. Supongo que la entiendo. Yo no he sido madre, pero sé que el amor que siente una madre por sus hijos es la mayor expresión de afecto que se puede dar entre seres humanos. El amor más puro e incondicional que puede existir.
Mel se puso triste al escuchar eso. Él no tenía recuerdos de su madre, ya que murió cuando él tenía 8 meses de una sobredosis de Spum. Eso, ya lo sabía Cat. Sus abuelos habían intentado criarle y darle todo él amor que necesitaba, pero eso no llenaba el vacio que sentía. Quizás, de pequeño, era tan malo por eso. No consideraba justo que él no tuviera una madre que le quisiera e hiciera cualquier cosa por él, así que lo pagaba con el resto del mundo. Quizás por eso lo pagó con el pequeño Bean. Él tenía a Irina.
<<Se que fue por eso>>, pensó. <<¿Se puede ser malo sin motivo, ser malo por qué sí?>>. No sabía contestar a esa pregunta. Little no creía en la maldad pura y descubrió el verdadero problema de Mel. Gracias a esa oportunidad y voto de confianza, pudo reinventarse a sí mismo.
–Llegó el día de cobro, el día en el que no íbamos a poder pagar. El casero llamó a la puerta y mi madre le abrió– decía Cateline sin levantar la vista de sus manos– Era un hombre de unos cincuenta años. Le deberían ir bien las cosas porque estaba bastante bien alimentado. Recuerdo perfectamente esa papada colgandera que oscilaba de derecha izquierda mientras gritaba a mi madre hecho una furia, era repugnante. Mi madre le dijo que necesitaba tiempo para conseguir el dinero y él se enfadó mucho. Dijo que cómo pensaba pagar si le constaba que no tenía trabajo, que no tenía intención de mantener a una mujer y a su hija por amor al arte. Él no vivía de la caridad. Todo esto lo chillaba rojo como un tomate. Mi madre no paraba de suplicar que le diera un mes más. Él decía que no, que no lo haría a cambio de nada. Yo por entonces era una chica bastante inocente en esos sentidos. Mi madre me dijo que por favor saliera de casa. “Cat, cariño, vete a dar una vuelta para que termine de aclarar este tema con el casero” me dijo. Recuerdo su cara perfectamente. Yo no sabía lo que iba a hacer, pero parecía como si se estuviera despidiendo para siempre. La obedecí, y así empezó todo. No sé lo que pasó ahí adentro, pero cuando volví mi madre estaba igual que cuando volvía del colegio y mi padre la había zurrado. No tenía heridas ni marcas de golpes, pero la mirada de vergüenza era la misma. Le pregunté si teníamos que irnos y dijo que no, que estaba todo arreglado.
–Joder Cat, lo siento de veras– Y de verdad lo sentía por ella.
–Sí, fue duro. Aquel hombre debió hacerle buena publicidad, porque poco a poco fueron llegando cada vez más hombres a casa. Para entonces ya sabía lo que estaba pasando exactamente: Mi madre era prostituta. A veces venían a casa, a veces iba ella. Volvió a entrar el dinero en casa. Supongo que aparentar ser una mujer de dinero atraía a aquella sencilla gente. Yo jamás estaba en casa cuando venía visita. Ella me decía cuánto tiempo debía estar fuera y yo jamás aparecía ni un minuto antes de tiempo. Un día ya no pude aguantar más y le solté lo que pensaba. No habíamos huido de una vida de humillación para acabar de igual manera. Dijo que no se sentía orgullosa, pero que si para ponerme un plato en la mesa y un techo sobre la cabeza hacía falta hacer aquello, se abriría de piernas las veces que fuera necesario. Lo dijo con lágrimas en los ojos, y supe que de momento no había otra forma de hacer las cosas.
>>Poco a poco fue recuperando la confianza. Una vez rota la barrera de hacer algo de lo que no se veía capaz, fue quitándole hierro al asunto. Sí, se acostaba con hombres por dinero, ¿y qué? Ella decía que todos éramos prostitutas, solo que cada uno vendía distintas partes de sí mismo. ¿Por qué era peor alquilar su aparato reproductor durante un rato que alguien que vende su intelecto para resolver problemas o la fuerza de sus brazos para levantar ladrillos o arrastrar carretas? Sí, se consolaba con aquella idea y empezó a llevar el tema de otra manera. Yo fingía que la respetaba, pero jamás llegué a hacerlo del todo. No iba a ser algo temporal. Se palpaba como cada vez se sentía más a gusto con lo que hacía, pero a mi realmente me asqueaba.
>>Por primera vez en su vida, cuidaba realmente de alguien. De verdad estaba siendo una madre. Solo dependía de sí misma y aquello la hacía sentirse bien. Yo entendía el contenido, pero nos las formas. Cada vez ganaba más dinero y estaba empezando a coger fama. Yo, mientras, estudiaba y estudiaba, intentando que todo eso me afectara de la menor manera posible. Cuando por casualidad me cruzaba a algún tipejo que iba a tirarse a mi madre, se me revolvía el estomago. Empecé a sentir verdadero odio por los hombres, me daban asco. Todas las desgracias de mi vida venían de manos de los hombres.
>>Nuestra casa era pequeña, y a los cuatro meses de estar trabajando como prostituta mi madre decidió que nos mudaríamos a un sitio mejor. Sabía que podría ganar mucho más dinero si vivíamos en una mejor zona.
<<Nunca me mira a la cara cuando cuenta su historia>>, pensó Mel.
–¿Le guardas rencor?– preguntó.
–Rencor no es la palabra. Supongo que hacía lo que tenía que hacer. Hablábamos bastante e insistía mucho en ese tema. Me preguntaba a menudo “Cat, ¿entiendes por qué hago todo esto?”. Yo decía que sí, que sabía que lo hacía por mí. Ella ya no buscaba nada, su forma de vida sería acostarse con hombres. No tiene por qué ser ningún drama si lo llevas con filosofía, supongo... Su caché fue subiendo y podíamos vivir muy desahogadas con que se acostara con un hombre al día. Aun así, hubo noches en las que pasaban 7 u 8 personas por su cama.
>>Yo era la mejor de mi clase, y ya cerca de los 18 estaba a punto de ir a la universidad. Sus clientes cada vez eran de clase más alta, y cada vez más depravados. Si a un hombre le vas a cobrar cierta suma de dinero por sexo, no te puedes negar a ciertas cosas. No es que me contara lo que hacía dentro del dormitorio, pero era una chica demasiado curiosa para no fisgonear. No pude evitar mirar en sus cajones, y lo que allí me encontré me dejó helada. Yo no sabía mucho de sexo, de hecho, yo era virgen por aquel entonces. Entenderás que viera el sexo con cierto reparo.
–Tranquilo chico, ha dicho por aquel entonces– dijo Xhen en la cabeza de Mel– eso implica que al final si se la tiraron. ¿Te imaginas que fuera virgen?
–Lo que mi madre utilizaba como herramientas de trabajo parecía más sacado de una sala de tortura que de cualquier otro sitio– proseguía Cat– No sabía si aquello se usaba contra ella, o si era ella la que maltrataba a sus clientes. Mi madre no tenía marcas de maltrato, y te juro Mel, que si algo de aquello la hubiera tocado, se notaría. ¿Acaso esa gente pagaba a mi madre para ser torturado?.
<<Joder con la madre, vaya fiera>>.
–De tal palo tal astilla, ya lo sabes. Dile que te azote– la voz de Xhen– esta es más cañera de lo que parece.
<<Cállate ya imbécil>>
–Un día no pude contenerme y le pregunté– prosiguió Cat– necesitaba saber que pasaba exactamente ahí dentro. “Mama, ¿qué haces con tus clientes exactamente?”. Ella dijo que no me preocupara, pero no eran temas para hablar con una hija. Me disculpé, pero le confesé que había estado hurgando en sus cosas y que lo que había visto me había dejado aterrada. Ella quedó pensativa un rato, no estaba enfadada. “Mira hija, la gente, a veces, tiene algunas necesidades un poco complicadas de entender…”, trató de explicarme. A mí, me entró la risa. Le dije que cómo podía ella maltratar a la gente después de lo que había pasado…
–Venganza– interrumpió Mel. Cat, por primera vez en mucho tiempo, le miró.
–Seguramente. Me dijo que no era lo mismo, lo que ella hacía estaba controlado al cien por cien. Simplemente hacía lo que le pagaban por hacer. Si un hombre quería que le golpearan en la polla hasta que dijera la palabra de seguridad, ¿quién era ella para negarse?
–¿La palabra de seguridad?.
–Sí. Cuando la gente juega a esas cosas, hay que pactar una palabra de emergencia. Si alguien la dice, el juego debe terminar. Puede que esté suplicando que no le pegues más, pero es parte del juego. Si no dice la palabra, se debe y puede seguir.
–Joder. Qué locura– Mel se consideraba gran amante del sexo. No llegaba a ser una obsesión, pero lo tenía bastante en mente. Conocía la existencia de ese tipo de cosas, pero jamás habría pensado que tuvieran tanda demanda.
–Yo estaba confusa. Por muy tolerado que fuera aquello por parte de sus clientes, me era duro imaginar a mi madre torturando a alguien. Yo no podría hacerlo aunque me pagaran. Le pregunte que cómo lo hacía. “Fácil Cat, imagino que es tu padre”, me dijo.
–Venganza– repitió Mel, contento consigo mismo por haber adivinado la raíz de sus motivaciones. Cat asintió con la cabeza, de nuevo ya no le miraba. Hizo una larga pausa.
–Un día llamaron a la puerta. Yo estaba en casa porque era por la tarde y no se esperaba a ningún cliente hasta más adelante. Mi madre, extrañada, fue a abrir, “Espera aquí”. Yo supe en el acto que algo iba mal. Desde donde yo estaba, no podía ver nada, pero reconocí su voz en cuanto escuché la primera palabra. “Maldita zorra, llevo cuatro años buscándote”– dijo Cat tratando de imitar una voz masculina, rota y desagradable– Papá nos había encontrado después de cuatro años.
…18…
–Es que me da vergüenza– decía Cateline, y de verdad parecía avergonzada. Tenía las mejillas coloradas.
–Pero Cat, no tiene sentido, acabas de decir que cantabas para cientos de personas– protestó Mel. Llevaban 154 horas juntos.
–No es lo mismo. Esto es mucho más…íntimo.¡Mierda, como pica!– dijo llevándose ambas manos al empeine del pie y rascando con energía de arriba abajo.
–No te rasques tanto, es peor.
–No puedo evitarlo. Como pille a ese maldito mosquito hijo de...– dijo, y se puso a buscar con la mirada. La nave era muy pequeña, pero un mosquito tendría mil sitios donde esconderse.
Ella llevaba un par de noches o, lo que por lo menos ellos consideraban como noches (cuando decidían dormir un rato), quejándose de que un insecto volador la zumbaba en el oído y la picaba. Mel, por su parte, no había escuchado nada y su cuerpo estaba intacto. La pobre Cateline ya contaba siete picaduras. Esta última, que fue en el empeine del pie, la tenía martirizada. Mel supuso que si él fuera un mosquito, también prefería picar a Cat antes que a sí mismo. Ella resultaba más apetecible y sabrosa.
Tras esta rápida y absurda reflexión volvió al tema que le interesaba.
–Pues no me parece justo. Tú me haces cantar cada vez que tienes que ir al baño. Ahora resulta que sabes cantar de puta madre y dices que te da vergüenza. Para algo que hay que ver por aquí, ¡vas y me privas de ello!
–No canto tan bien, a ver que te estás imaginando.
–Seguro que canta genial– dijo Xhen en la cabeza Mel.
<<Seguro que sí>>. Contestó pensando y mirando a Xhen a la cara.
Para Mel, Xhen ya no era un rostro negro y vacio. Tenía cara y, además, muy expresiva. Cada vez le caía mejor, era un tipo gracioso. Se habían hecho buenos colegas a pesar de que Mel le hubiera matado.
–Seguro que cantas genial– dijo Mel repitiendo las palabras de Xhen–, y que sepas que me sentaría fatal que no me lo demostraras.
Hacía tan solo una hora Mel le había preguntado a Cateline que se le daba bien. Ella quedó callada un largo rato y finalmente dijo que nada. Mel no se lo creyó e insistió en el tema. Todo el mundo era bueno en algo, le dijo. Tras dudarlo mucho, Cateline contestó que cantaba bien. Resultó que había formado parte de un coro y que a veces, hacía el papel de solista. A partir de ese momento Mel exigió que le cantara algo, lo que quisiera, pero ella se negó alegando que le daba vergüenza. Llevaban con esa discusión 40 minutos.
–¡Ahora no! En otro momento– dijo Cat sonriente y encantadora para Mel.
–¡Buaaaah!– protestó Mel haciendo un aspaviento con la mano– Te encanta hacerte de rogar.
–No es eso– pero su sonrisa traviesa indicaba lo contrario.
–Yo no te he puesto pegas a enseñarte a boxear, ¡y eso que eres la peor alumna del mundo!– Ante aquel comentario Cat apretó los ojos, los labios y los puños fingiendo furia. No quedó creíble y a Mel le sacó una sonrisa– Bueno, bueno, no eres tan mala. Pero canta, por favor.
Aquello había sido divertido como juego. Uno se hacía de rogar y el otro trataba de convencerle de algo. No había muchas formas de matar el rato, así que cualquier cosa, y de forma inconsciente, trataban de alargarla hasta el punto de rotura. A pesar de eso, Mel ya se estaba cansando y de verdad deseaba escucharla cantar. Se moría de ganas porque sabía que iba a ser uno de los espectáculos más bellos de los que podría disfrutar ahí dentro.
–Bueno– aceptó finalmente Cateline– pero no te rías ¿eh?.
–Pues si lo haces mal me reiré, ¿Qué quieres que haga?– según dijo aquello se arrepintió, pensó que reactivaría de nuevo la actitud reticente de Cat, pero se equivocó. Ella ya estaba sería y concentrada. Con los ojos cerrados y aclarando la garganta.
<<Va a cantar. A ver qué tal lo hace>>.
Y solo con escucharla diez segundos se le inundaron los ojos de lágrimas. Le recorrió un escalofrío por la espalda y se le erizó todo el bello del cuerpo. Mel sabía que se podía llorar por mil razones.
Se podía llorar de dolor y Mel, lo sabía porque cuando Little le rompió la nariz de un puñetazo, lloró como un niño pequeño.
Se podía llorar de angustia, y eso Mel lo descubrió cuando le dijeron que iba a pasar 4 años de su vida en un reformatorio.
Se podía llorar de impotencia. La impotencia que le produjo el saber que jamás podría enmendar su gran error de forma completa le hizo llorar.
Se podía llorar de terror, por que cuando estaba en el centro y sabía que el resto de internos querían hacerle daño, lloraba de puro miedo.
Se podía llorar de pena…, y matar a Bean le hizo sentirse tan triste que lloró como jamás imaginó que se pudiera.
Había mil razones para emocionarse y llorar.
Decían que se puede llorar de felicidad. Mel lo había oído pero jamás le había sucedido, quizás nunca había sido tan feliz como para llorar. De hecho, no tiene muy claro qué es sentirse feliz realmente. Daba igual, suponía que debía ser posible.
Lo que no sabía es que se pudiera llorar ante la belleza absoluta, y es que era exactamente eso lo que le estaba sucediendo. Aquel instante era tan hermoso y perfecto que justificaba toda su existencia.
Cateline mantenía los ojos cerrados, concentrada en lo que hacía y ajena completamente a la emoción que sentía Mel. Lo que ella cantaba no tenía letra, ni falta que hacía. Era una melodía que Cat producía gracias al uso de su diafragma, pulmones, garganta, cuerdas bocales y boca. Era agudo, a veces, pero cambiaba el tono bruscamente. Aceleraba, frenaba, subía y bajaba. Era una autentica montaña rusa.
<<Tengo ante mi el instrumento más hermoso del mundo>>, pensó Mel. Ahora era cuando Xhen debía decir “Fóllatela”, pero se mantuvo callado, disfrutando del espectáculo al igual que Mel. Una hermosa canción con el espacio como decorado de fondo. La tierra anaranjada y la luna blanca también visible en segundo plano detrás de Cat creaban un cuadro inmejorable.
A pesar de no tener letra, Mel pudo imaginar la historia que contaba la canción. Sabía que veía exactamente lo que ella imaginaba y no concebía que puediera ser de otra forma. Era una historia triste y de desamor, pero a la vez una historia hermosa y digna de ser contada. Trataba de un chico que tenía un gran problema y que por error, cometió una terrible atrocidad. Decidió que haría todo lo que estuviera en su mano para cambiarse a sí mismo y enmendar el daño que había hecho de la mejor forma posible. La canción hablaba de cómo recorriendo ese camino, se enamoró de la chica que más le odiaba en el mundo y de cómo aquello le mataba por dentro. Trataba de cómo se ganó su perdón, y de cómo se vio obligado a hacer la cosa más espantosa del mundo para poder limpiar su conciencia… sacrificando y tirando por tierra lo único bueno que le había sucedido en la vida.
La canción trataba de eso, y era innegable.
<<¿Por qué lo sabe>>, se preguntó Mel. <<Está narrando mi vida en forma de música>>.
¿Cuánto duró aquello?, no lo sabría decir pero para Mel fue demasiado poco. Podría haberse pasado la eternidad escuchando y viendo aquello. Era el cuadro completo lo que lo hacía tan perfecto: La hermosa Cat entonando la más hermosa melodía con el fin del mundo como telón de fondo.
Tras el clímax, la parte más emotiva de toda la canción, Cateline quedó en silencio.
Abrió los ojos despacio, como si hubiera estado hipnotizada y no supiera exactamente donde había estado todo ese tiempo. Mel detectó que ella también se había emocionado, que sus ojos estaban vidriosos por las lágrimas. Cuando sus ojos se econtraron, ella sonrió.
Mel quiso besarla. Besar a la criatura más hermosa del mundo y la persona capaz de hacer algo tan sumamente perfecto.
Se contuvo, ¿Y si ella no quería?¿Y si le privaba de escuchar aquello por segunda vez?
–¿Te ha gustado?– preguntó ella casi susurrando.
Mel asintió con la cabeza, todavía con los surcos de las lágrimas en sus mejillas.
–Ha merecido la pena– dijo Mel. Cat quedó un instante confusa.
–¿Ha merecido la pena, el qué?– preguntó ella curiosa.
–Él fin del mundo.
…17…
<<¿Xhen, estas despierto?>> preguntó Mel mentalmente.
Cateline y Mel habían decidido dormir un rato. No respetaban horarios, simplemente, cuando les entraba sueño, dormían.
Mel sabía que Cat estaba profundamente dormida porque lo notaba en su respiración profunda, pero él, llevaba dos horas dándole vueltas a un tema.
–¿Estas de coña? Claro que estoy despierto– contestó Xhen de pié en medio de la sala–. Yo no duermo si tú no duermes.
En algún momento que no sabría concretar, Mel comenzó a ver a Xhen en el interior de la nave como un tercer pasajero.
<<Necesito hablar de una cosa, estoy hecho un lio>>.
–Bueno, para eso están los amigos. Cuéntame colega, ¿te vas lanzar ya a los brazos de Cat de una vez o qué? El tiempo corre.
<<No, no es eso. Creo que debería contarle ya quién soy realmente. Decirle que fui yo quien le rompió la espalda a Bean y que entré en el centro de menores. No me siento bien mintiéndole>>.
–Ya, pero sabes que se va a acojonar, ¿no?
Mel sabía que Xhen tenía razón pero para seguir con su historia y mostrarle a Cat quién era realmente debía aclarar ese tema de una vez por todas. Necesitaba contar su historia al completo y que Cateline le dijera que lo comprendía y, que ella, le habría perdonado, que no era culpa suya. Solo así podría morirse con la conciencia tranquila.
Sentía que era lo que necesitaba.
Su infancia fue muy difícil. Que su madre hubiera muerto de sobredosis al poco tiempo de haberle alumbrado y que su padre le abandonara generó en él sentimientos que un niño no debería experimentar. Los padres de su madre, es decir, sus abuelos, trataron de cuidarle y cubrir sus necesidades afectivas, pero ni siquiera eso pudo amainar la sensación de abandono que sufría el pequeño Mel. Sin pensarlo premeditadamente sentía que tenía derecho a ser malo, porque si la vida había sido injusta con él, él tenía el derecho de ser injusto con el mundo. Si a eso se le añadía el entorno normalmente hostil en que se desenvolvía, cualquier mal acto estaba inmediatamente justificado.
Aunque hasta sus siete años fue un niño difícil y desobediente, sus abuelos todavía conseguían mantenerle más o menos a raya. Todo se torció cuando apareció Porko.
Mel sabía que jamás tuvo amigos de verdad. Podía pasar el rato con otros niños, pero siempre acababa riñendo o peleándose con alguno. No se sentía ningún bicho raro por ello, de hecho, la mayoría de los niños de su edad eran como él. Vivian en un barrio pobre contaminado por las drogas donde los panoramas familiares no eran los más adecuados. Los niños imitaban a los mayores y los mayores libraban luchas de poder en cada esquina.
<<¿Sabes quién es Porko?>>– preguntó Mel a Xhen.
Mel hacía mucho que no hablaba de Porko. Little le dijo que debía olvidarlo para siempre y borrarlo de su cabeza. Solo con pensar en él corría el riesgo de invocarlo.
–¿Porko? Vaya nombre. No sé quién es pero con ese nombre seguro que no era un tío atractivo, ¿a qué no?
<<No era guapo, no. Era un cerdo con un parche en el ojo y la cabeza rota>>, pensó.
Una tarde de primavera, Mel, con siete años de edad, salió a dar un paseo con su recién fabricado “tira huevos” en busca de cosas a las que disparar y romper. Era un artilugio muy sencillo de elaborar y popular entre los niños del barrio. Solo hacía falta un cilindro rígido de unos 5 cm de diámetro, un globo de goma y cinta adhesiva. El cilindro podría ser cualquier cosa, pero en el barrio los chicos los solían hacer con el rollo de cartón que quedaba cuando se acaba el papel de cocina. A ese tubo, se le pegaba con cinta adhesiva un globo de goma elástica por una de las bocas. Ese sencillo artilugio era capaz de lanzar proyectiles a gran velocidad, siendo los garbanzos duros la munición favorita de Mel.
Llevaba el bolsillo repleto de garbanzos y disparaba indiscriminadamente a todo lo que se le ocurría: señales de tráfico, retrovisores de coches, latas de refrescos, botellas, e incluso si veía algún niño al que pudiera hacer frente sin problemas, también lo disparaba en las nalgas o las piernas. Mel sabía por experiencia que si te daba bien un proyectil lanzado con un tira huevos tendrías una buena herida asegurada.
Sin darse cuenta, llegó andando a la zona industrial del barrio, llena de inmensas naves donde se hacían cosas que Mel desconocía. De vez en cuando se cruzaba con algún adicto al Spum y se ignoraban mutuamente. Para un adicto, un niño de siete años no tenía ningún valor, o al menos eso pensaba el por aquel entonces “inocente” Mel.
Cuando ya empezaba a aburrirse y se disponía a reandar el camino de vuelta, algo llamó su atención. En medio de la carretera había un pequeño bulto rosado que se movía de un lado a otro sin rumbo definido, aparentemente desorientado. El bulto recorría una distancia de forma rápida, se detenía, examinaba el entorno, y se ponía en marcha de nuevo en una dirección aleatoria. Mel no se pudo resistir y se acercó a averiguar de qué se trataba exactamente. Era un pequeño cerdito. Había visto infinidad de animales como ese en la carnicería donde compraba su abuela, pero jamás había visto uno vivo. El pequeño animal reparó en Mel y se quedó congelado, alerta y expectante.
–Hola– dijo Mel esperando a que el cerdito le devolviera el saludo. Este, tras unos instantes de indecisión, se dirigió a Mel con paso lento y desconfiado.
Alguna de esas naves debía ser algún tipo de carnicería y aquel animal habría logrado escapar, no importaba. El cochinillo llegó a los pies de Mel y se quedó ahí plantado mirándolo desde abajo y meneando el trasero de un lado a otro. Se le veía asustado, pero a la vez parecía esperar que Mel diera solución a su problema: se encontraba perdido y quizás aquel ser humano podría hacer algo por él.
Mel sintió simpatía instantánea por ese pequeño animal en el cual, de alguna manera, se veía reflejado. Estaba solo.
–Estas perdido, ¿verdad pequeño?– Dijo Mel y sin dudar, se puso en cuclillas junto al cerdito. Despacio, llevó la mano hasta la cabeza del cerdo y le rascó cariñosamente detrás de las orejas. El animalito recibió el gesto sin apartarse.
–Te llevaré a casa conmigo y serás mi mascota, ¿Qué te parece? Te llamaré Porko–. Mel recibió la mirada extraña del cerdo como respuesta. Evidentemente, no entendía nada. Era un animal muy gracioso.
Mel se puso en pie y el animal reculó unos centímetros, preparado para salir corriendo en caso de que aquel humano no tuviera del todo buenas intenciones.
Una siniestra idea se encendió en la cabeza del pequeño Mel.
–Quédate quieto un momento chico–, le dijo.
Sacó el tirahuevos del bolsillo trasero de su pantalón y lo cargó con un garbanzo. El cerdo no se inmutó. Apuntó la boca del artilugio a la cara del animal, con el pulgar y el dedo índice pellizco el proyectil a través de la goma del globo y lo tensó lo máximo que pudo.
–No te muevas– dijo, y el cerdo no se movió, ignorante completamente de lo que iba a suceder.
Mel liberó el garbanzo y la goma del globo se destensó liberando el garbanzo a gran velocidad, recorriendo el escaso medio metro que distaba de la cara del cerdito. Dio un brinco y salió corriendo en sentido contrario, chillando de una forma aguda y dejando un pequeño reguero de sangre por donde pasaba.
Mel no tenía muy claro que esperaba de todo aquello, simplemente disparó para ver qué pasaba. Observó paralizado al desesperado cerdo correr cuando este chocó contra una señal de tráfico a unos veinte metros de Mel. Quedó tendido e inmóvil.
Mel, temblando de la impresión que le había producido escuchar los chillidos de dolor del animal, se dirigió a ver como se encontraba. El animal respiraba agitadamente y tenía mucha sangre en la cara. El garbanzo le había impactado justo en el ojo y se lo había estallado. El golpe sufrido contra la señal de tráfico también le había dejado una buena marca en la frente. El animal miraba a Mel a través de su ojo intacto, y esta vez se podía apreciar el pánico que sentía. Mel no entendía por qué no se levantaba y salía huyendo.
–Joder, un puto cerdo– Mel pegó un brinco al escuchar una voz a su espalda. Al girarse, descubrió a un demacrado hombre que seguramente sería adicto al Spum.
–Se ha chocado contra la señal– Dijo Mel, preocupado de que el hombre supiera que él le había disparado primero.
–Chico, he visto como le disparabas. Seguramente se haya roto la espalda al chocarse. Deberías rematarlo.
–¿Rematarlo?– Preguntó asustado.
–¡Si coño! Matarlo, ese animal está sufriendo por tú culpa. Es lo menos que puedes hacer–, dijo el adicto y prosiguió su camino.
Mel se sentía fatal. ¿Por qué había disparado a aquel ser indefenso? Se lo quería llevar a casa para cuidar de él y al instante siguiente decidió dispararle a la cara.
