Paulo Coelho
Nadie
enciende una lámpara y la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino sobre
el candelabro, para que los que entren vean el resplandor.
LUCAS,
11, 33
Antes de que todas estas declaraciones saliesen de mi mesa de trabajo
para seguir el destino que yo había determinado para ellas, pensé en
convertirlas en un libro tradicional, en el que se cuenta una historia real
después de una exhaustiva investigación.
Empecé a leer una serie de biografías que pudiesen
ayudarme a escribirlo, y entendí una cosa: la opinión del autor respecto al
personaje principal acaba influyendo en el resultado de las investigaciones.
Como mi intención no era exactamente decir lo que pienso sino mostrar cómo
vieron la historia de la «bruja de Portobello» sus principales personajes,
acabé abandonando la idea del libro; pensé que era mejor limitarme a
transcribir lo que me habían contado.
Capítulo Primero
Heron Ryan, cuarenta y cuatro años, periodista
Nadie
enciende una lámpara para esconderla detrás de la puerta: el objetivo de la luz
es dar más luz, abrir los ojos, mostrar las maravillas a su alrededor.
Nadie
ofrece en sacrificio lo más importante que posee: el amor.
Nadie
pone sus sueños en manos de aquellos que pueden destruirlos.
Excepto
Athena.
Mucho
tiempo después de su muerte, su antigua maestra me pidió que la acompañase
hasta la ciudad de Prestopans, en Escocia. Allí, aprovechando una ley feudal
que fue abolida al mes siguiente, la ciudad concedió el perdón oficial a
ochenta y una personas —y a sus gatos— ejecutadas por practicar la brujería
entre los siglos XVI y XVII.
Según
la portavoz oficial de los Barones de Prestoungrange y Dolphinstoun, «la
mayoría habían sido condenados sin ninguna prueba concreta, basándose solamente
en los testigos de la acusación, que declaraban sentir la presencia de
espíritus malignos».
No
merece la pena recordar de nuevo todos los excesos de la Inquisición, con sus
potros de tortura y sus hogueras en llamas de odio y venganza. Pero en el
camino, Edda repitió varias veces que había algo en ese gesto que no podía
aceptar: la ciudad y el decimocuarto Barón de Prestoungrange y Dolphinstoun les
estaban «concediendo el perdón» a personas ejecutadas brutalmente.
—Estamos
en pleno siglo XXI, y los descendientes de los verdaderos criminales, aquellos
que mataron inocentes, todavía se creen en el derecho de «perdonar». Ya sabe a
qué me refiero, Heron.
Lo
sabía. Una nueva caza de brujas empieza a ganar terreno; esta vez el arma no es
el hierro ardiente, sino la ironía o la represión. Todo aquel que descubre un
don o que por casualidad osa hablar de su aptitud pasa a ser visto con
desconfianza. Y generalmente, el marido, la esposa, el padre, el hijo, o quien
sea, en vez de enorgullecerse, le prohíbe cualquier mención al respecto, por
miedo a exponer a su familia al ridículo.
Antes
de conocer a Athena pensaba que no era más que una forma deshonesta de explorar
la desesperanza del ser humano. Mi viaje a Transilvania para el documental
sobre vampiros también era una manera de demostrar cómo se engaña fácilmente a
la gente; ciertas creencias permanecen en el imaginario del ser humano, por más
absurdas que puedan parecer, y acaba usándolas gente sin escrúpulos. Cuando
visité el castillo de Drácula, reconstruido sólo para darles a los turistas la
sensación de estar en un lugar especial, se me acercó un funcionario del
gobierno; insinuó que recibiría un regalo bastante «significativo» (según sus
palabras) cuando se pasase la película en la BBC. Para este funcionario, yo
estaba ayudando a propagar la importancia del mito, y eso merecía ser
recompensado generosamente. Uno de los guías dijo que el número de visitantes
aumentaba cada año, y que cualquier referencia al lugar sería positiva, incluso
aquellas que afirmaban que el castillo era falso, que Vlad Dracul era un
personaje histórico sin ninguna referencia al mito, y que todo era fruto del
delirio de un irlandés (N.
R.: Bram Stoker) que jamás había visitado la región.
En
aquel preciso momento, entendí que, por más riguroso que fuese con los hechos,
estaba colaborando involuntariamente con una mentira; aunque la idea de mi ruta
fuese precisamente desmitificar el sitio, la gente cree en lo que quiere; el
guía tenía razón, en el fondo estaba colaborando haciendo más propaganda.
Desistí inmediatamente del proyecto, a pesar de haber invertido una cantidad
razonable en el viaje y en las investigaciones.
Pero el
viaje a Transilvania acabaría teniendo un enorme impacto en mi vida: conocí a
Athena cuando ella buscaba a su madre. El destino, este misterioso, implacable
destino, nos puso frente a frente en la insignificante recepción de un hotel
más insignificante todavía. Fui testigo de su primera conversación con Deidre,
o Edda, como le gusta que la llamen. Asistí, como si fuese un espectador de mí
mismo, a la lucha inútil que emprendió mi corazón por no dejarme seducir por
una mujer que no pertenecía a mi mundo. Aplaudí cuando la razón perdió la
batalla, y la única alternativa que me quedó fue entregarme, aceptar que estaba
enamorado.
Y esta
pasión me llevó a ver rituales que nunca imaginé que existiesen, dos
materializaciones, trances. Creyendo que estaba ciego de amor, dudé de todo, y
la duda, en vez de paralizarme, me empujó hacia océanos que no podía admitir
que existían. Fue esta fuerza la que en los momentos más difíciles me permitió
afrontar el cinismo de otros amigos periodistas, y escribir sobre Athena y su
trabajo. Y como el amor sigue vivo, aunque Athena ya esté muerta, la fuerza
sigue presente, pero todo lo que quiero es olvidar lo que vi y lo que aprendí.
Sólo podía navegar en este mundo de la mano de Athena.
Éstos
eran sus jardines, sus ríos, sus montañas. Ahora que ella se ha marchado,
necesito que todo vuelva rápidamente a ser como antes; voy a fijarme más en los
problemas del tráfico, en la política exterior de Gran Bretaña, en la forma en
la que administran nuestros impuestos. Quiero volver a pensar que el mundo de
la magia no es más que un truco bien hecho. Que la gente es supersticiosa. Que
las cosas que la ciencia no puede explicar no tienen derecho a existir.
Cuando
las reuniones de Portobello empezaron a descontrolarse, fueron innumerables las
discusiones sobre su comportamiento, aunque hoy en día me alegre de que jamás
me oyera. Si hay algún consuelo en la tragedia de perder a alguien a quien
amamos tanto, es la esperanza, siempre necesaria, de que tal vez haya sido
mejor así.
Me
despierto y me duermo con esta certeza; fue mejor que Athena se marchara antes
de bajar a los infiernos de esta tierra. Jamás iba a volver a conseguir la paz
de espíritu después de los sucesos que la caracterizaron como «la bruja de
Portobello». El resto de su vida iba a ser una confrontación amarga entre sus
sueños personales y la realidad colectiva. Conociendo su naturaleza, iba a
luchar hasta el final, a gastar su energía y su alegría demostrando algo que
nadie, absolutamente nadie, está dispuesto a creer.
Quién
sabe, buscó la muerte como un náufrago busca una isla. Debió de estar en muchas
estaciones de metro de madrugada, esperando a atracadores que no venían. Caminó
por los barrios más peligrosos de Londres en busca de un asesino que no
aparecía. Provocó la ira de los fuertes, que no consiguieron manifestar su
rabia.
Hasta
que consiguió ser brutalmente asesinada. Pero, a fin de cuentas, ¿cuántos de
nosotros evitamos ver cómo las cosas importantes de nuestras vidas desaparecen
de un momento a otro? No me refiero a las personas, sino también a nuestros
ideales y nuestros sueños: podemos resistir un día, una semana, algunos años, pero
estamos condenados a perder. Nuestro cuerpo sigue vivo, pero tarde o temprano
el alma acaba recibiendo un golpe mortal. Un crimen perfecto, no sabemos quién
asesinó nuestra alegría, qué motivos lo provocaron, ni dónde están los
culpables.
Y esos
culpables, que no dicen sus nombres, ¿serán conscientes de sus gestos? Creo que
no, porque ellos también son víctimas de la realidad que han creado, aunque
sean depresivos, arrogantes, impotentes y poderosos.
No
entienden y no entenderían nunca el mundo de Athena. Menos mal que lo digo de
esta manera: el mundo de Athena. Por fin voy aceptando que ella estaba aquí de
paso, como un favor, como alguien que está en un bonito palacio, comiendo lo
mejor, consciente de que no es más que una fiesta, de que el palacio no es
suyo, de que la comida no se compró con su dinero, y de que, en un momento
dado, las luces se apagan, los dueños se van a dormir, los empleados vuelven a
sus habitaciones, la puerta se cierra, y estamos otra vez en la calle,
esperando un taxi o un autobús, de vuelta a la mediocridad del día a día.
Estoy
volviendo. Mejor dicho: una parte de mí está volviendo a este mundo en el que
sólo tiene sentido lo que vemos, tocamos y podemos explicar. Quiero otra vez
las multas por exceso de velocidad, la gente discutiendo en la caja del banco,
las eternas quejas por el tiempo, las películas de terror y las carreras de
Fórmula 1. Ése es el universo en el que tendré que convivir el resto de mis
días; me voy a casar, voy a tener hijos, y el pasado será un recuerdo lejano,
que al final me hará preguntarme durante el día: ¿cómo pude estar tan ciego,
cómo pude ser tan ingenuo?
También
sé que, durante la noche, una parte de mí vagará en el espacio, en contacto con
cosas que son tan reales como la cajetilla de tabaco o el vaso de ginebra que
tengo frente a mí. Mi alma bailará con el alma de Athena, estaré con ella
mientras duermo, me despertaré sudando, iré a la cocina a beber un vaso de
agua, entenderé que para combatir los fantasmas hay que usar cosas que no
formen parte de la realidad. Entonces, siguiendo los consejos de mi abuela,
pondré una tijera abierta en la mesilla de noche para cortar la continuación
del sueño.
Al día
siguiente veré la tijera con cierto remordimiento. Pero tengo que adaptarme de
nuevo a este mundo, o acabaré volviéndome loco.
Capítulo Segundo
Andrea McCain, treinta y dos años, actriz de teatro
«Nadie
puede manipular a nadie. En una relación, ambos saben lo que hacen, aunque uno
de ellos vaya después a quejarse de que ha sido utilizado.»
Eso es
lo que decía Athena, pero se comportaba de manera contraria, porque fui
utilizada y manipulada, y no tuvo consideración alguna por mis sentimientos. La
cosa es todavía más seria cuando hablamos de magia; después de todo, era mi
maestra, encargada de transmitir los misterios sagrados, despertar la fuerza
desconocida que todos nosotros poseemos. Cuando nos aventuramos en este mar
desconocido, confiamos ciegamente en aquellos que nos guían, creyendo que saben
más que nosotros.
Pues
puedo asegurar que no. Ni Athena, ni Edda, ni la gente que conocí a través de
ellas. Ella me decía que aprendía a medida que enseñaba, y aunque yo al
principio me resistía a creerlo, más tarde me convencí de que quizá pudiera ser
verdad. Acabé descubriendo que era otra de sus muchas maneras de hacer que
bajásemos la guardia y nos entregásemos a su encanto.
La
gente que está en la búsqueda espiritual no piensa: quiere resultados. Quiere
sentirse poderosa, lejos de las masas anónimas. Quieren ser especiales. Athena
jugaba con estos sentimientos ajenos de manera aterradora.
Me
parece que, en el pasado, sintió una profunda admiración por santa Teresa de
Lisieux. La religión católica no me interesa, pero por lo que he oído, Teresa
tenía una especie de comunión mística y física con Dios. Athena mencionó una
vez que le gustaría que su destino se pareciese al de ella: en ese caso,
debería haber entrado en un convento y dedicar su vida a la contemplación y al
servicio de los pobres. Sería mucho más útil al mundo, y mucho menos peligroso
que inducir a la gente, a través de música y rituales, a una especie de
intoxicación que puede llevar a entrar en contacto con lo mejor, pero también
con lo peor de nosotros mismos.
Yo la
seguí en busca de una respuesta al sentido de mi vida, aunque lo disimulase en nuestro
primer encuentro. Debería haberme dado cuenta desde el principio de que a
Athena eso no le interesaba mucho; quería vivir, bailar, hacer el amor, viajar,
reunir gente a su alrededor para demostrar lo sabia que era, exhibir sus dones,
provocar a los vecinos, aprovecharse de todo lo que tenemos de más profano,
aunque intentase darle un barniz espiritual a su búsqueda.
Cada
vez que nos veíamos, para ceremonias mágicas o para ir a un bar, yo sentía su
poder; casi era capaz de tocarlo, dada la fuerza con la que se manifestaba. Al
principio me quedé fascinada, quería ser como ella. Pero un día, en un bar,
ella empezó a hablar sobre el «Tercer Rito», relacionado con la sexualidad. Lo
hizo delante de mi novio. Su pretexto era enseñarme. Su objetivo, según mi
opinión, era seducir al hombre que yo amaba.
Y
claro, acabó consiguiéndolo.
No es
bueno hablar de la gente que ha pasado de esta vida al plano astral. Athena no
tendrá que rendirme cuentas a mí, sino a todas aquellas fuerzas que sólo
utilizó en beneficio propio, en vez de canalizarlas hacia el bien de la
humanidad y su propia superación espiritual.
Y lo
que es peor: todo lo que empezamos juntas podría haber resultado bien, si no
hubiese sido por su exhibicionismo compulsivo. Si se hubiera comportado de una
manera más discreta, hoy estaríamos cumpliendo juntas esa misión que nos fue
confiada. Pero no podía controlarse: se creía dueña de la verdad, capaz de
sobrepasar todas las barreras utilizando solamente su poder de seducción.
¿Cuál
fue el resultado? Que me quedé sola. Y no puedo abandonar el trabajo a la
mitad, tengo que llegar hasta el final, aunque a veces me sienta débil, y casi
siempre desanimada.
No me
sorprende que su vida terminara de esa manera: vivía flirteando con el peligro.
Dicen que las personas extravertidas son más infelices que las introvertidas, y
necesitan compensarlo demostrándose a sí mismas que están contentas, alegres, a
bien con la vida; al menos, en su caso, este comentario es absolutamente
correcto.
Athena
era consciente de su carisma, e hizo sufrir a todos los que la amaron.
Incluso
a mí.
Capítulo
Tercero
Deidre
O’Neill, treinta y siete años, médica, conocida como Edda
Si un
hombre que no conocemos de nada nos llama hoy por teléfono, charlamos un poco,
no insinúa nada, no dice nada especial, pero aun así nos presta una atención
que normalmente no recibimos, somos capaces de acostarnos con él esa misma
noche relativamente enamoradas. Somos así, y no hay nada de malo en ello; es
propio de la naturaleza femenina abrirse al amor con gran facilidad.
Fue ese
amor el que me llevó a encontrarme con la Madre cuando tenía diecinueve años.
Athena también tenía esa edad cuando entró por primera vez en trance a través
del baile. Pero eso era lo único que teníamos en común: la edad de nuestra iniciación.
En todo
lo demás éramos total y profundamente distintas, principalmente en nuestra
manera de lidiar con los demás. Como su maestra, siempre di lo mejor de mí,
para que pudiera organizar su búsqueda interna. Como amiga —aunque no tenga la
seguridad de que ese sentimiento fuera correspondido—, intenté alertarla del
hecho de que el mundo todavía no estaba preparado para las transformaciones que
ella quería provocar. Recuerdo que perdí algunas noches de sueño hasta que tomé
la decisión de permitirle actuar con total libertad, siguiendo lo que su
corazón le dictaba.
Su gran
problema era ser una mujer del siglo XXII, viviendo en el siglo XXI,
permitiendo que todos lo viesen. ¿Pagó un precio? Sin duda. Pero habría pagado
un precio mucho más alto si hubiera reprimido su exuberancia. Estaría amargada,
frustrada, siempre preocupada por «lo que pensarán los demás», siempre diciendo
«déjame resolver estos asuntos, después me dedico a mi sueño», quejándose
constantemente de «las condiciones ideales que no se dan nunca».
Todos
buscan un maestro perfecto; lo que pasa es que los maestros son humanos, aunque
sus enseñanzas puedan ser divinas, y eso es algo que a la gente le cuesta
aceptar. No hay que confundir al profesor con la clase, el ritual con el
éxtasis, el transmisor del símbolo con el símbolo mismo. La Tradición está
ligada al encuentro con las fuerzas de la vida, y no a las personas que lo
transmiten. Pero somos débiles: le pedimos a la Madre que nos envíe guías, pero
ella sólo envía las señales de la carretera que tenemos que recorrer.
¡Ay de
aquellos que buscan pastores, en vez de ansiar la libertad! El encuentro con la
energía superior está al alcance de cualquiera, pero está lejos de aquellos que
transfieren su responsabilidad hacia los demás. Nuestro tiempo en esta tierra
es sagrado, y debemos celebrar cada momento.
La
importancia de eso ha sido completamente olvidada: incluso los festivos
religiosos se han convertido en ocasiones para ir a la playa, al parque, a las
estaciones de esquí. Ya no hay rituales. Ya no podemos convertir las acciones
ordinarias en manifestaciones sagradas. Cocinamos quejándonos de la pérdida de
tiempo, cuando podríamos estar transformando amor en comida. Trabajamos
creyendo que es una maldición divina, cuando deberíamos usar nuestras
habilidades para darnos placer, y para propagar la energía de la Madre.
Athena
sacó a la superficie el riquísimo mundo que todos llevamos en el alma, sin
darse cuenta de que la gente todavía no está preparada para aceptar sus
poderes.
Nosotras,
las mujeres, cuando le buscamos un sentido a nuestra vida, o el camino del
conocimiento, siempre nos identificamos con uno de los cuatro arquetipos
clásicos.
La
Virgen (y no hablo de sexualidad) es aquella cuya búsqueda se da a través de la
independencia completa, y todo lo que aprende es fruto de su capacidad para
afrontar sola los desafíos.
La
Mártir descubre en el dolor, en la entrega y en el sufrimiento una manera de
conocerse a sí misma.
La
Santa encuentra en el amor sin límites, en la capacidad de dar sin pedir nada a
cambio, la verdadera razón de su vida.
Finalmente,
la Bruja busca el placer completo e ilimitado, justificando así su existencia.
Athena fue las cuatro al mismo tiempo, aunque generalmente debemos escoger sólo una de estas tradiciones femeninas.
Athena fue las cuatro al mismo tiempo, aunque generalmente debemos escoger sólo una de estas tradiciones femeninas.
Claro
que podemos justificar su comportamiento alegando que todos los que entran en
estado de trance o de éxtasis pierden el contacto con la realidad. Eso es
falso: el mundo físico y el mundo espiritual son lo mismo. Podemos divisar lo
Divino en cada mota de polvo, pero eso no nos impide limpiarlo con una esponja
mojada. Lo divino no desaparece, sino que se transforma en la superficie
limpia.
Athena
debería haber tenido más cuidado. Al reflexionar sobre la vida y la muerte de
mi discípula, descubro que sería mejor que cambiase un poco mi manera de
actuar.
Capítulo Cuarto
Lella Zainab, sesenta y cuatro años, numeróloga
¿Athena?
¡Qué nombre tan interesante! Vamos a ver… tu número Máximo es el nueve.
Optimista, social, capaz de hacerse notar en medio de una multitud. La gente se
acerca a ella en busca de comprensión, compasión, generosidad, y precisamente
por eso tiene que estar muy atenta, porque la tendencia a la popularidad puede
subírsele a la cabeza y acabar perdiendo más de lo que gana. También debe tener
cuidado con la lengua, pues tiende a hablar más que lo que aconseja el buen
juicio.
En
cuanto a tu número Mínimo: el once. Creo que anhela un puesto de directiva.
Interés por los temas místicos; a través de ellos intenta aportar armonía a
todos los que están a su alrededor.
Pero
eso entra directamente en confrontación con el número Nueve, que es la suma del
día, el mes y el año de su nacimiento, reducidos a un único algoritmo: estará
siempre sujeta a la envidia, la tristeza, la introversión y las decisiones
temperamentales. Cuidado con las siguientes vibraciones negativas: ambición
excesiva, intolerancia, abuso de poder, extravagancia.
A causa
de este conflicto, le sugiero que se dedique a algo que no implique un contacto
emocional con la gente, en el sector de la informática o la ingeniería, por
ejemplo. ¿Está muerta?
Disculpe.
¿Qué hacía?
¿Qué hacía Athena? Athena hizo un poco de todo, pero si tuviera que
resumir su vida, diría que era una sacerdotisa que comprendía las fuerzas de la
naturaleza. Mejor dicho, era alguien que, por el simple hecho de no tener mucho
que perder ni que esperar de la vida, se arriesgó más que los demás, y acabó
convirtiéndose en las f uerzas que creía dominar.
Trabajó en un supermercado, fue empleada de banca, agente inmobiliaria,
y en cada uno de estos puestos jamás dejó de manifestarse la sacerdotisa que
llevaba dentro. Conviví con ella durante ocho años, y le debía esto: recuperar
su memoria, su identidad.
Lo más difícil al recoger estas declaraciones f ue convencer a la gente
para que me permitiesen utilizar sus nombres verdaderos. Algunos alegaron que
no querían verse envueltos en este tipo de historias, otros intentaban esconder
sus opiniones y sus sentimientos. Les expliqué que mi verdadera intención era
hacer que todos los implicados la entendiesen mejor, y que nadie iba a creer en
declaraciones anónimas.
Como cada uno de los entrevistados se creía en posesión de la única y
definitiva versión de cualquier suceso, por más insignificante que éste fuese,
acabaron aceptando. En el transcurso de las grabaciones, comprendí que las
cosas no son absolutas; existen en función de la percepción de cada uno. Y
muchas veces, la mejor manera de saber quiénes somos es intentar saber cómo nos
ven los demás.
Eso no quiere decir que vayamos a hacer lo que esperan, pero al menos
nos comprendemos mejor. Yo le debía eso a Athena. Recuperar su historia.
Escribir su mito.
Samira R. Khalil, cincuenta y siete años, ama de casa, madre de Athena
No la
llames Athena, por favor. Su verdadero nombre es Sherine. ¡Sherine Khalil, hija
muy querida, muy deseada, que tanto yo como mi marido querríamos haber tenido
por nosotros mismos!
Pero la
vida tenía otros planes; cuando la generosidad del destino es muy grande,
siempre hay un pozo en el que pueden caer todos los sueños.
Vivíamos
en Beirut, en la época en la que todo el mundo la consideraba como la ciudad
más bella de Oriente Medio. Mi marido era un empresario de éxito, nos casamos
por amor, viajábamos a Europa todos los años, teníamos amigos, nos invitaban a
todos los acontecimientos sociales importantes, y una vez llegué a recibir en
mi casa a un presidente de Estados Unidos, ¡imagínate! Fueron tres días
inolvidables: dos de ellos, en los que el servicio secreto americano examinó
minuciosamente cada rincón de nuestra casa (ya estaban en el barrio desde hacía
más de un mes, ocupando todas las posiciones estratégicas, alquilando
apartamentos, disfrazándose de mendigos o de parejas de enamorados); y un día,
mejor dicho, dos horas de fiesta. Jamás se me olvidará la envidia en los ojos
de nuestros amigos, ni la alegría de poder fotografiarnos con el hombre más
poderoso del planeta.
Lo
teníamos todo, menos aquello que más deseábamos: un hijo. Así que no teníamos
nada.
Lo
intentamos de todas las maneras, hicimos promesas, fuimos a sitios en los que
nos garantizaban un milagro, consultamos a médicos, curanderos, tomamos
remedios y bebimos elixires y pociones mágicas. Dos veces me hice la
inseminación artificial, pero perdí el bebé. La segunda, perdí también mi ovario
izquierdo, y no volví a encontrar a otro médico que quisiera arriesgarse en una
nueva aventura de ese tipo.
Hasta
que uno de los muchos amigos que conocía nuestra situación sugirió la única
salida posible: adoptar a un niño. Dijo que tenía contactos en Rumania, y que
el procedimiento no se iba a prolongar mucho.
Un mes
después cogimos un avión; nuestro amigo tenía negocios importantes con el
dictador que gobernaba el país en esa época, y del que no recuerdo el nombre (N. R.: Nicolai Ceausescu),
de modo que pudimos evitar todos los trámites burocráticos y fuimos a dar a un
centro de adopción de Sibiu, en Transilvania. Allí, ya nos estaban esperando
con café, cigarrillos, agua mineral, y todo el papeleo preparado, sólo teníamos
que escoger al niño.
Nos condujeron
a una estancia en la que hacía mucho frío, y me pregunté cómo podían tener a
aquellas pobres criaturas en aquella situación. Mi primer instinto fue
adoptarlas a todas, llevarlas a nuestro país, en el que había sol y libertad,
pero por supuesto era una idea descabellada. Paseamos entre las cunas, oyendo
llantos, aterrorizados por la decisión que teníamos que tomar.
Durante
más de una hora, ni yo ni mi marido intercambiamos palabra alguna. Salimos,
tomamos café, fumamos, volvimos, y esto se repitió varias veces. Noté que la
mujer encargada de la adopción empezaba a impacientarse, tenía que decidirme
pronto; en ese momento, siguiendo un instinto que me atrevería a llamar
maternal, como si hubiese encontrado a un hijo que tenía que ser mío en esta encarnación
pero que había llegado a este mundo a través de otro vientre, señalé a una
niña.
La
encargada sugirió que lo pensásemos mejor. ¡Ella, que parecía tan impaciente
con nuestra demora! Pero yo ya me había decidido.
Aun
así, con todo el cuidado, intentando no herir mis sentimientos (ella pensaba
que teníamos contactos con las más altas esferas del gobierno rumano), me
susurró de manera que mi marido no oyese:
—Sé que
no saldrá bien. Es la hija de una gitana.
Le
respondí que una cultura no se puede transmitir a través de los genes; la niña,
que no tenía más que tres meses, sería mi hija y la de mi marido, educada según
nuestras costumbres. Conocería la iglesia que frecuentábamos, las playas a las
que íbamos a pasear, leería sus libros en francés, estudiaría en la Escuela
Americana de Beirut. Por lo demás, no tenía ninguna información —y sigo sin
tenerla— sobre la cultura gitana. Sólo sé que viajan, que no siempre se duchan,
que engañan a los demás y que llevan un pendiente en la oreja. Cuenta la
leyenda que acostumbran a raptar niños para llevarlos en sus caravanas, pero
allí estaba sucediendo exactamente lo contrario: habían dejado atrás a una
niña, para que yo me encargase de ella.
La
mujer todavía intentó disuadirme, pero yo ya estaba firmando los papeles, y
pidiéndole a mi marido que hiciese lo mismo. De regreso a Beirut, el mundo
parecía diferente: Dios me había dado una razón para existir, para trabajar,
para luchar en este valle de lágrimas. Ahora teníamos una niña para justificar
todos nuestros esfuerzos.
Sherine
creció en sabiduría y belleza (creo que todos los padres dicen lo mismo, pero
pienso que era una niña realmente excepcional). Una tarde, cuando ella ya tenía
cinco años, uno de mis hermanos me dijo que, si ella quería trabajar fuera, su
nombre siempre delataría su origen, y sugirió que lo cambiásemos por uno que no
dijese absolutamente nada, como Athena. Claro que hoy sé que Athena no es
solamente un nombre parecido a la capital de un país, sino también la diosa de
la sabiduría, de la inteligencia y de la guerra.
Y
posiblemente mi hermano no sólo supiese esto, sino que era consciente de los
problemas que un nombre árabe podría causarle en el futuro (estaba metido en
política, como toda nuestra familia, y quería proteger a su sobrina de las
nubes negras que él, sólo él, podía divisar en el horizonte). Lo más
sorprendente es que a Sherine le gustó el sonido de la palabra. En una sola
tarde empezó a referirse a sí misma como Athena, y ya nadie pudo quitárselo de
la cabeza. Para contentarla, adoptamos también ese sobrenombre, pensando que
pronto se olvidaría del tema.
¿Podrá
un nombre afectar a la vida de una persona? Porque el tiempo pasó, el
sobrenombre resistió, y acabamos adaptándonos a él.
A los
doce años, descubrimos que tenía una cierta vocación religiosa: vivía en la
iglesia, se sabía los evangelios de memoria, lo cual era al mismo tiempo una
bendición y una maldición. En un mundo que empezaba a estar cada vez más
dividido por las creencias religiosas, yo temía por la seguridad de mi hija. A esas
alturas, Sherine ya empezaba a decirnos, como si fuese lo más normal del mundo,
que tenía una serie de amigos invisibles, ángeles y santos cuyas imágenes solía
ver en la iglesia que frecuentábamos. Está claro que todos los niños del mundo
tienen visiones, aunque es raro que se acuerden una vez pasada una determinada
edad. También suelen darles vida a las cosas inanimadas, como las muñecas o los
osos de peluche. Pero empecé a creer que estaba exagerando cuando un día fui a
buscarla al colegio y me dijo que había visto a «una mujer vestida de blanco,
parecida a la Virgen María».
Creo en
los ángeles, claro. Creo incluso que los ángeles hablan con los niños pequeños,
pero cuando las apariciones son de gente adulta, las cosas cambian. Conozco
algunas historias de pastores y de gente del campo que afirman haber visto a
una mujer de blanco, lo que ha acabado destruyendo sus vidas, ya que la gente
los busca para hacer milagros, los curas se preocupan, las aldeas se convierten
en centros de peregrinación, y los pobres niños acaban su vida en un convento.
Así que me quedé muy preocupada con esta historia; a su edad debería haber
estado más interesada por los estuches de maquillaje, por pintarse las uñas,
ver telenovelas románticas o programas infantiles en la tele. Algo iba mal con
mi hija y fui a ver a un especialista.
—Relájese
—dijo.
Para el
pediatra especializado en psicología infantil, como para la mayoría de los
médicos que tratan estos temas, los amigos invisibles son una especie de
proyección de los sueños, que ayudan al niño a descubrir sus deseos, expresar
sus sentimientos, encontrarse consigo mismos, de una manera inofensiva.
—¿Pero
una mujer de blanco?
Me
respondió que tal vez, Sherine no comprendía nuestra manera de ver o de
explicar el mundo. Sugirió que, poco a poco, empezásemos a preparar el terreno
para decirle que había sido adoptada. En el lenguaje del especialista, lo peor
que podía ocurrir es que se enterase por sí misma, pues empezaría a dudar de
todo el mundo. Su comportamiento podría volverse imprevisible.
A
partir de ese momento, cambiamos nuestra manera de dialogar con ella. No sé si
el ser humano puede recordar cosas que le ocurrieron cuando todavía era bebé,
pero intentamos demostrarle cuánto la queríamos, y que ya no tenía que
refugiarse en un mundo imaginario. Tenía que entender que su universo visible
era lo más hermoso, que sus padres la iban a proteger de cualquier peligro,
Beirut era bonita, las playas siempre estaban llenas de sol y de gente. Sin
enfrentarme directamente con esa «mujer», empecé a pasar más tiempo con mi
hija, invité a sus amigos del colegio a que frecuentasen la casa, no perdía ni
una sola oportunidad para demostrarle todo nuestro cariño.
La
estrategia dio resultado. Mi marido viajaba mucho, Sherine lo echaba de menos,
y en nombre del amor decidió cambiar su estilo de vida. Las conversaciones
solitarias empezaron a ser sustituidas por juegos entre padre, madre e hija.
Todo
iba bien hasta que una noche ella vino llorando a mi habitación, diciendo que
tenía miedo, que el infierno estaba cerca. Yo estaba sola en casa; mi marido,
una vez más, había tenido que ausentarse, y pensé que ésa era la razón de su
desesperación. ¿Pero infierno? ¿Qué le estaban enseñando en el cole o en la
iglesia? Decidí que al día siguiente iría a hablar con la profesora. Sherine,
sin embargo, no dejaba de llorar. La llevé hasta la ventana, le enseñé el
Mediterráneo, allá fuera, iluminado por la luna llena. Le dije que no había
demonios, sino estrellas en el cielo y gente caminando por el bulevar de delante
de nuestro apartamento. Le expliqué que no debía tener miedo, que estuviese
tranquila, pero ella seguía llorando y temblando. Después de casi media hora
intentando calmarla, empecé a ponerme nerviosa. Le pedí que dejase de
comportarse de aquella manera, que ya no era una niña. Imaginé que tal vez
hubiese tenido su primera menstruación; discretamente, le pregunté si sangraba.
—Mucho.
Cogí un
poco de algodón, le pedí que se acostase para poder tratarle la «herida». No
era nada, mañana se lo explicaría. Sin embargo, no le había llegado la
menstruación. Todavía lloró un poco, pero debía de estar cansada, porque se
durmió en seguida.
Y al
día siguiente por la mañana, corrió la sangre.
Cuatro
hombres fueron asesinados. Para mí, no era más que una de las eternas batallas
tribales a las que mi pueblo estaba acostumbrado. Para Sherine, no debía de ser
nada, porque ni siquiera mencionó su pesadilla de la noche anterior.
Sin
embargo, a partir de esa fecha, el infierno fue llegando, y hasta hoy no se ha
vuelto a marchar. El mismo día, veintiséis palestinos murieron en un autobús,
como venganza por el asesinato. Veinticuatro horas después, ya no se podía
andar por las calles, por culpa de los tiros que salían de todas partes.
Cerraron los colegios. A Sherine la trajo a casa una de sus profesoras a toda
prisa y, a partir de ahí, todos perdieron el control de la situación. Mi marido
interrumpió su viaje y volvió a casa; se pasó días enteros llamando a sus
amigos del gobierno, pero nadie le decía nada que tuviera sentido. Sherine oía
los tiros allá fuera, los gritos de mi marido dentro de casa y, para mi
sorpresa, no decía ni una palabra. Yo siempre intentaba decirle que era
pasajero, que pronto podríamos volver a la playa, pero ella desviaba los ojos y
me pedía algún libro para leer, o un disco para escuchar. Mientras el infierno
iba instalándose poco a poco, Sherine leía y escuchaba música.
Perdone,
pero no quiero pensar demasiado en eso. No quiero pensar en las amenazas que
recibimos, en quién tenía la razón, en quiénes eran los culpables y los
inocentes. El hecho es que, pocos meses después, quien quería cruzar una
determinada calle tenía que coger un barco, ir hasta la isla de Chipre, coger
otro barco y desembarcar en el otro lado de la calzada.
Permanecimos
dentro de casa prácticamente durante casi un año, siempre esperando que la
situación mejorase, siempre pensando que todo aquello era pasajero, que el
gobierno controlaría la situación. Una mañana, mientras escuchaba música en su
pequeño reproductor portátil, Sherine ensayó unos cuantos pasos de baile, y
empezó a decir cosas como «durará mucho, mucho tiempo».
Quise
interrumpirla, pero mi marido me cogió del brazo: le estaba prestando atención,
y tomándose en serio las palabras de una niña. Nunca entendí por qué, y hasta
el día de hoy no hemos comentado el tema; es un asunto tabú entre nosotros.
Al día
siguiente, inesperadamente, él empezó a hacer preparativos; al cabo de dos
semanas estábamos embarcando hacia Londres. Más tarde nos enteramos de que,
aunque no haya estadísticas concretas al respecto, en esos dos años de guerra
civil (N. R.: 1974 y 1975)
murieron alrededor de cuarenta y cuatro mil personas, hubo ciento ochenta mil
heridos, miles de refugiados. Los combates continuaron por otras razones, el
país fue ocupado por fuerzas extranjeras, y el infierno sigue todavía hoy.
«Durará
mucho tiempo», decía Sherine. Dios mío, por desgracia tenía razón.
Capítulo Quinto
Lukás Jessen-Petersen, treinta y dos años, ingeniero, ex marido
Athena
ya sabía que había sido adoptada por sus padres cuando la vi por primera vez.
Tenía diecinueve años y estaba a punto de empezar una pelea en la cafetería de
la universidad porque alguien, pensando que ella era de origen inglés (blanca,
pelo liso, ojos a veces verdes, a veces grises), había hecho un comentario
desfavorable sobre Oriente Medio.
Era el
primer día de clase; la gente era nueva, nadie sabía nada de sus compañeros.
Pero aquella chica se levantó, cogió a la otra por el cuello y empezó a gritar
como una loca:
—¡Racista!
Vi la
mirada aterrorizada de la chica, la mirada excitada de los otros estudiantes,
sedientos de ver lo que iba a pasar. Como le llevaba un año a aquella gente,
pude prever inmediatamente las consecuencias: despacho del rector, quejas,
posibilidad de expulsión, investigación policial sobre racismo, etc. Todos
tenían algo que perder.
—¡Cállate!
—grité sin saber lo que decía.
No
conocía a ninguna de las dos. No soy el salvador del mundo y, sinceramente, una
pelea de vez en cuando es estimulante para los jóvenes. Pero el grito y la
reacción fueron más fuertes que yo.
—¡Ya
basta! —le grité de nuevo a la chica bonita, que agarraba a la otra, también
bonita, por el cuello.
Me miró
y me fulminó con los ojos. Y de repente, algo cambió. Ella sonrió, aunque
todavía tuviera sus manos en la garganta de su compañera.
—Has
olvidado decir por favor.
Todo el
mundo se rió.
—Para
—le pedí—. Por favor.
Ella
soltó a la chica y echó a caminar hacia mí. Todas las cabezas acompañaron su
movimiento.
—Tienes
educación. ¿Tienes también un cigarrillo?
Le
ofrecí la cajetilla y nos fuimos a fumar al campus. Había pasado de la rabia
completa a la relajación total, y minutos después se estaba riendo, hablando
del tiempo, preguntándome si me gustaba este o aquel grupo de música. Oí la
sirena que llamaba a clase y, solemnemente, ignoré aquello para lo que había
sido educado toda mi vida: mantener la disciplina. Seguí allí charlando, como
si la universidad ya no existiese, ni las peleas, ni la cafetería, ni el
viento, ni el frío, ni el sol. Sólo existía aquella mujer de ojos grises, que
decía cosas poco interesantes e inútiles, capaces de dejarme allí el resto de
mi vida.
Dos
horas después estábamos comiendo juntos. Siete horas después estábamos en un
bar, cenando y bebiendo lo que nuestro presupuesto nos permitía comer y beber.
Las conversaciones se fueron haciendo cada vez más profundas, y al poco tiempo
yo ya sabía prácticamente toda su vida: Athena contaba detalles de su infancia,
de su adolescencia, sin que yo le hiciese ninguna pregunta. Más tarde supe que
ella era así con todo el mundo; sin embargo, aquel día, me sentí el más
especial de todos los hombres sobre la faz de la tierra.
Había
llegado a Londres como refugiada de la guerra civil que había estallado en el
Líbano. Su padre, un cristiano maronita (N.
R.: Rama de la Iglesia católica que, aunque está sometida a la autoridad del
Vaticano, no exige el celibato de los sacerdotes y utiliza ritos orientales y
ortodoxos), había sido amenazado de muerte por trabajar con el
gobierno, y aun así no se decidía a exiliarse, hasta que Athena oyó a
escondidas una conversación telefónica, decidió que era hora de crecer, de
asumir sus responsabilidades de hija, y de proteger a aquellos que tanto amaba.
Ensayó
una especie de danza, fingió que estaba en trance (había aprendido todo aquello
en el colegio, cuando estudiaba la vida de los santos), y empezó a decir cosas.
No sé cómo una niña puede hacer que los adultos tomen decisiones basadas en sus
comentarios, pero Athena afirmó que había sido exactamente así, su padre era
supersticioso, estaba absolutamente convencida de que había salvado la vida de
su familia.
Llegaron
aquí como refugiados, pero no como mendigos. La comunidad libanesa está
dispersa por todo el mundo, su padre encontró en seguida la manera de restablecer
sus negocios, y la vida siguió. Athena pudo estudiar en buenos colegios, dio
clases de baile —que era su pasión— y escogió la Facultad de Ingeniería en
cuanto terminó sus estudios secundarios.
Ya en
Londres, sus padres la invitaron a cenar en uno de los restaurantes más caros
de la ciudad, y le contaron, lo más delicadamente posible, que era adoptada.
Ella fingió sorpresa, los abrazó, y les dijo que nada iba a cambiar la relación
que había entre ellos.
Pero,
en realidad, algún amigo de la familia, en un momento de odio, ya le había
dicho «huérfana ingrata, ni siquiera eres hija natural, y no sabes cómo
comportarte». Ella le lanzó un cenicero que le dio en la cara, lloró a
escondidas durante dos días, pero pronto lo asumió. A ese pariente le quedó una
cicatriz en la cara que no podía explicarle a nadie, y empezó a decir que lo
habían agredido unos asaltantes en la calle.
La
invité a salir al día siguiente. De manera absolutamente directa, me dijo que
era virgen, que iba a misa todos los domingos, y que no le interesaban los
romances; le interesaba mucho más leer todo lo que podía sobre la situación en
Oriente Medio.
En fin,
estaba ocupada. Ocupadísima.
—La
gente cree que el único sueño de una mujer es casarse y tener hijos. Y, por
todo lo que te he contado, debes creer que he sufrido mucho en la vida. No es
verdad, y ya me conozco esa historia, ya se me han acercado otros hombres con
la excusa de «protegerme» de las tragedias.
»Olvidan
que, desde la Grecia más antigua, la gente que regresaba de los combates o bien
venía muerta sobre su escudo, o los más fuertes, sobre sus cicatrices. Mejor
así: estoy en el campo de batalla desde que nací, sigo viva, y no necesito que
nadie me proteja.
Hizo
una pausa.
—¿Ves
cómo soy culta?
—Muy
culta, pero cuando atacas a alguien más débil que tú, estás insinuando que
realmente necesitas protección. Podrías haber arruinado tu carrera
universitaria en aquel momento.
—Tienes
razón. Acepto la invitación.
A
partir de ese día empezamos a salir con regularidad, y cuanto más cerca estaba
de ella, más descubría mi propia luz. Porque me estimulaba para dar siempre lo
mejor de mí mismo. Jamás había leído ningún libro de magia ni de esoterismo:
decía que eran cosas del demonio, que la única salvación estaba en Jesús y
punto. De vez en cuando, insinuaba cosas que no parecían estar de acuerdo con
las enseñanzas de la Iglesia:
—Cristo
estaba rodeado de mendigos, prostitutas, recaudadores de impuestos, pescadores.
Creo que con eso quería decir que la chispa divina está en el alma de todos,
que jamás se extingue. Cuando me quedo quieta, o cuando estoy muy alterada,
siento que vibro con el universo entero. Y empiezo a conocer cosas que no
conozco, como si fuese el propio Dios el que guía mis pasos. Hay momentos en
los que siento que todo me está siendo revelado.
Y luego
se corregía:
—Es un
error.
Athena
vivía siempre entre dos mundos: el que sentía como verdadero y el que le era
enseñado a través de su fe.
Un día, después de casi un semestre de ecuaciones, cálculos y estudios de estructura, dijo que iba a abandonar la facultad.
Un día, después de casi un semestre de ecuaciones, cálculos y estudios de estructura, dijo que iba a abandonar la facultad.
—¡Pero
no me lo habías comentado!
—Tenía
miedo incluso de hablar de este asunto conmigo misma. Sin embargo, hoy he ido a
la peluquería; la peluquera trabajó noche y día para que su hija pudiese acabar
la carrera de sociología. Su hija logró acabar la facultad, y después de llamar
a muchas puertas, consiguió un empleo como secretaria de una firma de cemento.
Aun así, mi peluquera repetía hoy, muy orgullosa: «Mi hija tiene un título».
La
mayoría de los amigos de mis padres, y de los hijos de los amigos de mis
padres, tienen un título. Eso no significa que hayan conseguido trabajar en lo
que querían. Todo lo contrario, entraron y salieron de la universidad porque
alguien, en una época en la que las universidades parecen importantes, dijo que
una persona, para mejorar en la vida, necesitaba tener un título. Y el mundo
deja de tener excelentes jardineros, panaderos, anticuarios, albañiles,
escritores.
Le pedí
que lo pensase un poco más, antes de tomar una decisión tan radical. Pero ella
citó los versos de Robert Frost:
“En un
bosque se bifurcaron dos caminos y yo…, yo tomé el menos transitado. Esto marcó
toda la diferencia.”
Al día
siguiente, no apareció por clase. Cuando volví a verla le pregunté qué iba a
hacer.
—Casarme.
Y tener un hijo.
No era
un ultimátum. Yo tenía veinte años, ella diecinueve, y pensaba que todavía era
muy pronto para cualquier compromiso de esa naturaleza.
Pero
Athena hablaba muy en serio. Y yo tenía que escoger entre perder la única cosa
que realmente ocupaba mi pensamiento —el amor por aquella mujer— o perder mi
libertad y todas las posibilidades que el futuro me prometía.
Honestamente,
la decisión no me resultó ni un poquito difícil.
Capítulo Sexto
Padre Giancarlo Fontana, setenta y dos años
Claro
que me quedé muy sorprendido cuando aquella pareja, demasiado joven, vino a la
iglesia para que organizásemos la ceremonia. Yo conocía poco a Lukás
Jessen-Petersen, y aquel mismo día me enteré que su familia, de una oscura
nobleza de Dinamarca, se oponía frontalmente a la unión. No sólo al matrimonio,
sino también a la Iglesia.
Su
padre, basándose en argumentos científicos relativamente incontestables, decía
que la Biblia, en la que se basaba toda la religión, en realidad no era un
libro, sino un conjunto de 66 manuscritos diferentes de los que no se conoce ni
el verdadero nombre, ni la identidad del autor; entre el primer y el último
libro pasaron casi mil años, y que incluso fue escrito después de que Colón
descubrió América. Y que ningún ser vivo en todo el planeta —desde los monos a
los pájaros— necesita diez mandamientos para saber cómo comportarse. Lo más
importante es que sigan las leyes de la naturaleza, y el mundo estará en
armonía.
Claro
que leo la Biblia. Claro que sé algo de su historia. Pero los seres humanos que
la escribieron fueron instrumentos del Poder Divino, y Jesús forjó una alianza
mucho más fuerte que los diez mandamientos: el amor. Los pájaros, los monos, o
cualquier criatura de Dios de la que hablemos, obedecen a sus instintos y
siguen sólo aquello que está programado. En el caso del ser humano, las cosas
son más complicadas, porque conoce el amor y sus trampas.
Bueno.
Ya estoy soltando un sermón cuando en realidad debería estar hablando de mi
encuentro con Athena y Lukás. Mientras hablaba con el chico —y digo hablar,
porque no pertenecemos a la misma fe, y por tanto no estoy sometido al secreto
de confesión—, supe que, además del anticlericalismo que reinaba en su casa,
había un gran recelo por el hecho de que Athena fuera extranjera. Quise pedirle
que recordase por lo menos una cita de la Biblia, que no contiene ninguna
alusión a la fe, sino un consejo:
No abominarás al idumeo, porque es tu hermano; tampoco al egipcio
tendrás por abominable, porque extranjero fuiste en su tierra.
Perdón.
Otra vez empiezo a citar la Biblia, pero prometo que me voy a controlar a
partir de ahora. Después de la conversación con el chico, pasé por lo menos dos
horas con Sherine, o Athena, como ella prefería que la llamasen.
Athena
siempre me intrigó. Desde que empezó a frecuentar la iglesia, me parecía que
tenía un proyecto muy claro en mente: convertirse en santa. Me dijo que, aunque
su novio no lo supiese, poco antes de que estallase la guerra civil en Beirut
había tenido una experiencia muy parecida a la de santa Teresa de Lisieux:
había visto sangre en las calles. Podemos atribuirle todo eso a un trauma de la
infancia y la adolescencia, pero el hecho es que tal experiencia, conocida como
«la posesión creativa por lo sagrado», les sucede a todos los seres humanos, en
mayor o menor medida. De repente, por una fracción de segundo, sentimos que
toda nuestra vida está justificada, nuestros pecados son perdonados, el amor
siempre es más fuerte, y nos puede transformar definitivamente.
Pero
también es en ese momento en el que tenemos miedo. Entregarse por completo al
amor, ya sea divino o humano, significa renunciar a todo, incluso al propio
bienestar, o a la propia capacidad de tomar decisiones. Significa amar en el
sentido más profundo de la palabra. En realidad, no queremos ser salvados de la
manera que Dios escogió para rescatarnos: queremos mantener el control absoluto
de todos nuestros pasos, ser plenamente conscientes de nuestras decisiones, ser
capaces de escoger el objeto de nuestra devoción.
Con el
amor no es así: llega, se instala, y pasa a controlarlo todo. Sólo algunas
almas muy fuertes se dejan llevar, y Athena era un alma fuerte.
Tan
fuerte que se pasaba horas en profunda contemplación. Tenía un don especial
para la música; decían que bailaba muy bien, pero como la iglesia no es un
lugar apropiado para eso, solía traer su guitarra todas las mañanas, y quedarse
un rato cantándole a la Virgen, antes de ir a la universidad.
Todavía
me acuerdo de cuando la oí por primera vez. Ya había celebrado la misa matinal
para los pocos feligreses dispuestos a despertarse temprano en invierno, cuando
recordé que me había olvidado de recoger el dinero depositado en la caja de
limosnas. Volví, y oí una música que me hizo verlo todo de manera diferente,
como si el ambiente hubiese sido tocado por la mano de un ángel. En un rincón,
en una especie de trance, una joven de aproximadamente veinte años de edad,
tocaba con su guitarra algunos himnos de alabanza, con los ojos fijos en la
imagen de la Inmaculada Concepción.
Me
acerqué a la caja de limosnas. Ella notó mi presencia e interrumpió lo que
hacía, pero yo asentí con la cabeza, animándola a seguir. Después me senté en
un banco, cerré los ojos y me quedé escuchando.
En ese
momento, la sensación del Paraíso, «la posesión creativa por lo sagrado»,
pareció descender de los cielos. Como si entendiese lo que estaba pasando en mi
corazón, ella empezó a combinar el canto con el silencio. En los momentos en
los que ella paraba de tocar, yo rezaba una oración. Luego, volvía a sonar la
música.
Fui
consciente de que estaba viviendo un momento inolvidable de mi vida; esos
momentos que no entendemos hasta que se han ido. Estaba allí íntegramente, sin
pasado, sin futuro, sólo viviendo aquella mañana, aquella música, aquella
dulzura, la oración inesperada. Entré en una especie de adoración, de éxtasis,
de gratitud por estar en este mundo, contento por haber seguido mi vocación a
pesar de los enfrentamientos con mi familia. En la simplicidad de aquella
pequeña capilla, en la voz de la chica, en la luz de la mañana que todo lo
inundaba, entendí una vez más que la grandeza de Dios se muestra a través de
las cosas más simples.
Después
de muchas lágrimas y de lo que me pareció una eternidad, ella paró. Me giré,
descubrí que era una de mis feligresas. Desde entonces nos hicimos amigos, y
siempre que podíamos participábamos de esta adoración a través de la música.
Pero la
idea del matrimonio me sorprendió muchísimo. Como nos tratábamos con confianza,
quise saber cómo esperaba que la recibiese la familia de su marido.
—Mal.
Muy mal.
Con
mucha delicadeza, le pregunté si se veía forzada a casarse por alguna razón.
—Soy
virgen. No estoy embarazada.
Quise
saber si ya se lo había comunicado a su propia familia y me dijo que sí: la
reacción fue terrible, acompañada por las lágrimas de su madre y por las
amenazas de su padre.
—Cuando
vengo aquí a alabar a la Virgen con mi música, no pienso en lo que van a decir
los demás; simplemente comparto con ella mis sentimientos. Y desde que tengo
uso de razón, siempre ha sido así; soy un vaso en el que la Energía Divina
puede manifestarse. Y esta energía ahora me pide que tenga un hijo, para poder
darle aquello que mi madre biológica jamás me dio: protección y seguridad.
«Nadie
está seguro en esta tierra», respondí. Todavía tenía un largo futuro por
delante, había mucho tiempo para que el milagro de la creación se manifestase.
Pero Athena estaba decidida:
—Santa
Teresa no se rebeló contra la enfermedad que tuvo; todo lo contrario, vio en
ello un signo de Gloria. Santa Teresa era mucho más joven que yo, tenía quince
años, cuando decidió entrar en un convento. Se lo prohibieron y no lo aceptó,
decidió ir a hablar directamente con el Papa. ¿Se imagina lo que es eso?
¡Hablar con el Papa! Y logró su objetivo.
«Esta
misma Gloria, que me está pidiendo algo mucho más fácil y mucho más generoso
que una enfermedad: que sea madre. Si espero mucho, no podré ser compañera de
mi hijo, la diferencia de edad será grande, y ya no tendremos los mismos
intereses en común.
No
sería la única, insistí.
Pero
Athena siguió, como si no me escuchase:
—Sólo
soy feliz cuando pienso que Dios existe y me escucha; eso no basta para seguir
viviendo, y nada parece tener sentido. Intento mostrar una alegría que no
siento, escondo mi tristeza para que no se inquieten los que tanto me aman y se
preocupan por mí. Pero recientemente he considerado la posibilidad del
suicidio. Por la noche, antes de dormir, tengo largas conversaciones conmigo
misma, y pido que se me vaya esta idea de la cabeza: sería una ingratitud hacia
todos, una fuga, una manera de expandir tragedia y miseria por la tierra. Por
la mañana vengo aquí a hablar con la santa, a pedirle que me libere de los
demonios con los que hablo por la noche. Me ha dado resultado hasta ahora, pero
empiezo a flaquear. Sé que tengo una misión que he rechazado durante mucho
tiempo, y ahora debo aceptarla.
«Esa
misión es ser madre. Tengo que cumplirla, o me voy a volver loca. Si no puedo
ver la vida creciendo dentro de mí, no podré volver a aceptar la vida que está
fuera.
Capítulo Séptimo
Lukás Jessen-Petersen, ex marido
Cuando
Viorel nació yo acababa de cumplir veintidós años. Ya no era el estudiante que
acababa de casarse con una ex compañera de facultad, sino un hombre responsable
del sustento de su familia, con un enorme peso sobre mis hombros.
Mis
padres, por supuesto, que ni siquiera asistieron a la boda, condicionaron
cualquier ayuda económica a la separación y a la custodia del niño (mejor
dicho, fue mi padre el que lo comentó, porque mi madre solía llamarme llorando,
diciéndome que yo estaba loco, pero que le gustaría muchísimo coger a su nieto
en brazos). Yo esperaba que a medida que entendiesen mi amor por Athena y mi
decisión de seguir con ella, esa resistencia desaparecería.
Pero no
desaparecía. Y ahora tenía que alimentar a mi mujer y a mi hijo. Cancelé la
matrícula en la Facultad de Ingeniería. Recibí una llamada de mi padre, con
amenazas y cariño: decía que, si seguía así, iba a acabar desheredándome, pero
que si volvía a la universidad, consideraría ayudarme «provisionalmente», según
sus palabras. Yo lo rechacé; el romanticismo de la juventud exige que tengamos
siempre posiciones radicales. Le dije que podía resolver mis problemas yo
solito. Hasta el día en que Viorel nació, Athena empezaba a dejarse a que yo la
entendiese mejor. Sin embargo, eso no había ocurrido a través de nuestra
relación sexual —muy tímida, debo confesar—, sino a través de la música.
La
música es tan antigua como los seres humanos, me explicaron después. Nuestros
ancestros, que viajaban de caverna en caverna, no podían llevar muchas cosas,
pero la arqueología moderna demuestra que, además de lo poco que necesitaban
para comer, en su equipaje siempre había un instrumento musical, generalmente
un tambor. La música no es simplemente algo que nos agrada, o que nos distrae,
sino que además de eso, es una ideología. Se conoce a la gente por el tipo de
música que escucha.
Viendo
a Athena bailar mientras estaba embarazada, oyéndola tocar su guitarra para que
el bebé se tranquilizase y entendiese que era amado, empecé a dejar que su
manera de ver el mundo también contagiase mi vida. Cuando Viorel nació, lo
primero que hicimos al llegar a casa fue escuchar un adagio de Albinoni. Cuando
discutíamos, era la fuerza de la música —aunque no logre establecer una
relación lógica entre una cosa y la otra, excepto pensar en los hippies— la que
nos ayudaba a afrontar los momentos difíciles.
Pero
todo ese romanticismo no nos ayudaba a ganar dinero. Como yo no tocaba ningún
instrumento, y ni siquiera podía ofrecerme para distraer a los clientes en un
bar, sólo pude conseguir un trabajo de aprendiz en un estudio de arquitectura,
haciendo cálculos estructurales. Pagaban muy poco la hora, así que salía de
casa temprano y volvía tarde. Casi no podía ver a mi hijo —que estaba siempre
durmiendo—, y casi no podía ni hablar ni hacer el amor con mi mujer, que estaba
exhausta. Todas las noches, yo me preguntaba: ¿Cuándo mejorará nuestra
situación económica y tendremos la dignidad que merecemos? Aunque esté de
acuerdo con Athena cuando habla de la inutilidad de un título en la mayoría de
los casos, en ingeniería (y derecho, y medicina, por ejemplo) es fundamental
tener una serie de conocimientos técnicos, o estaríamos poniendo en peligro la
vida de los demás. Pero yo me había visto obligado a interrumpir la búsqueda de
una profesión que había escogido, un sueño que era muy importante para mí.
Empezaron
las peleas. Athena se quejaba de que yo le prestaba poca atención al niño, que
necesitaba un padre, que si sólo había sido para tener un hijo, ella podría
haberlo hecho sola, sin necesidad de crearme tantos problemas. Más de una vez
pegué un portazo y salí a caminar, gritando que ella no me entendía, que yo
tampoco entendía cómo había aceptado esa «locura» de tener un hijo a los veinte
años, antes de haber sido capaces, al menos, de tener unas mínimas condiciones
económicas. Poco a poco, dejamos de hacer el amor, ya fuese por cansancio, o
porque siempre estábamos enfadados el uno con el otro.
Empecé
a caer en la depresión, creyendo que había sido utilizado y manipulado por la
mujer que amaba. Athena se dio cuenta de mi estado de ánimo cada vez más
extraño, y en vez de ayudarme, decidió concentrar su energía sólo en Viorel y
en la música. Mi escape pasó a ser el trabajo. De vez en cuando hablaba con mis
padres, y siempre oía aquella historia de que «ella tuvo un hijo para tenerte
cogido».
Por
otro lado, su religiosidad iba aumentando cada vez más. Pronto quiso el
bautizo, con un nombre que ella misma había decidido: Viorel, de origen rumano.
Creo que, salvo unos pocos inmigrantes, nadie en Inglaterra se llama Viorel,
pero me pareció creativo, y de nuevo pensé que estaba haciendo una conexión con
un pasado que ni siquiera había llegado a vivir: sus días en el orfanato de
Sibiu.
Yo
intentaba adaptarme a todo, pero sentía que estaba perdiendo a Athena por culpa
del niño. Nuestras peleas se hicieron más frecuentes, ella empezó a amenazarme
con irse de casa, porque creía que Viorel estaba recibiendo las «energías
negativas» de nuestras discusiones. Una noche, después de una amenaza más, el
que se marchó de casa fui yo, creyendo que iba a volver en cuanto me calmase un
poco.
Empecé
a caminar sin rumbo por Londres, blasfemando contra la vida que había escogido,
el hijo que había aceptado, la mujer que ya parecía no sentir el más mínimo
interés por mí. Entré en el primer bar, cerca de una estación de metro, y me
tomé cuatro whiskys. Cuando el bar cerró, a las once, fui a una tienda de esas
que están abiertas por la noche, compré más whisky, me senté en un banco de la
plaza y seguí bebiendo. Se me acercaron un grupo de jóvenes y me pidieron que
compartiese la botella con ellos, yo me negué y me pegaron. Apareció la policía
y acabamos todos en comisaría.
Me
soltaron después de prestar declaración. Evidentemente, no acusé a nadie; dije
que había sido una discusión sin importancia, o tendría que pasar algunos meses
de mi vida teniendo que comparecer ante tribunales, como víctima de agresión.
Cuando me disponía a salir, mi estado de embriaguez era tal que me caí encima
de la mesa de un inspector de policía. Se enfadó, pero en vez de arrestarme por
desacato a la autoridad, me echó hacia afuera de la comisaría.
Y allí
estaba uno de mis agresores, que me agradeció no haber llevado el caso
adelante. Me dijo que estaba muy sucio de barro y de sangre, y me sugirió que
me pusiera otra ropa antes de volver a casa. En vez de seguir mi camino, le
pedí que me hiciese un favor: que me escuchase, porque tenía una necesidad
inmensa de hablar. Durante una hora escuchó en silencio mis quejas.
En
realidad, yo no estaba hablando con él, sino conmigo mismo, un chico con toda
la vida por delante, una carrera que podría ser brillante, una familia que
tenía contactos suficientes para abrir fácilmente muchas puertas, pero que
ahora parecía uno de los mendigos de Hampstead (N. R.: Barrio de Londres), borracho, cansado, deprimido,
sin dinero. Todo por culpa de una mujer que ni siquiera me prestaba atención.
Al
final de mi historia, ya divisaba mejor la situación en la que me encontraba:
una vida que yo había escogido, creyendo que el amor puede salvarlo todo. Y no
es verdad: a veces acaba llevándonos al abismo, con el agravante de que
generalmente arrastramos con nosotros a las personas queridas. En este caso, yo
estaba a punto de destruir no sólo mi existencia, sino también la de Athena y a
Viorel.
En
aquel momento, me repetí una vez más a mí mismo que yo era un hombre, y no el
niño que había nacido en una cuna de oro, y debía afrontar con dignidad todos
los desafíos que se me presentaran. Me fui a casa, Athena ya estaba durmiendo
con el bebé en brazos. Me di un baño, salí otra vez para tirar la ropa a la
papelera de la calle, y me acosté, extrañamente sobrio.
Al día
siguiente, le dije que quería el divorcio. Ella preguntó por qué.
—Porque
te amo. Amo a Viorel. Y todo lo que he hecho es culparos a vosotros dos por
haber abandonado mi sueño de ser ingeniero. Si hubiésemos esperado un poco, las
cosas habrían sido diferentes, pero tú sólo pensaste en tus planes; olvidaste
incluirme en ellos.
Athena
no reaccionó, como si se lo esperase, o como si, inconscientemente, estuviese
provocando esa actitud.