<<Solo quería ver qué pasaba>>, se dijo a sí mismo para justificarse. Por una vez en su vida, había sentido verdadero poder sobre algo. La vida de aquel animal había estado en sus manos. Estaba condenado y Mel había barajado la idea, por un instante, de cuidar de él y salvarlo. Esa idea quedó en segundo plano cuando sintió la necesidad visceral de hacerle daño. ¿Por qué? Porque si a él le habían abandonado y nadie le salvaba, que derecho tenía aquel cerdo de tener mejor suerte.
Aun así, ver al animal agonizando le estaba creando ansiedad, así que decidió que debía hacer caso al adicto. Miró alrededor en busca de algún objeto útil para dar sentencia al cerdo. Fue un pedazo de hormigón del tamaño de un melón lo que decidió utilizar para acabar con el sufrimiento de Porko. Aquel pedrusco pesaba demasiado, pero Mel logró sostenerlo con los brazos estirados hasta la altura de sus caderas. Se colocó encima del animal para que el plomo de la piedra quedara justo encima de la cabeza y la dejó caer.
Un desagradable crujido indicó que el cráneo se había roto, pero el animal en vez de quedar en silencio, comenzó a chillar de nuevo y a mover las patas descontroladamente. Mel no pudo aguantar el macabro espectáculo ni acabar el trabajo, así que salió corriendo dejando al agonizante y ruidoso animal tras de sí.
Todo esto se lo contó a Xhen tumbado en la cama.
–Eras un maldito sádico– dijo Xhen al terminar de escuchar la historia.
<<Me sentí fatal, en serio. No sé por qué disparé, simplemente sentí la necesidad de hacerle daño. Sí, me arrepentí en el acto pero…>>
–Bueno, era un cerdo. Tampoco es tan grave. Lo que me hiciste a mi sí que no tiene perdón.
<<El problema es que un día Porko volvió, y te prometo que no fue la mejor influencia para mi>>, pensó Mel.
…16…
Habían terminado de desayunar, por llamarlo de alguna manera. Llevaban 170 horas juntos.
Lo último que sabía Mel sobre la historia de Cateline es que su padre se plantó tras 4 años en casa de estas, pero su narración se había quedado interrumpida en ese punto. Aunque ella decidió parar en aquel instante, Mel se moría de ganas por saber que sucedió a continuación.
–Cat–, dijo Mel decidido tras meditar si era correcto o no preguntar concretamente– ¿qué pasó cuando volvió tu padre?
Ella levantó la cabeza del plato, su cara apenas reflejaba emoción alguna.
–No sé si quieres saberlo Mel.
<<Debió pasar algo muy gordo>> pensó él.
–Bueno, tú estableciste las reglas de este juego. “Cuéntame tú vida con todo detalle”. No creo que estemos aquí para juzgarnos, sino para conocernos a un nivel… total– Aunque Mel dijo aquello, él si sentía que se juzgaban mutuamente.
Cateline asintió con la cabeza, parecía decidida a proseguir.
–Apareció de repente y sin aviso, tras cuatro años– comenzó a narrar–, sabes que la forma de vida que llevaba mi madre me asqueaba, pero entendía que los acontecimientos la habían forzado a ello. Muchos de sus clientes se habían enamorado de ella, incluso la propusieron que abandonara todo aquello para cuidar de ella. Se negó a todos, no quería volver a depender de un hombre en su vida, y supongo que aquello sí que era respetable.
>>Mi padre llamó a nuestra puerta hecho una auténtica furia tras cuatro largos años de búsqueda. No sé si nos buscó personalmente o contrató a un detective privado, no tuvimos tiempo de preguntarle. Lo primero que hizo al entrar por la puerta fue golpear a mi madre. Yo corrí hacía la puerta y encontré a mi madre tirada en el suelo, tratando de parar los golpes que él le lanzaba mientras la insultaba sin parar. Decía que le había avergonzado y que la iba a matar, que ninguna puta desagradecida iba a humillarlo de esa forma y salir impune. Por un instante me quedé paralizada, no sabía qué hacer, pero algo dentro de mí que no sabía que existía tomó el control de la situación. Me abalancé sobre él saltando sobre su espalda. Mi padre no era un tipo grande, pero ya ves que yo tampoco abulto demasiado. Se zafó de mí con facilidad y acabé estrellada en el suelo. “¡Tú no te metas, esto no tiene nada que ver contigo!”.
>>Claro que tenía que ver conmigo, y supe en ese instante que o mataba a mi padre, o ambas acabaríamos muertas. “¿Qué está pasando aquí?”, por el umbral de la puerta apareció Roland, era nuestro vecino. Nuestro trato con él se reducía únicamente a saludarnos en las zonas comunes de la urbanización. Al oír los gritos decidió ver qué pasaba y se vio envuelto en la situación. Mi padre, que seguramente no contaba con posibles intromisiones, sacó una pistola de la chaqueta y apuntó a Roland. “¿Tenemos aquí a un héroe? Entra y cierra la puerta”, le dijo. Roland levantó las manos y obedeció. Estaba tenso, pero no parecía tener miedo. “No sé qué está pasando aquí ni por qué, pero esta no es la manera de solucionarlo. Vamos a sentarnos a…”, no pudo acabar la frase, mi padre se abalanzó sobre él y le golpeo con la culata de la pistola en la sien. Roland calló aturdido al suelo con el golpe claramente marcado y sangrando abundantemente. Entonces, desde el suelo, pude observar a mi padre y la transformación que había sufrido. Para mí siempre había sido un borracho, pero para el resto del mundo era un hombre respetable, al menos, daba esa imagen. Él hombre que yo tenía delante era un despojo humano. Ojeras, demacrado, con barba de varios días y con la ropa vieja y sucia. Se le habría confundido con un indigente fácilmente. Que le hubiéramos abandonado le había afectado mucho, y yo me alegré de que así fuera. Además, que se hubiera presentado en casa con un arma me hizo entender que de esa habitación no podíamos salir vivos. Él había venido con la intención de matar a mi madre y yo no iba a permitir que eso sucediera.
>>Se apreciaba que Roland respiraba, pero no se movía. Mi padre permaneció un rato encañonándole con la pistola, asegurándose de que no daría más guerra durante un rato. Se giró a mi madre y la apuntó. “Me hubiera gustado disfrutar un poco más pegándote, pero me temo que debo irme de aquí lo antes posible”. Mi madre lloraba desconsolada, con las manos alzadas como si pudiera frenar una bala.
A esas alturas del relato Mel sabía que el final trágico era inevitable. Alguien resultó asesinado en aquel momento y solo sabía que no fueron ni Roland ni Cateline.
–Me puse en pie– prosiguió ella con la voz temblorosa– cogí un objeto decorativo que había en la mesita del recibidor. Era como una especie de abre cartas, que en realidad jamás se había utilizado como tal. Era un arma camuflada como objeto decorativo, y entonces entendí porque aquello había estado siempre ahí. Mi padre no lo vió llegar, le clave el abrecartas justo entre los omóplatos. Yo esperaba que aquello conseguiría que mi padre callera fulminado, como en las películas, fin de la historia, pero no fue así. Gritó de dolor y el arma se le escapo de las manos. Arqueo la espalda hacia atrás y con ambas manos trató de llegar hasta su espalda para sacarse el puñal, sin éxito. Por lo menos se lo había clavado en un punto inaccesible para él. Yo me retiré asustada, deseando que en cualquier momento se derrumbara y acabara aquella pesadilla. Mi madre seguía llorando y gimoteando sin reaccionar, se había transformado de nuevo en la mujer miedosa que había sido siempre. Todo dependía de mí.
Mel estaba impresionado. Aquella aparentemente frágil chica tenía un coraje admirable. Cat parecía que en cualquier momento fuera a llorar, pero no lo hizo.
Según narraba, se rascaba con ansia una picadura de mosquito en el hombro. A esas alturas, tenía ya 12 picaduras en el cuerpo. Todavía no habían dado con el molesto insecto.
–Yo estaba pegada a la pared, muerta de miedo, y mi padre cejo en el intento de quitarse el puñal. Se giró hacia mí y me llamó hija de puta. A pesar de tener un cuchillo alojado en la columna vertebral fue a por mí. Aunque caminaba de forma torpe y espasmódica, llegó hasta mí con los brazos en alto y me envolvió el cuello con ambas manos. Yo tenía la pared detrás, así que mi huida era imposible. No sé cómo, pero acabé en el suelo con él encima estrangulándome mientras me goteaba en la cara una mezcla de saliva y sangre que salía de su apestosa boca entre insultos y palabras incomprensibles. No podía coger aire ni gritar, quería pedir ayuda a mi madre, pero ella seguía llorando y no hacía nada por salvarme. Iba a ser asesinada a manos de mi padre. Aunque había forcejado con todas mis fuerzas, sentía que las perdía segundo a segundo. Cuando ya me había rendido y había asumido que iba a morir, escuche un siseo y un crujido. Sentí un líquido caliente en la cara y como la presión de mi cuello desaparecía de golpe. Recuperé la vista y vi a mi padre con los ojos abiertos y un agujero en la frente del que emanaba una sustancia negra y viscosa. Se desplomó hacía un lado, permitiéndome ver a Roland de pie con la pistola en la mano. Roland acaba de matar a mi padre, y me había salvado la vida.
–Joder Cat, lo siento…– dijo Mel
–Yo no. Me alegro de que muriera. Lo que siento es que tuviera que ser Roland el que lo matara. Gracias a dios mantuvo la sangre fría. Logró que mi madre saliera del estado de shock en el que se encontraba y exigió saber quién era aquel hombre en realidad. Le explicamos que era mi padre, y de forma resumida por qué había acabado presentándose en nuestra casa dispuesto a matarnos. El escuchó nuestra historia silencioso y pensativo. Acababa de matar a un hombre y necesitaba saber el por qué. Mientras tanto, el cadáver de mi padre seguía manchando con su sangre la alfombra del recibidor.
>>Dijo que había que llamar a la policía. Yo lo último que quería era que aquel hombre se metiera en problemas. ¿Podría alegarse que había sido en defensa propia y que Roland saliera airoso de aquella situación?, ninguno teníamos ni idea. Mi madre propuso la primera solución. “Trocearemos el cadáver y nos desarenos de él”. Es fácil decirlo, pero encontrarte con un cuerpo humano en una bañera y comenzar a desmembrarlo se te queda grabado en la cabeza para siempre, te lo juro.
–¿Lo hicisteis?– Preguntó Mel sorprendido, ¿realmente aquella chica había sido capaz de aquello?
–Lo hicimos entre los tres. Entre nauseas y mareos. Ninguno de nosotros era un psicópata. Habíamos hecho ruido y teníamos el temor constante de que en cualquier momento apareciera la policía alertada por algún vecino. Tardamos tres horas en trocear a mi padre en 9 partes.
–Joder Cat– Mel no sabía lo que decir– tuvo que ser…
–Horrible– y por fin rompió a llorar.
…15…
Mel quedó completamente impresionado por las recientes revelaciones de Cateline. Llevaban 175 horas juntos.
Aquella aparentemente cándida chica había sufrido una de las experiencias más traumáticas que Mel podía concebir: sufrir un intento de asesinato a manos de un padre. Él fue abandonado por el suyo en cuanto su madre murió de sobredosis y Mel lo odiaba por ello. Aun así, no era comparable al intento de asesinato.
Revivir todo aquel drama hizo que Cat se desmoronara durante casi veinte minutos. En un intento de consolarla, Mel se acercó a abrazarla.
–Aquí estás a salvo, lo bueno del pasado es que siempre se queda atrás– dijo Mel citando la frase que decía Little a menudo.
<<Lo malo del pasado es que siempre vuelve>>, pensó.
Ella, inicialmente, recibió el abrazo agradecida, pero al poco rato lo apartó bruscamente y se serenó.
–Lo siento, no sé que me ha pasado– dijo, y se puso en pie enjugándose las lágrimas.
–Es normal– dijo un poco afectado por el hecho de que le hubiera apartado de esa forma–. Son momentos duros de revivir.
–Le das asco– apreció Xhen que observaba la escena sin poder interactuar con nadie a parte de con Mel.
<<Cállate, simplemente está afectada>> le dijo a Xhen, pero realmente había sentido algo parecido al desprecio.
Mel quería aclararlo todo con Cat lo antes posible, pero estaba claro que ese no era el momento, tendría que esperar.
Porko apareció al poco tiempo de que Mel le dejara caer una piedra sobre la cabeza. Las primeras noches no podía dormir por culpa de las pesadillas y los remordimientos. Recordaba al cerdo tuerto, chillando y corriendo desesperado por su culpa, el ruido de su cráneo al partirse en dos pero aun así permanecer con vida. Quiso consolarse con la idea de que aquel cerdo acabó muriendo, pero Mel ignoraba cuanto tiempo estuvo agonizando.
A la cuarta noche, se llevó un susto de muerte cuando se lo encontró al pie de su cama. No era exactamente como el cerdo que mató, de hecho, era un animal imposible. A pesar de ser un cerdo, caminaba sobre las dos patas traseras y permanecía erguido, como si de un ser humano se tratara. Un parche negro sobre el ojo izquierdo y un vendaje en la cabeza eran las únicas prendas que llevaba. Iba completamente desnudo, quedando al descubierto un desproporcionado pene que parecía más humano que animal. Mel llevaba varias noches sin dormir del tirón, dando vueltas en la cama inquieto, y al ver a ese extraño ser ahí plantado sin sentido alguno, hizo que diera un bote y se pegara contra el cabecero de la cama, como si ganar aquella pequeña distancia le pusiera un poco más a salvo de aquel inesperado intruso.
El cerdo lo observaba en silencio, fumando un puro de dimensiones absurdas que sujetaba de manera incompresible entre las pezuñas de su extremidad superior derecha.
Mel rompió el hielo.
–¿Quién eres?–dijo con la voz temblorosa.
–¿Quién soy? ¿No te acuerdas de mí? Soy Porko, tú amigo. ¿Has visto que parche más guapo me he pillado? A las nenas les chifla, me da un toque peligroso. ¿No crees?– Dijo el animal con una voz rota y grave como la que tenían los adictos al Spum.
Aunque Mel, con siete años, sabía que aquello no era posible, no podía negar lo que veían sus ojos.
–Pero, yo te maté.
–Bueno, no quiero entrar en tecnicismos. Me dejaste caer una piedra en la cabeza, sí, pero aquí estoy, ¿no?–. Dijo y dio una larga calada a su puro–. Voy a quedarme una larga temporada por aquí, ¿sabes?– Echó una larga bocanada de humo– ¿Dónde puedo dormir?
Porko medía poco menos de 90 cm. Aunque el cerdo que Mel mató era una cría, aquel cerdo hablaba y aparentaba ser un adulto y, además, fumaba un enorme puro.
Mel miró a su alrededor y señaló al hueco que quedaba entre su cama y la pared.
–Ahí puedes echarte.
–Joder, ¿Ni un colchón ni nada? Eres un pésimo anfitrión ¿sabes?– Protestó Porko malhumorado–. Por hoy me vale, pero mañana quiero una puta cama decente.
Porko se tumbo boca arriba donde Mel le había indicado y se llevo una pezuña a los genitales. No se quitó el puro de la boca, la punta del puro se encendía a cada aspiración y salía humo a cada exhalación.
Mel tenía miedo. Porko no parecía haber venido a hacerle daño, pero su mera presencia le tenía aterrorizado.
<<Estoy soñando, seguro. Trataré de dormir y cuando despierte no estará ahí>>, pensó Mel sin demasiadas esperanzas.
Cuando Mel despertó por la mañana, lentamente se asomó por el lado de la cama, deseoso de encontrarse un hueco vacio. Ahí estaba Porko, durmiendo a pierna suelta con su puro en la boca y una imponente erección. Completamente defraudado, Mel llevó la mano hasta el hombro del hombre–cerdo y le dio unos leves empujones para despertarlo.
–Porko, despierta…
–Me cago en…– dijo Porko según despertaba sobresaltado– ¡Joder socio! Estaba teniendo un sueño realmente bueno, me lo has cortado justo en la mejor... ¡Coño! Mira esto–, dijo señalando su pene erecto y entre risas– lo siento chico, estas cosas no se controlan. Ya lo sabes. Espero no saltarle ningún ojo a nadie– dijo y se carcajeó entre ronquidos de forma sonora.
Mel debía bajar a desayunar y no tenía ni idea de que iban a opinar sus abuelos de todo aquello. Se plantó en la cocina junto a Porko. Su abuela le dio los buenos días y no hizo comentario alguno sobre el hombre–cerdo que estaba junto a Mel. Ella no parecía reparar en su presencia.
Porko desayunó junto a Mel unos huevos fritos con bacon que él mismo se preparó con una soltura asombrosa para un cerdo que tenía pezuñas en vez de manos. En ningún momento la abuela hizo comentario alguno. El temor de Mel se hizo realidad, solo él podía ver a Porko. Porko le hablaba de forma constante pero Mel no contestaba en alto. Con solo pensar en la respuesta era suficiente para que Porko se diera por respondido. Era una como una especie de telepatía.
Desde ese momento, Porko no se separó de él y este se acostumbró a su constante presencia. Poco a poco los remordimientos fueron amainando, al fin y al cabo, Porko estaba bien y no le guardaba rencor, todo lo contrario, afirmaba ser su único amigo.
Aquel hombre–cerdo fue poco a poco adoctrinando y contagiando al pequeño Mel de su visión del mundo. Mientras permanecieran juntos, todo iría bien. Porko protegería y aconsejaría a Mel para sobrevivir en aquel mundo tan hostil y hacerse respetar.
–Mira socio, la vida es muy perra, te apuñalarán por la espalda en cuanto te despistes– le decía Porko a veces mientras disfrutaba de su puro–, o si no mira lo que hizo tú madre, chutarse hasta irse al otro barrio. ¿Y tú padre qué? Te transformaste en una carga y se fue por patas. Tus abuelos te cuidan porque te van a necesitar. Están viejos y alguien tendrá que cuidarles dentro de poco, ¿si no, de qué? Nadie, en este mundo hace las cosas desinteresadamente. Dentro de cada acto humano hay un objetivo completamente egoísta. Grábate eso a fuego chaval.
Las palabras de Porko herían a Mel, pero sabía que todo era cierto. De hecho, aquellas ideas ya las había tenido personalmente. No era nada nuevo, pero que se lo dijeran desde fuera era más doloroso porque lo hacía parecer más cierto.
–En esta vida nadie te va a regalar nada. Todo lo contrario, intentaran quitarte lo tuyo, lo que te pertenece por derecho. No seas pardillo y coge lo que esté al alcance de tú mano. Se tú el tiburón–, le dijo en una ocasión cuando Mel tenía 10 años. Tras esa conversación, Mel le arrebató una cochambrosa bici a un niño más pequeño que él y del que no le constaba que tuviera hermanos mayores o posibles protectores. El niño lloró y trató de plantar cara. Porko le dijo que le diera dos hostias para que se tranquilizara y Mel, le dio un par de puñetazos. De la bici se cansó a los 15 minutos y, Simplemente, la abandonó. Lo hizo porque necesitaba demostrar que si quería la bici, sería suya.
–Bien hecho socio– le felicitó Porko– era una bici de mierda pero aquel enano presumía demasiado– y se carcajeo entre ronquidos y pestilente humo de puro.
Cuanto más tiempo pasaba con Porko, peor trataba al resto del mundo. Mel se justificaba pensando que en el fondo lo hacía en defensa propia, para protegerse. Si había que elegir entre ser el agresor o la víctima, tenía claro en qué lado prefería estar.
Porko daba a menudo largos sermones sobre lo injusta que era la vida y que o comías, o te comían. No se podía flaquear, y más valía dejar claro lo antes posible hasta donde podía llegar uno. “Sí te temen, te dejaran tranquilo. El miedo es el verdadero poder socio, recuérdalo”.
–Todo el mundo es malo socio, todos. No se libra nadie. Aquí estamos todos para salvarnos nuestro propio culo y ya está. Yo soy tú único amigo–, le dijo Porko cuando Mel contaba 12 años– vamos a pillarnos un buen pedo joder. Esta vida no se puede aguantar sobrio–. Mel robó dinero a su abuela y compró unas cervezas que acabó vomitando.
A pesar de ir siempre con Porko, a veces otros chicos incordiaban a Mel. Era muy habitual que los niños se pelearan entre ellos y que al día siguiente volvieran a ser compañeros de andanzas pero, gradualmente, la compañía de Mel era cada vez peor recibida.
–No queremos que vengas con nosotros– le dijeron en una ocasión– eres malo, no respetas nada.
Aquel chico robaba, insultaba y se peleaba al igual que Mel, pero decía que él era malo. ¿Qué diferencia había? ¿Qué quería decir con que no respetaba nada?
–No necesitamos a nadie. Nos tenemos el uno al otro– le decía Porko cuando el rechazo de los demás comenzó a afectarle– Se creen mejores que tú pero lo que pasa en realidad es que te tienen miedo, y hacen bien. Todos saben que con Mel no te puedes meter porque no lo va a permitir, y por eso te quieren lejos. No pueden someterte y eso no les gusta– Mel asumió las palabras de Porko y decidió que estaba completamente de acuerdo.
A sus trece años, bajo la recomendación de Porko, probó el Spum por primera vez. Se lo ofreció un chico mayor por la calle. Le preguntó que si lo había probado alguna vez y Mel contestó que no. El tipo le dijo que la primera vez le invitaba él y que no se arrepentiría. Mel dudó, porque veía a diario como acaba la gente después de tomar aquella droga, con la cara carcomida y los ojos amarillos, pero Porko le animó a hacerlo.
–En la vida hay que probar de todo. Además, ¿qué es lo peor que nos puede pasar, morirnos? Pues muramos pasándolo bien socio– dijo Porko y se carcajeó.
Todo el mundo lo decía, la primera vez era la mejor y Mel estaba completamente de acuerdo. Nunca llegó a ser un adicto de verdad, no le dio tiempo a engancharse porque le encerraron muy joven, pero siempre que juntaba el dinero necesario se iba a pillar un poco de Spum.
El dinero lo conseguía a base de robar a chicos más pequeños o más débiles que él. Mel era grande y se estaba desarrollando rápido, así que su abanico de posibilidades era bastante amplio. Sabía perfectamente quienes estaban solos, y cuáles eran intocables. No se limitaba a robar. Aunque no disfrutaba haciéndolo, Porko siempre le convencía para que ningún niño se fuera de rositas. Les pegaba y les hacía daño de verdad, provocando brechas, rompiendo dedos, o incluso un brazo en una ocasión. Era la única forma de ser respetado de verdad. Eso decía Porko.
A veces, hacía pequeños trabajos de transporte para los traficantes a cambio de que le dieran un pasaje al paraiso.
Las discusiones con sus abuelos cada vez eran más frecuentes y más fuertes. Según Mel iba ganando tamaño, más plantaba cara a su abuelo. Le amenazaron en varias ocasiones con echarle de casa si no cambiaba de actitud, pero Mel, sabía que aquella amenaza era un patético farol.
Con catorce años, Mel vio a Irina y se enamoró de ella al instante.
–Joder, te gusta la zorrita ¿eh socio?– le dijo Porko amistosamente y con una potente erección. Aquel cerdo se empalmaba con el más mínimo estimulo y a Mel no le hacía demasiada gracia–, es tuya si quieres. Vamos a hablar con ella.
Era la cosa más hermosa que había visto en su vida y la quería para él. No iba sola, a su lado andaba un niño muy pequeño. Observó desde la distancia, siguiendo sus pasos e ignorando los repetitivos comentarios de Porko sobre que fuera a por ella con el miembro bamboleando de arriba a abajo. No tenía prisa, solo con observarla se sentía satisfecho. Le conmovió la ternura con la que trataba a aquel pequeño niño y dedujo que serían hermanos o, como mínimo, parientes. Ella, debía tener más o menos la edad de Mel.
No tardó mucho en descubrir que se llamaba Irina, y que el chico que aparentaba 8 años, efectivamente era su hermano y tenía 11.
–No es justo socio. ¿Por qué ese insecto puede disfrutar de la compañía de ese ángel y tú no? A eso me refiero. La vida no es justa y ese imbécil no ha hecho nada para ganarse ese privilegio. Tú madre se murió porque era una cerda egoísta que ni por su propio hijo pudo dejar de chutarse, y va ese puto canijo, sin ningún derecho, paseando y disfrutando de la chica que te mola. No es justo, y como sabes yo estoy aquí para combatir la injusticia.
Mel sentía una envidia visceral de aquel niño al que llamaban Bean. Era prácticamente un marginado, un enano sin ningún futuro en el barrio al que los demás niños le dejaban estar por ser tan insignificante que no merecía la pena perder el tiempo. Aun así, Mel lo envidiaba. Él quería alguien que cuidara de él como lo hacía aquella chica con Bean. Bastaban solo unos minutos de observación para saber que aquella chica era todo corazón y que haría cualquier cosa por su pequeño hermano.
Un día paseando, se encontró a Bean con otro chico jugando a lanzar piedras contra botellas de cristal.
–¡Mira!¿No es ese Bean?– preguntó Porko– pero qué asco de chaval. Habría que darle un buen escarmiento joder. Se cree mejor que los demás por la puta de su hermana y es el más pringado de todos.
–Irina no es una puta– matizó Mel irritado.
–Bueno socio, no te enfades, ya sabes cómo soy– dio una larga calada a su infinito puro– deberíamos darles un susto. Que pase un poco de miedo no le vendrá mal, incluso un par de hostias seguro que le baja los humos.
Mel sabía que si quería acercarse algún día a Irina, tocarle un solo cabello a ese niño no era el camino más recomendado para ganarse su aprecio. Por otro lado, se moría de ganas de hacer sufrir a aquel chico.
–Venga. Vamos, no lo pienses más socio. Hay que pensar menos y actuar más. El mundo lo dominan los depredadores y los depredadores actúan.
–Vamos– dijo Mel.
Anduvieron juntos. Bean y su compañero le daban la espalda y no les dio tiempo a ver que venían. Últimamente, Mel había notado como algunos chicos al verle de lejos, se daban media vuelta y volvían por donde habían venido. Trataban de fingir que no estaban huyendo, pero era obvio que sí, y aquello le cabreaba más todavía.
Cuando Mel consideró que estaba a la distancia adecuada para poder cogerlos en caso de que huyeran, dijo:
– Tenéis muy mala puntería, dejad que os enseñe.
...14…
<<Voy a morir>>, tras 203 horas de haber estado conviviendo con Cat en la nave, ese pensamiento explotó en la cabeza de Mel como una supernova. No era ninguna novedad, de hecho, habían hablado del tema por encima en varias ocasiones. Aun así, una cosa era hablarlo y otra muy distinta asumirlo, y en ese momento, Mel descubrió que no solo no lo había asumido, sino que era incapaz de hacerlo.
Seguramente toda la humanidad había desaparecido pero, aquello, no le consolaba lo más mínimo. Estar allí encerrado, a pesar de estar sumamente satisfecho con la compañía, no era la mejor forma de vida imaginable, pero era vivir al fin y al cabo. ¿Podría vivir de aquella manera durante años? Si el oxigeno no fuera un problema y Cat fuera un poco más cariñosa, preferiría aquello un millón de veces antes que… morir, porque morir ¿Qué era y qué implicaba?
Mel siempre había pensado que la muerte sería la nada absoluta, no pensaba demasiado en ello y nunca le había quitado el sueño. Era algo que siempre había visto tan lejano que parecía que nunca llegaría. Pero ahora, un indicador de oxigeno marcaba una implacable cuenta atrás, y lo más frustrante de todo era que no podía hacer nada. ¿Qué podía hacer Mel para evitarlo?
<<Nada. Voy a morir>>, se respondió a sus propias preguntas.