Mi
corazón sangraba, porque esperaba que me pidiese por favor que me quedase. Pero
ella parecía tranquila, resignada, preocupada únicamente por evitar que el bebé
oyese nuestra conversación. Fue en ese momento en el que tuve la seguridad de
que nunca me había amado, yo no había sido más que un instrumento para la
realización de esa locura de sueño de tener un hijo a los diecinueve años.
Le dije
que podía quedarse con la casa y los muebles, pero los rechazó: se iba a casa
de su madre por algún tiempo, buscaría un empleo y alquilaría su propio
apartamento. Me preguntó si podía ayudarla económicamente con Viorel. Yo asentí
al momento. Me levanté, le di un largo y último beso, volví a insistir en que
se quedase allí, ella volvió a decir que se iba a casa de su madre en cuanto
recogiese todas sus cosas. Me hospedé en un hotel barato y me quedé esperando
todas las noches a que ella me llamase para pedirme que volviera, recomenzar
una nueva vida; incluso estaba dispuesto a seguir con la misma vida si era
necesario, ya que el hecho de apartarme de ellos me había hecho darme cuenta de
que no había nadie ni nada más importante en el mundo que mi mujer y mi hijo.
Una
semana después, finalmente recibí su llamada. Pero todo lo que me dijo fue que
ya había recogido sus cosas y que no pensaba volver. Otras dos semanas más
tarde, supe que había alquilado una pequeña buhardilla en Basset Road, donde
tenía que subir todos los días tres pisos de escaleras con el niño en brazos.
Pasaron otros dos meses y acabamos firmando los papeles.
Mi
verdadera familia se iba para siempre. Y la familia en la que nací me recibía
con los brazos abiertos.
Después
de nuestra separación y del inmenso sufrimiento que la siguió, me pregunté si
realmente no había sido una decisión equivocada, inconsecuente, propia de
personas que han leído muchas historias de amor en la adolescencia, y que
querían repetir a toda costa el mito de Romeo y Julieta. Cuando el dolor se
calmó —y sólo hay un remedio para eso, el paso del tiempo—, entendí que la vida
me había permitido conocer a la única mujer que sería capaz de amar en toda mi
vida. Cada segundo pasado a su lado había valido la pena; a pesar de todo lo que
había sucedido, volvería a repetir cada paso que había dado.
Pero el
tiempo, además de curar las heridas, me enseñó algo curioso: es posible amar a
más de una persona en la vida. Me casé otra vez, soy feliz al lado de mi nueva
mujer, y no puedo imaginar cómo sería vivir sin ella. Eso, sin embargo, no me
obliga a renunciar a todo lo que viví, siempre que tenga el cuidado de no
intentar comparar ambas experiencias; no se puede medir el amor igual que
medimos una carretera o la altura de un edificio.
Quedó algo
muy importante de mi relación con Athena: un hijo, su gran sueño, que me fue
comunicado abiertamente antes de decidirnos a casarnos. Tengo otro hijo con mi
segunda mujer, ahora estoy bien preparado para los altibajos de la paternidad,
no como hace doce años.
Una
vez, en una de las ocasiones que la vi al ir a buscar a Viorel para pasar el
fin de semana conmigo, decidí tocar el tema: le pregunté por qué se había
mostrado tan tranquila cuando supo que yo quería separarme.
—Porque
he aprendido a sufrir en silencio toda mi vida —respondió.
Entonces
me abrazó y lloró todas las lágrimas que le gustaría haber derramado aquel día.
Capítulo Octavo
Padre Giancarlo Fontana
La vi
entrar a misa de domingo, como siempre con el bebé en brazos. Sabía las
dificultades que estaban pasando, pero hasta aquella misma semana no dejaba de
ser un malentendido normal en las parejas, que yo esperaba que se resolviese
tarde o temprano, ya que ambos eran personas que irradiaban el Bien a su
alrededor.
Hacía
un año que no venía a tocar su guitarra y a alabar a la Virgen por las mañanas;
se dedicaba a cuidar de Viorel, al que yo tuve el honor de bautizar, aunque que
yo recuerde no hay ningún santo con ese nombre. Pero seguía frecuentando la
iglesia todos los domingos, y siempre hablábamos al final, cuando ya todos se
habían ido. Decía que yo era su único amigo; juntos participamos de las
adoraciones divinas, pero ahora necesitaba compartir conmigo las necesidades
terrenas.
Amaba a
Lukás más que a cualquier hombre que hubiese conocido; era el padre de su hijo,
la persona que había escogido para compartir su vida, alguien que había
renunciado a todo y había tenido el coraje de formar una familia. Cuando
empezaron las crisis, ella intentaba hacerle entender que era pasajero, tenía
que dedicarse a su hijo, pero no tenía la menor intención de convertirlo en un
niño mimado; pronto lo dejaría enfrentarse solito a ciertos desafíos de la
vida. A partir de ahí, volvería a ser la esposa y la mujer que él había
conocido en las primeras citas, tal vez incluso con más intensidad, porque
ahora conocía mejor los deberes y las responsabilidades de la elección que
había hecho. Aun así, Lukás se sentía rechazado; ella intentaba
desesperadamente dividirse entre los dos, pero siempre se veía obligada a elegir,
y en esos momentos, sin la menor sombra de duda, escogía a Viorel.
Con mis
parcos conocimientos psicológicos, le dije que no era la primera vez que oía
ese tipo de historias, y que los hombres generalmente se sienten rechazados en
una situación como ésa, pero que se les pasa pronto; ya había asistido a ese
tipo de problema antes, hablando con mis feligreses. En una de estas
conversaciones, Athena reconoció que tal vez se había precipitado un poco, el
romanticismo de ser una joven madre no la había dejado ver con claridad los
verdaderos desafíos que surgen tras el nacimiento de un hijo. Pero ahora era
demasiado tarde para arrepentimientos.
Me
preguntó si yo podría hablar con Lukás, que jamás iba a la iglesia, ya fuera
porque no creía en Dios o porque prefería aprovechar las mañanas de domingo
para estar más cerca de su hijo. Yo accedí a hacerlo, siempre que viniera por
su propia voluntad. Y cuando Athena estaba a punto de pedirle ese favor, se
produjo la gran crisis y su marido se marchó de casa.
Le
aconsejé que tuviera paciencia, pero ella estaba profundamente herida. Ya había
sido abandonada una vez en su infancia, y todo el odio que sentía hacia su
madre biológica le fue transferido automáticamente a Lukás, aunque más tarde,
por lo que sé, volvieron a ser buenos amigos. Para Athena, romper los lazos de
familia era quizás el pecado más grave que alguien podía cometer.
Siguió
frecuentando la iglesia los domingos, pero volvía en seguida a casa, porque ya
no tenía con quién dejar a su hijo, y el niño lloraba mucho durante la
ceremonia, entorpeciendo la concentración de los demás fieles. En uno de los
pocos momentos en los que pudimos hablar, me dijo que estaba trabajando en un
banco, que había alquilado un apartamento, y que no me preocupara; el «padre»
(había dejado de pronunciar el nombre de su marido) cumplía con sus
obligaciones económicas.
Hasta
que llegó aquel domingo fatídico.
Yo
sabía lo que había pasado durante la semana: me lo había contado uno de los
feligreses. Me pasé algunas noches pidiendo que algún ángel me inspirase, que
me explicase si debía mantener mi compromiso con la Iglesia o mi compromiso con
los hombres. Como el ángel no apareció, me puse en contacto con mi superior y
me dijo que la Iglesia sobrevive porque siempre ha sido rígida con sus dogmas
(si empezaba a hacer excepciones, habríamos estado perdidos desde la Edad
Media). Sabía exactamente lo que iba a pasar, pensé en llamar a Athena, pero no
me había dado su nuevo número.
Aquella
mañana, mis manos temblaron cuando levanté la hostia, consagrando el pan. Dije
las palabras que la tradición milenaria me había transmitido, usando el poder
transmitido de generación en generación por los apóstoles. Pero entonces mi
pensamiento se dirigió a aquella chica con su niño en brazos, una especie de Virgen
María, el milagro de la maternidad y del amor manifestados en el abandono y la
soledad, que acababa de ponerse en la fila como hacía siempre, y, poco a poco,
se acercaba a comulgar.
Creo
que gran parte de la congregación allí presente sabía lo que estaba pasando.
Todos me miraban, esperando mi reacción. Me vi rodeado de justos, pecadores,
fariseos, sacerdotes del Sanedrín, apóstoles, discípulos, gente de buena y de
mala voluntad.
Athena
se paró delante de mí y repitió el gesto de siempre: cerró los ojos y abrió la
boca para recibir el cuerpo de Cristo.
El
cuerpo de Cristo permaneció en mis manos. Ella abrió los ojos, sin entender muy
bien lo que estaba pasando.
—Hablamos
después —le susurré.
Pero
ella no se movía.
—Hay
gente detrás, en la cola. Hablamos después.
—¿Qué
es lo que pasa? —Todos los que estaban cerca pudieron oír su pregunta.
—Hablamos
después.
—¿Por
qué no me da la comunión? ¿No ve que me está humillando delante de todo el
mundo? ¿No es suficiente todo lo que he pasado?
—Athena,
la Iglesia prohíbe que las personas divorciadas reciban el sacramento. Has
firmado los papeles esta semana. Hablamos después —insistí una vez más.
Como no
se movía, le indiqué a la persona que estaba detrás que pasase por un lado.
Seguí
dando la comunión hasta que el último feligrés la hubo recibido. Y entonces,
antes de volver al altar, oí aquella voz.
Ya no
era la voz de la chica que cantaba para adorar a la Virgen, la que hablaba
sobre sus planes, la que se conmovía contando lo que había aprendido sobre la
vida de los santos, la que casi lloraba al compartir sus dificultades del
matrimonio. Era la voz de un animal herido, humillado, con el corazón lleno de
odio.
—¡Pues
maldito sea este lugar! —dijo la voz—. Malditos sean aquellos que nunca han
escuchado las palabras de Cristo, y que han transformado su mensaje en una
construcción de piedra. Pues Cristo dijo: «Venid a mí los que estéis afligidos,
que yo os aliviaré». Yo estoy afligida, herida, pero no me dejáis acercarme a
Él. Hoy he aprendido que la Iglesia ha transformado esas palabras. ¡Venid a mí
los que siguen nuestras reglas, y dejad a los afligidos!
Oí a
una de las mujeres de la primera fila decirle que se callase. Pero yo quería
escuchar, necesitaba escuchar. Me giré y me puse delante de ella, con la cabeza
baja; era lo único que podía hacer.
—Juro
que jamás volveré a poner los pies en una iglesia. Otra vez más soy abandonada
por una familia, y ahora no se trata de dificultades económicas, ni de la
inmadurez de alguien que se casa demasiado pronto. ¡Malditos sean los que le
cierran la puerta a una madre y a su hijo! ¡Sois iguales que aquellos que no
acogieron a la Sagrada Familia, iguales que el que negó a Cristo cuando él más
necesitaba a un amigo!
Y,
dando media vuelta, salió llorando, con el niño en brazos. Yo terminé el
oficio, di la bendición final y me fui directo a la sacristía; ese domingo no
iba a haber confraternización con los fieles, ni conversaciones inútiles.
Ese
domingo me encontraba frente a un dilema filosófico: había escogido respetar la
institución, y no las palabras en las que se basa la institución.
Ya soy
viejo, Dios puede llevarme consigo en cualquier momento. Seguí siendo fiel a mi
religión, y creo que, a pesar de todos sus errores, se está esforzando
sinceramente por corregirse. Eso le llevará décadas, puede que siglos, pero un
día todo lo que se tendrá en cuenta será el amor, la frase de Cristo: «Venid a
mí los afligidos, que yo os aliviaré».
He dedicado toda mi vida al sacerdocio, y no me arrepiento ni un segundo de mi decisión. Pero en momentos como el de aquel domingo, aunque no dudase de mi fe, empecé a dudar de los hombres.
He dedicado toda mi vida al sacerdocio, y no me arrepiento ni un segundo de mi decisión. Pero en momentos como el de aquel domingo, aunque no dudase de mi fe, empecé a dudar de los hombres.
Ahora
sé lo que pasó con Athena, y me pregunto: ¿empezó todo allí, o ya estaba en su
alma? Pienso en las muchas Athenas y Lukás del mundo que se han divorciado y
que, por culpa de eso, no pueden recibir el sacramento de la Eucaristía, no les
queda más que contemplar al Cristo que sufre crucificado, y escuchar Sus
palabras (que no siempre están de acuerdo con las leyes del Vaticano). En unos
pocos casos, esa gente se aparta, pero la mayoría siguen yendo a misa los
domingos, porque están acostumbrados a eso, incluso siendo conscientes de que
el milagro de la transformación del pan y del vino en la carne y la sangre del
Señor les está prohibido.
Creo
que, al salir de la iglesia, puede que Athena encontrase a Jesús. Y, llorando,
se echó en sus brazos, confusa, pidiéndole que le explicase por qué la
obligaban a quedarse fuera sólo por culpa de un papel firmado, algo sin la
menor importancia en el plano espiritual, y que sólo interesaba a efectos de
burocracia y para la declaración de la renta.
Y
Jesús, mirando a Athena, probablemente le respondió: —Fíjate bien, hija mía, yo
también estoy fuera. Hace mucho tiempo que no me dejan entrar ahí.
Capítulo Noveno
Pavel
Podbieslki, cincuenta y siete años, propietario del apartamento
Athena
y yo teníamos una cosa en común: ambos éramos exiliados de guerras, llegamos a
Inglaterra siendo niños, aunque mi fuga de Polonia fue hace más de cincuenta
años. Nosotros dos sabíamos que, aunque siempre hay un cambio geográfico, las
tradiciones permanecen en el exilio: las comunidades vuelven a reunirse, la
lengua y la religión siguen vivas, las personas tienden a protegerse unas a
otras en un ambiente que será para siempre ajeno.
De la
misma manera que las tradiciones permanecen, el deseo de volver se va
consumiendo. Necesita permanecer vivo en nuestros corazones, una esperanza con
la que nos gusta engañarnos, pero que nunca será llevada a la práctica; yo no
voy a volver a vivir a Czestochowa, ella y su familia jamás regresarían a
Beirut.
Fue
este tipo de solidaridad la que me hizo alquilarle el tercer piso de mi casa de
Basset Road, en caso contrario, habría preferido inquilinos sin niños. Ya había
cometido ese error antes, y siempre pasaba lo mismo: por un lado, yo me quejaba
del ruido que ellos hacían durante el día, y por otro, ellos se quejaban del
ruido que yo hacía por las noches. Ambos problemas radicaban en elementos
sagrados —el llanto y la música—, pero, como pertenecían a dos mundos completamente
diferentes, era difícil que uno tolerase al otro.
Le
avisé, pero no me escuchó, y me dijo que estuviese tranquilo por su hijo:
pasaba el día entero en casa de su abuela. Y el apartamento tenía la ventaja de
que estaba cerca de su trabajo, un banco de los alrededores.
A pesar
de mis advertencias, a pesar de haberme resistido con fuerza al principio, ocho
días después sonó el timbre de mi puerta. Era ella, con el niño en brazos:
—Mi
hijo no puede dormir. Aunque sólo sea hoy, ¿podría bajar la música…?
Todos
en la sala la miraron.
—¿Qué
es eso?
El niño
que tenía en brazos dejó inmediatamente de llorar, como si estuviese tan
sorprendido como su madre al ver a aquel grupo de gente, que de pronto había
parado de bailar.
Pulsé
el botón de pausa del radiocasete, le indiqué que entrase con un gesto de la
mano y volví a poner el aparato en marcha, para no perturbar el ritual. Athena
se sentó en un rincón de la sala, meciendo a su hijo en sus brazos, viendo que
se dormía con facilidad a pesar del ruido del tambor y de los metales.
Asistió
a toda la ceremonia, se marchó a la vez que los demás invitados y —como yo ya
me imaginaba— tocó el timbre de mi casa a la mañana siguiente, antes de irse a
trabajar.
—No
tienes que explicarme lo que vi: gente bailando con los ojos cerrados, sé lo
que eso significa, porque muchas veces hago lo mismo; son los únicos momentos
de paz y de serenidad de mi vida. Antes de ser madre, frecuentaba las
discotecas con mi marido y mis amigos; allí también veía a gente en la pista de
baile con los ojos cerrados, algunos sólo para impresionar a los demás, otros
como si fuesen movidos por una fuerza superior, más poderosa. Y desde que tengo
uso de razón, utilizo la danza para conectarme con algo más fuerte, más
poderoso que yo. Pero me gustaría saber qué música es ésa.
—¿Qué
haces este domingo?
—Nada
especial. Pasear con Viorel por Regent’s Park, respirar un poco de aire puro.
Ya tendré tiempo para mis propios planes: en este momento de mi vida, he
escogido seguir los planes de mi hijo.
—Pues
voy contigo.
Los dos
días anteriores a nuestro paseo, Athena asistió al ritual. El niño se dormía
tras unos minutos, y ella sólo miraba, sin decir nada, el movimiento a su
alrededor. Aunque permanecía inmóvil en el sofá, estaba seguro de que su alma
estaba bailando.
La
tarde del domingo, mientras paseábamos por el parque, le pedí que prestase
atención a todo lo que veía y oía: las hojas que se movían con el viento, las
ondas del agua del lago, los pájaros cantando, los perros ladrando, los gritos
de los niños que corrían de un lado a otro, como si obedeciesen alguna
estrategia lógica, incomprensible para los adultos.
—Todo
se mueve. Y todo se mueve con un ritmo. Y todo lo que se mueve con un ritmo
provoca un sonido; eso pasa aquí y en cualquier lugar del mundo en este
momento. Nuestros ancestros también lo sintieron, cuando intentaban huir del
frío de las cavernas: las cosas se movían y hacían ruido.
“Tal
vez los primeros humanos sintieron espanto, y después devoción: entendieron que
ésa era la manera en que un Ente Superior se comunicaba con ellos. Empezaron a
imitar los ruidos y los movimientos de su alrededor, con la esperanza de
comunicarse también con ese Ente: la danza y la música acababan de nacer. Hace
unos días me dijiste que, bailando, consigues comunicarte con algo más poderoso
que tú.”
—Cuando
bailo, soy una mujer libre. Mejor dicho, soy un espíritu libre, que puede
viajar por el universo, mirar el presente, adivinar el futuro, transformarse en
energía pura. Y eso me proporciona un inmenso placer, una alegría que está
mucho más allá de las experiencias que he vivido, y que viviré a lo largo de mi
existencia.
“En una
época de mi vida, estaba determinada a convertirme en santa, alabando a Dios a
través de la música y del movimiento de mi cuerpo. Pero ese camino está
definitivamente cerrado.”
—¿Qué
camino está cerrado?
Acomodó
al niño en el carrito. Vi que no quería responder a la pregunta, insistí:
cuando las bocas se cierran, es porque algo importante va a ser dicho.
Sin
mostrar emoción alguna, como si tuviese que aguantar siempre en silencio las
cosas que la vida le imponía, me contó el episodio de la iglesia, cuando el
cura —tal vez su único amigo— le había impedido tomar la comunión. Y la
maldición que había lanzado en aquel momento; había abandonado para siempre la
Iglesia católica.
—Santo
es aquel que dignifica su vida —le expliqué—. Basta con entender que todos
estamos aquí por una razón, y basta con comprometerse con ella. Así, podemos
reírnos de nuestros grandes o pequeños sufrimientos, y caminar sin miedo,
conscientes de que cada paso tiene un sentido. Podemos dejarnos guiar por la
luz que emana del Vértice.
—¿Qué
es el Vértice? En matemáticas, es el punto más alto de un triángulo.
—En la
vida también es el punto culminante, la meta de aquellos que se equivocan como
todo el mundo, pero que, incluso en sus momentos más difíciles, no pierden de
vista una luz que emana de su corazón. Eso es lo que intentamos hacer en
nuestro grupo. El Vértice está escondido dentro de nosotros, y podemos llegar
hasta él si nos aceptamos y reconocemos su luz.
Le
expliqué que el baile que había visto los días anteriores, realizado por
personas de todas las edades (en ese momento éramos un grupo de diez personas,
entre los diecinueve y los sesenta y cinco años), había sido bautizado por mí
como «la búsqueda del Vértice». Athena me preguntó dónde había descubierto eso.
Le
conté que, después de la segunda guerra mundial, parte de mi familia había
conseguido escapar del régimen comunista que se estaba instalando en Polonia, y
decidió trasladarse a Inglaterra. Habían oído decir que las cosas que tenían
que traer eran objetos de arte y libros antiguos, muy valorados en esta parte
del mundo.
De
hecho, los cuadros y las esculturas se vendieron en seguida, pero los libros se
quedaron en un rincón, llenándose de polvo. Como mi madre quería obligarme a
leer y a hablar polaco, fueron útiles para mi educación. Un bonito día, dentro
de una edición del siglo XIX de Thomas Malthus, descubrí dos hojas de
anotaciones de mi abuelo, muerto en un campo de concentración. Empecé a
leerlas, creyendo que se trataría de referencias sobre la herencia, o cartas
apasionadas a alguna amante secreta, ya que corría la leyenda de que un día se
había enamorado de alguien en Rusia.
De
hecho, había una cierta relación entre la leyenda y la realidad. Era un relato
de su viaje a Siberia durante la revolución comunista; allí, en la remota aldea
de Diedov, se enamoró de una actriz (N. R.: Fue imposible localizar el mapa de
esa aldea; o cambiaron el nombre o el sitio desapareció después de las
inmigraciones forzadas de Stalin). Según mi abuelo, ella formaba parte de una
especie de secta que cree que en determinado tipo de danza está el remedio para
todos los males, ya que permite el contacto con la luz del Vértice.
Temían
que toda aquella tradición pudiese desaparecer; los habitantes iban a ser
evacuados en breve a otro lugar, y el sitio se iba a utilizar para hacer
pruebas nucleares.
Tanto
la actriz como sus amigos le pidieron que escribiese todo lo que le habían
enseñado. Él lo hizo, pero no debió de darle demasiada importancia al asunto,
olvidó sus anotaciones dentro de un libro que llevaba, hasta que un día yo las
descubrí.
Athena
me interrumpió:
—Pero
no se puede escribir sobre el baile. Hay que bailar.
—Exacto.
En el fondo, las anotaciones no decían más que eso: bailar hasta el
agotamiento, como si fuésemos alpinistas subiendo esta colina, esta montaña
sagrada. Bailar hasta que, debido a la respiración asfixiante, nuestro
organismo pueda recibir oxígeno de una manera a la que no está acostumbrado, y
eso hace que acabemos perdiendo nuestra identidad, la relación con el espacio y
el tiempo. Simplemente bailar al son de la percusión, repetir el proceso todos
los días, entender que en un determinado momento los ojos se cierran
naturalmente, y que vemos una luz que viene de dentro de nosotros, que responde
a nuestras preguntas, que desarrolla nuestros poderes escondidos.
—¿Y ya
has desarrollado algún poder?
En vez
de responder, le sugerí que se uniese a nuestro grupo, ya que el niño parecía
estar cómodo, incluso cuando el sonido de los platos y de los instrumentos era
muy alto. Al día siguiente, a la hora de empezar la sesión, ella estaba allí.
Se la presenté a mis compañeros, contándoles sólo que se trataba de la vecina del
apartamento de arriba; nadie dijo nada sobre su vida, ni preguntaron qué hacía.
Al llegar la hora señalada, puse la música y empezamos a bailar.
Ella
inició sus pasos con el niño en brazos, pero en seguida se quedó dormido y
Athena lo puso sobre el sofá. Antes de cerrar los ojos y entrar en trance, vi
que ella había entendido exactamente el camino del Vértice.
Todos
los días, excepto los domingos, venía con el niño. Solamente intercambiábamos
unos saludos, yo ponía la música que un amigo me había conseguido en la estepa
rusa, y todos comenzábamos a bailar hasta quedar exhaustos. Después de un mes,
ella me pidió una copia de la cinta.
—Me
gustaría hacer esto por la mañana, antes de dejar a Viorel en casa de mamá para
ir al trabajo.
Yo no
quería:
—En
primer lugar, pienso que un grupo que está conectado con la misma energía crea
una especie de aura que facilita el trance de todo el mundo. Además, hacer esto
antes de ir a trabajar es prepararse para que te despidan, ya que luego estarás
todo el día cansada.
Athena lo pensó un poco, pero en seguida reaccionó:
Athena lo pensó un poco, pero en seguida reaccionó:
—Tienes
razón en eso de la energía colectiva. En tu grupo hay cuatro parejas y tu
mujer. Todos, absolutamente todos, han encontrado el amor. Por eso pueden
compartir una vibración positiva conmigo.
“Pero
yo estoy sola. Mejor dicho, estoy con mi hijo, pero su amor todavía no se puede
manifestar de manera que podamos entenderlo. Así que prefiero aceptar mi
soledad: si intento huir de ella en este momento, jamás volveré a encontrar
pareja. Si la acepto, en vez de luchar contra ella, tal vez las cosas cambien.
Me he dado cuenta de que la soledad es más fuerte cuando intentamos
enfrentarnos a ella, pero se muestra débil cuando simplemente la ignoramos.”
—¿Te
uniste a nuestro grupo en busca de amor?
—Creo
que ése sería un buen motivo, pero la respuesta es no. Vine en busca de un
sentido para mi vida, cuya única razón es mi hijo, y por eso temo que acabe
destruyendo a Viorel, ya sea por una protección exagerada o porque acabe
proyectando en él los sueños que no he podido realizar. Uno de estos días,
mientras bailaba, sentí que me había curado. Si tuviera algo físico, sé que
podríamos llamarlo milagro; pero era algo espiritual, que me molestaba, y que
de repente desapareció.
Yo
sabía a qué se refería.
—Nadie
me enseñó a bailar al son de esta música —continuó Athena—. Pero presiento que
sé lo que hago.
—No hay
que aprender. Recuerda nuestro paseo por el parque, y lo que vimos: la
naturaleza creando el ritmo y adaptándose a cada momento.
—Nadie
me enseñó a amar. Pero ya he amado a Dios, a mi marido, amo a mi hijo y a mi
familia. Y aun así, me falta algo. Aunque me canso mientras bailo, cuando acabo
parece que estoy en estado de gracia, en un éxtasis profundo. Quiero que ese
éxtasis se prolongue a lo largo del día. Y que me ayude a encontrar lo que me
falta: el amor de un hombre.
“Puedo
ver el corazón de ese hombre mientras bailo, aunque no consiga ver su rostro.
Siento que él está cerca, y para eso tengo que estar atenta. Necesito bailar
por la mañana, para poder pasar el resto del día prestando atención a todo lo
que ocurre a mi alrededor.”
—¿Sabes
qué quiere decir la palabra «éxtasis»? Viene del griego, y significa salir de
uno mismo. Pasar todo el día fuera de uno mismo es pedirle demasiado al cuerpo
y al alma.
—Lo
intentaré.
Me di
cuenta de que no merecía la pena discutir y le hice una copia de la cinta. A
partir de entonces, me despertaba todos los días con aquel sonido en el piso de
arriba, podía oír sus pasos, y me preguntaba cómo era capaz de afrontar su
trabajo en un banco después de casi una hora de trance. En uno de nuestros
encuentros casuales en el pasillo, le sugerí que viniese a tomar café. Athena
me contó que había hecho otras copias de la cinta, y que ahora en su trabajo
mucha gente estaba buscando el Vértice.
—¿Hay
algún problema? ¿Es algo secreto?
Claro
que no; al contrario, me estaba ayudando a preservar una tradición casi
perdida. En las anotaciones de mi abuelo, una de las mujeres decía que un monje
que había ido de visita a la región afirmó que todos nuestros antepasados y
todas las generaciones futuras están presentes en nosotros. Cuando nos
liberamos, estamos haciendo lo mismo con la humanidad.
—Entonces,
las mujeres y los hombres de aquella aldeíta de Siberia deben de estar
presentes, y contentos. Su trabajo está renaciendo en este mundo, gracias a tu
abuelo. Pero tengo una curiosidad: ¿por qué decidiste bailar, después de leer
el texto? Si hubieras leído algo sobre deporte, ¿habrías decidido ser jugador
de fútbol?
Era una
pregunta que nadie se había atrevido a hacerme.
—Porque
estaba enfermo en esa época. Tenía una especie de artritis rara, y los médicos
me decían que debía prepararme para estar en una silla de ruedas a los treinta
y cinco años. Me di cuenta de que no me quedaba mucho tiempo, y decidí dedicarme
a todo lo que no iba a poder hacer más adelante. Mi abuelo había escrito, en
aquel trozo de papel, que los habitantes de Diedov creían en los poderes
curativos del trance.
—Por lo
visto, tenían razón.
Yo no
respondí nada, pero no estaba tan seguro. Tal vez los médicos se hubieran
equivocado. Tal vez el hecho de haber emigrado con mi familia, sin poder
permitirme el lujo de poder estar enfermo, influyera con tal fuerza en mi
inconsciente que provocó una reacción natural del organismo. O tal vez fuese un
milagro de verdad, lo cual estaría absolutamente en contra de lo que reza mi fe
católica: los bailes no curan.
Recuerdo
que, en mi adolescencia, como no tenía la música que creía adecuada, solía
ponerme una capucha negra en la cabeza e imaginar que la realidad de mi entorno
dejaba de existir: mi espíritu viajaba a Diedov, con aquellas mujeres y
hombres, con mi abuelo y su actriz tan amada. En el silencio de la habitación
yo les pedía que me enseñasen a bailar, a ir más allá de mis límites, porque al
cabo de poco tiempo estaría paralizado para siempre. Cuanto más se movía mi
cuerpo, más luz salía de mi corazón, y más aprendía, tal vez conmigo mismo, tal
vez con los fantasmas del pasado. Incluso llegué a imaginar la música que
escuchaban en sus rituales, y cuando un amigo visitó Siberia, le pedí que me
trajera algunos discos; para mi sorpresa, uno de ellos se parecía mucho a lo
que yo creía que era el baile de Diedov.
Mejor
no decirle nada a Athena; era una persona fácilmente influenciable, y su
temperamento me parecía inestable.
—Tal
vez estés haciendo lo correcto —fue mi único comentario.
Volvimos
a hablar una vez más, poco antes de su viaje a Oriente Medio. Parecía contenta,
como si hubiese encontrado todo lo que deseaba: el amor.
—La
gente de mi trabajo ha creado un grupo, y se llaman a sí mismos «los peregrinos
del Vértice». Todo gracias a tu abuelo.
—Gracias
a ti, que has sentido la necesidad de compartirlo con los demás. Sé que te vas,
y quiero agradecerte que le hayas dado otra dimensión a lo que yo he hecho
durante años, intentando difundir esta luz entre algunos pocos interesados,
pero siempre de manera tímida, siempre pensando que la gente pensaría que todo
esto era ridículo.
—¿Sabes
lo que he descubierto? Que aunque el éxtasis es la capacidad de salir de uno
mismo, el baile es una manera de subir al espacio. Descubrir nuevas dimensiones
y, aun así, seguir en contacto con tu cuerpo. Con el baile, el mundo espiritual
y el mundo real pueden vivir sin conflictos. Creo que los bailarines clásicos
se ponen de puntillas porque al mismo tiempo están tocando la tierra y
alcanzando el cielo.
Que yo
recuerde, éstas fueron sus últimas palabras. Durante cualquier baile al que nos
entreguemos con alegría, el cerebro pierde su poder de control, y el corazón
toma las riendas del cuerpo. Es en ese momento cuando aparece el Vértice.
Pavel
Podbieslki,cincuenta y siete años propietario del apartamento.
Atenía y yo
teníamos una cosa en común: ambos éramos exiliados de guerras, llegamos a
Inglaterra siendo niños, aunque mi fuga de Polonia fue hace más de cincuenta
años. Nosotros dos sabíamos que, aunque siempre hay un cambio geográfico, las
tradiciones permanecen en el exilio: las comunidades vuelven a reunirse, la
lengua y la religión siguen vivas, las personas tienden a protegerse unas a
otras en un ambiente que será para siempre ajeno.
De la misma
manera que las tradiciones permanecen, el deseo de volver se va consumiendo.
Necesita permanecer vivo en nuestros corazones, una esperanza con la que nos
gusta engañarnos, pero que nunca será llevada a la práctica; yo no voy a volver
a vivir en Czestochowa, ella y su familia jamás regresarían a Beirut.
Fue este tipo
de solidaridad la que me hizo alquilarle el tercer piso de mi casa a Basset
Road, en caso contrario, habría preferido inquilinos sin niños. Ya había
cometido ese error antes, y siempre pasaba lo mismo: por un lado, yo me quejaba
del ruido que ellos hacían durante el día, y por el otro, ellos se quejaban del
ruido que hacía yo por las noches. Ambos problemas radicaban en elementos
sagrados – el llanto y la música-, pero, como pertenecían a dos mundos
completamente diferentes ,era difícil que uno tolerase al otro.
La avisé,
pero no me escuchó, y me dijo que estuviese tranquilo por su hijo: pasaba el
día entero en casa de su abuela. Y el apartamento tenía una ventaja de que
estaba cerca de su trabajo, un banco de los alrededores.
A pesar de
mis advertencias, a pesar de haberme resistido con fuerza al principio,, ocho
días después sonó el timbre de mi puerta. Era ella, con el niño en brazos:
- Mi hijo no
puede dormir. Aunque sólo sea hoy, ¿podría bajar la música?...
Todos en la
sala la miraron.
¿Qué es eso?
El niño que
tenía en brazos dejó inmediatamente de llorar, como si estuviese tan
sorprendido como su madre al ver a aquel grupo de gente, que de pronto habían
parado de bailar.
Pulsé el
botón de pausa del radiocasete, le indiqué que entrase con un gesto de la mano
y volví a poner el aparato en marcha, para no perturbar el ritual. Athena se
sentó en un rincón de la sala, meciendo a su hijo en brazos, viendo que se
dormía con facilidad a pesar del ruido del tambor y de los metales.
Asistió a
toda la ceremonia, se marchó a la vez que los demás invitados y – como yo ya me
imaginaba – tocó el timbre de mi casa a la mañana siguiente, antes de irse a
trabajar.
No tienes que
explicarme lo que vi: gente bailando con
los ojos cerrados, sé lo que eso significa, porque muchas veces hago lo mismo;
son los únicos momentos de paz y de serenidad de mi vida. Antes de ser madre,
frecuentaba las discotecas con mi marido y mis amigos; allí también veía a
gente en la pista de baile con los ojos cerrados, algunos sólo para impresionar
a los demás, otros como si fuesen movidos por una fuerza superior, más
poderosa. Y desde que tengo uso de razón, utilizo la danza para conectarme con
algo más fuerte, más poderoso que yo. Pero me gustaría saber qué música es ésa.
¿Qué haces este domingo?
Nada en
especial. Pasear con Viorel para Regent´s Park, respirar un poco de aire puro.
Ya tendré tiempo para mis propios planes: en este momento de mi vida, he
escogido seguir los planes de mi hijo.
Pues voy
contigo.
Los dos días
anteriores a nuestro paseo. Athena asistió al ritual. El niño se dormía tras
unos minutos, y ella sólo miraba, sin decir nada, el movimiento a su alrededor.
Aunque permanecía inmóvil en el sofá, estaba seguro de que su alma estaba
bailando.
La tarde del
domingo, mientras paseábamos por el parque, le pedí que prestase atención a
todo lo que veía y oía: las hojas que se movían con el viento, las ondas del
agua del lago, los pájaros cantando, los perros ladrando, los gritos de los
niños que corrían de un lado a otro, como si obedeciesen lógica, incomprensible
para los adultos.
Todo se
mueve. Y todo se mueve con un ritmo. Y todo lo que se mueve con un ritmo
provoca un sonido; eso pasa aquí y en cualquier lugar del mundo en este
momento. Nuestros ancestros también lo sintieron, cuando intentaban huir del
frío de las cavernas: las cosas se movían y hacían ruido.
“Tal vez los
primeros humanos sintieron espanto, y después devoción: entendieron que ésa era
la manera en que un Ente Superior se comunicaba con ellos. Empezaron a imitar
los ruidos y los movimientos de su alrededor, con la esperanza de comunicarse
también con ese Ente: la danza y la música acababan de nacer. Hace unos días me
dijiste que, bailando, consigues comunicarte con algo más poderoso que tú.
Cuando bailo,
soy una mujer libre. Mejor dicho, soy un espíritu libre, que puede viajar por
el universo, mirar el presente, adivinar el futuro, transformarse en energía
pura. Y eso me proporciona un inmenso
placer, una alegría que está mucho más allá de las experiencias que he vivido,
y que viviré a lo largo de mi existencia.
“ En una
época de mi vida, estaba determinada a convertirme en santa, alabando a Dios a
través de la música y del movimiento de mi cuerpo.Pero ese camino está
definitivamente cerrado.
-¿Qué camino
está cerrado?
Acomodó al
niño en el carrito. Vi que no quería responder a la pregunta, insistí : cuando
las bocas se cierran, es porque algo importante va a ser dicho.
Sin mostrar
emoción alguna, como si tuviese que aguantar siempre en silencio las cosas que
la vida le imponía, me contó el episodio de la iglesia, cuando el cura – tal
vez su único amigo – le había impedido tomar la comunión. Y la maldición que
había lanzado en aquel momento: había abandonado para siempre la iglesia
católica.
Santo es
aquel que dignifica su vida – le explique-. Basta con entender que todos
estamos aquí por una razón, y basta con comprometerse con ella. Así, podemos
reírnos de nuestros grandes o pequeños sufrimientos, y caminar sin miedo ,
conscientes de que cada paso tiene un sentido. Podemos dejarnos guiar por la
luz que emana del Vértice.
¿Qué es el
Vértice? En matemáticas es el punto más alto de un triángulo.
En la vida
también es el punto culminante, al meta de aquellos que se equivocan como todo
el mundo, pero que, incluso en sus momentos más difíciles, no pierden de vista
una luz que emana de su corazón. Eso es lo que intentamos hacer en nuestro
grupo. El Vértice está escondido dentro de nosotros, y podemos llegar hasta é
si nos aceptamos y reconocemos su luz.
Le expliqué
que el baile que había visto los días anteriores realizado por personas de
todas las edades ( en ese momento éramos un grupo de diez personas, entre los
diecinueve y los sesenta y cinco años), había sido bautizado por mí como “la
búsqueda del Vértice”. Athena me preguntó dónde había descubierto eso.
Le conté que,
después de la segunda guerra mundial, parte de mi familia había conseguido
escapar del régimen comunista que se estaba instalando en Polonia, y decidió
trasladarse a Inglaterra. Había oído decir que las cosas que tenían que traer
eran objetos de arte y libros antiguos, muy valorados en esta parte del mundo.
De hecho, los
cuadros y las esculturas se vendieron en seguida, pero los libros se quedaron
en un rincón, llenándose de polvo. Como mi madre quería obligarme a leer y a
hablar polaco, fueron útiles para mi educación. Un bonito día, dentro de una
edición del siglo XIX de Thomas Malthus, descubrí dos hojas de anotaciones de
mi abuelo, muerto en un campo de concentración. Empecé a leerlas, creyendo que
se trataría de referencias sobre la herencia, o cartas d que un día se había
enamorado de alguien en Rusia.
De hecho,
había una cierta relación entre la leyenda y la realidad. Era un relato de su
viaje a Liberia durante la revolución comunista; allí, en la remota aldea de
Diedov, se enamoró de una actriz (N.R.: Fue imposible localizar esa aldea en el
mapa; o cambiaron el nombre, o el sitio desapareció después de las
inmigraciones forzadas de Stalin).Según mi abuelo, ella formaba parte de una
especie de secta que cree que en determinado tipo de danza está el remedio para
todos los males, ya que permite el contacto con la luz del Vértice.
Temían que
toda aquella tradición pudiese desaparecer; los habitantes iban a ser evacuados
en breve a otro lugar, y el sitio se iba a utilizar para hacer pruebas
nucleares. Tanto la actriz como sus amigos le pidieron que escribiese todo lo
que le habían enseñado. Él lo hizo, pero no debió de darle demasiada
importancia al asunto, olvidó sus anotaciones dentro de un libro que llevaba,
hasta que un día yo las descubrí.
Athena me
interrumpido:
Pero no se
puede escribir sobre el baile. Hay que bailar.
Exacto. En el
fondo, las anotaciones no decían más que eso: bailar hasta el agotamiento, como
si fuésemos alpinistas subiendo esta colina, esta montaña sagrada. Bailar hasta
que, debido a la respiración asfixiante, nuestro organismo pueda recibir
oxígeno de una manera a la que no está acostumbrado, y eso hace que acabemos
perdiendo nuestra identidad, la relación con el espacio y el tiempo.
Simplemente bailar al son de la percusión, repetir el proceso todos los días,
entender que, en un determinado momento, los ojos se cierran naturalmente y que
vemos una luz que viene de dentro de nosotros, que responde a nuestras
preguntas, que desarrolla nuestros poderes escondidos.
- ¿Y ya has
desarrollado algún poder?
En vez de
responder, le sugerí que se uniese a nuestro grupo, ya que el niño parecía
estar cómodo, incluso cuando el sonido de los platos y de los instrumentos era
muy alto. Al día siguiente, a la hora de empezar la sesión, ella estaba allí.
Se a presenté a mis compañeros, contándoles sólo que se trataba de la vecina
del apartamento de arriba; nadie dijo nada sobre su vida, ni preguntaron qué
hacía. Al llegar la hora señalada, puse la música y empezaron a bailar.
Ella inició
sus pasos con el niño en brazos, pero en seguida se quedó dormido y Athena lo
puso sobre el sofá. Antes de cerrar los ojos y entrar en trance, vi que ella
había entendido exactamente el camino del Vértice.
Todos los
días, excepto los domingos, venía con el niño. Solamente intercambiábamos unos
saludos, yo ponía la música que un amigo me había conseguido en la estepa rusa,
y todos comenzábamos a bailar hasta estar exhaustos. Después de un mes, ella me
pidió una copia de la cinta.
Me gustaría
hacer esto por la mañana, antes de dejar a Viorel en casa de mamá para ir al
trabajo.
Yo no quería.
En primer
lugar, pienso que un grupo que está conectado con la misma energía crea una
especie de aura que facilita el trance de todo el mundo. Además hacer esto
antes de ir a trabajar es prepararse para que te despidan, ya que luego estarás
todo el día cansada.
Athena lo
pensó un poco, pero en seguida reaccionó:
Tienes razón
en eso de la energía colectiva. En tu grupo hay cuatro parejas y tu mujer.
Todos, absolutamente todos, han encontrado el amor. Por eso pueden compartir
una vibración positiva conmigo.
“Pero yo
estoy sola. Mejor dicho, estoy con mi hijo, pero su amor todavía nos e puede
manifestar de manera que podamos entenderlo. Así que prefiero aceptar mi
soledad: si intento huir de ella en este momento, jamás volveré a encontrar
pareja. Si la acepto, en vez de luchar contra ella, tal vez las cosas cambien.
Me he dado
cuenta de que la soledad es más fuerte cuando intentamos enfrentarnos a ella,
pero se muestra débil cuando simplemente la ignoramos.
¿Te uniste a
nuestro grupo en busca de amor?
Creo que ése
sería un buen motivo, pero la respuesta es no.
Vine en busca
de un sentido para mi vida, cuya única razón es mi hijo, y por eso temo que
acabe destruyendo a Viorel, ya sea por una protección exagerada o porque acabe
proyectando en él los sueños que no he podido realizar. Uno de estos días,
mientras bailaba, sentí que me había curado. Si tuviera algo físico, sé que
podríamos llamarlo milagro; pero era algo espiritual, que me molestaba, y que
de repente desapareció.
Yo sabía a
qué se refería.
Nadie me
enseñó a bailar al son de esta música – continuó Athena -. Pero presiento que
sé lo que hago.
No hay que
aprender. Recuerda nuestro paseo por el parque y lo que vimos: la naturaleza
creando el ritmo y adaptándose a cada momento.
Nadie me
enseñó a amar. Pero ya he amado a Dios, a mi marido, amo a mi hijo y a mi
familia. Y aun así, me falta algo.
Aunque me
canso mientras bailo, cuando acabo parece que estoy en estado de gracia, en un
éxtasis profundo. Quiero que ese éxtasis se prolongue a lo largo del día. Y que
me ayude a encontrar lo que me falta: el amor de un hombre.
“Puedo ver el
corazón de ese hombre mientras bailo, aunque no consiga ver su rostro. Siento
que él está cerca, y para eso tengo que estar atenta. Necesito bailar por la
mañana, para poder pasar el resto del día prestando atención a todo lo que
ocurre a mí alrededor.
¿Sabes qué
quiere decir la palabra “éxtasis”? Viene del griego y significa salir de uno
mismo. Pasar todo el día fuera de uno mismo es pedirle demasiado al cuerpo y al
alma.
Lo intentaré.
Me di cuenta
de que no merecía la pena discutir y le hice una copia de la cinta. A partir de
entonces, me despertaba todos los días con aquel sonido en el piso de arriba,
podía oír sus pasos, y me preguntaba cómo era capaz de afrontar su trabajo en
un banco después de casi una hora de trance .En uno de nuestros encuentros
casuales en el pasillo, resugerí que viniese a tomar café. Athena me contó que
había hecho otras copias de la cinta y que ahora en su trabajo mucha gente
estaba buscando el Vértice.
-¿Hay algún
problema ¿ ¿Es algo secreto?
Claro que no;
al contrario, me estaba ayudando a preservar una tradición casi perdida. En las
anotaciones de mi abuelo, una de las mujeres decía que un monje que había ido
de visita a la región afirmó que todos nuestros antepasados y todas las
generaciones futuras están presentes en nosotros. Cuando nos liberamos, estamos
haciendo lo mismo con la humanidad.
Entonces, las
mujeres y los hombres de aquella aldeíta de Siberia deben de estar presentes y,
contentos. Su trabajo está renaciendo en este mundo, gracias a tu abuelo. Pero
tengo una curiosidad: ¿Por qué decidiste bailar, después de leer el texto? Si
hubieras leído algo de deporte, ¿habrías decidido ser jugador de fútbol?
Era una
pregunta que nadie se había atrevido a hacerme.
Porque estaba
enfermo en esa época. Tenía una especie de artritis rara, y los médicos me
decían que debía prepararme para estar en una silla de ruedas a los treinta y
cinco años. Me di cuenta de que no me quedaba mucho tiempo y decidí dedicarme a
todo lo que no iba a poder hacer más adelante. Mi abuelo había escrito, en
aquel trozo de papel, que los habitantes de Diedov creían en los poderes
curativos del trance.
Por lo visto,
tenían razón.
Yo no
respondí nada, pero estaba seguro. Tal vez los médicos se hubieran equivocado.
Tal vez el hecho de haber emigrado con mi familia¡, sin poder permitirme el
lujo de poder estar enfermo, influyera con tal fuerza en mi inconsciente que
provocó una reacción natural del organismo. O tal vez fuese un milagro de
verdad, lo cual estaría absolutamente en contra de lo que reza mi fe católica:
los bailes no curan.
Recuerdo que,
en mi adolescencia, como no tenía la música que creía adecuada, solía ponerme
una capucha negra en la cabeza e imaginar que la realidad de mi entorno dejaba
de existir: mi espíritu viajaba a Diedov, con aquellas mujeres y hombres, con
mi abuelo y su actriz tan amada. En el silencio de la habitación, yo les pedía
que me enseñasen a bailar, a ir más allá de mis límites, porque al cabo de poco
tiempo estaría paralizado para siempre.
Cuanto más se
movía mi cuerpo, más luz salía de mi corazón, y más aprendía, tal vez conmigo
mismo, tal vez con los fantasmas del pasado. Incluso llegué a imaginar la
música que escuchaba en si rituales, y cuando un amigo visitó Siberia, le pedí
que me trajera algunos discos; para mi sorpresa, uno de ellos se parecía mucho
a lo que yo creía que era el baile de Diedov.
Mejor no
decirle nada a Athena; era una persona fácilmente influenciable, y su
temperamento me parecía inestable.
Tal vez estés
haciendo lo correcto – fue mi único comentario.
Volvimos a
hablar una vez más, poco antes de su viaje a Oriente Medio. Parecía contenta,
como si hubiese encontrado todo lo que deseaba: el amor.
La gente de
mi trabajo ha creado un grupo, y se llaman a sí mismos “los peregrinos del
Vértice”. Todo gracias a tu abuelo.
Gracias a ti,
que has sentido la necesidad de compartirlo con los demás. Sé que te vas, y
quiero agradecerte que le hayas dado otra dimensión a lo que yo he hecho
durante años, intentando difundir esta
luz entre algunos pocos interesados, pero siempre de manera tímida, siempre
pensando que la gente pensaría que todo esto era ridículo.
¿Sabes lo que
he descubierto? Que aunque el éxtasis es la capacidad de salir de uno mismo, el
baile es una manera de subir al espacio. Descubrir nuevas dimensiones, y aun
así, seguir en contacto con tu cuerpo. Con el baile, el mundo espiritual y el
mundo real pueden vivir sin conflictos. Creo que los bailarines clásicos se
ponen de puntillas porque al mismo tiempo están tocando la tierra y alcanzando
el cielo.
Que yo
recuerde, éstas fueron sus últimas palabras. Durante cualquier baile al que nos
entreguemos con alegría, el cerebro pierde su poder de control, y el corazón
toma las riendas del cuerpo. Es en ese momento cuando aparece el Vértice.
Siempre que
creamos en él, claro.
Peter
Sherney,cuarenta y siete años, director general de una filial del Bank of
(eliminado) en Holland Park, Londres.
Acepté a
Athena simplemente porque su familia era una de nuestros más importantes;
después de todo, el mundo gira en torno a los intereses mutuos. Como era
demasiado nerviosa, la puse a trabajar en un departamento burocrático, con la
dulce esperanza de que acabase pidiendo la dimisión; de esta manera podría
decirle a su padre que había intentado ayudarla, sin éxito.
Mi
experiencia como director me había enseñado a conocer el estado de ánimo de las
personas aunque no dijeran nada. Me lo habían enseñado en un curso de gerencia:
si quieres librarte de alguien, haz todo lo que puedas para que acabe
faltándote al respeto y así poder despedirlo por una causa justa.
Hice todo lo
posible para alcanzar mi objetivo con Athena ; como ella no dependía de ese
dinero para sobrevivir, acabaría descubriendo que el esfuerzo de despertarse
temprano, dejar al niño en casa de su madre, trabajar todo el día en un empleo
repetitivo, volver a coger al niño, ir al supermercado, cuidar del niño, ponerlo a dormir, al día siguiente
volver a perder tres horas en el transporte público, todo absolutamente
innecesario, ya que había otras maneras interesantes de pasar el tiempo. Poco a
poco, estaba cada vez más irritable, y me sentí orgulloso de mi estrategia: iba
a conseguirlo. Ella empezó a quejarse del sitio en el que vivía, diciendo que,
en su apartamento, el propietario acostumbraba a poner la música altísima por
las noches y que ya ni siquiera podía dormir bien.
De repente,
algo cambió. Primero, sólo en Athena. Y después
en toda la oficina.
¿Cómo pude
notar ese cambio? Bueno, un grupo de personas que trabajaban juntas es como una
especie de orquesta; un buen gerente es el director, y sabe qué instrumento
está desafinado, cuál transmite más
emoción y cuál simplemente sigue al resto del grupo. Athena parecía tocar su instrumento sin el menor entusiasmo,
siempre distante, sin compartir jamás con sus compañeros las alegrías ni las
tristezas de su vida personal, dando a entender que, cuando salía del trabajo,
el resto del tiempo se resumía en cuidar a su hijo y nada más. Hasta que empezó
a parecer más descansada, más comunicativa, y le contaba a quien quisiera
escuchar que había descubierto una técnica de rejuvenecimiento.
Claro que eso
es una palabra mágica: rejuvenecimiento. Viniendo de alguien con tan sólo
ventiún años de edad, suena absolutamente fuera de contexto, y aun así , la
gente la creyó y empezaron a pedirle el secreto de esa fórmula.
Su eficiencia aumentó, aunque la cantidad de
trabajo seguía siendo la misma. Sus compañeros de trabajo, que antes se
limitaban a darle los “buenos días” y
las “buenas noches”, empezaron a invitarla a comer. Cuando volvían, parecían
satisfechos, y la productividad del departamento dio un salto gigantesco.
Sé que las
personas enamoradas acaban contagiando el ambiente en el que vive: deduje
inmediatamente que Athena debía de haber encontrado a alguien muy importante en
su vida.
Se lo
pregunté y dijo que sí, y añadió que jamás había salido con un cliente, pero
que en ese caso le había sido imposible rechazar la invitación. En una
situación normal, habría sido despedida de inmediato: las reglas del banco eran
claras, los contactos personales estaban totalmente prohibidos. Pero, para
entonces, me había dado cuenta de que su comportamiento había contagiado
prácticamente a todo el mundo; algunos de sus colegas empezaron a reunirse con
ella después del trabajo, y por lo que sé, al menos dos o tres de ellos habían
estado en su casa.
La situación
me resultaba muy complicada; la joven aprendiz, sin ninguna experiencia laboral
anterior, que antes era tímida y a veces agresiva, se había convertido e una
especie de líder natural de mis empleados. Si la despedía, creerían que era por
celos, y perdería su respeto. Si la mantenía, corría el riesgo de perder el control del grupo en
pocos meses.
Decidí
esperar un poco, mientras tanto, la “energía” (detesto esta palabra, porque en
realidad no quiere decir nada en concreto, a no ser que estemos hablando de
electricidad) de la oficina empezó a mejorar. Los clientes parecían más
satisfechos, y comenzaron a
recomendarnos a otros. Los trabajadores estaban alegres, y aunque la cantidad
de trabajo se hubiese doblado, no me vi obligado a contratar a más gente para
hacerlo, ya que todos asumían sin problemas sus obligaciones.
Un día recibí
una carta de mis superiores. Querían que fuese a Barcelona, donde se iba a
celebrar una convención del grupo, para que les explicase el método
administrativo que estaba usando. Según
ellos, habían conseguido aumentar el
beneficio sin elevar los gastos, y eso es lo único que le interesa a los
ejecutivos (en todo el mundo, dicho sea de paso).
¿Qué método?
Mi único
mérito era saber dónde había empezado todo, y decidí llamar a Athena a mi
despacho. La felicité por la excelente productividad, ella me lo agradeció con
una sonrosa.
Actué con
cuidado, ya que no quería que me interpretase mal:
-¿Y cómo está
tu novio? Siempre he pensado que el que recibe amor da más amor. ¿Qué hace?
- Trabaja en
Scotland Yard (N.R.: Departamento de investigación ligado a la policía
metropolitana de Londres).
Preferí no
entrar en más detalles. Pero tenía que seguir la conversación a toda costa, y
no podía perder demasiado tiempo.
He notado un
gran cambio en ti, y …
¿Ha notado un
gran cambio en la oficina?
¿Cómo
responder a una pregunta así? Por un lado, le estaría dando más poder de lo que
sería aconsejable; por otro, si no era directo, jamás obtendría las respuestas
que necesitaba.
Sí, he notado
un gran cambio. Y estoy pensando en promocionarte.
Necesito
viajar. Quiero salir un poco de Londres, conocer nuevos horizontes.
¿Viajar?
Ahora que todo iba bien en mi ambiente de trabajo, ¿quería irse? Pero,
pensándolo mejor, ¿no era eso lo que yo deseaba?
-Puedo ayudar
al banco si me da más responsabilidades – continuó.
Entendido; me
estaba dando una excelente oportunidad.
¿Cómo no
había pensado antes en es? “Viajar” significaba
apartarla, recuperar mi liderazgo, sin tener que cargar con los costes
de mi dimisión o de la rebelión. Pero necesitaba reflexionar sobre el asunto,
porque, antes de ayudar al banco, tenía que ayudarme a mí. Ahora que mis jefes
habían notado el crecimiento de nuestra productividad, sabía que debía
conservarla, con el riesgo de perder el prestigio y quedar en peor posición que
antes. A veces entiendo por qué gran parte de mis compañeros no intentan hacer
demasiado para mejorar: si no l o consiguen, los llaman incompetentes. Si lo
consiguen, se ven obligados a crecer siempre, y acaban sus días con un infarto
de miocardio.
Di el
siguiente paso con cuidado: no es aconsejable asustar a la persona antes de que revele el secreto que
queremos saber; mejor fingir que estamos de acuerdo con lo que pide.
Intentaré
hacer llegar tu petición a mis superiores. Por cierto, voy a reunirme con ellos
en Barcelona, y por eso he decidido llamarte. ¿Estaría en lo cierto si dijese
que nuestra oficina mejoró desde que, digamos, la gente ha empezado una mejor
relación contigo?
Digamos …una
mejor relación consigo mismos.
Usted sabe
que no está equivocado.
¿Has estado
leyendo algún libro sobre gerencia que yo no conozco?
No leo ese
tipo de cosas. Pero me gustaría que me prometiera que realmente se va a
considerar lo que le he pedido.
Pensé en su
novio de Scotland Yard; si se lo prometía y no lo cumplía, ¿iba a sufrir
represalias? ¿Le habría enseñado a alguna tecnología punta para conseguir
resultados imposibles?
Puedo
contárselo absolutamente todo, aunque no cumple usted su promesa. Pero no sé si
dará resultado, si no hace lo que le enseñe.
¿La “técnica
de rejuvenecimiento”?
Eso mismo.
¿Y no es
suficiente con conocer la teoría?
Tal vez. A la
persona que me lo enseñó a mí le tengo a través de unas hojas de papel.
Me alegro que
no me forzase a tomar decisiones que están más allá de mi alcance y de mis
principios. Pero, en el fondo, debo confesar que tenía un interés personal en
esa historia, ya que también soñaba con un reciclaje de mi potencial. Le
prometí que haría todo lo posible, y Athena
empezó a hablar de una larga y esotérica danza en busca de un Vértice (
o Eje, ya no me acuerdo bien). A medida que íbamos hablando, yo intentaba
ordenar de manera objetiva sus reflexiones alucinatorias. Una hora no fue
suficiente, y juntos preparamos el informe para presentar a los directivos del
banco. En un determinado momento de nuestra conversación, ella me dijo
sonriendo:
No tema
escribir algo demasiado parecido a lo que estamos hablando. Creo que incluso
los directivos de un banco son gente como nosotros, de carne y hueso, y seguro
que están interesadísimos en métodos no convencionales.
Athena estaba
completamente equivocada: en Inglaterra las tradiciones siempre hablan más alto
que las innovaciones. ¿Pero qué me costaba arriesgarme un poco, siempre que no
pusiera mi trabajo en peligro? Como aquello me parecía completamente absurdo,
tenía que resumirlo y ordenarlo de forma que todos pudiesen entenderlo. Eso era
suficiente.
Antes de
empezar mi conferencia en Barcelona, me repetí durante toda la mañana: “mi”
estrategia está dando resultado, y eso es lo que importa. Leí algunos manuales
y descubrí que, para presentar una idea
nueva con el mayor impacto posible, también hay que estructurarla para que
provoque a la audiencia, así que lo primero que les dije a los ejecutivos
reunidos en un hotel de lujo fue una frase de san Pablo: “Dios escondió las
cosas más importantes de los sabios, porque no son capaces de entender lo
simple, y decidió revelárselas a los simples de corazón” (N.R.: Imposible saber aquí si se refiere a
una cita de Mateo el Evangelista (11,25) , que dice : “Te doy gracias, Padre,
Señor del cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos
y se las has revelado a la gente sencilla”. O a una frase de Pablo (cor.1,27):
“Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio para confundir a los
sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes”.)
Al decir eso,
todo el auditorio, que había pasado dos días analizando gráficos y
estadísticas, se quedó en silencio. Pensé
que había perdido mi empleo, pero decidí continuar. Primero, porque
había investigado sobre el tema, estaba seguro de lo que decía y merecía el crédito.
Segundo, porque en determinados momentos me viese obligado a omitir la gran
influencia de Athena en todo este proceso, tampoco estaba mintiendo.
He
descubierto que, para motivar hoy en día a los trabajadores, hace falta algo
más que un buen entrenamiento en nuestros centros perfectamente cualificados.
Todos nosotros tenemos una parte desconocida que cuando sale a la luz puede
hacer milagros.
“Todos
trabajamos por alguna razón: alimentar a nuestros hijos, ganar dinero para
vivir, justificar una vida, conseguir una cota de poder. Pero hay etapas
tediosas durante este recorrido, y el secreto consiste en convertir esas etapas
en un encuentro con uno mismo.
“Por ejemplo:
no siempre la búsqueda de la belleza está asociada a algo práctico, y aun así,
la buscamos como si fuese lo más importante de este mundo. Los pájaros aprenden
a cantar, lo cual no significa que eso les vaya a ayudar a conseguir comida, a
evitar a los depredadores, ni a librarse de los parásitos. Los pájaros cantan,
según Darwin, porque es la única manera de conseguir atraer a la pareja y
perpetuar la especie.
Me
interrumpió un ejecutivo de Ginebra, que insistía en que hiciese una
presentación más objetiva. Pero el director general me animó a seguir adelante,
lo cual me entusiasmó.
También según
Darwin, que escribió un libro capaz de cambiar el curso de la humanidad (N.R.:
El origen de las especies, 1871, en el que demuestra que el hombre es una
evolución natural de una especie de mono), todos aquellos que son capaces de
despertar pasiones están repitiendo algo que ya sucede desde la época de las
cavernas, en la que los ritos para cortejar a l otro eran fundamentales para
que la especie humana pudiese sobrevivir y evolucionar. Bien, ¿qué diferencia
hay entre la evolución de la especie humana y la evolución de una oficina bancaria?
Ninguna. Las dos obedecen a las mismas leyes: sólo sobreviven y se desarrollan
los más capacitados.
En ese
momento, me vi obligado a decir que había desarrollado esa idea gracias a la
espontánea colaboración de una de mis trabajadoras, Sherien Khalil.
Sherine, a la
que le gusta que la llamen Athena, trajo a su lugar de trabajo un nuevo tipo de comportamiento, o sea, la pasión. Eso
mismo, la pasión, algo que nunca consideramos cuando estamos tratando de
préstamos o de plantillas de gastos. Mis trabajadores empezaron a utilizar la
música como estímulo para atender mejor a sus clientes.
Me
interrumpió otro ejecutivo diciendo que eso era una idea antigua: los
supermercados hacían lo mismo, utilizando melodías que inducían a la gente a
comprar.
No he dicho
que pongamos música en el lugar de trabajo.
Han empezado
a vivir de forma diferente, porque Sherine, o Athena, si lo prefieren, les ha
enseñado a bailar antes de enfrentarse a su trabajo diario. No sé exactamente
qué mecanismo puede despertar eso en la gente; como gerente, soy responsable de
los resultados, no del proceso. Yo no he bailado, pero he comprendido que, a
través de ese tipo de baile, todos se sentían más unidos a lo que hacían.