–No te agobies chico– le dijo Xhen al notar que se estaba poniendo nervioso– la muerte no es tan mala si hay alguien que te pueda imaginar. Yo he tenido suerte.
<<¿Qué dices? No queda nadie para imaginarme, para pensar en mi, recordarme…>>. Penso/dijo Mel.
Mel pensaba en todo esto tumbado en la cama y su corazón empezó a bombear con fuerza. Notaba un latido en las sienes y no se encontraba cómodo en ninguna postura. Se levantó de un brinco y se puso a andar por el reducido espacio del que disponían en la nave. Consultó en el indicador de aire. La aguja estaba en 410 horas y, aunque era inapreciable al ojo humano, Mel veía como se desplazaba irremediablemente al cero. A la muerte.
<<Me quedan 17 días de vida>>, pensó agobiado.
Su respiración se volvió rápida y ansiosa, todavía quedaba mucho aire, pero él notaba que no era suficiente, que empezaba a faltar.
Se posicionó frente a la escotilla vertedero y contempló el precioso cuadro: La destruida e inhabitada tierra junto a la brillante luna y un millón de estrellas.
<<Tranquilízate o agotarás el oxígeno antes de tiempo>>, se dijo a sí mismo sin éxito. Tenía mucho calor y notó que empezaba sudar.
–¿Estás bien Mel?¿El maldito mosquito te está incordiando?– fue la dulce voz de Cat lo que logró que se serenara.
–No. No es el mosquito– dijo girándose hacia ella– Cat…
–Lo sé– contestó ella incorporada en la cama– estamos condenados–. Le leyó la mente.
–¿Qué va a pasar?– Preguntó Mel conteniendo el llanto. Siempre se había considerado un hombre valiente, pero jamás había sentido tanto miedo como en ese momento.
–Siempre me había gustado la idea de la reencarnación, pero esperemos que no sea eso lo que nos espera.
Mel no pudo evitar sonreír. Sí, teniendo en cuenta que no quedaba ser vivo a parte de ellos aquella no era la mejor opción.
–¿Sabes que es lo que más me frustra? No poder hacer nada por evitarlo. Las pasamos muy putas huyendo de la tierra, pero esto es mil veces peor. Aquello fue matar o morir, luchar o rendirse, y sentía que había algo en mi mano para poder cambiar mi destino. Podía tomar decisiones que me llevaran a un final u otro, pero ahora no es así. Ahora solo puedo cruzarme de brazos y esperar.
–Puede que haya alguien que nos saque de esta–. Dijo ella sin ninguna convicción.
En sus primeros momentos en la nave, fue Mel el que trató de darle esperanzas. Ahora se habían intercambiado los roles.
–¿Qué crees que habrá después de la muerte? No concibo la nada, sabes a lo que me refiero ¿no?
–Sí, la nada da miedo. Yo tampoco me la puedo imaginar. Eternamente, sordo, ciego, mudo…Apagado…
Mel deseó haber sido creyente de alguna religión. Daba igual cual, solo necesitaba tener fe en que algo o alguien le esperaba al otro lado. Necesitaba saber qué opinaba Cat al respecto y creérselo a ciegas, cualquier cosa con tal de saber que no desaparecería y ya está.
–Seguramente exista un Dios–. Dijo ella desde la cama, hablando sin demasiada emoción– ¿De dónde si no ha salido todo esto?– Cat se levantó despacio y se dirigió hacia Mel, hacia la escotilla– Mira, es precioso ¿verdad?– con una mano barrio todo el paisaje espacial que abarcaba la escotilla– alguien ha tenido que crearlo.
–¿Tú crees?–. Preguntó él.
<<Dime que sí, que lo crees. No, mejor dime que lo sabes, que estás segura y que me prometes que así es>>. Pensó.
–Realmente no lo creo. No creo que vayamos a ir al cielo o al infierno y haya un ser superior esperándonos con los brazos abiertos para vivir una eternidad en función de nuestros actos cometidos en vida. Esa idea me parece realmente absurda y creada solo para controlar a los débiles.
–Pero dijiste que alguien tiene que haber creado todo esto.
–Son cosas distintas, que alguien haya tenido que crear esto no quiere decir que vaya a velar por nosotros. Puede que él también esté muerto.
Mel se estaba empezando a poner nervioso. Necesitaba algo a lo que agarrase y Cat parecía estar desmoralizándolo intencionadamente. Por primera vez, sintió que la odiaba. Un poco. ¿Por qué no podía solo decirle lo que necesitaba oír?
–Yo también he estado comiéndome mucho la cabeza con estos temas– continuó Cat con aire enigmático y sin apartar la mirada del espacio– y he pensado mucho en Walter J.Durden. ¿Sabes quién fue?
A Mel aquel nombre no le sonaba de nada, aun así contestó:
–Creo que me suena.
–No tienes ni idea ¿Verdad?
–En realidad, no– confesó Mel avergonzado. Ella sonrió.
–Walter J. Durden no inventó nada nuevo, pero si profundizó mucho sobre un tema que se habían planteado ya muchos filósofos antiguos. Hay un viejo proverbio Budista, creo, que plantea la siguiente cuestión: “¿qué ruido hace un árbol al caer en medio del bosque si no hay nadie para escucharlo?”.
Mel meditó unos segundos, tratando de encontrar la trampa en la pregunta. Al fin, se rindió
–Pues supongo que el ruido que hace un árbol al caer. ¿tengo que tratar de imitarlo?– contestó Mel confuso y Cat volvió a sonreír.
–El ruido es sonido, y el sonido lo percibimos los humanos a través del sentido del oído. Hay muchos animales que no disponen de este sentido y perciben la realidad de otra manera muy distinta. Tú ves con la vista, hueles con el olfato y escuchas con el oído. Tu percepción del mundo es la recopilación de toda esta información y la interpretación que le da el cerebro a todo esto. Si pudieras meterte en la cabeza de un murciélago, por ejemplo, te darías cuenta que su “realidad”– Cat hizo en el aire el gesto de comillas– no tiene nada que ver con la tuya. Ellos funcionan como un radar, emiten sonidos y crean en sus cabezas el entorno tridimensional que les rodea. Una mosca, por cambiar de ejemplo, ni siquiera percibe el paso del tiempo como tú. Si te metieras dentro de una mosca, verías pasar el tiempo a cámara lenta. Los perros se mueven en un mundo de olores y las abejas tienen una conciencia colectiva.
Mel estaba muy confuso. No tenía ni idea de a donde pretendía llegar Cat con todo aquello.
–No sé Cat, ¿y eso que más da?
–Piénsalo. ¿Qué es la realidad? La realidad es algo que se percibe y se traduce de un millón de maneras distintas, pero cuál es la versión real de la realidad. ¿Cómo es la realidad cuando no hay nadie para interpretarla? La realidad varía según el observador, es algo subjetivo. Sin ir más lejos, seguramente tú y yo percibamos las cosas de una forma distinta. Quizás yo vea mejor que tú, o incluso en otra escala cromática. Quizás perciba frecuencias de sonido que tú no o las cosas me sepan distintas. ¿Quién está en lo cierto, quién se aproxima más a la realidad real? Tú mismo has dicho que el Spum hace que las cosas parezcan reales, que es como si de repente te quitaran una venda. Pues yo te digo, ¿y si el Spum consiguiese exactamente eso, mostrarte la realidad en su máximo esplendor?
Mel se sintió apabullado, nunca se había planteado aquellas cuestiones y sentía que su cerebro chirriaba. Era como si estuviera a punto de alcanzar una gran revelación pero que se le resbalaba en la punta de los dedos. ¿De verdad todo aquello le iba a librar de la nada?
–Walter J. Durden fue un programador de videojuegos del siglo XX. ¿Has jugado al BTR (Breaking The City)?
–Joder, claro que sí Cat, es mítico. Lo que no te pega es haber jugado a ti.
–Ese tipo de juegos se denominan “juegos de mundo abierto”– dijo Cat sin hacer caso al comentario de Mel– y plantearon un reto informático en su día. El objetivo era que el jugador pudiera ir a cualquier lugar en cualquier momento moviéndose libremente por un mapa que simulaba una gran ciudad repleta de vida. El jugador se mueve en un entorno donde se cruza con numerosos peatones y tráfico de vehículos con los que puede interactuar si quiere, o dejarlos pasar.
–Sí Cat, he jugado.
–Bueno, era un verdadero problema programar y tener una ciudad completa en constante movimiento. Los ordenadores no tenían la suficiente potencia para que esto funcionara así que parecía que iba a ser un juego imposible de llevar a la práctica. Walter J.Durden dio con la solución. ¿Por qué gastar rendimiento y recursos del CPU en algo que el jugador no está viendo? La solución fue tan sencilla como que lo que no está siendo observado por el jugador, no existe, sino que se va generando a su paso. No se materializa un transeúnte, un coche o una farola, hasta que el jugador dobla la esquina y lo descubre. Entonces, el ordenador lo genera y se olvida de lo que el jugador deja tras de sí hasta que vuelva a pasar por ahí.
–Muy inteligente– aprecia Mel sorprendido.
–Esto no acaba aquí. El verdadero reto fue cuando este tipo de juegos se llevó a un modo multijugador, donde a través de internet muchos jugadores correteaban por un mundo virtual manipulable. Es decir, si tú cogieras un vehículo y lo dejas en cierta calle, otro jugador que pasara por ahí tiempo después debería encontrar el vehículo ahí abandonado. Esto se resolvió mediante servidores dedicados, ordenadores cuya única misión era la de recopilar las modificaciones en el entorno realizadas por todos los jugadores y que las modificaciones de unos se reflejaran en las partidas de los otros. Cada jugador, de forma individual, tenía acceso a esos servidores que recopilan toda la información para crear la falsa sensación de que en realidad compartían un mundo, cuando en realidad no era exactamente así.
–No estarás insinuando que estamos dentro de un juego, como en la película de Matrix.
–No. No es eso. Walter J. Durden se obsesionó con esta idea, y dijo que el universo debe funcionar de una manera semejante. Ves exactamente lo que necesitas ver en BTC cuando necesitas verlo, abreviando el universo entero del juego. El universo se comporta exactamente de la misma forma. En mecánicas cuánticas, las partículas no tienen un estado definido a menos que estén siendo observadas. Muchos han invertido una gran cantidad de tiempo intentando buscar una explicación a esto. Una de las explicaciones es que estamos viviendo en una especie de simulación, viendo lo que necesitamos ver cuando necesitamos verlo.
<<Está como una cabra>> dijo Xhen, que también escuchaba atento.
–¿Cómo sabes todo esto?– preguntó Mel.
–Lo estudié en la carrera y a Roland le entusiasmaba la idea. Hemos debatido mucho al respecto. Todo esto va un poco más allá. Estas cuestiones fueron planteadas por el físico cuántico Erwin Schrödinger a través de un experimento mental.
–¿Cómo que experimento mental? ¿Qué es eso?
–Hay que imaginárselo y no es demostrable, pero aunque el enfoque es totalmente distinto al de Walter, la esencia es la misma.
>> El experimento mental consiste en imaginar a un gato metido dentro de una caja que también contiene un curioso y peligroso dispositivo. Este dispositivo está formado por una ampolla de vidrio que contiene un veneno muy volátil y por un martillo sujeto sobre la ampolla de forma que si cae sobre ella la rompe y se escapa el veneno con lo que el gato moriría. El martillo está conectado a un mecanismo detector de partículas alfa; si llega una partícula alfa el martillo cae rompiendo la ampolla con lo que el gato muere, por el contrario, si no llega no ocurre nada y el gato continua vivo.
>> Cuando todo el dispositivo está preparado, se realiza el experimento. Al lado del detector se sitúa un átomo radiactivo con unas determinadas características: tiene un 50% de probabilidades de emitir una partícula alfa en una hora. Evidentemente, al cabo de una hora habrá ocurrido uno de los dos sucesos posibles: el átomo ha emitido una partícula alfao no la ha emitido (la probabilidad de que ocurra una cosa o la otra es la misma). Como resultado de la interacción, en el interior de la caja, el gato está vivo o está muerto. Pero no podemos saberlo si no la abrimos para comprobarlo.
Mel, aunque se esfuerza en prestar toda su atención, siente que lleva perdido desde el principio.
– Si lo que ocurre en el interior de la caja lo intentamos describir aplicando las leyes de la mecánica cuántica– decía Cat–, llegamos a una conclusión muy extraña. El gato vendrá descrito por una función de onda extremadamente compleja resultado de la superposición de dos estados combinados al cincuenta por ciento: "gato vivo" y "gato muerto". Es decir, aplicando el formalismo cuántico, el gato estaría a la vez vivo y muerto; se trataría de dos estados indistinguibles.
>> La única forma de averiguar qué ha ocurrido con el gato es realizar una medida: abrir la caja y mirar dentro. En unos casos nos encontraremos al gato vivo y en otros muerto. Pero, ¿qué ha ocurrido? Al realizar la medida, el observador interactúa con el sistema y lo altera, rompe la superposición de estados y el sistema se decanta por uno de sus dos estados posibles.
>>Esta superposición de estados es una consecuencia de la naturaleza ondulatoria de la materia y su aplicación a la descripción mecanocuántica de los sistemas físicos, lo que permite explicar el comportamiento de las partículas elementales y de los átomos. La aplicación a sistemas macroscópicos como el gato o, incluso, si así se prefiere, cualquier profesor de física, nos llevaría a la paradoja que nos propone Schrödinger
>>El sentido común nos indica que el gato no puede estar vivo y muerto a la vez. Pero la mecánica cuántica dice que mientras nadie mire en el interior de la caja el gato se encuentra en una superposición de los dos estados: vivo y muerto.
–Pero…–comenzó a decir Mel con el ceño fruncido y con la cabeza a punto de estallar–, el gato si sabrá si está muerto o vivo. ¿No? Él si sabrá el resultado del experimento. Vamos, digo yo– pronunció con miedo a estar diciendo una tontería.
Cateline ladeo la cabeza, extrañada.
–El gato no cuenta– dijo ella algo confusa.
–¿Por qué no?
–El gato no computa como ser consciente. Es un ejemplo para ilustrar una teoría. No hay que tomárselo de forma literal.
–Ah…– y no supo que más añadir.
Mel trató de digerir toda aquella información. De hecho, él más que nadie, sabía que la percepción de la realidad era algo que se podía deformar. Lo sabía porque Porko solo había existido en su cabeza.
–¿Cómo sería el universo si no hubiera nadie, o nada, para observarlo. Qué forma adoptaría?– preguntó Cat retomando el tema y tratando de aportarle una conclusión a Mel–. Creo que el universo, la realidad, no es lo que parece. Creo que el universo es una conciencia común que se ha ido perfeccionando y complicando junto a la inteligencia humana. Siempre que el ser humano se ha propuesto algo, lo ha conseguido, lo que me da la razón. Cualquier cosa que hayamos imaginado, se ha llevado a cabo con más o menos esfuerzo. Creo que, sin observador, no hay universo posible.
>> La conciencia humana ha ido creando el mundo en paralelo al desarrollo de su inteligencia y al planteamiento y resolución de cuestiones. Creo que la tierra era plana cuando este SABÍA– recalcó la palabra–, que era plana. Un día, alguien vio que aquello no tenía demasiado sentido, puso mucho esfuerzo en entender como debería ser para que las cosas cuadraran un poco mejor, creando en ese momento un mundo un poco más lógico. Cuando mucha gente asimila una idea, se sustenta, se hace real.
Mel comenzó a asimilar la idea. Si no había entendido mal, Cat insinuaba que el universo era una especie de información desordenada y caótica a la que los seres conscientes pueden acceder, ordenar según su forma de percibir y sentir el mundo, e incluso llegar a manipularlo o deformarlo.
<<Pregúntale que entonces como es que se ha acabado el mundo, quien se ha imaginado eso para que sucediera>> dijo Xhen.
–Cat, no puedo decir que todo esto sea absurdo, la verdad es que está bien argumentado. Me cuesta imaginar que las cosas no están donde están cuando no las estoy viendo… Además, ¿si eso fuera así como es que se ha acabado el mundo?
–Llevábamos casi cien años diciendo que el mundo se iba acabar. Guerras, profecías, desastres naturales, holocaustos Zombis… nos hemos imaginado el fin del mundo de mil y una maneras y creo que al final nos lo hemos creído, y así ha sido. El problema energético ha sido un problema durante la última etapa de la humanidad. La extracción del gas pizarra del interior del suelo fue una solución a este problema que enriqueció a muchas personas y que incluso provocó la tercera guerra mundial. Yo sabía, creo que tú también, y supongo que todo el mundo pensaba que dejar la tierra prácticamente hueca no era buena idea. Daba igual mientras tú tuvieras luz en tu casa y alguien que decidiera por ti lo permitiera. Sabíamos que todo esto acabaría mal, y así ha sido.
<<Muy bonito>> comentó Xhen, << pero creo que estamos en las mismas. Moriremos aquí>>.
–No sé Cat, para una película de ciencia ficción creo que valdría pero no estoy de acuerdo. Aun así creo que todo esto no cambia lo más mínimo nuestra situación.
Cat quedó un instante en silencio, pensativa y sin apartar la mirada del espacio.
–Yo creo que el universo no puede permitir que la última conciencia desaparezca. Creo que la última conciencia será eterna y podrá re imaginar el mundo– Cat clavó sus ojos en los de Mel– la última conciencia será el gato de Schrödinger, porque nadie podrá observar su estado: Muerto, o vivo.
Y en ese momento, Mel por fin obtuvo algo a lo que agarrarse.
…13…
<< Yo creo que el universo no puede permitir que la última conciencia desaparezca >>, desde que la escuchó por primera vez, Mel pensaba mucho en aquella frase que Cat había dicho.
–No te comas la cabeza, es una teoría absurda– le dijo Xhen para que dejara de darle tantas vueltas a ese aburrido tema.
<<Pero, ¿y si es cierto? Supongo que tarde o temprano lo sabré>>, dijo Mel a Xhen.
–No tiene por qué. A lo mejor ella te sobrevive ¿no? Cuando se acabe el aire empezareis a morir y, entonces, se sabrá quién puede aguantar la respiración durante más tiempo.
Mel no había caído en aquello. Había dado por hecho que el sobreviviría a Cat, y tenía un argumento de peso. Seguramente la mataría antes de que se acabara el aire. No tenía ni idea de por qué ni cuando lo haría, pero pensaba que era cuestión de tiempo.
Llevaban 224 horas juntos.
Cat había encontrado unos lapiceros y un cuaderno en uno de los armarios de la nave y a menudo mataba el tiempo haciendo dibujos y garabatos.
Mel, decidió dejar de darle vueltas a la cabeza y se asomó por encima del hombro de Cat para ver que estaba dibujando ahora. No era demasiado buena dibujando así que cuando reparó en el dibujo, se sorprendió al ver el rostro de una bella chica bastante bien realizado.
–¿Eres tú?– preguntó Mel sin convicción, realmente no se parecía a ella.
–No, no soy yo– dijo sin hacer amago de dar más explicaciones.
–¿Quién es?
–Es Eve, mi… mejor amiga– dijo ella triste pero sin parar de dibujar ni apartar la mirada del papel.
Mel se percató de que encima de la mesa había un montón de bolas de papel arrugado y dedujo que aquel no era el primer intento de Cat de dibujar a su amiga Eve. No lo dudó, cogió una de las bolas de papel y comenzó a desarrugarla. Al descubrir el dibujo, era innegable que aquella debió ser una de las primeras versiones de la amiga de Cat. Como ella no le había llamado la atención por cotillear el contenido de los dibujos descartados, se tomó la libertad de ir viendo el resto. Sí, en todos aparecía la misma chica, pero cada vez mejor dibujada y detallada. Mel habría podido decir exactamente en qué orden se habían ejecutado los dibujos, ya que la evolución era notable.
–No recordaba su cara– dijo melancólica– he tratado de recordarla y no conseguía ver su cara.
Mel pensó en cómo era posible que se olvidara tan rápido de un ser querido, ignoraba quién sería aquella tal Eve y desde hacía cuanto no la veía, todavía no le había hablado de ella y seguramente ya iba siendo hora. No pudo evitar tratar de sacar el rostro de Irina de sus recuerdos. La vio, pero para su sorpresa, la imagen no estaba nítida del todo. Tenía dudas sobre ciertos rasgos, por ejemplo, la nariz no la visualizaba del todo y varias posibilidades se deslizaron por el rostro de la Irina proyectada por la memoria de Mel. No estaba seguro de cuál de ellas era la que le correspondía.
–Mierda…– se le escapó y Cateline sonrió
–Te pasa lo mismo, ¿verdad?
Mel arrancó una hoja de papel y un lápiz sin demasiada punta. Era un penoso dibujante, pero necesitaba inmortalizar aquella cara lo antes posible, antes de que se olvidaran de más partes de ella.
–Nos deshicimos de mi padre. Lo troceamos y lo repartimos en 5 maletas. Dos fueron a parar al rio, una a un vertedero y las otras dos las enterramos a las afueras de la ciudad– comenzó a relatar ella.
Mel paró de dibujar, parecía que ya estaba dispuesta a continuar con el relato de su vida.
–Se involucró al cien por cien. Antes de comenzar a trocear a mi padre, mi madre le dijo que era libre de hacer lo que quisiera. Estábamos muy agradecidas con él, nos había salvado la vida y le juramos que diríamos que él nunca estuvo ahí en caso de que nos descubrieran. Mi madre podría haber sido la que hubiera disparado si no se hubiera bloqueado por el pánico. No dudó ni un instante, dijo que nos ayudaría porque su conciencia no le permitía abandonar a dos mujeres necesitadas.
–Era buen hombre. No lo conocía demasiado pero saltaba a la vista. Ya sabes, hay gente que desprende ese aura– dijo Mel, aquel era un tema que ya habían tratado. Irina también lo desprendía.
–Lo sé. Hicimos lo que teníamos que hacer. No teníamos ni idea de si alguien sabía que mi padre había venido a vernos. En cualquier momento podría llamar la policía a la puerta y comenzar a hacer preguntas. A las dos semanas, comenzamos a respirar tranquilos. Durante ese periodo de tiempo mi madre dejó de trabajar y, Roland, venía a vernos a diario. Por primera vez en mi vida, vi que un hombre podía ser bueno. Era nuestro caballero andante particular. Mi madre, cada vez le invitaba a cenar con más frecuencia y el ambiente se fue relajando. Dejamos de ser cómplices de un crimen a ser algo parecido a una familia. Él sabía que mi madre era prostituta, todos los vecinos lo sabían, pero jamás sacó el tema, al menos, delante de mí. Mi madre, no volvió a acostarse con ningún hombre por dinero. Un día, después de cenar y de disfrutar de una agradable sobremesa, mi madre le dijo que si se quería quedar a dormir. Yo me ruboricé, sabía exactamente lo que aquello quería decir pero me alegré muchísimo. Supe que quería a aquel hombre como padre.
–Me alegra escuchar esto Cat– dijo Mel sonriente.
–Sí. Aquel fue un punto de inflexión en nuestra vida. Terminé el instituto con muy buenas notas y empecé la universidad. Mi madre había amasado bastante dinero durante su ejercicio de la prostitución, pero volvió a ser ama de casa. Roland era un importante ingeniero y ganaba dinero de sobra para mantenernos. A pesar de que mi madre se prometiera a sí misma no volver a depender de un hombre, aquello no era dependencia, era amor bidireccional. Él se hizo cargo de nosotras como si fuera su deber, salvarnos la vida creó un vínculo entre los tres que a día de hoy puedo dar fe de que era indestructible. Una vez me atreví a preguntarle por qué lo hacía, por qué había decidido cuidar de nosotras. Yo esperaba una respuesta del tipo: “porque estoy enamorado de tu madre”, pero no fue así, dijo: “creo que cuando salvas a alguien una vez, ya necesitas salvarle para siempre”. No le di importancia a este comentario, pero una vez en la universidad de Psicología se trató este tema. Parece ser, y he comprobado personalmente, que cuando una persona le salva la vida a otra ya no puede evitar velar por su seguridad. De repente, y sin razón aparente, se siente responsable de su bien estar.
Mel no tenía ni idea de si aquello era cierto o no. Él se sintió responsable de Bean, pero no por salvarlo precisamente, sino por dejarlo en una silla de ruedas.
–Me da cosa reconocer esto, pero sé que el momento en que arrojamos el último trozo de mi padre al rio fue cuando me sentí libre por primera vez en mi vida, realmente a salvo.
>> Las cosas funcionaban y por fin disponía de un verdadero hogar. Ya no era un sitio donde un malvado hombre volvía del trabajo y zurraba a mi madre. Tampoco era un sitio donde a partir de las diez, debía encerrarme en mi cuarto a esperar que una panda de pervertidos hicieran cola para que mi madre les golpeara y azotara. Nada de eso, se transformó en un lugar donde al volver de clase, me esperaban dos seres queridos que me preguntaban que tal me había ido el día.
>>Conocí a mucha gente nueva en la universidad. Pasé la época del instituto sin relacionarme mucho con nadie. Supongo que emocionalmente estaba cerrada al mundo. La universidad fue distinta, con todos mis problemas resueltos y sin sentir aquella sensación de miedo constante, comencé a abrirme al mundo.
–Vaya vaya, seguro que se soltó la melena– comentó Xhen.
–Pude descubrir que resultaba bastante atractiva para los chicos. No es que me parecieran pesados, agradecía su atención pero no la podía corresponder de la misma manera. Ningún chico era capaz de llamar mi atención. Creo que toda mi historia pasada despertó en mí una especie de odio o falta de confianza por el género masculino. Acudía a fiestas y empecé a salir los fines de semana con un gran grupo de amigos. Lo pasábamos bien.
>>Pronto empecé a destacar por “rarita”. Durante el primer año, quién más y quien menos, había disfrutado de una serie de escarceos amorosos. No es que a mí me faltaran pretendientes, pero ninguno me despertaba el más mínimo interés.
Era la primera vez que Cat le hablaba a Mel en esos términos. Era una chica muy bonita que podría haber tenido al chico que quisiera y ahora le confesaba que jamás ningún hombre despertó su interés. Con ese pasado, resultaba comprensible. Tener que escuchar o saber que su madre se estaba acostando con una cantidad considerable de hombres al otro lado de la pared, le produciría aversión al sexo a cualquiera.
–Joder Mel. Creo que Cat es virgen– dijo Xhen llevándose las manos a la cabeza– Por eso te tiene a pan y agua.
–Creo que a mis veinte años, debía ser de las pocas chicas vírgenes de la facultad– prosiguió Cat.
–¡Te lo dije!– Celebró Xhen eufórico, satisfecho de haber dado en el clavo.
–A Eve la conocí durante el segundo año de carrera. Me sentaba con ella en una clase optativa y tardamos muy poco en hacer buenas migas– Cat cogió el folió donde había hecho el dibujo de Eve y lo miro fijamente–. Le dije que se viniera con nosotros el viernes y aceptó sin pensarlo. Pasó a formar parte de nuestro grupo. No sé por qué, pero veía algo en ella que me recordaba a mí, y por eso supongo que disfrutaba tanto de su compañía. Era muy lista y divertida. Aparte de Roland, nadie era capaz de hacerme reír de esa manera. Sin duda alguna, se convirtió en mi mejor amiga.
>>Yo la veía así, una gran amiga a la que no querría perder por nada del mundo. Un día, volviendo a casa juntas tras una buena borrachera paró en seco y dijo que tenía que decirme algo o explotaría. Me cogió de la mano y me miró a los ojos fijamente– en la cara de Cat se dibujó una expresión de ternura que a Mel le resultó encantadora, aquel momento fue muy bonito para ella y se notaba–. Antes de que dijera una sola palabra supe lo que iba a pasar, de repente, todas las señales que Eve me había ido mandando durante casi un año de relación aparecieron de golpe en mi cabeza. Me sentí muy estúpida por no haberlas reconocido antes. “Me gustas mucho Cat, creo que estoy enamorada de ti”, me dijo. Me quede congelada, mirándola a los ojos, sinceros. A mí nunca se me había pasado por la cabeza amar a otra mujer, pero mirando aquellos ojos supe que solo aquella chica podría hacerme feliz. Aquel fue mi primer beso y fue mágico– tenía una sonrisa en los labios que daban fe de que fue un momento muy bonito para ella.
>>Nos hicimos novias y no he estado con otra persona que no fuera Eve.
Mel se había quedado de piedra. Todo eso explicaba muchas cosas, por no decir que lo explicaba todo. No es que el pensara que fuera irresistible para las mujeres ni nada de eso, pero era verdad que la actitud de Cat con él había sido por llamarlo de alguna manera, “extraña”. Xhen empezó a reírse a carcajadas y cuando pudo coger un poco de aire, dijo:
–Ahora es cuando tú dices: “bueno, ¿pues entonces de follar ni hablamos, no?”
Mel no pudo evitar sonreír, pero aquella revelación no le había gustado demasiado. Cat, ahora estaba triste y Mel decidió ir a darla un abrazo. Como siempre, ella lo aceptó pero lo apartó rápido.
–Creo que aquí no va a haber romance posible– comentó Xhen divertido–. Vas a morir con el mayor dolor de huevos de la historia.
<<Eso parece>>, dijo Mel, decepcionado.
Cat quedó en silencio, dando por zanjada la sesión de confidencias por un rato. Mel, se levantó y se acercó a la escotilla a contemplar el espacio. Algo llamó su atención, no estaba seguro, pero a lo lejos, le pareció que podía distinguir una silueta humana enfundada en un traje espacial blanco.
–¡Cat!– grito apresurado– ¡Ven, corre!
Ella obedeció inmediatamente.
–¿Qué pasa?
–¿Ves eso de ahí, es una persona?– preguntó Mel arrepintiéndose en el acto. Había matado a Xhen para estar solo con Cat y ahora daba la voz de alarma de un posible superviviente. Daba igual, ahora era distinta la situación. Sabiendo que con Cat no podría hacer nada, no les vendría mal un poco de compañía. Con un poco de suerte sería una mujer de buen ver.
–No, no veo nada. ¿Por dónde?– dijo ella nerviosa rastreando el espacio con la mirada.
–Ahí– señaló con el dedo, pero era difícil concretar el punto exacto en una ventana tan pequeña y con tanto espacio por delante.
Mel frunció los ojos tratando de ganar nitidez y distinguir de qué se trataba. El veía claramente una silueta humana enfundada en un traje espacial y con una escafandra negra, pero Cat afirmaba que no veía nada. Por un instante, Mel apreció que en el interior del casco se encendía un destello amarillo incandescente. Como si alguien le hubiera dado una calada a un puro dentro de la escafandra.
–No veo nada, en serio– dijo Cat impaciente.
–No sé, me lo habré imaginado– dijo, sabiendo que Cat no podría verlo aunque él cada vez lo veía más claro.
<<Lo bueno del pasado es que siempre queda atrás>>, pensó. <<Lo malo del pasado es que siempre vuelve>>.
Después de muchos años, Porko estaba de vuelta.
…12…
A las 239 horas de estar con Cat, Mel ya no aguantaba más. El reloj jugaba en contra y necesitaba ser juzgado, comprendido y perdonado. Había mentido y había fingido ser una persona que no era tratando de encontrar el aprecio de Cat, pero ni en esa dirección había conseguido ningún gesto de cariño por su parte. Ya daba igual todo aquello, tras la revelación de Cat sobre que en realidad era su mismo género la que le despertaba sentimientos de deseo, su esperanza de terminar sus últimas horas de vida viviendo un bonito romance se habían esfumado de un plumazo.
Todo aquello quedaba en un segundo plano porque Mel había entendido que lo que llevaba buscando casi la mitad de su vida era la redención. No importaba que Cat no tuviera nada que ver con aquel asunto, pero dada la situación en la que se encontraban era la única esperanza de que Mel escuchara las palabras, “No te culpes, hiciste lo correcto”. No sabía si viviría eternamente, que pasaría en caso de sobrevivir a Cateline, pero aquello tampoco importaba. “No te culpes, hiciste lo correcto”. ¿Qué opinaría Little de todo aquel asunto? Jamás lo supo.
–Tengo que contarte quien he sido realmente– dijo.
Así que, en el momento donde Mel debía retomar su historia en el punto que supuestamente Celio salía del internado tras cuatro años, sacó la verdad a la luz. Cateline escuchó el verdadero relato atenta, sin pestañear ni interrumpir.
Contó su historia sin censuras. Le habló de Porko y de lo que supuso en su vida la aparición de aquel imaginario personaje que solo él podía ver, de lo mal que se había portado con todo el mundo que lo rodeaba y de cómo finalmente acabó sus días de libertad partiendo la espalda de un ser indefenso motivado por la envidia y el amor secreto que sentía por su hermana. Aunque todo aquello debería haber sido una auténtica revelación para Cat, se mantuvo aparentemente impasible.
–Tú fuiste Celio– comentó ella pensativa tras escuchar la verdadera historia.
–No, yo fui y soy Mel– dijo y pensó, <<Sea quién sea realmente>>.
–Ya pero, entonces… ¿Eres esquizofrénico?
–Supongo que sí, o eso me dijeron. La esquizofrenia es una enfermedad que tiene varios niveles y tipologías, pero realmente no se sabe exactamente qué es ni como curarla del todo.
–Pero, ¿sigues viendo a Porko?– preguntó ella y está vez sí se notó un atisvo de preocupación en su voz. Faltó que mirara a su alrededor en busca de aquel siniestro cerdo.
–No, gracias a Little pude deshacerme de él– dijo mintiendo una vez más, y pudo haber añadido que ahora veía y hablaba con Xhen, pero comentar aquello resultaría extraño y Cat ya tenía bastante información que asimilar. Xhen, era inofensivo. Un poco tocapelotas, pero inofensivo.
–¿Little es real? Creí que era el entrenador de boxeo de…– dudó un instante– Celio.
–No, Little era un asistente del centro de menores que trataba de guiar a los chicos y ensañaba boxeo a todo aquel que lo deseara.
Mel entró en el Centro de menores con 14 años muerto de miedo. En el barrio, aunque fuera un llanero solitario, gracias a la ayuda de Porko, había conseguido hacerse su hueco. La regla de oro era, “no te metas con quien no debes y todo irá bien”. Al cruzar el muro del edificio donde iba a pasar cuatro años de su vida, supo que las reglas habían cambiado y que todo aquello era un juego al que no sabía jugar. Sintió pánico.
Lo llamaban centro de menores, pero aquello no era más que una cárcel y así estaba estructurada. Había guardias, horarios que respetar y habitaciones en las que estar encerrados la mayor parte del día.
–Joder Mel, estamos bien jodidos– le comentó Porko cuando andaban por el patio central escoltados por dos guardias de camino al registro de accesos– No me gusta nada estar aquí. Nada de nada.
De haber tenido trece años, Mel no habría acudido a ese centro. No tardó en comprobar que era de los más jóvenes del lugar, así como de los más pequeños físicamente. Si alguien la tomaba con él, lo iba a tener realmente difícil para defenderse. Solo con andar por el patio pudo notar toda la atención centrada sobre su persona. Un chico de unos 17 años se acercó a él y le dijo en tono desafiante:
–Sabemos por qué estás aquí.
El chico le resultó familiar y dedujo que seguramente habría sido un traficante de Spum de su barrio. ¿Sabrían lo que había hecho?, por como hizo aquel comentario dejaba claro que no estaba de acuerdo en que dejar en silla de ruedas a un chico sin motivo aparente fuera un acto demasiado respetable.
–Nos van a comer socio. Estamos muuuuuy jodidos– dijo Porko asustado. Mel jamás lo había visto así.
Mel salió de dudas durante la cena. Trató de pasar desapercibido pero según se sentó en una mesa ocupada por cinco chicos, le dijeron que ahí sobraba, que se buscara otro lugar. Tras tres intentos, decidió que si quería comer algo, tendría que ser de pie y con la bandeja apoyada sobre una papelera. Según se llevaba el primer bocado de puré a la boca, cuatro chicos lo rodearon y uno de ellos le dio un fuerte manotazo en la mano con la que sujetaba la cuchara, arrancándosela de la mano. Era el mismo chico que le había dicho que sabían por qué estaba ahí.
Mel no recordaba que pasó exactamente, el siguiente recuerdo que tenía era despertar en una cama de la enfermería con todo el cuerpo dolorido. Trató de abrir los dos ojos, pero uno lo notaba tan hinchado que le fue imposible. Tardó un rato en ubicarse y recordar que hacía ahí. Un enorme hombre negro sentado en una silla al lado de su cama le sacó de dudas.
–Te han dado una buena paliza chico. Y lo peor de todo es que te la merecías– dijo con una voz que parecía el ruido del motor de un camión– no me das ninguna pena, que lo sepas.
Mel se encontraba tan abatido que no pronunció palabra. El gigante se puso en pie y la habitación quedó completamente eclipsada por aquella exagerada figura.
–Soy Little– le ofreció la mano. Mel trató de responder el gesto pero descubrió que era imposible. Tenía el brazo enyesado. El hombre que se había presentado como Little sonrió–. Lo siento, no me acordaba de que te habían roto un brazo. Duele, ¿verdad?
Mel asintió con la cabeza. Tenía ganas de llorar, pero trató de contenerse por vergüenza. A lo largo de su vida se había peleado bastante con otros chicos, pero jamás se había sentido tan dolorido como en aquel momento.
–Aguantaste como un campeón, tengo que decir a tu favor, pero me alegro de que estés ahí tumbado hecho una mierda. Me he informado de por qué estás aquí y es lo menos que te mereces. Les dije a los chicos que no se cortaran un pelo. Preferiría que no te hubieran roto el brazo, pero claro, esas cosas son difíciles de controlar.
Mel se sentía totalmente desorientado. ¿Quién era aquel hombre y por qué había ordenado que le dieran una paliza? Debía tener unos cuarenta años, estaba claro que no era un recluso más. De ser un guardia, ¿en qué clase de centro se encontraba para que los propios cuidadores ordenaran dar palizas? Little pareció leerle el pensamiento, porque dijo:
–Soy asistente social, y mi tarea es hacer que los hijos de puta que entran aquí salgan siendo seres humanos. ¿Por qué le hiciste aquello a ese pobre niño?
–Ni puto caso Socio, este tío nos va a joder, no digas ni una puta palabra– le dijo Porko que estaba apoyado en una esquina de la habitación fumando de su eterno puro– A este cabrón en cuanto se despiste le meteremos un navajazo entre las costillas. A ver si así se le ocurre otra vez ordenar darte una paliza.
Por primera vez, Mel no hizo caso de Porko. ¿Por qué había partido a Bean en dos? Porque un cerdo sin escrúpulos le dijo que era lo que debía hacer. Si ahora debía estar encerrado durante 4 años de su vida sufriendo palizas organizadas por un hombre gigante no era ni más ni menos que por los malditos consejos de un cerdo al que mató cuando tenía 7 años.
–Me lo dijo Porko– Contestó con la boca seca y sintiendo varios pinchazos por el cuerpo.
–¿Cómo, quien es Porko?– Mel señaló a la esquina vacía, donde estaba Porko.
Little quedó pensativo un instante.
–Mira chico. Doy clases de boxeo a muchos chicos de por aquí. Es un deporte que enseña muchas cosas, sobre todo, a recibir golpes– una sonrisa se dibujó en su cara y Mel pudo ver a un hombre bueno–. En la vida es importante saber esquivar los golpes, pero más importante es saber encajarlos. Me gustaría que cuando te recuperaras te unieras a mi grupo. ¿Qué te parece?
El tono de Little había cambiado por completo, dejó de ser hostil a sonar casi paternal. Aquello hizo sentir bien a Mel por primera vez en mucho tiempo.
Asintió con la cabeza aceptando la propuesta.
Little salió de la habitación y Porko saltó encima de Mel.
–Eres imbécil. ¿Por qué le has hablado de mí? ¿No ves que ahora va a intentar separarnos? Sin mí, aquí, eres hombre muerto. Lo sabes. Ese puto negro ha ordenado que te den una paliza de muerte y vas a hacer de Sparring en sus clases de Boxeo– decía escupiendo en la cara de Mel al gritar– Creí que te había enseñado algo durante todo este tiempo, pero veo que sigues siendo el mismo imbécil.
–Quiero que te vayas, déjame en paz– dijo Mel abatido.
–No te vas a deshacer de mí tan fácilmente.
–Estoy aquí por tu culpa.
–No socio. No te equivoques. Sabes perfectamente que yo soy tú. No vas a poder huir de mí.
Mel fue consciente en ese momento que Porko estaba en lo cierto.
<<¿Quién soy?>>, se preguntó por primera vez en su vida.
...11…
Mel se recuperaba despacio de sus heridas en la enfermería del centro de menores y, Little, le visitaba todas las tardes para charlar con él.
–¿Qué tal te encuentras chico?– le preguntaba con su voz grave y cálida nada más cruzaba la puerta.
–Un poco mejor– solía responder Mel.
Los días se le hacían eternos. La enfermera que se encargaba de él era una mujer mayor que se dedicaba meramente a sus labores sin dar pie a ninguna conversación que hiciera un poco más amena su estancia allí. Se notaba que no le tenía ninguna simpatía, y eso, quedaba claro en la forma brusca que tenía de moverle y asearle. Parecía que trataba de hacerle daño, o por lo menos no ponía demasiado esmero en evitarlo. Mel soltaba algún quejido, pero procuró no protestar. No iba a darle ese placer.
No había televisión ni nada que le permitiera matar el tiempo a parte de un poster de una isla paradisiaca colgado de la pared. Mel podría haberlo dibujado con los ojos cerrados de tanto tiempo que pasó mirándolo. La otra distracción posible era una ventana minúsculaque enmarcaba una pared enfoscada de blanco, ya que esta daba a un triste patio interior. Porko, con el qué normalmente podía pasar horas y horas hablando, aunque estaba en la habitación junto a él, ya no le dirigía la palabra. Montó en cólera cuando Mel le dijo que no quería seguir siendo su amigo, que se fuera y que lo dejara en paz para siempre.
Solo podía pensar en lo que había hecho, tratar de entender por qué, y pensar en cómo iba a arreglarlo.
Así que, Mel se pasaba el día ansiando la visita diaria de Little. Pasaban una media hora juntos y Little le preguntaba muchas cosas acerca de su vida. Su entorno familiar, sus amistades, sus rutinas diarias… no tardó mucho en centrarse en la figura de Porko.
Mel enseguida cogió aprecio a aquel enorme hombre. Le despertaba seguridad. Su voz grave y tranquila le relajaba. No estaba ahí para juzgarlo, sino para ayudarle y escucharle, cosa que aparte de Porko, jamás había hecho nadie. Aquello era lo más parecido a un padre que Mel había tenido en su vida. Alguien que se preocupaba por él.
–¿Y ahora mismo lo estás viendo?– Preguntó Little refiriéndose a Porko durante su quinta visita.
–Sí, está enfadado porque quiero que se vaya, pero dice que no se va a ir y que él es yo, y yo soy él.
–Mañana vendré con una amiga para que hables con ella. ¿Tienes algún problema con eso?
–Supongo que no. ¿Estarás tú también?
–Sí, claro que sí– dijo y le dio una cariñosa palmadita en la cabeza.
Little se levantó para irse pero Mel lo interrumpió:
–¿Por qué ordenaste que me dieran una paliza?– aquella cuestión había rondado por su cabeza desde el primer momento, pero no había tenido valor para preguntar hasta ese instante. Quizás tenía miedo de la respuesta.
–Te lo dije ¿no?, te lo merecías.
Mel pensó que Little se había arrepentido de haber ordenado la paliza. Notaba que ahora le apreciaba y que no le veía tan mal chico como había supuesto al principio. Little era la primera persona a la que le había hablado de Porko y por tanto sabía que era inocente, que no se merecía el castigo.
–Bueno, no creo que ahora pienses así, ¿no?– Aunque las heridas superficiales en general estaban bastante curadas, el brazo lo tendría escayolado durante 3 meses. Según Little, en tres días se incorporaría a la vida normal del centro.
–Lo siento chico, sí pienso que te merecieras esa paliza. Le partiste la espalda a un niño inocente.
–Pero…– se dispuso a protestar.
–Ya, fue Porko ¿no? Sabes que Porko tiene razón. Tú eres Porko– y lo que más le dolió, fue que sabía que era cierto.
Al día siguiente Little volvió con una mujer de unos treinta y pico años que se presentó como la doctora Marla. La primera impresión de Mel fue buena, parecía una mujer agradable y así resultó ser. Lo primero que exigió fue sinceridad total por su parte. Hizo mucho hincapié en este tema y aseguró que de no serlo, no podría ayudarlo. Mel obedeció, quería deshacerse de Porko a toda costa y algo le decía que aquella mujer podría tener la clave. Siempre que hablaba, Marla tomaba un montón de notas en su cuaderno. Porko no se lo ponía nada fácil, siempre que hablaba de él, se ponía a gritar y a dar saltos por toda la habitación distrayendo a Mel de su relato, lo que hacía bastante difícil que se expresara de forma coherente.
Little seguía visitándolo, pero ahora se había convertido en un mero espectador de la doctora Marla. Mel prefería mil veces las conversaciones con Little que con Marla, era mucho más entretenido y no tenía la sensación constante de que estaba siendo juzgado.
Al cuarto día de entrevistas con la doctora, le sacaron del centro para llevarle a un hospital. Allí, le hicieron una extraña prueba que consistía en meterle la cabeza dentro de un gigante tubo donde tenía que permanecer inmóvil durante más de 45 minutos. Fue una tortura.
–Buenos días Mel– dijo Marla al entrar en la enfermería al comienzo de la séptima sesión. Little iba con ella– Traemos buenas noticias, creo que ya sabemos que es lo que te ocurre y como tratarlo.
Mel imaginó que Marla le daría una pastilla milagrosa y que al tomarla, Porko desaparecería de su vida de un plumazo. Fue directamente al grano:
–Es una enfermedad difícil de diagnosticar, pero estoy casi segura que padeces de Esquizofrenia con trastorno de la personalidad disociativo. Según lo que nos has relatado, Porko apareció en tu vida cuando contabas 7 años de edad. Esta enfermedad suele manifestarse en la adolescencia, pero ha habido casos en los que ha aparecido de forma más prematura. Los detonantes suelen ser una infancia traumática y cierta predisposición hereditaria o genética. Que tu madre te concibiera mientras era adicta al Spum no es más que un fuerte agravante, y que fueras abandonado de aquella manera por parte de tus padres, un hecho que solo da fuerza a la idea que tienes de estar solo en el mundo. Mataste a un cerdo a sangre fría sin razón alguna y, seguramente, la culpabilidad de aquel acto produjo que materializaras tu frustración y odio al mundo con la forma de Porko. Él pone en marcha todo lo que querrías hacer, pero que tu conciencia tacha de inmoral o incorrecto. Te ha hecho pensar que es tu único amigo y que él cuidaría de ti, pero realmente es todo lo contrario. Es tu peor enemigo y debes acabar con él.
Mel escuchaba atento, sabía que a Porko solo lo podía ver él, pero jamás se paró a pensar que estaba enfermo, que fuera parte de él.
–¿Y cómo voy a hacer para que desaparezca?
–Para empezar, es importante que de verdad quieras cambiar. Si no, no conseguiremos nada.
–Quiero cambiar– dijo Mel sincero.
–Luego, será necesario que tomes una medicación. Tendrás que tomar unas pastillas muy potentes tres veces al día, lo que seguramente, te dejará en un estado un poco más…tranquilo.
–¿A qué te refieres con tranquilo?– A Mel no le gustó nada como había sonado aquello.
–Inactivo, cansado, desmotivado… pero creo que sin ellas no podrás hacer desaparecer a Porko.
–Tranquilo chico– intervino Little por primera vez– yo me encargaré de que no caigas en un pozo. Tú confía en mí.
Esas palabras tranquilizaron a Mel. Lo de las pastillas había sonado a que se quedaría como una especie de vegetal, pero si Little decía que estuviera tranquilo, confiaba en él.
Quedaron en que al día siguiente empezarían con el tratamiento, y una vez Marla abandonó la enfermería, Little se quedó un rato con él.
–Mira chico, si he aprendido algo en esta vida es una cosa: Un hombre puede huir de todo, menos de sí mismo– le dijo con tono paternal–. Has empezado en esta vida con mal pie, y te vas a pasar cuatro años de tu vida aquí encerrado. Esta en tu mano, y solo en la tuya, decidir quien sale de aquí: Mel, o Porko. ¿Me sigues?
–Creo que sí– respondió Mel inseguro.
–Yo creo que no tienes ni idea. Vas a tener que enfrentarte a ti mismo y eso es lo más difícil que uno puedo hacer. Has sido mala persona y mereces estar aquí encerrado. No te voy a contar mi vida, pero sé lo que es sentir remordimientos. Todavía no tengo muy claro de si te arrepientes de lo que has hecho.
Mel se paró a pensar. ¿Se arrepentía de haber dejado paralitico a Bean o se arrepentía de haber hecho algo que hubiera supuesto su encierro? La diferencia era importante. Meditó y no tenía clara la respuesta. Si pudiera volver al pasado, no lo habría hecho, pero vio que el motivo era puramente egoísta. No se había parado a pensar que un chico pasaría el resto de su vida sentado en una silla solo por cometer el pecado de ser el hermano de una chica a la que a él le gustaba. Mel llevaba varios días tumbado en una cama y ya se le hacía insoportable, ¿toda la vida dependiendo de alguien para todo? Sería una autentica tortura. Dejó de sentirse la víctima, la victima de Porko, y por primera vez, ahí charlando junto a Little, fue consciente de lo que había hecho y de lo que había implicado para un inocente ser humano.
–Te podría decir que tienes excusa, que estás enfermo y que no es culpa tuya. Realmente no lo pienso. La vida es dura para muchas personas y eso no justifica nada. Si has enfermado mentalmente es porque eres débil. Te has quedado con el lado dramático de tu vida y te has sentido con el derecho de hacer que la de los demás sea un poco más complicada. De esa manera solo vas a conseguir ser un maldito infeliz, y hacer infeliz a todo el mundo que está a tu alrededor.
Aquellas palabras dolían, Mel necesitaba apoyo y escuchar eso le desmoralizaba.
–Es momento de tomar una decisión. ¿Quién vas a ser a partir de hoy?
Mel no contestó, Little se fue y le dejó solo con sus pensamientos. Tomó una decisión: Cambiaría.
Al día siguiente comenzó con la medicación y le dieron el alta, se unió de nuevo a la rutina del centro. No hubo más palizas y tardó poco en unirse a las clases de boxeo que impartía el propio Little. Su brazo no estaba curado, pero Little le dijo que podría ir aprendiendo algo observando a los demás.
La medicación tuvo el efecto que había dicho Marla, cuando las tomaba se sentía agotado y desganado. Mentalmente se sentía lento y confuso, como si tuviera la cabeza dentro de una nube y todo fuera a cámara lenta. El cuerpo le pesaba como si sus huesos fueran de plomo. El único entretenimiento del que disponía eran las clases de boxeo.
Tres meses pasó como espectador de los entrenamientos. Solo cuando hacía ejercicio notaba que su mente funcionaba algo mejor. A su pesar, Porko seguía silencioso a su lado de forma constante.
<<Vete de una vez>>, pensaba a menudo.
–Soy tú. No me voy a ir a ninguna parte.
Llegó el día de enfundarse los guantes. Había hecho mucho ejercicio y aunque todavía no había subido al ring, se sentía en buena forma. Pensó que a base de mirar, podría defenderse y que algo habría aprendido, pero estaba muy equivocado. Su rival era el mismo chico que le había recibido al llegar y el que lideró su paliza de bienvenida. No tuvo ninguna contemplación con él. Daba igual que estuviera recién recuperado de una rotura de radio o que no hubiera boxeado en su vida. El chico, que se llamaba Rogue, aprovechaba cada oportunidad para golpear a Mel.
A pesar de estar recibiendo una buena paliza, Mel experimentó que encima del Ring, su cerebro volvía a la normalidad. No sabía a que era debido, pero la nube se esfumó. El miedo, la tensión, la adrenalina… Daba igual, ahí encima, aunque fuera recibiendo golpes, se sentía vivo y despierto. Un puñetazo en el costado hizo que a Mel se le escapara el aire de los pulmones y cayera de rodillas. No pudo ponerse de nuevo en pie. Rogue le ayudó a levantarse:
–Has aguantado bien. Buen trabajo– le dijo sonriendo.
Él pensaba que lo había hecho de pena, pero agradeció aquellas palabras.
–¿Qué tal?– le preguntó Little mientras Mel se quitaba los guantes.
–Ha sido…liberador.
Little sonreía satisfecho. La medicación podría haberle dejado sentado en una silla todo el día, sin ganas de vivir ni de cambiar, pero el boxeo consiguió que se levantara con ganas de hacer algo y de mejorar. En el gimnasio, se sentía vivo, y en esos momentos se disipaba la nube. Era el mejor momento del día sin lugar a dudas. Daba igual que recibiera golpes, eso era lo de menos. Cuantos más golpes recibía, más lucido se sentía.
Mel fue mejorando a pasos agigantados y sus compañeros fueron respetándolo cada vez más.
Cualquiera podría pensar que enseñar a luchar a un grupo de adolescentes conflictivos era una muy mala idea, pero estaría completamente equivocados. Visto desde fuera podría parecer una práctica brutal y autodestructiva motivada por la necesidad de hacer daño a otra persona a riesgo de exponer la propia integridad. Como él le hizo a aquel inofensivo cerdo. Como le hizo a Bean. Pero el boxeo no era eso. Mel entendió rápido que el boxeo lo que realmente ponía a prueba era a uno mismo. Solo la necesidad de mejorar cada día un poco más, ser disciplinado y no parar hasta haber alcanzado el límite, hacía que levantarse por las mañanas tuviera un poderoso sentido.
Porko seguía junto a él.
–No se va– le comentó Mel frustrado a Little.
–¿Sigue ahí? Imagínalo en el ring.
Mel no lo entendió al principio, pero una vez se subió a la tarima, vio que en la otra esquina le aguardaba Porko, con su parche, su venda en la cabeza y su apestoso puro.
Mel pensó en todos los consejos que había recibido por su parte y de cómo aquello le había destrozado la vida a él, al pobre Bean y seguramente a Irina. Tenía delante su oportunidad de ajustar cuentas y decidió dejarse la piel en aquel combate. Se dijo a sí mismo que si lo vencía, Porko desaparecería.
Debía ser así. Lo sabía.
Fue su décimo segundo combate en el ring, y fue el primero en el que salió indiscutiblemente vencedor.
…10…
–¿Y ya está, Porko desapareció para siempre?– preguntó Cateline tras escuchar la verdadera historia de Mel.
Llevaban 248 horas.
–Sí. Para siempre.
No era cierto. Mel sabía que Porko estaba de vuelta, lo veía acercarse imparable desde la escotilla vertedero, enfundado en un traje espacial y fumando de su puro. Al principio había tenido dudas, pero ahora ya podía apreciar el parche, la venda, y la cara de cerdo. Cada vez estaba más cerca.
–Tuviste mucha suerte de encontrar a Little– dijo Cat.