“Nacemos,
crecemos y hemos sido educados con la máxima de que el tiempo es dinero.
Sabemos exactamente qué es el dinero, pero ¿sabemos cuál es el significado de
la palabra tiempo? El día tiene veinticuatro horas y una infinidad de momentos.
Tenemos que ser conscientes de cada minuto, saber aprovecharlo para lo que
hacemos o simplemente para la contemplación de la vida.
Si desaceleramos,
todo dura más. Claro, puede durar más el lavar los platos, o la suma de saldos,
o la compilación de créditos, o el listado de las notas provisionales, pero ¿por
qué no utilizarlo en cosas agradables, alegrarse por el hecho de estar vivo?
El principal
ejecutivo del banco me miraba con sorpresa. Estoy seguro de que quería que
siguiese explicando detalladamente todo lo que había aprendido, pero algunos de
los presentes empezaban a sentirse inquietos.
Entiendo
perfectamente lo que quiere decir- comentó. Sé que sus trabajadores trabajan
con más entusiasmo, porque hay al menos un momentos al día en el que entran en
contacto consigo mismos. Me gustaría felicitarlo por haber sido lo
suficientemente flexible como para permitir la integración de enseñanzas no
ortodoxas, que están dando tan excelentes resultados.
“Pero como
estamos en una convención, y estamos hablando de tiempo, dispone de cinco
minutos para concluir su presentación. ¿Sería posible intentar elaborar una
lista de puntos principales que nos permitan aplicar esos principios en otras
oficinas?
Tenía razón.
Todo aquello podía ser bueno para el trabajo, pero también podía ser fatal para
mi carrera, así que decidí resumir lo que habíamos escrito juntos.
Basándome en
observaciones personales, he desarrollado junto a Sherine Khalil algunos
puntos, sobre lo que estoy dispuesto a debatir con quien esté interesado. Ésos
son los principales:
“A) Todos tenemos
una capacidad desconocida, y que permanecerá desconocida para siempre. Aun así, puede ser nuestra aliada. Como es
imposible medirla o darle a esta capacidad un valor económico, nunca es tendida
en consideración, pero como estoy hablando con seres humanos, seguro que
entienden a qué me refiero, al menos en teoría.
“B) En mi
oficina, tal capacidad fue provocada a través de una danza, basada en un ritmo
que, si no me equivoco, procede de los desiertos de Asia. Pero el lugar en el
que surgió es irrelevante, siempre que la gente pueda expresar con su cuerpo lo
que quiere decir su alma. Sé que la palabra “alma” aquí puede ser
malinterpretada, así que sugiero que la cambiemos por “intuición”. Y si esta
palabra tampoco es asimilable, podemos utilizar “emociones primarias”, que
parece que tiene una connotación más científica, aunque exprese menos fuerza
que las palabras anteriores.
C”) Antes de
ir a trabajar, animé a mis trabajadores a que bailasen por lo menos una hora,
en vez de hacer gimnasia o ejercicios de
aeróbic. Bailar estimula el cuerpo y la mente, empiezan el día exigiéndose
creatividad a sí mismos, y utilizan esa
energía acumulada en sus tareas de la oficina.
D”) Los
clientes y los empleados viven en un mismo mundo: la realidad son simples
estímulos eléctricos en nuestro cerebro.
Lo que
creemos que “vemos” es un impulso de energía en una zona completamente oscura
de la cabeza. Así que podemos intentar modificar esta realidad si entramos en
la misma sintonía.
De alguna
manera que no puedo entender, la alegría es contagiosa, igual que el entusiasmo
y el amor. O como la tristeza, la depresión, el odio; cosas que pueden percibir
“intuitivamente” los clientes y los demás empleados. Para mejorar la eficacia,
hay que crear mecanismos que mantengan estos estímulos positivos presentes.
Muy
esotérico-comentó una mujer que dirigía los fondos de acciones de una oficina
de Canadá.
Perdí un poco
la compostura: no había conseguido convencer a nadie. Fingiendo ignorar su
comentario, y utilizando toda mi creatividad, busqué un final técnico:
El banco
debería destinar una partida del presupuesto a investigar cómo se produce este
contagio, así obtendríamos muchos más beneficios.
Aquel
final me parecía razonablemente
satisfactorio, así que decidí no utilizar los dos minutos que todavía me
quedaban.
Cuando acabó
el seminario, al final de un día agotador, el director general me llamó para
cenar (delante de todos los colegas, como si intentara demostrar que me apoyaba
en todo lo que había dicho). Nunca antes había tenido esta oportunidad, e
intenté aprovecharla lo mejor posible; empecé a hablar de objetivos,
plantillas, dificultades de las bolsas de valores, nuevos mercados. Pero él me
interrumpió: le interesaba más saber todo lo que yo había aprendido con Athena.
Al final,
para mi sorpresa, llevó la conversación al terreno personal.
Sé a qué se
refiere usted en la conferencia cuando mencionó tiempo. A principios de este
año, mientras disfrutaba de las vacaciones durante las fiestas, decidí sentarme
un rato en el jardín de mi casa. Cogí el periódico del buzón, nada importante,
salvo las cosas que los periodistas habían decidido que debíamos saber, seguir, posicionarnos al respecto.
“Pensé en llamar a alguien de mi equipo, pero habría
sido absurdo, ya que todos estaban con sus familias. Comí con mi mujer, con mis
hijos y mis nietos, me eché una siesta, cuando me desperté tomé una serie de
notas y de repente me di cuenta de que todavía
eran las dos de la tarde, me quedaban otros tres días sin trabajar, y
por más que adorase la convivencia con mi familia, empecé a sentirme inútil.
“Al día
siguiente, aprovechando el tiempo libre, fui a hacerme una prueba del estómago,
cuyo resultado, afortunadamente, fue satisfactorio. Fui al dentista, que me
dijo que no había problema alguno. Volví a comer con mi mujer, mis hijos y mis
nietos, volví a dormir, me desperté de nuevo a las dos de la tarde y me di
cuenta de que no tenía absolutamente nada en que concentrar mi atención.
Me asusté:
¿no debería estar haciendo algo? Si quisiera pensar en algo que hacer, no sería
un gran esfuerzo (siempre tenemos
proyectos que desarrollar, bombillas que
hay que cambiar, hojas secas que hay que barrer, ordenar libros, organizar
archivos en le ordenador, etc.) ¿Qué tal si afrontaba el vacío total ¿ Y fue en
ese momento en el que recordé algo que me pareció muy importante: tenía que ir
hasta el buzón, que queda a un kilómetro de mi casa de campo, y enviar unas
tarjetas de Navidad que había olvidado encima de la mesa.
“Y me
sorprendí: ¿por qué tengo que enviar hoy esas tarjetas?
¿Acaso es
imposible quedarme como estoy ahora sin hacer nada?
“Una serie de
pensamientos cruzaron mi cabeza: amigos que se preocupan por cosas que todavía
no han sucedido, conocidos que saben llenar cada minuto de sus vidas con tareas
que me parecen absurdas, conversaciones sin sentido, largas llamadas para no
decir nada importante. Ya he visto a mis directores inventando trabajo para justificar su cargo, o a trabajadores que
sienten miedo porque no les ha sido entregado nada importante para hacer ese
día y eso puede significar que ya no son útiles. Mi mujer que se tortura porque
mi hijo se ha divorciado, mi hijo que se tortura porque mi nieto ha sacado
notas bajas en el colegio, mi nieto que se muere de miedo por poner triste a
sus padres, aunque todos sepamos que esas notas no son tan importantes…
“Me interné
en una larga y difícil lucha conmigo mismo para no levantarme de allí. Poco a
poco, la ansiedad fue dando paso a la contemplación, y empecé a escuchar mi
alma, o intuición, o emociones primitivas, según en lo que crea usted. Sea lo
que sea, esa parte de mí estaba ansiosa por hablar, pero siempre estoy ocupado.
“ En este
caso no fue el baile, sino la completa ausencia de ruido y de movimiento, el
silencio, el que me hizo entrar en contacto conmigo mismo. Y, créame, supe
muchas cosas sobre los problemas que me preocupaban, aunque todos esos
problemas hubiesen desaparecido mientras yo estaba allí sentado. No vi a Dios, pero
pude entender con más claridad las decisiones que tenía que tomar.
Antes de
pagar la cuenta, me sugirió que le enviase a esa trabajadora a Dubai, donde el
banco iba a abrir una nueva oficina y el riesgo era alto. Como un excelente
director, sabía que yo ya había aprendido
todo lo que necesitaba, y que ahora era cuestión de darle continuidad,
la trabajadora podía ser más útil en otro lugar. Sin saberlo, me estaba
ayudando a cumplir la promesa que había hecho.
Cuando volví a Londres, le comuniqué la invitación
inmediatamente a Athena. Ella aceptó al momento; dijo que hablaba árabe con
fluidez ( yo lo sabía, debido a los orígenes de su padre).
Pero no
pretendíamos hacer negocios con los árabes, sino con los extranjeros. Le
agradecí su ayuda, ella no mostró el menor interés por mi conferencia en la
convención; sólo me preguntó cuándo debía preparar las maletas.
Todavía hoy
no se si era una fantasía esa historia del novio de Scotland Yard. Creo que, si
fuera verdad, el asesino de Athena ya estaría en la cárcel, porque no me creo
en absoluto lo que contaron los periódicos respecto al crimen. En fin, puedo
entender mucho de ingeniería financiera, puedo incluso darme el lujo de decir
que el baile ayuda a los empleados de banca a trabajar mejor, pero jamás
conseguiré entender por qué la mejor policía del mundo es capaz de cazar a
algunos asesinos y dejar a otros sueltos.
Pero eso ya
no tiene importancia.
Nabil Alaihi,
edad desconocida, beduino.
Me alegra
mucho saber que Athena tenía una foto mía en el sitio de honor de su
apartamento, pero no creo que lo que le enseñé sea de ninguna utilidad. Vino
aquí, en medio del desierto, con un niño de tres años de la mano. Abrió el
bolso, sacó una grabadora y se sentó delante de mi tienda. Sé que la gente en
la ciudad solían darles mi nombre a los extranjeros que quería probar la cocina
local, pero le dije que todavía era muy temprano para cenar.
He venido por
otra razón – dijo ella -. He sabido por si sobrino Hamid, cliente del banco en
el que trabajo, que es usted un sabio.
Hamid no es
más que un joven alocado, que aunque diga que soy sabio, jamás ha seguido mis
consejos. Sabio era Mahoma, el Profeta, que Dios lo bendiga.
Señalé su
coche.
No debería
usted conducir sola por un terreno al que no está acostumbrada, ni aventurarse
a venir por aquí sin una guía.
En vez de
responderme, ella encendió el aparato. De pronto, todo lo que podía ver era a
aquella mujer flotando en las dunas, al niño mirando atónito y alegre, y el
sonido que parecía inundar todo el desierto. Cuando acabó, me preguntó si me
había gustado.
Le dije que
sí. En nuestra religión hay una secta que baila para encontrarse con Alá,
¡alabado sea su nombre! (N.R.: La secta en cuestión es el sufismo.)
Pues bien-
continuó prestándose como Athena-. Desde niña siento que debo acercarme a Dios,
pero la vida me aparta de Él. La música fue una de las maneras que encontré,
pero no es suficiente. Siempre que bailo, veo una luz, y ahora esa luz me pide
que siga adelante. No puedo seguir aprendiendo sola, necesito que alguien me
enseñe.
Cualquier
cosa es suficiente – respondí-. Porque Alá, el misericordioso, está siempre
cerca. Lleva una vida digna, con eso basta.
Pero parecía
no estar convencida. Le dije que estaba ocupado, que tenía que preparar la cena
para los pocos turistas que iban a venir. Ella respondió que esperaría lo que
fuera necesario.
¿Y el niño?
No se
preocupe.
Mientras
tomaba las providencias de siempre, observaba a la mujer y a su hijo, los dos
parecían tener la misma edad; corrían
por el desierto, ser reían, hacían batallas de arena, se tiraban por el
suelo y rodaban por las dunas. Llegó el guía con tres turistas alemanes, que
comieron y pidieron cerveza; tuve que explicarles que mi religión me impedía
beber y servir bebidas alcohólicas.
La invité a
ella y a su hijo a cenar, y uno de los alemanes se animó bastante con la
inesperada presencia femenina. Comentó que estaba pensando en comprar terrenos,
había acumulado una gran fortuna, y creía en el futuro de la región.
Muy bien- fue
la respuesta de ella-. Yo también lo creo.
¿No estaría
bien que cenásemos en otro sitio para poder hablar mejor sobre la posibilidad
de…?
No- cortó
ella, dándole la tarjeta-. Si quiere, puede buscar mi oficina.
Cuando los
turistas se marcharon, nos sentamos frente a la tienda. El niño se quedó
dormido en seguida en su regazo; cogí mantas para los tres y nos quedamos
mirando el cielo estrellado.
Finalmente
ella rompió el silencio.
¿Por qué
Hamid dice que es usted un sabio?
Tal vez porque
tengo más paciencia que él. Hubo una época en la que intenté enseñarle mi arte,
pero a Hamid le interesaba más ganar dinero. Ahora debe de estar convencido de
que es más sabio que yo; tiene un apartamento, un barco, mientras que yo sigo
aquí, en medio del desierto, sirviendo a los pocos turistas que vienen. No
entiende que me satisface lo que hago.
Lo entiende
perfectamente, porque le habla a todo el mundo de usted con mucho respeto. ¿Y
qué significa su “arte”?
Hoy te he
visto bailando. Yo hago lo mismo, sólo que, en vez de mover mi cuerpo, son las
letras las que bailan.
Ella pareció
sorprendida.
Mi manera de
acercarme a Alá, ¡si nombre sea alabado!, fue a través de la caligrafía, la
búsqueda del sentido perfecto de cada palabra. Una simple letra requiere que
pongamos en ella toda la fuerza que contiene, como si estuviésemos esculpiendo
su significado. Así, al escribir los textos
sagrados, está en ellos el alma del hombre que sirvió de instrumento
para divulgarlas al mundo.
“Y no sólo
los textos sagrados, sino cada cosa que escribimos en un papel. Porque la mano
que traza las líneas refleja el alma de quien las escribe.
¿Me enseñaría
usted lo que sabe?
En primer
lugar, no creo que una persona tan llena de energía tenga paciencia para eso.
Además, no forma parte de tu mundo, en el que las cosas se imprimen, sin pensar
demasiado en lo que se está publicando, si me permites el comentario.
Me gustaría
intentarlo.
Y durante más
de seis meses, aquella mujer que yo creía nerviosa, exuberante, incapaz de
quedarse quiera ni un solo momento, me visitó el viernes. El hijo se sentaba en
un rincón, cogía algunos papeles y pinceles, y también se dedicaba a manifestar
en sus dibujos aquello que los cielos determinaban.
Yo notaba su
esfuerzo por mantenerse quieta, con la postura adecuada, y le preguntaba: “¿No
crees que es mejor intentar otra cosa para distraerte?” Ella respondía: “Lo
necesito, necesito calmar mi alma, y todavía no he aprendido todo lo que usted
puede enseñarme. La luz del Vértice me dice que debo seguir adelante”. Nunca le
pregunté qué era el Vértice; no me interesaba.
La primera
lección, y tal vez la más difícil fue:
-¡Paciencia!
Escribir no
era tan sólo el acto de expresar un pensamiento, sino reflexionar sobre el
significado de cada palabra. Juntos empezamos a trabajar los textos de un poeta
árabe, ya que no creo que el Corán fuese adecuado para una persona educada en otra fe. Yo le iba
dictando cada letra, y así ella se concentraba en lo que estaba haciendo, en
vez de querer saber ya el significadote la palabra, de la frase o del verso.
Una vez,
alguien me dijo que la música había sido creada por Dios, y que era necesario
un movimiento rápido para que las personas entrasen en contacto consigo misma-
me dijo Athena una de las frases que pasamos juntos-. Durante años he visto que
eso era verdad, y ahora me veo forzada a hacer la cosa más difícil del mundo:
desacelerar mis pasos. ¿Por qué la paciencia es tan importante?
Porque nos
hace prestar atención.
Pero yo puedo
bailar obedeciendo solamente a mi alma, que me obliga a concentrarme en algo
superior a mí misma, y que me permite entrar en contacto con Dios, si puedo
utilizar esa palabra. Eso me ha ayudado a transformar muchas cosas, incluso mi trabajo. ¿No es más
importante el alma?
Claro. Sin
embargo, si tu alma es capaz de comunicarse
con tu cerebro, podrás transformar mas cosas todavía.
Seguimos
nuestro trabajo juntos. Yo sabía que, en un momento u otro, iba a tener que
decirle algo que ella no estaba preparada para escuchar, de modo que aproveché
cada momento para ir disponiendo su espíritu. Le expliqué que antes de la
palabra está el pensamiento. Y, antes del pensamiento, está un centella divina
que lo puso allí. Todo, absolutamente todo en esta tierra tenia sentido, y las
cosas más pequeñas tienen que ser tomadas en consideración.
He educado mi
cuerpo para que pueda manifestar totalmente las sensaciones de mi alma- decía
ella.
Ahora educa
tus dedos, de modo que puedan manifestar totalmente las sensaciones de tu
cuerpo. Así tu inmensa fuerza estará concentrada.
Es usted un
maestro.
¿Qué es un
maestro? Pues yo te respondo: no es aquel que enseña algo, sino aquel que
inspira al alumno para que dé lo mejor de sí mismo y descubra lo que ya sabe.
Presentí que
Athena ya lo había experimentado, aunque todavía fuese muy joven. Igual que la
escritura revela la personalidad de cada persona, descubrí que era consciente
de que era amada no sólo por su hijo, sino por su familia, y puede que por un
hombre. Descubrí también que tenía dones
misteriosos, pero intenté no decírselo
nunca, ya que esos dones podían provocar su encuentro con Dios, pero
también su perdición.
No me
limitaba a adiestrarla en la técnica; también intentaba transmitirle la
filosofía de los calígrafos.
La pluma con
la que ahora escribes estos versos no es más que el instrumento. No tiene
conciencia, sigue el deseo del que la sujeta. Y en eso se parece mucho a lo que llamamos “vida”. Muchas
personas están en este mundo simplemente desempeñando un papel, sin entender
que hay una Mano Invisible que las guía.
“En este
momento, en tus manos en el pincel que traza cada letra, están todas las
intenciones de tu alma. Intenta entender la importancia de eso.
Lo entiendo,
y me doy cuenta de que es importante
mantener cierta elegancia. Porque usted me exige que me siente en una
determinada posición, que respete el material que voy a utilizar y que no
empiece hasta que haya hecho eso.
Claro. A
medida que respetaba el pincel, descubría que era necesario tener serenidad y
elegancia para aprender a escribir.
Y la
serenidad viene del corazón.
- La
elegancia no es algo superficial, sino la manera que el hombre encontró para
honrar la vida y el trabajo. Por eso, cuando sientas que la postura te es
incómoda, no pienses que es falsa o artificial: es verdadera porque es difícil.
Hace que tanto el papel como la pluma se sientan orgullosos de tu esfuerzo. El
papel deja de ser una superficie plana e incolora, y pasa a tener la
profundidad de las cosas que se ponen en él.
“La elegancia
es la postura más adecuada para que la escritura sea perfecta. En la vida también es así:
cuando se descarta lo superfluo, el ser humano descubre la simplicidad y la
concentración: cuanto más simple y más sobria es la postura, más bella será
ésta, aunque al principio parezca incómodo.
De vez en
cuando, ella me hablaba de su trabajo. Decía que le entusiasmaba lo que hacía,
y que acababa de recibir una propuesta de un poderoso emir. Había ido al banco
a ver a un amigo suyo que era director (los emires nunca van al banco a sacar
dinero, tienen muchos empleados para que lo hagan) y, hablando con ella,
comentó que estaba buscando a alguien para encargarse de la venta de terrenos,
y le gustaría saber si estaba interesada.
¿A quién le
iba a interesar comprar terrenos en medio del desierto o en un puerto que no
estaba en el centro del mundo?
Decidí no
decir nada; al mirar atrás, me alegro de haber permanecido en silencio.
Sólo habló
del amor de un hombre una única vez, aunque siempre que llegaban los turistas a
cenar, y la veían allí, intentasen seducirla de alguna manera. Normalmente,
Athena ni siquiera se molestaba, hasta que un día uno de ellos insinuó que
conocía a su novio. Ella se puso pálida, y miró inmediatamente al niño, que por
suerte no estaba prestando atención a la conversación.
¿De qué lo
conoce?
Estoy de
broma- dijo el hombre-. Sólo quería saber si estaba libre.
Ella no dijo
nada, pero entendí que el hombre que en aquel momento estaba en su vida no era
el padre del niño.
Un día llegó
más temprano que de costumbre. Me dijo que había dejado su trabajo en el banco,
había empezado a vender terrenos, y así tendría más tiempo libre. Le
expliqué que no podía enseñarle antes de
la hora prevista; tenía cosas que hacer.
Puedo unir
las dos cosas: movimiento y quietud; alegría y concentración.
Fue hasta el
coche, cogió la grabadora, y a partir de aquel momento, Athena bailaba en el
desierto antes de empezar las clases, mientras el niño corría y sonreía a si
alrededor. Cuando se sentaba para practicar caligrafía, su mano era más segura
que normalmente.
Hay dos tipos
de letras – le explicaba yo-.La primera se hace con precisión, pero sin alma.
En este caso, aunque el calígrafo tenga un gran dominio sobre la técnica, se ha
concentrado exclusivamente en el oficio y por eso no ha evolucionado, se ha
hecho repetitivo, no ha conseguido crecer y algún día dejará el ejercicio de la
escritura, porque piensa que se ha convertido en una rutina.
“En segundo
tipo es la letra que se hace con técnica, pero también con alma. Para ello, es
necesario que la intención de quien escribe esté de acuerdo con la palabra; en
este caso, los versos más tristes dejan de revestirse de tragedia y se
convierten en simples hechos que se hallaban en nuestro camino.
¿Qué hace
usted con sus dibujitos?- preguntó el niño en perfecto árabe. Aunque no
entendiese nuestra conversación, hacía lo posible por participar en el trabajo
de su madre.
Los vendo.
¿Puedo vender
mis dibujos?
Debes vender
tus dibujos. Un día te harás rico con ellos, y ayudarás a tu madre.
Él se puso
contento con mi comentario y siguió con lo que estaba haciendo en ese momento:
una mariposa de colores.
¿Y qué hago
con mis textos? – preguntó Athena.
Sabes el
esfuerzo que te ha costado sentarte en posición correcta, tranquilizar tu alma,
tener clara tu intención respetar cada letra de cada palabra. Pero, por ahora,
sólo sigue practicando.
“Después de
mucho practicar, ya no pensamos en todos los movimientos necesarios: pasan a
formar parte de nuestra propia existencia. Antes de llegar a ese estado, sin
embargo, hay que practicar, repetir. Y, por si fuera suficiente, repetir y
practicar.
“Fíjate en un
buen herrero trabajando el acero. Para el que no sabe, repite los mismos
martillazos.
“Pero el que
conoce el arte de la caligrafía sabe que, cada vez que él levanta el martillo y
lo hace bajar, la intensidad del golpe es diferente. La mano repite el mismo
gesto, pero, a medida que se acerca al hierro, entiende que debe tocarlo con
más dureza o con más suavidad. Con la repetición sucede lo mismo: aunque
parezca igual, es siempre distinta.
“Llegará un
momento en el que no tendrás que pensar en lo que estás haciendo. Pasarás a ser
la letra, la tinta, el papel y la palabra.
Eso llegó
casi un año después. En ese momento, Athena ya era conocida en Dubai, me
mandaba clientes a cenar a mi tienda, y por ellos pude saber que su carrera iba
muy bien: ¡estaba vendiendo trozos de desierto! Una noche, precedido de un gran
séquito, apareció el emir en persona. Yo me asusté; no estaba preparado para
aquello, pero él me tranquilizó y me agradeció lo que estaba haciendo por su
empleada.
Es una
persona excelente, y atribuye sus cualidades a lo que está aprendiendo con
usted. Estoy pensando en darle una parte de a sociedad. Tal vez sea buena idea
enviarle a mis vendedores para que aprendan caligrafía, sobre todo ahora que
Athena tiene que irse un mes de vacaciones.
No le iba a
servir de nada – respondí-. La caligrafía simplemente es uno de los métodos que
Alá, ¡alabado sea su nombre!, nos ofreció. Enseña objetividad y paciencia,
respeto y elegancia, pero podemos aprender todo eso…
…con el baile
– completó la frase Athena, que estaba cerca.
O vendiendo
inmuebles – sugerí.
Cuando todos
se fueron, cuando el niño se echó en un rincón de la tienda, con los ojos
cerrándosele de sueño, cogí el material de caligrafía y e pedí que escribiese
algo. En mitad de la palabra, el quité la pluma de la mano. Era el momento de
decir lo que tenía que ser dicho. Le sugerí que caminásemos un poco por el
desierto.
Ya has
aprendido todo lo que necesitabas – dije - . Tu caligrafía es cada vez más
personal, más espontánea. Ya no es una simple repetición de la belleza, sino un
gesto de creación personal. Has comprendido lo que los grandes pintores
entienden, que para olvidar las reglas,
hay que conocerlas y respetarlas.
“Ya no
necesitas los instrumentos con los que aprendiste. Ya no necesitas el papel, ni
la tinta, ni la pluma, porque el camino es más importante que aquello que te
llevó a caminar. Una vez me contaste que la persona que te enseñó a bailar se
imaginaba música en su cabeza, y aun así, era capaz de repetir los ritmos
necesarios y precisos.
Eso mismo.
Si las
palabras estuvieran todas unidas, no tendrían sentido, o sería muy complicado
entenderlas: tiene que haber espacios entre ellas.
Athena
asistió con la cabeza.
Pero, a pesar
de que dominas las palabras, todavía no dominas los espacios en blanco. Tu
mano, cuando estas concentrada, es perfecta. Cuando salta de una palabra a la
otra, se pierde.
¿Cómo sabe
usted eso?
¿Tengo razón?
Tiene toda la
razón. Por algunas fracciones de segundo antes de concentrarme en la siguiente
palabra, me pierdo. Cosas en las que no quiero pensar insisten en dominarme.
Y sabes
exactamente qué es.
Athena lo sabía,
pero no dijo nada, hasta que volvimos a la tienda y pudo coger a su hijo
dormido en brazos. Sus ojos parecían estar llenos de lágrimas, aunque hacía lo
posible por controlarse.
El emir dijo
que te ibas de vacaciones.
Ella abrió la
puerta del coche, puso la llave en el contacto y arrancó. Durante algún
momento, sólo el ruido del motor rompía el silencio del desierto.
- Sé a qué se
refiere-dijo ella al final-. Cuando escribo, cuando bailo, me guía la Mano que
todo lo creó. Cuando veo a Viorel durmiendo, sé que sabe que es el fruto de mi
amor por su padre, aunque no lo vea desde hace más de un año. Pero yo…
Se quedó en
silencio de nuevo; el silencio que era el espacio en blanco entre las palabras.
-…pero yo no
conozco la mano que me meció por primera vez. La mano que me inscribió en el
libro de este mundo.
Yo sólo
asentí con la cabeza.
-¿Cree usted
que eso es importante?
-No siempre.
Pero en tu caso, mientras no toques esa mano, no mejorará…digamos… tu
caligrafía.
- No creo que
sea necesario descubrir a quien jamás se tomó la molestia de amarme.
Cerró la
puerta, sonrió y se marchó con el coche. A pesar de sus palabras, yo sabía cuál
sería su siguiente paso.
Samira R.
Khalil,madre de Athena
Fue como si
todas sus conquistas profesionales, su capacidad para ganar dinero, su alegría
con el nuevo amor, su satisfacción cuando jugaba con mi nieto, todo hubiese
pasado a un segundo plano. Me quedé simplemente aterrorizada cuando Sherine me
comunicó su decisión de ir en busca de su madre biológica.
Al principio,
está claro, me consolaba con la idea de que ya no existiese el centro de
adopción, que se hubiesen perdido las fichas, que los funcionarios se mostrasen
implacables, el gobierno acababa de caer y era imposible viajar, o que el vientre
que la trajo a esta tierra ya no estuviese en este mundo. Pero fue un consuelo
momentáneo: mi hija era capaz de todo, y conseguía superar situaciones que eran
imposibles.
Hasta aquel
momento, el asunto era tabú en la familia. Sherine sabía que había sido
adoptada, ya que el psiquiatra de Beirut me había aconsejado que se lo contase
cuando tuviese la edad suficiente para comprenderlo. Pero nunca había mostrado
curiosidad por saber de qué región había venido; su hogar había sido Beirut,
cuando todavía era un hogar para todos nosotros.
Como el hijo
adoptado de una amiga mía acabó suicidándose cuando tuvo una hermana biológica
- ¡y sólo tenía dieciséis años!-, nosotros evitamos ampliar nuestra familia,
hicimos todos los sacrificios necesarios para que entendiese que era la única
razón de mis alegrías y de mis tristezas, de mis amores y de mis esperanzas.
Aun así, parecía que nada de eso importaba.
¡Dios mío,
cómo pueden ser tan ingratos los hijos!
Conociendo a
mi hija, sabía que no servía de nada argumentarle todo eso. Mi marido y yo
pasamos una semana sin dormir, y todas las mañanas, todas las tardes, nos
bombardeaba con la misma pregunta: ¿En qué ciudad de Rumania nací? Para agravar
la situación, Viorel lloraba, porque parecía entender todo lo que pasaba.
Decidí
consultarlo con otro psiquiatra. Le pregunté por qué una chica que lo tenía
todo en la vida estaba siempre tan insatisfecha.
Todos
queremos saber de dónde venimos – dijo-. Ésa es la cuestión fundamental del ser
humano en el plano filosófico. En el caso de tu hija, creo que es perfectamente
justo que intente conocer sus orígenes, ¿No sentiría usted también esa
curiosidad?
No, no la
sentiría. Todo lo contrario, pensaría que es peligroso ir en busca de alguien
que me rechazó y que no me aceptó cuando
todavía no tenía fuerzas para sobrevivir.
Pero el
psiquiatra insistió:
- En vez
de enfrentarse a ella, intente
ayudarla. Puede que al ver que eso no es un problema para usted, desista. El
año que ha pasado lejos de todos sus amigos debe de haberle creado una carencia
emocional, que ahora intenta compensar a través de provocaciones sin
importancia. Sólo para estar segura de que es amada.
Habría sido
mejor que Sherine hubiese ido, ella misma, al psiquiatra: así hubiera comprendido
las razones de su comportamiento.
Demuestre
confianza, no vea una amenaza en eso, Y si al final de ella realmente quiere
seguir adelante, sólo tiene que darle los elementos que pide. Por lo que me
dice, siempre ha sido una niña problemática; quién sabe si no saldrá más
fortalecida con esta búsqueda.
Le pregunté
al psiquiatra si tenía hijos. Dijo que no, y entonces entendí que no era la
persona más indicada para aconsejarme.
Aquella
noche, cuando estábamos delante de la televisión, Sherine sacó el tema:
¿Qué estás
viendo?
Las noticias.
¿Para qué?
Para saber
las novedades del Líbano—respondió mí marido.
Yo me di
cuenta de la trampa, pero ya era tarde. Sherine se aprovechó inmediatamente de
la situación.
En fin,
parece que vosotros también sentís curiosidad por saber qué está pasando en la
tierra en la que nacisteis. Estáis bien establecidos en Inglaterra, tenéis
amigos, papá gana mucho dinero aquí, vivís con seguridad. Aun así, compráis
periódicos libaneses. Cambiáis de canal hasta que sale alguna noticia
relacionada con Beirut. Os imagináis el futuro como si fuese el pasado, sin
daros cuenta de que esta guerra no acaba nunca.
“ O sea, si
no estáis en contacto con vuestros orígenes, sentís que habéis perdido el
contacto con el mundo. ¿Os cuesta tanto entender lo que yo siento?
Eres nuestra
hija.
Con mucho
orgullo. Y seré vuestra hija para siempre. Por favor, no dudéis de mi amor y de
mi gratitud por todo lo que habéis hecho por mí; no estoy pidiendo nada más que
poner los pies en el verdadero lugar en el que nací. Tal vez preguntarle a mi
madre biológica por qué me abandonó, o tal
vez dejar el asunto cuando la mire a los ojos. Si no lo intento, me
sentiré cobarde, y no podré entender los espacios en blanco jamás.
¿Los espacios
en blanco?
Aprendí
caligrafía mientras estaba en Dubai. Bailo siempre que puedo. Pero lo música
sólo existe porque existen los espacios en blanco. Cuando estoy haciendo algo,
me siento completa; pero nadie puede vivir en actividad las veinticuatro horas
del día.
En el momento
en el que paro, siento que me falta algo.
“Me habéis
dicho más de una vez que soy una persona inquieta por naturaleza. Pero yo no he escogido esta
forma de vivir: me gustaría poder estar aquí, tranquila, viendo la televisión.
Es imposible
mi cabeza no para. A veces pienso que me voy a volver loca, necesito estar
siempre bailando, escribiendo, vendiendo terrenos, cuidando de Viorel, leyendo
cualquier cosa que pase por mis manos. ¿Creéis que eso es normal?
Tal vez sea
tu temperamento – dijo mi marido.
La
conversación acabó ahí. De la misma manera que siempre: Viorel llorando,
Sherine encerrándose en su mutismo, y yo segura de que los hijos nunca
reconocen lo que los padres hacen por ellos. Sin embargo, durante el desayuno
al día siguiente, fue mi marido el que sacó el tema:
Hace algún
tiempo, cuando estabas en Oriente Medio, intenté ver cómo estaban las cosas
para volver a casa. Fui a la calle en la que vivíamos; la casa ya no existe,
aunque están reconstruyendo el país, incluso con la ocupación extranjera y las
constantes invasiones. Experimenté una sensación de euforia: ¿quién sabe si no
era el momento de volver a empezar todo de nuevo? Y fue justamente eso, “volver
a empezar”, lo que me trajo de vuelta a la realidad. Ya no es el momento de darse
ese lujo; hoy en día, quiero seguir con lo que estoy haciendo, no necesito
nuevas aventuras.
“Busqué a la
gente con la que solía quedar para tomarme unos whiskys al final de la tarde.
La mayoría ya no estaban, los que quedan se quejan de la constante sensación de
inseguridad.
Caminé por
los lugares por los que paseaba, y me sentí como un extraño, como si todo
aquello ya no me perteneciese. Lo peor de todo es que el sueño de volver algún
día iba a desapareciendo a medida que me
encontraba con la ciudad en la que nací.
“Aún así, fue
necesario. Las canciones del exilio todavía están en mi corazón, pero sé que no
voy a volver a vivir en el Líbano. De alguna manera, los días que pasé en
Beirut me ayudaron a entender mejor el
lugar en el que estoy ahora y a valorar cada segundo que paso en Londres.
¿Qué quieres
decir, papá?
Que tienes
razón. Quizá sea mejor entender esos espacios en blanco. Podemos quedarnos con
Viorel mientras tú viajas.
Fue a la
habitación y volvió con una carpeta amarillenta.
Eran papeles
de la adopción, que le ofreció a Sherine. Le dio un beso y dijo que ya era hora
de irse a trabajar.
Heron
Ryan, periodista.
Durante toda
aquella mañana de 1990, todo lo que podía ver desde la ventana del sexto piso
de aquel hotel era el edificio del gobierno. Acababan de poner en el techo una
bandera del país, que indicaba el lugar exacto en el que el dictador megalómano
había huido en helicóptero, para encontrarse con la muerte pocas horas después,
a manos de aquellos a los que había oprimido durante veintidós años. Las casas
antiguas habían sido arrasadas por Ceausescu, según su plan para hacer una
capital que rivalizase con Washington. Bucarest ostentaba el título de la
ciudad que había sufrido la mayor destrucción fuera de una guerra o de una
catástrofe natural.
El día de mi
llegada, todavía intenté caminar un poco por sus calles con mi intérprete, pero
no había mucho que ver, además de miseria, desorientación, sensación de que no
había futuro, pasado, ni presente: la gente vivía en una especie de limbo, sin
saber exactamente qué pasaba en su país ni en el resto del mundo. Diez años más
tarde, cuando volví y vi el país entero resurgiendo de las cenizas, entendí que
el ser humano puede superar cualquier dificultad, y el pueblo rumano era un
ejemplo de eso.
Pero en
aquella mañana gris, en aquella recepción de hotel gris y triste, todo lo que
me interesaba era saber si el intérprete iba a conseguir un coche y combustible
suficiente para que yo pudiera hacer aquella investigación final del documental
para la BBC. Estaba tardando, y empecé a dudar: ¿me vería obligado a volver a
Inglaterra sin conseguir mi objetivo? Ya había invertido una cantidad
significativa de dinero en contratos con historiadores, en la elaboración de la
ruta, en el rodaje de algunas entrevistas, pero la televisión, antes de firmar
el compromiso final, me exigía que fuese a un determinado castillo para saber
en qué estado se encontraba. El viaje me estaba saliendo más caro de lo que
había imaginado.
Intenté
llamar a mi novia; me dijeron que para conseguir línea que esperar casi una
hora. Mi intérprete podía llegar en cualquier momento con el coche, no había
tiempo que perder; decidí no correr el riesgo.
Traté de
conseguir algún periódico en inglés, pero no fue posible. Para matar la
ansiedad, empecé a fijarme, de la manera más discreta posible, en la gente que estaba allí tomando
té, ajena posiblemente a todo lo que había sucedido el año anterior: las revueltas
populares, los asesinatos de civiles a sangre fría en Timisoara, los tiroteos
en las calles entre el pueblo y temido servicio secreto, que intentaba
desesperadamente mantener el poder que se les escapaba de las manos. Vi a un
grupo de tres americanos, a una mujer interesante, pero que no apartaba los
ojos de una revista de moda, y una mesa llena de hombres que hablaban en voz
alta, pero cuya lengua no era capaz de identificar.
Iba a
levantarme por enésima vez, caminar hasta la puerta de entrada para ver si
llegaba el intérprete, cuando ella entró. Debía de tener poco más de veinte
años (N.R.: Athena tenía veintitrés años cuando visitó Rumania). Se sentó,
pidió algo para desayunar, y vi que hablaba inglés. Ninguno de los hombres
presentes pareció notar la llegada, pero la mujer interrumpió la lectura de la
revista de moda.
Tal vez por
culpa de mi ansiedad, o del lugar, que me estaba haciendo caer en una
depresión, tuve coraje y me acerqué.
Disculpa, no
acostumbro a hacer esto. Creo que el desayuno es la comida más íntima del día.
Ella sonrió,
me dijo su nombre, y yo inmediatamente me puse en guardia. Había sido muy
fácil; podía ser una prostituta. Pero su inglés era perfecto, e iba
discretamente vestida. Decidí no preguntar nada, y empecé a hablar
compulsivamente de mí, dándome cuenta de que la mujer de la mesa de al lado
había dejado la revista y prestaba atención a nuestra conversación.
Soy un
productor independiente, trabajo para la BBC de Londres, y en este momento
estoy intentando descubrir una manera de llegar hasta Transilvania…
Noté que el
brillo de sus ojos cambiaba.
-…para
completar mi documentación sobre el mito del vampiro.
Esperé: el
asunto siempre despertaba curiosidad en la gente, pero ella perdió el interés
en cuanto mencioné el motivo de mi visita.
Sólo tienes
que tomar el autobús-respondió-. Aunque no creas que vas a encontrar lo que
buscas. Si quieres saber más sobre Drácula, lee el libro. El autor nunca estuvo
en esta región.
¿Y tú conoces
Transilvania?
No lo sé.
Aquello no
era una respuesta; tal vez fuese un problema con la lengua inglesa, a pesar de
su acento británico.
Pero también
me dirijo allí – continuó-. En autobús, claro.
Por su ropa
no parecía ser una aventurera que anda por el mundo visitando lugares exóticos.
La teoría de la prostituta volvió a mi cabeza; tal vez estuviera intentando
acercarse.
¿Quieres que
te lleve?
Ya he
comprado mi billete.
Yo insistí,
creyendo que aquel primer rechazo formaba parte del juego. Pero ella volvió a
negarse, diciendo que tenía que hacer el viaje sola. Le pregunté de dónde era, y noté que dudaba mucho antes
de responderme:
De
Transilvania, ya te lo he dicho.
No has dicho
exactamente eso. Pero, si es verdad. Podrías ayudarme a hacer los exteriores
para la película y…
Mi
inconsciente me decía que debía explorar el terreno un poco más, todavía tenía
la idea de la prostituta en la cabeza, y me habría gustado mucho, muchísimo,
que ella me acompañase. Con palabras educadas, ella rechazó mi oferta. La otra
mujer entró en la conversión como si decidiese proteger a la chica, yo pensé
que estaba siendo impertinente y decidí apartarme.
El intérprete
llegó poco después, apurado, diciendo que había conseguido todo lo necesario,
pero que iba a costar un poco más caro (ya me lo esperaba). Subí a mi
habitación, cogí la maleta, que ya estaba preparada, entré en un coche ruso que
se caía a trozos, atravesé largas avenidas casi sin tráfico, y comprobé que
llevaba mi pequeña cámara fotográfica, mis pertenencias, mis preocupaciones,
botellas de agua mineral,, bocadillos y la imagen de alguien que insistía en no
salir de mi cabeza.
Los días
siguientes, al mismo tiempo que intentaba construir una ruta de esperar- a
campesinos e intelectuales respecto al mito del vampiro, me iba dando cuenta de
que ya no sólo intentaba hacer un documental para la televisión inglesa. Me
habría gustado encontrarme de nuevo a aquella chica arrogante, antipática,
autosuficiente, que había visto en un café, en un hotel de Bucarest, y que en
aquel momento debía de estar allí, cerca de mí; sobre la cual yo no sabía absolutamente
nada aparte de su nombre, pero que, como el mito del vampiro, parecía chupar
toda mi energía.
Un absurdo,
algo sin sentido, algo inaceptable para mi mundo, y para el mundo de aquellos
que convivían conmigo.
Deidre
O´Neill, conocida como Edda
No sé qué has
venido a hacer aquí. Pero, sea lo que sea, debes seguir hasta el final.
Ella me miró,
atónita.
¿Quién eres?
Me puse a
hablar sobre la revista femenina que estaba leyendo, y el hombre, después de
algún tiempo, decidió levantarse y salir. Ahora ya podía decir quién era.
Si quieres
saber mi profesión, estudié medicina hace unos años. Pero no creo que ésa sea la respuesta que quieres
escuchar.
Hice una
pausa.
Tu siguiente
paso será intentar, con preguntas muy bien elaborada, saber exactamente qué
estoy haciendo aquí, en este país que acaba de salir de la prehistoria.
Seré directa:
¿qué has venido a hacer aquí?
Podía decir:
He venido al entierro de mi maestro, creo que se merecía este homenaje. Pero no sería prudente hablar del
tema; aunque no hubiese demostrado ningún interés por los vampiros, la palabra
“maestro” llamaría su atención. Como mi juramento me impide mentir, respondí
con una “media verdad”.
Quería ver
dónde nació un escritor llamado Mircea Eliade, de quien posiblemente nunca
hayas oído hablar. Pero Eliade, que pasó gran parte de su vida en Francia, era
especialista en…digamos …mitos.
Ella miró el
reloj, fingiendo desinterés.
Y no me refiero a vampiros. Me refiero a
gente…digamos… que sigue el camino que sigues tú.
Ella iba a
beberse el café, pero interrumpió su gesto.
¿Eres del
gobierno? ¿O alguien contratado por mis padres para que me siga?
Fui yo la que
dudó sobre si seguir la conversación; su agresividad era absolutamente
innecesaria. Pero yo podía ver su aura, su angustia. Se parecía mucho a mí
cuando tenía su edad: heridas interiores
y exteriores, que me empujaron a curar a personas en el plano físico y a
ayudarlas a encontrar el camino en el plano espiritual. Quise decirle “tus
heridas te ayudan, chica”, coger mi revista y marcharme.
Si lo hubiera
hecho, tal vez el camino de Athena habría sido completamente diferente, y todavía estaría viva, junto al hombre que
amaba, cuidando de su hijo, viéndolo crecer, casarse, llenarla de nietos. Sería
rica, probablemente propietaria de una compañía de venta de inmuebles. Lo tenía
todo, absolutamente todo para tener éxito; había sufrido lo suficiente como
para saber utilizar sus cicatrices a su favor, y no era más que una cuestión de
tiempo el conseguir disminuir su ansiedad y seguir adelante.
¿Pero qué fue
lo que me mantuvo allí, intentando seguir la conversación? La respuesta es muy
simple: curiosidad. No podía entender por qué aquella luz brillante estaba
allí, en la fría recepción del un hotel.
Seguí:
-Mircea
Eliade escribió libros con títulos extraños: Ocultismo, brujería y modas
culturales, por ejemplo. O Nacimiento y renacimiento. A mi maestro – lo dije
sin querer, pero ella no lo oyó o fingió no haberlo oído – le gustaba mucho su
trabajo. Y algo me dice, intuitivamente, que a ti te interesa el asunto.
Ella volvió a
mirar el reloj.
Voy a Sibiu
–dijo ella-.Mi autobús sale dentro de una hora, voy a buscar a mi madre, si es
eso lo que quieres saber. Trabajo como vendedora de inmuebles en Oriente Medio,
tengo un hijo de casi cuatro años, estoy divorciada, y mis padres viven en
Londres. Mis padres adoptivos, claro, pues fui abandonada en la infancia.
Ella estaba
realmente en un estado muy avanzado de percepción; se había identificado
conmigo, aunque todavía no fuera consciente de ello.
Sí, era eso
lo que quería saber.
¿Tenías que
venir tan lejos para investigar a un escritor?
¿No hay
bibliotecas en el lugar en el que vives?
En realidad,
ese escritor vivió en Rumania sólo hasta terminar la universidad. Así que, si
yo quisiera saber más sobre su trabajo, debería ir a París, a Londres o a
Chicago, donde murió. Así que lo que estoy haciendo no es una investigación en
el sentido clásico: quiero ver dónde puso sus pies. Quiero sentir lo que lo
inspiró para escribir sobre cosas que afectan a mi vida y a la vida de las
personas que respeto.
¿Escribió
también sobre medicina?
Mejor no
responder. Me di cuenta de que había reparado en la palabra “maestro”, pero
pensaba que estaba relacionada con mi profesión.
Ella se
levantó. Creo que presintió adónde quería llegar yo, podía ver que su luz
brillaba con más intensidad. Sólo soy capaz de entrar en este estado de
percepción cuando estoy cerca de alguien muy parecido a mí.
-¿Te
importaría acompañarme hasta la estación? – preguntó.
En absoluto.
Mi avión no salía hasta última hora de la noche, y un día entero, aburrido,
interminable, se me presentaba por delante. Por lo menos, tenía alguien con
quien hablar un poco.
Ella subió,
volvió con sus maletas en las manos y con una serie de preguntas en la cabeza.
Empezó su interrogatorio en cuanto salimos del hotel.
Tal vez no
vuelva a verte en la vida-dijo-, pero creo que tenemos algo en común. Así que,
como puede que ésta sea la última vez que hablemos en esta reencarnación, ¿te
importaría ser directa en tus respuestas?
Yo asentí con
la cabeza.
Ya que has
leído esos libros, ¿crees que el baile nos puede llevar al trance y hacernos
ver una luz? ¿Y que esa luz no nos dice absolutamente nada, salvo si estamos
contentos o tristes?
¡Pregunta
correcta!
Sin duda.
Pero no sólo el baile; todo aquello en lo que seamos capaces de centrar nuestra
atención y nos permita separar el cuerpo del espíritu. Como el yoga, la oración
o la meditación de los budistas.
O la
caligrafía.
No había pensado
en eso, pero es posible. En esos momentos en los que el cuerpo libera el alma,
ésta sube a los cielos o baja a los infiernos, dependiendo del estado de ánimo
de la persona.
En ambos
lugares, aprende cosas que necesita saber: ya sea destruir al prójimo, o
curarlo. Pero ya no me interesan esos caminos individuales; en mi tradición
necesito la ayuda de… ¿estás prestando atención a lo que digo?
No.
Vi que se
había parado en medio de la calle y miraba a una niña que parecía abandonada.
En ese momento metió la mano en su bolso.
No hagas
eso-le dije. Mira al otro lado de la calle: allí hay una mujer llena de maldad.
Ella puso a esa niña ahí para…
No me
importa.
Ella sacó
algunas monedas. Yo le agarré la mano.
La
invitaremos a comer algo. Es más útil.
Invité a la
niña a ir a un bar; le compré un bocadillo y se lo di. La niña sonrió y lo
agradeció; los ojos de la mujer que estaba al otro lado de la calle parecía
brillar de odio. Pero las pupilas grises de la chica que caminaba a mi lado,
por primera vez, demostraban respeto por lo que yo acababa de hacer.
¿Qué me
decías?
No importa.
¿Sabes lo que pasó hace unos minutos? Entraste en el mismo trance que el que
provoca el baile.
Te equivocas.
Estoy segura.
Algo tocó tu subconsciente; tal vez te hayas visto a ti misma, si no hubieras
sido adoptada, mendigando en esta calle. En ese momento, tu cerebro dejó de
reaccionar. Tu espíritu salió, viajó al infierno, se encontró con los demonios
de tu pasado. Por eso no viste a la mujer que estaba al otro lado de la calle: estabas
en trance. Un trance desorganizado, caótico, que te empujaba a hacer algo
teóricamente bueno, pero prácticamente inútil. Como si estuvieras…
…en un
espacio en blanco entre las letras. En el momento en el que una nota musical
termina y la otra todavía no ha empezado.
Exactamente.
Y un trance provocado de esta manera puede ser peligroso.
Casi le dije:
“Éste es el tipo de trance provocado por el miedo: paraliza a la persona, la
deja sin reacción, su cuerpo no responde, su alma ya no está allí. Te aterrorizó
pensar en todo lo que podría haber ocurrido en el caso de que el destino no hubiese puesto a tus padres en
tu camino”. Pero ella había dejado las maletas en el suelo y me estaba mirando
fijamente.
¿Quién eres
tú? ¿Por qué me estás diciendo todo esto?
Como médica,
me llaman Deidre O´Neill. Mucho gusto.
¿Cómo te
llamas?
Athena. Pero
en el pasaporte pone Sherine Khalil.
¿Quién te
puso ese nombre?
Nadie
importante. Pero no te he preguntado tu nombre, sino quién eres. Y por qué te
has acercado a mí. Y por qué yo he sentido la misma necesidad de hablar
contigo. ¿Habrá sido por el hecho de que éramos las dos únicas mujeres del bar?
No creo: y me estás diciendo cosas que dan sentido a mi vida.
Volvió a
coger las maletas, y seguimos caminando hacia la estación de autobuses.
Yo también
tengo un segundo nombre: Edda. Pero no fue escogido al azar. Como tampoco creo
que el azar nos haya unido.
Delante de
nosotros estaba la puerta de la estación de autobuses, donde varias personas
entraban y salían, militares con sus uniformes, campesinos, mujeres guapas,
pero vestidas como se hacía cincuenta años
atrás.
Si no fue el
azar ¿Qué crees que fue?
Todavía
faltaba media hora para que saliera su autobús, y yo podría haberle respondido:
fue la Madre. Algunos espíritus escogidos emiten una luz especial, tienen que
encontrarse, y tú (Sherine o Athena) eres uno de esos espíritus, pero tienes
que trabajar mucho para usar esa energía en tu favor.
Podría
haberle contado que estaba siguiendo el camino clásico de una hechicera que
busca a través de la individualidad su contacto con el mundo superior e
inferior, pero que acaba destruyendo su propia vida; sirve, da energía, pero
jamás la recibe de vuelta.
Podría
haberle explicado que, aunque los caminos sean individuales, siempre hay una
etapa en la que las personas se unen, celebran ceremonias, hablan de sus
dificultades, y se preparan para renacer de la Madre. Que el contacto con la
Luz Divina es la mejor realidad que un ser humano puede experimentar, y aun
así, mi tradición, este contacto no podía hacerse de manera solitaria, porque
teníamos a nuestras espaldas años, siglos de persecución, que nos habían
enseñado muchas cosas.
¿No quieres
entrar a tomar un café mientras espero el autobús?
No, yo no
quería. Iba a acabar diciendo cosas que, en ese momento, iban a ser
malinterpretadas.
Ciertas
personas han sido muy importantes en mi vida- continuó ella- . El propietario
de mi apartamento, por ejemplo. O un calígrafo que conocí en el desierto cerca
de Dubai. Puede que me digas cosas que yo pueda compartir con ellos, y pagarles
todo lo que me han enseñado.
Entonces, ya
había tenido maestros en su vida: ¡perfecto! Su espíritu estaba maduro. Todo lo
que tenía que hacer era continuar su entrenamiento; en caso contrario, iba a
acabar perdiendo lo que había conquistado. ¿Pero era yo la persona indicada?
En una
fracción de segundo, pedí que la Madre me inspirase, que me dijese algo. No
obtuve respuesta, lo cual no me sorprendió, porque Ella siempre me hacía lo
mismo cuando se trataba de aceptar la responsabilidad de una decisión.
Le di mi
tarjeta de visita y le pedí la suya. Ella me dio una dirección en Dubai, que yo
no tenía ni la menor idea de dónde quedaba.
Decidí jugar
un poco, y probar un poco más.
¿No es una
coincidencia que tres ingleses se encuentren en un bar de Bucarest?
Por lo que
veo en tu tarjeta, tú eres escocesa, Ese nombre dijo que trabajaba en
Inglaterra, pero no sé nada de él.
Y yo
soy…rumana.
Le expliqué
que tenía que volver corriendo al hotel a hacer mis maletas.
Ahora ella
sabía dónde encontrarme, y si estaba escrito, nos veríamos de nuevo; es
importante permitir que el destino interfiera en nuestras vidas y decida lo que
es mejor para todos.
VOSHO
“BUSHALO”,SESENTA Y CINCO AÑOS, DUEÑO DE UN RESTAURANTE.
Esos europeos
llegan aquí pensando que lo saben todo, que merecen un mejor trato, que tienen
derecho a inundarnos de preguntas, y que estamos obligados a responderlas. Por
otro lado, se creen que cambiándonos el nombre por algo más complicado, como
“pueblo nómada”, o “los nómadas”, pueden corregir los errores que cometieron en
el pasado.
¿Por qué no
siguen llamándonos gitanos e intentan acabar con las leyendas que siempre nos
han hecho parecer malditos ante los ojos del mundo? Nos acusan de ser el fruto
de una unión ilícita entre una mujer y el propio demonio. Dicen que fue uno de
nosotros el que forjó los clavos que fijaron a Cristo a la cruz, y que las
madres deben tener mucho cuidado cuando se acercan a nuestras caravanas,
porque acostumbramos a robar a los niños
y a convertirlos en esclavos.
Y por culpa
de eso han permitido masacres a lo largo de la historia: fuimos cazados como
las brujas de la Edad Media; durante siglos los tribunales alemanes no aceptan
nuestro testimonio. Cuando el viento nazi barrió Europa, yo ya había nacido, y
vi cómo deportaban a mi padre a un campo de concentración de Polonia, con el
humillante símbolo de un triángulo negro cosido en su ropa. De los quinientos
mil gitanos enviados para trabajar como esclavos, sólo sobrevivieron cinco mil
para contar la historia.
Y nadie
absolutamente nadie, quiere escuchar
algo así.
En esta
región olvidada de la Tierra, en la que decidieron instalarse la mayor parte de
las tribus, hasta el año pasado nuestra cultura, nuestra religión y nuestra lengua estaban
prohibidas. Si le preguntan a cualquier persona de la ciudad qué piensa de los
gitanos, dirá sin pensarlo mucho: “Son todos unos ladrones”. Por más que
intentemos llevar una vida normal, dejando la eterna peregrinación y viviendo
en lugares en los que podremos ser fácilmente identificados, el racismo sigue.
Mis hijos están obligados a sentarse en las filas de atrás en su clase, y no
pasa una semana sin que alguien los insulte.
Después se
quejan de que no respondemos directamente a las preguntas, de que intentamos
disfrazarnos, de que jamás comentamos abiertamente nuestros orígenes. ¿Para
qué? Todo el mundo distingue a un gitano, y todo el mundo sabe cómo
“protegerse” de nuestras “maldades”.
Cuando
aparece una niña metida a intelectual, sonriendo, diciendo que forma parte de
nuestra cultura y de nuestra raza, yo en seguida me pongo en guardia. Puede ser
uno de los enviados de la Securitate, la policía secreta de este dictador, el
Conducator, el Genio de los Cárpatos, el Líder. Dicen que fue juzgado y
fusilado, pero yo no me lo creo; su hijo todavía tiene poder en esta región,
aunque esté desparecido en este momento.
Ella insiste;
sonriendo-como si fuese muy gracioso lo que dice-, afirma que su madre es
gitana y que le gustaría encontrarla. Tiene su nombre completo; ¿cómo pudo
obtener tal información sin la ayuda de la Securitate?
Mejor no
enfadar a la gente que tiene contactos en el gobierno. Le digo que no sé nada,
que simplemente soy un gitano que ha decidido establecerse y llevar una vida
honesta, pero ella sigue insistiendo; quiere ver a su madre. Yo sé quién es,
también sé que hace más de veinte años ella tuvo un bebé y que lo dejó en un
orfanato, y no se supo nada más. Nos vimos forzados a aceptarla en nuestro
círculo por culpa de aquel herrero que se creía dueño del mundo. ¿Pero quién
garantiza que la chica intelectual que está frente a mí es la hija de Lilliana?
Antes de intentar buscar a su madre, debería por lo menos respetar algunas de
nuestras costumbres, y no aparecer vestida de rojo, porque no es el día de su
boda. Debería usar faldas más largas, para evitar la lujuria de los hombres. Y
nunca debería haberme dirigido la palabra de la manera en que lo hizo.
Si yo hablo
de ella en el presente, es porque para aquellos que viajan el tiempo no existe;
sólo el espacio. Venimos de muy lejos, nos dicen que de la India, otros afirman
que nuestro origen está en Egipto, el hecho es que cargamos con el pasado como
si hubiese ocurrido ahora. Y las persecuciones todavía siguen.
Ella intenta
ser simpática, demuestra que conoce nuestra cultura, cuando eso no tiene la
menor importancia; lo que debería conocer son nuestras tradiciones.
Me he
enterado en la ciudad de que es usted un Rom Baro, un jefe de tribu. Antes de
venir aquí he aprendido mucho sobre nuestra historia…
No es
“nuestra”, por favor. Es la mía, la de mi mujer, de mis hijos, de mi tribu.
Usted es una Europa. Usted jamás ha sido apedreada en la calle, como yo cuando
tenía cinco años.
Creo que las
cosas están mejorando.
Siempre han
mejorado, para empeorar después.
Pero ella no
deja de sonreír. Me pide un whisky; nuestras mujeres nunca harían algo así.
Si sólo
hubiese entrado aquí para beber, o para buscar compañía, sería tratada como una
clienta. He aprendido a ser simpático, atento, elegante, porque mi negocio
depende de eso. Cuando los que frecuentan mi restaurante quieren saber más
sobre los gitanos, comento unas cuantas cosas curiosas, les digo que escuchen
al grupo que va a tocar dentro de un rato, comento dos o tres detalles sobre
nuestra cultura, y salen de aquí con la sensación de que lo saben todo sobre
nosotros.
Pero la chica
no viene aquí en busca de turismo, sino que afirma que forma parte de la raza.
Me tiende de
nuevo el certificado que ha conseguido del gobierno. Pienso que el gobierno
mata, roba, miente, peor no se arriesga a dar certificados falsos, y que ella
entonces debe ser la hija de Liliana, porque está escrito el nombre completo y
el sitio en el que vivía. Supe por la televisión que el Genio de los Cárpatos,
el Padre del Pueblo, el Conducator de todos nosotros, ese que nos hizo pasar
hambre mientras lo exportaba todo al extranjero, el que tenía los palacios con
la cubertería bañada en oro mientras el pueblo moría de inanición, ese hombre y
su maldita mujer solían pedirle a la Securite que recorriese los orfanatos
cogiendo bebés para ser entrenados como asesinos por el Estado.
Sólo cogían
niños, dejaban a las niñas. Puede ser verdad que sea su hija.
Miro de nuevo
el certificado y me quedo pensando si decirle dónde se encuentra su madre o no.
Liliana se merece ver a esta intelectual, que dice que es “una de los
nuestros”. Liliana se merece mirar a esta mujer frente a frente; creo que ya ha
sufrido todo lo que tenía que sufrir después de traicionar a su pueblo, se
acostó con el gaje (N.R.: Extranjero), avergonzó a sus padres.
Tal vez sea
el momento de acabar con su infierno, que vea que su hija a sobrevivido, que ha
ganado dinero, e incluso puede ayudarla a salir de la miseria en la que se
encuentra.
Tal vez yo
pueda cobrar algo por la información. Y, en el futuro, nuestra tribu consiga
algunos favores, porque vivimos tiempo confusos, en los que todos dicen que el
Genio de los Cárpatos está muerto, incluso se exhiben escenas de su ejecución,
pero puede resurgir mañana, como si todo se tratara de un excelente golpe para
ver quién estaba de su lado y quién estaba dispuesto a traicionarlo.
Los músicos
van a tocar dentro de un rato, mejor hablar de negocios.
Sé dónde está
esta mujer. Puedo llevarla hasta ella.
Mi tono de
conversación es ahora más simpático.
Sin embargo,
creo que esa información tiene un valor.
Ya estaba
preparada para eso- responde, tendiéndole mucho más dinero del que yo pensaba
pedir.
Eso no da ni
para pagar el taxi hasta allí.
Tendrá otra
cantidad igual cuando yo haya llegado a mi destino.
Y siento que,
por primera vez, ella vacila. Parece que tiene miedo de seguir adelante. Cojo
el dinero que ha puesto en el mostrador.
- Mañana la
llevo hasta Liliana.
Sus manos
tiemblan. Pide otro whisky, pero de repente un hombre entra en el bar, cambia
de color y va inmediatamente hacia ella; entiendo que debieron de conocerse
ayer y hoy ya están hablando como si fuesen viejos amigos. Sus ojos la desean.
Ella es plenamente consciente de ello, y lo provoca todavía más. El hombre pide
una botella de vino, ambos se sientan a una mesa, y parece que se ha olvidado
por completo de la historia de su madre.
Pero yo quiero la otra mitad del dinero. Cuando
voy a llevar la bebida, le pregunto en qué hotel se hospeda, y le digo que
estaré allí a las 10 de la mañana.
HERON RYAN,
PERIODISTA
Ya con la
primera copa de vino, comentó – sin que yo le preguntase nada, claro – que
tenía novio, policía de Scotland Yard. Evidentemente era mentira; debió de leer
mis ojos, y estaba intentando regirme.
Le respondí
que tenía una novia, y llegamos a un empate técnico.
Diez minutos
después de haber empezado la música, ella se levantó. Habíamos hablado muy
poco; nada de preguntas sobre mis investigaciones sobre vampiros, sólo cosas
generales, impresiones sobre la ciudad, quejas sobre las carreteras. Pero lo
que vi a partir de ahí – mejor dicho, lo que vio todo el mundo en el
restaurante – fue una diosa que se mostraba en toda su gloria, una sacerdotisa
que evocaba a los ángeles y a los demonios.
Sus ojos
estaban cerrados, y parecía que ya no era consciente de quién era, de dónde
estaba, de lo que buscaba en el mundo; era como si flotase invocando su pasado,
revelando su presente, descubriendo y profetizando el futuro. Mezclaba erotismo
y castidad, pornografía y revelación, adoración a Dios y a la naturaleza al
mismo tiempo.
Todo el mundo
dejó de comer, y se puso a mirar lo que estaba ocurriendo. Ella ya no seguí la
música, eran los músicos los que intentaban acompañar sus pasos, y aquel
restaurante en el bajo de un antiguo edificio en la ciudad de Sibiu se
convirtió en un templo egipcio, en el que las adoradoras de Isis solían
reunirse para sus ritos de fertilidad. El olor de la carne asada y del vino se
cambió por un incienso que nos elevaba a todos al mismo trance, a la misma
experiencia de salir del mundo y entrar en una dimensión desconocida.
Los
instrumentos de cuerda y de viento ya no sonaban, sólo siguió la percusión.
Athena bailaba como si ya no estuviese allí, el sudor le caía por la cara, los
pies descalzos golpeaban con fuerza el suelo de madera. Una mujer se levantó y,
gentilmente, le ató un pañuelo cubriendo su cuello y sus senos, ya que su blusa
amenazaba en todo momento con resbalarse del hombro. Pero ella pareció no
notarlo, estaba en otras esferas, experimentaba las fronteras de mundos que
casi tocan el nuestro, pero que nunca se dejan revelar.
La gente del
restaurante empezó a dar palmas para acompañar la música, y Athena bailaba con
más velocidad, captando la energía de aquellas palmas, girando sobre sí misma,
equilibrándose en el vacío, arrebatando todo lo que nosotros, pobres mortales,
debíamos ofrecerle a la divinidad suprema.
Y, de
repente, paró. Todos pararon, incluso los músicos que tocaban la percusión. Sus
ojos seguían cerrados, pero las lágrimas rodaban por su rostro. Levantó los
brazos hacia el cielo, y gritó:
- ¡Cuándo me
muera, enterradme de pie, porque he vivido de rodillas toda mi vida!
Nadie dijo
nada. Ella abrió los ojos como si despertase de un profundo sueño, y caminó
hacia la mesa, como si no hubiera pasado nada. La orquesta volvió a tocar,
algunas parejas ocuparon la pista intentando divertirse, pero el ambiente del
local parecía haberse transformado por completo; luego la gente pagó su cuenta
y empezaron a marcharse des restaurante.
¿Va todo
bien?- le pregunté, cuando vi que ya estaba recuperada del esfuerzo físico.
Tengo miedo.
He descubierto cómo llegar a donde no quería.
¿quieres que
te acompañe?
Ella negó con
la cabeza. Pero me preguntó en qué hotel estaba. Le di la dirección.
En los dos
días siguientes, acabé mis investigaciones para el documental, mandé a mi intérprete
de vuelta a Bucarest con el coche alquilado y, a partir de aquel momento, me
quedé en Sibiu sólo porque quería verla otra vez. Aunque siempre he sido
alguien que se guíe por la lógica, capaz de entender que el amor puede ser
construido y no simplemente descubierto, sabía que si no volvía a verla estaría
dejando para siempre en Transilvania una
parte importante de mi vida, aunque no lo descubriese hasta mucho más tarde.
Luché contra la monotonía de aquellas horas sin fin, más de una vez fui hasta
la estación de autobuses para ver los horarios para Bucarest, gasté en llamadas
a la BBC y a mi novia más de lo que mi pequeño presupuesto de productor
independiente me permitía. Les explicaba que el material todavía no estaba
listo, que me faltaban algunas cosas, tal vez un día más, tal vez una semana,
los rumanos eran muy complicados, siempre se enfadaban cada vez que alguien
asociaba la hermosa Transilvania con la horrorosa historia de Drácula. Parece
que al final los productores se convencieron, y me dejaron quedarme más tiempo
del necesario.
Estábamos
hospedados en el único hotel de la ciudad, y un día ella apareció, me vio de
nuevo en la recepción, nuestro primer encuentro pareció volver a su cabeza;
esta vez me invitó a salir, e intenté contener mi alegría. Tal vez yo también
era importante en su vida.
Más tarde
descubrí que la frase que había dicho al final de su baile era un antiguo
proverbio gitano.
LILIANA,
COSTURERA, EDAD Y SOBRENOMBRE DESCONOCIDO.
Hablo de
ella en presente porque para nosotros no
existe el tiempo, sólo el espacio. Porque parece ayer.
La única
costumbre tribal que no seguí fue la de tener a mi lado a mi pareja en el
momento de nacer Athena. Pero las parteras vinieron, aun sabiendo que yo me
había acostado con un gaje, un extranjero. Me soltaron el pelo, cortaron el
cordón umbilical, hicieron varios nudos, y me lo dieron. En ese momento, según
la tradición, el bebé tenía que ser envuelto en una prenda de su padre. Él
había dejado un pañuelo, que me recordaba su perfume, que de vez en cuando yo
acercaba a mi nariz para sentirlo cerca, y ahora ese perfume iba a desaparecer
para siempre.
Yo la envolví
en el pañuelo y la puse en el suelo para que recibiese la energía de la Tierra.
Me quedé allí sin saber qué sentir, ni qué pensar; mi decisión estaba tomada.
Me dijeron
que escogiese un nombre, y que no se lo dijese a nadie; sólo podía ser
pronunciado después de que la niña estuviera bautizada. Me dieron aceite
consagrado, y los amuletos que tenía que ponerle dos semanas después. Una de
ellas me dijo que no me preocupase, que la tribu entera era responsable de
ella, y que debía acostumbrarme a las críticas, que pronto se acabarían.
Me
aconsejaron también no salir entre el atardecer y la autora, porque los
tsinvari (N.R.: Espíritus malignos) podían atacarnos o poseernos, y entonces
nuestra vida sería una tragedia.
Una semana
después, en cuanto salió el sol, fui hasta un centro de adopción de Sibiu para
dejarla en la entrada, esperando que una mano caritativa viniese y la
recogiese. Cuando lo estaba haciendo, me sorprendió una enfermera y me llevó
adentro. Me ofendió cuanto pudo, dijo que ya estaban preparados para ese tipo
de comportamiento: siempre había alguien vigilando, no podía escapar fácilmente
de la responsabilidad de traer a un niño al mundo.
Claro, no se
puede esperar otra cosa de una gitana: ¡abandonar a su hijo!
Me obligaron
a rellenar una ficha con todos mis datos, y como no sabía escribir, volvió a
repetir otra vez: “Claro, una gitana. Y no intentes engañarnos dándonos datos
falsos, o puedes acabar en la cárcel”. Por
Miedo, acabé
contando la verdad.
La vi por
última vez, y todo lo que pude pensar fue: “Niña sin nombre, que encuentres
amor, mucho amor en tu vida” .
Salí y estuve
caminando por el bosque durante horas. Me acordaba de las muchas noches del
embarazo, en las que amaba y odiaba al bebé y al hombre que lo puso dentro de
mí.
Como toda
mujer, viví con el sueño de encontrar al príncipe azul, casarme, llenar mi casa
de niños y colmar a mi familia de atenciones. Como gran parte de las mujeres,
acabé enamorándome de un hombre que no
podía darme eso, pero con el que compartí momentos que jamás olvidaré. Momentos
que yo no podría hacerle comprender a la niña, ella estaría siempre
estigmatizada en el seno de nuestra tribu, un gaje, una niña sin padre. Yo
podía soportarlo, pero no quería que ella pasase por el mismo sufrimiento que
yo estaba pasando desde que descubrí que estaba embarazada.
Lloraba y me
arañaba, pensando que tal vez el dolor me haría pensar menos, volver a la vida,
a la vergüenza de la tribu; alguien se haría cargo de la niña, y yo viviría
siempre con la idea de volver a verla algún día, cuando fuese mayor.
Me senté en
el suelo, me agarré a un árbol sin poder parar de llorar. Pero cuando mis
lágrimas y la sangre de mis heridas tocaron su tronco, una extraña tranquilidad
se apoderó de mí. Me parecía oír una voz que decía que no me preocupase, que mi
sangre y mis lágrimas habían purificado el camino de la niña y disminuido mi sufrimiento.
Desde entonces, siempre que me desespero, recuerdo esa voz, y me tranquilizo.
Por eso, no
es una sorpresa verla llegar con el Rom Baro de nuestra tribu, que toma café,
pide de beber, sonríe con ironía y se marcha. La voz me había dicho que ella
iba a volver, y ahora está aquí, tal vez odio por haberla abandonado un día. No
tengo que explicar por qué lo hice; nadie en el mundo podría comprenderlo.
Nos quedamos
una eternidad mirándonos la una a la otra, sin decir nada, sólo mirándonos, sin
sonreír, sin llorar, sin nada.
Un brote de
amor sale del fondo del alma, no sé si le interesa lo que siento.
¿Tienes
hambre? ¿Quieres comer algo?
El instinto.
Siempre el instinto en primer lugar. Ella dice que sí con la cabeza. Entramos
en el pequeño cuarto en el que vivo y que al mismo tiempo hace las veces de
sala, dormitorio, cocina, y taller de costura. Lo mira todo, está atónita, pero
finjo que no me doy cuenta: me acerco al fogón, vuelvo con dos platos de la
espesa sopa de verduras y grasa animal. Preparo un café fuerte, y cuando voy a
echarle el azúcar, oigo su primera frase:
Solo, por
favor. No sabía que hablaba en inglés.
Iba a decirle
“me enseñó tu padre”, pero me controlo. Comemos en silencio, y a medida que va
pasando el tiempo, todo empieza a parecerme familiar; estoy ahí con mi hija,
ella anduvo por el mundo pero ya ha vuelto, ha conocido otros caminos y vuelve
a casa. Sé que es una ilusión, pero la vida me ha dado tantos momentos de dura
realidad que me resulta fácil soñar un poco.
¿quién es esa
santa? – señala un cuadro de la pared.
Santa Sara,
la patrona de los gitanos. Siempre he querido visitar su iglesia, en Francia,
pero no podemos salir de aquí. Nunca conseguiría el pasaporte, ni permiso, ni…
Iba a decir:
“Aunque lo consiguiese, no tendría dinero” pero interrumpo mi frase. Ella
podría pensar que le estoy pidiendo algo.
…. Y tengo
mucho trabajo.
Vuelve el
silencio. Ella termina la sopa, enciende un cigarrillo, su mirada no dice nada,
ni un sentimiento.
¿Pensaste que
volverías a verme?
Le respondo
que sí. Lo supe ayer, por la mujer del Rom Baro, que estaba en el restaurante.
Se acerca una
tormenta. ¿No quieres dormir un poco?
No oigo
ningún ruido. Ni el viento sopla más fuerte, ni tampoco menos que antes.
Prefiero charlar.
Créeme. Tengo
todo el tiempo que quieras, tengo toda la vida que me queda para estar a tu
lado.
No digas eso
ahora.
…pero estás
cansada- sigo, fingiendo que no he oído su comentario.
Veo que la
tormenta se acerca. Como todas las tempestades, trae destrucción; pero al mismo
tiempo moja los campos, y la sabiduría del cielo baja con la lluvia. Como toda
tempestad, tiene que pasar. Cuanto más violenta, más rápida.
Gracias a
Dios he aprendido a afrontar las tempestades.
Y, como si
las santas Marías del Mar me escuchasen, empiezan a caer las primeras gotas
sobre el tejado de zinc. Ella acaba su cigarrillo, yo le cojo las manos, la
llevo hasta mi cama. Ella se acuesta y cierra los ojos.
No sé cuánto
tiempo duerme; y yo la contemplo sin pensar en nada, y la voz que un día había
oído en el bosque me dice que todo está bien, que no tengo que preocuparme, que
los cambios que el destino provoca en las personas son favorables so sabemos
descifrar su contenido. No sé quién la había recogido del orfanato, la había
educado, la había transformado en la mujer independiente qua parece ser. Rezo
una ración por la familia que había permitido a mi hija sobrevivir y cambiar de
vida. En mitad de la oración, siento celos, desesperación, arrepentimiento, y
dejo de conversar con santa Sara; ¿era realmente importante que regresase? Aquí
estaba todo lo que perdí y jamás podré recuperar.
Pero aquí
también está la manifestación física de mi amor. Yo no sé nada, pero al mismo
tiempo todo me es revelado, vuelven las escenas en las que pienso en el
suicidio, considero el aborto, me imagino dejando aquel rincón del mundo
siguiendo a pie hasta donde las fuerzas me lo permiten, el momento en el que
veo correr la sangre y mis lágrimas por el árbol, la conversación con la
naturaleza, que se intensifica a partir de ese momento y jamás me ha dejado
desde entonces, aunque poca gente de mi tribu lo sabe. Mi protector, que me
encontró vagando por el bosque, era capaz de entender todo eso, pero él acaba
de morir.
La luz es
inestable, se apaga con el viento, se enciende con el rayo, nunca está ahí,
brillando como el sol, pero vale la pena luchar por ella”, decía.
El único que
me había aceptado, y convencido a la tribu de que yo podía volver a formar
parte de aquel mundo. El único con autoridad moral suficiente para evitar que
yo fuese expulsada.
E,
infelizmente, el único que no iba a conocer jamás a mi hija.
Lloró por él,
mientras ella permanece inmóvil en mi cama, ella, que debe de estar
acostumbrada a todas las comodidades del mundo. Miles de preguntas vuelven:
quiénes son sus padres adoptivos, dónde vide, si había ido a la universidad, si
ama a alguien, cuáles son sus planes. Sin embargo, no soy yo la que he
recorrido el mundo buscándola, todo lo contrario; así que yo no estoy aquí para
hacer preguntas, sino para responderlas.
Ella abre los
ojos. Pienso en tocar su cabello, en darle el cariño que había guardado durante
todos estos años, pero me quedo sin saber su reacción, pienso que es mejor que
me controle.
Has venido
hasta aquí para saber el motivo…
No. No quiero
saber porqué una madre abandona a su hija; no
hay motivo para eso.
Sus palabras
me rompen el corazón, pero no sé cómo responderle.
¿Quién soy
yo? ¿Qué sangre corre por mis venas? Ayer, después de saber que podría
encontrarte, experimenté un estado completo de terror. ¿Por dónde empiezo? Tú
cómo todas las gitanas, debes de saber leer el futuro con las cartas, ¿no?
- No es
verdad. Sólo hacemos eso con los gajes, los extranjeros, como medio para
ganarnos la vida. Jamás leemos las cartas, ni las manos, ni intentamos prever
el futuro cuando estamos con nuestra tribu. Y tú…
…soy parte de
la tribu. Aunque la mujer que me trajo al mundo me haya enviado lejos.
Sí.
Entonces,
¿qué hago aquí? Ya te he visto la cara, puedo volver a Londres, mis vacaciones
se están acabando.
¿Quieres
saber cosas de tu padre?
No tengo el
menor interés.
Y de repente
entiendo en qué puedo ayudarla. Es como si una voz ajena saliese de mi boca:
- Comprende
la sangre que corre por mis venas y por tu corazón.
Es mi maestro
el que hablaba a través de mí. Ella
vuelve a cerrar los ojos y duerme casi doce horas seguidas.
Al día
siguiente la llevo a los alrededores de Sibiu, donde han hecho un museo con
casas de toda la región. Por primera vez tengo el placer de prepararle el desayuno.
Está más descansada, menos tensa, y me pregunta cosas sobre la cultura gitana,
aunque jamás intenta saber cosas de mí.
Me habla también un poco de su vida; ¡sé que soy abuela! No habla de su marido
ni de sus padres adoptivos. Dice que vendía terrenos en un lugar muy lejano, y
que pronto tendría que regresar a su
trabajo.
Le explico
que puedo enseñarle a hacer amuletos para prevenir el mal, pero no me muestra
el menor interés. Pero cuando le hablo de hierbas que curan, me pide que le
enseñe a reconocerlas.
En el jardín
por le que paseamos intento transmitirle todo mi conocimiento, aunque estoy
segura de que lo olvidará todo en cuanto regrese a su tierra natal, que ahora
ya sé que es Londres.
No poseemos
la tierra: es ella la que nos posee. Como antiguamente viajábamos sin parar,
todo lo que nos rodeaba era nuestro: las plantas, el agua, los paisajes por los
que pasaban nuestras caravanas. Nuestras leyes eran las leyes de la naturaleza:
los más fuertes sobreviven, y nosotros, los débiles, los eternos exiliados,
aprendemos a esconder nuestra fuerza, para usarla solamente en el momento
necesario.
“Creemos que
Dios no creó el universo; Dios es el universo, nosotros estamos en Él, y Él
está en nosotros. Aunque…
Paro. Pero
decido continuar, porque esta es una manera de homenajear a mi protector.
… en mi
opinión, deberíamos llamarlo Diosa. Madre. No de la mujer que abandona a su
hija en un orfanato, sino de Aquella que está en nosotros y nos protege cuando
estamos en peligro.
Estará
siempre con nosotros mientras hagamos nuestras tareas con amor, alegría,
entendiendo que nada es sufrimiento, todo es una manera de alabar la Creación.
Athena –ahora
yo ya sé su nombre- desvía la mirada hacia una de las casas que están en el
jardín.
¿Qué es
aquello? ¿Una iglesia?
Las horas que
había paso a su lado me permiten recuperar fuerzas; le pregunto si quiere
cambiar de tema. Ella reflexiona durante un momento, antes de responder.
Quiero seguir
escuchando lo que tengas que decirme. Aunque, por lo que entendí después de
todo lo que leí antes de venir aquí, eso que me dices no encaja con la
tradición de los gitanos.
Fue mi
protector quien me lo enseñó. Porque sabía cosas que los gitanos no saben,
obligó a los de la tribu a aceptarme de nuevo en su círculo. Y, a medida que
aprendía con él, iba dándome cuenta del poder de la Madre; yo, que había
rechazado esta bendición.
Agarro un
pequeño arbusto con las manos.
- Si algún
día tu hijo tiene fiebre, ponlo junto a una planta joven y sacude sus hojas: la
fiebre pasará a la planta. Si te sientes angustiada, haz lo mismo.
- Prefiero
que me sigas hablando de tu protector.
- Él me decía
que al principio la Creación era profundamente solitaria. Entonces creó a
alguien con quien hablar. Estos dos, en un acto de amor, hicieron una tercera
persona, y a partir de ahí, todo se multiplicó por miles, millones. Me has
preguntado sobre la iglesia que acabamos de ver: no sé su origen, y no me
interesa, mi templo es el jardín, el cielo, el agua del lago y del riachuelo
que lo alimenta. Mi pueblo son personas que comparten la misma idea conmigo, y
no aquellas a quienes estoy ligada por los lazos de sangre. Mi ritual es estar
con esa gente celebrando todo lo que está a mi alrededor. ¿Cuándo pretendes
volver a casa?
- Tal vez
mañana. Siempre que no te moleste.
Otra herida
en mi corazón que quieras. Sólo te lo he preguntado porque quería celebrar tu
llegada con los demás. Puedo hacerlo hoy por la noche si estás de acuerdo.
Ella no dice
nada, y entiendo que es un “sí”. Volvemos a casa, la alimento de nuevo, ella me
explica que tiene que ir hasta el hotel de Sibiu para coger alguna ropa, cuando
vuelve, ya lo tengo todo organizado. Nos vamos a una colina al sur de la
ciudad, nos sentamos alrededor de la hoguera que acaba de ser encendida, tocamos
instrumentos, cantamos, bailamos, contamos historias. Ella asiste a todo sin
participar en nada, aunque el Rom Baro haya dicho que era una excelente
bailarina. Por primera vez en todos estos años, estoy alegre, por poder
preparar un ritual para mi hija y celebrar con ella el milagro de estar vivas,
con salud, sumergidas en el amor de la Gran Madre.
Al final
,dice que esa noche se va a dormir al hotel. Le pregunto si es una despedida,
ella dice que no. Volverá mañana.
Durante toda
una semana, mi hija y yo compartimos la adoración del Universo. Una de esas
noches, ella trae a un amigo, pero me explicó que no es un novio, ni el padre
de su hijo. El hombre, que debe de tener diez años más que ella, pregunta a
quién estamos adorando en nuestros rituales. Le explico que adorar a alguien
significa –según mi protector –poner a esa persona fuera de nuestro mundo. No
estamos adorando nada, sólo comulgando con la Creación.
¿Pero rezáis?
Personalmente,
yo le rezo a santa Sara. Pero aquí somos parte de todo, celebramos en vez de
rezar.
Pienso que
Athena se siente orgullosa con mi respuesta. En realidad, yo estaba repitiendo
las palabras de mi protector.
¿Y por qué lo
hacéis juntas si podemos celebrar solos nuestro contacto con el Universo?
Porque los
otros son yo. Y yo soy los otros.
En ese
momento, Athena me mira, y yo siento que esa vez soy yo la que le rompo el
corazón.
Me voy
mañana- dijo.
Antes de
irte, ven a despedirte de tu madre.
Es la primera
vez, a lo largo de todos esos días, que uso ese término. Mi voz no tiembla, mi
mirada se mantiene firme, y yo sé que, a pesar de todo, allí está la sangre de
mi sangre, el fruto de mi vientre. En aquel momento me comporto como una niña que acaba de comprender que el mundo
no está lleno de fantasmas y de maldiciones, como nos han enseñado los adultos;
está lleno de amor, independientemente de cómo se manifieste. Un amor que
perdona los errores y que redime tus pecados.
Ella me
abraza durante un rato largo. Después, me arregla el velo que llevo para
cubrirme el pelo (aunque no tenga un marido, la tradición gitana dice que tengo
que usarlo, porque ya no soy virgen). ¿Qué me reserva el mañana, además de la
partida de un ser al que siempre he amado y temido en la distancia? Yo soy
todos, y todos son yo y mi soledad.
Al día
siguiente, Athena aparece con un ramo de flores, ordena mi habitación, me dice
que debo usar gafas porque mis ojos se desgastan con la costura. Me pregunta si
los amigos con los que celebro no acaban teniendo problemas con la tribu, y le
digo que no, que mi protector era un hombre respetado, había aprendido cosas
que los demás no sabíamos, tenía discípulos en todo el mundo. Le explico que ha
muerto poco antes de que ella llegase.
Un día, se le
acercó un gato y lo tocó con su cuerpo. Para nosotros, eso significaba muerte,
y nos preocupamos; pero hay un ritual para cortar el maleficio.
“Sin embargo,
mi protector dijo que ya era el momento de partir, tenía que viajar por los
mundos que él sabía que existían, volver a nacer como niño, y antes reposar un
poco en brazos de la Madre. Su funeral fue sencillo, en un bosque aquí cerca,
pero asistió gente de todo el mundo.
-¿Entre
ellos, una mujer de pelo negro, de unos treinta y cinco años?
- No me
acuerdo bien, pero es posible que sí. ¿Por qué quieres saberlo?
- Conocí a
alguien en un hotel de Bucarest que me dijo que había venido al funeral de un
amigo. Creo que dijo algo como “su maestro”.
Me pide que
le hable más de los gitanos, pero no hay mucho que no sepa. Sobre todo porque,
además de los hábitos y las tradiciones, casi no conocemos nuestra historia. Le
sugiero que un día vaya hasta Francia, y lleve en mi nombre una falda para
imagen de Sara a la aldea francesa de Saintes -
Maries – de- la –Mer.
Vine hasta
aquí porque me faltaba algo en la vida. Tenía que rellenar los espacios en
blanco, y creí que sólo con verte la cara sería suficiente. Pero no; también
tenía que entender que… había sido amada.
Eres amada.
Hago una
pausa larga: por fin puedo poner en palabras lo que me habría gustado decir
desde que la dejé marchar. Para evitar que se quede conmovida, sigo:
Me gustaría
pedirte una cosa.
Lo que
quieras.
Quiero
pedirte perdón.
Ella se
muerde los labios.
Siempre he
sido una persona muy nerviosa. Trabajo mucho, cuido a mi hijo, bailo como una
loca, he aprendido caligrafía, frecuento cursos de perfeccionamiento de ventas,
leo un libro tras otro. Todo para evitar esos momentos en los que no pasa nada,
porque esos espacios en blanco me daban la sensación de un vacío absoluto, en
el que no hay ni una migaja de amor. Mis padres siempre lo han hecho todo por
mí, y creo que no dejo de decepcionarlos.
“ Pero aquí,
mientras estábamos juntas, en los momentos en los que celebré la naturaleza y a
la Gran Madre contigo , entendí que esos
espacios en blanco empezaban a llenarse. Se convirtieron en pausas: el momento
en el que el hombre levanta la mano del tambor, antes de tocarlo de nuevo con
fuerza. Creo que me puedo marchar; no digo que vaya a ir en paz, porque mi vida
necesita un ritmo al que estoy acostumbrada. Pero tampoco me voy amargada.
¿Creen todos los gitanos en la Gran Madre?
Si se lo
preguntas, ninguno te dirá que sí. Han adoptado las creencias y las costumbres
de los lugares en los que se han ido instalando. Sin embargo, lo único que nos
une en la religión es adorar a santa Sara y peregrinar por lo menos una vez en
la vida a su tumba, en Saintes- Maries-de-la-Mer. Algunas tribus la llaman
Sarah-Kali, Sara la Negra. O Virgen de los Gitanos, como se la conoce en
Lourdes.
Tengo que
ir-dijo Athena después de un rato-.El amigo que conociste el otro día me va a
acompañar.
Parece un
buen hombre.
Hablas como
una madre.
Soy tu madre.
Soy tu hija.
Me abrazó,
esta vez con lágrimas en los ojos. Atusé su pelo, mientras la tenía entre mis
brazos como siempre había soñado, desde que un día, el destino – o mi miedo-
nos separó. Le pedí que se cuidase, y ella me respondió que había aprendido
mucho.
Vas a
aprender más todavía porque, aunque hoy todos estemos sujetos a casa, ciudades,
empleos, todavía me corre por la sangre el tiempo de las caravanas, los viajes
y las enseñanzas que la Gran Madre ponía en nuestro camino para que pudiéramos
sobrevivir. Aprende, pero aprende siempre con gente a tu lado.
No vayas sola
en esta búsqueda: si das un paso equivocado, no tendrás a nadie para ayudarte a
corregirlo.
Ella sigue
llorando, abrazada a mí, casi pidiéndome quedarse. Le imploré a mi protector
que no me dejase verter ni una lágrima, porque quería lo mejor para Athena, y
su destino era seguir adelante. Aquí, en Transilvania, a parte de mi amor, no
iba a encontrar nada más. Y aunque yo creo que el amor es suficiente para
justificar toda una existencia, tengo la absoluta certeza de que no puedo
pedirle que sacrifique su futuro para quedarse a mi lado.
Athena me da
un beso en la frente y se va sin decir adiós, pensando que tal vez un día
volvería. Todas las navidades me enviaba el suficiente dinero para pasar todo
el año sin tener que coser; jamás fui al banco para cobrar sus cheques, aunque
todos los de la tribu pensaban que me comportaba como un ignorante.
Hace seis
meses, dejó de mandar dinero. Debió de entender que necesito la costura para
llenar aquello que ella llamaba los “espacios en blancos”.
Por más que
desease verla una vez más, sé que no va a volver nunca; en este momento debe de
ser una gran ejecutiva, casada con un hombre al que ama, debo de tener muchos
nietos, y mi sangre perdurará en esta tierra, y mis errores serán perdonados.
SAMIRA R.
KHALIL, AMA DE CASA.
En cuanto
Sherine entró en casa dando gritos y abrazando a un asustado Viorel, entendí
que todo había ido mejor de lo que me imaginaba. Sentí que Dios había escuchado
mis oraciones, y ahora ya no tenía nada más que descubrir sobre sí misma. Por
fin podía adaptarse a una vida normal, criar a su hijo, casarse otra vez, y
apartarse de toda aquella ansiedad que la ponía eufórica y depresiva al mismo
tiempo.
Te quiero,
mamá.
Fue mi turno
para agarrarla y estrecharla en mis brazos. Durante algunas de aquellas noches
en las que estuvo fuera, confieso que me aterrorizaba la idea de que mandase a
alguien a buscar a Viorel, y que no volviesen nunca más.
Después de
comer, ducharse, contarme su encuentro con su madre biológica, describirme los
paisajes de Transilvania (yo no me
acordaba bien, ya que sólo fui en busca de un orfanato), le pregunté cuándo
volvía a Dubai.
La semana que
viene. Antes tengo que ir a Escocia a ver a una persona.
¡Un hombre!
Una mujer-
continuó ella, notando posiblemente mi sonrisa de complicidad-. Siento que
tengo una misión. He descubierto cosas que no creía que existiesen mientras
celebraba la vida y la naturaleza. Lo que creí que sólo podía encontrar en el
baile está en todas partes. Y tiene rostro de mujer: yo la vi en…
Me asusté. Le
dije que su misión era cuidar a su hijo, intentar ser mejor en su trabajo,
ganar más dinero, casarse de nuevo, respetar a Dios tal y como lo conocemos.
Pero Sherine
no me estaba escuchando.
Fue una noche
en la que estábamos sentados alrededor de la hoguera, bebiendo, riendo con
historias, escuchando música.
Salvo una vez
en el restaurante, todos los días que pasé allí no sentí la necesidad de
bailar, como si estuviese acumulando energía
para algo diferente. De repente sentí que todo a mi alrededor estaba
vivo, latiendo; la Creación y yo éramos una sola cosa.
Lloré de
alegría cuando las llamas de la hoguera parecieron convertirse en el rostro de
una mujer, llena de compasión, que me sonreía.
Sentí un
escalofrío; hechicería gitana, seguro. Y al mismo tiempo me volvió la imagen de
la niña en el colegio, que decía que había visto a “una mujer de blanco”.
No te dejes
llevar por esas cosas, que son del demonio.
Siempre has
tenido un buen ejemplo en nuestra familia, ¿es que no puedes llevar una vida
normal?
Por lo visto,
me había precipitado al creer que el viaje en busca de su madre biológica le
había sentado bien. Pero, en vez de reaccionar con la agresividad de siempre,
ella continuó sonriendo:
¿Qué es
normal? ¿Por qué papá vive sobrecargado de trabajo, si ya tenemos dinero
suficiente como para mantener a tres generaciones? Es un hombre honesto, se
merece lo que gana, pero siempre dice, con cierto orgullo, que tiene demasiado
trabajo.. ¿Para qué? ¿Adónde quiere llegar?
Es un hombre
que dignifica su vida.
Cuando vivía
con vosotros, siempre que llegaba a casa me preguntaba por los deberes, me daba
unos cuantos ejemplos de lo necesario que era su trabajo para el mundo, ponía
la televisión, hacía comentarios sobre la situación política en el Líbano,
antes de dormir se leía uno u otro libro técnico, estaba siempre ocupado.
“ Y contigo,
lo mismo; yo era mejor vestida en el colegio, me llevabas a fiestas, cuidabas
de las cosas de casa, siempre has sido buena, cariñosa, y me has dado una
educación impecable.
Pero ahora
que se acerca la vejez: ¿qué pensáis hacer en la vida, ahora que ya he crecido
y soy independiente?
vamos a
viajar. Recorrer el mundo, disfrutar de nuestro merecido descanso.
¿Por qué no
lo hacéis ya, mientras todavía tenéis salud?
Ya me había
preguntado lo mismo. Pero sentía que mi marido necesitaba su trabajo; no por el
dinero, sino por la necesidad de ser útil, de demostrar que un exiliado cumple
con sus compromisos. Cuando cogía vacaciones y se quedaba en la ciudad, siempre
hacía lo posible por ir al despacho, hablar con sus amigos, tomar una u otra
decisión que podría esperar. Intentaba forzarlo a ir al teatro, al cine, a los
museos, hacía todo lo que yo le pedía, pero sentí que se aburría; lo único que
le interesaba era la firma, el trabajo, lo negocios.
Por primera
vez hablé con ella como si fuera una amiga, y no mi hija, pero usando un
lenguaje que no me comprometiese, y que ella pudiese entender fácilmente.
¿Crees que tu
padre también intenta rellenar eso que tú llamas “espacios en blanco”?
El día que se
retire, aunque yo creo que ese día no va a llegar nunca, puedes estar segura de
que se va a deprimir. ¿Qué hacer con esa libertad tan arduamente conquistada?
Todos lo felicitarán por su brillante carrera, por la herencia que nos dejó,
por la integridad con la que ha dirigido su firma. Pero nadie tendrá tiempo
para él: la vida sigue su curso, y todos están inmersos en ella. Papá se
sentirá un exiliado de nuevo, sólo que esta vez no tendrá un país para
refugiarse.
¿Tienes
alguna idea mejor?
Sólo tengo
una: no quiero que eso me pase a mí. Soy demasiado nerviosa, y no me entiendas
mal, no estoy echándole la culpa al ejemplo que me habéis dado. Pero necesito
cambiar.
“Cambiar
rápido.
DEIDRE
O´NEILL ,CONOCIDA COMO EDDA.
Sentada en
completa oscuridad.
El niño, está
claro, salió inmediatamente de la sala- la noche es el reino del terror, de los
monstruos del pasado, de la época en la que andábamos como los gitanos, como mi
antiguo maestro-,que la Madre tenga compasión de su alma y esté siendo cuidado
con cariño hasta el momento de volver.
Athena no
sabe que hacer desde que apagué la luz. Pregunta por su hijo, le digo que no se
preocupe, que lo deje de mi cuenta. Salgo, enciendo la televisión, pongo un
canal de dibujos animados, le quito el sonido; el niño se queda hipnotizad, y
en seguida el problema está resuelto. Me pongo a pensar cómo sería en el
pasado, porque las mujeres iban al mismo ritual que Athena, llevaban a sus
hijos, pero no había televisión. ¿Qué hacía la gente que estaba allí para
enseñar?
Bueno, no es
mi problema.
Lo que el
niño está experimentando frente a la televisión- una puerta a una realidad
diferente – es lo mismo que voy a provocar en Athena. ¡Es todo tan simple, y al
mismo tiempo, tan complicado! Simple, porque basca con cambiar de actitud. No
voy a buscar más la felicidad. A partir de ahora soy independiente, veo la vida
con mis propios ojos, y no con los de los demás. Voy a buscar la aventura de
estar viva.
Y complicado:
¿por qué no voy a buscar la felicidad si la gente me ha enseñado que es el
único objetivo que merece la pena?
¿Por qué me
voy a arriesgar a tomar un camino que otros no se arriesgaron a tomar?
Después de
todo, ¿qué es la felicidad?
Amor,
responden. Pero el amor no da, y nunca ha dado felicidad. Todo lo contrario,
siempre es una angustia, un campo de batalla, muchas noches en vela,
preguntándonos si estamos haciendo lo correcto. El verdadero amor está hecho de
éxtasis y agonía.
Paz,
entonces. ¿Paz? Si miramos a la Madre, ella nunca está en paz. El invierno
lucha con el verano, el sol y la luna nunca se ven, el tigre persigue al
hombre, que tiene miedo del perro, que perdigue al gato, que persigue al ratón,
que asusta al hombre.
El dinero da
la felicidad. Muy Bien: entonces todas las personas que tienen el dinero
suficiente para vivir con un altísimo tren de vida podrían dejar de trabajar.
Pero siguen más nerviosas que antes, como si temieran perderlo todo. El dinero
da más dinero, eso es verdad. La pobreza puede provocar la infelicidad, pero al
contrario no es cierto.
He buscado la
felicidad durante mucho tiempo de mi vida; ahora lo que quiero es alegría. La
alegría es como el sexo: empieza y acaba. Yo quiero placer. Quiero estar
contenta, ¿pero felicidad? Ya no caigo en esa trampa.
Cuando estoy
con un grupo de personas y decido provocarlas mediante una de las cuestiones
más importantes de nuestra existencia, todas dicen: “Soy feliz”.
Sigo: “¿Pero
no quieres tener más, no quieres seguir creciendo?” Todos responden: “Claro”.
Insisto:
“Entonces no eres feliz”. Todos cambian de tema.
Es mejor que
vuelva a la sala en la que está Athena ahora.
Oscura. Ella
escucha mis pasos, la cerilla que se rasca y enciende una vela.
Todo lo que
nos rodea es el Deseo Universal. No es la felicidad; es un deseo. Y los deseos
siempre son incompletos: cuando se realizan, dejan de ser deseos, ¿no?
¿Dónde está
mi hijo?
Tu hijo está
bien, viendo la tele. Sólo quiero que mires esta vela, que no hables, que no
digas nada. Sólo cree.
Creer que…
Te he pedido
que no dijeras nada. Estás viva, y esta vela es el único punto de tu universo,
tienes que creer en eso. Olvida para siempre esa idea de que el camino es una
manera de llegar a un destino: en realidad, siempre estamos llegando, a cada
paso.
Repítelo
todas las mañanas: “He llegado”. Verás que es mucho más fácil estar en contacto
con cada segundo del día.
Hice una
pausa.
La llama de
la vela está iluminando tu mundo. Pregúntale:
¿Quién soy
yo?
Esperé un
poco más. Y seguí:
Imagino tu
respuesta: soy fulana de tal, he vivido esta y aquellas experiencias. Tengo un
hijo, trabajo en Dubai. Ahora vuelve a preguntarle a la vela: ¿Quién no soy yo?
Esperé de
nuevo. Y de nuevo seguí:
Debes de
haber respondido: no soy una persona alegre. No soy una típica madre de familia
que sólo se preocupa de su hijo, de su marido, de tener una casa con jardín y
un sitio en el que pasar las vacaciones todo el verano. ¿He acertado? Puedes
hablar.
Has acertado.
Entonces
estamos en el camino correcto. Eres, igual que yo, una persona insatisfecha. Tu
“realidad” no encaja con la “realidad” de los demás. Y te da miedo que tu hijo
siga el mismo camino ¿no?
Sí.
Aún así sabes
que no puedes parar. Luchas, pero no eres capaz de controlar tus dudas. Mira
bien esta vela: en este momento, es tu universo; concentra tu atención, ilumina
un poco a tu alrededor. Respira hondo, retén el aire en los pulmones el máximo
tiempo posible, y expira. Repítelo cinco veces.
Ella
obedeció.
Este
ejercicio debería haber calmado tu alma. Ahora recuerda lo que te he dicho.
Tienes que creer. Tienes que creer que eres capaz, que ya has llegado a donde
querías. En un determinado momento de tu vida, como me contaste esta tarde
mientras tomábamos té, dijiste que había cambiado el comportamiento de la gente
del banco en el que trabajabas, porque les habías enseñado a bailar. No es
verdad.
“Lo cambiaste
todo, porque cambiaste tu realidad con el baile. Creíste en esa historia del
Vértice, que me parece interesante, aunque jamás haya oído hablar de ella. Te
gustaba bailar, creías en lo que estabas haciendo. No se puede creer en algo
que no nos gusta, ¿entiendes?
Athena
asintió con la cabeza, manteniendo loso ojos fijos en la llama de la vela.
La fe no es
un deseo. La fe es una Voluntad. Los
deseos siempre son cosas que se rellenan, la Voluntad es una fuerza. La
Voluntad cambia el espacio que está a nuestro alrededor, como hiciste con tu
trabajo en el banco. Pero, para ello, es necesario el Deseo. ¡Por favor,
concéntrate en la vela!
“Tu hijo
salió de aquí y se fue a ver la tele porque la oscuridad le da miedo. ¿Por qué
motivo? En la oscuridad podemos proyectar cualquier cosa, y generalmente sólo
proyectamos nuestros fantasmas. Eso vale para los niños y para los adultos.
Levanta el brazo derecho lentamente.
El brazo se
movió hacia lo alto. Le pedí que hiciera lo mismo con el izquierdo. Pude ver
bien sus senos, mucho más bonitos que los míos.
Puedes
bajarlos, pero también lentamente. Cierra los ojos, respira hondo, voy a
encender la luz. Ya está: se acabó el ritual.
Vamos a la
sala.
Se levantó
con dificultad; las piernas se le habían dormido por culpa de la postura que le
había mandado adoptar.
Viorel ya se
había dormido; yo apagué la tele, fuimos a la cocina.
¿Para qué ha
servido todo eso?- preguntó.
Sólo para
sacarte de la realidad cotidiana. Podría haber sido cualquier cosa en la que
pudieses fijar tu atención, pero a mí me gusta la oscuridad y la llama de una
vela. Bueno, te refieres adónde quiero llegar ¿no?
Athena me
comentó que había viajado casi tres horas en el tren, con su hijo en brazos,
cuando tenía que estar haciendo la maleta para volver al trabajo; podría
haberse quedado mirando una vela en su habitación, no hacía falta venir hasta
Escocia.
Sí que hacía
falta- respondí. Para saber que no estás sola, que hay otras personas que están
en contacto con lo mismo que tú. El simple hecho de entender eso te permite
creer.
¿Creer en
qué?
Que estás en
el camino correcto. Y como te he dicho antes, llegando a cada paso.
¿Qué camino?
Pensé que, al ir a buscar a mi madre a Rumania, por fin encontraría la paz de
espíritu que tanto necesitaba, pero no fue así. ¿De qué camino estás hablando?
De eso no
tengo la menor idea. No lo descubrirás hasta que empieces a enseñar. Cuando
vuelvas a Dubai, busca un discípulo o una discípula.
¿Enseñar
baile o caligrafía?
De eso ya
sabes. Tienes que enseñar aquello que no sabes.
Aquello que
la Madre desea revelar a través de ti.
Ella me miró
como si yo me hubiese vuelto loca.
Eso mismo-
insistí - ¿Por qué te pedí que levantases los brazos y que respiraras hondo?
Para que pensaras que sabía algo más que tú. Pero no es cierto; no era más que
una manera de sacarte del mundo al que estás acostumbrada. No te pedí que le
dieras las gracias a la Madre, que dijeras lo maravillosa que es, ni que su
rostro brilla en las llamas de una hoguera. Sólo te pedí el gesto absurdo e
inútil de levantar los brazos, y que concentrases tu atención en una vela. Eso
es suficiente, intentar siempre que sea posible, hacer algo que no encaja con
la realidad que nos rodea.
“Cuando
empieces a crear rituales para que los haga tu discípulo, serás guiada. Ahí es
donde comienza el aprendizaje, eso es lo que decía mi protector. Si quieres
escuchar mis palabras, muy bien. Si no quieres, sigue tu vida como hasta este
momento, y acabarás dando con una pared llamada “insatisfacción”.
Llamé a un
taxi, hablamos un poco de moda y de hombres, y Athena se fue. Estaba segura de
que me escucharía, sobre todo porque formaba parte de ese tipo de personas que
nunca renuncian a un desafío.
Enséñale a la
gente a ser diferente. ¡Sólo eso!- le grité mientras el taxi se alejaba.
Eso es la alegría. La felicidad sería estar
satisfecha con todo lo que tenía; un amor, un amor, un hijo, un empleo. Y
Athena, al igual que yo, no había nacido para ese tipo de vida.
HERON RYAN, PERIODISTA.
Claro que yo
no admitía estar enamorado; tenía una novia que me amaba, que me completaba,
que compartía conmigo los momentos difíciles y las horas de alegría.
Todas las
citas y los acontecimientos de Sibiu formaban parte de un viaje; no era la
primera vez que sucedía cuando estaba fuera de casa. La gente, cuando se aleja
de su mundo, suele ser más aventurera, ya que las barreras y los prejuicios
quedan lejos.
Al volver a
Inglaterra, lo primero que hice fue decir que el documental sobre el Drácula
histórico era una tontería; un simple libro de un irlandés loco había sido
capaz de dar una imagen pésima de Transilvania, uno de los lugares más bonitos
del planeta. Evidentemente, los productores no estaban satisfechos en absoluto,
pero en ese momento no me importaba su opinión: dejé la televisión, y me fui a
trabajar a uno de los periódicos más importantes del mundo.
Fue entonces
cuando me di cuenta de que me gustaría ver de nuevo a Athena.
La llamé,
quedamos para dar un paseo antes de que ella volviese a Dubai. Ella aceptó,
pero me dijo que le gustaría ser mi guía por Londres.
Entramos en
el primer autobús que llegó a la parada, sin preguntar en qué dirección iba,
escogimos a una señora que estaba allí por casualidad, y dijimos que nos
bajaríamos en el mismo sitio de ella. Bajamos en Temple, pasamos junto a un
mendigo que nos pidió limosna, pero no se la dimos, y seguimos adelante
mientras oíamos sus insultos, entendiendo que no era más que una forma de
comunicarse con nosotros.
Vimos a
alguien que intentaba destrozar una cabina telefónica; pensé en llamar a la
policía, pero Athena me lo impidió; tal vez acababa de terminar una relación
con el amor de su vida y necesitaba descargar todo lo que sentía. O, quién
sabe, puede que no tuviera con quién hablar, y no podía permitir que los demás
lo humillasen, utilizando aquel teléfono para hablar de negocios o de amor.
Me mandó
cerrar los ojos y que le describiese exactamente la ropa que llevábamos puesta;
para mi sorpresa, sólo acerté algunos detalles.
Me preguntó
qué recordaba de mi mesa de trabajo; le dije que sobre ella había papeles que
me daba pereza ordenar.
-¿Ya has
pensado que esos papeles tiene vida, sentimiento, peticiones, historias que
contar? Creo que no le prestas a la vida la atención que se merece.
Le prometí
que los revisaría uno por uno cuando volviese al periódico al día siguiente.
Una pareja de
extranjeros, con un mapa, nos pidió información sobre un monumento turístico.
Athena les dio indicaciones precisas pero completamente equivocadas.
¡Les has dado
una dirección diferente!
No importa.
Se perderán, y no hay nada mejor para descubrir sitios interesantes. Haz un
esfuerzo por llenar de nuevo tu vida con un poco de fantasía; sobre nuestras
cabezas hay un cielo al que toda la humanidad, en miles de años de observación,
le ha dado una serie de explicaciones razonables. Olvida lo que aprendiste de
las estrellas, y volverán a transformarse en ángeles, o en niños, o en
cualquier cosa que quieras creer en este momento. Eso no te hará más estúpido:
no es más que un juego, pero puede enriquecer tu vida.
Al día
siguiente, cuando volví al periódico, me encargué de cada papel como si fuese
un mensaje directamente dirigido a mí, y no a institución a lo que represento.
A mediodía, fui a hablar con el secretario de redacción, y le sugería hacer un
reportaje sobre el tema de una Diosa a la que veneran los gitanos. Pensaron que
era una idea excelente, y me designaron para ir a las fiestas a la meca de los
gitanos, Saintes-Maries-de-la-Mer.
Por increíble
que parezca, Athena no mostró interés alguno por acompañarme. Decía que a su
novio- el policía ficticio, que usaba para mantenerme a distancia – no le
gustaría saber que se iba de viaje con otro hombre.
¿Pero no le
prometiste a tu madre llevarle un manto a la santa?
Se lo
prometí, en el caso de que la ciudad me quedara de camino. Pero no es así. Si
algún día paso por allí, cumplo la promesa.
Como iba a
volver a Dubai al domingo siguiente, se fue con su hijo a Escocia, a ver a una
mujer que ambos habíamos conocido en Bucarest. Yo no recordaba a nadie, pero,
igual que había un “novio fantasma”, puede que la “mujer fantasma” fuese otra
disculpa, y decidí no presionarla mucho. Sin embargo, sentí celos, como si
prefiriese estar con otra gente.
Me extrañó
ese sentimiento. Y decidí que, si era necesario ir hasta Oriente Medio para
hacer un reportaje sobre el boom inmobiliario que alguien de la sección de
economía del periódico decía que estaba ocurriendo, me pondría a estudiarlo todo
sobre terrenos, economía, política y petróleo siempre que eso me acercase a
Athena.
Saintes-
Maries-de-la-Mer dio para un excelente artículo. Según la tradición, Sara era
una gitana que vivía en la pequeña ciudad costera, cuando la tía de Jesús,
María Salomé, junto con otros refugiados, llegó allí escapando de las
persecuciones romanas.
Sara los
ayudó y acabó convirtiéndose al cristianismo.
En la fiesta
a la que pude asistir, las partes del esqueleto de dos mujeres que están
enterradas baja el altar son sacadas del
relicario y levantadas para bendecir la multitud de caravanas que llegan
de todos los rincones de Europa con sus ropas de colores, su música y sus
instrumentos. Después, la imagen de Sara, con hermosos mantos, se saca de un
lugar cerca de la iglesia, ya que el Vaticano jamás la canonizó, y es llevada
en procesión hasta el mar a través de las callejuelas cubiertas de rosas.
Cuatro gitanos, con las ropas tradicionales, ponen las reliquias en un barco
lleno de flores, entran en el agua, y repiten la llegada de las fugitivas y el
encuentro con Sara. A partir de ahí, todo es música, fiestas, cantos y
demostraciones de valor delante de un toro.
Un
historiador, Antoine Locadour, me ayudó a contemplar el reportaje con
información interesante respecto a la Divinidad Femenina. Envié a Dubai las dos
páginas escritas para la sección de turismo del periódico. Todo lo que recibí
fue una respuesta amable, agradeciéndome la intención, sin ningún otro
comentario.
Por lo menos,
había confirmado que su dirección existía.
ANTOINE
LOCADOUR, SESENTA Y CUATRO AÑOS, HISTORIADOR, I.C.P.,FRANCIA.
Es fácil
identificar a Sara como una más de las muchas vírgenes negras que hay en el
mundo. Sarah-Kali, dice la tradición, procedía de un noble linaje y conocía los
secretos del mundo. Era, a mi entender, una más de las muchas manifestaciones
de lo que llaman la Gran Madre, la Diosa de la Creación.
Y no me
sorprende que cada vez más la gente se interese por las tradiciones paganas.
¿Por qué? Porque el Dios Padre siempre está asociado con el rigor y la
disciplina del culto.
El fenómeno
no es una novedad: siempre que la religión recrudece sus formas, un grupo
significativo de gente tiende a ir en busca de más libertad en el contacto
espiritual. Sucedió en la Edad Media, cuando la iglesia católica se limitaba a
poner impuestos ya construir conventos
llenos de lujo; como reacción, asistimos al surgimiento de un fenómeno llamado
“hechicería” que, a pesar de ser reprimido por culpa de su carácter
revolucionario, dejó raíces y tradiciones que
han conseguido sobrevivir durante todos estos siglos.
En las
tradiciones paganas, el culto a la naturaleza es más importante que la
reverencia a los libros sagrados; la Diosa está en todo, y todo forma parte de
la Diosa. El mundo es una expresión de
su bondad. Existen muchas doctrinas filosóficas – como el taoísmo o el budismo-
que eliminan la idea de la distinción entre el creador y la criatura. La gente
ya no intenta descifrar el misterio de la vida, sino formar parte de él; en el
taoísmo y en el budismo, incluso sin la figura femenina, el principio central
también afirma que “todo es la misma cosa”.
En el culto a
la Gran Madre, lo que llamamos “pecado”, generalmente una trasgresión de
códigos morales arbitrarios, no existe; el sexo y las costumbres son más
libres, porque forman parte de la naturaleza, y no se pueden considerar frutos
del mal.
El nuevo
paganismo demuestra que el hombre es capaz de vivir sin una religión
instituida, y al mismo tiempo continuar la búsqueda espiritual para justificar
su existencia. Si Dios es madre, entonces todo lo que hay que hacer es unirse y
adorarla a través de los ritos que procuran satisfacer su alma femenina, como
la danza, el fuego, el agua, la tierra, los cantos, la música, las flores, la
belleza.
La tendencia
ha ido creciendo a pasos agigantados en los últimos años. Tal vez estemos ante
un momento muy importante de la historia del mundo, en el que por fin el
Espíritu se integra en la Materia, se unifican y se transforman. Al mismo
tiempo, creo que se producirá una reacción muy violenta por parte de las
instituciones religiosas organizadas, que empiezan a perder fieles. El
fundamentalismo crecerá y se instalará en todas partes.
Como
historiador, me contento con recoger datos y analizar esta confrontación entre
la libertad de adorar y la obligación de obedecer. Entre el Dios que controla
el mundo y la diosa que es parte del mundo. Entre la gente que se une en grupos
en los que la celebración se hace de modo espontáneo y aquellas que se van
cerrando en círculos en los que aprenden lo que se debe y lo que no se debe
hacer.
Me gustaría
ser optimista, creer que finalmente el ser humano no ha encontrado su camino
hacia el mudo espiritual. Pero las señales no son así de positivas: una nueva
persecución conservadora, como ya sucedió muchas veces en el pasado, puede
sofocar de nuevo el culto a la Madre.
Andrea
McCain, actriz de teatro.
Es muy
difícil intentar ser imparcial, contar una historia que empezó con admiración y
que terminó con rencor. Pero voy a intentarlo, voy a hacer un esfuerzo sincero
por describir a la Athena que vi la
primera vez de Dubai, con dinero y con ganas de compartir todo lo que sabía
sobre los misterios de la magia. Esta vez, sólo se había quedado cuatro meses
en Oriente Medio: vendió terrenos para la construcción de dos supermercados,
ganó una enorme comisión, dijo que había ganado el dinero suficiente para vivir
ella y su hijo los tres años siguientes, y que podría volver a trabajar siempre
que quisiera,; ahora era el momento de aprovechar el presente, de vivir lo que
le quedaba de juventud y de enseñar todo lo que había aprendido.
Me recibió
sin mucho entusiasmo:
¿Qué quieres?
Hago teatro y
vamos a representar una obra sobre el lado femenino de Dios. Supe por un amigo
periodista que habías estado en el desierto y en las montañas de los Balcanes,
con los gitanos, y que tienes información al respecto.
¿Has venido
hasta aquí para aprender sobre la Madre sólo porque vas a hacer una obra?
¿Y tú por qué
razón aprendiste?
Athena paró,
me miró de arriba abajo y sonrió:
Tienes razón.
Ésa fue mi primera lección como maestra: enseña a quien quiera aprender. El
motivo no importa.
Cómo?
Nada.
El origen del
teatro es sagrado. Empezó en Grecia, con himnos a Dionisio, el dios del vino,
del renacimiento y de la fertilidad. Pero se cree que desde épocas remotas los
seres humanos hacían el ritual en el que fingían ser otras personas, y de esa
manera intentaban la comunicación con lo sagrado.
Segunda
lección, gracias.
No entiendo.
He venido aquí a aprende, no a enseñar.
Aquella mujer
estaba empezando a enfurecerme,. Puede que estuviese siendo irónica.
Mi
protectora…
¿Protectora?
…otro día te
lo explico. Mi protectora me dijo que sólo aprenderé lo que necesito si me
provocan. Y, desde que volví de Dubai, tú has sido la primera persona que me lo
ha demostrado.
Tiene sentido
lo que ella me dijo.
Le expliqué
que en el proceso de investigación para la obra de teatro había ido de un
maestro a otro. Pero no había nada excepcional en sus enseñanzas, salvo el
hecho de que mi curiosidad iba aumentando a medida que progresaba en la
cuestión.
También le
dije que la gente que trataba el tema parecía confusa, y no sabía exactamente
lo que quería.
¿Cómo por
ejemplo?
El sexo, por
ejemplo. En algunos sitios a los que fui, estaba totalmente prohibido. En
otros, no sólo era totalmente libre, sino que a veces se organizaban orgías. Me
pidió más detalles, y no entendí si lo hacía para ponerme a prueba o si no
sabía nada de lo que estaba pasando.
Athena siguió
antes de que yo pudiese responder a su pregunta.
-¿Cuándo
bailas sientes deseo? ¿Sientes que estás provocando una energía superior?
¿Cuándo bailas, hay momentos en lo que dejas de ser tú?
Me quedé sin
saber qué decir. En realidad, en las discotecas y en las fiestas de amigos, la
sensualidad estaba siempre presente en el baile. Yo empezaba provocando, me
gustaba ver la mirada de deseo de los hombres, pero a medida que la noche
avanzaba, parecía entrar más en contacto conmigo, el hecho de estar seduciendo
a alguien o no dejaba de importarme…
Athena
siguió:
-Si el teatro
es un ritual, el baile también. Además , es una manera ancestral de acercarse a
la pareja. Como si los hilos que nos conectan con el resto del mundo quedasen
limpios de prejuicios y de miedos. Cuando bailas, puedes permitirte el lujo de
ser tú mismo.
Empecé a
escucharla con respeto.
Después,
volvemos a ser lo que éramos antes; personas asustadas, que intentan ser más
importantes de lo que creen que son.
Exactamente
igual que me sentía yo. ¿ O es que todo el mundo experimenta lo mismo?
-¿Tienes
novio?
Recordé que,
en uno de los lugares a lo que había ido para aprender la “Tradición de Gaia”,
uno de los “druidas” me había pedido que hiciera el amor delante de él.
Ridículo y de temer, ¿cómo esa gente osaba utilizar la búsqueda espiritual para
sus propósitos más siniestros?
-¿Tienes
novio? – repitió.
- Sí.
Athena no
dijo nada más. Sólo se puso la mano en los labios, pidiéndome que guardase
silencio.
Y de repente
me di cuenta de que resultaba tremendamente difícil estar en silencio delante
de alguien a quien acabas de conocer. La tendencia es hablar sobre cualquier
cosa: el tiempo, los problemas de tráfico, los mejores restaurante. Estábamos
las dos sentadas en el sofá de su sala totalmente blanca, con un reproductor de
CD y una pequeña estantería en la que estaban guardados los discos. No veía
libros por ninguna parte, ni cuadros en las paredes. Como había viajado,
esperaba encontrarme objetos y recuerdos de Oriente Medio.
Pero estaba
vacío, y ahora el silencio.
Sus ojos
grises estaban fijos en los míos, pero permanecí firme y no aparté la mirada.
Instinto, tal vez. Maneras de decir que estamos asustados, sino afrontando el
desafío. Sólo que, con el silencio y la sala blanca, el ruido del tráfico allá
fuera, todo empezó a parecer irreal. ¿Cuánto tiempo íbamos a estar allí, sin
decir nada?
Empecé a
acompañar mis pensamientos; ¿había ido allí en busca de material para mi obra,
o quería el conocimiento, la sabiduría, los…poderes? No era capaz de definir lo
que me había llevado a una…
¿A una qué?
¿Una bruja?
Mis sueños de
adolescente volvieron a la superficie: ¿ quién no le gustaría encontrarse con
una bruja de verdad, aprender magia, ser vista con respeto y temor por sus
amigas? ¿Quién, siendo joven, no ha sentido la injusticia de los signos de
represión de la mujer, y sentía que ésa era la mejor manera de rescatar la
identidad perdida? Aunque ya hubiese pasado esta fase, era independiente, hacía
lo que me gustaba en un terreno tan competitivo como el teatro, ¿por qué nunca
estaba contenta, tenía petitivo como el teatro, ¿por qué nunca estaba contenta,
tenía que poner siempre a prueba mí… curiosidad?
Debíamos de
tener más o menos la misma edad… ¿ o era mayor? ¿Tendría ella también un novio?
Athena se
dirigió hacia mí. Ahora estábamos separadas por menos de un brazo, y empecé a
sentir miedo. ¿Sería lesbiana?
Sin desviar
los ojos, sabía dónde estaba la puerta y podía salir en el momento que quisiera.
Nadie me había obligado a ir a aquella casa, a buscar a alguien que no había
visto en mi vida, y quedarme allí perdiendo el tiempo, sin decir nada, sin
aprender absolutamente nada. ¿Adónde quería llegar?
Al silencio,
tal vez. Mis músculos empezaron a ponerse tensos.
Estaba sola,
desprotegida. Necesitaba desesperadamente hablar, o hacer que mi mente dejase
de decirme que todo me estaba amenazando. ¿Cómo podía saber quién soy? ¡Somos
lo que decimos!
¿No me hizo
preguntas sobre mi vida? Quiso saber si tenía novio, ¿no? Yo intenté hablar más
de teatro, pero no fui capaz.
¿Y las
historias que oí, de su ascendencia gitana, de su encuentro en Transilvania, la
tierra de los vampiros?
Mi cabeza no
paraba: ¿cuánto me iba a costar aquella consulta? Me entró el pavor, debería
haber preguntado antes. ¿Una fortuna? ¿Y si no pagaba, me iba a lanzar un
hechizo que acabaría destruyéndome?
Sentí el
impulso de levantarme, darle las gracias y decirle que no había ido allí para
quedarme en silencio. Si vas al psiquiatra tienes que hablar. Si vas a una
iglesia, oyes un sermón. Si buscas la magia, encuentras un maestro que quiere
explicarte el mundo y te hace una serie de rituales. ¿Pero silencio? ¿Y por qué
me hacía sentir tan incómoda?
Era una
pregunta tras otra, y yo no era capaz de dejar de decir nada. De repente, tal
vez después de unos largos cinco o diez minutos sin que nada se moviese, ella
sonrió.
Yo también
sonreí y me relajé.
Intenta ser
diferente. Sólo eso.
¿Sólo
eso? ¿Quedarse en silencio es ser diferente?
Ahora que
estás hablando y reorganizando el universo, acabarás convenciéndote de que
tienes razón y de que yo estoy equivocada. Pero lo has visto: quedarse en
silencio es diferente.
Es
desagradable. No se aprende nada.
A ella
pareció no importarle mi reacción.
-¿En qué
teatro trabajas?
¡Por fin mi
vida parecía interesarle! Yo volvía a la condición de ser humano, ¡con
profesión y todo! La invité a ir a ver la obra que estábamos representando en
ese momento; fue la única manera que encontré de vengarme, demostrándole que
era capaz de hacer cosas que Athena no sabía hacer. Aquel silencio me había
dejado un sabor a humillación en la boca.