–Lo sé, si él no hubiera apostado por mí, no sé cómo habría acabo. Un día, después de un duro entrenamiento me dijo: “la persona que no está en paz consigo misma, será una persona en guerra con el mundo”– agravó su voz para imitar la de Little.
–Conozco la frase, es de Gandhi.
–¿Quién?
–Mahatma Gandhi, da igual. Sigue.
–¡Que cabrón!, pues yo creí que era suya. Da igual, el mensaje sigue siendo cierto. Cuanto más entrenaba y cuanto más tiempo pasaba tomándo la medicación, mejor me encontraba, pero había algo que me atormentaba. Cuanto menos rastro había en mi de Porko, más fuertes eran lo remordimientos por haberle hecho eso a Bean. Cuanto más cerca estaba la hora de salir, peor me sentía emocionalmente.
–No tiene que ser fácil vivir con eso.
–Asumí que había sido yo el culpable, y que yo debía reparar mi error, aunque eso no fuera posible. Hablé del tema con Little y me dijo que estaba en deuda con ese chaval, que cuando saliera, debería cuidar de él y hacer su vida más fácil en la medida de lo posible.
–Supongo que es lo justo, pero si yo fuera Bean no querría volver a verte en la vida.
–Ni él, ni Irina. Está claro. Por el contrario, Celio estaba deseoso de verme y de dejarme en una silla de ruedas, como mínimo.
–No soy partidaria del ojo por ojo, diente por diente, pero no puedo culpar a ese chico por odiarte a muerte.
–Lo sé, yo tampoco. Tuve largas conversaciones con Little acerca de este tema y, a día de hoy, hay una pregunta que todavía me hago muy a menudo sin obtener respuesta: ¿Quién soy?
–Supongo que has sido un chico enfermo mentalmente que finalmente encontró la salvación. ¿No?
–Hoy soy quien soy porque me crucé con la persona adecuada y tomo tres pastillas al día, pero eso solo me hace ver que soy una versión artificial de mi mismo. Al principio, decidí mentirte y contarte mi historia desde otro punto de vista, porque me avergonzaba de quien había sido realmente, y al fin y al cabo, ese era yo. Quizás mi verdadero yo, malo, envidioso y vengativo.
–La gente cambia. No deberías torturarte por eso. Lo que importa es quien has llegado a ser.
–¿Somos lo que pensamos, lo que decimos, o lo que hacemos? Yo podría haberte contado lo que hubiera querido sobre mí y me habrías creído, para ti sería la persona que digo ser, ¿no?
–Ya, pero eso no te transformaría en esa persona, sino en un mentiroso.
–Ya, pero en la vida esto pasaba todo el tiempo. Todo el mundo al contar su historia, la cuenta a su favor. No puedes conocer a alguien por lo que te cuenta de sí misma porque esa es su versión, la versión censurada y justificada de sus actos. Por ejemplo, tú has hablado de lo malo que era tu padre y lo mal que os trataba a ti y en especial a tu madre. No dudo de que fuera un monstruo pero… ¿cómo habría él contado la misma historia? ¿Se habría crucificado y reconocido que maltrataba a tu madre sin razón ninguna o de escucharle se haría entender, aunque fuera un poco? Para ti tu padre era un monstruo, pero por lo que contabas, tu madre llegó a pensar que se merecía lo que él la hacía. No tengo ni idea, pero seguramente alguien incluso le apreciaba. Un hermano, un amigo, un familiar. Seguramente, no sería un monstruo para todo el mundo. Quizás tenía demasiada presión en el trabajo y necesitaba una válvula de escape. Por eso bebía, y bebido pegaba. Sé que esto no justifica nada, no me malinterpretes, pero seguro que a él si le valía. Quizás nadie le apoyaba y se sentía solo, era débil y toda aquella impotencia salía en forma de hostias en el cuerpo de tu madre. ¿Se le podría haber salvado? ¿Alguien le dio una oportunidad? Gracias a Litlle, yo tuve la mía pero, ¿Y si no me hubiera cruzado en su camino? Él me ayudó de forma completamente desinteresada y creeme que hay muy poca gente así.
–Supongo, pero eso no cambia nada–. Dijo Cat como si el discurso de Mel le hubiera entrado por un oído y le hubiera salido por el otro.
–Para mí lo cambia todo. Tú has hablado de la realidad y de la percepción, y yo ahora hablo de algo parecido. ¿Quiénes somos? Seguramente esa respuesta dependa de a quien le preguntes. Hay una versión de nosotros mismos por cada persona que nos conoce. Yo se que había gente que veía algo bueno en mi, y gente que creía que era el mal en persona, pero yo no sé quien soy en realidad. Sé que hubo un Mel que si no se tomaba las pastillas, veía a un cerdo que le manipulaba para hacer cosas malas a la gente, y sé que hay un Mel que si se medica y boxea quiere ser buena persona, enmendar sus errores y hacer cosas buenas por los demás.
–Tu caso es algo particular. Yo sé quién soy.
–¿Nunca te has sorprendido haciendo algo de lo que no te veías capaz?
–No lo sé– dijo Cat dubitativa– quizás no pensé que pudiera matar a mi padre y alegrarme de ello.
–¿Ves?, ahí lo tienes. Aun medicado y boxeando, a veces pienso en cosas malas, es cierto que no las llevo a la práctica, pero se me pasan por la cabeza. ¿Eso qué quiere decir?¿Soy lo que pienso o lo que hago? Yo le preguntaba esto a Little y él lo veía claro. Un hombre es lo que hace, no lo que dice o piensa. Yo no estoy de acuerdo, que aprendiera a reprimirme no me hace realmente mejor.
–Supongo que es normal que a veces pensemos en cosas malas, pero si no las llevas a cabo… hay días que estamos enfadados y las cosas en caliente...
–Si no las llevas a cabo ¿qué? Para mí no hay diferencia, todo se reduce al autocontrol que puedas tener. En mi caso, logré aprender a controlarme porque recibí ayuda de Little y de tres pastillas, pero creo que eso no me cambia, simplemente me contiene. Necesito saber quien soy realmente Cat, y ahora, solo tú puedes decírmelo. Necesito que lo hagas.
–Creo que eres muy duro contigo mismo. Noto como si tuvieras unos remordimientos enormes. ¿Qué pasó cuando saliste libre? ¿No ayudaste a Bean?
Tras un largo silencio, Mel miró triste a Cat y dijo:
–Lo maté.
…9…
Mel pasó cuatro años de su vida encerrado en el centro de menores y contra todo pronóstico fueron los años más felices de su vida. Por primera vez, se sintió seguro, ocupado y, lo más importante de todo, querido.
Little, como para muchos chicos del centro, fue un padre para él. A pesar de su difícil comienzo, una vez empezó a entrenar con el resto de los chicos se adaptó rápidamente. Porko desapareció de su vida una vez logró vencerlo en el ring y Mel se sintió liberado de aquella pesada carga.
Little, aparte de enseñarles a boxear, les enseñaba a ser mejores personas. Su pasado era toda una incógnita, pero era fácil leer entre líneas que había cometido grandes errores y que en algún momento de su vida decidió cambiar. Hablaba a menudo de lo importante que era para un hombre hacer las cosas bien y sentirse en paz con uno mismo. Cuando trataba esos temas adoptaba una actitud melancólica, como si todo aquello despertara antiguos fantasmas.
–Yo, mejor que nadie, entiendo por lo que estáis pasando chicos– les dijo en una ocasión después de un duro entrenamiento–. He hecho cosas en la vida de las que no me siento orgulloso pero lo bueno del pasado, es que siempre queda atrás. Se quien soy ahora y trato de hacer el mundo un poco mejor. Me gusta pensar que desde aquí, tratando de que entendáis que es lo que realmente importa en la vida, cambio un poco las cosas a mejor. Puede que realmente al hacer esto solo trate de redimirme y buscar mi propia paz. Quizás, simplemente trate de salvar a tanta gente como condené. Supongo que el motivo no importa si el fin es bueno, ¿no?. Solo os pido una cosa, que no me decepcionéis.
Escuchar aquello de boca de una persona a la que Mel respetaba, agradecía y admiraba por encima de todo, conseguía que de verdad quisiera hacer las cosas bien.
Mel pensaba a menudo en su salida del centro. Siempre le parecía lejana y que nunca llegaría pero, cada día que pasaba, le acercaba más al momento de la verdad. Cuando comprobó en el calendario que en un mes se enfrentaría de nuevo al mundo real, le entró un ataque de pánico.
–No estoy preparado para salir. No puedo– le dijo Mel a Little.
–Claro que lo estás. Te conozco desde hace cuatro años y sé que estás listo para volver.
–No puedo, en serio. ¿Puedo quedarme seis meses más? Necesito mentalizarme…
Mel, con casi 18 años era un hombre en todos los sentidos. Su genética le dotaba de una envergadura bastante superior a la media y, el entrenamiento diario en la disciplina del boxeo, solo había contribuido a engrandecerle todavía más. Había combatido en el ring contra chicos mucho más pesados y con mejor técnica sin cuestionárselo ni dudar lo más mínimo pero a pesar de todo eso, pensar en enfrentarse a Bean, le hacía temblar como un chiquillo.
–Mel, hadme caso, no te sentirás preparado jamás, pero te prometo que lo estás.
Lo habían hablado en muchas ocasiones. Little le había preguntado sobre qué haría al salir y Mel tenía claro que su primer paso sería pedir perdón a Bean. Sabía que aquello no le devolvería la movilidad en las piernas pero sabía que era importante, que era algo que debía hacerse sí o sí. ¿Y después qué?, después le diría que haría todo lo que estuviera en su mano para hacer su vida más fácil. Se buscaría un trabajo y si Bean necesitaba dinero, Mel le daría parte de su sueldo sin dudar.
–Le limpiaré el culo si hace falta– comentó.
Lo que le daba pánico, era que Bean no lo perdonara. Pediría perdón de corazón y con verdadero arrepentimiento, pero si a pesar de eso, Bean lo mandaba al infierno, Mel no podría vivir con ello. Tardó en entender que la verdadera víctima de Porko había sido Bean y su familia, y no el mismo como se había querido creer en un principio. Si Porko había sido la representación imaginaria de la peor versión de Mel, Mel debía enmendar sus errores en la medida de lo posible
–Es posible que no te perdone. ¿Tú lo harías?– dijo Little– Pero eso no debe hundirte. Tú piensa que lo hecho, hecho está. Lo correcto, y es lo que vas a hacer, es tratar de ayudar al chico cuya vida has arruinado. Seguramente, y con toda la razón del mundo, no la aceptará, pero eso no debe hacerte mella. Puede que te rechace a la primera, a la segunda y a la tercera. Puede que no te perdone jamás, pero debes demostrarle que eres otra persona porque Mel, te prometo que de verdad lo eres. Piensa que eres un hombre nuevo que debe retomar la vida de otro tío que ya no existe, pero que es su responsabilidad enmendar sus errores. Quizás así te cueste menos afrontar todo esto. Si Bean no acepta tu ayuda, habrá muchos otros que la necesitarán y aceptarán. En serio, sé lo que digo.
Aunque aquellos discursos conseguían animarle en parte, cuando Mel pensaba que aquel día definitivamente llegaría, se venía abajo.
Llegó el día en el que Mel terminó de cumplir su condena. Se despidió de sus compañeros y tuvo que esforzarse mucho en no llorar. Todos ellos estaban ahí por razones de peso, ninguno había sido un santo, pero gracias a Little ahora eran un poco mejores y Mel los apreciaba a todos y cada uno de ellos.
Little acompañó a Mel hasta la salida.
–Suerte ahí fuera chico– le dijo Little–. No me decepciones.
Mel había conseguido contener el llanto. Despedirse de sus compañeros había sido duro, pero despedirse de Little le superó. Dio un paso adelante y lo abrazó. Rompió a llorar como un niño pequeño. No quería volver a sentirse solo, necesitaba tener aquel hombre cerca guiando cada uno de sus pasos.
–No es una despedida. Puedes venir a verme siempre que quieras, tranquilo– Le dijo una vez se separaron. Little tenía los ojos vidriosos. Había estado a punto de llorar. Se lo debía todo a aquel hombre que desinteresadamente había cambiado su vida y su forma de afrontar las cosas. El bien existía con la forma de un hombre negro gigante.
Un carcelero le abrió la puerta y, tras cuatro largos años, Mel salió al mundo real. Se quedó en la puerta parado, había llegado el instante que tanto había temido. La hora de la verdad. El plan era coger un autobús y volver junto a sus abuelos. A ellos, también les iba a pedir perdón y les haría saber que era otra persona y que todo iba a ser muy distinto a partir de ahora. Después, iría a ver a Bean y le haría saber que podía contar con él para cualquier cosa.
Cualquier cosa. Lo que fuera.
<<Vamos allá>>, se dijo optimista y se puso en marcha camino a la parada de autobús.
Entonces, reparó en que había un chico con los brazos cruzados observándolo desde la distancia. Le resultaba familiar, lo miraba fijamente con cara de pocos amigos. Vio que se ponía en marcha y se dirigía hacia él con paso rápido y decidido.
–Eres Mel– dijo, no era una pregunta, sino una afirmación.
–Sí– contestó cuando ya estaban a escasos dos metros.
–Puede que creas que has pagado por lo que hiciste, pero no es así. Todavía no.
Estudió al chico que le hablaba con tanto odio. Su expresión facial era dura y se notaba que dedicaba un gran esfuerzo en contenerse y no saltar a golpearle. Aunque parecía menor que él, físicamente imponía. Iba vestido con una camiseta de tirantes que revelaban unos fuertes y rocosos brazos. Era un poco más bajo que Mel, pero apenas unos centímetros. Tenía claramente la fisonomía de un luchador.
–Llevo cuatro años esperando a que salieras– prosiguió–, y te prometo que no he perdido el tiempo. Dejaste en silla ruedas a mi amigo, paralítico al principio. La lesión se complicó al año por una mala rehabilitación y a día de hoy Bean no puede moverse de cuello para abajo. Me prometí a mi mismo que tu acabarías igual– hablaba con los puños apretados. No se esforzaba en disimular el odio que sentía.
Mel, por fin, reconoció al chico. Había sufrido una transformación increíble, pero aquel chico era el que estaba junto a Bean cuando le rompió la espalda. No llevaba ni cinco minutos fuera del centro y ya le estaban amenazando, era mucho peor que el peor panorama que hubiera imaginado Mel.
–Antes de nada, me gustaría poder explicarme. ¿Cómo te llamas?– dijo Mel con un tono conciliador.
–Me llamo Celio, y no hay nada que explicar. Tienes dos opciones. Primera–, Celio levantó el dedo índice–, subirás conmigo a un ring y tendrás la oportunidad de defenderte. Ojala elijas esta opción porque te prometo que quiero ser yo personalmente el que te de tu merecido. La opción dos es que entre mis amigos y yo– de repente, empezó a acercarse gente desde varias direcciones–, te demos una paliza que no olvidarás, aquí y ahora.
Mel se vio rodeado por ocho chicos de distintas edades. Los tenía muy cerca y era obvio que trataban de intimidarle. No tenía ninguna posibilidad. Si aquellos ocho tipos se le echaban encima a la vez, se encontraría en un grave aprieto. Trató de mantener la calma.
–Mira, te entiendo perfectamente. Se lo que he hecho y me arrepiento de ello. Quiero enmendar mi error e ir a ver a Bean. Si me dais una oportunidad os demostraré que…
–No vas a demostrar una mierda– interrumpió Celio– ¿Pelearás o no?– todo el mundo se le echó un poco más encima, pendientes de su respuesta.
Mel supo que si contestaba “no”, desataría una tormenta de golpes. Dudó, no tenía opción, debía ganar tiempo.
–Pelearé, pero necesito ver a Bean antes. Por favor.
–Vamos– Dijo y se dio la vuelta.
Dos chicos le agarraron de los brazos y le hicieron ponerse en marcha. Iba escoltado por los ocho amigos de Celio, que iba a la cabeza. Enseguida llegaron hasta tres cochambrosos coches y le obligaron a entrar en uno de ellos. Lo sentaron en el asiento de atrás y el pasajero de su derecha mostro una pistola que le colocó en las costillas.
–Va a ser un viaje tranquilo, ¿Verdad?– preguntó. Mel asintió con la cabeza.
Le daba vueltas a la cabeza. Todo aquello era surrealista. ¿Dónde lo llevaban? Había dicho que pelearía en un ring contra Celio, pero ¿Iba a ser ahora? ¿De verdad Celio estaba dispuesto a luchar uno contra uno? Aquello, era bastante noble por su parte. Si de verdad ansiaba tanto la venganza lo fácil habría sido darle una buena paliza entre todos, pero no. A no ser que fuera una trampa, Celio afirmaba quererlo solo para él. Daba por hecho que en un ring le podría dar una buena paliza, pero Mel sabía defenderse. Suponiendo que no estuviera al tanto de que había estado boxeando a diario, era un tipo fuerte y musculoso. A nivel físico, estaban prácticamente en igualdad de condiciones pero el entrenamiento de Mel había sido muy intenso. Durante los cuatro años había combatido en infinidad de veces y sabía que era un gran luchador. ¿Debía tratar de ganar el combate o por el contrario lo mejor era dejarse ganar para que Celio diera por zanjada su venganza? No tenía miedo a los golpes, podría soportar el dolor y estaba más que acostumbrado, pero algo le decía a Mel que las intención de Celio no eran meramente la de ganar el combate. Seguramente, su intención era la de sentarle en una silla de ruedas.
Nadie dijo ni una palabra durante todo el trayecto. Tardaron unos 20 minutos en llegar a su antiguo barrio y aparcaron frente a una vieja nave industrial. Todos se apearon del vehículo y Mel volvió a ser escoltado por todo el sequito de Celio. Desde la calle se escuchaba un murmullo constante del interior de la nave. Abrieron la puerta corredera y el murmullo se convirtió en un estruendo de gritos.
Mel no se podía creer lo que estaba viendo. En el centro de la nave había un improvisado Ring realizado de forma casera, y alrededor de este había un centenar de personas gritando hacía él llenos de furia. Estaba claro que no era un personaje demasiado popular. Habían montado un auténtico circo en torno a ese combate.
Celio, tomó la iniciativa y corrió hacía el ring. De un ágil salto se metió entre las cuerdas y se plantó en el medio con los brazos en alto pidiendo silencio. A Mel, le detuvieron a unos 10 metros del ring, todavía no era su momento.
–Y aquí lo tenemos– gritó Celio para su público– Hoy, tras cuatro largos años, se hará verdadera justicia contra este hijo de la gran puta que destrozó la vida de mi amigo Bean.
Todo el mundo volvió a rugir de júbilo. Otra persona entró en escena. Un tipo grande que llevaba algo en brazos subió despacio al ring. Llevaba a Bean.
Aquella imagen casi le paró el corazón. Bean, seguía siendo diminuto, pero facialmente también le resultó casi irreconocible. Sabía que tenía 15 años, pero la mirada muerta de aquel chico le hacía aparentar 80. Todo lo que le sucediera encima del Ring, lo tendría bien merecido.
Los ojos de Bean y Mel se econtraron. Él lo miró inexpresivo. No había odio ni ningún tipo de emoción, era como si aquello no fuera entre ellos dos. Mel, a pesar de que aquello le resultaba muy difícil, aguantó la mirada, se lo debía por respeto. No era una mirada desafiante, era una mirada de reconciliación. “perdón”, pensó.
–Este es Bean– dijo Celio mirando también a Mel, y él si lo odiaba– supongo que te acordaras de él. Gracias a ti no se puede mover, y hoy estamos aquí para que pagues por ello. No te puedes quejar, ya que aunque no te lo mereces, tienes una oportunidad para defenderte– la gente volvió a rugir, impaciente de que comenzara el ansiado combate.
Pusieron a Mel en marcha y le acercaron hasta el ring. Mel no lo entendía todo porque las voces se superponían unas a otras, pero estaba claro que todo el mundo le insultaba.
Celio se quitó la camiseta y dejo al descubierto un torso esculpido en piedra. Empezó a dar brincos y mover los brazos en círculo para calentar los músculos.
–¡¡PARAD!!– un grito de mujer hizo que todo el mundo callara de golpe y se girara hacía la entrada de la nave.
Habían pasado cuatro años, pero Mel reconoció al instante a Irina. Seguía siendo el ángel de sus sueños.
–Celio, me prometiste que no harías esto. Bean no lo necesita– dijo ella enojada y al borde del llanto–. No va a cambiar nada. Pon fin a este circo. ¡Ya!
–No te metas Irina, claro que lo necesita. No es cuestión de cambiar nada, es cuestión de hacer lo que hay que hacer.
En el Ring estaban Celio, Mel, el chico que portaba a Bean y el propio Bean. Mel se volvió a encontrar los ojos de Bean, ahora, cerca, le dijo:
–Perdón.
Bean siguió inexpresivo. De verdad parecía como si él no quisiera estar ahí, no disfrutaba lo más mínimo con todo aquello.
–Siento lo que te he hecho, en serio. Sé que no es escusa pero estaba enfermo. Padezco de esquizofrenia y…– Mel dudo si hablar de Porko, pero no lo hizo– Te hice algo horrible. Quiero enmendar mi error, quiero ayudarte, haré lo que me pidas.
Nadie prestó atención a las palabras de Mel, toda la atención estaba centrada en Irina y Celio que seguían discutiendo sobre si debía pelear o no. Seguían discutiendo a gritos, pero Mel no escuchaba lo que decían, solo miraba a Bean de la forma más sincera que podía para hacerle entender que de verdad se arrepentía, que estaba dispuesto a ayudarle en todo lo que pudiera.
Algo cambió en la mirada de Bean, de repente, un atisbo de emoción se iluminó en sus ojos. Un leve asentimiento de cabeza le indicó a Mel que, quizás, lo estaba perdonando.
La muchedumbre se sincronizó para gritar una palabra en común. “Pelead, pelead, pelead”.
Celio se encogió de hombros ante Irina. Ya no había ser humano que pudiera detener eso. La gente tenía sed de sangre y él se la iba a dar.
–¡HAS CAMBIADO! No pienso ver esto– Gritó Irina y se fue.
–¡Espera!– exclamó Celio alzando el brazo hacía ella justo cuando se la perdía de vista. Mel pudo notar que para Celio aquello había sido un duro golpe. Necesitaba la aprobación de ella y no la había obtenido. Mientras, la gente seguía pidiendo sangre.
Celio miró a Mel y, por un instante, pensó que se iba a librar. Bean no había abierto la boca, pero algo le decía que él no necesitaba eso, solo Celio.
–Prepárate para pelear– dijo revelando todo el odio que sentía.
…8…
Comenzó el combate.
Mel no tenía muy claro cómo iba a enfocar aquel asunto. No podía permitir que le dieran una buena tunda y, además, estaba claro que Celio llevaba la peor de todas las intenciones. En los cuatro años que había pasado Mel entrenando y boxeando, siempre había sido contra gente que aunque golpeaba para hacer daño y buscando el K.O para ganar el combate, no pretendía dejar daños permanentes en el adversario. Había un respeto por la integridad del contrincante.
Este no era el caso. No se suponía que fuera una pelea a muerte, pero Mel temía salir realmente mal parado si no ponía toda la carne en el asador. No tardó en descubrir que Celio iba a poner todas las cartas sobre la mesa desde el primer instante. Tras andar en círculos uno alrededor del otro, Celio tomó la iniciativa de una forma que Mel no se esperaba. Amagó con el brazo izquierdo y Mel subió la guardia para protegerse la cabeza. Había sido una trampa. La espinilla de Celio golpeó con una fuerza tremenda en medio del muslo de Mel, que sintió como se le entumecía en el acto.
La postura de Celio no era propia del boxeo, sino de otro arte marcial que Mel reconoció como Muay Thai. Encajó la patada, pero al dar un paso atrás para ganar distancia entre él y su contrincante la pierna dolorida le falló y cayó de rodillas. Celio no desaprovecho la ocasión y saltó hacia Mel con la rodilla por delante. Mel trató de echarse a un lado, pero todo quedó en una intención. La rodilla de Celio impactó contra su boca y la cabeza se le agitó de forma brusca.
El sabor a sangre no tardo en aflorar. La muchedumbre rugió ante la contundencia de aquel golpe. Mel se puso en pie, mareado y desorientado, temiendo sufrir un nuevo golpe en cualquier momento. Localizó a Celio, aunque estaba completamente a su merced, Celio giraba alrededor suyo esperando a que él se cuadrara de nuevo.
–Esto no va a ser tan rápido como tú quisieras hijo de puta.
<<Me quiere hacer sufrir, puede acabar con esto rápidamente pero me va a torturar. No me pillará desprevenido otra vez>>, pensó Mel.
Se sentía en desventaja, no había tenido en cuenta el factor de las piernas y Celio se había aprovechado de ello. Podía permanecer en pie, pero solo con cargar su peso sobre la pierna derecha sentía una punzada de dolor que iba incrementando a cada segundo. Debía golpear cuanto antes. Mel se cuadró y permaneció atento al siguiente movimiento de Celio.
Con la pierna tocada era un suicidio tomar la iniciativa, así que decidió esperar a que atacara Celio y pillarlo con la guardia baja.
Celio hacia pequeños amagos de ataque, pero hasta en tres ocasiones resultó ser una falsa alarma. Mel se concienció de que seguramente, amagaría con algún miembro, pero que el golpe vendría finalmente por otro lado. Se concentró, no reaccionaría al primer movimiento, sino al segundo. No era fácil de hacer, controlar los reflejos del cuerpo era una tarea que requería una gran concentración, pero en ese momento era la única estrategia posible.
Celio, que seguía danzando alrededor de Mel manteniéndose de perfil, paró en seco y comenzó a girar la cadera. Iba a volver a lanzar una patada, o eso parecía. Mel mantuvo la guardia alta y fue todo un acierto. La patada fue interrumpida para dar paso a un puñetazo con el brazo izquierdo.
<<¡Ahora!>>, Pensó eufórico por haber predicho con éxito la intención de su adversario. Mel lanzó un puñetazo desde el hombro aprovechando un hueco en la guardia de Celio, según inclinaba el cuerpo hacía un lado para penetrar desde un mejor ángulo.
Ambos puños se cruzaron en el aire, pero fue el de Mel el primero en alcanzar su objetivo. Sintió como sus nudillos se clavaban en el pómulo de Celio y como toda la cabeza se desplazaba ante el avance de su puño. El golpe hizo que Celio quedara girado de perfil, dejando sus riñones expuestos a Mel. Sin dudar un instante, se pegó a él y descargó tres rápidos puñetazos de corto recorrido en la zona lumbar.
Mel siempre había peleado con guantes, pero ahora, con las manos desnudas, notaban como sus puños se hundían en la dura carne de su oponente.
Celio logró mantener la verticalidad y se apartó de Mel rápidamente. Este, trató de aprovechar su recién adquirida ventaja y saltó hacía él. Según cargo el peso en la pierna dolorida, cambió de idea y se quedó en su sitio.
El público gritaba y jaleaba eufórico, satisfecho de que el combate fuera a estar nivelado y que ambas partes estuvieran dando un buen espectáculo. Celio se llevo una mano a la espalda y era evidente que le costaba respirar. Era justo lo que había pretendido Mel. Por primera vez, se leía preocupación en su cara.
Volvieron a tantearse. Por tercera vez, Celio tomó la iniciativa y atacó de nuevo. Se lanzaron varios golpes y el combate pasó a ser un remolino de puñetazos y patadas. Ninguno daba tregua, ninguno se separó para ganar distancia o reponer fuerzas. Mel sentía como sus puños encontraban la dura carne de Celio, y como los de Celio le iban dejando partes de su cuerpo doloridas.