Me preguntó
si podía llevar a su hijo, y le respondí que no: era para adultos.
Bien, puedo
dejarlo con mi madre; hace mucho tiempo que no voy al teatro.
No me cobró
nada por la consulta. Cuando me vi con los otros miembros de mi equipo, les
conté mi encuentro con las misteriosa criatura; tenían curiosidad por conocer a
alguien que, en el primer contacto, todo lo que te pide es que estés en
silencio.
Athena
apareció el día señalado. Vio la obra, fue al camerino a felicitarme, no dijo
si le había gustado o no. Mis compañeros sugirieron que la invitase al bar al
que solíamos ir después del espectáculo. Allí, en vez de quedarse callada,
empezó a hablar de una pregunta que había quedado sin contestar en nuestro
primer encuentro:
-Nadie, ni
incluso la Madre, desearía nunca que la actividad sexual se practicase sólo por
celebración; el amor tiene que estar presente. Dijiste que habías conocido a
gente de esta clase, ¿no?
Ten cuidado.
Mis amigos no
entendieron nada, pero les gustó el tema, y empezaron a bombardearla a
preguntas. Algo me hacía sentir incómoda: sus respuestas eran muy técnicas,
como si no tuviese mucha experiencia en el tema. Habló del juego de la
seducción, de los ritos de fertilidad, y acabó con una leyenda griega; seguro
que porque en nuestro primer encuentro yo le había dicho que en Grecia estaban
los orígenes del teatro. Debía de haberse pasado toda la semana leyendo sobre
el tema.
Después de
milenios de dominación masculina, estamos volviendo al culto de la Gran Madre.
Los griegos la llaman Gaia, y cuenta el mito que ella nació del caos, el vacío
que imperaba antes del universo. Con ella, vino Eros, el dios del amor, y
después creó el Mar y el Cielo.
¿Quién fue el
padre?- preguntó uno de mis amigos.
Nadie. Hay un
término técnico, llamado partenogénesis, que significa ser capaz de dar a luz
sin la interferencia masculina.
También hay
un técnico místico, al que estamos más acostumbrados: la Inmaculada Concepción.
“De Gaia
vinieron todos los dioses que más tarde poblarían los Campos Elíseos de Grecia,
incluido nuestro querido Dionisio, vuestro ídolo. Pero, a medida que el hombre
se iba afirmando como el principal elemento político en las ciudades, Gaia fue
cayendo en el olvido, siendo sustituida por Júpiter, Marte, Apolo, Saturno,
todos muy competentes, pero sin el mismo encanto que la Madre que todo lo creó.
Después, hizo
un verdadero cuestionario respecto a nuestro trabajo. El director le preguntó
si le gustaría darnos algunas clases.
-¿Sobre qué?
- Sobre lo
que tú sabes.
- A decir
verdad, he estado estudiando sobre los orígenes del teatro durante esta semana.
Lo aprendo todo a medida que lo necesito, eso fue lo que me dijo Edda.
¡Confirmado!
Pero puedo
compartir con vosotros otras cosas que la vida me ha enseñado.
Todos
estuvieron e acuerdo. Nadie preguntó quién era Edda.
Deidre
O´Neill, conocida como Edda.
Yo le decía a
Athena: No tienes que venir aquí a cada momento sólo para preguntarme
tonterías. Si un grupo ha decidido aceptarte como profesora, ¿por qué no
aprovechas la oportunidad para convertirte en maestra?
Haz lo que yo
siempre he hecho.
Procura sentirte
bien cuando pienses que eres la última de las criaturas. No creas que está mal:
deja que la Madre posea tu cuerpo y tu alma, entrégate a través del baile o del
silencio, o de las cosas comunes de la vida, como llevar a tu hijo al colegio,
preparar la cena, ver si la casa está ordenada. Todo es adoración, si tienes la
mente concentrada en el momento presente.
No intentes
convencer a nadie respecto de nada. Cuando no sepas, pregunta o investiga.
Pero, a medida que actúes, tienes que ser como el río que fluye, silencioso,
entregándose a una energía mayor. Tienes que creer, fue lo primero que te dije
en nuestro primer encuentro.
Tienes que
ser capaz.
Al principio
te sentirás confundida, insegura. Después, pensarás que todos creen que los
estás engañando. No es nada de eso: lo sabes, sólo tienes que ser consciente de
ello. Todas las mentes del planeta son fácilmente sugestionables para lo peor,
temen la enfermedad, la invasión, el asalto, la muerte: intenta darles la
alegría perdida.
Tienes que
ser clara.
Reprográmate
cada minuto del día con pensamientos que te hagan crecer. Cuando estés
enfadada, confusa, intenta reírte de ti misma. Ríete alto, ríete mucho de esa
mujer que se preocupa, que se angustia porque cree que sus problemas son los
más importantes del mundo. Ríete de esa situación patética, porque eres la
manifestación de la Madre, y también tienes que creer que Dios es hombre, lleno
de reglas. En el fondo, la mayoría de nuestros problemas se reducen a eso:
seguir reglas.
Concéntrate.
Si no
encuentras nada en que centrar tu interés, concéntrate en la respiración. Por
ahí, por tu nariz, entra el río de luz de la Madre. Escucha los latidos de tu
corazón, sigue los pensamientos que no eres capaz de controlar, controla las
ganas de levantarte inmediatamente y hacer algo “útil”. Quédate sentada algunos
minutos todos los días sin hacer nada, aprovecha lo máximo que puedas.
Cuando estés
lavando plazos, reza. Da las gracias por tener platos que lavar; eso significa
que en ellos hubo comida, que alimentó a alguien, que cuidó de una o más personas con cariño; cocinaste,
pusiste la mesa. Piensa cuántos millones de personas en este momento no tienen
nada que lavar o a nadie a quien prepararle la mesa.
Evidentemente,
otras mujeres dicen: Yo no voy a lavar los platos, que los laven los hombres.
Pues que los laven si quieren, pero no veas en ello una igualdad de
condiciones. No hay nada de malo en hacer cosas simples, aunque si mañana yo
publico un artículo con todo lo que pienso, dirían que estoy en contra de la
causa femenina.
¡Qué
tontería! Como si lavar los platos, usar sujetador o abrir y cerrar puertas
fuese algo que humillase mi condición de mujer.
En realidad,
me encanta cuando un hombre me abre la puerta: en la etiqueta está escrito
“Ella necesita que yo lo haga, porque es frágil”, pero en mi alma está escrito:
“Me trata como una diosa, soy una reina”.
Yo no estoy
aquí para trabajar por la causa femenina, porque tanto los hombres como las
mujeres son una manifestación de la Madre, la Unidad Divina. Nadie puede ser
más que eso.
Me encantaría
poder verte dando clases sobre lo que estás aprendiendo; ése es el objetivo de
la vida, ¡la revelación! Te conviertes en un canal, te escuchas a ti mismo, te
sorprende de lo que eres capaz. ¿Recuerdas el trabajo en el banco? Puede que no
lo hayas entendido, pero era la energía que fluía por tu cuerpo, por tus ojos,
por tus manos.
Dirás. “No
era exactamente eso, era el baile”.
El baile
funciona simplemente como un ritual ¿Qué es un ritual? Es transformar lo que es
monótono en algo que sea diferente, rítmico, que pueda canalizar la Unidad. Por
eso insisto: tienes que ser diferente incluso lavando platos. Mueve las manos
de modo que no repitan nunca el mismo gesto, aunque mantengan la cadencia.
Si crees que
te ayuda, intenta visualizar imágenes: flores, pájaros, árboles de un bosque.
No pienses en cosas aisladas, como la vela en la que concentraste tu atención
la primera vez que viniste aquí. Procura pensar en algo que sea colectivo. ¿Y sabes
lo que vas a notar? Que no decidiste tu pensamiento.
Te voy a
poner un ejemplo con los pájaros: imagina una bandada de pájaros volando.
¿Cuántos pájaros ves? ¿Once, diecinueve, cinco? Tienes una idea, pero no sabes
el número exacto.
Entonces, ¿de
dónde salió ese pensamiento? Alguien lo ha puesto ahí. Alguien que sabe el
número exacto de los pájaros, árboles, piedras, flores. Alguien que, en estas
fracciones de segundo, se apodera de ti y muestra Su poder.
Eres lo que
crees ser.
No te repitas.
Como esa gente que cree en el “pensamiento positivo”, que eres amada, fuerte,
ni capaz. No tienes que decirlo, porque ya lo sabes. Y cuando dudas- y creo que
debe de pasarte con mucha frecuencia en esta fase de la evolución-, haz lo que
te he sugerido. En vez de intentar demostrar que eres mejor de lo que crees,
simplemente ríete. Ríete de tus preocupaciones, de tus inseguridad. Tómate con
humor tu angustia.. Al principio es difícil, pero poco a poco te acostumbrarás.
Ahora vuelve
y busca a toda esa gente que cree que lo sabes todo. Convéncete de que tienes
razón, porque todos nosotros lo sabemos todo, es cuestión de creerlo.
Tienes que
creer.
Los grupos
son muy importantes, te comenté en Bucarest la primera vez que nos vimos.
Porque nos obligan a mejorar; si estás sola, lo único que puedes hacer es
reírte de ti misma, pero si estás con otros, te reirás y actuarás en seguida.
Los grupos nos desafían. Los grupos nos permiten seleccionar nuestras
afinidades. Los grupos provocan una energía colectiva en la que el éxtasis es
mucho más fácil, porque unos contagian a otros.
Evidentemente,
los grupos también pueden destruirnos. Pero eso forma parte de la vida, es la
condición humana: vivir con los demás. Y si una persona no ha sido capaz de
desarrollar bien su instinto de supervivencia, entonces es que no ha entendido
nada de lo que dice la Madre.
Tienes
suerte, chica. Un grupo acaba de pedirte que le enseñes algo, y eso te va a
convertir en maestra.
VOSHO
“BUSHALO”,SESENTA Y CINCO AÑOS, DUEÑO DE UN RESTAURANTE.
Esos europeos
llegan aquí pensando que lo saben todo, que merecen un mejor trato, que tienen
derecho a inundarnos de preguntas, y que estamos obligados a responderlas. Por
otro lado, se creen que cambiándonos el nombre por algo más complicado, como
“pueblo nómada”, o “los nómadas”, pueden corregir los errores que cometieron en
el pasado.
¿Por qué no
siguen llamándonos gitanos e intentan acabar con las leyendas que siempre nos
han hecho parecer malditos ante los ojos del mundo? Nos acusan de ser el fruto
de una unión ilícita entre una mujer y el propio demonio. Dicen que fue uno de
nosotros el que forjó los clavos que fijaron a Cristo a la cruz, y que las
madres deben tener mucho cuidado cuando se acercan a nuestras caravanas, porque acostumbramos a robar a los niños y a
convertirlos en esclavos.
Y por culpa
de eso han permitido masacres a lo largo de la historia: fuimos cazados como
las brujas de la Edad Media; durante siglos los tribunales alemanes no aceptan
nuestro testimonio. Cuando el viento nazi barrió Europa, yo ya había nacido, y
vi cómo deportaban a mi padre a un campo de concentración de Polonia, con el
humillante símbolo de un triángulo negro cosido en su ropa. De los quinientos
mil gitanos enviados para trabajar como esclavos, sólo sobrevivieron cinco mil
para contar la historia.
Y nadie
absolutamente nadie, quiere escuchar
algo así.
En esta
región olvidada de la Tierra, en la que decidieron instalarse la mayor parte de
las tribus, hasta el año pasado nuestra cultura, nuestra religión y nuestra lengua estaban
prohibidas. Si le preguntan a cualquier persona de la ciudad qué piensa de los
gitanos, dirá sin pensarlo mucho: “Son todos unos ladrones”. Por más que
intentemos llevar una vida normal, dejando la eterna peregrinación y viviendo
en lugares en los que podremos ser fácilmente identificados, el racismo sigue.
Mis hijos están obligados a sentarse en las filas de atrás en su clase, y no
pasa una semana sin que alguien los insulte.
Después se
quejan de que no respondemos directamente a las preguntas, de que intentamos
disfrazarnos, de que jamás comentamos abiertamente nuestros orígenes. ¿Para
qué? Todo el mundo distingue a un gitano, y todo el mundo sabe cómo
“protegerse” de nuestras “maldades”.
Cuando
aparece una niña metida a intelectual, sonriendo, diciendo que forma parte de
nuestra cultura y de nuestra raza, yo en seguida me pongo en guardia. Puede ser
uno de los enviados de la Securitate, la policía secreta de este dictador, el
Conducator, el Genio de los Cárpatos, el Líder. Dicen que fue juzgado y
fusilado, pero yo no me lo creo; su hijo todavía tiene poder en esta región,
aunque esté desparecido en este momento.
Ella insiste;
sonriendo-como si fuese muy gracioso lo que dice-, afirma que su madre es
gitana y que le gustaría encontrarla. Tiene su nombre completo; ¿cómo pudo
obtener tal información sin la ayuda de la Securitate?
Mejor no
enfadar a la gente que tiene contactos en el gobierno. Le digo que no sé nada,
que simplemente soy un gitano que ha decidido establecerse y llevar una vida
honesta, pero ella sigue insistiendo; quiere ver a su madre. Yo sé quién es,
también sé que hace más de veinte años ella tuvo un bebé y que lo dejó en un
orfanato, y no se supo nada más. Nos vimos forzados a aceptarla en nuestro
círculo por culpa de aquel herrero que se creía dueño del mundo. ¿Pero quién
garantiza que la chica intelectual que está frente a mí es la hija de Lilliana?
Antes de intentar buscar a su madre, debería por lo menos respetar algunas de
nuestras costumbres, y no aparecer vestida de rojo, porque no es el día de su
boda. Debería usar faldas más largas, para evitar la lujuria de los hombres. Y
nunca debería haberme dirigido la palabra de la manera en que lo hizo.
Si yo hablo de
ella en el presente, es porque para aquellos que viajan el tiempo no existe;
sólo el espacio. Venimos de muy lejos, nos dicen que de la India, otros afirman
que nuestro origen está en Egipto, el hecho es que cargamos con el pasado como
si hubiese ocurrido ahora. Y las persecuciones todavía siguen.
Ella intenta
ser simpática, demuestra que conoce nuestra cultura, cuando eso no tiene la
menor importancia; lo que debería conocer son nuestras tradiciones.
Me he
enterado en la ciudad de que es usted un Rom Baro, un jefe de tribu. Antes de
venir aquí he aprendido mucho sobre nuestra historia…
No es
“nuestra”, por favor. Es la mía, la de mi mujer, de mis hijos, de mi tribu.
Usted es una Europa. Usted jamás ha sido apedreada en la calle, como yo cuando
tenía cinco años.
Creo que las
cosas están mejorando.
Siempre han
mejorado, para empeorar después.
Pero ella no
deja de sonreír. Me pide un whisky; nuestras mujeres nunca harían algo así.
Si sólo
hubiese entrado aquí para beber, o para buscar compañía, sería tratada como una
clienta. He aprendido a ser simpático, atento, elegante, porque mi negocio
depende de eso. Cuando los que frecuentan mi restaurante quieren saber más
sobre los gitanos, comento unas cuantas cosas curiosas, les digo que escuchen
al grupo que va a tocar dentro de un rato, comento dos o tres detalles sobre
nuestra cultura, y salen de aquí con la sensación de que lo saben todo sobre
nosotros.
Pero la chica
no viene aquí en busca de turismo, sino que afirma que forma parte de la raza.
Me tiende de
nuevo el certificado que ha conseguido del gobierno. Pienso que el gobierno
mata, roba, miente, peor no se arriesga a dar certificados falsos, y que ella
entonces debe ser la hija de Liliana, porque está escrito el nombre completo y
el sitio en el que vivía. Supe por la televisión que el Genio de los Cárpatos,
el Padre del Pueblo, el Conducator de todos nosotros, ese que nos hizo pasar
hambre mientras lo exportaba todo al extranjero, el que tenía los palacios con
la cubertería bañada en oro mientras el pueblo moría de inanición, ese hombre y
su maldita mujer solían pedirle a la Securite que recorriese los orfanatos
cogiendo bebés para ser entrenados como asesinos por el Estado.
Sólo cogían
niños, dejaban a las niñas. Puede ser verdad que sea su hija.
Miro de nuevo
el certificado y me quedo pensando si decirle dónde se encuentra su madre o no.
Liliana se merece ver a esta intelectual, que dice que es “una de los
nuestros”. Liliana se merece mirar a esta mujer frente a frente; creo que ya ha
sufrido todo lo que tenía que sufrir después de traicionar a su pueblo, se
acostó con el gaje (N.R.: Extranjero), avergonzó a sus padres.
Tal vez sea
el momento de acabar con su infierno, que vea que su hija a sobrevivido, que ha
ganado dinero, e incluso puede ayudarla a salir de la miseria en la que se
encuentra.
Tal vez yo
pueda cobrar algo por la información. Y, en el futuro, nuestra tribu consiga
algunos favores, porque vivimos tiempo confusos, en los que todos dicen que el
Genio de los Cárpatos está muerto, incluso se exhiben escenas de su ejecución,
pero puede resurgir mañana, como si todo se tratara de un excelente golpe para
ver quién estaba de su lado y quién estaba dispuesto a traicionarlo.
Los músicos
van a tocar dentro de un rato, mejor hablar de negocios.
Sé dónde está
esta mujer. Puedo llevarla hasta ella.
Mi tono de
conversación es ahora más simpático.
Sin embargo,
creo que esa información tiene un valor.
Ya estaba
preparada para eso- responde, tendiéndole mucho más dinero del que yo pensaba
pedir.
Eso no da ni
para pagar el taxi hasta allí.
Tendrá otra
cantidad igual cuando yo haya llegado a mi destino.
Y siento que,
por primera vez, ella vacila. Parece que tiene miedo de seguir adelante. Cojo
el dinero que ha puesto en el mostrador.
- Mañana la
llevo hasta Liliana.
Sus manos
tiemblan. Pide otro whisky, pero de repente un hombre entra en el bar, cambia
de color y va inmediatamente hacia ella; entiendo que debieron de conocerse
ayer y hoy ya están hablando como si fuesen viejos amigos. Sus ojos la desean.
Ella es plenamente consciente de ello, y lo provoca todavía más. El hombre pide
una botella de vino, ambos se sientan a una mesa, y parece que se ha olvidado
por completo de la historia de su madre.
Pero yo quiero la otra mitad del dinero. Cuando
voy a llevar la bebida, le pregunto en qué hotel se hospeda, y le digo que
estaré allí a las 10 de la mañana.
HERON RYAN,
PERIODISTA
Ya con la
primera copa de vino, comentó – sin que yo le preguntase nada, claro – que tenía
novio, policía de Scotland Yard. Evidentemente era mentira; debió de leer mis
ojos, y estaba intentando regirme.
Le respondí
que tenía una novia, y llegamos a un empate técnico.
Diez minutos
después de haber empezado la música, ella se levantó. Habíamos hablado muy
poco; nada de preguntas sobre mis investigaciones sobre vampiros, sólo cosas
generales, impresiones sobre la ciudad, quejas sobre las carreteras. Pero lo
que vi a partir de ahí – mejor dicho, lo que vio todo el mundo en el
restaurante – fue una diosa que se mostraba en toda su gloria, una sacerdotisa
que evocaba a los ángeles y a los demonios.
Sus ojos
estaban cerrados, y parecía que ya no era consciente de quién era, de dónde
estaba, de lo que buscaba en el mundo; era como si flotase invocando su pasado,
revelando su presente, descubriendo y profetizando el futuro. Mezclaba erotismo
y castidad, pornografía y revelación, adoración a Dios y a la naturaleza al
mismo tiempo.
Todo el mundo
dejó de comer, y se puso a mirar lo que estaba ocurriendo. Ella ya no seguí la
música, eran los músicos los que intentaban acompañar sus pasos, y aquel
restaurante en el bajo de un antiguo edificio en la ciudad de Sibiu se
convirtió en un templo egipcio, en el que las adoradoras de Isis solían
reunirse para sus ritos de fertilidad. El olor de la carne asada y del vino se
cambió por un incienso que nos elevaba a todos al mismo trance, a la misma
experiencia de salir del mundo y entrar en una dimensión desconocida.
Los
instrumentos de cuerda y de viento ya no sonaban, sólo siguió la percusión.
Athena bailaba como si ya no estuviese allí, el sudor le caía por la cara, los
pies descalzos golpeaban con fuerza el suelo de madera. Una mujer se levantó y,
gentilmente, le ató un pañuelo cubriendo su cuello y sus senos, ya que su blusa
amenazaba en todo momento con resbalarse del hombro. Pero ella pareció no
notarlo, estaba en otras esferas, experimentaba las fronteras de mundos que
casi tocan el nuestro, pero que nunca se dejan revelar.
La gente del
restaurante empezó a dar palmas para acompañar la música, y Athena bailaba con
más velocidad, captando la energía de aquellas palmas, girando sobre sí misma,
equilibrándose en el vacío, arrebatando todo lo que nosotros, pobres mortales,
debíamos ofrecerle a la divinidad suprema.
Y, de
repente, paró. Todos pararon, incluso los músicos que tocaban la percusión. Sus
ojos seguían cerrados, pero las lágrimas rodaban por su rostro. Levantó los
brazos hacia el cielo, y gritó:
- ¡Cuándo me
muera, enterradme de pie, porque he vivido de rodillas toda mi vida!
Nadie dijo
nada. Ella abrió los ojos como si despertase de un profundo sueño, y caminó
hacia la mesa, como si no hubiera pasado nada. La orquesta volvió a tocar,
algunas parejas ocuparon la pista intentando divertirse, pero el ambiente del
local parecía haberse transformado por completo; luego la gente pagó su cuenta
y empezaron a marcharse des restaurante.
¿Va todo
bien?- le pregunté, cuando vi que ya estaba recuperada del esfuerzo físico.
Tengo miedo.
He descubierto cómo llegar a donde no quería.
¿quieres que
te acompañe?
Ella negó con
la cabeza. Pero me preguntó en qué hotel estaba. Le di la dirección.
En los dos
días siguientes, acabé mis investigaciones para el documental, mandé a mi
intérprete de vuelta a Bucarest con el coche alquilado y, a partir de aquel
momento, me quedé en Sibiu sólo porque quería verla otra vez. Aunque siempre he
sido alguien que se guíe por la lógica, capaz de entender que el amor puede ser
construido y no simplemente descubierto, sabía que si no volvía a verla estaría
dejando para siempre en Transilvania una
parte importante de mi vida, aunque no lo descubriese hasta mucho más tarde.
Luché contra la monotonía de aquellas horas sin fin, más de una vez fui hasta
la estación de autobuses para ver los horarios para Bucarest, gasté en llamadas
a la BBC y a mi novia más de lo que mi pequeño presupuesto de productor
independiente me permitía. Les explicaba que el material todavía no estaba
listo, que me faltaban algunas cosas, tal vez un día más, tal vez una semana,
los rumanos eran muy complicados, siempre se enfadaban cada vez que alguien
asociaba la hermosa Transilvania con la horrorosa historia de Drácula. Parece
que al final los productores se convencieron, y me dejaron quedarme más tiempo del
necesario.
Estábamos
hospedados en el único hotel de la ciudad, y un día ella apareció, me vio de
nuevo en la recepción, nuestro primer encuentro pareció volver a su cabeza;
esta vez me invitó a salir, e intenté contener mi alegría. Tal vez yo también
era importante en su vida.
Más tarde
descubrí que la frase que había dicho al final de su baile era un antiguo
proverbio gitano.
LILIANA,
COSTURERA, EDAD Y SOBRENOMBRE DESCONOCIDO.
Hablo de
ella en presente porque para nosotros no
existe el tiempo, sólo el espacio. Porque parece ayer.
La única
costumbre tribal que no seguí fue la de tener a mi lado a mi pareja en el
momento de nacer Athena. Pero las parteras vinieron, aun sabiendo que yo me
había acostado con un gaje, un extranjero. Me soltaron el pelo, cortaron el
cordón umbilical, hicieron varios nudos, y me lo dieron. En ese momento, según
la tradición, el bebé tenía que ser envuelto en una prenda de su padre. Él
había dejado un pañuelo, que me recordaba su perfume, que de vez en cuando yo
acercaba a mi nariz para sentirlo cerca, y ahora ese perfume iba a desaparecer
para siempre.
Yo la envolví
en el pañuelo y la puse en el suelo para que recibiese la energía de la Tierra.
Me quedé allí sin saber qué sentir, ni qué pensar; mi decisión estaba tomada.
Me dijeron
que escogiese un nombre, y que no se lo dijese a nadie; sólo podía ser
pronunciado después de que la niña estuviera bautizada. Me dieron aceite
consagrado, y los amuletos que tenía que ponerle dos semanas después. Una de
ellas me dijo que no me preocupase, que la tribu entera era responsable de
ella, y que debía acostumbrarme a las críticas, que pronto se acabarían.
Me
aconsejaron también no salir entre el atardecer y la autora, porque los
tsinvari (N.R.: Espíritus malignos) podían atacarnos o poseernos, y entonces
nuestra vida sería una tragedia.
Una semana
después, en cuanto salió el sol, fui hasta un centro de adopción de Sibiu para
dejarla en la entrada, esperando que una mano caritativa viniese y la
recogiese. Cuando lo estaba haciendo, me sorprendió una enfermera y me llevó
adentro. Me ofendió cuanto pudo, dijo que ya estaban preparados para ese tipo
de comportamiento: siempre había alguien vigilando, no podía escapar fácilmente
de la responsabilidad de traer a un niño al mundo.
Claro, no se
puede esperar otra cosa de una gitana: ¡abandonar a su hijo!
Me obligaron
a rellenar una ficha con todos mis datos, y como no sabía escribir, volvió a
repetir otra vez: “Claro, una gitana. Y no intentes engañarnos dándonos datos
falsos, o puedes acabar en la cárcel”. Por
Miedo, acabé
contando la verdad.
La vi por
última vez, y todo lo que pude pensar fue: “Niña sin nombre, que encuentres
amor, mucho amor en tu vida” .
Salí y estuve
caminando por el bosque durante horas. Me acordaba de las muchas noches del
embarazo, en las que amaba y odiaba al bebé y al hombre que lo puso dentro de
mí.
Como toda
mujer, viví con el sueño de encontrar al príncipe azul, casarme, llenar mi casa
de niños y colmar a mi familia de atenciones. Como gran parte de las mujeres,
acabé enamorándome de un hombre que no
podía darme eso, pero con el que compartí momentos que jamás olvidaré. Momentos
que yo no podría hacerle comprender a la niña, ella estaría siempre estigmatizada
en el seno de nuestra tribu, un gaje, una niña sin padre. Yo podía soportarlo,
pero no quería que ella pasase por el mismo sufrimiento que yo estaba pasando
desde que descubrí que estaba embarazada.
Lloraba y me
arañaba, pensando que tal vez el dolor me haría pensar menos, volver a la vida,
a la vergüenza de la tribu; alguien se haría cargo de la niña, y yo viviría
siempre con la idea de volver a verla algún día, cuando fuese mayor.
Me senté en
el suelo, me agarré a un árbol sin poder parar de llorar. Pero cuando mis
lágrimas y la sangre de mis heridas tocaron su tronco, una extraña tranquilidad
se apoderó de mí. Me parecía oír una voz que decía que no me preocupase, que mi
sangre y mis lágrimas habían purificado el camino de la niña y disminuido mi
sufrimiento. Desde entonces, siempre que me desespero, recuerdo esa voz, y me
tranquilizo.
Por eso, no
es una sorpresa verla llegar con el Rom Baro de nuestra tribu, que toma café,
pide de beber, sonríe con ironía y se marcha. La voz me había dicho que ella
iba a volver, y ahora está aquí, tal vez odio por haberla abandonado un día. No
tengo que explicar por qué lo hice; nadie en el mundo podría comprenderlo.
Nos quedamos
una eternidad mirándonos la una a la otra, sin decir nada, sólo mirándonos, sin
sonreír, sin llorar, sin nada.
Un brote de
amor sale del fondo del alma, no sé si le interesa lo que siento.
¿Tienes
hambre? ¿Quieres comer algo?
El instinto.
Siempre el instinto en primer lugar. Ella dice que sí con la cabeza. Entramos
en el pequeño cuarto en el que vivo y que al mismo tiempo hace las veces de
sala, dormitorio, cocina, y taller de costura. Lo mira todo, está atónita, pero
finjo que no me doy cuenta: me acerco al fogón, vuelvo con dos platos de la
espesa sopa de verduras y grasa animal. Preparo un café fuerte, y cuando voy a
echarle el azúcar, oigo su primera frase:
Solo, por
favor. No sabía que hablaba en inglés.
Iba a decirle
“me enseñó tu padre”, pero me controlo. Comemos en silencio, y a medida que va
pasando el tiempo, todo empieza a parecerme familiar; estoy ahí con mi hija,
ella anduvo por el mundo pero ya ha vuelto, ha conocido otros caminos y vuelve
a casa. Sé que es una ilusión, pero la vida me ha dado tantos momentos de dura
realidad que me resulta fácil soñar un poco.
¿quién es esa
santa? – señala un cuadro de la pared.
Santa Sara,
la patrona de los gitanos. Siempre he querido visitar su iglesia, en Francia,
pero no podemos salir de aquí. Nunca conseguiría el pasaporte, ni permiso, ni…
Iba a decir:
“Aunque lo consiguiese, no tendría dinero” pero interrumpo mi frase. Ella
podría pensar que le estoy pidiendo algo.
…. Y tengo
mucho trabajo.
Vuelve el
silencio. Ella termina la sopa, enciende un cigarrillo, su mirada no dice nada,
ni un sentimiento.
¿Pensaste que
volverías a verme?
Le respondo
que sí. Lo supe ayer, por la mujer del Rom Baro, que estaba en el restaurante.
Se acerca una
tormenta. ¿No quieres dormir un poco?
No oigo
ningún ruido. Ni el viento sopla más fuerte, ni tampoco menos que antes.
Prefiero charlar.
Créeme. Tengo
todo el tiempo que quieras, tengo toda la vida que me queda para estar a tu
lado.
No digas eso
ahora.
…pero estás
cansada- sigo, fingiendo que no he oído su comentario.
Veo que la
tormenta se acerca. Como todas las tempestades, trae destrucción; pero al mismo
tiempo moja los campos, y la sabiduría del cielo baja con la lluvia. Como toda
tempestad, tiene que pasar. Cuanto más violenta, más rápida.
Gracias a
Dios he aprendido a afrontar las tempestades.
Y, como si
las santas Marías del Mar me escuchasen, empiezan a caer las primeras gotas
sobre el tejado de zinc. Ella acaba su cigarrillo, yo le cojo las manos, la
llevo hasta mi cama. Ella se acuesta y cierra los ojos.
No sé cuánto
tiempo duerme; y yo la contemplo sin pensar en nada, y la voz que un día había
oído en el bosque me dice que todo está bien, que no tengo que preocuparme, que
los cambios que el destino provoca en las personas son favorables so sabemos
descifrar su contenido. No sé quién la había recogido del orfanato, la había
educado, la había transformado en la mujer independiente qua parece ser. Rezo
una ración por la familia que había permitido a mi hija sobrevivir y cambiar de
vida. En mitad de la oración, siento celos, desesperación, arrepentimiento, y
dejo de conversar con santa Sara; ¿era realmente importante que regresase? Aquí
estaba todo lo que perdí y jamás podré recuperar.
Pero aquí
también está la manifestación física de mi amor. Yo no sé nada, pero al mismo
tiempo todo me es revelado, vuelven las escenas en las que pienso en el
suicidio, considero el aborto, me imagino dejando aquel rincón del mundo
siguiendo a pie hasta donde las fuerzas me lo permiten, el momento en el que
veo correr la sangre y mis lágrimas por el árbol, la conversación con la
naturaleza, que se intensifica a partir de ese momento y jamás me ha dejado
desde entonces, aunque poca gente de mi tribu lo sabe. Mi protector, que me
encontró vagando por el bosque, era capaz de entender todo eso, pero él acaba
de morir.
La luz es
inestable, se apaga con el viento, se enciende con el rayo, nunca está ahí,
brillando como el sol, pero vale la pena luchar por ella”, decía.
El único que
me había aceptado, y convencido a la tribu de que yo podía volver a formar
parte de aquel mundo. El único con autoridad moral suficiente para evitar que yo
fuese expulsada.
E,
infelizmente, el único que no iba a conocer jamás a mi hija.
Lloró por él,
mientras ella permanece inmóvil en mi cama, ella, que debe de estar
acostumbrada a todas las comodidades del mundo. Miles de preguntas vuelven:
quiénes son sus padres adoptivos, dónde vide, si había ido a la universidad, si
ama a alguien, cuáles son sus planes. Sin embargo, no soy yo la que he
recorrido el mundo buscándola, todo lo contrario; así que yo no estoy aquí para
hacer preguntas, sino para responderlas.
Ella abre los
ojos. Pienso en tocar su cabello, en darle el cariño que había guardado durante
todos estos años, pero me quedo sin saber su reacción, pienso que es mejor que
me controle.
Has venido
hasta aquí para saber el motivo…
No. No quiero
saber porqué una madre abandona a su hija; no
hay motivo para eso.
Sus palabras
me rompen el corazón, pero no sé cómo responderle.
¿Quién soy
yo? ¿Qué sangre corre por mis venas? Ayer, después de saber que podría
encontrarte, experimenté un estado completo de terror. ¿Por dónde empiezo? Tú
cómo todas las gitanas, debes de saber leer el futuro con las cartas, ¿no?
- No es
verdad. Sólo hacemos eso con los gajes, los extranjeros, como medio para
ganarnos la vida. Jamás leemos las cartas, ni las manos, ni intentamos prever
el futuro cuando estamos con nuestra tribu. Y tú…
…soy parte de
la tribu. Aunque la mujer que me trajo al mundo me haya enviado lejos.
Sí.
Entonces,
¿qué hago aquí? Ya te he visto la cara, puedo volver a Londres, mis vacaciones
se están acabando.
¿Quieres
saber cosas de tu padre?
No tengo el
menor interés.
Y de repente
entiendo en qué puedo ayudarla. Es como si una voz ajena saliese de mi boca:
- Comprende
la sangre que corre por mis venas y por tu corazón.
Es mi maestro
el que hablaba a través de mí. Ella
vuelve a cerrar los ojos y duerme casi doce horas seguidas.
Al día
siguiente la llevo a los alrededores de Sibiu, donde han hecho un museo con
casas de toda la región. Por primera vez tengo el placer de prepararle el
desayuno. Está más descansada, menos tensa, y me pregunta cosas sobre la
cultura gitana, aunque jamás intenta saber cosas de mí. Me habla también un poco de su vida;
¡sé que soy abuela! No habla de su marido ni de sus padres adoptivos. Dice que
vendía terrenos en un lugar muy lejano, y que
pronto tendría que regresar a su trabajo.
Le explico
que puedo enseñarle a hacer amuletos para prevenir el mal, pero no me muestra
el menor interés. Pero cuando le hablo de hierbas que curan, me pide que le
enseñe a reconocerlas.
En el jardín
por le que paseamos intento transmitirle todo mi conocimiento, aunque estoy
segura de que lo olvidará todo en cuanto regrese a su tierra natal, que ahora
ya sé que es Londres.
No poseemos
la tierra: es ella la que nos posee. Como antiguamente viajábamos sin parar,
todo lo que nos rodeaba era nuestro: las plantas, el agua, los paisajes por los
que pasaban nuestras caravanas. Nuestras leyes eran las leyes de la naturaleza:
los más fuertes sobreviven, y nosotros, los débiles, los eternos exiliados,
aprendemos a esconder nuestra fuerza, para usarla solamente en el momento
necesario.
“Creemos que
Dios no creó el universo; Dios es el universo, nosotros estamos en Él, y Él
está en nosotros. Aunque…
Paro. Pero
decido continuar, porque esta es una manera de homenajear a mi protector.
… en mi
opinión, deberíamos llamarlo Diosa. Madre. No de la mujer que abandona a su
hija en un orfanato, sino de Aquella que está en nosotros y nos protege cuando
estamos en peligro.
Estará
siempre con nosotros mientras hagamos nuestras tareas con amor, alegría,
entendiendo que nada es sufrimiento, todo es una manera de alabar la Creación.
Athena –ahora
yo ya sé su nombre- desvía la mirada hacia una de las casas que están en el
jardín.
¿Qué es
aquello? ¿Una iglesia?
Las horas que
había paso a su lado me permiten recuperar fuerzas; le pregunto si quiere
cambiar de tema. Ella reflexiona durante un momento, antes de responder.
Quiero seguir
escuchando lo que tengas que decirme. Aunque, por lo que entendí después de
todo lo que leí antes de venir aquí, eso que me dices no encaja con la
tradición de los gitanos.
Fue mi
protector quien me lo enseñó. Porque sabía cosas que los gitanos no saben,
obligó a los de la tribu a aceptarme de nuevo en su círculo. Y, a medida que
aprendía con él, iba dándome cuenta del poder de la Madre; yo, que había
rechazado esta bendición.
Agarro un
pequeño arbusto con las manos.
- Si algún
día tu hijo tiene fiebre, ponlo junto a una planta joven y sacude sus hojas: la
fiebre pasará a la planta. Si te sientes angustiada, haz lo mismo.
- Prefiero
que me sigas hablando de tu protector.
- Él me decía
que al principio la Creación era profundamente solitaria. Entonces creó a
alguien con quien hablar. Estos dos, en un acto de amor, hicieron una tercera
persona, y a partir de ahí, todo se multiplicó por miles, millones. Me has
preguntado sobre la iglesia que acabamos de ver: no sé su origen, y no me
interesa, mi templo es el jardín, el cielo, el agua del lago y del riachuelo
que lo alimenta. Mi pueblo son personas que comparten la misma idea conmigo, y
no aquellas a quienes estoy ligada por los lazos de sangre. Mi ritual es estar
con esa gente celebrando todo lo que está a mi alrededor. ¿Cuándo pretendes
volver a casa?
- Tal vez
mañana. Siempre que no te moleste.
Otra herida
en mi corazón que quieras. Sólo te lo he preguntado porque quería celebrar tu
llegada con los demás. Puedo hacerlo hoy por la noche si estás de acuerdo.
Ella no dice
nada, y entiendo que es un “sí”. Volvemos a casa, la alimento de nuevo, ella me
explica que tiene que ir hasta el hotel de Sibiu para coger alguna ropa, cuando
vuelve, ya lo tengo todo organizado. Nos vamos a una colina al sur de la
ciudad, nos sentamos alrededor de la hoguera que acaba de ser encendida,
tocamos instrumentos, cantamos, bailamos, contamos historias. Ella asiste a
todo sin participar en nada, aunque el Rom Baro haya dicho que era una
excelente bailarina. Por primera vez en todos estos años, estoy alegre, por
poder preparar un ritual para mi hija y celebrar con ella el milagro de estar
vivas, con salud, sumergidas en el amor de la Gran Madre.
Al final
,dice que esa noche se va a dormir al hotel. Le pregunto si es una despedida,
ella dice que no. Volverá mañana.
Durante toda
una semana, mi hija y yo compartimos la adoración del Universo. Una de esas
noches, ella trae a un amigo, pero me explicó que no es un novio, ni el padre
de su hijo. El hombre, que debe de tener diez años más que ella, pregunta a
quién estamos adorando en nuestros rituales. Le explico que adorar a alguien
significa –según mi protector –poner a esa persona fuera de nuestro mundo. No
estamos adorando nada, sólo comulgando con la Creación.
¿Pero rezáis?
Personalmente,
yo le rezo a santa Sara. Pero aquí somos parte de todo, celebramos en vez de
rezar.
Pienso que
Athena se siente orgullosa con mi respuesta. En realidad, yo estaba repitiendo
las palabras de mi protector.
¿Y por qué lo
hacéis juntas si podemos celebrar solos nuestro contacto con el Universo?
Porque los
otros son yo. Y yo soy los otros.
En ese
momento, Athena me mira, y yo siento que esa vez soy yo la que le rompo el
corazón.
Me voy
mañana- dijo.
Antes de
irte, ven a despedirte de tu madre.
Es la primera
vez, a lo largo de todos esos días, que uso ese término. Mi voz no tiembla, mi
mirada se mantiene firme, y yo sé que, a pesar de todo, allí está la sangre de
mi sangre, el fruto de mi vientre. En aquel momento me comporto como una niña que acaba de comprender que el mundo
no está lleno de fantasmas y de maldiciones, como nos han enseñado los adultos;
está lleno de amor, independientemente de cómo se manifieste. Un amor que
perdona los errores y que redime tus pecados.
Ella me
abraza durante un rato largo. Después, me arregla el velo que llevo para
cubrirme el pelo (aunque no tenga un marido, la tradición gitana dice que tengo
que usarlo, porque ya no soy virgen). ¿Qué me reserva el mañana, además de la
partida de un ser al que siempre he amado y temido en la distancia? Yo soy
todos, y todos son yo y mi soledad.
Al día
siguiente, Athena aparece con un ramo de flores, ordena mi habitación, me dice
que debo usar gafas porque mis ojos se desgastan con la costura. Me pregunta si
los amigos con los que celebro no acaban teniendo problemas con la tribu, y le
digo que no, que mi protector era un hombre respetado, había aprendido cosas
que los demás no sabíamos, tenía discípulos en todo el mundo. Le explico que ha
muerto poco antes de que ella llegase.
Un día, se le
acercó un gato y lo tocó con su cuerpo. Para nosotros, eso significaba muerte,
y nos preocupamos; pero hay un ritual para cortar el maleficio.
“Sin embargo,
mi protector dijo que ya era el momento de partir, tenía que viajar por los
mundos que él sabía que existían, volver a nacer como niño, y antes reposar un
poco en brazos de la Madre. Su funeral fue sencillo, en un bosque aquí cerca,
pero asistió gente de todo el mundo.
-¿Entre
ellos, una mujer de pelo negro, de unos treinta y cinco años?
- No me
acuerdo bien, pero es posible que sí. ¿Por qué quieres saberlo?
- Conocí a
alguien en un hotel de Bucarest que me dijo que había venido al funeral de un
amigo. Creo que dijo algo como “su maestro”.
Me pide que
le hable más de los gitanos, pero no hay mucho que no sepa. Sobre todo porque,
además de los hábitos y las tradiciones, casi no conocemos nuestra historia. Le
sugiero que un día vaya hasta Francia, y lleve en mi nombre una falda para
imagen de Sara a la aldea francesa de Saintes -
Maries – de- la –Mer.
Vine hasta
aquí porque me faltaba algo en la vida. Tenía que rellenar los espacios en
blanco, y creí que sólo con verte la cara sería suficiente. Pero no; también
tenía que entender que… había sido amada.
Eres amada.
Hago una
pausa larga: por fin puedo poner en palabras lo que me habría gustado decir
desde que la dejé marchar. Para evitar que se quede conmovida, sigo:
Me gustaría
pedirte una cosa.
Lo que
quieras.
Quiero
pedirte perdón.
Ella se
muerde los labios.
Siempre he
sido una persona muy nerviosa. Trabajo mucho, cuido a mi hijo, bailo como una
loca, he aprendido caligrafía, frecuento cursos de perfeccionamiento de ventas,
leo un libro tras otro. Todo para evitar esos momentos en los que no pasa nada,
porque esos espacios en blanco me daban la sensación de un vacío absoluto, en
el que no hay ni una migaja de amor. Mis padres siempre lo han hecho todo por
mí, y creo que no dejo de decepcionarlos.
“ Pero aquí,
mientras estábamos juntas, en los momentos en los que celebré la naturaleza y a
la Gran Madre contigo , entendí que esos
espacios en blanco empezaban a llenarse. Se convirtieron en pausas: el momento
en el que el hombre levanta la mano del tambor, antes de tocarlo de nuevo con
fuerza. Creo que me puedo marchar; no digo que vaya a ir en paz, porque mi vida
necesita un ritmo al que estoy acostumbrada. Pero tampoco me voy amargada.
¿Creen todos los gitanos en la Gran Madre?
Si se lo
preguntas, ninguno te dirá que sí. Han adoptado las creencias y las costumbres
de los lugares en los que se han ido instalando. Sin embargo, lo único que nos
une en la religión es adorar a santa Sara y peregrinar por lo menos una vez en
la vida a su tumba, en Saintes- Maries-de-la-Mer. Algunas tribus la llaman
Sarah-Kali, Sara la Negra. O Virgen de los Gitanos, como se la conoce en
Lourdes.
Tengo que
ir-dijo Athena después de un rato-.El amigo que conociste el otro día me va a
acompañar.
Parece un
buen hombre.
Hablas como
una madre.
Soy tu madre.
Soy tu hija.
Me abrazó,
esta vez con lágrimas en los ojos. Atusé su pelo, mientras la tenía entre mis
brazos como siempre había soñado, desde que un día, el destino – o mi miedo-
nos separó. Le pedí que se cuidase, y ella me respondió que había aprendido
mucho.
Vas a
aprender más todavía porque, aunque hoy todos estemos sujetos a casa, ciudades,
empleos, todavía me corre por la sangre el tiempo de las caravanas, los viajes
y las enseñanzas que la Gran Madre ponía en nuestro camino para que pudiéramos
sobrevivir. Aprende, pero aprende siempre con gente a tu lado.
No vayas sola
en esta búsqueda: si das un paso equivocado, no tendrás a nadie para ayudarte a
corregirlo.
Ella sigue
llorando, abrazada a mí, casi pidiéndome quedarse. Le imploré a mi protector
que no me dejase verter ni una lágrima, porque quería lo mejor para Athena, y
su destino era seguir adelante. Aquí, en Transilvania, a parte de mi amor, no
iba a encontrar nada más. Y aunque yo creo que el amor es suficiente para
justificar toda una existencia, tengo la absoluta certeza de que no puedo
pedirle que sacrifique su futuro para quedarse a mi lado.
Athena me da
un beso en la frente y se va sin decir adiós, pensando que tal vez un día
volvería. Todas las navidades me enviaba el suficiente dinero para pasar todo
el año sin tener que coser; jamás fui al banco para cobrar sus cheques, aunque
todos los de la tribu pensaban que me comportaba como un ignorante.
Hace seis
meses, dejó de mandar dinero. Debió de entender que necesito la costura para
llenar aquello que ella llamaba los “espacios en blancos”.
Por más que
desease verla una vez más, sé que no va a volver nunca; en este momento debe de
ser una gran ejecutiva, casada con un hombre al que ama, debo de tener muchos
nietos, y mi sangre perdurará en esta tierra, y mis errores serán perdonados.
SAMIRA R.
KHALIL, AMA DE CASA.
En cuanto
Sherine entró en casa dando gritos y abrazando a un asustado Viorel, entendí
que todo había ido mejor de lo que me imaginaba. Sentí que Dios había escuchado
mis oraciones, y ahora ya no tenía nada más que descubrir sobre sí misma. Por
fin podía adaptarse a una vida normal, criar a su hijo, casarse otra vez, y
apartarse de toda aquella ansiedad que la ponía eufórica y depresiva al mismo
tiempo.
Te quiero,
mamá.
Fue mi turno
para agarrarla y estrecharla en mis brazos. Durante algunas de aquellas noches
en las que estuvo fuera, confieso que me aterrorizaba la idea de que mandase a
alguien a buscar a Viorel, y que no volviesen nunca más.
Después de
comer, ducharse, contarme su encuentro con su madre biológica, describirme los
paisajes de Transilvania (yo no me
acordaba bien, ya que sólo fui en busca de un orfanato), le pregunté cuándo
volvía a Dubai.
La semana que
viene. Antes tengo que ir a Escocia a ver a una persona.
¡Un hombre!
Una mujer-
continuó ella, notando posiblemente mi sonrisa de complicidad-. Siento que
tengo una misión. He descubierto cosas que no creía que existiesen mientras
celebraba la vida y la naturaleza. Lo que creí que sólo podía encontrar en el
baile está en todas partes. Y tiene rostro de mujer: yo la vi en…
Me asusté. Le
dije que su misión era cuidar a su hijo, intentar ser mejor en su trabajo,
ganar más dinero, casarse de nuevo, respetar a Dios tal y como lo conocemos.
Pero Sherine
no me estaba escuchando.
Fue una noche
en la que estábamos sentados alrededor de la hoguera, bebiendo, riendo con
historias, escuchando música.
Salvo una vez
en el restaurante, todos los días que pasé allí no sentí la necesidad de
bailar, como si estuviese acumulando energía
para algo diferente. De repente sentí que todo a mi alrededor estaba
vivo, latiendo; la Creación y yo éramos una sola cosa.
Lloré de
alegría cuando las llamas de la hoguera parecieron convertirse en el rostro de
una mujer, llena de compasión, que me sonreía.
Sentí un
escalofrío; hechicería gitana, seguro. Y al mismo tiempo me volvió la imagen de
la niña en el colegio, que decía que había visto a “una mujer de blanco”.
No te dejes
llevar por esas cosas, que son del demonio.
Siempre has
tenido un buen ejemplo en nuestra familia, ¿es que no puedes llevar una vida
normal?
Por lo visto,
me había precipitado al creer que el viaje en busca de su madre biológica le
había sentado bien. Pero, en vez de reaccionar con la agresividad de siempre,
ella continuó sonriendo:
¿Qué es
normal? ¿Por qué papá vive sobrecargado de trabajo, si ya tenemos dinero
suficiente como para mantener a tres generaciones? Es un hombre honesto, se
merece lo que gana, pero siempre dice, con cierto orgullo, que tiene demasiado
trabajo.. ¿Para qué? ¿Adónde quiere llegar?
Es un hombre
que dignifica su vida.
Cuando vivía
con vosotros, siempre que llegaba a casa me preguntaba por los deberes, me daba
unos cuantos ejemplos de lo necesario que era su trabajo para el mundo, ponía
la televisión, hacía comentarios sobre la situación política en el Líbano,
antes de dormir se leía uno u otro libro técnico, estaba siempre ocupado.
“ Y contigo,
lo mismo; yo era mejor vestida en el colegio, me llevabas a fiestas, cuidabas
de las cosas de casa, siempre has sido buena, cariñosa, y me has dado una
educación impecable.
Pero ahora
que se acerca la vejez: ¿qué pensáis hacer en la vida, ahora que ya he crecido
y soy independiente?
vamos a
viajar. Recorrer el mundo, disfrutar de nuestro merecido descanso.
¿Por qué no
lo hacéis ya, mientras todavía tenéis salud?
Ya me había
preguntado lo mismo. Pero sentía que mi marido necesitaba su trabajo; no por el
dinero, sino por la necesidad de ser útil, de demostrar que un exiliado cumple
con sus compromisos. Cuando cogía vacaciones y se quedaba en la ciudad, siempre
hacía lo posible por ir al despacho, hablar con sus amigos, tomar una u otra
decisión que podría esperar. Intentaba forzarlo a ir al teatro, al cine, a los
museos, hacía todo lo que yo le pedía, pero sentí que se aburría; lo único que
le interesaba era la firma, el trabajo, lo negocios.
Por primera
vez hablé con ella como si fuera una amiga, y no mi hija, pero usando un
lenguaje que no me comprometiese, y que ella pudiese entender fácilmente.
¿Crees que tu
padre también intenta rellenar eso que tú llamas “espacios en blanco”?
El día que se
retire, aunque yo creo que ese día no va a llegar nunca, puedes estar segura de
que se va a deprimir. ¿Qué hacer con esa libertad tan arduamente conquistada?
Todos lo felicitarán por su brillante carrera, por la herencia que nos dejó,
por la integridad con la que ha dirigido su firma. Pero nadie tendrá tiempo
para él: la vida sigue su curso, y todos están inmersos en ella. Papá se
sentirá un exiliado de nuevo, sólo que esta vez no tendrá un país para
refugiarse.
¿Tienes
alguna idea mejor?
Sólo tengo
una: no quiero que eso me pase a mí. Soy demasiado nerviosa, y no me entiendas
mal, no estoy echándole la culpa al ejemplo que me habéis dado. Pero necesito
cambiar.
“Cambiar
rápido.
DEIDRE
O´NEILL ,CONOCIDA COMO EDDA.
Sentada en
completa oscuridad.
El niño, está
claro, salió inmediatamente de la sala- la noche es el reino del terror, de los
monstruos del pasado, de la época en la que andábamos como los gitanos, como mi
antiguo maestro-,que la Madre tenga compasión de su alma y esté siendo cuidado
con cariño hasta el momento de volver.
Athena no
sabe que hacer desde que apagué la luz. Pregunta por su hijo, le digo que no se
preocupe, que lo deje de mi cuenta. Salgo, enciendo la televisión, pongo un
canal de dibujos animados, le quito el sonido; el niño se queda hipnotizad, y
en seguida el problema está resuelto. Me pongo a pensar cómo sería en el
pasado, porque las mujeres iban al mismo ritual que Athena, llevaban a sus
hijos, pero no había televisión. ¿Qué hacía la gente que estaba allí para
enseñar?
Bueno, no es
mi problema.
Lo que el
niño está experimentando frente a la televisión- una puerta a una realidad
diferente – es lo mismo que voy a provocar en Athena. ¡Es todo tan simple, y al
mismo tiempo, tan complicado! Simple, porque basca con cambiar de actitud. No
voy a buscar más la felicidad. A partir de ahora soy independiente, veo la vida
con mis propios ojos, y no con los de los demás. Voy a buscar la aventura de
estar viva.
Y complicado:
¿por qué no voy a buscar la felicidad si la gente me ha enseñado que es el
único objetivo que merece la pena?
¿Por qué me
voy a arriesgar a tomar un camino que otros no se arriesgaron a tomar?
Después de
todo, ¿qué es la felicidad?
Amor,
responden. Pero el amor no da, y nunca ha dado felicidad. Todo lo contrario,
siempre es una angustia, un campo de batalla, muchas noches en vela,
preguntándonos si estamos haciendo lo correcto. El verdadero amor está hecho de
éxtasis y agonía.
Paz,
entonces. ¿Paz? Si miramos a la Madre, ella nunca está en paz. El invierno
lucha con el verano, el sol y la luna nunca se ven, el tigre persigue al
hombre, que tiene miedo del perro, que perdigue al gato, que persigue al ratón,
que asusta al hombre.
El dinero da
la felicidad. Muy Bien: entonces todas las personas que tienen el dinero
suficiente para vivir con un altísimo tren de vida podrían dejar de trabajar.
Pero siguen más nerviosas que antes, como si temieran perderlo todo. El dinero
da más dinero, eso es verdad. La pobreza puede provocar la infelicidad, pero al
contrario no es cierto.
He buscado la
felicidad durante mucho tiempo de mi vida; ahora lo que quiero es alegría. La
alegría es como el sexo: empieza y acaba. Yo quiero placer. Quiero estar
contenta, ¿pero felicidad? Ya no caigo en esa trampa.
Cuando estoy
con un grupo de personas y decido provocarlas mediante una de las cuestiones
más importantes de nuestra existencia, todas dicen: “Soy feliz”.
Sigo: “¿Pero
no quieres tener más, no quieres seguir creciendo?” Todos responden: “Claro”.
Insisto:
“Entonces no eres feliz”. Todos cambian de tema.
Es mejor que
vuelva a la sala en la que está Athena ahora.
Oscura. Ella
escucha mis pasos, la cerilla que se rasca y enciende una vela.
Todo lo que
nos rodea es el Deseo Universal. No es la felicidad; es un deseo. Y los deseos
siempre son incompletos: cuando se realizan, dejan de ser deseos, ¿no?
¿Dónde está
mi hijo?
Tu hijo está
bien, viendo la tele. Sólo quiero que mires esta vela, que no hables, que no
digas nada. Sólo cree.
Creer que…
Te he pedido
que no dijeras nada. Estás viva, y esta vela es el único punto de tu universo,
tienes que creer en eso. Olvida para siempre esa idea de que el camino es una
manera de llegar a un destino: en realidad, siempre estamos llegando, a cada
paso.
Repítelo
todas las mañanas: “He llegado”. Verás que es mucho más fácil estar en contacto
con cada segundo del día.
Hice una
pausa.
La llama de
la vela está iluminando tu mundo. Pregúntale:
¿Quién soy
yo?
Esperé un
poco más. Y seguí:
Imagino tu
respuesta: soy fulana de tal, he vivido esta y aquellas experiencias. Tengo un
hijo, trabajo en Dubai. Ahora vuelve a preguntarle a la vela: ¿Quién no soy yo?
Esperé de
nuevo. Y de nuevo seguí:
Debes de
haber respondido: no soy una persona alegre. No soy una típica madre de familia
que sólo se preocupa de su hijo, de su marido, de tener una casa con jardín y
un sitio en el que pasar las vacaciones todo el verano. ¿He acertado? Puedes
hablar.
Has acertado.
Entonces
estamos en el camino correcto. Eres, igual que yo, una persona insatisfecha. Tu
“realidad” no encaja con la “realidad” de los demás. Y te da miedo que tu hijo
siga el mismo camino ¿no?
Sí.
Aún así sabes
que no puedes parar. Luchas, pero no eres capaz de controlar tus dudas. Mira
bien esta vela: en este momento, es tu universo; concentra tu atención, ilumina
un poco a tu alrededor. Respira hondo, retén el aire en los pulmones el máximo
tiempo posible, y expira. Repítelo cinco veces.
Ella
obedeció.
Este
ejercicio debería haber calmado tu alma. Ahora recuerda lo que te he dicho.
Tienes que creer. Tienes que creer que eres capaz, que ya has llegado a donde
querías. En un determinado momento de tu vida, como me contaste esta tarde
mientras tomábamos té, dijiste que había cambiado el comportamiento de la gente
del banco en el que trabajabas, porque les habías enseñado a bailar. No es verdad.
“Lo cambiaste
todo, porque cambiaste tu realidad con el baile. Creíste en esa historia del
Vértice, que me parece interesante, aunque jamás haya oído hablar de ella. Te
gustaba bailar, creías en lo que estabas haciendo. No se puede creer en algo
que no nos gusta, ¿entiendes?
Athena
asintió con la cabeza, manteniendo loso ojos fijos en la llama de la vela.
La fe no es
un deseo. La fe es una Voluntad. Los
deseos siempre son cosas que se rellenan, la Voluntad es una fuerza. La
Voluntad cambia el espacio que está a nuestro alrededor, como hiciste con tu
trabajo en el banco. Pero, para ello, es necesario el Deseo. ¡Por favor,
concéntrate en la vela!
“Tu hijo
salió de aquí y se fue a ver la tele porque la oscuridad le da miedo. ¿Por qué
motivo? En la oscuridad podemos proyectar cualquier cosa, y generalmente sólo
proyectamos nuestros fantasmas. Eso vale para los niños y para los adultos.
Levanta el brazo derecho lentamente.
El brazo se
movió hacia lo alto. Le pedí que hiciera lo mismo con el izquierdo. Pude ver
bien sus senos, mucho más bonitos que los míos.
Puedes
bajarlos, pero también lentamente. Cierra los ojos, respira hondo, voy a
encender la luz. Ya está: se acabó el ritual.
Vamos a la
sala.
Se levantó
con dificultad; las piernas se le habían dormido por culpa de la postura que le
había mandado adoptar.
Viorel ya se
había dormido; yo apagué la tele, fuimos a la cocina.
¿Para qué ha
servido todo eso?- preguntó.
Sólo para
sacarte de la realidad cotidiana. Podría haber sido cualquier cosa en la que
pudieses fijar tu atención, pero a mí me gusta la oscuridad y la llama de una
vela. Bueno, te refieres adónde quiero llegar ¿no?
Athena me
comentó que había viajado casi tres horas en el tren, con su hijo en brazos,
cuando tenía que estar haciendo la maleta para volver al trabajo; podría
haberse quedado mirando una vela en su habitación, no hacía falta venir hasta
Escocia.
Sí que hacía
falta- respondí. Para saber que no estás sola, que hay otras personas que están
en contacto con lo mismo que tú. El simple hecho de entender eso te permite
creer.
¿Creer en
qué?
Que estás en
el camino correcto. Y como te he dicho antes, llegando a cada paso.
¿Qué camino?
Pensé que, al ir a buscar a mi madre a Rumania, por fin encontraría la paz de
espíritu que tanto necesitaba, pero no fue así. ¿De qué camino estás hablando?
De eso no
tengo la menor idea. No lo descubrirás hasta que empieces a enseñar. Cuando
vuelvas a Dubai, busca un discípulo o una discípula.
¿Enseñar
baile o caligrafía?
De eso ya
sabes. Tienes que enseñar aquello que no sabes.
Aquello que
la Madre desea revelar a través de ti.
Ella me miró
como si yo me hubiese vuelto loca.
Eso mismo-
insistí - ¿Por qué te pedí que levantases los brazos y que respiraras hondo?
Para que pensaras que sabía algo más que tú. Pero no es cierto; no era más que
una manera de sacarte del mundo al que estás acostumbrada. No te pedí que le
dieras las gracias a la Madre, que dijeras lo maravillosa que es, ni que su
rostro brilla en las llamas de una hoguera. Sólo te pedí el gesto absurdo e
inútil de levantar los brazos, y que concentrases tu atención en una vela. Eso
es suficiente, intentar siempre que sea posible, hacer algo que no encaja con
la realidad que nos rodea.
“Cuando
empieces a crear rituales para que los haga tu discípulo, serás guiada. Ahí es
donde comienza el aprendizaje, eso es lo que decía mi protector. Si quieres
escuchar mis palabras, muy bien. Si no quieres, sigue tu vida como hasta este
momento, y acabarás dando con una pared llamada “insatisfacción”.
Llamé a un
taxi, hablamos un poco de moda y de hombres, y Athena se fue. Estaba segura de
que me escucharía, sobre todo porque formaba parte de ese tipo de personas que
nunca renuncian a un desafío.
Enséñale a la
gente a ser diferente. ¡Sólo eso!- le grité mientras el taxi se alejaba.
Eso es la alegría. La felicidad sería estar
satisfecha con todo lo que tenía; un amor, un amor, un hijo, un empleo. Y
Athena, al igual que yo, no había nacido para ese tipo de vida.
HERON RYAN,
PERIODISTA.
Claro que yo
no admitía estar enamorado; tenía una novia que me amaba, que me completaba,
que compartía conmigo los momentos difíciles y las horas de alegría.
Todas las
citas y los acontecimientos de Sibiu formaban parte de un viaje; no era la
primera vez que sucedía cuando estaba fuera de casa. La gente, cuando se aleja
de su mundo, suele ser más aventurera, ya que las barreras y los prejuicios
quedan lejos.
Al volver a
Inglaterra, lo primero que hice fue decir que el documental sobre el Drácula
histórico era una tontería; un simple libro de un irlandés loco había sido
capaz de dar una imagen pésima de Transilvania, uno de los lugares más bonitos
del planeta. Evidentemente, los productores no estaban satisfechos en absoluto,
pero en ese momento no me importaba su opinión: dejé la televisión, y me fui a
trabajar a uno de los periódicos más importantes del mundo.
Fue entonces
cuando me di cuenta de que me gustaría ver de nuevo a Athena.
La llamé,
quedamos para dar un paseo antes de que ella volviese a Dubai. Ella aceptó,
pero me dijo que le gustaría ser mi guía por Londres.
Entramos en
el primer autobús que llegó a la parada, sin preguntar en qué dirección iba,
escogimos a una señora que estaba allí por casualidad, y dijimos que nos
bajaríamos en el mismo sitio de ella. Bajamos en Temple, pasamos junto a un
mendigo que nos pidió limosna, pero no se la dimos, y seguimos adelante
mientras oíamos sus insultos, entendiendo que no era más que una forma de
comunicarse con nosotros.
Vimos a
alguien que intentaba destrozar una cabina telefónica; pensé en llamar a la
policía, pero Athena me lo impidió; tal vez acababa de terminar una relación
con el amor de su vida y necesitaba descargar todo lo que sentía. O, quién
sabe, puede que no tuviera con quién hablar, y no podía permitir que los demás
lo humillasen, utilizando aquel teléfono para hablar de negocios o de amor.
Me mandó
cerrar los ojos y que le describiese exactamente la ropa que llevábamos puesta;
para mi sorpresa, sólo acerté algunos detalles.
Me preguntó
qué recordaba de mi mesa de trabajo; le dije que sobre ella había papeles que
me daba pereza ordenar.
-¿Ya has
pensado que esos papeles tiene vida, sentimiento, peticiones, historias que
contar? Creo que no le prestas a la vida la atención que se merece.
Le prometí
que los revisaría uno por uno cuando volviese al periódico al día siguiente.
Una pareja de
extranjeros, con un mapa, nos pidió información sobre un monumento turístico.
Athena les dio indicaciones precisas pero completamente equivocadas.
¡Les has dado
una dirección diferente!
No importa.
Se perderán, y no hay nada mejor para descubrir sitios interesantes. Haz un
esfuerzo por llenar de nuevo tu vida con un poco de fantasía; sobre nuestras
cabezas hay un cielo al que toda la humanidad, en miles de años de observación,
le ha dado una serie de explicaciones razonables. Olvida lo que aprendiste de
las estrellas, y volverán a transformarse en ángeles, o en niños, o en
cualquier cosa que quieras creer en este momento. Eso no te hará más estúpido:
no es más que un juego, pero puede enriquecer tu vida.
Al día
siguiente, cuando volví al periódico, me encargué de cada papel como si fuese
un mensaje directamente dirigido a mí, y no a institución a lo que represento.
A mediodía, fui a hablar con el secretario de redacción, y le sugería hacer un
reportaje sobre el tema de una Diosa a la que veneran los gitanos. Pensaron que
era una idea excelente, y me designaron para ir a las fiestas a la meca de los
gitanos, Saintes-Maries-de-la-Mer.
Por increíble
que parezca, Athena no mostró interés alguno por acompañarme. Decía que a su
novio- el policía ficticio, que usaba para mantenerme a distancia – no le
gustaría saber que se iba de viaje con otro hombre.
¿Pero no le
prometiste a tu madre llevarle un manto a la santa?
Se lo
prometí, en el caso de que la ciudad me quedara de camino. Pero no es así. Si
algún día paso por allí, cumplo la promesa.
Como iba a
volver a Dubai al domingo siguiente, se fue con su hijo a Escocia, a ver a una
mujer que ambos habíamos conocido en Bucarest. Yo no recordaba a nadie, pero,
igual que había un “novio fantasma”, puede que la “mujer fantasma” fuese otra
disculpa, y decidí no presionarla mucho. Sin embargo, sentí celos, como si
prefiriese estar con otra gente.
Me extrañó
ese sentimiento. Y decidí que, si era necesario ir hasta Oriente Medio para
hacer un reportaje sobre el boom inmobiliario que alguien de la sección de
economía del periódico decía que estaba ocurriendo, me pondría a estudiarlo
todo sobre terrenos, economía, política y petróleo siempre que eso me acercase
a Athena.
Saintes-
Maries-de-la-Mer dio para un excelente artículo. Según la tradición, Sara era
una gitana que vivía en la pequeña ciudad costera, cuando la tía de Jesús,
María Salomé, junto con otros refugiados, llegó allí escapando de las
persecuciones romanas.
Sara los
ayudó y acabó convirtiéndose al cristianismo.
En la fiesta
a la que pude asistir, las partes del esqueleto de dos mujeres que están
enterradas baja el altar son sacadas del
relicario y levantadas para bendecir la multitud de caravanas que llegan
de todos los rincones de Europa con sus ropas de colores, su música y sus
instrumentos. Después, la imagen de Sara, con hermosos mantos, se saca de un
lugar cerca de la iglesia, ya que el Vaticano jamás la canonizó, y es llevada
en procesión hasta el mar a través de las callejuelas cubiertas de rosas.
Cuatro gitanos, con las ropas tradicionales, ponen las reliquias en un barco
lleno de flores, entran en el agua, y repiten la llegada de las fugitivas y el
encuentro con Sara. A partir de ahí, todo es música, fiestas, cantos y
demostraciones de valor delante de un toro.
Un
historiador, Antoine Locadour, me ayudó a contemplar el reportaje con
información interesante respecto a la Divinidad Femenina. Envié a Dubai las dos
páginas escritas para la sección de turismo del periódico. Todo lo que recibí
fue una respuesta amable, agradeciéndome la intención, sin ningún otro
comentario.
Por lo menos,
había confirmado que su dirección existía.
ANTOINE
LOCADOUR, SESENTA Y CUATRO AÑOS, HISTORIADOR, I.C.P.,FRANCIA.
Es fácil
identificar a Sara como una más de las muchas vírgenes negras que hay en el
mundo. Sarah-Kali, dice la tradición, procedía de un noble linaje y conocía los
secretos del mundo. Era, a mi entender, una más de las muchas manifestaciones
de lo que llaman la Gran Madre, la Diosa de la Creación.
Y no me
sorprende que cada vez más la gente se interese por las tradiciones paganas.
¿Por qué? Porque el Dios Padre siempre está asociado con el rigor y la
disciplina del culto.
El fenómeno
no es una novedad: siempre que la religión recrudece sus formas, un grupo
significativo de gente tiende a ir en busca de más libertad en el contacto
espiritual. Sucedió en la Edad Media, cuando la iglesia católica se limitaba a
poner impuestos ya construir conventos
llenos de lujo; como reacción, asistimos al surgimiento de un fenómeno llamado
“hechicería” que, a pesar de ser reprimido por culpa de su carácter revolucionario,
dejó raíces y tradiciones que han
conseguido sobrevivir durante todos estos siglos.
En las
tradiciones paganas, el culto a la naturaleza es más importante que la
reverencia a los libros sagrados; la Diosa está en todo, y todo forma parte de
la Diosa. El mundo es una expresión de
su bondad. Existen muchas doctrinas filosóficas – como el taoísmo o el budismo-
que eliminan la idea de la distinción entre el creador y la criatura. La gente
ya no intenta descifrar el misterio de la vida, sino formar parte de él; en el
taoísmo y en el budismo, incluso sin la figura femenina, el principio central
también afirma que “todo es la misma cosa”.
En el culto a
la Gran Madre, lo que llamamos “pecado”, generalmente una trasgresión de
códigos morales arbitrarios, no existe; el sexo y las costumbres son más
libres, porque forman parte de la naturaleza, y no se pueden considerar frutos
del mal.
El nuevo
paganismo demuestra que el hombre es capaz de vivir sin una religión
instituida, y al mismo tiempo continuar la búsqueda espiritual para justificar
su existencia. Si Dios es madre, entonces todo lo que hay que hacer es unirse y
adorarla a través de los ritos que procuran satisfacer su alma femenina, como
la danza, el fuego, el agua, la tierra, los cantos, la música, las flores, la
belleza.
La tendencia
ha ido creciendo a pasos agigantados en los últimos años. Tal vez estemos ante
un momento muy importante de la historia del mundo, en el que por fin el
Espíritu se integra en la Materia, se unifican y se transforman. Al mismo
tiempo, creo que se producirá una reacción muy violenta por parte de las
instituciones religiosas organizadas, que empiezan a perder fieles. El
fundamentalismo crecerá y se instalará en todas partes.
Como
historiador, me contento con recoger datos y analizar esta confrontación entre
la libertad de adorar y la obligación de obedecer. Entre el Dios que controla
el mundo y la diosa que es parte del mundo. Entre la gente que se une en grupos
en los que la celebración se hace de modo espontáneo y aquellas que se van
cerrando en círculos en los que aprenden lo que se debe y lo que no se debe
hacer.
Me gustaría
ser optimista, creer que finalmente el ser humano no ha encontrado su camino
hacia el mudo espiritual. Pero las señales no son así de positivas: una nueva
persecución conservadora, como ya sucedió muchas veces en el pasado, puede
sofocar de nuevo el culto a la Madre.
Andrea
McCain, actriz de teatro.
Es muy
difícil intentar ser imparcial, contar una historia que empezó con admiración y
que terminó con rencor. Pero voy a intentarlo, voy a hacer un esfuerzo sincero
por describir a la Athena que vi la
primera vez de Dubai, con dinero y con ganas de compartir todo lo que sabía
sobre los misterios de la magia. Esta vez, sólo se había quedado cuatro meses
en Oriente Medio: vendió terrenos para la construcción de dos supermercados,
ganó una enorme comisión, dijo que había ganado el dinero suficiente para vivir
ella y su hijo los tres años siguientes, y que podría volver a trabajar siempre
que quisiera,; ahora era el momento de aprovechar el presente, de vivir lo que
le quedaba de juventud y de enseñar todo lo que había aprendido.
Me recibió
sin mucho entusiasmo:
¿Qué quieres?
Hago teatro y
vamos a representar una obra sobre el lado femenino de Dios. Supe por un amigo
periodista que habías estado en el desierto y en las montañas de los Balcanes,
con los gitanos, y que tienes información al respecto.
¿Has venido
hasta aquí para aprender sobre la Madre sólo porque vas a hacer una obra?
¿Y tú por qué
razón aprendiste?
Athena paró,
me miró de arriba abajo y sonrió:
Tienes razón.
Ésa fue mi primera lección como maestra: enseña a quien quiera aprender. El
motivo no importa.
Cómo?
Nada.
El origen del
teatro es sagrado. Empezó en Grecia, con himnos a Dionisio, el dios del vino,
del renacimiento y de la fertilidad. Pero se cree que desde épocas remotas los
seres humanos hacían el ritual en el que fingían ser otras personas, y de esa
manera intentaban la comunicación con lo sagrado.
Segunda
lección, gracias.
No entiendo.
He venido aquí a aprende, no a enseñar.
Aquella mujer
estaba empezando a enfurecerme,. Puede que estuviese siendo irónica.
Mi
protectora…
¿Protectora?
…otro día te
lo explico. Mi protectora me dijo que sólo aprenderé lo que necesito si me
provocan. Y, desde que volví de Dubai, tú has sido la primera persona que me lo
ha demostrado.
Tiene sentido
lo que ella me dijo.
Le expliqué
que en el proceso de investigación para la obra de teatro había ido de un
maestro a otro. Pero no había nada excepcional en sus enseñanzas, salvo el
hecho de que mi curiosidad iba aumentando a medida que progresaba en la
cuestión.
También le
dije que la gente que trataba el tema parecía confusa, y no sabía exactamente
lo que quería.
¿Cómo por
ejemplo?
El sexo, por
ejemplo. En algunos sitios a los que fui, estaba totalmente prohibido. En
otros, no sólo era totalmente libre, sino que a veces se organizaban orgías. Me
pidió más detalles, y no entendí si lo hacía para ponerme a prueba o si no
sabía nada de lo que estaba pasando.
Athena siguió
antes de que yo pudiese responder a su pregunta.
-¿Cuándo
bailas sientes deseo? ¿Sientes que estás provocando una energía superior?
¿Cuándo bailas, hay momentos en lo que dejas de ser tú?
Me quedé sin
saber qué decir. En realidad, en las discotecas y en las fiestas de amigos, la
sensualidad estaba siempre presente en el baile. Yo empezaba provocando, me
gustaba ver la mirada de deseo de los hombres, pero a medida que la noche
avanzaba, parecía entrar más en contacto conmigo, el hecho de estar seduciendo
a alguien o no dejaba de importarme…
Athena
siguió:
-Si el teatro
es un ritual, el baile también. Además , es una manera ancestral de acercarse a
la pareja. Como si los hilos que nos conectan con el resto del mundo quedasen
limpios de prejuicios y de miedos. Cuando bailas, puedes permitirte el lujo de
ser tú mismo.
Empecé a
escucharla con respeto.
Después,
volvemos a ser lo que éramos antes; personas asustadas, que intentan ser más
importantes de lo que creen que son.
Exactamente
igual que me sentía yo. ¿ O es que todo el mundo experimenta lo mismo?
-¿Tienes
novio?
Recordé que,
en uno de los lugares a lo que había ido para aprender la “Tradición de Gaia”,
uno de los “druidas” me había pedido que hiciera el amor delante de él.
Ridículo y de temer, ¿cómo esa gente osaba utilizar la búsqueda espiritual para
sus propósitos más siniestros?
-¿Tienes
novio? – repitió.
- Sí.
Athena no
dijo nada más. Sólo se puso la mano en los labios, pidiéndome que guardase
silencio.
Y de repente
me di cuenta de que resultaba tremendamente difícil estar en silencio delante
de alguien a quien acabas de conocer. La tendencia es hablar sobre cualquier
cosa: el tiempo, los problemas de tráfico, los mejores restaurante. Estábamos
las dos sentadas en el sofá de su sala totalmente blanca, con un reproductor de
CD y una pequeña estantería en la que estaban guardados los discos. No veía
libros por ninguna parte, ni cuadros en las paredes. Como había viajado,
esperaba encontrarme objetos y recuerdos de Oriente Medio.
Pero estaba
vacío, y ahora el silencio.
Sus ojos
grises estaban fijos en los míos, pero permanecí firme y no aparté la mirada.
Instinto, tal vez. Maneras de decir que estamos asustados, sino afrontando el
desafío. Sólo que, con el silencio y la sala blanca, el ruido del tráfico allá
fuera, todo empezó a parecer irreal. ¿Cuánto tiempo íbamos a estar allí, sin
decir nada?
Empecé a
acompañar mis pensamientos; ¿había ido allí en busca de material para mi obra,
o quería el conocimiento, la sabiduría, los…poderes? No era capaz de definir lo
que me había llevado a una…
¿A una qué?
¿Una bruja?
Mis sueños de
adolescente volvieron a la superficie: ¿ quién no le gustaría encontrarse con
una bruja de verdad, aprender magia, ser vista con respeto y temor por sus amigas?
¿Quién, siendo joven, no ha sentido la injusticia de los signos de represión de
la mujer, y sentía que ésa era la mejor manera de rescatar la identidad
perdida? Aunque ya hubiese pasado esta fase, era independiente, hacía lo que me
gustaba en un terreno tan competitivo como el teatro, ¿por qué nunca estaba
contenta, tenía petitivo como el teatro, ¿por qué nunca estaba contenta, tenía
que poner siempre a prueba mí… curiosidad?
Debíamos de
tener más o menos la misma edad… ¿ o era mayor? ¿Tendría ella también un novio?
Athena se
dirigió hacia mí. Ahora estábamos separadas por menos de un brazo, y empecé a
sentir miedo. ¿Sería lesbiana?
Sin desviar
los ojos, sabía dónde estaba la puerta y podía salir en el momento que
quisiera. Nadie me había obligado a ir a aquella casa, a buscar a alguien que
no había visto en mi vida, y quedarme allí perdiendo el tiempo, sin decir nada,
sin aprender absolutamente nada. ¿Adónde quería llegar?
Al silencio,
tal vez. Mis músculos empezaron a ponerse tensos.
Estaba sola,
desprotegida. Necesitaba desesperadamente hablar, o hacer que mi mente dejase
de decirme que todo me estaba amenazando. ¿Cómo podía saber quién soy? ¡Somos
lo que decimos!
¿No me hizo
preguntas sobre mi vida? Quiso saber si tenía novio, ¿no? Yo intenté hablar más
de teatro, pero no fui capaz.
¿Y las
historias que oí, de su ascendencia gitana, de su encuentro en Transilvania, la
tierra de los vampiros?
Mi cabeza no
paraba: ¿cuánto me iba a costar aquella consulta? Me entró el pavor, debería haber
preguntado antes. ¿Una fortuna? ¿Y si no pagaba, me iba a lanzar un hechizo que
acabaría destruyéndome?
Sentí el
impulso de levantarme, darle las gracias y decirle que no había ido allí para
quedarme en silencio. Si vas al psiquiatra tienes que hablar. Si vas a una
iglesia, oyes un sermón. Si buscas la magia, encuentras un maestro que quiere
explicarte el mundo y te hace una serie de rituales. ¿Pero silencio? ¿Y por qué
me hacía sentir tan incómoda?
Era una
pregunta tras otra, y yo no era capaz de dejar de decir nada. De repente, tal
vez después de unos largos cinco o diez minutos sin que nada se moviese, ella
sonrió.
Yo también
sonreí y me relajé.
Intenta ser
diferente. Sólo eso.
¿Sólo
eso? ¿Quedarse en silencio es ser
diferente?
Ahora que estás
hablando y reorganizando el universo, acabarás convenciéndote de que tienes
razón y de que yo estoy equivocada. Pero lo has visto: quedarse en silencio es
diferente.
Es
desagradable. No se aprende nada.
A ella
pareció no importarle mi reacción.
-¿En qué
teatro trabajas?
¡Por fin mi
vida parecía interesarle! Yo volvía a la condición de ser humano, ¡con
profesión y todo! La invité a ir a ver la obra que estábamos representando en
ese momento; fue la única manera que encontré de vengarme, demostrándole que
era capaz de hacer cosas que Athena no sabía hacer. Aquel silencio me había
dejado un sabor a humillación en la boca.
Me preguntó
si podía llevar a su hijo, y le respondí que no: era para adultos.
Bien, puedo
dejarlo con mi madre; hace mucho tiempo que no voy al teatro.
No me cobró
nada por la consulta. Cuando me vi con los otros miembros de mi equipo, les
conté mi encuentro con las misteriosa criatura; tenían curiosidad por conocer a
alguien que, en el primer contacto, todo lo que te pide es que estés en
silencio.
Athena
apareció el día señalado. Vio la obra, fue al camerino a felicitarme, no dijo
si le había gustado o no. Mis compañeros sugirieron que la invitase al bar al
que solíamos ir después del espectáculo. Allí, en vez de quedarse callada, empezó
a hablar de una pregunta que había quedado sin contestar en nuestro primer
encuentro:
-Nadie, ni
incluso la Madre, desearía nunca que la actividad sexual se practicase sólo por
celebración; el amor tiene que estar presente. Dijiste que habías conocido a
gente de esta clase, ¿no?
Ten cuidado.
Mis amigos no
entendieron nada, pero les gustó el tema, y empezaron a bombardearla a
preguntas. Algo me hacía sentir incómoda: sus respuestas eran muy técnicas,
como si no tuviese mucha experiencia en el tema. Habló del juego de la
seducción, de los ritos de fertilidad, y acabó con una leyenda griega; seguro
que porque en nuestro primer encuentro yo le había dicho que en Grecia estaban
los orígenes del teatro. Debía de haberse pasado toda la semana leyendo sobre
el tema.
Después de
milenios de dominación masculina, estamos volviendo al culto de la Gran Madre.
Los griegos la llaman Gaia, y cuenta el mito que ella nació del caos, el vacío
que imperaba antes del universo. Con ella, vino Eros, el dios del amor, y después
creó el Mar y el Cielo.
¿Quién fue el
padre?- preguntó uno de mis amigos.
Nadie. Hay un
término técnico, llamado partenogénesis, que significa ser capaz de dar a luz
sin la interferencia masculina.
También hay
un técnico místico, al que estamos más acostumbrados: la Inmaculada Concepción.
“De Gaia
vinieron todos los dioses que más tarde poblarían los Campos Elíseos de Grecia,
incluido nuestro querido Dionisio, vuestro ídolo. Pero, a medida que el hombre
se iba afirmando como el principal elemento político en las ciudades, Gaia fue
cayendo en el olvido, siendo sustituida por Júpiter, Marte, Apolo, Saturno,
todos muy competentes, pero sin el mismo encanto que la Madre que todo lo creó.
Después, hizo
un verdadero cuestionario respecto a nuestro trabajo. El director le preguntó
si le gustaría darnos algunas clases.
-¿Sobre qué?
- Sobre lo
que tú sabes.
- A decir
verdad, he estado estudiando sobre los orígenes del teatro durante esta semana.
Lo aprendo todo a medida que lo necesito, eso fue lo que me dijo Edda.
¡Confirmado!
Pero puedo
compartir con vosotros otras cosas que la vida me ha enseñado.
Todos
estuvieron e acuerdo. Nadie preguntó quién era Edda.
Deidre
O´Neill, conocida como Edda.
Yo le decía a
Athena: No tienes que venir aquí a cada momento sólo para preguntarme
tonterías. Si un grupo ha decidido aceptarte como profesora, ¿por qué no
aprovechas la oportunidad para convertirte en maestra?
Haz lo que yo
siempre he hecho.
Procura
sentirte bien cuando pienses que eres la última de las criaturas. No creas que
está mal: deja que la Madre posea tu cuerpo y tu alma, entrégate a través del
baile o del silencio, o de las cosas comunes de la vida, como llevar a tu hijo
al colegio, preparar la cena, ver si la casa está ordenada. Todo es adoración,
si tienes la mente concentrada en el momento presente.
No intentes
convencer a nadie respecto de nada. Cuando no sepas, pregunta o investiga.
Pero, a medida que actúes, tienes que ser como el río que fluye, silencioso,
entregándose a una energía mayor. Tienes que creer, fue lo primero que te dije
en nuestro primer encuentro.
Tienes que
ser capaz.
Al principio
te sentirás confundida, insegura. Después, pensarás que todos creen que los
estás engañando. No es nada de eso: lo sabes, sólo tienes que ser consciente de
ello. Todas las mentes del planeta son fácilmente sugestionables para lo peor,
temen la enfermedad, la invasión, el asalto, la muerte: intenta darles la
alegría perdida.
Tienes que
ser clara.
Reprográmate
cada minuto del día con pensamientos que te hagan crecer. Cuando estés
enfadada, confusa, intenta reírte de ti misma. Ríete alto, ríete mucho de esa
mujer que se preocupa, que se angustia porque cree que sus problemas son los
más importantes del mundo. Ríete de esa situación patética, porque eres la
manifestación de la Madre, y también tienes que creer que Dios es hombre, lleno
de reglas. En el fondo, la mayoría de nuestros problemas se reducen a eso:
seguir reglas.
Concéntrate.
Si no
encuentras nada en que centrar tu interés, concéntrate en la respiración. Por
ahí, por tu nariz, entra el río de luz de la Madre. Escucha los latidos de tu
corazón, sigue los pensamientos que no eres capaz de controlar, controla las
ganas de levantarte inmediatamente y hacer algo “útil”. Quédate sentada algunos
minutos todos los días sin hacer nada, aprovecha lo máximo que puedas.
Cuando estés
lavando plazos, reza. Da las gracias por tener platos que lavar; eso significa
que en ellos hubo comida, que alimentó a alguien, que cuidó de una o más personas con cariño; cocinaste,
pusiste la mesa. Piensa cuántos millones de personas en este momento no tienen
nada que lavar o a nadie a quien prepararle la mesa.
Evidentemente,
otras mujeres dicen: Yo no voy a lavar los platos, que los laven los hombres.
Pues que los laven si quieren, pero no veas en ello una igualdad de
condiciones. No hay nada de malo en hacer cosas simples, aunque si mañana yo
publico un artículo con todo lo que pienso, dirían que estoy en contra de la causa
femenina.
¡Qué
tontería! Como si lavar los platos, usar sujetador o abrir y cerrar puertas
fuese algo que humillase mi condición de mujer.
En realidad,
me encanta cuando un hombre me abre la puerta: en la etiqueta está escrito
“Ella necesita que yo lo haga, porque es frágil”, pero en mi alma está escrito:
“Me trata como una diosa, soy una reina”.
Yo no estoy
aquí para trabajar por la causa femenina, porque tanto los hombres como las
mujeres son una manifestación de la Madre, la Unidad Divina. Nadie puede ser
más que eso.
Me encantaría
poder verte dando clases sobre lo que estás aprendiendo; ése es el objetivo de
la vida, ¡la revelación! Te conviertes en un canal, te escuchas a ti mismo, te
sorprende de lo que eres capaz. ¿Recuerdas el trabajo en el banco? Puede que no
lo hayas entendido, pero era la energía que fluía por tu cuerpo, por tus ojos,
por tus manos.
Dirás. “No
era exactamente eso, era el baile”.
El baile
funciona simplemente como un ritual ¿Qué es un ritual? Es transformar lo que es
monótono en algo que sea diferente, rítmico, que pueda canalizar la Unidad. Por
eso insisto: tienes que ser diferente incluso lavando platos. Mueve las manos
de modo que no repitan nunca el mismo gesto, aunque mantengan la cadencia.
Si crees que
te ayuda, intenta visualizar imágenes: flores, pájaros, árboles de un bosque.
No pienses en cosas aisladas, como la vela en la que concentraste tu atención
la primera vez que viniste aquí. Procura pensar en algo que sea colectivo. ¿Y
sabes lo que vas a notar? Que no decidiste tu pensamiento.
Te voy a
poner un ejemplo con los pájaros: imagina una bandada de pájaros volando.
¿Cuántos pájaros ves? ¿Once, diecinueve, cinco? Tienes una idea, pero no sabes
el número exacto.
Entonces, ¿de
dónde salió ese pensamiento? Alguien lo ha puesto ahí. Alguien que sabe el
número exacto de los pájaros, árboles, piedras, flores. Alguien que, en estas
fracciones de segundo, se apodera de ti y muestra Su poder.
Eres lo que
crees ser.
No te
repitas. Como esa gente que cree en el “pensamiento positivo”, que eres amada,
fuerte, ni capaz. No tienes que decirlo, porque ya lo sabes. Y cuando dudas- y
creo que debe de pasarte con mucha frecuencia en esta fase de la evolución-,
haz lo que te he sugerido. En vez de intentar demostrar que eres mejor de lo
que crees, simplemente ríete. Ríete de tus preocupaciones, de tus inseguridad.
Tómate con humor tu angustia.. Al principio es difícil, pero poco a poco te
acostumbrarás.
Ahora vuelve
y busca a toda esa gente que cree que lo sabes todo. Convéncete de que tienes
razón, porque todos nosotros lo sabemos todo, es cuestión de creerlo.
Tienes que
creer.
Los grupos
son muy importantes, te comenté en Bucarest la primera vez que nos vimos.
Porque nos obligan a mejorar; si estás sola, lo único que puedes hacer es
reírte de ti misma, pero si estás con otros, te reirás y actuarás en seguida.
Los grupos nos desafían. Los grupos nos permiten seleccionar nuestras
afinidades. Los grupos provocan una energía colectiva en la que el éxtasis es
mucho más fácil, porque unos contagian a otros.
Evidentemente,
los grupos también pueden destruirnos. Pero eso forma parte de la vida, es la
condición humana: vivir con los demás. Y si una persona no ha sido capaz de
desarrollar bien su instinto de supervivencia, entonces es que no ha entendido
nada de lo que dice la Madre.
Tienes
suerte, chica. Un grupo acaba de pedirte que le enseñes algo, y eso te va a
convertir en maestra.
Heron Ryan,
periodista.
Antes de la
primera clase con los actores, Athena vino a mi casa.
Desde que
había publicado el artículo sobre Sara, estaba convencida de que entendía su
mundo, lo cual no es verdad en absoluto.
Mi único
interés era llamar su atención. Aunque yo intentase aceptar que podía haber una
realidad invisible capaz de interferir en nuestras vidas, el único motivo que
me llevaba a eso era un amor que yo no aceptaba, pero que seguía evolucionando
de manera sutil y devastadora.
Y yo estaba
satisfecho con mi universo, no quería cambiarlo bajo ningún concepto, aunque me
viese empujado a ello.
- Tengo miedo
– me dijo en cuanto entró-. Pero debo seguir adelante, hacer lo que me piden.
Tengo que creer.
- Tienes una
gran experiencia de vida. Has aprendido con los gitanos, con los derviches en
el desierto, con…
- En primer
lugar, no es exactamente así. ¿Qué significa aprender: acumular conocimiento?
¿O transformarlo en vida?
Le sugerí que
saliésemos esa noche a cenar y a bailar un poco.
Aceptó la
cena, pero rechazó el baile.
Respóndeme-
insistió, mirando mi apartamento-. ¿Aprender es colocar las cosas en la
estantería o deshacerse de todo lo que no sirve y seguir el camino más fácil?
Allí estaban
las obras que tanto me había costado comprar, leer, subrayar. Allí estaba mi
personalidad, mi formación, mis verdaderos maestros.
¿Cuántos
libros tienes? Más de mil, imagino. Y, sin embargo, la mayoría de ellos no los
vas a abrir nunca más. Guardas todo esto porque no crees.
¿No creo?
No crees, y
punto. El que cree leerá sobre teatro como hice yo cuando Andrea me preguntó al
respecto. Pero después, es cuestión de dejar que la Madre hable por ti, y a
medida que hablas, descubres. Y, a medida que descubre, puedes completar los
espacios en blanco que dejaron los escritores a propósito, para provocar la
imaginación del lector. Y, cuando completas esos espacios, empiezas a creer en
tu propia capacidad.
“¿A cuánta
gente le gustaría leer los libros que tienes aquí pero no tienen dinero para
comprarlos? Mientras tanto, tú te quedas con esta energía estancada, para
impresionar a los amigos que te visitan. O porque no crees que hayas aprendido
nada con ellos y vas tener que consultarlos de nuevo.
Pensé que
estaba siendo dura conmigo. Y eso me fascinaba.
¿Crees que no
necesito esta biblioteca?
Creo que
tienes que leer, pero no tienes que guardar todo esto. ¿Sería mucho pedir que
salgamos ahora, y antes de ir al restaurante, repartiésemos la mayoría de ellos
entre la gente que nos crucemos por el camino?
No caben en
mi coche.
Alquilamos un
camión.
En ese
momento, nunca llegaríamos al restaurante a tiempo para cenar. Además, has
venido aquí porque te sientes insegura, y no para decirme lo que tengo que
hacer con mis libros. Sin ellos, me sentiría desnudo.
Ignorante,
quieres decir.
Entonces, tu
cultura no está en tu corazón, sino en las estanterías de tu casa.
Ya es
suficiente. Cogí el teléfono, reservé la mesa, dije que llegaría al cabo de
quince minutos. Athena quería huir del asunto que la había llevado allí: su
profunda inseguridad la hacía ponerse a la defensiva, en vez de mirarse a sí
misma. Necesitaba un hombre a su lado, y quién sabe si no me estaba tanteando
para ver hasta dónde podía llegar yo, usando esos artificios femeninos para
descubrir que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella.
Cada vez que
estaba con Athena, mi existencia parecía justificada. ¿Era eso lo que ella
quería oír? Pues bien, hablaría con ella durante la cena. Podría hacer
cualquier cosa, incluso dejar a la mujer con la que estaba ahora, pero, por
supuesto, no iba a repartir mis libros nunca.
Volvimos al
tema del grupo de teatro en el taxi, aunque en aquel momento yo estaba
dispuesto a decir lo que nunca había dicho: hablar de amor, un tema que para mí
era mucho más complicado que Marx, Jung, el Partido Laborista de Inglaterra o
los problemas cotidianos de las redacciones de los periódicos.
No tienes que
preocuparte-le dije, sintiendo ganas de cogerle la mano-. Todo irá bien.
Háblales de caligrafía. Háblales del baile. Háblales de cosas que tú sabes.
Si lo hago,
nunca descubriré lo que no sé. Cuando esté allí, tengo que dejar que mi mente
esté callada y que mi corazón empiece a hablar. Pero es la primera vez que lo
hago, y tengo miedo.
¿Te gustaría
que fuese contigo?
Ella aceptó
al momento. Llegamos al restaurante, pedimos vino y empezamos a beber. Yo, porque
necesitaba coraje para decir lo que pensaba que estaba sintiendo, aunque me
pareciese absurdo amar a alguien a quien no conocía bien. Ella, porque tenía
miedo de decir lo que no sabía.
A la segunda
copa, me di cuenta de que sus nervios estaban a flor de piel. Intenté coger su
mano, pero ella la retiró delicadamente.
- No puedo
tener miedo.
- Claro que
puedes, Athena,. Muchas veces siento miedo. Y aun así, cuando es necesario,
sigo adelante y me enfrento a todo.
Noté que mis
nervios también estaban a flor de piel. Llené nuestras copas de nuevo; el
camarero venía a cada momento a preguntar por la comida, y yo le decía que ya
escogeríamos más tarde.
Hablaba
compulsivamente sobre cualquier tema que me viniera a la cabeza, Athena
escuchaba con educación, pero parecía estar lejos, es un universo oscuro, lleno
de fantasmas. En un determinado momento me habló de nuevo de la mujer de
Escocia, y me contó lo que ella le había dicho. Le pregunté si tenía sentido
enseñar lo que no se sabe.
¿Alguien
estaba leyendo mis pensamientos?
Y aun así,
como cualquier ser humano, sabes hacerlo. ¿Cómo aprendiste? No aprendiste:
crees. Crees, por tanto, amas.
Athena…
Vacilé, pero
conseguí acabar la frase, aunque mi intención era decir algo diferente.
…tal vez sea
hora de pedir la comida.
Me di cuenta
de que todavía no estaba preparado para hablar de cosas que perturbaran mi
mundo. Llamé al camarero, le mandé traer
los entrantes, más entrantes, plato principal, postre y otra botella de vino.
Cuanto más tiempo, mejor.
Estás raro.
¿Es por mi comentario sobre tus libros? Haz lo que quieras, no estoy aquí para
cambiar tu mundo. Siempre me meto donde no me llaman.
Yo había
pensado en esa historia de “cambiar el mundo” unos segundos antes.
Athena,
siempre me dices…mejor, tengo que decirte algo que sucedió en aquel bar de
Sibiu, con la música gitana…
En el
restaurante, quieres decir.
Sí, en el
restaurante. Antes estábamos hablando de libros, cosas que se acumulan y que
ocupan espacio. Tal vez tengas razón. Hay algo que deseo darte desde que te vi
bailando aquel día.
Se hace cada
vez más pesado en mi corazón.
No sé qué te
refieres.
Claro que lo
sabes. Hablo de un amor que estoy descubriendo ahora y haciendo todo lo posible
por destruirlo antes de que se manifieste. Me gustaría que lo recibieses; es lo
poco que tengo de mí mismo, pero que no poseo. No es exclusivamente tuyo,
porque hay alguien en mi vida, pero me haría feliz si lo aceptases, de todos
modos.
“Dice un
poeta árabe de tu tierra, Khalil Gibran: “Es bueno dar cuando alguien pide,
pero es mejor todavía poder dárselo todo al que nada pidió”. Si no digo todo lo
que estoy diciendo esta noche, seguiré siendo aquel que simplemente es testigo
de lo que pasa, no seré el que vive.
Respiré
hondo: el vino me había ayudado a liberarme.
Ella apuró la
copa y yo hice lo mismo. El camarero apareció con la comida, haciendo algunos
comentarios respecto a los platos, diciéndonos los ingredientes y la manera de
cocinarlos. Nosotros dos manteníamos los ojos fijos el uno en el otro (Andrea
me había comentado que Athena se había comportado así la primera vez que se
habían visto, y estaba convencida de que era una manera de intimidar a los
demás).
El silencio
era horrible. Yo la imaginaba levantándose de la mesa, hablando de su famoso e
invisible novio de Scotland Yard, o comentando que se sentía muy halagada, pero
que estaba muy preocupada por las clases del día siguiente.
“¿Y hay algo
que se pueda guardar? Todo lo que poseemos un día será dado. Los árboles dan su
fruto para seguir viviendo, pues guardarlo es poner fin a sus existencias”.
Su voz,
aunque baja y un poco pausada por culpa del vino, lo calaba todo a nuestro alrededor.
“Y el mayor
mérito no es el del que ofrece, sino el del que recibe sin sentirse deudor. El
hombre da poco cuando sólo dispone de los bienes materiales que posee; pero da
mucho cuando se entrega a sí mismo.”
Decía todo
eso sin sonreír. Me parecía estar hablando con una esfinge.
Es del mismo
poeta que acabas de citar; lo aprendí en el colegio, pero no necesito el libro
en el que lo escribió; guardé sus palabras en mi corazón.
Bebió un poco
más. Yo hice lo mismo. Ahora ya no creí oportuno preguntarle si lo había
aceptado o no; me sentía mejor.
Puede que
tengas razón; voy a donar mis libros a una biblioteca pública, sólo conservaré
algunos que realmente vuelvo a releer.
¿Quieres
hablar de eso ahora?
No. No sé
cómo seguir la conversación.
Pues entonces
cenemos y degustemos la comida. ¿Te parece una buena idea?
No, no me
parecía buena idea; yo quería oír algo diferente.
Pero me daba
miedo preguntar, de modo que seguí hablando de bibliotecas, de libros, de
poetas, hablando compulsivamente, arrepentido de haber pedido tantos platos;
era yo el que deseaba salir corriendo, porque no sabía cómo seguir aquella
cita.
Al final, me
hizo prometerle que iría al teatro para asistir a su primera clase, y aquello
fue para mí una señal. Ella me necesitaba, había aceptado lo que yo
inconscientemente soñaba con ofrecerle desde que la vi bailando en restaurante
en Transilvania, pero no lo había comprendido hasta esa noche.
O creer, como decía
Athena.
Andrea
McCain,actriz
Claro que soy
culpable. Si no hubiese sido por mi culpa, Athena nunca habría ido al teatro
aquella mañana, ni habría reunido al grupo, ni nos hubiera pedido que nos
acostásemos todos en el suelo del escenario para empezar una relajación
completa, que incluía respiración y conciencia de cada parte del cuerpo.
“Ahora
relajad las piernas…”
Todos
obedecíamos, como si estuviésemos ante una Diosa, alguien que sabía más que
todos nosotros juntos, aunque ya hubiésemos hecho ese ejercicio cientos de
veces.
“Ahora
relajad la cara, respirad profundamente”,etc.
¿Creía que
nos estaba enseñando algo nuevo? Esperábamos una conferencia, ¡una charla!
Tengo que controlarme, volvamos al pasado; nos relajamos, y llegó aquel
silencio, que nos desorientó por completo. Hablando después con algunos
compañeros, todos tuvimos la sensación de que el ejercicio se había acabado;
era hora de sentarse, de mirar a nuestro alrededor, pero nadie lo hizo.
Permanecimos acostados, en una especie de meditación forzada, durante quince
interminables minutos.
Entonces su
voz se hizo oír de nuevo:
Habéis tenido
tiempo de dudar de mí. Alguno se ha mostrado impaciente. Pero ahora os voy a
pedir sólo una cosa: cuando cuente hasta tres, levantaos y sed diferentes.
“No digo: sed
otra persona, un animal, una casa. Evitad
hacer todo lo que habéis aprendido en los cursos de teatro; no os estoy
pidiendo que seáis actores y que demostréis vuestras cualidades.
Os estoy
ordenando que dejéis de ser humanos y que os transforméis en algo que no
conocéis.
Estábamos con
los ojos cerrados, tumbados en el suelo, sin saber cómo estaban reaccionando
los demás. Athena jugaba con esa inseguridad.
Voy a decir
algunas palabras, y vais a asociar imágenes a ellas. Recordad que estáis
intoxicados por conceptos, y si yo digo “destino”, tal vez empecéis a imaginar
vuestras vidas en el futuro.
Si yo digo
“rojo”, haréis una interpretación psicoanalítica. No es eso lo que quiero.
Quiero que seáis diferentes, como he dicho.
Ni siquiera
era capaz de explicar bien lo que quería. Como nadie protestó, tuve la certeza
de que estaban intentando ser educados, pero, cuando acabase la “conferencia”,
no volverían a inventarla. Y me dirían lo ingenua que había sido por haberla
buscado.
La primera
palabra es: sagrado.
Para no
morirme de aburrimiento, decidí formar parte del juego: imaginé a mi madre, a
mi novio, a mis futuros hijos, una carrera brillante.
Haced un
gesto que signifique “sagrado”.
Crucé mis
brazos en el pecho, como si estuviera abrazando a todos los seres queridos.
Supe más tarde que la mayoría habían abierto los brazos en cruz, y una de las
chicas abrió las piernas, como si estuviera haciendo el amor.
Volved a
relajaros. Olvidadlo todo otra vez y mantened los ojos cerrados. Mi intención
no es criticaros, pero, por los gestos que he visto, le estáis dando una forma
a lo que consideráis sagrado. Y no quiero eso: os pido que la próxima palabra
no intentéis definirla como se manifiesta en este mundo. Abrid vuestros
canales, dejad que esa intoxicación de realidad se aleje. Sed abstractos y así
estaréis entrando en el mundo al que os estoy guiando.
La última
frase sonó con tal autoridad que sentí cómo cambiaba la energía del lugar.
Ahora la voz sabía a qué lugar deseaba conducirnos. Una maestra, en vez de una
conferenciante.
Tierra-dijo.
De repente,
entendí a qué se refería. Ya no era mi imaginación, sino mi cuerpo en contacto
con el suelo. Yo era la Tierra.
Haced un
gesto que represente la Tierra.
No me moví;
yo era el suelo de aquel escenario.
Perfecto-dijo
ella-. Nadie se ha movido. Todos, por primera vez, habéis experimentado el
mismo sentimiento; en vez de describir algo, os habéis transformado en la idea.
Se quedó de
nuevo en silencio durante lo que yo imaginé que serían unos largos cinco
minutos. El silencio nos dejaba perdidos, incapaces de distinguir si ella no
sabía cómo continuar o si no conocía nuestro intenso ritmo de trabajo.
Voy a decir
una tercera palabra.
Hizo una
pausa.
Centro.
Yo sentí –y
eso fue un movimiento inconsciente-que toda mi energía vital se iba al ombligo,
y allí brillaba como si fuese una luz amarilla. Aquello me dio miedo: si
alguien lo tocaba, podría morirme.
¡Gesto de
centro!
La frase
llegó como una orden. Inmediatamente, puse las manos en el vientre, para
protegerme.
-Perfecto-dijo
Athena-. Podéis sentaros.
Abrí los ojos
y noté las luces del escenario allá arriba, distantes, apagadas. Me froté la
cara, me levanté del suelo, notando que mis compañeros estaban sorprendidos.
-¿Es esto la
conferencia?-dijo el director.
- Puedes
llamarlo conferencia.
- Gracias por
haber venido. Ahora, si no te importa, tenemos que empezar el ensayo de la
próxima obra.
- Pero
todavía no he terminado.
- Lo dejamos
para otro momento.
Todos
parecían confusos con la reacción del director. Después de la duda inicial,
creo que a todos nos estaba gustando: era algo diferente, nada de representar
personas o cosas, nada de imaginar imágenes como manzanas o velas. Nada de
sentarse en círculo, de la mano que se está practicando un ritual sagrado.
Era
simplemente algo absurdo, y queríamos saber adónde iba a parar.
Athena, sin
mostrar ninguna emoción se agachó para coger su bolso. En ese momento, oímos
una voz e la platea:
¡Qué
maravilla!
Heron había
venido con ella. Y el director le temía, porque conocía a los críticos de
teatro del periódico en el que trabajaba, y tenía excelentes relaciones en los
medios.
-¡Habéis
dejado de ser individuos para ser ideas! Qué pena que estéis tan ocupados, pero
no te preocupes, Athena, encontraremos otro grupo en el que yo pueda ver cómo
termina tu conferencia. Tengo mis contactos.
Yo aún me
acordaba de la luz viajando por todo mi cuerpo y concentrándose en mi ombligo.
¿Quién era aquella mujer? ¿Habrían experimentado mis compañeros lo mismo?
Un
momento-dijo el director, viendo la cara de sorpresa de todos los que estaban
allí-. A lo mejor podemos retrasar los ensayos de hoy y…
No podéis.
Porque yo tengo que volver al periódico ahora para escribir sobre esta mujer.
Seguid haciendo lo que siempre habáis hecho: acabado de descubrir una excelente
historia.
Si Athena
estaba confundida en medio de la discusión de los dos hombres, no lo demostró.
Bajó del escenario y acompañó a Heron. Nosotros nos volvimos hacia el director,
preguntándole por qué había reaccionado así.
Con todos mis
respetos por Andrea, creo que nuestra conversación sobre el sexo en el
restaurante fue mucho más enriquecedora que todas estas tonterías que acabamos
de hacer. ¿Os habéis dado cuenta de cómo
se quedaban en silencio? ¡No tenía ni la menor idea de cómo seguir!
Pero yo he
sentido algo extraño-dijo uno de los actores mayores-. En el momento en el que
dijo “centro”, me pareció que toda mi fuerza se concentraba en mi ombligo.
Nunca había experimentado algo así.
¿Estás
…seguro?-era una actriz que, por el tono de sus palabras, había sentido lo
mismo.
Esa mujer
parece una bruja –dijo el director, interrumpiendo la conversación -. Volvamos
al trabajo.
Empezamos con
estiramientos, calentamiento, meditación, todo según el manual. Luego, algunas
improvisaciones, y después nos pusimos a leer el nuevo texto. Poco a poco, la
presencia de Athena parecía ir disolviéndose todo volvía a ser lo que era: un
teatro, un ritual creado por los griegos hacía miles de años, en el que
solíamos fingir que éramos gente diferente.
Pero no era
más que una representación. Athena era diferente, y yo estaba dispuesta a
volver a verla, sobre todo después de lo que el director había dicho de ella.
Heron Ryan,
periodista
Sin que lo
supiese, yo había seguido los mismos pasos que ella les había sugerido a los
actores, obedeciendo a todo lo que había mandado, con la única diferencia de
que mantenía los ojos abiertos para seguir lo que ocurría en el escenario. En
el momento en que había dicho “gesto de centro”, yo puse la mano en mi ombligo
y, para mi sorpresa, vi que todos, incluso el director, habían hecho lo mismo.
¿Qué era aquello?
Aquella tarde
tenía que escribir un artículo aburridísimo sobre la visita de un jefe de
Estado a Inglaterra, una verdadera prueba de paciencia. En el intervalo de las
llamadas, para distraerme, decidí preguntarles a mis colegas de redacción qué
gesto harían si les pidiera que designasen el “centro”. La mayor parte
bromearon, haciendo comentarios sobre partidos políticos. Uno señaló hacia el
“centro” del planeta. Otro puso la mano en el corazón. Nadie, absolutamente
nadie, entendía el ombligo como el centro de la nada.
Finalmente,
una de las personas con las que pude hablar aquella tarde me contó algo
interesante. Al volver a casa, Andrea ya se había duchado, había puesto la mesa
y me esperaba para cenar. Abrió una botella de vino carísimo, llenó dos copas y
me ofreció una.
Entonces,
¿cómo fue la cena de anoche?
¿Durante
cuánto tiempo puede vivir un hombre con una mentira? No quería perder a la
mujer que tenía frente a mí, que me hacía compañía en las horas difíciles, que
siempre estaba a mi lado cuando me sentía incapaz de darle un sentido a mi
vida.
Yo la amaba,
pero, en la locura de mundo en el que estaba sumergido sin saberlo, mi corazón
estaba distante, intentando adaptarse a algo que tal vez conociera, pero que no
podía aceptar: ser lo suficientemente grande para dos personas.
Como yo nunca
me arriesgaría a dejar lo seguro por la duda, intenté minimizar lo que había
pasado en el restaurante. Sobre todo porque no había pasado absolutamente nada,
aparte de los intercambios de versos de un poeta que había sufrido mucho por
amor.
Athena es una
persona difícil de llevar.
Andrea se
rió.
Y justamente
por eso debe ser muy interesante para los hombres; despierta ese instinto de
protección que tenéis vosotros y que cada vez usáis menos.
Mejor cambiar
de asunto. Siempre he tenido la seguridad de que las mujeres tienen una
capacidad sobrenatural para saber lo que
pasa en el alma de un hombre. Son todas hechiceras.
He estado
haciendo algunas averiguaciones sobre lo que sucedió hoy en el teatro. Tú no lo
sabes, pero yo tenía los ojos abiertos durante los ejercicios.
Tú siempre
tienes los ojos abiertos; creo que forma parte de tu profesión. Y vas a
hablarme de los momentos en los que todos nos comportamos de la misma manera.
Hablamos mucho de eso en el bar, después de salir de los ensayos.
Un
historiador me dijo que, en el templo de Grecia en el que se profetizaba el
futuro (N.R.:Delfos,, dedicado a Apolo), había una piedra de mármol,
precisamente llamada “ombligo”.
Los relatos
de la época cuentan que allí estaba el centro del planeta. Fui a los archivos
del periódico para hacer algunas averiguaciones : en Petra, en Jordania, hay
otro “ombligo cónico”, que no sólo simboliza el centro del planeta, sino de
todo el universo.
Tanto el de
Delfos como el de Petra intentan mostrar el eje por el que transita la energía
del mundo, marcando de manera visible algo que sólo se manifiesta en el plano,
digamos,” invisible”. Jerusalén también es llamada ombligo del mundo, como una
isla en el océano Pacífico, y otro sitio que he olvidado, porque nunca he
asociado una cosa con otra.
¡El baile!
¿Qué dices?
Nada.
Sé a que te
refieres: las danzas orientales del vientre, las más antiguas de las que se
tiene noticia y en las que todo gira en torno al ombligo. Quisiste evitar el
asunto, porque te conté que en Transilvania había visto bailar a Athena. Ella
estaba vestida, aunque…
…aunque el
movimiento empezase en el ombligo, para después extenderse por el resto del
cuerpo.
Tenía razón.
Mejor cambiar
de asunto de nuevo, hablar sobre teatro, sobre las cosas aburridas del
periodismo, beber un poco, acabar en la cama haciendo el amor mientras se pone
a llover allá fuera. Me di cuenta de que, en el momento del orgasmo, el cuerpo
de Andrea giraba en torno al ombligo: ya lo había visto cientos de veces, pero
nunca le había prestado atención.
Antoine
Locadour, historiador.-
Heron empezó
a gastar una fortuna en llamadas a Francia, pidiéndome que le consiguiera todo
el material posible hasta aquel fin de semana, insistiendo en esa historia del
ombligo, que me parecía la cosa menos interesante y menos romántica del mundo.
Pero, en fin, los ingleses no acostumbran a ver lo mismo que los franceses, y
en vez de hacer preguntas, intenté investigar lo que la ciencia decía al
respecto.
Después me di
cuenta de que los acontecimientos históricos no eran suficientes: podía
localizar un monumento aquí, un dolmen allá, pero lo curioso es que las
culturas antiguas parecían concordar en torno al mismo tema y usar la misma
palabra para definir los lugares que consideraban sagrados. Nunca le había
prestado atención a eso, y el asunto empezó a interesarme. Cuando vi el exceso
de coincidencias, fui en busca de algo complementario: el comportamiento humano
y sus creencias.
La primera
explicación, más lógica, en seguida fue descartada: nos alimentamos a través
del cordón umbilical, es el centro de la vida. Después un psicólogo me dijo que
esta teoría no tenía sentido alguno: la idea central del hombre siempre es
”cortar” el cordón, y a partir de ahí, el cerebro o el corazón se convierten en
símbolos más importantes.
Cuando nos
interesa un asunto, todo a nuestro alrededor parece referirse a ello (los
místicos lo llaman “señales”, los escépticos “coincidencia” y los psicólogos
“foco concentrado”, aunque yo aún tenga que definir cómo deben referirse al
tema los historiadores). Una noche, mi hija adolescente apareció en casa con un
piercing en el ombligo.
-¿Por qué lo
has hecho?
- Porque me
ha dado la gana.
Explicación
absolutamente natural y verdadera, incluso para un historiador que tiene que
encontrar un motivo para todo.
Cuando entré
en su habitación, vi un póster de su cantante favorita: tenía el vientre
descubierto, y el ombligo; también aquella foto de la pared parecía ser el
centro del mundo.
Llamé a Heron
y le pregunté por qué estaba interesado. Me contó por primera vez lo que había
ocurrido en el teatro, cómo las personas habían reaccionado de manera
espontánea, pero inesperada, a un orden. Imposible sacarle más información a mi
hija, de modo que decidí consultar con especialistas.
Nadie parecía
prestarle mucha atención al asunto, hasta que conocí a François Shepka, un
psicólogo indio ( N.R.: Nombre y nacionalidad cambiados por expreso deseo del
científico) que estaba empezando a revolucionar las terapias utilizadas
actualmente: según él, esta historia de volver a la infancia para resolver los
traumas nunca había llevado al ser humano a ningún lugar ( muchos problemas que
ya habían sido superados por la vida acaban volviendo, y la gente adulta volvía
a culpar a sus padres por los fracasos y las derrotas). Shepka estaba en plena
guerra con las sociedades psicoanalíticas francesas, y una conversación sobre
temas absurdos – como el ombligo-pareció relajarlo.
Se entusiasmó
con el tema, pero no lo abordó inmediatamente. Dijo que para uno de los más
respetados psicoanalistas de la historia, el suizo Carl Gustav Jung, todos
bebemos de la misma fuente. Se llama “alma del mundo”; aunque siempre
intentemos ser individuos independiente, una parte de nuestra memoria es la
misma. Todos buscan el ideal de la belleza, de la danza, de la divinidad, de la
música.
La sociedad,
sin embargo, se encarga de definir cómo se van a manifestar estos ideas en el
plano real. Así, por ejemplo, hoy en día el ideal de belleza es ser delgada,
mientras que hace miles de años las imágenes de las diosas eran gordas. Lo
mismo sucede con la felicidad :hay una serie de reglas que, si no las sigues,
tu subconsciente no aceptará la idea de que es feliz.
Jung solía
clasificar el progreso individual en cuatro etapas: la primera era la Persona,
máscara que usamos todos los días, fingiendo lo que somos. Creemos que el mundo
depende de nosotros, que somos excelentes padres y que nuestros hijos no nos
comprenden, que los jefes son injustos, que el sueño del ser humano es no
trabajar nunca y pasarse la vida entera viajando.
Mucha gente
se da cuenta de que hay un error en esta historia, pero como no quieren cambiar
nada, acaban por apartar rápidamente el asunto de sus cabezas. Unas pocas
intentan entender cuál es el error, y acaban encontrando la Sombra.
La Sombra es
nuestro lado negro, que nos dice cómo debemos reaccionar y comportarnos. Cuando
intentamos librarnos de la Persona, encendemos una luz dentro de nosotros, y
vemos las telas de araña, la cobardía, la mezquindad. La Sombra está ahí para
impedir nuestro progreso, y generalmente lo consigue, volvemos inmediatamente a
ser quienes éramos antes de dudar.
Sin embargo,
algunos sobreviven a este combate con sus telas de araña, diciendo: “Sí, tengo
una serie de defectos, pero soy digno y quiero seguir adelante”.
En ese
momento, Jung no está definiendo nada religioso; habla de un regreso a esa Alma
del Mundo, fuente de conocimiento.
Los instintos
empiezan a agudizarse, las emociones son radicales, las señales de vida son más
importantes que la lógica, la percepción de la realidad ya no es tan rígida.
Empezamos a enfrentarnos a cosas a las que no estamos acostumbrados,
reaccionamos de manera inesperada para nosotros mismos.
Y descubrimos
que, si somos capaces de canalizar todo ese chorro de energía continua, lo
organizaremos en un centro muy sólido, que Jung llama el Viejo Sabio para los
hombres o la Gran Madre para las mujeres.
Permitir esta
manifestación es algo peligroso. Generalmente, el que llega ahí tiene tendencia
a considerarse santo, domador de espíritus, profeta. Hace falta mucha madurez
para entrar en contacto con la energía del Viejo Sabio o de la Gran Madre.
Jung
enloqueció-dijo mi amigo, después de explicarme las cuatro etapas descritas por
el psicoanalista suizo-.Cuando entró en contacto con su Viejo Sabio, empezó a
decir que lo guiaba un espíritu llamado Philemon.
Y finalmente…
…llegamos al
símbolo del ombligo. No sólo las personas, sino también las sociedades están
constituidas por estos cuatro pasos. La civilización occidental tiene una
Persona, ideas que nos guían.
“En su
tentativa de adaptarse a los cambios, entra en contacto con la Sombra. Hay
grandes manifestaciones de masas en las que la energía colectiva puede ser
manipulada tanto para el bien como para el mal. De repente, por alguna razón,
ni la Persona no la Sombra satisface al ser humano, y llega el momento de un
salto, en el que hay una conexión inconsciente con el Alma.
Empiezan a
surgir nuevos valores.
Lo he notado.
Me he dado cuenta del resurgimiento del culto a la parte femenina de Dios.
Excelente
ejemplo. Y, al final de este proceso, para que estos nuevos valores se
instalen, toda la raza empieza a entrar en contacto con los símbolos, el
lenguaje cifrado con el que las generaciones actuales se comunican con el conocimiento
ancestral. Uno de estos símbolos de renacimiento es el ombligo. En el ombligo
de Vishnú, divinidad india responsable de la creación y de la destrucción, se
sienta el dios que regirá cada ciclo. Los yoguis lo consideran como uno de los
chacras, puntos sagrados del cuerpo humano. Las tribus más primitivas solían
poner monumentos en el lugar en el que creían que se encontraba el ombligo del
planeta.
En
Sudamérica, las personas en trance dicen que la verdadera forma del ser humano
es un huevo luminoso que se conecta con los otros a través de filamentos que
brotan de su ombligo.
“El mandala,
dibujo que estimula la meditación, es una representación simbólica de eso.
Mandé toda
esa información a Inglaterra antes de la fecha que habíamos marcado. Le dije
que una mujer que es capaz de despertar en un grupo la misma reacción absurda
debe de tener un poder enorme, y no me sorprendería que fuese una especie de
algo paranormal. Le sugerí que intentase
estudiarla más de cerca.
Nunca había pensado
en el tema, e intenté olvidarlo inmediatamente; mi hija me dijo que me estaba
comportando de manera extraña, sólo pensaba en mí mismo, ¡¡sólo me miraba el
ombligo!.
Deidre O´Neill, conocida como Edda.-
Todo salió
mal: ¿cómo has podido meterme en la cabeza que yo sabría enseñar? ¿Por qué
humillarme delante de los demás?
Debería
olvidar que existes. Cuando me enseñaron a bailar, bailé. Cuando me enseñaron a
escribir letras, aprendí. Pero tú has sido perversa: me has pedido que intente
algo que está más allá de mis límites. Por eso he cogido un tren, por eso he
venido hasta aquí, ¡para que pudieras ver mi odio!
Ella no
dejaba de llorar. Menos mal que había dejado al niño con sus padres, porque
hablaba demasiado alto, y su aliento tenía un…un aroma a vino. Le pedí que
entrase, montar aquel escándalo en la puerta de mi casa no iba a ayudar nada a
mi reputación, ya bastante comprometida porque decían que yo recibía a hombres,
mujeres, y organizaba grandes orgías sexuales en el nombre de Satanás.
Pero ella
seguía allí: gritando:
-¡La culpa es
tuya! ¡Me has humillado!
Se abrió una
ventana, después otra. Bueno, quien está dispuesta a cambiar el eje del mundo
también tiene que estar dispuesta a saber que los vecinos no siempre estarán
contentos. Me acerqué a Athena e hice exactamente lo que ella quería que
hiciese: la abracé.
Ella siguió
llorando sobre mi hombro. Con mucho cuidado, le hice subir los peldaños y
entramos en casa. Preparé una infusión cuya fórmula no comparto con nadie,
porque fue mi protector el que me la enseñó; la puse delante de ella y se la
bebió de un solo trago. Al hacerlo, me demostró que su confianza en mí todavía
estaba intacta.
¿Por qué soy
así?-confirmó.
Yo sabía que
el efecto del alcohol se había cortado.
Tengo hombres
que me aman. Tengo un hijo que me adora y que me ve como modelo de vida. Tengo
unos padres adoptivos a los que considero mi verdadera familia, y serian
capaces de morir por mí. Rellené los espacios en blanco de mi pasado cuando fui
en busca de mi madre. Tengo el dinero suficiente como para vivir tres años sin
hacer nada, sólo disfrutar de la vida, ¡y no estoy contenta!
“Me siento
miserable, culpable, porque Dios me bendijo con tragedias que he conseguido
superar y milagros que he honrado, ¡y nunca estoy contenta! Siempre quiera más.
No debería haber ido a aquel teatro y añadir una frustración más a mi lista de
victorias!
¿Crees que
has hecho mal?
Ella paró y
me miró, atónita.
¿Por qué lo
preguntas?
Yo
simplemente esperé la respuesta.
Hice lo
correcto. Estaba con un periodista cuando entré allí, sin tener la menor idea
de lo que iba a hacer, y de repente las cosas empezaron a surgir como si
viniesen de la nada. Sentía la presencia de la Gran Madre a mi lado, guiándome,
instruyéndome, haciendo que mi voz tuviese una seguridad que, en lo más
íntimo, yo no poseía.
¿Entonces por
qué te quejas?
¡Porque nadie
lo entendió!
¿Y eso es
importante? ¿Tan importante que te hace venir hasta Escocia a insultarme
delante de todo el mundo?
¡Claro que es
importante! Si eres capaz de todo, si sabes que estás haciendo lo correcto,
¿cómo es que no consigues al menos ser amada y admirada por eso?
Ése era el
problema. La cogí de la mano y la conduje a la habitación en la que, semanas
antes, había contemplado la vela. Le pedí que se sentase y que intentase
calmarse un poco, aunque estaba segura de que la infusión estaba surtiendo
efecto. Fui a mi habitación, cogí un espejo circular y lo puse delante de su
cara.
Lo tienes
todo, y has luchado por cada pulgada de tu territorio. Ahora mira tus lágrimas.
Mira tu cara, y la amargura que refleja. Intenta mirar a la mujer que está en
el espejo; esta vez no te rías, intenta comprenderla.