No lo vio venir, una rodilla se le incrustó en las costillas y se le escapo todo el aire provocando que bajara la guardia. Un golpe brutal encima de la oreja le hizo caer al suelo y su vista se enturbió.
Trató de ponerse en pie pero la cabeza le daba vueltas. No sin esfuerzo, logró ponerse a cuatro patas, pero de ahí no pudo pasar. Sentía que Celio se encontraba a su lado, y tenía la espalda a su merced. Si su intención desde el primer momento era la de partirle la espalda, ahora mismo la servía en bandeja de plata.
No podía ver lo que iba suceder.
–¡NOOOOO LO HAGAS!– se oyó un grito y aunque no lo había escuchado hablar antes, Mel supo que se trataba de Bean.
Sintió un fuerte golpe en la cabeza, y se desvaneció.
Despertó poco a poco, desorientado y sin saber donde se encontraba. Tuvo esperanza de que todo hubiera sido un mal sueño, de que se encontrara todavía en el centro de menores y de que ese tal Celio que quería verle muerto, no existiera. Lo único que podía ver era un foco colgado de un alto techo. No era su habitación, y el techo podía corresponder perfectamente al de la nave donde había tenido lugar el combate que empezaba a recordar. Trató de incorporarse pero la cabeza le dolía tanto que decidió quedarse como estaba.
<<Por favor, que pueda mover las piernas, por favor>>, pensó asustado.
Pensó en mover los dedos de los pies y respiró aliviado al comprobar que le respondían. La cabeza de Celio y de dos chicos más aparecieron en su campo visual.
–Parece que despierta– comentó uno de ellos.
–Levante ya– ordenó Celio ofreciéndole la mano.
Entre dos personas le pusieron en pie y le sentaron en un taburete. Le dieron agua y el mundo dejo de girar, un poco.
La mayoría de la gente se había ido, debían de quedar unas 15 personas. Bean se encontraba entre ellas.
–Quiere hablar contigo– dijo Celio malhumorado.
Bean, sentado en su silla, fue empujado por un chico hasta Mel, quien no podía quitarse la mano de la cabeza. Sangraba un poco.
A pesar de que le dolía todo el cuerpo, lo que peor llevaba era contemplar el cuerpo inmóvil de Bean sobre la silla. Sus extremidades colgaban inertes como si su cuerpo fuera de trapo. Con el cuello ladeado hacia la izquierda, Bean dijo:
–Me has pedido perdón.
–Lo ha hecho para salvar el culo Bean– matizó Celio nervioso.
–Sí, Bean. Te prometo que he pensado mucho en lo que te hice, he tenido cuatro años para hacerlo. Sé que fui muy mala persona y que merezco todo lo que me hagáis, pero estaba mentalmente enfermo. No sabía lo que hacía…
–Yo creo que sabías perfectamente lo que hacías– dijo Celio.
–¿Crees que con pedir perdón se arregla todo? No sé, yo sigo aquí sentado.
–Claro que no, pero no puedo cambiar el pasado. He temido este momento y, créeme, lo último que esperaba era este recibimiento. No es comparable a lo que estas pasando tú, pero lo que te hice aquel día me atormenta a diario. Necesito poder vivir conmigo mismo, y para eso necesito que me perdones, que me permitas hacer tu vida más fácil.
–Bean ya tiene ayuda. No te necesita– interrumpió Celio– que sepas que si no fuera por él, ahora tu también necesitarías una silla.
–¿Tan importante es que te perdone?
–Para mi es lo más importante en el mundo.
Bean quedó un rato en silencio, mirando a Mel fijamente, con su cuerpo de trapo y la cabeza ladeada.
–Te perdono.
Mel se echó a llorar, no pudo evitarlo. Aquel niño, al cual había arruinado la vida pronunció las dos palabras que lo liberaron de una carga que llevaba aplastándole demasiado tiempo. Mel se levantó y con mucho cuidado rodeo a Bean con sus brazos.
–Gracias– le susurró al oído entre lagrimas.
–Ven mañana a mi casa– dijo
–Allí estaré.
…7…
–No me puedo creer que te perdonara– comentó Cateline interrumpiendo la narración de Mel.
Les quedaban 317 horas de aire, unas pocas más de vida.
–Yo tampoco. Era lo que quería y necesitaba, pero creo que me sorprendió tanto como a ti. Por eso tenía pánico a enfrentarme a él, porque no concebía que me fuera a perdonar. Tras cuatro años volví a casa de mis abuelos. Lo que hice consiguió que renegaran de mi y nunca vinieron a visitarme al centro. A parte de a Bean, a ellos también les debía un perdón y una compensación. Siempre había pensado que estaba solo en el mundo y había estado ciego frente al hecho de que realmente ellos trataban de cuidar de mí, me quedé con la idea de que mis padres me habían abandonado y no quise ver más allá de eso.
>>Después de la pelea con Celio, mi apariencia no respaldaba demasiado el argumento de que había cambiado y de que tenía intención de dejar los problemas atrás. Llamé a la puerta y vi a mi abuela durante un segundo, el tiempo que tardó en cerrarme la puerta en las narices. Escuché como echaba todos los cerrojos y decía que me marchara, que no quería saber nada más de mí.
–Vaya Mel, lo siento. Tuvo que ser duro– comentó Cat
–No sabía a dónde ir. Le rogué que me dejara entrar, que había cambiado y que se lo podía demostrar. “Sí, ya he visto la pinta que traes”– dijo Mel poniendo voz aguda y de señora mayor–. No sabía dónde ir. Sabía que me iba a ser difícil entrar, pero tenía esperanzas de lograrlo. Me tiré diez minutos hablándole a una puerta cerrada. Finalmente, mi abuela dijo que o me iba, o llamaría a la policía. En ese momento me sentí furioso con Little, el predicaba que lo bueno del pasado, es que siempre queda atrás, pero yo no estoy de acuerdo. El pasado siempre vuelve, siempre vivimos bajo su sombra.
Mel dijo aquellas palabras mirando a través de la escotilla. En el contexto de su historia, Cateline pensó que se referiría a que lo que hacemos deja siempre una huella imborrable. No puedes decidir cambiar de la noche a la mañana y esperar que todo el mundo lo acepte y te de una oportunidad. Para bien o para mal, la gente tiene memoria. Mel no lo dijo por eso, lo dijo por que Porko cada vez estaba más cerca y no tenía ni idea de lo que podía pasar si lograba entrar en la nave.
<<Si Porko entra aquí Cateline…>> solo de pensar en hacer daño a Cat, se le ponía la piel de gallina. <<No, ahora eres más fuerte que él. Ya no eres un niño de 14 años>>.
¿Cuánto tiempo llevaba sin tomar sus pastillas para la esquizofrenia? Más de 15 días. La doctora Marla, en su día, le advirtió que no debía dejar de tomarlas jamás. Sería esclavo de tres pastillas durante toda su vida. Él preguntó, preocupado, que qué pasaría si dejaba de tomarlas y ella contestó sinceramente:
–No tengo ni idea. Puede que nada, o puede que vuelva. La esquizofrenia es una enfermedad muy peculiar.
Había estado 14 años alejado de Porko y ahora, en el final de sus días, volvía con seguramente no muy buenas intenciones. En el fondo, siempre había sabido que así sería, desde que entró en la nave junto a Cat y Roland y vio que no llevaba pastillas encima.
<<Da igual, no pasará nada, de eso hace mucho tiempo. Estoy curado>> pensó, pero no lo creía. <<Si no piensas en él, no aparecerá>>. Pero pensar en no pensar en él, era pensar en él, para su pesar. Proponerse olvidar es condenarse a recordar.
–¿Y qué hiciste?– preguntó Cat sacando a Mel de sus pensamientos– ¿A dónde fuiste?
–No tenía ni idea. No tenía dinero ni un sitio donde dormir. La única persona que sabía que podría hacer algo por mi era Little, pero no sabía donde vivía y a esas horas ya habría acabado su jornada en el centro de menores.
–Intento meterme en tu pellejo y debió ser duro. Al final, por como lo has contado, es como si estuvieras pagando por los errores de otra persona, ¿no?
–Más o menos, esa era la sensación que tenía–. Contestó él con una sonrisa triste.
–No puedo evitar en pensar en si mi padre hubiera podido cambiar, o si estaba loco y con ayuda podría haber sido otra persona– dijo Cat, pero a Mel no le pareció demasiado preocupada por aquella cuestión.
–Finalmente, me planté en casa de Bean. Le dije que iría a su casa al día siguiente, pero fui a las pocas horas de haber sido vapuleado.
–No puede ser– dijo ella sorprendida.
–Efectivamente. No tenía donde ir y, tras dudar mucho, me planté ahí para pedir que me dieran cobijo hasta que encontrara algo.
–No entiendo cómo se te ocurrió pedir ayuda justo a las personas a las que habías hecho tanto daño.
–Supongo que estaba ansioso por empezar mi misión de redención, ¿para qué esperar? Era de noche, hasta que pudiera hablar con Little y pedirle ayuda estaba completamente solo. Bean me había perdonado, y algo dentro de mí me decía que me ayudaría. No sé por qué, simplemente lo sabía.
>>Me abrió Irina y no olvidaré nunca la cara que puso al verme– decía Mel, aquel recuerdo le hizo sonreír–. “¿Qué haces aquí?”, me preguntó confusa. Le dije que si podía pasar y me dijo que no, que por supuesto que no. Que cómo podía haber imaginado que sería bien recibido en aquella casa. Apareció su padre, un hombre honrado que al igual que me pasó a mí con mi madre, había perdido a su mujer por culpa de una sobredosis de Spum. Se puso hecho una furia y casi estuvo a punto de agredirme, pero les supliqué que me dejaran explicarme, que me dejaran contarles mi historia. Bean, desde su cuarto, debió escucharme porque gritó que quería bajar. Le dijeron que no, pero él insistió y acabaron cediendo.
>>Gracias a Bean, me escucharon y les conté todo, al igual que a ti. Irina me preguntó que si ya estaba curado y yo afirmé que sí. Que llevaba cuatro años sano mentalmente y que gracias a la doctora Marla, tenía la medicación subvencionada por el estado. No había sido tarea fácil, pero supongo que al final también me gané el cariño de la doctora. Podría faltarme de comer, pero nunca me faltarían mis tres pastillas y, mientras las tuviera, supuestamente todo iría bien.
–¿Te dejaron quedarte?
–Sí– contestó Mel sonriente.
–Tienes un gran poder de convicción, eso no se puede negar.
–Yo creo que realmente no convencí a nadie, no en ese momento. El único que parecía apostar por mi era Bean. Una vez quedaron todos en que me dejarían pasar y me darían una oportunidad, Irina dijo que quería hablar conmigo a solas. Me dijo que ella no estaba conforme con todo aquello, y que si estaba ahí era solo porque Bean así lo quería. No le podían negar nada. Me dijo que, si le hacía daño a él o alguien de su familia, me mataría. Lo dijo seria y clavándome la mirada como un puñal y creeme, no parecía ningún farol. Era un ángel, pero te juro que escuchar aquello de su boca hizo que me acojonara de verdad.
–Me cae bien Irina.
–Sí, a mi también– dijo Mel, sonriendo triste de nuevo–. Al día siguiente fui a buscar a Little y le conté todo. Necesitaba que me acompañara y hablara con la familia de Bean, que les explicara que de verdad estaban a salvo, como una especie de aval. Una vez más, y sin dudar, dijo que lo haría, así que después de trabajar en el centro acudió a casa de Bean y se sentó con Irina, Bean y su padre. Les contó que yo había sido una víctima de una enfermedad y que ahora era otra persona, que yo necesitaba ayudar a Bean y que Bean necesitaba ayuda, era lo correcto. Little es capaz de convencer a cualquier persona de cualquier cosa, si estaba seguro de algo, era porque era así, y punto. Fui aceptado y su actitud respecto a mi fue cambiando poco a poco.
>>No fue un camino de rosas, me lo tuve que ganar a pulso. Me habían aceptado en su casa pero se notaba que no era del todo bien recibido. Su padre me dijo que o encontraba un trabajo en dos semanas, o tendría que irme. No quería, y sobre todo no podía, mantener tres bocas con su sueldo en la fábrica. Cumplí mi parte, y en tres días ya estaba trabajando con él. No sé si él tuvo que ver en el algo, pero al primer sitio al que fui a pedir trabajo fue a su fábrica. El capataz me observó detenidamente. Tenía frente a sí a un fornido chico de 18 años que era válido para cualquier trabajo físico, pero decidió que mi labor sería la de vigilante nocturno. Aquello me vino de perlas, ya que me dejaba toda la mañana libre para atender a Bean y boxear en el gimnasio del barrio. Aquello era crucial para mantener mi salud mental– Mel rio sincero–. No puedo decir que durante aquella época durmiera demasiado– afloró una leve sonrisa en sus labios y Cat le imitó.
–¿Y Celio?
–Evidentemente, a Celio todo este tema no le hizo ninguna gracia. Yo le entendía perfectamente. Él estaba enamorado de Irina, como cualquier hombre que la hubiera visto. Durante mi estancia en el centro había cuidado de Bean de forma ejemplar y, ahora, dejaban que el culpable de todo ocupara su lugar. Esto es algo que yo en su pellejo, no habría sido capaz de asimilar. A Irina no le sentó nada bien la fiesta de bienvenida que me dieron, y eso que seguramente me odiara mucho más incluso que el propio Celio. No es que le retirara la palabra ni nada de eso, pero parece ser que le hizo prometer que no haría nada de aquello. No quería venganzas porque Irina piensa que no llevan a ningún sitio, solo crean más problemas y dolor.
>>Celio, un día me paró por la calle de camino al trabajo. “Por alguna extraña razón Bean te quiere a su lado. No lo entiendo, de verdad, pero si es lo que quiere, lo voy a respetar. Tú y yo jamás seremos amigos, pero quiero enterrar el hacha de guerra”, me dijo. Creo que fue muy noble por su parte. Yo le dije que estaba dispuesto a ser su amigo, y que si me daba una oportunidad entre todos podríamos darle a Bean una vida digna. “No”, contestó tajante, “No me fio de ti. Te estaré vigilando Mel. Solo te daré un consejo, ten cuidado con Bean, puede que trate de convencerte de hacer cosas que no debes hacer.”
–¿Qué raro no? Me da pena, pero supongo que no se le puede culpar– aportó Cateline.
–Estoy de acuerdo. Como te he dicho, no me aceptaron de la noche a la mañana, fue algo gradual y que me gané a pulso. Yo trataba de ser simpático todo el tiempo, y mis penosos intentos por hacer reír o divertir a Irina caían a un pozo sin fondo. No sé si tarde 3, 4 o 6 meses. Llegó un día en el que llegaron a sentirse a gusto conmigo. Su padre también fue cambiando su actitud. En el trabajo cumplía sobradamente con mi cometido y para un hombre trabajador como él, aquel era el mejor camino para ganarme su respeto. Un día, desayunando todos juntos, me di cuenta de que era aceptado y querido en esa familia. Bean, a pesar de haber sido el que de primeras estaba de acuerdo con involucrarme en el día a día de la familia, era el que mantenía una actitud más distante. Pasábamos mucho tiempo juntos, me enseñó a jugar al ajedrez, o por lo menos lo intentó. Creo que le gané tres veces en toda mi vida. A pesar de eso, tenía la sensación constante de que en el fondo no me aceptaba, era como si estuviera fingiendo todo el tiempo pero, ¿Qué sentido tenía todo aquello? Entonces pensé que era normal, no poder moverse y depender de alguien para todo no debía ser nada fácil.
>>Un día se salió de su guión habitual de clases de ajedrez. Me dijo, “oye Mel, tú harías cualquier cosa por mí, ¿No? Estas en deuda conmigo”. Yo, que estaba agobiado porque como siempre, había perdido la reina en el quinto o sexto turno y lo único que hacía era escapar de los constantes jaques de Bean, no le di demasiada importancia a aquel comentario. Contesté sin pensar demasiado: “claro que sí Bean, sabes que estoy aquí para lo que haga falta.” “Mírame”, me dijo con un tono imperativo que jamás le había escuchado. Ahí lo tenía, con su cuerpo de trapo y su cabeza ladeada clavándome los ojos. “¿Para lo que haga falta?”. “Sí, claro”. “¿Lo juras?” Yo no sabía a qué venía todo aquello, pero le dije que sí, para lo que hiciera falta. “¿Sabes una cosa? Celio me ha ayudado mucho todo este tiempo, pero siempre he sabido que su verdadera motivación ha sido mi hermana. Está enamorado de ella desde el primer día. Me utiliza para ganársela y soy la escusa perfecta para hacerle parecer un buen chico, un caballero andante. Al final solo quiere estar con mi hermana ¿Tú no eres igual verdad?¿Tú me vas a ayudar?”
>>Me pareció cruel por su parte decir aquello. Aquel chico se había dejado la piel en hacerle la vida más fácil sin tener la culpa de nada y su manera, había buscado justicia. Vale, quizás no era la mejor manera de hacer las cosas, pero no se merecía que le pusieran en duda. ¿Celio habría estado junto a Bean si su hermana no fuera Irina?¿Una cosa quita a la otra? ¿Detrás de un acto aparentemente altruista puede haber una intención egoísta?, en caso de ser así ¿es criticable?
Mel se llevó las manos a la cabeza y su estado anímico cambio bruscamente. Se vino abajo.
–Ey ey, ¿Qué pasa Mel?– Cateline se acercó a él y le puso una mano en el hombro para consolarle por algo que no comprendía–. Vamos, las cosas se solucionaron ¿no?
Mel, negó con la cabeza. Quería hablar pero no le salían las palabras. No estaba llorando, pero tenía un nudo en el estomago que no le permitía expresarse. Logró serenarse.
–No fue en ese momento. Pensé que aquella conversación fue un punto de inflexión donde Bean me mostraba su aceptación completa, que solo hacía aquella pregunta para confirmar que iba a estar ahí, que iba a cuidar de él y que al contrario de Celio, yo no tenía intenciones ocultas con su hermana. Mentiría si dijera que no la adoraba, pero si ella hubiera desaparecido, yo habría seguido con mi labor. Lo sé, sé que sería así.
–¿Entonces…?– Cateline formuló la pregunta pero ella misma encontró la respuesta–, no me digas que…–Cat pensó en lo que acaba de contar Mel y en la pregunta de Bean: “tú harías cualquier cosa por mí, ¿No? Estas en deuda conmigo”, y lo entendió todo
–Le juré que harías cualquier cosa por él.
–Jamás te perdonó– dijo Cat aterrorizada– te utilizó para…
–Que lo matara.
…6…
–En ese momento no le di importancia, creí que era un momento de declaración de verdaderas intenciones, la bomba llegó tiempo después y en el peor momento posible.
–Espera Mel– dijo Cat interrumpiendo bruscamente– no puedo más, yo no he sido sincera tampoco.
Mel se quedó extrañado, ¿A qué venía eso de repente?
–Joder, ¿es que aquí nadie ha sido sincero o qué?– dijo Xhen indignado en la cabeza de Mel.
–¿Cómo? ¿En qué?
–En todo, para empezar, Roland sí era mi padre– dijo ella y, por primera vez, parecía sincera. Mel siempre había notado que cuando Cat le contaba cosas de su vida había algo que no cuadraba, el contacto visual era mínimo y solía juguetear con algo de forma nerviosa mientras hablaba. Él había achacado aquel comportamiento a lo traumático de su narración, pero aquella revelación de Cat demostraba que su intuición inicial podría haber sido cierta– Me inventé toda esta historia porque te tenía miedo.
–¿Miedo? ¿Por qué?, os ayude a escapar, no entiendo por qué…
–Bueno, he mentido básicamente por dos razones. Sabía de tu esquizofrenia desde el primer momento. Mel, yo trabajaba en recursos humanos y estaba al tanto del historial médico y psicológico de cada empleado, sabía que eres esquizofrénico. Si entraste a trabajar, fue porque venías recomendado y nos aseguraron que no darías ningún problema, que llevabas años sano y sin tener ni dar problemas. Fue por hacer un favor, yo ahí no tuve nada que ver. De hecho, si de mi hubiera dependido, no te habríamos contratado.
Mel, durante la época que había trabajado en la empresa de Roland y Cat, la había visto en infinidad de veces. Al contrario que Roland, que era muy simpático con él, Cat lo había tratado como si fuera invisible. Ahora entendía lo entendía todo un poco mejor, le tenía miedo.
–Sabía que habías estado internado en el centro de menores y que habías dejado inválido a un chico. Cuando comprendí que papá estaba muerto y que estábamos solos tú y yo me entró pánico. No te conocía de nada. Es cierto que si estamos vivos es gracias a ti, nos protegiste a mi padre y a mi en el duro camino que supuso llegar hasta la nave, y te lo agradezco, pero una vez estuvimos solos…
–No sabías que podría pasar.
–No. Decidí ponerte a prueba. Empecé este juego de contarnos las vidas y esperar a ver que me contabas. Empezaste mintiendo, y aquello solo hizo que me asustara todavía más. Tenía esperanza que aquel acto que te metió en el centro tuviera algún tipo de explicación que me dejara tranquila, pero al ver que contabas la historia desde el lado que te interesaba supe que no estaba a salvo.
Mel no sabía cómo sentirse. ¿Furioso? ¿Triste? ¿Decepcionado?
–Luego apareció aquella nave. Era mi única esperanza para no estar sola contigo y entre dos, quizás, si te daba un ataqué de locura tendría alguna pequeña posibilidad. Salió mal y mi situación no cambió.
–Dile que yo estoy aquí para protegerla, que no se preocupe– dijo Xhen divertido.
<<No creo que decirle que estas aquí ahora mismo ayude lo más mínimo>>, contestó Mel mentalmente.
–Pero, entonces… lo de tu padre borracho, tu madre… la huida, la prostitución, el asesinato…– Mel estaba muy confuso, ¿Quién era Cat entonces si Roland era su padre? ¿A quién había matado?
–Todo mentira. Empezamos con el juego. Tú mentías, y lo sabía. Yo tenía que hacerme respetar, tenía que hacerte entender que era una chica dura y que estaba dispuesta a hacer lo que fuera por defenderme. ¿Acaso puede haber algo más agresivo que matar a un padre? Maldita sea Mel, me he aseado cada cuatro días hasta que olía a queso rancio porque me daba pánico estar desnuda cerca de ti. Había momentos en los que me relajaba, no parecías mal tipo, pero en cuanto recordaba lo que sabía de ti me ponía de nuevo en guardia.
Mel sentía tener frente a sí a una completa desconocida. Había admirado a Cateline por su valor y ahora resultaba ser todo una patraña. Entendía la motivación de su mentira, pero no pudo evitar sentirse decepcionado. Todo aquello cuadraba a la perfección, los altibajos en su actitud había sido algo que Mel había percibido. Había pasado de ser cariñosa, a ser arisca en cuestión de segundos sin razón aparente.
–Luego comenzaste a sincerarte y, ahora, sabiendo la verdad, ya no tengo miedo. Todo lo contrario. Comprendo tú historia y sé que ha tenido que ser todo muy duro para ti. ¿Quieres que te cuente mi vida? ¿Mi verdadera vida? Además, al escucharte, me siento hasta culpable porque mi vida ha sido un camino de rosas.
–Pero eso no es motivo de vergüenza.
–No es vergüenza exactamente, es… no sé cómo decirlo. No tengo nada relevante que contar. Mi vida ha sido sencilla y bonita, sin dramas ni dilemas morales. Podría resumirla en veinte minutos fácilmente y me has contagiado tu ansia por saber “¿quién soy realmente?”. Tú predicas que necesitas ser juzgado, y yo, no he tenido que tomar ninguna decisión en mi vida digna de debatir.
–No lo entiendo. Deberías alegrarte por haber disfrutado de una vida sencilla y sin complicaciones.
–Nací, mis padres se llevaban genial y me criaron en un ambiente inmejorable. Fui al colegio, al instituto y a la universidad, también me apunté a un coro a los 18 años. Hice muchos amigos por el camino y he sufrido varios amores y desamores, nada serio. Mi padre me enchufó en la empresa en recursos humanos ya que como psicóloga era de los pocos puestos que podía desempeñar ahí dentro. Estudie esa carrera porque no me llegaba la nota para lo que realmente quería hacer, arquitectura. Fin de la historia. Nada digno de contar.
Mel se quedó dudando un instante. ¿Acaso Cat echaba realmente de menos no haber tenido un drama en su vida? Qué clase de persona echaba de menos algo así, debía alegrarse por haber vivido felizmente y sin grandes complicaciones.
–¿Y Eve?– preguntó Mel pero ya sabía la respuesta.
–Era mi mejor amiga, pero nunca fue mi novia. Mel, no soy lesbiana.
–Lo dijiste para protegerte.
–Sí, pensé que de esa forma sería más fácil que descartaras intentar nada. No disimulas demasiado cuando me miras los pechos y el trasero– dijo ella sonriente, y a Mel se le fueron un instante los ojos a los pequeños pero firmes pechos de Cat–. Empecé a mentir por protección, pero por el camino entendí que la vida no me ha puesto a prueba jamás, y una persona que no se ve puesta a prueba no se puede conocer a sí misma. Tú quieres saber quién eres tú realmente, y cuando acabes tu historia yo te lo diré, pero tú no podrás decirme jamás quien he sido yo.
Cat contaba aquello como si fuera un autentico drama, pero para Mel, era una chorrada. Ojalá él hubiera tenido una vida como la suya y no aquellos remordimientos constantes por algo de lo que en cierta manera, no se consideraba culpable al cien por cien.
–Ninguna vida es fácil Cat. Seguro que habrá cosas que te han quitado el sueño y retos que afrontar.
–Nada comparado contigo. Cosas vánales; Sí, pase una mala semana cuando mi novio del instituto, Pitt, se lió con una de mis mejores amigas. Suspender 3 asignaturas el primer año de carrera y quedarme sin verano me hundió en la miseria. Cuando pusieron como corista principal a Helen en vez de a mí, me quise morir. ¿Quieres escuchar eso?
–Deberías alegrarte de que esas fueran las únicas complicaciones de tú vida.
–No entiendes nada. No me quejo de haber sido feliz, me quejo de no haberme sentido a prueba jamás.
–Cat, tienes que pensar que tienes 26 años, la vida te habría puesto a prueba con el tiempo. No es culpa tuya y no es un drama.
–A esto llevo dándole vueltas poco tiempo, ha sido a raíz de conocer lo último que me has contado. Moriré sin saber si soy buena o mala persona. Con la conciencia en el centro de la balanza y sin nada de lo que sentirme orgullosa o nada por lo que arrepentirme. Te tenía miedo y ahora veo que eres buena persona, que tus actos fueron provocados por una enfermedad y, que la vida, te enfrentó a un dilema al que no le veo solución moral.
–¿Eso piensas?
–No sé qué hiciste con Bean, pero creo que lo mataste porque él te lo pidió. Se lo debías, tú le habías arruinado la vida y él no quería vivir. Se lo pediría a Celio y este se negaría, ya fuera por no perder a Irina o por pensar que estaba mal. Da igual, tú le juraste qué harías cualquier cosa por él y él quería morir. ¿Tiene derecho una persona a querer morirse? Joder, yo creo que no hay que rendirse pero me gustaría verme en una silla de ruedas y ver entonces que opinaría. Podemos pensar en cómo enfocaríamos las cosas, pero hasta que no llega el momento de la verdad son solo especulaciones. Supongo que todos tenemos un buen concepto de nosotros mismos, pero eso no quiere decir nada. Bean, tetrapléjico, no podía quitarse la vida y solo había una persona en la faz de la tierra que estaba en deuda con él. El mismo que hizo que deseara morir, debía ser el mismo que le diera descanso. Es lo justo.
Mel se alegró de que Cat comprendiera el dilema al que tuvo que enfrentarse.
–Entonces… ¿tú le habrías matado?
–Creo que no, pero no soy quien para juzgarte.
–No, claro que eres quien para juzgarme, solo quedas tú para hacerlo. Dime que hice lo correcto.
–No puedo. No sé qué es lo correcto. La eutanasia siempre ha sido un gran dilema para la humanidad y no voy a ser yo la que le de resolución.
Mel no había contado con aquello. Era vital que Cat tomara una postura al respecto.
–Piénsalo. Lo necesito Cat–. Suplicó Mel.
–¿Lo necesitas para qué? ¿A caso importa? Bean estaría muerto de todas formas. Todo lo que hemos hecho o hemos dejado de hacer ya no importa.
–Ahí tiene razón– dijo Xhen– Yo seguiría vivo, que conste, pero Bean seguramente no. ¿No le vas a decir qué a mí me mataste a que no?– Mel no contestó a la pregunta– lo suponía. Aquí sois todos muy falsos, que lo sepáis los dos.
–No puedo vivir eternamente con la duda.
–No vas a vivir eternamente. De hecho…– Cat se giró al contador de oxigeno– vas a vivir 269 horas– pensó durante un instante– poco más de 11 días.
–Pero ¿y si estabas en lo cierto y el último ser humano vive eternamente?
–Eso es filosofía barata Mel. Lo dije para calmar el pánico que te entró. Claro que vamos a morir– hizo una larga pausa mirándole a los ojos–. Ven aquí.
Cat cogió a Mel de la pechera de la camiseta y lo atrajo hacía sí. Se puso de puntillas y le plantó los labios en la boca. Mel no opuso ninguna resistencia, no dudó, envolvió su pequeño culo con ambas manos y la levanto sin esfuerzo. Ella, le abrazó con las piernas y empezaron a besarse con pasión.
–¡Por fin un buen entretenimiento joder!– exclamó Xhen eufórico– dale duro semental.
Mel no hizo caso. Clavo los dedos en la camiseta de Cat y tiro con fuerza, desgarrándola, no quería volver a verla vestida en lo que le quedaba de vida, así que puso especial ahínco en que aquella prenda quedara hecha girones para siempre. Estaba muy excitado, y lo mejor de todo es que ella parecía estarlo más.
–Un momento– dijo ella, y se apartó. Se dirigió al armario donde guardaban la comida y sacó la botella de tequila. Tras un largo trago y una expresión facial que indicaba que aquello era fuerte de verdad, se la ofreció a Mel. Este, pegó un generoso trago y se quitó la camiseta. Ella, se desabrochó el sujetador y dejo al descubierto aquellos bonitos pechos con los que Mel había fantaseado tantas veces. Su cuerpo y su piel era algo hermosísimo. Lo único que sobraba eran aquellas picaduras de mosquito que realmente a Mel, no le estorbaban demasiado para lo que tenía en mente.
– ¿Sigue ese mosquito jodiendote?– preguntó divertido y travieso, deseoso de volver a cogerla entre sus brazos.
– Sí, todas las noches. Juro que lo mataré–. Dijo mirando al techo de la nave.
–¿Por qué no hemos hecho esto antes?– preguntó él con el corazón a mil por hora.
–Creí que eras un psicópata– contestó ella juguetona– y si lo eres, ya me da igual– y le empezó a desabrochar el pantalón con brusquedad–. Vamos a follar– En cuanto su pene erecto quedó al descubierto, Cat ser arrodilló y se lo llevó a la boca.
<<Tiene razón, qué más da. El mundo se ha acabado, ¿Qué importa si lo que hice estuvo bien o mal? ¿Qué diferencia habría en este momento?>>, pensó Mel mientras comenzaba su paseo por el paraíso.
<<No puedo reescribir mi historia, aunque cuente una mentira, el pasado queda tallado en piedra>>.
Mel disfrutaba de la felación que le brindaba la entregada y desinhibida Cat mientras contemplaba el bonito paisaje espacial a través de la escotilla. Un pequeño astronauta captó su atención.
La escafandra era negra y opaca, pero por un breve momento, un punto rojo iluminó su interior. Un cerdo con parche en un ojo, una venda en la cabeza y un puro en la boca le miraba sonriente. El cerdo levantó el pulgar.
Mel escuchó en su cabeza.
<<De puta madre socio. Llego justo para el trío.>>
…5…
Mel estaba agotado, como había echado de menos aquella sensación. Con Cat junto a él, también agotada por la larga sesión casi ininterrumpida de sexo salvaje, ya le daba igual todo.
<<¿Quien soy?>>, se preguntó una vez más, <<da igual, Porko está cerca y pronto estaremos todos muertos. Ahora lo único que quiero es pasar mis últimas horas de vida follando con Cat hasta que nos falte el aire, literalmente>>.
Pensó en Irina. Ahí, acurrucado cariñosamente junto a Cat, no pudo evitar recordar que hace diez años estaba en una situación parecida junto a ella.
Casi al año de convivir con la familia de Bean, Irina se sinceró con él:
–Mel, me alegro de verdad de que te diéramos una oportunidad. Has demostrado que fuiste sincero y nos has ayudado mucho en todos los sentidos.
Recibir aquel elogio por su parte, hizo muy feliz a Mel. Ahora entiende que todas las personas necesitan que se las juzgue, ya sea para bien o para mal. Él, a esas alturas, había notado que ella le trataba bien y que estaba a gusto a su lado. Reía sus chistes y bromeaba con él, cada vez existía más contacto físico y era innegable que formaban buen equipo. De todas formas, hasta que todo aquello no se materializó en palabras, no pudo cantar victoria. Si ya solo con ese gesto Mel se sintió el hombre más afortunado del mundo, la cosa no acabó ahí. Irina le besó. Tras tocar el cielo y conseguir que un sueño se hiciera realidad, no pudo evitar preguntar:
–¿Qué significa esto Irina?– ella sonrió tímida, encantadora.
–No lo sé– dijo encogiéndose de hombros.
Aquello lo complicaba todo. Bean le había preguntado hacía apenas cuatro meses si él estaba ahí por su hermana o porque de verdad quería ayudarlo. ¿Qué pensaría si les viese juntos? Se sentiría traicionado. Mel, en su día, atacó a Bean por celos. Le envidaba por tener aquello que el tanto deseaba. Ya no solo era que Irina fuera la chica más guapa y perfecta del mundo, sino que anhelaba que alguien cuidara de él como ella hacía con Bean.
Marla se lo explicó en una ocasión.
–Nunca pudiste aceptar que tu madre no dejara las drogas por su hijo y que tu padre te abandonara. Daba igual que tuvieras a tus abuelos, te sentiste abandonado y solo. Te quedaste con lo malo y no supiste ver lo bueno. Si tu madre tomó Spum durante el embarazo pudo potenciar tu predisposición a la esquizofrenia. Hiciste un muro emocional frente al mundo y consideraste que si tú eras un infeliz, todos debían serlo. Mataste a un cerdo, pero aquello te produzco remordimientos y tú mente lo resucitó en forma de un ser imaginario. Aquello mató dos pájaros de un tiro. Pudiste borrar el sentimiento de culpa y ahora alguien cuidaba de ti.
Bean tenía a una Irina de carne y hueso y, Mel, a un cerdo malhablado, tuerto, escalabrado, demasiado bien dotado y fumador de puros.
No era justo.
Tras recibir el dulce beso de Irina, se sintió fatal. No había cosa que deseara más que a aquella chica. Tenía un trabajo estable, ganaba dinero y tenía cerca a la chica que quería, pero tratar de llevar aquella relación a flote era traicionar la confianza de Bean.
–¿Sabes una cosa?– le dijo Bean mientras jugaban al ajedrez–. Celio me ha ayudado mucho todo este tiempo, pero siempre he sabido que su verdadera motivación ha sido mi hermana. Está enamorado de ella desde el primer día. Me utiliza para ganársela y soy la escusa perfecta para hacerle parecer un buen chico, un caballero andante. Al final solo quiere estar con mi hermana ¿Tú no eres igual verdad?¿Tú me vas a ayudar?
–No. Yo estoy aquí por ti– contestó. ¿Mintió?
Sabía que antes de tratar de empezar una relación con Irina, debía hablar con Bean, pero no lo hizo. Se acostó con ella y perdieron la virginidad juntos. A pesar de la falta de experiencia por ambas partes fue algo mágico que quedó en la memoria de Mel grabado a fuego.
Mel no podrá olvidar jamás como después de unas cariñosas caricias y besos apasionados, quedaron completamente desnudos. Ella, al igual que él, jamás había mantenido relaciones sexuales. Sabía lo que tenía que hacer, así que posicionó la punta de su glande en su vagina y comenzó a hacer presión. Aquello, resultó ser un muro impenetrable.
–Poco a poco–, dijo ella, nerviosa pero por la labor.
Decidió comenzar con un dedo. Algunos chicos del reformatorio presumían de haber mantenido muchas relaciones sexuales antes de ser encerrados y afirmaban que, antes de meter la polla, había que abrir hueco con los dedos. Además, eso les encantaba a las chicas. Mel probó aquella estrategia. Su dedo comenzó a abrirse camino en aquella apretada cueva de carne. Estaba caliente y húmeda. No veía el momento de introducir ahí su pene. Ella, mostraba en su rostro una mezcla de dolor y placer que solo consiguió excitarlo aun más. Cuando aquello adquirió otra forma y tesitura, decidió volver a probar suerte. Posicionó de nuevo su pene y presionó. Esta vez, sí que consiguió introducir el glande completo.
Ella, apretó los ojos y se hecho y dejo escapar el aire.
–Despacio, por favor–, indicó casi susurrando.
Mel, con toda la delicadeza que pudo, fue presionando. Notaba como su pene se iba abriendo hueco en el templo sagrado de Irina. Cuando ya llevaba recorrida media distancia, notó que se topaba con algo. Estaba al tanto de eso. Ella, al ser virgen, todavía tenía el imen. Sabía que si hacía la suficiente fuerza, lo atravesaría.
–Puede que esto te duela–, advirtió encima de ella, mirándola a los ojos.
–Ya duele–, dijo Irina, y su cara daba fe de que no estaba siendo una experiencia demasiado placentera.
Mel empujó y notó como algo se rompía dentro de ella. Irina soltó un quejido, apretó todos los músculos del cuerpo, y se relajó.
–¿Estás bien?– preguntó atento.
–Creo que sí– afirmo ella.
Poco a poco, Mel comenzó con el vaivén. Primero suave, luego, cada vez más profundo y con más recorrido. Ella, resoplaba en la oreja de Mel.
–Sí… Así– decía con su dulce voz–. Cuidado–, parecía que empezaba a disfrutar con aquel asunto.
Mel no pudo aguantar mucho. A los escasos dos minutos no pudo contener el orgasmo y eyaculó en su interior. Al extraer el pene de su interior, comprobó que lo tenía manchado de sangre. No le dio asco. Para él, cualquier cosa que saliera de Irina no podía ser mala ni desagradable.
Mel se sinceró con Irina.
–Irina, esto no está bien. Siento que estoy traicionando a tu hermano. Él piensa que Celio estuvo a su lado por tenerte cerca. Si se enterara de esto… creo que se vendrá abajo.
–Pero tú no eres así, ¿no?
–No lo sé. Creo que no pero ahora que se que existe la posibilidad, que soy correspondido, no sé si puede parecer que estoy actuando de la misma manera, al menos a sus ojos.
–Debes hablar con él.
–lo sé.
Dos días después, consiguió armarse de valor. Durante su paseo matutino Mel dejó de empujar la silla de Bean y se sentó en un banco frente a él.
–Tenemos que hablar Bean.
–Sí, se de lo que vamos a hablar. Has tardado dos días.
<<¿Como lo sabe>>, pensó Mel.
–Yo no había planeado esto Bean. Ha surgido. Con el tiempo tú hermana ha empezado a gustarme y he descubierto que yo a ella también.
–Lo sé, no hay más que veros.
–Entonces, ¿no te importa?– preguntó Mel esperanzado.
–Sí me importa. Ella es mía, y no me vas a arrebatar la única persona que de verdad me quiere. ¿Acaso piensas que no se que eres igual que Celio? Todos los sois. Me utilizáis para acercaros a ella y ganaros su amor. Es muy fácil ayudar al pobre niño desvalido para ponerse medallas. Celio fue más espabilado que ninguno y tuvo la decencia de empezar antes de que tú me hicieras esto, pero casualmente durante los cuatro años que estuviste encerrados me han aparecido enfermeros hasta de debajo de las piedras.
–No creo que sea justo juzgar así a la gente. Lo que te pasó… lo que te hice fue horrible, y es normal que la gente se solidarice, incluso en un mundo como el nuestro.
–Si mi hermana no fuera Irina, todo habría sido muy distinto. Seguramente no estaría aquí sentado. ¿Verdad? ¿Por qué la tomaste conmigo?
A Mel se le heló la sangre. ¿Acaso aquel chico era capaz de leer la mente?
–Ves, no tienes ni los cojones de negarlo. Te acepté a ti por una razón Mel. Me debes una y juraste qué harías cualquier cosa por mí.
–Y lo sigo diciendo. Si no quieres que empiece una relación con tu hermana, lo respetaré.
–No, me da igual. Cuando yo ya no esté podrás hacer lo que quieras– Mel no entendió aquello.
–¿Cómo que cuando no estés? ¿A dónde vas?–. Preguntó ingenuo.
–Mel. En serio. No te guardo rencor. Te conozco desde hace un año y no veo maldad en ti. Tengo que reconocer que me has hecho un poco más amena la vida en esta silla, pero estoy cansado.
Mel lo entendió en el acto
–No me estarás insinuando que…
–No. No lo insinúo. Lo digo. Necesito que pongas fin a esto. Lo habría hecho yo mismo, pero no puedo.
–No puedes hablar en serio– dijo Mel aterrorizado– Sé que la vida no es fácil para ti, pero hay gente que te quiere, yo te aprecio joder, hay cosas de las que puedes disfrutar todavía. Puedes seguir viendo películas, leer libros, jugar al ajedrez… todas esas cosas te gustan.
–No Mel, hacer esas cosas solo me recuerda las cosas que no puedo hacer.
–Eres muy listo. Hay trabajos que puedes hacer si te formas.
–¡NOOOO!– gritó Bean de repente perdiendo la compostura– ¡No quiero vivir más así! Quiero morirme.
Mel se quedó callado, no tenía palabras. Entendía que la vida de Bean era complicada y depender de alguien para todo debía resultar frustrante pero, de eso, a tirar la toalla había un trecho.
–Me dijiste, y me juraste, que haría cualquier cosa por mí. Pues yo quiero morir y quiero que me ayudes. Si no lo haces, empezaré a decirle a Irina cosas malas de ti. Le diré que me tratas mal y que me das miedo. ¿Crees que no me creerá? ¿Por qué crees que ya no vemos apenas a Celio? A Celio le pedí el mismo favor y se negó. Si el niño lisiado muere, se acabó flirtear con la chica guapa.
Mel sabía que Irina mantenía la distancia frente a Celio. Siempre pensó que era debido al combate pero aquella revelación le puso la piel de gallina.
–Eres…– Mel no encontraba la palabra.
–¿Despreciable? Me da igual lo que pienses de mí. Podría haber vivido paralítico, pero no tetrapléjico. Si no puedes ponerte en mi lugar me buscaré a otro. Te aseguro que no faltarán candidatos. Tú me sentaste aquí, no debes olvidarlo. Si no vas a devolverme la movilidad, acaba con mi sufrimiento– la voz de Bean se rompió, estaba a punto de llorar– ¡Te lo ordeno! Me lo debes–, Mel quedó callado y la actitud de Bean cambió rápidamente–.
Su actitud desafiante y exigente desapareció, se transformo en un niño que lloraba desesperado.
– Te lo pido por favor… te lo suplico.
–Tengo que pensarlo. Por favor Bean, dame un tiempo–, Mel se contagió del llanto de Bean y se le encharcaron los ojos de lágrimas.
¿Qué debía hacer? Necesitaba pedir consejo. Sus abuelos, al ver que de verdad había cambiado y gracias a la intervención del padre de Irina, volvieron a aceptarlo. No vivía con ellos, pero les visitaba a menudo. No eran las personas indicadas para plantearles su dilema. Little era la única persona a la que podía pedir consejo. Se lo contó todo y Little escuchó atento.
–¿Entonces, qué opinas?– preguntó Mel.
<<Ahora dirá que como siquiera puedo plantearme algo como esto, que lo que tengo que hacer es conseguir que se sienta lo más feliz posible y que se le borre esa idea de la cabeza>>, pensó Mel esperanzado.
–¿Y cómo pretende que hagas eso?– preguntó, para asombro de Mel.
–¿Cómo? ¿Crees que debería hacerlo?
–No lo sé. ¿Tú qué crees? ¿Crees que de verdad desea morir? Tú le has puesto ahí. Es tú decisión. Si lo vas hacer, cerciórate de que no te acusan de asesinato.
Jamás se habría imaginado aquello: Little no estaba en contra de matar a una persona, a ayudarla a suicidarse. Necesitaba que le dijeran que debía hacer, él no lo sabía.
–Mira Mel– prosiguió Little poniéndole una mano en el hombro–, considero el suicidio como la solución más cobarde que puede tomar un hombre, pero es una decisión. Si él ha decidido morir, está en su derecho. ¿Acaso un hombre no puede decidir ni sobre su propia vida? En circunstancias normales debería ser problema de Bean, pero dada la situación su único medio eres tú. Creo que es su decisión, y debes respetarla, solo asegúrate de que sabe que es lo que quiere, y no un bajón puntual.
Bean y Mel habían actuado con normalidad, hasta que en el mismo banco, en el mismo parque, Mel le dijo:
–¿Cómo quieres que lo hagamos?
–¿Lo harás?
–Yo no he dicho eso, pero necesito saber cómo va a ser para decidir.
–Una sobre dosis de Spum. Me traerás una cantidad que sepamos que me matará. He pensado en varias posibilidades. Podrías ahogarme en la bañera, decir que me estaba bañando, te despistaste y me encontraste en el fondo. No quiero que te pase nada y puedas seguir con tu vida. Creo, que si decimos que me emperré en querer probar el Spum, nadie te culpara demasiado por habérmelo dado. Ya sabes lo que dicen, y creo que lo has probado y podrás dar fe. Dicen que es como salir de tu cuerpo, que todo se transforma ante tus ojos y que sientes que todo es perfecto. Quiero morir con esa sensación. Quiero volar– dijo con la cabeza ladeada y el cuerpo inerte, como el de un títere del que nadie mueve las cuerdas.
–Irina y tu padre me odiaran por ello.
–“Bean no aguantaba estar inmovil– dijo Bean tratando de imitar la voz de Mel–, quería experimentar la sensación, por una vez, de ser libre y dejar de ser prisionero de un cuerpo que no se mueve. No pude negarme, lo necesitaba”.
–Me odiaran.
–Seguramente, pero me da igual Mel. Me lo debes.
–¿Cuándo lo haremos?
–Mañana
Mel no pudo pegar ojo. Había decido hacerlo, luego decidió que no y cambió de opinión hasta en cinco ocasiones. Irina le preguntó si había hablado con Bean ya sobre lo suyo y dijo que todavía no. Que lo haría al día siguiente, sin falta, durante su habitual paseo.
Mel e Irina hicieron el amor por ultima vez aquella noche.
Al día siguiente, Mel adquirió el Spum y se fue junto a Bean a una zona tranquila cerca de la zona industrial donde no había ni un alma. A Mel se le iba a salir el corazón por la boca. Le había propuesto dejar un mensaje de despedida para Irina y su padre, una especie de carta de suicidio.
–No quiero que sepan que me suicidé– dijo tras la propuesta de Mel–. Sé que eso destrozaría a Irina. Ella hace todo lo que puede para hacerme feliz y juro que lo valoro con toda mi alma, pero para mí no es suficiente para seguir adelante y estoy harto de sentir que seré una carga para el resto de su vida. Una carta de suicido demostraría su fracaso, y la hundiría. Además, eso te haría a ti culpable de ayudarme. Es mejor así, que piensen que fue algo que se nos fue de las manos.
–Bean, una vez te metas esto no habrá vueltas atrás. ¿no temes a la muerte?
–No.
Mel se agachó y rodeo con los brazos al pequeño Bean, aquel chico cuya vida había destrozado pero que a su vez, había salvado la suya propia. Gracias a aquel despreciable acto acabó conociendo a la persona que le convirtió en lo que era ahora. De no haber sido así, ahora seguramente estaría muerto gracias a alguno de los consejos de Porko. Resultaba irónico.
<<Lo que va a acabar con tu vida salvó la mia>>, pensó.
–Lo siento. De verdad que lo siento– y lo dijo mientras maldecía a Porko con toda su alma por haberle llevado a esa situación.
<<Dime que me perdonas>> pensó Mel. Necesitaba oírlo.
–Vamos. Empieza.
Mel le suministró la droga. Era una dosis que seguramente habría mandado al otro barrio al propio Mel, que cuadriplicaba en volumen a Bean. Aquello acabaría con él y era indudable.
La expresión de Bean cambió al momento. Las cejas se le levantaron y la mirada se le fue al cielo. Una pacifica sonrisa se dibujó en sus labios y se le escapó un leve gemido.
–Es… es…
–Lo sé. No hay palabras.
Bean resoplaba, parecía disfrutar de un potente orgasmo.
–No… no quiero morir. Quiero sentir esto más veces– dijo manteniendo la sonrisa.
<<¡NO ME JODAS!>>, pensó Mel alarmado.
–No Bean ¡Joder!, no hay vuelta atrás. Te lo dije joder. ¡TE LO DIJE!
–Detenlo. Quiero experimentar esto más veces– se le contrajo la cara de placer– Ahora me gusta el mundo. Así sí, maldita sea.
–No lo puedo detener Bean. Vas a morir.
–No quiero– una lagrima empezó a resbalar lentamente por su mejilla– páralo, me lo debes…
Mel cogió a Bean por los hombros y lo zanradeó con violencia.
–¡NO BEAN, NO ME HAGAS ESTO, ES LO QUE TU QUERÍAS, NO PUEDES…!
–Quiero vivir así– dijo mientras se le cerraban los parpados –, páralo…
Y se apagó. Mel entendió que aquel chute de Spum le había proporcionado a Bean una sensación tan placentera que pensó que la vida valía la pena para sentir aquello más veces. ¿vivir como un yonki más, sentado en una silla de ruedas? Trató de consolarse con la idea de que las últimas palabras de Bean no se podían tener en cuenta. No quería vivir, y seguramente no querría ser un yonki toda su vida. Era normal que bajo ese estado todo pareciera perfecto, y por esa razón aquella droga era el cáncer del barrio. La gente arruinaba sus vidas por experimentar una vez más aquella sensación.
Todo esto no acalló su sentimiento de culpa.
<<¿y ahora qué?>> pensó triste y perdido, <<¿Se supone que debo ir a ver a Irina y contarle que Bean me pidió por favor que le diera Spum para probar, que se me fue de las manos y que ahora está muerto?>>. Jamás le perdonaría y no tenía valor para enfrentarse a eso. Dejó ahí el cadáver de Bean, tranquilo y por fin en paz sentado en su silla.
Aunque Bean había dicho que le había perdonado, fue una mentira para ganárselo y obligarle a matarlo. Ese perdón jamás fue sincero.
Habló con Little, se lo contó todo y le pidió ayuda. Ayuda para desaparecer y empezar su vida su vida de cero en otra parte.
Con todo el dolor del mundo, no volvió a ver a Irina jamás.
…4…
Les quedaban 221 horas de vida.
Para Mel y Cat, la ropa ya no era necesaria. Habían decidido y estaban ambos de acuerdo en que suponía un obstáculo a la hora de practicar sexo y, Mel, veía imposible que se cansara jamás de contemplar el cuerpo perfecto de Cat.
–Creo que como sigamos así moriremos antes de que se acabe el aire– comentó Cat agotada después de tener un placentero orgasmo.
–¿Y no crees que es la mejor forma de morir? No se me ocurre otra mejor, pero vas a tener que dejar que me recupere un buen rato, estoy agotado– dijo Mel empapado en sudor.
Mel se consideraba un buen amante, y aunque Cat no hacía comentarios al respecto, era obvio que disfrutaba también lo suyo. O eso, o era una actriz excepcional.
–Somos Adam y Eva– dijo ella, y no era la primera vez que se comparaba con ellos.
–Sí– dijo Mel. Cat le había contado que la religión cristiana contaba que el mundo fue creado por Dios y que Adam y Eva fueron los primeros seres humanos, hechos a su imagen y semejanza. A Mel, le parecía muy poético todo aquel asunto y le gustaba pensar que el destino había decidido que él, junto a Cat, fueran los últimos. Había podido revivir su vida y analizar los momentos clave.
<<Lo bueno del pasado es que siempre queda atrás>>, pensó en la frase de Little. << Lo malo del pasado es que siempre queda atrás, inaccesible. >>, pensó después.
<<Un hombre puede huir de todo, menos de si mismo>>, pensó viendo a Porko por la escotilla, cerca. Muy cerca.
–¿Quieres terminar tú historia?– preguntó ella. Hacía tiempo que habían aparcado aquel tema y aunque Cat sabía que finalmente Mel mató a Bean, desconocía cómo.
–No, ya da igual. Sí, lo maté porque él me lo pidió pero, ¿qué más da si estuvo bien o mal? Yo estoy aquí, él estaría muerto igual. A lo mejor habría malvivido 10 años más y habría muerto con el resto de la humanidad. No quiero hablar más del tema.
–Como quieras, pensé que era importante para ti.
–Y lo era. Ya no–. No quería hablar más, toda su atención estaba centrada en Porko. Justo tenía que volver ahora, cuando estaba tan a gusto con Cat. ¿Qué iba a pasar cuando entrara en la nave? Mel tenía miedo de aquel ser ficticio, de aquel ser que representaba su lado más oscuro y le trataba de convencer de poner en práctica sus peores intenciones. Había tratado de no pensar en él, se había centrado en follar con Cat y olvidarse que aquel pequeño astronauta que se acercaba irremediablemente.
<<Ahora, cuando mire, ya no estará ahí>>, se decía a sí mismo. Al mirar, lo veía más cerca, más nítido. Su grotesco puro se encendía intermitentemente iluminando aquel rostro horrible.
<<Lo vencí en el combate de boxeo y se marchó para siempre, no está ahí, flotando en el espacio>>, pero al mirar, lo vio flotando en el espació dando vueltas sobre sí mismo, divertido.
<< Cuando la tierra implosionó, Porko murió>> No, no murió porque Mel lo veía ya cerca, muy cerca.
<< Es producto de mi imaginación. Si yo quiero, desaparecerá>>, miró, y lo encontró pegado al cristal de la escotilla, con las pezuñas a la altura de los ojos haciendo visera. Porko señaló al ventanuco indicando que le abriera para que pudiera pasar.
Mel trató de agarrase a algo que justificara que aquel ser tan despreciable no pudiera estar ahí, pero todos sus intentos resultaron fallidos. Cat, ajena a todo esto, pasaba los dedos suavemente por el pecho de Mel buscando otra sesión de sexo.
<<Si no le abro no podrá entrar>>.