Le di el
tiempo suficiente para que pudiera seguir mis instrucciones. Cuando noté que
estaba entrando en el trance deseado, seguí adelante:
-¿Cuál es el
secreto de la vida? Llamémosle “gracia” o “bendición”. Todo el mundo intenta
estar satisfecho con lo que tiene.
Menos yo.
Menos tú. Menos unas cuantas personas que, desgraciadamente, tendremos que
sacrificarnos un poco, en nombre de algo mayor.
“Nuestra
imaginación es mayor que el mundo que nos rodea, vamos allá de nuestros
límites. Antiguamente, lo llaman “bujería”, pero menos mal que las cosas han
cambiado, o ahora ya estaríamos en la hoguera. Cuando dejaron de quemar a las
mujeres, la ciencia encontró una explicación, normalmente llamada “histeria
femenina”; aunque no cause la muerte por el fuego, acaba provocando una serie
de problemas, sobre todo en el trabajo.
“Sin embargo,
no te preocupes, pronto la llamarán “sabiduría”. Mantén los ojos fijos en el
espejo: ¿a quién ves?
A una mujer.
¿Y qué más,
además de la mujer?
Ella vació un
poco. Yo insistí, y acabó respondiendo:
A otra mujer.
Más verdadera, más inteligente que yo. Como si fuese un alma que no pertenece, pero
que forma parte de mí.
Eso mismo.
Ahora te voy a pedir que pienses en uno de los símbolos más importantes de la
alquimia: una serpiente que hace un círculo y devora su propia cola. ¿Eres
capaz de visualizarlo?
Ella asintió
con la cabeza.
Así es la vida
de las personas como tú y como yo. Se destruyen y se construyen todo el tiempo.
Todo en tu vida ha ocurrido de esa manera: del abandono al encuentro, del
divorcio al nuevo amor, de la filial del banco al desierto. Sólo una cosa
permanece intacta: tu hijo. Él es el hilo conductor de todo, respétalo.
Empezó a
llorar de nuevo. Pero era un tipo diferente de lágrimas.
Viniste hasta
aquí porque viste un rostro femenino en la hoguera. Ese rostro es el mismo que
está en el espejo ahora, procura honrarlo. No te quejes oprimir por lo que
piensen los demás, ya que, dentro de algunos años, o de algunas década, o de
algunos siglos, ese pensamiento va a cambiar. Vive ahora lo que la gente no
vivirá hasta el futuro.
“¿Qué
quieres? No puedes querer ser feliz, porque eso es fácil y aburrido. No puedes
querer sólo amar, porque eso es imposible. ¿Qué quieres? Quieres justificar tu
vida, vivirla de la manera más intensa posible. Eso es una trampa y al mismo
tiempo, produce un estado de éxtasis. Intenta estar atenta al peligro, y vive
la alegría, la aventura de ser la Mujer que está más allá de la imagen
reflejada en el espejo.
Sus ojos se
cerraron, pero yo sabía que mis palabras habían penetrado en su alma y
permanecerían allí.
Si quieres
arriesgarte y seguir enseñando, hazlo. Si no quieres, que sepas que ya has
llegado mucho más lejos que la mayoría de la gente.
Su cuerpo
empezó a relajarse. La agarré por los brazos antes de que se cayese, y durmió
con su cabeza apoyada en mis senos.
Intenté susurrarle
algunas cosas, porque yo ya había pasado por las mismas etapas, y sabía lo
difícil que era (así me lo había dicho mi protector), y así lo había
experimentado yo en mis propias carnes). Pero el hecho de ser difícil no hacía
que esta experiencia fuese menos interesante.
¿Qué
experiencia? Vivir como ser humano y como divinidad. Pasar de la tensión a la
relajación. De la relajación al trance. Del trance, al contacto más intenso con
la gente. De ese contacto, de nuevo a la tensión, y así sucesivamente, como la
serpiente que se muerde su propia cola.
Nada fácil,
sobre todo porque exige un amor incondicional, que no teme el sufrimiento, el
rechazo, la pérdida.
Pero al que
bebe una vez de esta agua le es imposible volver a matar su sed en otras fuentes.
Andrea
McCain,actriz.-
El otro día
hablaste de Gaia, que se creó a sí misma, y que tuvo un hijo sin necesidad de
un hombre. Dijiste, con toda la razón, que la Gran Madre acabó cediéndoles
lugar a los dioses masculinos. Pero olvidaste a Hera, una de las descendientes
de tu diosa favorita.
“Hera es más
importante, porque es más práctica. Gobierna los cielos y la tierra, las
estaciones del año y las tempestades. Según los mismos griegos que citaste, la
Vía Láctea que vemos en el cielo es la leche que salió de su pecho. Un hermoso
pecho, dicho sea de paso, porque el todopoderoso Zeus cambió de forma, se
convirtió en pájaro, sólo para poder besarla sin ser rechazado.
Caminábamos
por un gran centro comercial de Knightsbridge. La llamé y le dije que me
gustaría charlas un poco, y ella me invitó a ir a las rebajas de invierno;
habría sido mucho más agradable tomar un té juntas o comer en un restaurante
tranquilo.
Tu hijo puede
perderse entre esta multitud.
No te
preocupes. Sigue con lo que me estabas contando.
Hera
descubrió el truco, y obligó a Zeus a casarse. Pero, después de la ceremonia,
el gran rey del Olimpo volvió a su vida de playboy, seduciendo a todas las
diosas o humanas con las que se cruzaba. Hera permaneció fiel: en vez de
echarle la culpa a su marido, decía que las mujeres deberían comportarse mejor.
¿No es eso lo
que hacemos todas?
No sabía
adónde quería llegar, así que seguí como si no la hubiera oído:
-Hasta que
decidió pagarle con la misma moneda, encontrar un dios o un hombre y llevárselo
a la cama. ¿No podríamos parar un rato y tomar un café?
Pero Athena
acababa de entrar en una tienda de lencería.
¿Te gusta?-
me preguntó, enseñándome un provocativo conjunto de braguita y sujetador de
color carne, hecho de encaje.
Mucho. Cuando
lo uses, ¿va a verlo alguien?
Claro, ¿o
acaso crees que soy una santa? Pero sigue con lo que me estabas contando de
Hera.
Zeus se
asustó con su comportamiento. Pero ahora, ya independiente, Hera se preocupaba
poco por su matrimonio.
¿Tienes
novio?
Ella miró a
un lado y a otro. Hasta que vio que el niño no podía oírnos, no me respondió de
forma monosilábica:
Sí.
Nunca lo he
visto.
Fue hasta la
caja, pagó la lencería y la metió en el bolso.
Viorel tiene
hambre y estoy segura de que no le interesan las leyendas griegas. Acaba la
historia de Hera.
Tiene un
final medio loco: por miedo a perder a su amada, fingió que se casaba de nuevo.
Cuando Hera lo supo, se dio cuenta de que las cosas estaban yendo demasiado
lejos: aceptaba amantes, pero el divorcio era impensable.
Nada
original.
Decidió ir
hasta en el que se iba a celebrar la ceremonia, armar un escándalo, y entonces
se dio cuenta de que él le estaba pidiendo la mano a una estatua.
¿Qué hizo
Hera?
Se rió mucho.
Eso rompió el hilo entre los dos, y volvió a ser la reina de los cielos.
Excelente. Si
te pasa algún día…
…¿el qué?
Si tu pareja
se va con otra mujer, no te olvides de reírte.
Yo no soy una
diosa. Sería mucho más destructiva. ¿Por qué nunca he visto a tu novio?
Porque
siempre está ocupado.
¿Dónde lo
conociste?
Ella se
detuvo con el bolso en la mano.
Lo conocí en
el banco en el que trabajaba, tenía una cuenta allí. Y ahora, si me perdonas,
mi hijo me está esperando. Tienes razón, puede perderse entre toda esta gente
si no le presto la atención necesaria. Vamos a reunirnos en casa la semana que
viene; por supuesto, estás invitada.
Sé quién lo
ha organizado.
Athena me dio
dos besos cínicos en la cara y se fue; por lo menos había entendido mi mensaje.
Aquella
tarde, en el teatro, el director me dijo que estaba enfadado por mi
comportamiento: yo había organizado un grupo para ir a ver a aquella mujer. Le
expliqué que la idea no había sido mía: Heron se había quedado fascinado con
aquella historiadle ombligo y me preguntó si algunos actores estarían
dispuestos a seguir la conferencia que había sido interrumpida.
Pero él no
manda en ti.
Claro que no,
pero lo que menos deseaba en este mundo era que fuese él solo a casa de Athena.
Los actores
ya estaban reunidos, pero, en vez de otra lectura de la nueva obra, el director
decidió cambiar el programa.
Hoy vamos a
hacer otro ejercicio de psicodrama (N.R.: Técnica en la que las personas
dramatizan experiencias personales).
No había
necesidad; ya sabíamos todos cómo se iban a comportar los personajes en las
situaciones creadas por el autor.
¿Puedo
sugerir el tema?
Todos se
volvieron hacia mí. Él parecía sorprendido.
¿Qué es esto,
una rebelión?
Escucha hasta
el final: crearemos una situación en el que un hombre, después de luchar mucho,
consigue reunir a un grupo de gente para celebrar un rito importante dentro de
la comunidad. Por ejemplo, algo que tenga que ver con la cosecha del otoño
siguiente. Sin embargo, llega una extranjera a la ciudad, y a causa de su
belleza y de los rumores que corren acerca de ella (dicen que es una diosa
disfrazada), el grupo que el buen hombre había reunido para mantener las
tradiciones de su aldea se dispersa en seguida y va a reunirse con la recién
llegada.
¡Pero eso no
tiene nada que ver con la obra que estamos ensayando! – dijo una de las
actrices.
El director,
sin embargo, había entendido el mensaje.
Es una idea
excelente, podemos empezar.
Y volviéndose
hacia mí:
- Andrea, tú
serás la recién llegada. Así puedes comprender mejor la situación de la aldea.
Yo seré el buen hombre que intenta mantener las costumbres intactas. Y el grupo
estará formado por parejas que frecuenten la iglesia, se reúnen los sábados
para hacer trabajos comunitarios y se ayudan mutuamente.
Nos acostamos
en el suelo, nos relajamos, y empezamos el ejercicio, que en realidad es muy
simple: el personaje central (en este caso, yo misma) va creando situaciones, y
los otros reaccionan a medida que son provocados.
Al terminar
la relajación, me convertí en Athena. En mi fantasía, ella recorría el mundo
como Satanás en busca de súbditos para su reino, pero se disfrazaba de Gaia, la
diosa que todo lo sabe y todo lo creó. Durante quince minutos, se formaron las
“parejas”,se conocieron, inventaron una historia en común en la que había
hijos, casas, comprensión y amistad. Cuando sentí que el universo estaba listo,
me senté en una esquina del escenario y empecé a hablar de amor.
Estamos aquí,
en esta pequeña aldea, y vosotros pensáis que soy extranjera, por eso os
interesa lo que tengo que contaros.
Nunca habéis
ido de viaje, no sabéis lo que pasa más allá de las montañas, pero puedo
deciros que no hace falta alabar a la tierra. Ella siempre será generosa con
esta comunidad. Lo importante es alabar al ser humano. ¿Decís que queréis
viajar? Estáis usando la palabra equivocada: el amor es una relación entre las
personas.
¿Deseáis que
la cosecha sea fértil y por eso habéis decidido amar la tierra? Otra tontería:
el amor no es deseo, no es conocimiento, no es admiración. Es un desafío, un
fuego que arde sin que podamos verlo. Por eso, pensáis que soy una extraña en
esta tierra, estáis equivocados: todo me es familiar, porque vengo con esta
fuerza, con esta llama, y cuando me vaya, ya nadie será el mismo. Traigo el
amor verdadero, no el que enseñan en los libros y los cuentos de hadas.
El “marido”
de una de las “parejas” empezó a mirarme. La mujer se quedó perdida con su
reacción.
Durante el
resto del ejercicio ,el director-mejor dicho, el buen hombre – hacía lo posible
por explicarle a la gente la importancia de mantener las tradiciones, alabar la
tierra, pedirle que fuese generosa este año como había sido el año anterior. Yo
simplemente hablaba de amor.
¿Dice que la
tierra quiere ritos? Pues yo os garantizo que si hay el amor suficiente entre
vosotros, la cosecha será abundante, porque éste es un sentimiento que todo lo
transforma. ¿Pero qué veo? Amistad. La pasión ya se ha extinguido hace mucho
tiempo, porque os habéis acostumbrado los unos a los otros. Es por eso por lo
que la tierra sólo da lo mismo que dio el año anterior, ni más ni menos. Y es
por eso por lo que, en la oscuridad de vuestras almas, os quejáis
silenciosamente de que en vuestras vidas no cambian nada. ¿Por qué? Porque
habéis intentado controlar la fuerza que todo lo transforma, para que vuestras
vidas pudieran continuar sin grandes desafíos.
El buen
hombre explicaba:
Nuestra
comunidad siempre ha sobrevivido por que ha respetado las leyes, e incluso el
amor es guiado por ellas. El que se apasiona sin tener en cuenta el bien común
vivirá siempre en constante angustia: por herir a su compañero, por enfadar a
su nueva pasión, por perder todo lo que ha construido. Una extranjera sin lazos
y sin historia puede decir lo que quiera, pero no sabe las dificultades que
hemos tenido antes de llegar hasta donde hemos llegado. No sabe el sacrificio
que hicimos por nuestros hijos. Desconoce el hecho de que trabajamos sin
descanso para que la tierra sea generosa, que la paz esté con nosotros, que las
provisiones se puedan almacenar para el día de mañana.
Durante una
hora, yo defendí la pasión que todo lo devora, mientras el buen hombre hablaba
del sentimiento que trae la paz y la tranquilidad. Al final, me quedé hablando
sola, mientras la comunidad entera se reunía en torno a él.
Había
representado mi papel con un entusiasmo y una fe que nunca creía que tuviese; a
pesar de todo, a la extranjera partía de la pequeña aldea sin haber convencido
a nadie.
Y eso me
ponía muy, muy contenta.
Heron Ryan,
periodista.-
Un viejo mío
solía decir. “Aprendemos un 25 por ciento con el maestro, un 25 por ciento
escuchando, un 25 por ciento con los amigos y el otro 25 con el tiempo”. En la
primera reunión en casa de Athena, en la que ella pretendía terminar la clase
interrumpida en el teatro, todos aprendieron con…no sé.
Nos enseñaba
en la pequeña sala de su apartamento, con su hijo. Vi que el lugar era
totalmente blanco, vacío, salvo por un mueble sobre el que había un reproductor
y un montón de CD.
Me extrañó la
presencia del niño, que debía de aburrirse con la conferencia; esperaba que
siguiese en el momento en el que había parado (órdenes a través de palabras).
Pero ella tenía otros planes; nos explicó que iba a poner música procedente de
Liberia, y simplemente teníamos que escuchar.
Nada más.
Yo no soy
capaz de llegar a ningún sitio a través de la meditación-dijo-. Veo a esa gente
sentada con los ojos cerrados, una sonrisa en los labios, sus caras serias, la
postura arrogante, concentradísima en absolutamente nada, convencida de que
está en contacto con Dios o con la Diosa. Por lo menos, escucharemos música
juntos.
Orta vez,
aquella sensación de malestar, como si Athena no supiese exactamente lo que
hacía. Pero casi todos los actores de teatro estaban allí, incluso el director,
que según Andrea había ido a inspeccionar el campo enemigo.
La música
terminó.
Esta vez,
bailad a un ritmo que no tenga nada, absolutamente nada que ver con la melodía.
Athena la
puso de nuevo, con el volumen bastante más alto, y empezó a mover su cuerpo sin
ninguna armonía. Sólo el hombre más viejo, que en la obra representaba a un rey
borracho, hizo lo que nos habían mandado. Nadie más se movió; la gente parecía
un poco perdida. Una de ellas miró el
reloj: no habían pasado más que diez minutos.
Athena paró y
miró a su alrededor:
¿Por qué
estáis parados?
Me parece… un
poco ridículo hacer eso- se oyó la tímida voz de una actriz-. Aprendemos
armonía, no lo opuesto.
Pues haced lo
que os digo. ¿Necesitáis una explicación intelectual? Os la doy: los cambios
sólo se dan cuando hacemos algo que va en contra, totalmente en contra de todo
a lo que estamos acostumbrados.
Y volviéndose
hacia el “rey borracho”:
- ¿Por qué
has aceptado seguir la música fuera del ritmo?
- Muy fácil:
nunca he aprendido a bailar.
Todos se
rieron, y la nube oscura que acechaba el lugar pareció desaparecer.
Muy bien,
empezaré de nuevo, y vosotros podéis hacer lo que digo, o marcharos; esta vez
soy yo la que decide a qué hora termina la conferencia. Una de las cosas más
agresivas en el ser humano es ir en contra de lo que piensa que es bonito, y
eso es lo que vamos a hacer hoy. Vamos a
bailar mal. Todo el mundo.
No era más
que otra experiencia, y para no hacer que la dueña de las casa se sintiese
incómoda, todo el mundo bailó mal. Yo luchaba conmigo mismo, porque la
tendencia era seguir aquella percusión maravillosa, misteriosa. Me sentía como
si estuviese agrediendo a los músicos que la tocaban, al compositor que la
imaginó. Mi cuerpo quería luchar contra la falta de armonía, y yo lo obligaba a
comportarse como nos habían mandado. El niño también bailaba, riéndose todo el tiempo, pero en un
determinado momento se detuvo y se sentó en el sofá, tal vez exhausto por el
esfuerzo que estaba haciendo. El CD se apagó en medio de un acorde.
Esperad.
Todos esperaron.
Voy a hacer
algo que nunca he hecho.
Cerró los
ojos y puso la cabeza entre las manos.
Nunca he
bailado sin seguir el ritmo…
Entonces, la
prueba parecía haber sido peor para ella que para cualquiera de nosotros.
Estoy mal…
Tanto el
director como yo nos levantamos. Andrea me miró con cierta furia, aun así me
acerqué a Athena. Antes de que la tocase, nos pidió que volviésemos a nuestros
sitios.
¿Alguien
quiere decir algo? –su voz parecía frágil, trémula, y no apartaba las manos de
su cara.
Yo sí.
Era Andrea.
Antes, coge a
mi hijo y dile que su madre está bien. Pero tengo que seguir así mientras sea
necesario.
Viorel
parecía asustado; Andrea lo sentó en su regazo y lo acarició.
¿Qué quieres
decir?
Nada. He
cambiado de idea.
El niño te ha
hecho cambiar de idea. Pero sigue.
Lentamente,
Athena fue descubriendo su cara, levantando la cabeza; su fisonomía era la de
un extraña.
No voy a
hablar.
Está bien.
Entonces, tú –señaló al actor viejo-, vete al médico mañana. Eso de no poder
dormir, de ir al baño toda la noche, es serio. Es un cáncer de próstata.
El hombre se
puso pálido.
Y tú –señaló
al director-, asume tu identidad sexual. No tengas miedo. Acepta que detestas a
las mujeres y que te gustan los hombres.
Lo que estás…
No me
interrumpas. No lo digo por culpa de Athena. Me refiero simplemente a tu
sexualidad: te gustan los hombres, y no creo que haya nada de malo en eso.
¿No lo digo
por culpa de Athena? ¡Pero si Athena era ella!
Y tú –me
señaló a mí-,ven aquí. Arrodíllate delante de mí.
Con miedo por
Andrea, con vergüenza por todos, hice lo que me pedía.
Baja la
cabeza. Déjame tocar tu nuca.
Sentí la
presión de sus dedos, nada más aparte de eso.
Nos quedamos
así casi un minuto, luego me mandó levantar y volver a mi sitio.
Ya no
necesitarás tomar más pastillas para dormir. A partir de hoy, el sueño vuelve.
Miré a
Andrea, creía que iba a decir algo, pero su mirada parecía tan atónita como la
mía.
Una de las
actrices, tal vez la más joven, levantó la mano.
Quiero
hablar. Pero necesito saber a quién me estoy dirigiendo.
Santa Sofía.
Quiero saber
si…
Era la actriz
más joven de nuestro grupo. Miro a su alrededor, avergonzada, pero el director
le hizo una seña con la cabeza, pidiéndole que siguiera.
-…si mi madre
está bien.
- Está a tu
lado. Ayer, cuando saliste de casa, ella hizo que te olvidaras el bolso.
Volviste a recogerlo y descubriste que la llave estaba dentro de casa, no
podías entrar. Perdiste una hora buscando el cerrajero, aunque podrías haber
ido a tu cita, haberte encontrado con el hombre que te esperaba y haber
conseguido el empleo que querías. Pero si todo hubiese ocurrido tal y como lo
habías planeado por la mañana, dentro de seis meses habrías muerto en un
accidente de coche. Ayer, al olvidarte el bolso, cambió tu vida.
La chica se
echó a llorar.
¿Alguien más
quiere preguntar algo?
Levantaron
otra mano; era el director.
¿Él me ama?
Entonces era
verdad. La historia de la madre de aquella chica había provocado un torbellino
de emociones en la sala.
Tu pregunta
es equivocada. Lo que necesitas saber es si estás en condiciones de darle el
amor que él necesita. Y lo que venga o no venga será igual de gratificante.
Saberse capaz de amar ya es bastante.
“Si no es él,
será otro. Porque has descubierto una fuente, la dejaste correr y ella inundará
tu mundo. No intentes mantener una distancia segura para ver lo que pasa;
tampoco intentes estar seguro antes de dar el paso. Lo que des, recibirás,
aunque a veces venga del lugar de donde menos te lo esperas.
Aquellas
palabras también valían para mí. Y Athena –o quien fuera- se volvió hacia
Andrea.
¡Tú!
Se me heló la
sangre.
Tienes que
estar preparada para perder el universo que has creado.
¿Qué es el
“universo”?
Es lo que
crees que ya tienes. Has hecho prisionero tu mundo, pero sabes que tienes que
liberarlo. Sé que entiendes lo que estoy diciendo, aunque no deseases oírlo.
Comprendo.
Estaba seguro
de que estaban hablando de mí. ¿Sería todo aquello una representación de
Athena?
Se acabó-
dijo-. Tráeme al niño.
Viorel no
quería ir, estaba asustado con la transformación de su madre; pero Andrea lo
cogió cariñosamente de la mano y lo llevó hasta ella.
Athena –o
Santa Sofía, o Sherine, no importa quién estuviera allí- hizo lo mismo que
había hecho conmigo, tocando con firmeza la nuca del niño.
No te asustes
con las cosas que ves, hijo mío. No intentes apartarlas, porque se van a ir en
cualquier caso; aprovecha la compañía de los ángeles mientras puedas. En este
momento tienes miedo, pero no tienes tanto miedo como deberías, porque sabes
que somos muchos en esta sala. Dejaste de reír y de bailar cuando viste que
abrazaba a tu madre, y le pedía que me dejase hablar a través de su boca. Que
sepas que ella me dio permiso, o yo no lo habría hecho. Siempre me he aparecido
en forma de luz, y sigo siendo esa luz, pero hoy he decidido hablar.
El niño la
abrazó.
Podéis salir.
Dejadme a solas con él.
Uno a uno,
fuimos saliendo del apartamento, dejándola con el niño. En el taxi que nos
llevaba a casa, intenté hablar con Andrea, pero ella me pidió que, si teníamos
que hablar de algo, no debíamos referirnos a lo que acababa de ocurrir.
Me quedé
callado. Mi alma se llenó de tristeza: perder a Andrea era muy difícil. Por
otro lado, sentí una paz inmensa; los acontecimientos habían provocado los
cambios, y yo no tenía que sentarme delante de esa mujer a la que tanto amaba y
decirle que también estaba enamorado de otra.
En ese caso,
escogí quedarme callado. Llegué a casa, puse la tele, Andrea fue a ducharse.
Cerré los ojos, y cuando los abrí, al sala estaba inundada de luz; ya era de
día, había dormido casi diez horas seguidas. A mi lado había una nota, en la
que Andrea decía que no quería despertarme, que había ido directamente al
teatro, pero que había dejado el café preparado. La nota era romántica,
adornada con la marca del pintalabios y un pequeño corazón.
Ella no
estaba dispuesta ni por asomo a “soltar su universo”.
Iba a luchar.
Y mi vida se iba a convertir en una pesadilla.
Aquella
tarde, ella llamó, y su voz no dejaba entrever ninguna emoción especial. Me
contó que el actor había ido al médico, lo habían explorado, y habían
descubierto que su próstata estaba anormalmente inflamada. El paso siguiente
fue un análisis de sangre, con el que detectaron un aumento significativo de un
tipo de proteína llamada PSA. Le extrajeron muestras de tejidos para una
biopsia, pero, por el cuadro clínico, las posibilidades de que tuviera un tumor
maligno eran grandes.
- El médico
le dijo: tiene suerte, aunque la situación se presente peliaguda, todavía es
posible operar, y hay un 99 por ciento de posibilidades de que se cure.
Deidre
O´Neill, conocida como Edda.-
¡Qué Santa
Sofía, ni qué nada! Era ella misma, Athena, pero tocando la parte más profunda
del río que corre por su alma, entrando en contacto con la Madre.
Todo lo que
hizo fue ver lo que estaba ocurriendo en otra realidad. La madre de la chica,
al estar muerta, vive en un lugar sin tiempo, pero nosotros, los seres humanos,
siempre estaremos limitados a conocer el presente. No es poco, dicho sea de
paso: descubrir una enfermedad incubada antes de que se agrave, tocar centros
nerviosos y desbloquear energías, eso está a nuestro alcance.
Claro que
muchos murieron en la hoguera, otros se exiliaron y muchos acabaron escondiendo
y suprimiendo la centella de la Gran Madre en nuestra alma. Yo nunca induje a
Athena a entrar en contacto con el Poder. Lo decidió ella misma, porque la
Madre ya le había hecho varias señales: era una luz mientras bailaba, se
convirtió en letras mientras aprendía caligrafía, apareció en una hoguera o en
un espejo. Lo que me discípula no sabía era cómo convivir con Ella, hasta que
hizo algo que provocó toda esa sucesión de acontecimientos.
Athena, que
siempre les decía a todos que tenían que ser diferentes, que siempre era una
persona igual que el resto de los mortales. Tenía un ritmo, una velocidad de
crucero. ¿Era más curiosa? Tal vez. ¿Había conseguido superar sus problemas de
creerse una víctima? Seguro. ¿Sentía necesidad de compartir con los demás,
fueran empleados de banca o actores, aquello que iba aprendiendo? En algún
caos, la respuesta es sí; en otros, yo intenté estimularla, porque no estamos
destinados a la soledad y nos conocemos cuando nos vemos en la mirada de los
demás.
Pero mi
interferencia termina ahí.
Porque la
Madre quería manifestarse aquella noche, posiblemente le susurró algo al oído:
“Ve en contra de todo lo que has aprendido hasta ahora; tú que eres una maestra
del ritmo, deja que pase por tu cuerpo, pero no lo obedezcas”. Fue por eso por
lo que Athena sugirió el ejercicio: su subconsciente ya estaba preparado para
convivir con la Madre, pero ella vibraba siempre en la misma sintonía, y con
eso no permitía que los elementos externos pudieran manifestarse.
Conmigo
ocurría lo mismo; la mejor manera de meditar, de entrar en contacto con la luz,
era haciendo calceta, algo que mi madre me había enseñado cuando era niña.
Sabía contar los puntos, mover las agujas, hacer cosas bonitas a través de la
repetición y de la armonía. Un día, mi protector me pidió que tejiese ¡de una
manera completamente irracional!, algo muy violento para mí, que había
aprendido el trabajo con cariño, paciencia
y dedicación. Aun así, insistió para que hiciese un pésimo trabajo.
Durante dos
horas pensé que aquello era ridículo, absurdo, me dolía la cabeza, pero no
podía dejar que las agujas guiasen mis manos. Todo el mundo es capaz de hacer
algo mal, ¿por qué me pedía eso? Porque conocía mi obsesión por la geometría y
las cosas perfectas.
Y de repente,
ocurrió; detuve las agujas, sentí un vacío inmenso, que se llenó con una
presencia cálida, cariñosa, compañera. A mí alrededor, todo era diferente,
tenía ganas de decir cosas que jamás me habría atrevido en mi estado normal.
Pero no perdí la conciencia: sabía que era yo misma, aunque – aceptemos la
paradoja – no era la persona con la que estaba acostumbrada a convivir.
Así que puedo
“ver” lo que ocurrió, aunque no estuviera allí; el alma de Athena siguiendo los
sonidos de la música, y su cuerpo yendo en dirección contraria. Después de
algún tiempo, el alma se desligó del cuerpo, se abrió un espacio, y la Madre
finalmente pudo entrar.
Mejor dicho:
una centella de la Madre apareció allí. Vieja, pero con apariencia de joven.
Sabia, pero no omnipotente. Especial, pero sin arrogancia. La percepción
cambió, y empezó a ver las mimas cosas que cuando era niña, los universos
paralelos que pueblan este mundo. En este momento podemos ver no sólo el cuerpo
físico, sino las emociones de la gente. Dicen que los gatos tienen el mismo
poder, y yo lo creo.
Entre el mundo
físico y el espiritual hay una especie de manto que varía de color, intensidad,
luz, y que los místicos llaman “aura”. A partir de ahí, todo es fácil: el aura
cuenta lo que está pasando. Si yo estuviese presente, ella vería un color
violeta con algunas manchas amarillas alrededor de mi cuerpo. Eso significa que
todavía me queda un largo camino por delante y que mi misión en la tierra
todavía no está cumplida.
Mezclada con
las auras humanas, aparecen formas transparentes, que la gente suele llamar “fantasmas”.
Fue el caso de la madre de la chica, el único caso, por cierto, en el que el
destino debía ser cambiado. Estoy casi segura de que, incluso antes de
preguntar, sabía que su madre estaba a su lado, y la única sorpresa fue la
historia del bolso.
Antes de esa
danza sin seguir el ritmo, todos se sentían intimidados. ¿Por qué? Porque todos
estamos acostumbrados a hacer las cosas “como hay que hacerlas”. A nadie le
gusta dar pasos equivocados, sobre todo cuando somos conscientes de ello.
Incluso Athena:
no debió de resultarle fácil sugerir algo que iba en contra de todo lo que
amaba.
Me alegra
que, en aquel momento, la Madre ganara la batalla. Que un hombre se haya
salvado del cáncer, que otro aceptase su sexualidad y que un tercero haya
dejado de tomar pastillas para dormir. Todo porque Athena rompió el ritmo,
frenando el coche, que iba a muchísima velocidad, y desordenándolo todo.
Volviendo a
mi calceta: utilicé este procedimiento durante algún tiempo, hasta que conseguí
provocar esta presencia sin ningún artificio, ya que la conocía, y me estaba
acostumbrando a ella. Con Athena sucedió lo mismo; una vez que sabemos dónde
están las Puertas de la Percepción, es facilísimo abrirlas y cerrarlas, siempre
que nos acostumbremos a nuestro comportamiento “extraño”.
Y se puede
añadir: mi calceta se hizo más rápida y mejor, de la misma manera que Athena
empezó a bailar con mucha más alma y ritmo después de atreverse a romper las
barreras.
Pavel
Podbieslki,cincuenta y siete años propietario del apartamento.
Atenía y yo teníamos una
cosa en común: ambos éramos exiliados de guerras, llegamos a Inglaterra siendo
niños, aunque mi fuga de Polonia fue hace más de cincuenta años. Nosotros dos
sabíamos que, aunque siempre hay un cambio geográfico, las tradiciones
permanecen en el exilio: las comunidades vuelven a reunirse, la lengua y la
religión siguen vivas, las personas tienden a protegerse unas a otras en un
ambiente que será para siempre ajeno.
De la misma manera que
las tradiciones permanecen, el deseo de volver se va consumiendo. Necesita
permanecer vivo en nuestros corazones, una esperanza con la que nos gusta
engañarnos, pero que nunca será llevada a la práctica; yo no voy a volver a
vivir en Czestochowa, ella y su familia jamás regresarían a Beirut.
Fue este tipo de
solidaridad la que me hizo alquilarle el tercer piso de mi casa a Basset Road,
en caso contrario, habría preferido inquilinos sin niños. Ya había cometido ese
error antes, y siempre pasaba lo mismo: por un lado, yo me quejaba del ruido
que ellos hacían durante el día, y por el otro, ellos se quejaban del ruido que
hacía yo por las noches. Ambos problemas radicaban en elementos sagrados – el
llanto y la música-, pero, como pertenecían a dos mundos completamente
diferentes ,era difícil que uno tolerase al otro.
La avisé, pero no me
escuchó, y me dijo que estuviese tranquilo por su hijo: pasaba el día entero en
casa de su abuela. Y el apartamento tenía una ventaja de que estaba cerca de su
trabajo, un banco de los alrededores.
A pesar de mis
advertencias, a pesar de haberme resistido con fuerza al principio,, ocho días
después sonó el timbre de mi puerta. Era ella, con el niño en brazos:
- Mi hijo no puede
dormir. Aunque sólo sea hoy, ¿podría bajar la música?...
Todos en la sala la
miraron.
¿Qué es eso?
El niño que tenía en
brazos dejó inmediatamente de llorar, como si estuviese tan sorprendido como su
madre al ver a aquel grupo de gente, que de pronto habían parado de bailar.
Pulsé el botón de pausa del
radiocasete, le indiqué que entrase con un gesto de la mano y volví a poner el
aparato en marcha, para no perturbar el ritual. Athena se sentó en un rincón de
la sala, meciendo a su hijo en brazos, viendo que se dormía con facilidad a
pesar del ruido del tambor y de los metales.
Asistió a toda la
ceremonia, se marchó a la vez que los demás invitados y – como yo ya me
imaginaba – tocó el timbre de mi casa a la mañana siguiente, antes de irse a
trabajar.
No tienes que
explicarme lo que vi: gente bailando con
los ojos cerrados, sé lo que eso significa, porque muchas veces hago lo mismo;
son los únicos momentos de paz y de serenidad de mi vida. Antes de ser madre,
frecuentaba las discotecas con mi marido y mis amigos; allí también veía a
gente en la pista de baile con los ojos cerrados, algunos sólo para impresionar
a los demás, otros como si fuesen movidos por una fuerza superior, más
poderosa. Y desde que tengo uso de razón, utilizo la danza para conectarme con
algo más fuerte, más poderoso que yo. Pero me gustaría saber qué música es ésa.
¿Qué haces este domingo?
Nada en especial. Pasear
con Viorel para Regent´s Park, respirar un poco de aire puro. Ya tendré tiempo
para mis propios planes: en este momento de mi vida, he escogido seguir los
planes de mi hijo.
Pues voy contigo.
Los dos días anteriores a
nuestro paseo. Athena asistió al ritual. El niño se dormía tras unos minutos, y
ella sólo miraba, sin decir nada, el movimiento a su alrededor. Aunque
permanecía inmóvil en el sofá, estaba seguro de que su alma estaba bailando.
La tarde del domingo,
mientras paseábamos por el parque, le pedí que prestase atención a todo lo que
veía y oía: las hojas que se movían con el viento, las ondas del agua del lago,
los pájaros cantando, los perros ladrando, los gritos de los niños que corrían
de un lado a otro, como si obedeciesen lógica, incomprensible para los adultos.
Todo se mueve. Y todo se
mueve con un ritmo. Y todo lo que se mueve con un ritmo provoca un sonido; eso
pasa aquí y en cualquier lugar del mundo en este momento. Nuestros ancestros
también lo sintieron, cuando intentaban huir del frío de las cavernas: las
cosas se movían y hacían ruido.
“Tal vez los primeros
humanos sintieron espanto, y después devoción: entendieron que ésa era la
manera en que un Ente Superior se comunicaba con ellos. Empezaron a imitar los
ruidos y los movimientos de su alrededor, con la esperanza de comunicarse
también con ese Ente: la danza y la música acababan de nacer. Hace unos días me
dijiste que, bailando, consigues comunicarte con algo más poderoso que tú.
Cuando bailo, soy una
mujer libre. Mejor dicho, soy un espíritu libre, que puede viajar por el
universo, mirar el presente, adivinar el futuro, transformarse en energía pura.
Y eso me proporciona un inmenso placer, una
alegría que está mucho más allá de las experiencias que he vivido, y que viviré
a lo largo de mi existencia.
“ En una época de mi
vida, estaba determinada a convertirme en santa, alabando a Dios a través de la
música y del movimiento de mi cuerpo.Pero ese camino está definitivamente
cerrado.
-¿Qué camino está
cerrado?
Acomodó al niño en el
carrito. Vi que no quería responder a la pregunta, insistí : cuando las bocas
se cierran, es porque algo importante va a ser dicho.
Sin mostrar emoción
alguna, como si tuviese que aguantar siempre en silencio las cosas que la vida
le imponía, me contó el episodio de la iglesia, cuando el cura – tal vez su
único amigo – le había impedido tomar la comunión. Y la maldición que había
lanzado en aquel momento: había abandonado para siempre la iglesia católica.
Santo es aquel que
dignifica su vida – le explique-. Basta con entender que todos estamos aquí por
una razón, y basta con comprometerse con ella. Así, podemos reírnos de nuestros
grandes o pequeños sufrimientos, y caminar sin miedo , conscientes de que cada
paso tiene un sentido. Podemos dejarnos guiar por la luz que emana del Vértice.
¿Qué es el Vértice? En
matemáticas es el punto más alto de un triángulo.
En la vida también es el
punto culminante, al meta de aquellos que se equivocan como todo el mundo, pero
que, incluso en sus momentos más difíciles, no pierden de vista una luz que
emana de su corazón. Eso es lo que intentamos hacer en nuestro grupo. El
Vértice está escondido dentro de nosotros, y podemos llegar hasta é si nos
aceptamos y reconocemos su luz.
Le expliqué que el baile
que había visto los días anteriores realizado por personas de todas las edades
( en ese momento éramos un grupo de diez personas, entre los diecinueve y los
sesenta y cinco años), había sido bautizado por mí como “la búsqueda del
Vértice”. Athena me preguntó dónde había descubierto eso.
Le conté que, después de
la segunda guerra mundial, parte de mi familia había conseguido escapar del
régimen comunista que se estaba instalando en Polonia, y decidió trasladarse a
Inglaterra. Había oído decir que las cosas que tenían que traer eran objetos de
arte y libros antiguos, muy valorados en esta parte del mundo.
De hecho, los cuadros y
las esculturas se vendieron en seguida, pero los libros se quedaron en un
rincón, llenándose de polvo. Como mi madre quería obligarme a leer y a hablar
polaco, fueron útiles para mi educación. Un bonito día, dentro de una edición
del siglo XIX de Thomas Malthus, descubrí dos hojas de anotaciones de mi abuelo,
muerto en un campo de concentración. Empecé a leerlas, creyendo que se trataría
de referencias sobre la herencia, o cartas d que un día se había enamorado de
alguien en Rusia.
De hecho, había una
cierta relación entre la leyenda y la realidad. Era un relato de su viaje a
Liberia durante la revolución comunista; allí, en la remota aldea de Diedov, se
enamoró de una actriz (N.R.: Fue imposible localizar esa aldea en el mapa; o
cambiaron el nombre, o el sitio desapareció después de las inmigraciones forzadas
de Stalin).Según mi abuelo, ella formaba parte de una especie de secta que cree
que en determinado tipo de danza está el remedio para todos los males, ya que
permite el contacto con la luz del Vértice.
Temían que toda aquella
tradición pudiese desaparecer; los habitantes iban a ser evacuados en breve a
otro lugar, y el sitio se iba a utilizar para hacer pruebas nucleares. Tanto la
actriz como sus amigos le pidieron que escribiese todo lo que le habían
enseñado. Él lo hizo, pero no debió de darle demasiada importancia al asunto,
olvidó sus anotaciones dentro de un libro que llevaba, hasta que un día yo las
descubrí.
Athena me interrumpido:
Pero no se puede escribir
sobre el baile. Hay que bailar.
Exacto. En el fondo, las
anotaciones no decían más que eso: bailar hasta el agotamiento, como si
fuésemos alpinistas subiendo esta colina, esta montaña sagrada. Bailar hasta
que, debido a la respiración asfixiante, nuestro organismo pueda recibir
oxígeno de una manera a la que no está acostumbrado, y eso hace que acabemos
perdiendo nuestra identidad, la relación con el espacio y el tiempo.
Simplemente bailar al son de la percusión, repetir el proceso todos los días,
entender que, en un determinado momento, los ojos se cierran naturalmente y que
vemos una luz que viene de dentro de nosotros, que responde a nuestras
preguntas, que desarrolla nuestros poderes escondidos.
- ¿Y ya has desarrollado
algún poder?
En vez de responder, le
sugerí que se uniese a nuestro grupo, ya que el niño parecía estar cómodo,
incluso cuando el sonido de los platos y de los instrumentos era muy alto. Al
día siguiente, a la hora de empezar la sesión, ella estaba allí. Se a presenté
a mis compañeros, contándoles sólo que se trataba de la vecina del apartamento
de arriba; nadie dijo nada sobre su vida, ni preguntaron qué hacía. Al llegar
la hora señalada, puse la música y empezaron a bailar.
Ella inició sus pasos con
el niño en brazos, pero en seguida se quedó dormido y Athena lo puso sobre el
sofá. Antes de cerrar los ojos y entrar en trance, vi que ella había entendido
exactamente el camino del Vértice.
Todos los días, excepto
los domingos, venía con el niño. Solamente intercambiábamos unos saludos, yo
ponía la música que un amigo me había conseguido en la estepa rusa, y todos
comenzábamos a bailar hasta estar exhaustos. Después de un mes, ella me pidió
una copia de la cinta.
Me gustaría hacer esto
por la mañana, antes de dejar a Viorel en casa de mamá para ir al trabajo.
Yo no quería.
En primer lugar, pienso
que un grupo que está conectado con la misma energía crea una especie de aura
que facilita el trance de todo el mundo. Además hacer esto antes de ir a
trabajar es prepararse para que te despidan, ya que luego estarás todo el día
cansada.
Athena lo pensó un poco,
pero en seguida reaccionó:
Tienes razón en eso de la
energía colectiva. En tu grupo hay cuatro parejas y tu mujer. Todos,
absolutamente todos, han encontrado el amor. Por eso pueden compartir una
vibración positiva conmigo.
“Pero yo estoy sola.
Mejor dicho, estoy con mi hijo, pero su amor todavía nos e puede manifestar de
manera que podamos entenderlo. Así que prefiero aceptar mi soledad: si intento
huir de ella en este momento, jamás volveré a encontrar pareja. Si la acepto,
en vez de luchar contra ella, tal vez las cosas cambien.
Me he dado cuenta de que
la soledad es más fuerte cuando intentamos enfrentarnos a ella, pero se muestra
débil cuando simplemente la ignoramos.
¿Te uniste a nuestro
grupo en busca de amor?
Creo que ése sería un
buen motivo, pero la respuesta es no.
Vine en busca de un
sentido para mi vida, cuya única razón es mi hijo, y por eso temo que acabe
destruyendo a Viorel, ya sea por una protección exagerada o porque acabe
proyectando en él los sueños que no he podido realizar. Uno de estos días,
mientras bailaba, sentí que me había curado. Si tuviera algo físico, sé que
podríamos llamarlo milagro; pero era algo espiritual, que me molestaba, y que
de repente desapareció.
Yo sabía a qué se
refería.
Nadie me enseñó a bailar
al son de esta música – continuó Athena -. Pero presiento que sé lo que hago.
No hay que aprender.
Recuerda nuestro paseo por el parque y lo que vimos: la naturaleza creando el
ritmo y adaptándose a cada momento.
Nadie me enseñó a amar.
Pero ya he amado a Dios, a mi marido, amo a mi hijo y a mi familia. Y aun así,
me falta algo.
Aunque me canso mientras
bailo, cuando acabo parece que estoy en estado de gracia, en un éxtasis
profundo. Quiero que ese éxtasis se prolongue a lo largo del día. Y que me
ayude a encontrar lo que me falta: el amor de un hombre.
“Puedo ver el corazón de
ese hombre mientras bailo, aunque no consiga ver su rostro. Siento que él está
cerca, y para eso tengo que estar atenta. Necesito bailar por la mañana, para
poder pasar el resto del día prestando atención a todo lo que ocurre a mí
alrededor.
¿Sabes qué quiere decir
la palabra “éxtasis”? Viene del griego y significa salir de uno mismo. Pasar
todo el día fuera de uno mismo es pedirle demasiado al cuerpo y al alma.
Lo intentaré.
Me di cuenta de que no
merecía la pena discutir y le hice una copia de la cinta. A partir de entonces,
me despertaba todos los días con aquel sonido en el piso de arriba, podía oír
sus pasos, y me preguntaba cómo era capaz de afrontar su trabajo en un banco
después de casi una hora de trance .En uno de nuestros encuentros casuales en
el pasillo, resugerí que viniese a tomar café. Athena me contó que había hecho
otras copias de la cinta y que ahora en su trabajo mucha gente estaba buscando
el Vértice.
-¿Hay algún problema ¿
¿Es algo secreto?
Claro que no; al
contrario, me estaba ayudando a preservar una tradición casi perdida. En las
anotaciones de mi abuelo, una de las mujeres decía que un monje que había ido
de visita a la región afirmó que todos nuestros antepasados y todas las
generaciones futuras están presentes en nosotros. Cuando nos liberamos, estamos
haciendo lo mismo con la humanidad.
Entonces, las mujeres y
los hombres de aquella aldeíta de Siberia deben de estar presentes y,
contentos. Su trabajo está renaciendo en este mundo, gracias a tu abuelo. Pero
tengo una curiosidad: ¿Por qué decidiste bailar, después de leer el texto? Si
hubieras leído algo de deporte, ¿habrías decidido ser jugador de fútbol?
Era una pregunta que
nadie se había atrevido a hacerme.
Porque estaba enfermo en
esa época. Tenía una especie de artritis rara, y los médicos me decían que
debía prepararme para estar en una silla de ruedas a los treinta y cinco años.
Me di cuenta de que no me quedaba mucho tiempo y decidí dedicarme a todo lo que
no iba a poder hacer más adelante. Mi abuelo había escrito, en aquel trozo de
papel, que los habitantes de Diedov creían en los poderes curativos del trance.
Por lo visto, tenían
razón.
Yo no respondí nada, pero
estaba seguro. Tal vez los médicos se hubieran equivocado. Tal vez el hecho de
haber emigrado con mi familia¡, sin poder permitirme el lujo de poder estar
enfermo, influyera con tal fuerza en mi inconsciente que provocó una reacción
natural del organismo. O tal vez fuese un milagro de verdad, lo cual estaría absolutamente
en contra de lo que reza mi fe católica: los bailes no curan.
Recuerdo que, en mi
adolescencia, como no tenía la música que creía adecuada, solía ponerme una
capucha negra en la cabeza e imaginar que la realidad de mi entorno dejaba de
existir: mi espíritu viajaba a Diedov, con aquellas mujeres y hombres, con mi
abuelo y su actriz tan amada. En el silencio de la habitación, yo les pedía que
me enseñasen a bailar, a ir más allá de mis límites, porque al cabo de poco
tiempo estaría paralizado para siempre.
Cuanto más se movía mi
cuerpo, más luz salía de mi corazón, y más aprendía, tal vez conmigo mismo, tal
vez con los fantasmas del pasado. Incluso llegué a imaginar la música que
escuchaba en si rituales, y cuando un amigo visitó Siberia, le pedí que me
trajera algunos discos; para mi sorpresa, uno de ellos se parecía mucho a lo
que yo creía que era el baile de Diedov.
Mejor no decirle nada a
Athena; era una persona fácilmente influenciable, y su temperamento me parecía
inestable.
Tal vez estés haciendo lo
correcto – fue mi único comentario.
Volvimos a hablar una vez
más, poco antes de su viaje a Oriente Medio. Parecía contenta, como si hubiese
encontrado todo lo que deseaba: el amor.
La gente de mi trabajo ha
creado un grupo, y se llaman a sí mismos “los peregrinos del Vértice”. Todo
gracias a tu abuelo.
Gracias a ti, que has
sentido la necesidad de compartirlo con los demás. Sé que te vas, y quiero
agradecerte que le hayas dado otra dimensión a lo que yo he hecho durante años,
intentando difundir esta luz entre
algunos pocos interesados, pero siempre de manera tímida, siempre pensando que
la gente pensaría que todo esto era ridículo.
¿Sabes lo que he
descubierto? Que aunque el éxtasis es la capacidad de salir de uno mismo, el
baile es una manera de subir al espacio. Descubrir nuevas dimensiones, y aun
así, seguir en contacto con tu cuerpo. Con el baile, el mundo espiritual y el
mundo real pueden vivir sin conflictos. Creo que los bailarines clásicos se
ponen de puntillas porque al mismo tiempo están tocando la tierra y alcanzando
el cielo.
Que yo recuerde, éstas
fueron sus últimas palabras. Durante cualquier baile al que nos entreguemos con
alegría, el cerebro pierde su poder de control, y el corazón toma las riendas
del cuerpo. Es en ese momento cuando aparece el Vértice.
Siempre que creamos en él, claro.
Peter Sherney,cuarenta y
siete años, director general de una filial del Bank of (eliminado) en Holland
Park, Londres.
Acepté a Athena simplemente porque su familia
era una de nuestros más importantes; después de todo, el mundo gira en torno a
los intereses mutuos. Como era demasiado nerviosa, la puse a trabajar en un
departamento burocrático, con la dulce esperanza de que acabase pidiendo la
dimisión; de esta manera podría decirle a su padre que había intentado
ayudarla, sin éxito.
Mi experiencia como director me había enseñado
a conocer el estado de ánimo de las personas aunque no dijeran nada. Me lo
habían enseñado en un curso de gerencia: si quieres librarte de alguien, haz
todo lo que puedas para que acabe faltándote al respeto y así poder despedirlo
por una causa justa.
Hice todo lo posible para alcanzar mi objetivo
con Athena ; como ella no dependía de ese dinero para sobrevivir, acabaría
descubriendo que el esfuerzo de despertarse temprano, dejar al niño en casa de
su madre, trabajar todo el día en un empleo repetitivo, volver a coger al niño,
ir al supermercado, cuidar del niño,
ponerlo a dormir, al día siguiente volver a perder tres horas en el transporte
público, todo absolutamente innecesario, ya que había otras maneras
interesantes de pasar el tiempo. Poco a poco, estaba cada vez más irritable, y
me sentí orgulloso de mi estrategia: iba a conseguirlo. Ella empezó a quejarse
del sitio en el que vivía, diciendo que, en su apartamento, el propietario
acostumbraba a poner la música altísima por las noches y que ya ni siquiera
podía dormir bien.
De repente, algo cambió. Primero, sólo en
Athena. Y después en toda la oficina.
¿Cómo pude notar ese cambio? Bueno, un grupo
de personas que trabajaban juntas es como una especie de orquesta; un buen
gerente es el director, y sabe qué instrumento está desafinado, cuál
transmite más emoción y cuál simplemente
sigue al resto del grupo. Athena parecía tocar
su instrumento sin el menor entusiasmo, siempre distante, sin compartir
jamás con sus compañeros las alegrías ni las tristezas de su vida personal,
dando a entender que, cuando salía del trabajo, el resto del tiempo se resumía
en cuidar a su hijo y nada más. Hasta que empezó a parecer más descansada, más
comunicativa, y le contaba a quien quisiera escuchar que había descubierto una
técnica de rejuvenecimiento.
Claro que eso es una palabra mágica:
rejuvenecimiento. Viniendo de alguien con tan sólo ventiún años de edad, suena
absolutamente fuera de contexto, y aun así , la gente la creyó y empezaron a
pedirle el secreto de esa fórmula.
Su
eficiencia aumentó, aunque la cantidad de trabajo seguía siendo la
misma. Sus compañeros de trabajo, que antes se limitaban a darle los “buenos
días” y las “buenas noches”, empezaron
a invitarla a comer. Cuando volvían, parecían satisfechos, y la productividad
del departamento dio un salto gigantesco.
Sé que las personas enamoradas acaban
contagiando el ambiente en el que vive: deduje inmediatamente que Athena debía
de haber encontrado a alguien muy importante en su vida.
Se lo pregunté y dijo que sí, y añadió que
jamás había salido con un cliente, pero que en ese caso le había sido imposible
rechazar la invitación. En una situación normal, habría sido despedida de
inmediato: las reglas del banco eran claras, los contactos personales estaban
totalmente prohibidos. Pero, para entonces, me había dado cuenta de que su
comportamiento había contagiado prácticamente a todo el mundo; algunos de sus
colegas empezaron a reunirse con ella después del trabajo, y por lo que sé, al
menos dos o tres de ellos habían estado en su casa.
La situación me resultaba muy complicada; la
joven aprendiz, sin ninguna experiencia laboral anterior, que antes era tímida
y a veces agresiva, se había convertido e una especie de líder natural de mis
empleados. Si la despedía, creerían que era por celos, y perdería su respeto.
Si la mantenía, corría el riesgo de
perder el control del grupo en pocos meses.
Decidí esperar un poco, mientras tanto, la
“energía” (detesto esta palabra, porque en realidad no quiere decir nada en
concreto, a no ser que estemos hablando de electricidad) de la oficina empezó a
mejorar. Los clientes parecían más satisfechos, y comenzaron a recomendarnos a otros. Los trabajadores
estaban alegres, y aunque la cantidad de trabajo se hubiese doblado, no me vi
obligado a contratar a más gente para hacerlo, ya que todos asumían sin
problemas sus obligaciones.
Un día recibí una carta de mis superiores.
Querían que fuese a Barcelona, donde se iba a celebrar una convención del
grupo, para que les explicase el método administrativo que estaba usando. Según ellos, habían conseguido
aumentar el beneficio sin elevar los
gastos, y eso es lo único que le interesa a los ejecutivos (en todo el mundo,
dicho sea de paso).
¿Qué método?
Mi único mérito era saber dónde había empezado
todo, y decidí llamar a Athena a mi despacho. La felicité por la excelente
productividad, ella me lo agradeció con una sonrosa.
Actué con cuidado, ya que no quería que me
interpretase mal:
-¿Y cómo está tu novio? Siempre he pensado que
el que recibe amor da más amor. ¿Qué hace?
- Trabaja en Scotland Yard (N.R.: Departamento
de investigación ligado a la policía metropolitana de Londres).
Preferí no entrar en más detalles. Pero tenía
que seguir la conversación a toda costa, y no podía perder demasiado tiempo.
He notado un gran cambio en ti, y …
¿Ha notado un gran cambio en la oficina?
¿Cómo responder a una pregunta así? Por un
lado, le estaría dando más poder de lo que sería aconsejable; por otro, si no
era directo, jamás obtendría las respuestas que necesitaba.
Sí, he notado un gran cambio. Y estoy pensando
en promocionarte.
Necesito viajar. Quiero salir un poco de
Londres, conocer nuevos horizontes.
¿Viajar? Ahora que todo iba bien en mi
ambiente de trabajo, ¿quería irse? Pero, pensándolo mejor, ¿no era eso lo que
yo deseaba?
-Puedo ayudar al banco si me da más
responsabilidades – continuó.
Entendido; me estaba dando una excelente
oportunidad.
¿Cómo no había pensado antes en es? “Viajar”
significaba apartarla, recuperar mi
liderazgo, sin tener que cargar con los costes de mi dimisión o de la rebelión.
Pero necesitaba reflexionar sobre el asunto, porque, antes de ayudar al banco,
tenía que ayudarme a mí. Ahora que mis jefes habían notado el crecimiento de
nuestra productividad, sabía que debía conservarla, con el riesgo de perder el
prestigio y quedar en peor posición que antes. A veces entiendo por qué gran
parte de mis compañeros no intentan hacer demasiado para mejorar: si no l o
consiguen, los llaman incompetentes. Si lo consiguen, se ven obligados a crecer
siempre, y acaban sus días con un infarto de miocardio.
Di el siguiente paso con cuidado: no es
aconsejable asustar a la persona antes
de que revele el secreto que queremos saber; mejor fingir que estamos de
acuerdo con lo que pide.
Intentaré hacer llegar tu petición a mis
superiores. Por cierto, voy a reunirme con ellos en Barcelona, y por eso he
decidido llamarte. ¿Estaría en lo cierto si dijese que nuestra oficina mejoró
desde que, digamos, la gente ha empezado una mejor relación contigo?
Digamos …una mejor relación consigo mismos.
Usted sabe que no está equivocado.
¿Has estado leyendo algún libro sobre gerencia
que yo no conozco?
No leo ese tipo de cosas. Pero me gustaría que
me prometiera que realmente se va a considerar lo que le he pedido.
Pensé en su novio de Scotland Yard; si se lo
prometía y no lo cumplía, ¿iba a sufrir represalias? ¿Le habría enseñado a
alguna tecnología punta para conseguir resultados imposibles?
Puedo contárselo absolutamente todo, aunque no
cumple usted su promesa. Pero no sé si dará resultado, si no hace lo que le
enseñe.
¿La “técnica de rejuvenecimiento”?
Eso mismo.
¿Y no es suficiente con conocer la teoría?
Tal vez. A la persona que me lo enseñó a mí le
tengo a través de unas hojas de papel.
Me alegro que no me forzase a tomar decisiones
que están más allá de mi alcance y de mis principios. Pero, en el fondo, debo
confesar que tenía un interés personal en esa historia, ya que también soñaba
con un reciclaje de mi potencial. Le prometí que haría todo lo posible, y
Athena empezó a hablar de una larga y
esotérica danza en busca de un Vértice ( o Eje, ya no me acuerdo bien). A
medida que íbamos hablando, yo intentaba ordenar de manera objetiva sus
reflexiones alucinatorias. Una hora no fue suficiente, y juntos preparamos el
informe para presentar a los directivos del banco. En un determinado momento de
nuestra conversación, ella me dijo sonriendo:
No tema escribir algo demasiado parecido a lo
que estamos hablando. Creo que incluso los directivos de un banco son gente
como nosotros, de carne y hueso, y seguro que están interesadísimos en métodos
no convencionales.
Athena estaba completamente equivocada: en
Inglaterra las tradiciones siempre hablan más alto que las innovaciones. ¿Pero
qué me costaba arriesgarme un poco, siempre que no pusiera mi trabajo en
peligro? Como aquello me parecía completamente absurdo, tenía que resumirlo y
ordenarlo de forma que todos pudiesen entenderlo. Eso era suficiente.
Antes de empezar mi conferencia en Barcelona,
me repetí durante toda la mañana: “mi” estrategia está dando resultado, y eso
es lo que importa. Leí algunos manuales y descubrí que, para presentar una idea nueva con el
mayor impacto posible, también hay que estructurarla para que provoque a la
audiencia, así que lo primero que les dije a los ejecutivos reunidos en un
hotel de lujo fue una frase de san Pablo: “Dios escondió las cosas más
importantes de los sabios, porque no son capaces de entender lo simple, y
decidió revelárselas a los simples de corazón”
(N.R.: Imposible saber aquí si se refiere a una cita de Mateo el
Evangelista (11,25) , que dice : “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has
revelado a la gente sencilla”. O a una frase de Pablo (cor.1,27): “Al
contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio para confundir a los
sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes”.)
Al decir eso, todo el auditorio, que había
pasado dos días analizando gráficos y estadísticas, se quedó en silencio.
Pensé que había perdido mi empleo, pero
decidí continuar. Primero, porque había investigado sobre el tema, estaba
seguro de lo que decía y merecía el crédito. Segundo, porque en determinados
momentos me viese obligado a omitir la gran influencia de Athena en todo este
proceso, tampoco estaba mintiendo.
He descubierto que, para motivar hoy en día a
los trabajadores, hace falta algo más que un buen entrenamiento en nuestros
centros perfectamente cualificados. Todos nosotros tenemos una parte
desconocida que cuando sale a la luz puede hacer milagros.
“Todos trabajamos por alguna razón: alimentar
a nuestros hijos, ganar dinero para vivir, justificar una vida, conseguir una
cota de poder. Pero hay etapas tediosas durante este recorrido, y el secreto
consiste en convertir esas etapas en un encuentro con uno mismo.
“Por ejemplo: no siempre la búsqueda de la
belleza está asociada a algo práctico, y aun así, la buscamos como si fuese lo
más importante de este mundo. Los pájaros aprenden a cantar, lo cual no
significa que eso les vaya a ayudar a conseguir comida, a evitar a los
depredadores, ni a librarse de los parásitos. Los pájaros cantan, según Darwin,
porque es la única manera de conseguir atraer a la pareja y perpetuar la
especie.
Me interrumpió un ejecutivo de Ginebra, que
insistía en que hiciese una presentación más objetiva. Pero el director general
me animó a seguir adelante, lo cual me entusiasmó.
También según Darwin, que escribió un libro
capaz de cambiar el curso de la humanidad (N.R.: El origen de las especies,
1871, en el que demuestra que el hombre es una evolución natural de una especie
de mono), todos aquellos que son capaces de despertar pasiones están repitiendo
algo que ya sucede desde la época de las cavernas, en la que los ritos para
cortejar a l otro eran fundamentales para que la especie humana pudiese
sobrevivir y evolucionar. Bien, ¿qué diferencia hay entre la evolución de la
especie humana y la evolución de una oficina bancaria? Ninguna. Las dos
obedecen a las mismas leyes: sólo sobreviven y se desarrollan los más capacitados.
En ese momento, me vi obligado a decir que
había desarrollado esa idea gracias a la espontánea colaboración de una de mis
trabajadoras, Sherien Khalil.
Sherine, a la que le gusta que la llamen
Athena, trajo a su lugar de trabajo un nuevo tipo de comportamiento, o sea, la pasión. Eso
mismo, la pasión, algo que nunca consideramos cuando estamos tratando de
préstamos o de plantillas de gastos. Mis trabajadores empezaron a utilizar la
música como estímulo para atender mejor a sus clientes.
Me interrumpió otro ejecutivo diciendo que eso
era una idea antigua: los supermercados hacían lo mismo, utilizando melodías
que inducían a la gente a comprar.
No he dicho que pongamos música en el lugar de
trabajo.
Han empezado a vivir de forma diferente,
porque Sherine, o Athena, si lo prefieren, les ha enseñado a bailar antes de
enfrentarse a su trabajo diario. No sé exactamente qué mecanismo puede
despertar eso en la gente; como gerente, soy responsable de los resultados, no
del proceso. Yo no he bailado, pero he comprendido que, a través de ese tipo de
baile, todos se sentían más unidos a lo que hacían.
“Nacemos, crecemos y hemos sido educados con
la máxima de que el tiempo es dinero. Sabemos exactamente qué es el dinero,
pero ¿sabemos cuál es el significado de la palabra tiempo? El día tiene
veinticuatro horas y una infinidad de momentos. Tenemos que ser conscientes de
cada minuto, saber aprovecharlo para lo que hacemos o simplemente para la
contemplación de la vida.