–¿Qué pasa socio?– saludó Porko, dentro de la nave, desnudo como siempre. Con su parche ocultando su ojo estallado, su venda en la cabeza y su eterno y enorme puro en la boca– ¿Me has echado de menos? ¡Parece que no joder! Esa zorra esta tremenda– tras esas palabras, el pene de Porko se puso tieso. Rió entre ronquidos– mira, mira– se señaló la polla, que prácticamente le llegaba a la altura del pecho– creo que esta tiene ganas de jaleo.
–Vete de aquí– intervino Xhen– no eres bien recibido.
–¿Quién es este puto chino?– Porko se echó la mano a la espalda y sacó un enorme revolver. Disparó. Ante los ojos de Mel, la cabeza de Xhen estalló como una sandía madura salpicando paredes y techo de sangre, materia gris y huesos. El cuerpo decapitado de Xhen, quedó en pie unos instantes antes de caer a plomo en el piso de la nave.
–¿Qué te pasa?– preguntó Cateline preocupada– estas blanco.
–Venga, díselo. Preséntanos, no seas maleducado.
<<Lo has matado>>, pensó Mel hablando a Porko
–No, lo mataste tú, no seas hipócrita, además, sabes a que he venido yo ¿no?
<<No, no tengo ni idea, y quiero que te vayas>>
–Joder Mel, eres muy tonto. He venido a matar a Cat porque como siempre, soy yo el que tiene que hacer el trabajo sucio. ¿Acaso no quieres ser inmortal y ser un Dios? Claro que quieres, lo que pasa es que para eso tienes que matarla y tú no tienes huevos, por eso estoy aquí. Quieres pensar que eres buena persona, pero somos uno y te niegas a asumirlo.
<<Yo no quiero matar a nadie>>
–Yaaaaaa, se qué prefieres follartela pero no podemos correr el riesgo de que viva más que nosotros. Hay que cortar por lo sano. Todavía queda tiempo pero sinceramente, no me fio de ella. ¿Crees que no te pegará un tiro cuando se acerque la hora?, fue ella la que te contó lo de la última conciencia y todo eso, y cuando acabe de exprimirte los cojones acabará contigo. Ella quiere ser la última.
<<Ella no cree en eso>>
–Socio, no seas ingenuo por favor. Crea o no, es una baza que no cuesta nada jugar. ¿Y si tiene razón?
<<¿Y si tiene razón?>>
“creo que el universo no permitirá que la última conciencia desaparezca. Creo que la última conciencia será eterna y podrá re imaginar el mundo”, aquellas fueron las palabras de Cat. Ella también iba a morir y era inverosímil que a las puertas de la muerte no intentara probar su propia teoría.
En ese momento, para Mel, Porko era tan real como Cateline. ¿Qué diferencia había? Uno, supuestamente, era producto de su imaginación y el otro no, pero para él ambos estaban con él en la nave. Al igual que lo estuvo Xhen.
<<¿Qué es real, que es la realidad?>>.
–Mel, tú mejor que nadie debe saber que la realidad es subjetiva. En cuanto seas LO UNICO– Porko remarco esas palabras–, que perciba el mundo podrás ordenarlo a tú antojo. Podrás volver con Irina si quieres, solo tendrás que pensarlo para que sea cierto, ¿Quién te va a llevar la contraria? ¿Quién habrá para negar que no está a tu lado? Podrás hacer lo que quieras. Serás Dios.
<<Pero matar a Cat…>>
–No es matarla socio, es simplemente adelantar su inevitable muerte. Asegurar que seremos nosotros. ¿En serio no merece la pena correr el riesgo? Eres tú o ella, y tú te lo mereces más.
<<Ser el último observador. ¿Cómo sería el universo si no hubiera nadie para verlo? ¿Qué ruido hace un árbol al caer en medio del bosque si no hay nadie para escucharlo? Las cosas son y han sido como la mayoría hemos pensado que deben ser. Hay una realidad por cada conciencia que la observa, ¿Cuál ve la realidad real? No existe. La realidad es algo subjetivo, y la última conciencia en pie podrá re inventar el mundo sin ser influenciado por otras conciencias o percepciones. El ser humano ha conseguido todo lo que se ha propuesto porque si algo se puede imaginar, automáticamente se hace posible. La inteligencia humana ha ido creando el universo a medida que lo iba comprendiendo, explicándolo, y complicándolo a su vez. El gato esta vivo y muerto a la vez hasta que alguien lo comprueba abriendo la caja>>. Pensó Mel y, supo, que Porko estaba en lo cierto.
–¡MEL!– gritó Cat y le dio un tortazo sacándolo de sus pensamientos.
–Perdona.
–Te has quedado como en trance. ¿Qué te pasa?
–No se…, estoy bien, tranquila.
–Me has asustado.
Mel abrazó a Cat. Ella devolvió el gesto.
–¿Entonces qué, socio?– preguntó Porko exhalando humo gris y denso de puro.
<<Mátala>>, dijo triste, pero seguro
…3…
–Me gustaría oírte cantar otra vez– dijo Mel cariñosamente a Cateline tras terminar de hacer el amor.
Ella sonrió satisfecha, con la piel brillante por el sudor y los ojos iluminados.
–Supongo que te lo has ganado.
Les quedaban 139 horas de aire. 6 días.
Porko quería acabar con ella lo antes posible. No tenía sentido arriesgarse a que Cateline se adelantara y en un momento de despiste le pegara un tiro. Mel, bajo la recomendación de Porko y aprovechando un momento en el que Cat había ido al baño a orinar, escondió el cargador de la pistola en otra parte de de la despensa.
–Socio, entiendo que quieras follártela durante el máximo tiempo posible, pero nos estamos arriesgando. En cuanto muera, podrás follarte a 50 como ella. Podrás imaginar lo que quieras, no tiene sentido alargarlo más– comentó Porko agobiado.
<<No puedo todavía>>, dijo Mel. Había tomado la decisión de que Cat debía morir para asegurarse de que él fuera el último, pero de ahí a hacerlo, había un paso difícil de dar.
¿Cómo iba a hacerlo? Durante una sesión de sexo en la que Cat recibía a Mel tumbada boca arriba en la mesa donde solían comer, Mel la envolvió el cuello con la mano y ejerció un poco de presión. Ella se tomó eso como un jueguecito sexual.
<<Que fácil sería apretar y apretar hasta que se asfixiara>>, pensó y aumento la presión.
Ella se dejo hacer, pero en cuanto comenzó a sentirse agobiada le agarró la muñeca y trató de apartarla. Mel no cedió al principio, pero en cuanto ella empezó a asustarse le liberó el cuello. No pudo aguantar verla sufrir.
–No me van mucho esos jueguecitos– dijo ella.
–Vale, lo siento.
Pasaba el tiempo, se agotaba el aire, y Mel no era capaz de hacer lo que tenía que hacer. No quería hacerla sufrir, debía ser algo rápido e indoloro. ¿Debería dispararla en la cabeza?, demasiado violento y sucio aunque por el contrario, era la solución más rápida. ¿Estrangularla? No se veía capaz de poder aguantar el tiempo necesario hasta que se asfixiara, tenía comprobado que verla sufrir le superaba y seguramente volvería a recular. ¿Un golpe fuerte en la cabeza, partirla el cuello de imprevisto? No veía el momento adecuado.
–¿Qué quieres que te cante?
–La de siempre– dijo Mel. Aquella canción, cantada por Cateline conseguía que se le pusiera la piel de gallina. Ella era un hueso duro de roer, y sabiendo que Mel disfrutaba tantísimo escuchándola, siempre se hacía mucho de rogar.
–¿Y qué harás tú por mí a cambio?
<<Matarte>>, pensó.
–Lo que quieras– dijo.
–Bueno, ya sabes que hay algo que me gusta mucho– dijo ella con una sonrisa traviesa. Mel sabía que se refería a meter la cabeza entre sus piernas.
Se había mentalizado, escucharía aquella hermosa canción una vez más y al finalizar, terminaría con ese asunto de una vez por todas.
–Te noto triste– comentó ella.
Porko había tratado de quitarle todo el hierro posible al asunto de matar a Cat y, aunque Mel entendía que simplemente era adelantar unas horas una muerte anunciada, no podía evitar sentirse como un asesino.
Decidió que debía ser sincero con ella, explicarle por que lo hacía y pedirle perdón por ello.
–Sí. Se nos acaba el tiempo.
–No hablemos de eso–. Dijo Cat y se puso en pie, desnuda, hermosa, perfecta, omitiendo el hecho de que ya contaba con más de 23 picaduras por todo el cuerpo. Se aclaró la voz y mirando a los ojos de Mel su voz se transformó en el instrumento más bello del mundo, del universo.
El efecto fue el mismo que en anteriores veces. El bello de Mel se puso de punta y se le formo un nudo en el estomago. Esta vez, y al igual que en la primera ocasión, los ojos se le encharcaron de lagrimas. Esta última vez fue la más emotiva porque era consciente de que sería la última ocasión que tendría de escuchar la canción triste de su vida. Una vida en la que se le había castigado con un amigo poco recomendable y decisiones que un hombre jamás debería tener que afrontar.
Deseó que la canción durara eternamente para no tener que matar a Cateline, pero evidentemente no iba a ser así. Irremediablemente, Cat entonó la última nota y quedó en silencio. El silencio jamás había sido tan frio y vacio como en ese momento.
–¿Te ha gustado?– preguntó ella
–Sabes que sí– y se enjugó las lágrimas. Sonrió– Túmbate en la cama.
Cat obedeció. Mel buscó por el piso de la nave y cogió un par de girones de las prendas de ropa que llevaban tiempo sin utilizar. Cat, tumbada boca arriba, lo miraba expectante tratando de entender que estaba tramando.
Cogió a Cat por una de las muñecas y suavemente la guió hasta la estructura de la cama, le dio un par de vueltas y su brazo izquierdo quedó atado, inmóvil. Ella sonreía, creyó entender de qué iba todo aquello. Mel repitió la misma operación con el otro brazo y Cat no opuso resistencia alguna.
–Ya no hay vuelta atrás, socio. Tienes que hacerlo– dijo Porko impaciente, pero comprensivo a la vez.
Se dirigió a la despensa, Cat maniatada, recolocó su cadera y abrió las piernas ofreciendo su sexo, impaciente por lo que se esperaba que ocurriera a continuación.
Mel recogió el cargador de la pistola, y tras esto, la propia pistola. Introdujo el cargador y se dio la vuelta. Cat lo miraba incrédula.
–Mel…– su cara mostraba preocupación.
–Cat, lo siento mucho, en serio. Necesito explicarme y que lo entiendas.
–Pero que…– su voz era temblorosa.
–Porko está aquí– dijo señalando a un punto de la nave, vacio a ojos de Cat
–No Mel, Porko no existe. Porko no está aquí. Lo sabes, sabes que no es real, no tienes que hacer nada de lo que él diga porque no es real.
–Para mí lo es.
–¿Te ha dicho que me mates? ¿Es eso?
–Sí, y debo hacerlo.
–Claro que no debes hacerlo. ¿Acaso soy una amenaza para ti?– Decía Cat nerviosa. Empezó a mover los brazos tratando de liberarse, pero sus esfuerzos fueron en vano.
–He pensado mucho acerca de lo que me contaste, lo de la realidad, la última conciencia, necesito que sea cierto. Tengo que comprobarlo, es a lo único a lo que puedo agarrarme…– Mel comenzó a venirse abajo
–No puedes hablar en serio. Todo es filosofía barata. No hagas esto Mel, por favor…– dudó un instante– has intentado todo este tiempo que yo te perdonara por matar a Bean, aquello te produjo unos remordimientos que nunca lograste superar y ahora vas a cometer el mismo error. No vas a poder terminar tus días con la conciencia limpia, y eso es lo que realmente necesitas. Me matarás, no pasará nada, y moriras asfixiado sintiéndote como el hijo de puta más grande de la historia.
–No la escuches, acaba de una vez socio– dijo Porko–. Si haces esto tus días no acabarán jamás.
–Me he dado cuenta de que Porko, para mí, es tan real como tú. Para mí no hay diferencia, eso solo me confirma que aunque no lo creas, estabas en lo cierto. Tú no lo entiendes porque no eres esquizofrénica pero y si… ¿la realidad no es más que una enfermedad?
–No sabes lo que dices Mel, estás enfermo, lo sabes. Little te lo mostró, piensa en Little y sobre qué pensaría de todo esto– Cat trataba de jugar todas sus cartas, buscar algo que hiciera que Mel cambiara su decisión.
– Cuando no haya nadie para contradecirme en lo que es real o no, las cosas serán como yo quiera, como yo las vea. Soy el gato de Schrödinger, y si nadie comprueba si estoy vivo o muerto, estaré vivo y muerto a la vez. Quiero ver a Irina y pasar la eternidad a su lado. Quiero que vuelva Bean y que pueda volver a andar e Irina esté contenta por haberle devuelto al hermano que le quité. Tú también reaparecerás, te lo prometo. Y Little, y mis abuelos…Solo puedo hacer eso si tú no estás, si no queda nadie y el universo queda solo para mi, para que yo le de la forma que quiera.
–No tienes que matarme. Te juro que cuando se acabe el aire, yo misma me pegaré un tiro.
–No, sabes que no lo harás. Si te dejo vivir, después de esto, trataras de matarme a la mínima ocasión que se presente. Ya no puedo confiar en ti.
–Te juro que no– suplicó Cat cada vez más estresada y siendo consciente de su inevitable final– Además, no sabes si hay más supervivientes. Puede haber más gente como Xhen, o alguna otra nave que corriera la misma suerte que nosotros. Puede que aunque me mates no seas el último.
–Debo correr el riego. No lo interpretes como que te estoy asesinando, sino que simplemente acelero lo inevitable. Necesito que lo entiendas. Siento haberme adjudicado el derecho de ser el último, pero tú misma lo dijiste. Tú vida ha sido fácil y feliz, la mía, no. Tú puedes morir tranquila y yo necesito enmendar mis errores, vivir la felicidad que me pertenece por derecho y que un puto cerdo se encargó de arrebatarme.
–¡EEEh! , un respeto socio. Gracias a mi vas a ser Dios, creo que no merezco que me trates así– Protestó Porko.
–Ese cerdo eres tú, y está en tu mano negarte a hacer lo que dice. ¡ERES TÚ!
Cat comenzó a llorar de forma espasmódica, entendió que tenía frente a sí a un loco y que no se iba a salvar. Había asumido que moriría, no creía en que hubiera otros supervivientes y que en caso de haberlos, no podría hacer nada por ellos porque seguramente se encontrarían en la misma situación: Viviendo a contrarreloj.
–No llores así, por favor– dijo Mel triste y contagiándose de su llantina.
–Pues no te perdono Mel– dijo ella cuando recuperó un poco de aliento, mirándolo con el máximo odio que pudo–. Te odio por hacer esto y ojalá vivas la eternidad torturado. No te perdono que me mates, que me ASESINES y sé que, Irina, no te habría perdonado jamás lo que le hiciste a su hermano. Cuando la veas, te odiará.
–¡NO DIGAS ESO!– gritó Mel, y por primera vez, apuntó con la pistola a la cabeza de Cateline.
–Dentro de ti lo sabes, y aunque en tus delirios de tratar de invocarla mentalmente sabes que traerás a un FALSA Irina que te odiará. Lo que hiciste fue imperdonable y ni tu imaginación podrá salvarte de eso.
Esas duras palabras contrajeron involuntariamente el dedo de Mel. Los mecanismos de la pistola se pusieron en funcionamiento y el percutor golpeo con violencia la bala de la recamara. La pólvora prendió produciendo un fuerte estallido y la bala salió disparada del cañón de la pistola, directa a la cabeza de Cateline.
Mel supo en ese instante que el universo tenía un nuevo y único dueño, y que le pertenecía él.
…2…
<<Soy un Dios>> piensa Mel. Ahora, no tiene otra cosa que hacer a parte de pensar. <<Antes era tan solo un hombre, pero ahora soy un Dios>>.
Sabe que es la última conciencia. Es una certeza, no hay duda ninguna. El universo ha quedado reducido al interior de esa nave y a lo que pude contemplar desde la ventana: La tierra arrasada, el inmenso sol, la pequeña luna y un millón de estrellas. Todo lo demás, simplemente, no existe porque él no lo ve, porque no lo percibe.
Porko está a su lado, mirándolo orgulloso por haber hecho algo que había que hacer.
Lo odia.
–Muérete– dice. El puro de Porko se consume a toda velocidad como la mecha de un cartucho de dinamita. Al llegar a la comisura de su boca, le explota la cabeza en mil pedazos.
Mirar el cadáver de Cateline con un pequeño agujero rojo en la frente le hace sentirse mal, así que decide que desaparezca.
Desaparece.
Está solo en la nave, solo en el universo. Ahora todo es posible. Está preparado para encarar algo que tuvo que haber hecho hace mucho tiempo, pero que jamás tuvo valor de afrontar. Desea con todas sus fuerzas que Cateline no estuviera en lo cierto y que Irina no le guarde rencor. Coge el dibujo que hizo de Irina y lo mira fijamente. ¿Ella era así? No está seguro, hay matices que no le resultan demasiado familiares pero no tiene nada mejor a lo que agarrarse.
Al retirar el papel de delante de su cara, descubre que ya no está solo. Irina le mira fijamente desde el otro extremo de la nave. El tiempo no ha pasado por ella, aparenta 18 años y se encuentra totalmente desnuda, sería, expectante.
–¿Dónde estamos?– pregunta mirando tranquila a su alrededor.
–En una nave que logró escapar de la tierra.
–Ah– dice ella inexpresiva.
–Estamos solos tú y yo, para siempre– Mel desea que Irina se alegre por ello y ella le sonríe ladeando la cabeza.
Mel no puede contenerse y se dirige hacia ella, la abraza y la siente. Respira el aroma de su pelo y acaricia su suave piel. Ella le devuelve el gesto y lo besa en los labios. Su boca es fresca y dulce, tal cual recordaba.
–¿Dónde está mi hermano?– pregunta ella.
–Por eso te he traído Irina. Tu hermano me dijo que no quería vivir, me pidió que le ayudara a suicidarse y no me pude negar. Lo siento, lo pensé mucho y no sabía qué era lo correcto… puede que no tomara la decisión correcta y seguramente te partió el corazón, pero era lo que él quería. En serio. Ahora soy Dios y puedo cambiar las cosas.
Ella asimila aquellas palabras. Mel no es capaz de leer las emociones en el rostro de Irina.
<< “Lo que hiciste fue imperdonable y ni tu imaginación podrá salvarte de eso”.>> recuerda aquellas duras palabras que dijo Cat y que le obligaron a apretar el gatillo. Desea escuchar lo que necesita.
–Te perdono– dice ella, sonríe, le besa.
Mel es feliz por primera vez en mucho tiempo. Todo está bien, todo es casi perfecto. Hacen el amor varias veces y Mel se contiene para no llorar de felicidad.
El interior de la nave es un sitio frio y poco acogedor, no es lugar para pasar la eternidad. El suelo se tapiza de verde y las paredes se abaten y, donde debería estar el espacio, hay un espectacular horizonte paradisiaco.
El Universo era demasiado grande, Mel no necesita tanto espacio, solo necesita a Irina y un bonito lugar donde vivir. Imagina una playa de arena fina, un mar azul y una acogedora casa para vivir los dos, igual que el poster de la enfermería del centro de menores que tanto tiempo pasó contemplando. Un cielo azul con esponjosas nubes blancas y un luminoso sol bañándolo todo con una luz limpia y agradable. Mel sabe que está en una isla, no muy grande, pero lo suficiente para pasear y descubrir hermosos rincones. La podría agrandar a su antojo si en algún momento le resultara aburrida. En algún lugar, sabe que habrá un lago con una fuerte cascada y que en lo alto de la montaña podrán disfrutar de unas vistas espectaculares. Todo es muy silencioso, así que imagina pájaros de colores piando alegres, el romper de las olas en la orilla, la suave brisa del viento.
Una tranquila y enorme tortuga sale del agua arrastrándose, ajena completamente a aquellos dos humanos que la miran y señalan divertidos.
Hacen el amor en la playa, y después se dan un buen banquete a la luz de las velas arropados bajo un manto de bonitas estrellas. No son bolas de fuego y explosiones a miles de años luz, nada tan complicado, solo puntitos brillantes como diamantes que decoran el cielo.
Mel sabe que Irina echa de menos a Bean, así que este aparece andando desde el fondo de la playa.
–Mira quien está ahí– dice Mel orgulloso señalando a lo lejos. Ella, hace visera con la mano y comprende al instante que su hermano está de vuelta. Que está vivo y vuelve a andar.
Corren el uno hacía el otro y se abrazan.
–Gracias Mel– le dice Bean una vez ha concluido el emotivo reencuentro con su hermana.
–No hay de qué. Te lo debía– dice orgulloso de que, de una vez por todas, todo sea perfecto.
Pescan, corren por la playa, descubren la isla. Un día cualquiera, por la playa llega alguien más.
–Hola Cat– saluda Mel sonriente– siento lo que tuve que hacer pero ahora ya está todo arreglado. ¿lo entiendes ahora?
–Sí, Ahora entiendo que hiciste lo que tenías que hacer– dice ella y lo abraza– gracias por traerme de vuelta y hacerme un sitio en tu nuevo mundo.
–Te lo debía.
Cat e Irina se presentan. Se llevan bien y serán buenas amigas. No hay celos porque a Mel no le interesan los problemas. Ya no. A Bean le gusta Cat y pasan mucho tiempo juntos, se hacen compañía mutua.
Little también aparece un día por la playa y todos le reciben con los brazos abiertos. Boxean, lo pasan bien. Deciden construir una casa. Mel podría hacerla aparecer con solo imaginarla, pero quiere y necesita construirla con sus propias manos y junto a sus amigos.
Al tiempo, se unen sus abuelos, y su madre, a la cual no recuerda pero inventa a su antojo. Es cariñosa y se arrepiente de haberlo abandonado. Mel la perdona, todo está bien.
El Xhen que conoció y al que inventó en la nave, también se une a la cada vez más grande familia de Mel. Esta vez, todo el mundo es consciente de su presencia.
–Esto es otra cosa. Hablar solo contigo era un coñazo. Eres un tipo muy aburrido–. Comentó divertido.
Roland, aparece también al poco tiempo y Cateline se alegra con toda su alma.
–Has creado un bonito universo– le comenta, feliz de reencontrase son su querida hija.
–Sí. Es mi universo y quiero que todos estéis bien.
–Me gustaría ver a mi mujer, la echo de menos.
–Eso está hecho– dice, y una hermosa mujer aparece andando por la playa. Es una versión con 50 años de Cat, así debía ser.
En la isla hay muchos animales que dan vida y alegría al lugar, todos los que Mel conoce y recuerda, lo único que no hay son cerdos.
Mel pierde la noción del tiempo. No sabe si lleva ahí tres días, tres meses o veinte años. Da igual, el tiempo ya no es un factor a tener en cuenta.
Sabe que, poco a poco, irá apareciendo más gente, se relacionarán los unos con los otros e irían teniendo hijos. Sabe que, en el fondo, el es todos a los que imagina. Es como un escritor que pone palabras a sus personajes. Su conciencia se diluirá entre todos los seres imaginados por él y dejará de ser Mel, para ser todos a la vez. Se olvidará de que un día, la tierra desapareció y de que acabó a solas con Cat en una nave resignándose al hecho de que acabarían muertos. Tras varias generaciones, se olvidarían de todo eso y con el tiempo, la gente se preguntaría que habría al otro lado del océano. Algunos valientes se echarían al mar con la certeza de que, el mundo, no podía ser solo aquella isla. Descubrirían más tierra y tendrían más hijos y la conciencia de Mel se diluiría todavía más.
Dentro de mucho, alguien se preguntaría, ¿De dónde venimos? Y deducirían, y con razón, que debía existir un Dios que había creado todo aquello. Mel, completamente diluido en todas las fracciones de conciencia, acabaría perdiendo el control y dejaría de decidir, quedando la nueva humanidad que él había re-imaginado completamente a su suerte y a su libre albedrio.
Mel sabía que todo eso ocurriría así, y que antes de que él quedara solo, también ocurrió. Era el ciclo del universo.
A pesar de saber todo eso, un día, al despertar y tras hacer el amor con Irina, nota que le cuesta respirar, algo va mal.
Ella también tiene problemas.
–Que pasa Mel, no puedo… me cuesta respirar– comenta ella agobiada.
–No lo sé– alarmado, correteo hacía la playa.
Todos salen de sus casas, casas que han construido entre todos y sin prisa. Todos tienen problemas y van cayendo de rodillas en la arena.
Un leve zumbido empieza sonar, al principio, de forma leve pero ganando intensidad de forma gradual.
Mel piensa en aire, en respirar, pero no sirve de nada. En aquel universo, su universo, el aire ya no existe y no entiende por qué.
Una pregunta se materializa en su cabeza.
<<¿Y si la realidad no es más que una enfermedad?>>
El zumbido se hace ensordecedor.
Se niega a creerlo. Piensa que aunque hace una eternidad de aquello, puede que siga en la nave y el aire se haya acabado.
<<No>>, se dice << la nave ya no existe, salí de ella, estoy aquí, en el paraíso con mis seres queridos. Hay aire, es mi mundo, mi universo, soy la última conciencia y decidido que hay aire. Puedo respirar, todos pueden hacerlo>>
Mel trata de respirar, tiene la certeza de que solo ha sido un susto y que todo se arreglará, pero no consigue coger aire.
De repente, comprueba que en el antebrazo tiene un pequeño bulto. Una picadura de mosquito.
<<El mosquito…>> piensa alarmado.
Le entra el pánico. ¿y si aquel mosquito que tanto molestó a Cateline seguía vivo en la nave siendo testigo de que se está muriendo? ¿Cómo había podido ser tan tonto de dejar pasar aquello por alto?
<<No, es absurdo, lo que pasa es qué realmente estas loco. Todo esto son los últimos delirios de un esquizofrénico>>, piensa abatido.
Quiere creer que el universo le pertenece, pero la falta de aire y el sonido del mosquito no le permiten convencerse de ello.
Se propone hacer un ultimo acto de fe. Creer que…No, mejor, saber que la teoría de Cat es cierta.
Que es el cerdo de Schrödinger, vivo y muerto a la vez hasta que alguien lo compruebe,
<<Hay aire, tranquilízate, no sigues en la nave, saliste de ella, estas en esta isla y no hay ningún mosquito vivo>>, se auto convence mientras contempla como todos los demás están tendidos en la arena, inmóviles.
<<A la de tres respiraras y todo seguirá como antes, todo seguirá siendo perfecto, es tu realidad y tu mandas.>>
Una.
Dos.
Y tres.
INTERLUDIO
“El sentido común nos indica que el gato no puede estar vivo y muerto a la vez. Pero la mecánica cuántica dice que mientras nadie mire en el interior de la caja el gato se encuentra en una superposición de los dos estados: vivo (A) y muerto (B)”
1 A
Y tres.
El zumbido cesa de golpe. Vuelve el aire.
Mel puede volver a respirar.
Aliviado, mira a su alrededor. Recordar aquel maldito mosquito le había jugado una mala pasada. A partir de ahora, debía ser extremadamente prudente con sus pensamientos o su universo podría derrumbarse.
Mira a la playa y comprueba como todos sus habitantes se van poniendo en pie, confusos, pero vivos.
Irina, que está junto a él, pregunta:
–¿Qué ha pasado?
– Nada. Todo está bien– Le dice, sonríe, y la abraza satisfecho de por fín haberlo arreglado todo y ser feliz.
1 B
Y tres………..
0
Tú miras en el interior de la caja.
¿Qué ves?
A o B