Si desaceleramos, todo dura más. Claro, puede
durar más el lavar los platos, o la suma de saldos, o la compilación de
créditos, o el listado de las notas provisionales, pero ¿por qué no utilizarlo
en cosas agradables, alegrarse por el hecho de estar vivo?
El principal ejecutivo del banco me miraba con
sorpresa. Estoy seguro de que quería que siguiese explicando detalladamente
todo lo que había aprendido, pero algunos de los presentes empezaban a sentirse
inquietos.
Entiendo perfectamente lo que quiere decir-
comentó. Sé que sus trabajadores trabajan con más entusiasmo, porque hay al
menos un momentos al día en el que entran en contacto consigo mismos. Me
gustaría felicitarlo por haber sido lo suficientemente flexible como para
permitir la integración de enseñanzas no ortodoxas, que están dando tan
excelentes resultados.
“Pero como estamos en una convención, y
estamos hablando de tiempo, dispone de cinco minutos para concluir su
presentación. ¿Sería posible intentar elaborar una lista de puntos principales
que nos permitan aplicar esos principios en otras oficinas?
Tenía razón. Todo aquello podía ser bueno para
el trabajo, pero también podía ser fatal para mi carrera, así que decidí
resumir lo que habíamos escrito juntos.
Basándome en observaciones personales, he desarrollado
junto a Sherine Khalil algunos puntos, sobre lo que estoy dispuesto a debatir
con quien esté interesado. Ésos son los principales:
“A) Todos tenemos una capacidad desconocida, y
que permanecerá desconocida para siempre.
Aun así, puede ser nuestra aliada. Como es imposible medirla o darle a
esta capacidad un valor económico, nunca es tendida en consideración, pero como
estoy hablando con seres humanos, seguro que entienden a qué me refiero, al
menos en teoría.
“B) En mi oficina, tal capacidad fue provocada
a través de una danza, basada en un ritmo que, si no me equivoco, procede de
los desiertos de Asia. Pero el lugar en el que surgió es irrelevante, siempre
que la gente pueda expresar con su cuerpo lo que quiere decir su alma. Sé que
la palabra “alma” aquí puede ser malinterpretada, así que sugiero que la
cambiemos por “intuición”. Y si esta palabra tampoco es asimilable, podemos
utilizar “emociones primarias”, que parece que tiene una connotación más
científica, aunque exprese menos fuerza que las palabras anteriores.
C”) Antes de ir a trabajar, animé a mis
trabajadores a que bailasen por lo menos una hora, en vez de hacer
gimnasia o ejercicios de aeróbic. Bailar
estimula el cuerpo y la mente, empiezan el día exigiéndose creatividad a sí mismos, y utilizan esa energía acumulada
en sus tareas de la oficina.
D”) Los clientes y los empleados viven en un
mismo mundo: la realidad son simples estímulos eléctricos en nuestro cerebro.
Lo que creemos que “vemos” es un impulso de
energía en una zona completamente oscura de la cabeza. Así que podemos intentar
modificar esta realidad si entramos en la misma sintonía.
De alguna manera que no puedo entender, la
alegría es contagiosa, igual que el entusiasmo y el amor. O como la tristeza,
la depresión, el odio; cosas que pueden percibir “intuitivamente” los clientes
y los demás empleados. Para mejorar la eficacia, hay que crear mecanismos que
mantengan estos estímulos positivos presentes.
Muy esotérico-comentó una mujer que dirigía
los fondos de acciones de una oficina de Canadá.
Perdí un poco la compostura: no había
conseguido convencer a nadie. Fingiendo ignorar su comentario, y utilizando
toda mi creatividad, busqué un final
técnico:
El banco debería destinar una partida del
presupuesto a investigar cómo se produce este contagio, así obtendríamos muchos
más beneficios.
Aquel final
me parecía razonablemente satisfactorio, así que decidí no utilizar los
dos minutos que todavía me quedaban.
Cuando acabó el seminario, al final de un día
agotador, el director general me llamó para cenar (delante de todos los
colegas, como si intentara demostrar que me apoyaba en todo lo que había
dicho). Nunca antes había tenido esta oportunidad, e intenté aprovecharla lo
mejor posible; empecé a hablar de objetivos, plantillas, dificultades de las
bolsas de valores, nuevos mercados. Pero él me interrumpió: le interesaba más
saber todo lo que yo había aprendido con Athena.
Al final, para mi sorpresa, llevó la
conversación al terreno personal.
Sé a qué se refiere usted en la conferencia
cuando mencionó tiempo. A principios de este año, mientras disfrutaba de las
vacaciones durante las fiestas, decidí sentarme un rato en el jardín de mi
casa. Cogí el periódico del buzón, nada importante, salvo las cosas que los
periodistas habían decidido que debíamos saber,
seguir, posicionarnos al respecto.
“Pensé
en llamar a alguien de mi equipo, pero habría sido absurdo, ya que todos
estaban con sus familias. Comí con mi mujer, con mis hijos y mis nietos, me
eché una siesta, cuando me desperté tomé una serie de notas y de repente me di
cuenta de que todavía eran las dos de la
tarde, me quedaban otros tres días sin trabajar, y por más que adorase la convivencia
con mi familia, empecé a sentirme inútil.
“Al día siguiente, aprovechando el tiempo
libre, fui a hacerme una prueba del estómago, cuyo resultado, afortunadamente,
fue satisfactorio. Fui al dentista, que me dijo que no había problema alguno.
Volví a comer con mi mujer, mis hijos y mis nietos, volví a dormir, me desperté
de nuevo a las dos de la tarde y me di cuenta de que no tenía absolutamente
nada en que concentrar mi atención.
Me asusté: ¿no debería estar haciendo algo? Si
quisiera pensar en algo que hacer, no sería un gran esfuerzo (siempre tenemos proyectos que desarrollar, bombillas que hay que
cambiar, hojas secas que hay que barrer, ordenar libros, organizar archivos en
le ordenador, etc.) ¿Qué tal si afrontaba el vacío total ¿ Y fue en ese momento
en el que recordé algo que me pareció muy importante: tenía que ir hasta el
buzón, que queda a un kilómetro de mi casa de campo, y enviar unas tarjetas de
Navidad que había olvidado encima de la mesa.
“Y me sorprendí: ¿por qué tengo que enviar hoy
esas tarjetas?
¿Acaso es imposible quedarme como estoy ahora
sin hacer nada?
“Una serie de pensamientos cruzaron mi cabeza:
amigos que se preocupan por cosas que todavía no han sucedido, conocidos que
saben llenar cada minuto de sus vidas con tareas que me parecen absurdas,
conversaciones sin sentido, largas llamadas para no decir nada importante. Ya
he visto a mis directores inventando trabajo
para justificar su cargo, o a trabajadores que sienten miedo porque no
les ha sido entregado nada importante para hacer ese día y eso puede significar
que ya no son útiles. Mi mujer que se tortura porque mi hijo se ha divorciado,
mi hijo que se tortura porque mi nieto ha sacado notas bajas en el colegio, mi
nieto que se muere de miedo por poner triste a sus padres, aunque todos sepamos
que esas notas no son tan importantes…
“Me interné en una larga y difícil lucha
conmigo mismo para no levantarme de allí. Poco a poco, la ansiedad fue dando
paso a la contemplación, y empecé a escuchar mi alma, o intuición, o emociones
primitivas, según en lo que crea usted. Sea lo que sea, esa parte de mí estaba
ansiosa por hablar, pero siempre estoy ocupado.
“ En este caso no fue el baile, sino la
completa ausencia de ruido y de movimiento, el silencio, el que me hizo entrar
en contacto conmigo mismo. Y, créame, supe muchas cosas sobre los problemas que
me preocupaban, aunque todos esos problemas hubiesen desaparecido mientras yo
estaba allí sentado. No vi a Dios, pero pude entender con más claridad las
decisiones que tenía que tomar.
Antes de pagar la cuenta, me sugirió que le
enviase a esa trabajadora a Dubai, donde el banco iba a abrir una nueva oficina
y el riesgo era alto. Como un excelente director, sabía que yo ya había
aprendido todo lo que necesitaba, y que
ahora era cuestión de darle continuidad, la trabajadora podía ser más útil en
otro lugar. Sin saberlo, me estaba ayudando a cumplir la promesa que había
hecho.
Cuando
volví a Londres, le comuniqué la invitación inmediatamente a Athena.
Ella aceptó al momento; dijo que hablaba árabe con fluidez ( yo lo sabía,
debido a los orígenes de su padre).
Pero no pretendíamos hacer negocios con los
árabes, sino con los extranjeros. Le agradecí su ayuda, ella no mostró el menor
interés por mi conferencia en la convención; sólo me preguntó cuándo debía
preparar las maletas.
Todavía hoy no se si era una fantasía esa
historia del novio de Scotland Yard. Creo que, si fuera verdad, el asesino de
Athena ya estaría en la cárcel, porque no me creo en absoluto lo que contaron
los periódicos respecto al crimen. En fin, puedo entender mucho de ingeniería
financiera, puedo incluso darme el lujo de decir que el baile ayuda a los
empleados de banca a trabajar mejor, pero jamás conseguiré entender por qué la
mejor policía del mundo es capaz de cazar a algunos asesinos y dejar a otros
sueltos.
Pero eso ya no tiene importancia.
Nabil Alaihi, edad
desconocida, beduino.
Me alegra mucho saber que
Athena tenía una foto mía en el sitio de honor de su apartamento, pero no creo
que lo que le enseñé sea de ninguna utilidad. Vino aquí, en medio del desierto,
con un niño de tres años de la mano. Abrió el bolso, sacó una grabadora y se
sentó delante de mi tienda. Sé que la gente en la ciudad solían darles mi
nombre a los extranjeros que quería probar la cocina local, pero le dije que
todavía era muy temprano para cenar.
He venido por otra razón
– dijo ella -. He sabido por si sobrino Hamid, cliente del banco en el que
trabajo, que es usted un sabio.
Hamid no es más que un
joven alocado, que aunque diga que soy sabio, jamás ha seguido mis consejos.
Sabio era Mahoma, el Profeta, que Dios lo bendiga.
Señalé su coche.
No debería usted conducir
sola por un terreno al que no está acostumbrada, ni aventurarse a venir por
aquí sin una guía.
En vez de responderme,
ella encendió el aparato. De pronto, todo lo que podía ver era a aquella mujer
flotando en las dunas, al niño mirando atónito y alegre, y el sonido que
parecía inundar todo el desierto. Cuando acabó, me preguntó si me había
gustado.
Le dije que sí. En
nuestra religión hay una secta que baila para encontrarse con Alá, ¡alabado sea
su nombre! (N.R.: La secta en cuestión es el sufismo.)
Pues bien- continuó
prestándose como Athena-. Desde niña siento que debo acercarme a Dios, pero la
vida me aparta de Él. La música fue una de las maneras que encontré, pero no es
suficiente. Siempre que bailo, veo una luz, y ahora esa luz me pide que siga
adelante. No puedo seguir aprendiendo sola, necesito que alguien me enseñe.
Cualquier cosa es
suficiente – respondí-. Porque Alá, el misericordioso, está siempre cerca.
Lleva una vida digna, con eso basta.
Pero parecía no estar
convencida. Le dije que estaba ocupado, que tenía que preparar la cena para los
pocos turistas que iban a venir. Ella respondió que esperaría lo que fuera
necesario.
¿Y el niño?
No se preocupe.
Mientras tomaba las
providencias de siempre, observaba a la mujer y a su hijo, los dos parecían
tener la misma edad; corrían por el
desierto, ser reían, hacían batallas de arena, se tiraban por el suelo y
rodaban por las dunas. Llegó el guía con tres turistas alemanes, que comieron y
pidieron cerveza; tuve que explicarles que mi religión me impedía beber y
servir bebidas alcohólicas.
La invité a ella y a su
hijo a cenar, y uno de los alemanes se animó bastante con la inesperada
presencia femenina. Comentó que estaba pensando en comprar terrenos, había
acumulado una gran fortuna, y creía en el futuro de la región.
Muy bien- fue la
respuesta de ella-. Yo también lo creo.
¿No estaría bien que
cenásemos en otro sitio para poder hablar mejor sobre la posibilidad de…?
No- cortó ella, dándole
la tarjeta-. Si quiere, puede buscar mi oficina.
Cuando los turistas se
marcharon, nos sentamos frente a la tienda. El niño se quedó dormido en seguida
en su regazo; cogí mantas para los tres y nos quedamos mirando el cielo
estrellado.
Finalmente ella rompió el
silencio.
¿Por qué Hamid dice que
es usted un sabio?
Tal vez porque tengo más
paciencia que él. Hubo una época en la que intenté enseñarle mi arte, pero a
Hamid le interesaba más ganar dinero. Ahora debe de estar convencido de que es
más sabio que yo; tiene un apartamento, un barco, mientras que yo sigo aquí, en
medio del desierto, sirviendo a los pocos turistas que vienen. No entiende que
me satisface lo que hago.
Lo entiende
perfectamente, porque le habla a todo el mundo de usted con mucho respeto. ¿Y
qué significa su “arte”?
Hoy te he visto bailando.
Yo hago lo mismo, sólo que, en vez de mover mi cuerpo, son las letras las que
bailan.
Ella pareció sorprendida.
Mi manera de acercarme a
Alá, ¡si nombre sea alabado!, fue a través de la caligrafía, la búsqueda del
sentido perfecto de cada palabra. Una simple letra requiere que pongamos en
ella toda la fuerza que contiene, como si estuviésemos esculpiendo su significado.
Así, al escribir los textos sagrados,
está en ellos el alma del hombre que sirvió de instrumento para divulgarlas al
mundo.
“Y no sólo los textos
sagrados, sino cada cosa que escribimos en un papel. Porque la mano que traza
las líneas refleja el alma de quien las escribe.
¿Me enseñaría usted lo
que sabe?
En primer lugar, no creo
que una persona tan llena de energía tenga paciencia para eso. Además, no forma
parte de tu mundo, en el que las cosas se imprimen, sin pensar demasiado en lo
que se está publicando, si me permites el comentario.
Me gustaría intentarlo.
Y durante más de seis
meses, aquella mujer que yo creía nerviosa, exuberante, incapaz de quedarse
quiera ni un solo momento, me visitó el viernes. El hijo se sentaba en un
rincón, cogía algunos papeles y pinceles, y también se dedicaba a manifestar en
sus dibujos aquello que los cielos determinaban.
Yo notaba su esfuerzo por
mantenerse quieta, con la postura adecuada, y le preguntaba: “¿No crees que es
mejor intentar otra cosa para distraerte?” Ella respondía: “Lo necesito,
necesito calmar mi alma, y todavía no he aprendido todo lo que usted puede
enseñarme. La luz del Vértice me dice que debo seguir adelante”. Nunca le
pregunté qué era el Vértice; no me interesaba.
La primera lección, y tal
vez la más difícil fue:
-¡Paciencia!
Escribir no era tan sólo
el acto de expresar un pensamiento, sino reflexionar sobre el significado de
cada palabra. Juntos empezamos a trabajar los textos de un poeta árabe, ya que
no creo que el Corán fuese adecuado para
una persona educada en otra fe. Yo le iba dictando cada letra, y así
ella se concentraba en lo que estaba haciendo, en vez de querer saber ya el
significadote la palabra, de la frase o del verso.
Una vez, alguien me dijo
que la música había sido creada por Dios, y que era necesario un movimiento
rápido para que las personas entrasen en contacto consigo misma- me dijo Athena
una de las frases que pasamos juntos-. Durante años he visto que eso era
verdad, y ahora me veo forzada a hacer la cosa más difícil del mundo:
desacelerar mis pasos. ¿Por qué la paciencia es tan importante?
Porque nos hace prestar
atención.
Pero yo puedo bailar
obedeciendo solamente a mi alma, que me obliga a concentrarme en algo superior
a mí misma, y que me permite entrar en contacto con Dios, si puedo utilizar esa
palabra. Eso me ha ayudado a transformar
muchas cosas, incluso mi trabajo. ¿No es más importante el alma?
Claro. Sin embargo, si tu
alma es capaz de comunicarse con tu
cerebro, podrás transformar mas cosas todavía.
Seguimos nuestro trabajo
juntos. Yo sabía que, en un momento u otro, iba a tener que decirle algo que
ella no estaba preparada para escuchar, de modo que aproveché cada momento para
ir disponiendo su espíritu. Le expliqué que antes de la palabra está el
pensamiento. Y, antes del pensamiento, está un centella divina que lo puso
allí. Todo, absolutamente todo en esta tierra tenia sentido, y las cosas más
pequeñas tienen que ser tomadas en consideración.
He educado mi cuerpo para
que pueda manifestar totalmente las sensaciones de mi alma- decía ella.
Ahora educa tus dedos, de
modo que puedan manifestar totalmente las sensaciones de tu cuerpo. Así tu
inmensa fuerza estará concentrada.
Es usted un maestro.
¿Qué es un maestro? Pues
yo te respondo: no es aquel que enseña algo, sino aquel que inspira al alumno
para que dé lo mejor de sí mismo y descubra lo que ya sabe.
Presentí que Athena ya lo
había experimentado, aunque todavía fuese muy joven. Igual que la escritura
revela la personalidad de cada persona, descubrí que era consciente de que era
amada no sólo por su hijo, sino por su familia, y puede que por un hombre.
Descubrí también que tenía dones
misteriosos, pero intenté no decírselo
nunca, ya que esos dones podían provocar su encuentro con Dios, pero
también su perdición.
No me limitaba a
adiestrarla en la técnica; también intentaba transmitirle la filosofía de los
calígrafos.
La pluma con la que ahora
escribes estos versos no es más que el instrumento. No tiene conciencia, sigue
el deseo del que la sujeta. Y en eso se parece
mucho a lo que llamamos “vida”. Muchas personas están en este mundo
simplemente desempeñando un papel, sin entender que hay una Mano Invisible que
las guía.
“En este momento, en tus
manos en el pincel que traza cada letra, están todas las intenciones de tu
alma. Intenta entender la importancia de eso.
Lo entiendo, y me doy
cuenta de que es importante mantener
cierta elegancia. Porque usted me exige que me siente en una determinada
posición, que respete el material que voy a utilizar y que no empiece hasta que
haya hecho eso.
Claro. A medida que
respetaba el pincel, descubría que era necesario tener serenidad y elegancia
para aprender a escribir.
Y la serenidad viene del
corazón.
- La elegancia no es algo
superficial, sino la manera que el hombre encontró para honrar la vida y el
trabajo. Por eso, cuando sientas que la postura te es incómoda, no pienses que
es falsa o artificial: es verdadera porque es difícil. Hace que tanto el papel
como la pluma se sientan orgullosos de tu esfuerzo. El papel deja de ser una
superficie plana e incolora, y pasa a tener la profundidad de las cosas que se
ponen en él.
“La elegancia es la
postura más adecuada para que la escritura
sea perfecta. En la vida también es así: cuando se descarta lo
superfluo, el ser humano descubre la simplicidad y la concentración: cuanto más
simple y más sobria es la postura, más bella será ésta, aunque al principio
parezca incómodo.
De vez en cuando, ella me
hablaba de su trabajo. Decía que le entusiasmaba lo que hacía, y que acababa de
recibir una propuesta de un poderoso emir. Había ido al banco a ver a un amigo
suyo que era director (los emires nunca van al banco a sacar dinero, tienen
muchos empleados para que lo hagan) y, hablando con ella, comentó que estaba
buscando a alguien para encargarse de la venta de terrenos, y le gustaría saber
si estaba interesada.
¿A quién le iba a
interesar comprar terrenos en medio del desierto o en un puerto que no estaba
en el centro del mundo?
Decidí no decir nada; al
mirar atrás, me alegro de haber permanecido en silencio.
Sólo habló del amor de un
hombre una única vez, aunque siempre que llegaban los turistas a cenar, y la
veían allí, intentasen seducirla de alguna manera. Normalmente, Athena ni
siquiera se molestaba, hasta que un día uno de ellos insinuó que conocía a su
novio. Ella se puso pálida, y miró inmediatamente al niño, que por suerte no
estaba prestando atención a la conversación.
¿De qué lo conoce?
Estoy de broma- dijo el
hombre-. Sólo quería saber si estaba libre.
Ella no dijo nada, pero
entendí que el hombre que en aquel momento estaba en su vida no era el padre
del niño.
Un día llegó más temprano
que de costumbre. Me dijo que había dejado su trabajo en el banco, había
empezado a vender terrenos, y así tendría más tiempo libre. Le expliqué que no podía enseñarle antes de la hora
prevista; tenía cosas que hacer.
Puedo unir las dos cosas:
movimiento y quietud; alegría y concentración.
Fue hasta el coche, cogió
la grabadora, y a partir de aquel momento, Athena bailaba en el desierto antes
de empezar las clases, mientras el niño corría y sonreía a si alrededor. Cuando
se sentaba para practicar caligrafía, su mano era más segura que normalmente.
Hay dos tipos de letras –
le explicaba yo-.La primera se hace con precisión, pero sin alma. En este caso,
aunque el calígrafo tenga un gran dominio sobre la técnica, se ha concentrado
exclusivamente en el oficio y por eso no ha evolucionado, se ha hecho
repetitivo, no ha conseguido crecer y algún día dejará el ejercicio de la
escritura, porque piensa que se ha convertido en una rutina.
“En segundo tipo es la
letra que se hace con técnica, pero también con alma. Para ello, es necesario
que la intención de quien escribe esté de acuerdo con la palabra; en este caso,
los versos más tristes dejan de revestirse de tragedia y se convierten en
simples hechos que se hallaban en nuestro camino.
¿Qué hace usted con sus
dibujitos?- preguntó el niño en perfecto árabe. Aunque no entendiese nuestra
conversación, hacía lo posible por participar en el trabajo de su madre.
Los vendo.
¿Puedo vender mis
dibujos?
Debes vender tus dibujos.
Un día te harás rico con ellos, y ayudarás a tu madre.
Él se puso contento con
mi comentario y siguió con lo que estaba haciendo en ese momento: una mariposa
de colores.
¿Y qué hago con mis
textos? – preguntó Athena.
Sabes el esfuerzo que te
ha costado sentarte en posición correcta, tranquilizar tu alma, tener clara tu
intención respetar cada letra de cada palabra. Pero, por ahora, sólo sigue
practicando.
“Después de mucho
practicar, ya no pensamos en todos los movimientos necesarios: pasan a formar
parte de nuestra propia existencia. Antes de llegar a ese estado, sin embargo,
hay que practicar, repetir. Y, por si fuera suficiente, repetir y practicar.
“Fíjate en un buen
herrero trabajando el acero. Para el que no sabe, repite los mismos
martillazos.
“Pero el que conoce el
arte de la caligrafía sabe que, cada vez que él levanta el martillo y lo hace
bajar, la intensidad del golpe es diferente. La mano repite el mismo gesto,
pero, a medida que se acerca al hierro, entiende que debe tocarlo con más
dureza o con más suavidad. Con la repetición sucede lo mismo: aunque parezca
igual, es siempre distinta.
“Llegará un momento en el
que no tendrás que pensar en lo que estás haciendo. Pasarás a ser la letra, la
tinta, el papel y la palabra.
Eso llegó casi un año
después. En ese momento, Athena ya era conocida en Dubai, me mandaba clientes a
cenar a mi tienda, y por ellos pude saber que su carrera iba muy bien: ¡estaba
vendiendo trozos de desierto! Una noche, precedido de un gran séquito, apareció
el emir en persona. Yo me asusté; no estaba preparado para aquello, pero él me
tranquilizó y me agradeció lo que estaba haciendo por su empleada.
Es una persona excelente,
y atribuye sus cualidades a lo que está aprendiendo con usted. Estoy pensando
en darle una parte de a sociedad. Tal vez sea buena idea enviarle a mis
vendedores para que aprendan caligrafía, sobre todo ahora que Athena tiene que
irse un mes de vacaciones.
No le iba a servir de
nada – respondí-. La caligrafía simplemente es uno de los métodos que Alá,
¡alabado sea su nombre!, nos ofreció. Enseña objetividad y paciencia, respeto y
elegancia, pero podemos aprender todo eso…
…con el baile – completó
la frase Athena, que estaba cerca.
O vendiendo inmuebles –
sugerí.
Cuando todos se fueron,
cuando el niño se echó en un rincón de la tienda, con los ojos cerrándosele de
sueño, cogí el material de caligrafía y e pedí que escribiese algo. En mitad de
la palabra, el quité la pluma de la mano. Era el momento de decir lo que tenía
que ser dicho. Le sugerí que caminásemos un poco por el desierto.
Ya has aprendido todo lo
que necesitabas – dije - . Tu caligrafía es cada vez más personal, más
espontánea. Ya no es una simple repetición de la belleza, sino un gesto de
creación personal. Has comprendido lo que los grandes pintores entienden,
que para olvidar las reglas, hay que
conocerlas y respetarlas.
“Ya no necesitas los
instrumentos con los que aprendiste. Ya no necesitas el papel, ni la tinta, ni
la pluma, porque el camino es más importante que aquello que te llevó a
caminar. Una vez me contaste que la persona que te enseñó a bailar se imaginaba
música en su cabeza, y aun así, era capaz de repetir los ritmos necesarios y
precisos.
Eso mismo.
Si las palabras
estuvieran todas unidas, no tendrían sentido, o sería muy complicado
entenderlas: tiene que haber espacios entre ellas.
Athena asistió con la
cabeza.
Pero, a pesar de que
dominas las palabras, todavía no dominas los espacios en blanco. Tu mano,
cuando estas concentrada, es perfecta. Cuando salta de una palabra a la otra,
se pierde.
¿Cómo sabe usted eso?
¿Tengo razón?
Tiene toda la razón. Por
algunas fracciones de segundo antes de concentrarme en la siguiente palabra, me
pierdo. Cosas en las que no quiero pensar insisten en dominarme.
Y sabes exactamente qué
es.
Athena lo sabía, pero no
dijo nada, hasta que volvimos a la tienda y pudo coger a su hijo dormido en brazos.
Sus ojos parecían estar llenos de lágrimas, aunque hacía lo posible por
controlarse.
El emir dijo que te ibas
de vacaciones.
Ella abrió la puerta del
coche, puso la llave en el contacto y arrancó. Durante algún momento, sólo el
ruido del motor rompía el silencio del desierto.
- Sé a qué se
refiere-dijo ella al final-. Cuando escribo, cuando bailo, me guía la Mano que
todo lo creó. Cuando veo a Viorel durmiendo, sé que sabe que es el fruto de mi
amor por su padre, aunque no lo vea desde hace más de un año. Pero yo…
Se quedó en silencio de
nuevo; el silencio que era el espacio en blanco entre las palabras.
-…pero yo no conozco la
mano que me meció por primera vez. La mano que me inscribió en el libro de este
mundo.
Yo sólo asentí con la
cabeza.
-¿Cree usted que eso es
importante?
-No siempre. Pero en tu
caso, mientras no toques esa mano, no mejorará…digamos… tu caligrafía.
- No creo que sea
necesario descubrir a quien jamás se tomó la molestia de amarme.
Cerró la puerta, sonrió y
se marchó con el coche. A pesar de sus palabras, yo sabía cuál sería su
siguiente paso.
Samira R. Khalil,madre de
Athena
Fue como si todas sus conquistas
profesionales, su capacidad para ganar dinero, su alegría con el nuevo amor, su
satisfacción cuando jugaba con mi nieto, todo hubiese pasado a un segundo
plano. Me quedé simplemente aterrorizada cuando Sherine me comunicó su decisión
de ir en busca de su madre biológica.
Al principio, está claro, me consolaba con la
idea de que ya no existiese el centro de adopción, que se hubiesen perdido las
fichas, que los funcionarios se mostrasen implacables, el gobierno acababa de
caer y era imposible viajar, o que el vientre que la trajo a esta tierra ya no
estuviese en este mundo. Pero fue un consuelo momentáneo: mi hija era capaz de
todo, y conseguía superar situaciones que eran imposibles.
Hasta aquel momento, el asunto era tabú en la
familia. Sherine sabía que había sido adoptada, ya que el psiquiatra de Beirut
me había aconsejado que se lo contase cuando tuviese la edad suficiente para
comprenderlo. Pero nunca había mostrado curiosidad por saber de qué región
había venido; su hogar había sido Beirut, cuando todavía era un hogar para
todos nosotros.
Como el hijo adoptado de una amiga mía acabó
suicidándose cuando tuvo una hermana biológica - ¡y sólo tenía dieciséis
años!-, nosotros evitamos ampliar nuestra familia, hicimos todos los
sacrificios necesarios para que entendiese que era la única razón de mis
alegrías y de mis tristezas, de mis amores y de mis esperanzas. Aun así,
parecía que nada de eso importaba.
¡Dios mío, cómo pueden ser tan ingratos los
hijos!
Conociendo a mi hija, sabía que no servía de
nada argumentarle todo eso. Mi marido y yo pasamos una semana sin dormir, y todas
las mañanas, todas las tardes, nos bombardeaba con la misma pregunta: ¿En qué
ciudad de Rumania nací? Para agravar la situación, Viorel lloraba, porque
parecía entender todo lo que pasaba.
Decidí consultarlo con otro psiquiatra. Le
pregunté por qué una chica que lo tenía todo en la vida estaba siempre tan
insatisfecha.
Todos queremos saber de dónde venimos – dijo-.
Ésa es la cuestión fundamental del ser humano en el plano filosófico. En el
caso de tu hija, creo que es perfectamente justo que intente conocer sus
orígenes, ¿No sentiría usted también esa curiosidad?
No, no la sentiría. Todo lo contrario,
pensaría que es peligroso ir en busca de alguien que me rechazó y que no me
aceptó cuando todavía no tenía fuerzas
para sobrevivir.
Pero el psiquiatra insistió:
- En vez de
enfrentarse a ella, intente ayudarla. Puede que al ver que eso no es un
problema para usted, desista. El año que ha pasado lejos de todos sus amigos
debe de haberle creado una carencia emocional, que ahora intenta compensar a
través de provocaciones sin importancia. Sólo para estar segura de que es
amada.
Habría sido mejor que Sherine hubiese ido,
ella misma, al psiquiatra: así hubiera comprendido las razones de su
comportamiento.
Demuestre confianza, no vea una amenaza en
eso, Y si al final de ella realmente quiere seguir adelante, sólo tiene que
darle los elementos que pide. Por lo que me dice, siempre ha sido una niña
problemática; quién sabe si no saldrá más fortalecida con esta búsqueda.
Le pregunté al psiquiatra si tenía hijos. Dijo
que no, y entonces entendí que no era la persona más indicada para aconsejarme.
Aquella noche, cuando estábamos delante de la
televisión, Sherine sacó el tema:
¿Qué estás viendo?
Las noticias.
¿Para qué?
Para saber las novedades del Líbano—respondió
mí marido.
Yo me di cuenta de la trampa, pero ya era
tarde. Sherine se aprovechó inmediatamente de la situación.
En fin, parece que vosotros también sentís
curiosidad por saber qué está pasando en la tierra en la que nacisteis. Estáis
bien establecidos en Inglaterra, tenéis amigos, papá gana mucho dinero aquí,
vivís con seguridad. Aun así, compráis periódicos libaneses. Cambiáis de canal
hasta que sale alguna noticia relacionada con Beirut. Os imagináis el futuro
como si fuese el pasado, sin daros cuenta de que esta guerra no acaba nunca.
“ O sea, si no estáis en contacto con vuestros
orígenes, sentís que habéis perdido el contacto con el mundo. ¿Os cuesta tanto
entender lo que yo siento?
Eres nuestra hija.
Con mucho orgullo. Y seré vuestra hija para
siempre. Por favor, no dudéis de mi amor y de mi gratitud por todo lo que
habéis hecho por mí; no estoy pidiendo nada más que poner los pies en el
verdadero lugar en el que nací. Tal vez preguntarle a mi madre biológica por qué
me abandonó, o tal vez dejar el asunto
cuando la mire a los ojos. Si no lo intento, me sentiré cobarde, y no podré
entender los espacios en blanco jamás.
¿Los espacios en blanco?
Aprendí caligrafía mientras estaba en Dubai.
Bailo siempre que puedo. Pero lo música sólo existe porque existen los espacios
en blanco. Cuando estoy haciendo algo, me siento completa; pero nadie puede
vivir en actividad las veinticuatro horas del día.
En el momento en el que paro, siento que me
falta algo.
“Me habéis dicho más de una vez que soy una
persona inquieta por naturaleza. Pero yo
no he escogido esta forma de vivir: me gustaría poder estar aquí, tranquila,
viendo la televisión.
Es imposible mi cabeza no para. A veces pienso
que me voy a volver loca, necesito estar siempre bailando, escribiendo,
vendiendo terrenos, cuidando de Viorel, leyendo cualquier cosa que pase por mis
manos. ¿Creéis que eso es normal?
Tal vez sea tu temperamento – dijo mi marido.
La conversación acabó ahí. De la misma manera
que siempre: Viorel llorando, Sherine encerrándose en su mutismo, y yo segura
de que los hijos nunca reconocen lo que los padres hacen por ellos. Sin
embargo, durante el desayuno al día siguiente, fue mi marido el que sacó el
tema:
Hace algún tiempo, cuando estabas en Oriente
Medio, intenté ver cómo estaban las cosas para volver a casa. Fui a la calle en
la que vivíamos; la casa ya no existe, aunque están reconstruyendo el país,
incluso con la ocupación extranjera y las constantes invasiones. Experimenté
una sensación de euforia: ¿quién sabe si no era el momento de volver a empezar
todo de nuevo? Y fue justamente eso, “volver a empezar”, lo que me trajo de
vuelta a la realidad. Ya no es el momento de darse ese lujo; hoy en día, quiero
seguir con lo que estoy haciendo, no necesito nuevas aventuras.
“Busqué a la gente con la que solía quedar
para tomarme unos whiskys al final de la tarde. La mayoría ya no estaban, los
que quedan se quejan de la constante sensación de inseguridad.
Caminé por los lugares por los que paseaba, y
me sentí como un extraño, como si todo aquello ya no me perteneciese. Lo peor
de todo es que el sueño de volver algún día
iba a desapareciendo a medida que me encontraba con la ciudad en la que
nací.
“Aún así, fue necesario. Las canciones del
exilio todavía están en mi corazón, pero sé que no voy a volver a vivir en el
Líbano. De alguna manera, los días que pasé en Beirut me ayudaron a entender mejor el lugar en el que estoy
ahora y a valorar cada segundo que paso en Londres.
¿Qué quieres decir, papá?
Que tienes razón. Quizá sea mejor entender
esos espacios en blanco. Podemos quedarnos con Viorel mientras tú viajas.
Fue a la habitación y volvió con una carpeta
amarillenta.
Eran papeles de la adopción, que le ofreció a
Sherine. Le dio un beso y dijo que ya era hora de irse a trabajar.
Heron Ryan, periodista.
Durante toda aquella
mañana de 1990, todo lo que podía ver desde la ventana del sexto piso de aquel
hotel era el edificio del gobierno. Acababan de poner en el techo una bandera
del país, que indicaba el lugar exacto en el que el dictador megalómano había
huido en helicóptero, para encontrarse con la muerte pocas horas después, a
manos de aquellos a los que había oprimido durante veintidós años. Las casas
antiguas habían sido arrasadas por Ceausescu, según su plan para hacer una
capital que rivalizase con Washington. Bucarest ostentaba el título de la
ciudad que había sufrido la mayor destrucción fuera de una guerra o de una
catástrofe natural.
El día de mi llegada,
todavía intenté caminar un poco por sus calles con mi intérprete, pero no había
mucho que ver, además de miseria, desorientación, sensación de que no había
futuro, pasado, ni presente: la gente vivía en una especie de limbo, sin saber
exactamente qué pasaba en su país ni en el resto del mundo. Diez años más
tarde, cuando volví y vi el país entero resurgiendo de las cenizas, entendí que
el ser humano puede superar cualquier dificultad, y el pueblo rumano era un
ejemplo de eso.
Pero en aquella mañana gris,
en aquella recepción de hotel gris y triste, todo lo que me interesaba era
saber si el intérprete iba a conseguir un coche y combustible suficiente para
que yo pudiera hacer aquella investigación final del documental para la BBC.
Estaba tardando, y empecé a dudar: ¿me vería obligado a volver a Inglaterra sin
conseguir mi objetivo? Ya había invertido una cantidad significativa de dinero
en contratos con historiadores, en la elaboración de la ruta, en el rodaje de
algunas entrevistas, pero la televisión, antes de firmar el compromiso final,
me exigía que fuese a un determinado castillo para saber en qué estado se
encontraba. El viaje me estaba saliendo más caro de lo que había imaginado.
Intenté llamar a mi
novia; me dijeron que para conseguir línea que esperar casi una hora. Mi
intérprete podía llegar en cualquier momento con el coche, no había tiempo que
perder; decidí no correr el riesgo.
Traté de conseguir algún
periódico en inglés, pero no fue posible. Para matar la ansiedad, empecé a
fijarme, de la manera más discreta
posible, en la gente que estaba allí tomando té, ajena posiblemente a
todo lo que había sucedido el año anterior: las revueltas populares, los
asesinatos de civiles a sangre fría en Timisoara, los tiroteos en las calles
entre el pueblo y temido servicio secreto, que intentaba desesperadamente
mantener el poder que se les escapaba de las manos. Vi a un grupo de tres
americanos, a una mujer interesante, pero que no apartaba los ojos de una
revista de moda, y una mesa llena de hombres que hablaban en voz alta, pero
cuya lengua no era capaz de identificar.
Iba a levantarme por
enésima vez, caminar hasta la puerta de entrada para ver si llegaba el
intérprete, cuando ella entró. Debía de tener poco más de veinte años (N.R.:
Athena tenía veintitrés años cuando visitó Rumania). Se sentó, pidió algo para
desayunar, y vi que hablaba inglés. Ninguno de los hombres presentes pareció
notar la llegada, pero la mujer interrumpió la lectura de la revista de moda.
Tal vez por culpa de mi
ansiedad, o del lugar, que me estaba haciendo caer en una depresión, tuve
coraje y me acerqué.
Disculpa, no acostumbro a
hacer esto. Creo que el desayuno es la comida más íntima del día.
Ella sonrió, me dijo su
nombre, y yo inmediatamente me puse en guardia. Había sido muy fácil; podía ser
una prostituta. Pero su inglés era perfecto, e iba discretamente vestida.
Decidí no preguntar nada, y empecé a hablar compulsivamente de mí, dándome
cuenta de que la mujer de la mesa de al lado había dejado la revista y prestaba
atención a nuestra conversación.
Soy un productor
independiente, trabajo para la BBC de Londres, y en este momento estoy
intentando descubrir una manera de llegar hasta Transilvania…
Noté que el brillo de sus
ojos cambiaba.
-…para completar mi documentación
sobre el mito del vampiro.
Esperé: el asunto siempre
despertaba curiosidad en la gente, pero ella perdió el interés en cuanto
mencioné el motivo de mi visita.
Sólo tienes que tomar el
autobús-respondió-. Aunque no creas que vas a encontrar lo que buscas. Si
quieres saber más sobre Drácula, lee el libro. El autor nunca estuvo en esta
región.
¿Y tú conoces
Transilvania?
No lo sé.
Aquello no era una
respuesta; tal vez fuese un problema con la lengua inglesa, a pesar de su
acento británico.
Pero también me dirijo
allí – continuó-. En autobús, claro.
Por su ropa no parecía
ser una aventurera que anda por el mundo visitando lugares exóticos. La teoría
de la prostituta volvió a mi cabeza; tal vez estuviera intentando acercarse.
¿Quieres que te lleve?
Ya he comprado mi
billete.
Yo insistí, creyendo que
aquel primer rechazo formaba parte del juego. Pero ella volvió a negarse,
diciendo que tenía que hacer el viaje sola. Le pregunté de dónde era, y noté que dudaba mucho antes
de responderme:
De Transilvania, ya te lo
he dicho.
No has dicho exactamente
eso. Pero, si es verdad. Podrías ayudarme a hacer los exteriores para la
película y…
Mi inconsciente me decía
que debía explorar el terreno un poco más, todavía tenía la idea de la
prostituta en la cabeza, y me habría gustado mucho, muchísimo, que ella me
acompañase. Con palabras educadas, ella rechazó mi oferta. La otra mujer entró
en la conversión como si decidiese proteger a la chica, yo pensé que estaba
siendo impertinente y decidí apartarme.
El intérprete llegó poco
después, apurado, diciendo que había conseguido todo lo necesario, pero que iba
a costar un poco más caro (ya me lo esperaba). Subí a mi habitación, cogí la
maleta, que ya estaba preparada, entré en un coche ruso que se caía a trozos,
atravesé largas avenidas casi sin tráfico, y comprobé que llevaba mi pequeña
cámara fotográfica, mis pertenencias, mis preocupaciones, botellas de agua
mineral,, bocadillos y la imagen de alguien que insistía en no salir de mi
cabeza.
Los días siguientes, al mismo
tiempo que intentaba construir una ruta de esperar- a campesinos e
intelectuales respecto al mito del vampiro, me iba dando cuenta de que ya no
sólo intentaba hacer un documental para la televisión inglesa. Me habría
gustado encontrarme de nuevo a aquella chica arrogante, antipática,
autosuficiente, que había visto en un café, en un hotel de Bucarest, y que en
aquel momento debía de estar allí, cerca de mí; sobre la cual yo no sabía
absolutamente nada aparte de su nombre, pero que, como el mito del vampiro,
parecía chupar toda mi energía.
Un absurdo, algo sin
sentido, algo inaceptable para mi mundo, y para el mundo de aquellos que
convivían conmigo.
Deidre O´Neill, conocida
como Edda
No sé qué has venido a hacer aquí. Pero, sea
lo que sea, debes seguir hasta el final.
Ella me miró, atónita.
¿Quién eres?
Me puse a hablar sobre la revista femenina que
estaba leyendo, y el hombre, después de algún tiempo, decidió levantarse y
salir. Ahora ya podía decir quién era.
Si quieres saber mi profesión, estudié
medicina hace unos años. Pero no creo
que ésa sea la respuesta que quieres escuchar.
Hice una pausa.
Tu siguiente paso será intentar, con preguntas
muy bien elaborada, saber exactamente qué estoy haciendo aquí, en este país que
acaba de salir de la prehistoria.
Seré directa: ¿qué has venido a hacer aquí?
Podía decir: He venido al entierro de mi
maestro, creo que se merecía este
homenaje. Pero no sería prudente hablar del tema; aunque no hubiese demostrado
ningún interés por los vampiros, la palabra “maestro” llamaría su atención.
Como mi juramento me impide mentir, respondí con una “media verdad”.
Quería ver dónde nació un escritor llamado
Mircea Eliade, de quien posiblemente nunca hayas oído hablar. Pero Eliade, que
pasó gran parte de su vida en Francia, era especialista en…digamos …mitos.
Ella miró el reloj, fingiendo desinterés.
Y no me
refiero a vampiros. Me refiero a gente…digamos… que sigue el camino que sigues
tú.
Ella iba a beberse el café, pero interrumpió
su gesto.
¿Eres del gobierno? ¿O alguien contratado por
mis padres para que me siga?
Fui yo la que dudó sobre si seguir la
conversación; su agresividad era absolutamente innecesaria. Pero yo podía ver
su aura, su angustia. Se parecía mucho a mí cuando tenía su edad: heridas interiores y exteriores, que
me empujaron a curar a personas en el plano físico y a ayudarlas a encontrar el
camino en el plano espiritual. Quise decirle “tus heridas te ayudan, chica”,
coger mi revista y marcharme.
Si lo hubiera hecho, tal vez el camino de
Athena habría sido completamente diferente, y
todavía estaría viva, junto al hombre que amaba, cuidando de su hijo,
viéndolo crecer, casarse, llenarla de nietos. Sería rica, probablemente propietaria
de una compañía de venta de inmuebles. Lo tenía todo, absolutamente todo para
tener éxito; había sufrido lo suficiente como para saber utilizar sus
cicatrices a su favor, y no era más que una cuestión de tiempo el conseguir
disminuir su ansiedad y seguir adelante.
¿Pero qué fue lo que me mantuvo allí,
intentando seguir la conversación? La respuesta es muy simple: curiosidad. No
podía entender por qué aquella luz brillante estaba allí, en la fría recepción
del un hotel.
Seguí:
-Mircea Eliade escribió libros con títulos
extraños: Ocultismo, brujería y modas culturales, por ejemplo. O Nacimiento y
renacimiento. A mi maestro – lo dije sin querer, pero ella no lo oyó o fingió
no haberlo oído – le gustaba mucho su trabajo. Y algo me dice, intuitivamente,
que a ti te interesa el asunto.
Ella volvió a mirar el reloj.
Voy a Sibiu –dijo ella-.Mi autobús sale dentro
de una hora, voy a buscar a mi madre, si es eso lo que quieres saber. Trabajo
como vendedora de inmuebles en Oriente Medio, tengo un hijo de casi cuatro
años, estoy divorciada, y mis padres viven en Londres. Mis padres adoptivos,
claro, pues fui abandonada en la infancia.
Ella estaba realmente en un estado muy
avanzado de percepción; se había identificado conmigo, aunque todavía no fuera
consciente de ello.
Sí, era eso lo que quería saber.
¿Tenías que venir tan lejos para investigar a
un escritor?
¿No hay bibliotecas en el lugar en el que
vives?
En realidad, ese escritor vivió en Rumania
sólo hasta terminar la universidad. Así que, si yo quisiera saber más sobre su
trabajo, debería ir a París, a Londres o a Chicago, donde murió. Así que lo que
estoy haciendo no es una investigación en el sentido clásico: quiero ver dónde
puso sus pies. Quiero sentir lo que lo inspiró para escribir sobre cosas que
afectan a mi vida y a la vida de las personas que respeto.
¿Escribió también sobre medicina?
Mejor no responder. Me di cuenta de que había
reparado en la palabra “maestro”, pero pensaba que estaba relacionada con mi
profesión.
Ella se levantó. Creo que presintió adónde
quería llegar yo, podía ver que su luz brillaba con más intensidad. Sólo soy
capaz de entrar en este estado de percepción cuando estoy cerca de alguien muy
parecido a mí.
-¿Te importaría acompañarme hasta la estación?
– preguntó.
En absoluto. Mi avión no salía hasta última
hora de la noche, y un día entero, aburrido, interminable, se me presentaba por
delante. Por lo menos, tenía alguien con quien hablar un poco.
Ella subió, volvió con sus maletas en las
manos y con una serie de preguntas en la cabeza. Empezó su interrogatorio en
cuanto salimos del hotel.
Tal vez no vuelva a verte en la vida-dijo-,
pero creo que tenemos algo en común. Así que, como puede que ésta sea la última
vez que hablemos en esta reencarnación, ¿te importaría ser directa en tus
respuestas?
Yo asentí con la cabeza.
Ya que has leído esos libros, ¿crees que el
baile nos puede llevar al trance y hacernos ver una luz? ¿Y que esa luz no nos
dice absolutamente nada, salvo si estamos contentos o tristes?
¡Pregunta correcta!
Sin duda. Pero no sólo el baile; todo aquello
en lo que seamos capaces de centrar nuestra atención y nos permita separar el
cuerpo del espíritu. Como el yoga, la oración o la meditación de los budistas.
O la caligrafía.
No había pensado en eso, pero es posible. En
esos momentos en los que el cuerpo libera el alma, ésta sube a los cielos o
baja a los infiernos, dependiendo del estado de ánimo de la persona.
En ambos lugares, aprende cosas que necesita
saber: ya sea destruir al prójimo, o curarlo. Pero ya no me interesan esos
caminos individuales; en mi tradición necesito la ayuda de… ¿estás prestando
atención a lo que digo?
No.
Vi que se había parado en medio de la calle y
miraba a una niña que parecía abandonada. En ese momento metió la mano en su
bolso.
No hagas eso-le dije. Mira al otro lado de la
calle: allí hay una mujer llena de maldad. Ella puso a esa niña ahí para…
No me importa.
Ella sacó algunas monedas. Yo le agarré la
mano.
La invitaremos a comer algo. Es más útil.
Invité a la niña a ir a un bar; le compré un
bocadillo y se lo di. La niña sonrió y lo agradeció; los ojos de la mujer que
estaba al otro lado de la calle parecía brillar de odio. Pero las pupilas
grises de la chica que caminaba a mi lado, por primera vez, demostraban respeto
por lo que yo acababa de hacer.
¿Qué me decías?
No importa. ¿Sabes lo que pasó hace unos
minutos? Entraste en el mismo trance que el que provoca el baile.
Te equivocas.
Estoy segura. Algo tocó tu subconsciente; tal
vez te hayas visto a ti misma, si no hubieras sido adoptada, mendigando en esta
calle. En ese momento, tu cerebro dejó de reaccionar. Tu espíritu salió, viajó
al infierno, se encontró con los demonios de tu pasado. Por eso no viste a la
mujer que estaba al otro lado de la calle: estabas en trance. Un trance
desorganizado, caótico, que te empujaba a hacer algo teóricamente bueno, pero
prácticamente inútil. Como si estuvieras…
…en un espacio en blanco entre las letras. En
el momento en el que una nota musical termina y la otra todavía no ha empezado.
Exactamente. Y un trance provocado de esta
manera puede ser peligroso.
Casi le dije: “Éste es el tipo de trance
provocado por el miedo: paraliza a la persona, la deja sin reacción, su cuerpo
no responde, su alma ya no está allí. Te aterrorizó pensar en todo lo que
podría haber ocurrido en el caso de que
el destino no hubiese puesto a tus padres en tu camino”. Pero ella había
dejado las maletas en el suelo y me estaba mirando fijamente.
¿Quién eres tú? ¿Por qué me estás diciendo
todo esto?
Como médica, me llaman Deidre O´Neill. Mucho
gusto.
¿Cómo te llamas?
Athena. Pero en el pasaporte pone Sherine
Khalil.
¿Quién te puso ese nombre?
Nadie importante. Pero no te he preguntado tu
nombre, sino quién eres. Y por qué te has acercado a mí. Y por qué yo he
sentido la misma necesidad de hablar contigo. ¿Habrá sido por el hecho de que
éramos las dos únicas mujeres del bar? No creo: y me estás diciendo cosas que
dan sentido a mi vida.
Volvió a coger las maletas, y seguimos
caminando hacia la estación de autobuses.
Yo también tengo un segundo nombre: Edda. Pero
no fue escogido al azar. Como tampoco creo que el azar nos haya unido.
Delante de nosotros estaba la puerta de la
estación de autobuses, donde varias personas entraban y salían, militares con
sus uniformes, campesinos, mujeres guapas, pero vestidas como se hacía
cincuenta años atrás.
Si no fue el azar ¿Qué crees que fue?
Todavía faltaba media hora para que saliera su
autobús, y yo podría haberle respondido: fue la Madre. Algunos espíritus
escogidos emiten una luz especial, tienen que encontrarse, y tú (Sherine o
Athena) eres uno de esos espíritus, pero tienes que trabajar mucho para usar
esa energía en tu favor.
Podría haberle contado que estaba siguiendo el
camino clásico de una hechicera que busca a través de la individualidad su contacto
con el mundo superior e inferior, pero que acaba destruyendo su propia vida;
sirve, da energía, pero jamás la recibe de vuelta.
Podría haberle explicado que, aunque los
caminos sean individuales, siempre hay una etapa en la que las personas se
unen, celebran ceremonias, hablan de sus dificultades, y se preparan para
renacer de la Madre. Que el contacto con la Luz Divina es la mejor realidad que
un ser humano puede experimentar, y aun así, mi tradición, este contacto no
podía hacerse de manera solitaria, porque teníamos a nuestras espaldas años,
siglos de persecución, que nos habían enseñado muchas cosas.
¿No quieres entrar a tomar un café mientras
espero el autobús?
No, yo no quería. Iba a acabar diciendo cosas
que, en ese momento, iban a ser malinterpretadas.
Ciertas personas han sido muy importantes en
mi vida- continuó ella- . El propietario de mi apartamento, por ejemplo. O un
calígrafo que conocí en el desierto cerca de Dubai. Puede que me digas cosas
que yo pueda compartir con ellos, y pagarles todo lo que me han enseñado.
Entonces, ya había tenido maestros en su vida:
¡perfecto! Su espíritu estaba maduro. Todo lo que tenía que hacer era continuar
su entrenamiento; en caso contrario, iba a acabar perdiendo lo que había
conquistado. ¿Pero era yo la persona indicada?
En una fracción de segundo, pedí que la Madre
me inspirase, que me dijese algo. No obtuve respuesta, lo cual no me
sorprendió, porque Ella siempre me hacía lo mismo cuando se trataba de aceptar
la responsabilidad de una decisión.
Le di mi tarjeta de visita y le pedí la suya.
Ella me dio una dirección en Dubai, que yo no tenía ni la menor idea de dónde
quedaba.
Decidí jugar un poco, y probar un poco más.
¿No es una coincidencia que tres ingleses se
encuentren en un bar de Bucarest?
Por lo que veo en tu tarjeta, tú eres
escocesa, Ese nombre dijo que trabajaba en Inglaterra, pero no sé nada de él.
Y yo soy…rumana.
Le expliqué que tenía que volver corriendo al
hotel a hacer mis maletas.
Ahora ella sabía dónde
encontrarme, y si estaba escrito, nos veríamos de nuevo; es importante permitir
que el destino interfiera en nuestras vidas y decida lo que es mejor para
todos.
VOSHO “BUSHALO”,SESENTA Y CINCO AÑOS, DUEÑO DE
UN RESTAURANTE.
Esos europeos llegan aquí pensando que lo
saben todo, que merecen un mejor trato, que tienen derecho a inundarnos de
preguntas, y que estamos obligados a responderlas. Por otro lado, se creen que
cambiándonos el nombre por algo más complicado, como “pueblo nómada”, o “los
nómadas”, pueden corregir los errores que cometieron en el pasado.
¿Por qué no siguen llamándonos gitanos e
intentan acabar con las leyendas que siempre nos han hecho parecer malditos
ante los ojos del mundo? Nos acusan de ser el fruto de una unión ilícita entre
una mujer y el propio demonio. Dicen que fue uno de nosotros el que forjó los
clavos que fijaron a Cristo a la cruz, y que las madres deben tener mucho
cuidado cuando se acercan a nuestras caravanas, porque acostumbramos a robar a los niños y a
convertirlos en esclavos.
Y por culpa de eso han permitido masacres a lo
largo de la historia: fuimos cazados como las brujas de la Edad Media; durante
siglos los tribunales alemanes no aceptan nuestro testimonio. Cuando el viento
nazi barrió Europa, yo ya había nacido, y vi cómo deportaban a mi padre a un
campo de concentración de Polonia, con el humillante símbolo de un triángulo
negro cosido en su ropa. De los quinientos mil gitanos enviados para trabajar
como esclavos, sólo sobrevivieron cinco mil para contar la historia.
Y nadie absolutamente nadie, quiere escuchar algo así.
En esta región olvidada de la Tierra, en la
que decidieron instalarse la mayor parte de las tribus, hasta el año pasado
nuestra cultura, nuestra religión y
nuestra lengua estaban prohibidas. Si le preguntan a cualquier persona de la
ciudad qué piensa de los gitanos, dirá sin pensarlo mucho: “Son todos unos
ladrones”. Por más que intentemos llevar una vida normal, dejando la eterna
peregrinación y viviendo en lugares en los que podremos ser fácilmente
identificados, el racismo sigue. Mis hijos están obligados a sentarse en las
filas de atrás en su clase, y no pasa una semana sin que alguien los insulte.
Después se quejan de que no respondemos directamente
a las preguntas, de que intentamos disfrazarnos, de que jamás comentamos
abiertamente nuestros orígenes. ¿Para qué? Todo el mundo distingue a un gitano,
y todo el mundo sabe cómo “protegerse” de nuestras “maldades”.
Cuando aparece una niña metida a intelectual,
sonriendo, diciendo que forma parte de nuestra cultura y de nuestra raza, yo en
seguida me pongo en guardia. Puede ser uno de los enviados de la Securitate, la
policía secreta de este dictador, el Conducator, el Genio de los Cárpatos, el
Líder. Dicen que fue juzgado y fusilado, pero yo no me lo creo; su hijo todavía
tiene poder en esta región, aunque esté desparecido en este momento.
Ella insiste; sonriendo-como si fuese muy
gracioso lo que dice-, afirma que su madre es gitana y que le gustaría
encontrarla. Tiene su nombre completo; ¿cómo pudo obtener tal información sin
la ayuda de la Securitate?
Mejor no enfadar a la gente que tiene
contactos en el gobierno. Le digo que no sé nada, que simplemente soy un gitano
que ha decidido establecerse y llevar una vida honesta, pero ella sigue
insistiendo; quiere ver a su madre. Yo sé quién es, también sé que hace más de
veinte años ella tuvo un bebé y que lo dejó en un orfanato, y no se supo nada
más. Nos vimos forzados a aceptarla en nuestro círculo por culpa de aquel
herrero que se creía dueño del mundo. ¿Pero quién garantiza que la chica
intelectual que está frente a mí es la hija de Lilliana? Antes de intentar
buscar a su madre, debería por lo menos respetar algunas de nuestras costumbres,
y no aparecer vestida de rojo, porque no es el día de su boda. Debería usar
faldas más largas, para evitar la lujuria de los hombres. Y nunca debería
haberme dirigido la palabra de la manera en que lo hizo.
Si yo hablo de ella en el presente, es porque
para aquellos que viajan el tiempo no existe; sólo el espacio. Venimos de muy
lejos, nos dicen que de la India, otros afirman que nuestro origen está en
Egipto, el hecho es que cargamos con el pasado como si hubiese ocurrido ahora.
Y las persecuciones todavía siguen.
Ella intenta ser simpática, demuestra que
conoce nuestra cultura, cuando eso no tiene la menor importancia; lo que
debería conocer son nuestras tradiciones.
Me he enterado en la ciudad de que es usted un
Rom Baro, un jefe de tribu. Antes de venir aquí he aprendido mucho sobre
nuestra historia…
No es “nuestra”, por favor. Es la mía, la de
mi mujer, de mis hijos, de mi tribu. Usted es una Europa. Usted jamás ha sido
apedreada en la calle, como yo cuando tenía cinco años.
Creo que las cosas están mejorando.
Siempre han mejorado, para empeorar después.
Pero ella no deja de sonreír. Me pide un
whisky; nuestras mujeres nunca harían algo así.
Si sólo hubiese entrado aquí para beber, o
para buscar compañía, sería tratada como una clienta. He aprendido a ser
simpático, atento, elegante, porque mi negocio depende de eso. Cuando los que
frecuentan mi restaurante quieren saber más sobre los gitanos, comento unas
cuantas cosas curiosas, les digo que escuchen al grupo que va a tocar dentro de
un rato, comento dos o tres detalles sobre nuestra cultura, y salen de aquí con
la sensación de que lo saben todo sobre nosotros.
Pero la chica no viene aquí en busca de
turismo, sino que afirma que forma parte de la raza.
Me tiende de nuevo el certificado que ha
conseguido del gobierno. Pienso que el gobierno mata, roba, miente, peor no se
arriesga a dar certificados falsos, y que ella entonces debe ser la hija de
Liliana, porque está escrito el nombre completo y el sitio en el que vivía. Supe
por la televisión que el Genio de los Cárpatos, el Padre del Pueblo, el
Conducator de todos nosotros, ese que nos hizo pasar hambre mientras lo
exportaba todo al extranjero, el que tenía los palacios con la cubertería
bañada en oro mientras el pueblo moría de inanición, ese hombre y su maldita
mujer solían pedirle a la Securite que recorriese los orfanatos cogiendo bebés
para ser entrenados como asesinos por el Estado.
Sólo cogían niños, dejaban a las niñas. Puede
ser verdad que sea su hija.
Miro de nuevo el certificado y me quedo
pensando si decirle dónde se encuentra su madre o no. Liliana se merece ver a
esta intelectual, que dice que es “una de los nuestros”. Liliana se merece
mirar a esta mujer frente a frente; creo que ya ha sufrido todo lo que tenía
que sufrir después de traicionar a su pueblo, se acostó con el gaje (N.R.:
Extranjero), avergonzó a sus padres.
Tal vez sea el momento de acabar con su
infierno, que vea que su hija a sobrevivido, que ha ganado dinero, e incluso
puede ayudarla a salir de la miseria en la que se encuentra.
Tal vez yo pueda cobrar algo por la
información. Y, en el futuro, nuestra tribu consiga algunos favores, porque
vivimos tiempo confusos, en los que todos dicen que el Genio de los Cárpatos
está muerto, incluso se exhiben escenas de su ejecución, pero puede resurgir
mañana, como si todo se tratara de un excelente golpe para ver quién estaba de
su lado y quién estaba dispuesto a traicionarlo.
Los músicos van a tocar dentro de un rato,
mejor hablar de negocios.
Sé dónde está esta mujer. Puedo llevarla hasta
ella.
Mi tono de conversación es ahora más
simpático.
Sin embargo, creo que esa información tiene un
valor.
Ya estaba preparada para eso- responde,
tendiéndole mucho más dinero del que yo pensaba pedir.
Eso no da ni para pagar el taxi hasta allí.
Tendrá otra cantidad igual cuando yo haya
llegado a mi destino.
Y siento que, por primera vez, ella vacila.
Parece que tiene miedo de seguir adelante. Cojo el dinero que ha puesto en el
mostrador.
- Mañana la llevo hasta Liliana.
Sus manos tiemblan. Pide otro whisky, pero de
repente un hombre entra en el bar, cambia de color y va inmediatamente hacia
ella; entiendo que debieron de conocerse ayer y hoy ya están hablando como si
fuesen viejos amigos. Sus ojos la desean. Ella es plenamente consciente de
ello, y lo provoca todavía más. El hombre pide una botella de vino, ambos se
sientan a una mesa, y parece que se ha olvidado por completo de la historia de
su madre.
Pero yo
quiero la otra mitad del dinero. Cuando voy a llevar la bebida, le pregunto en
qué hotel se hospeda, y le digo que estaré allí a las 10 de la mañana.
HERON RYAN, PERIODISTA
Ya con la primera copa de
vino, comentó – sin que yo le preguntase nada, claro – que tenía novio, policía
de Scotland Yard. Evidentemente era mentira; debió de leer mis ojos, y estaba
intentando regirme.
Le respondí que tenía una
novia, y llegamos a un empate técnico.
Diez minutos después de
haber empezado la música, ella se levantó. Habíamos hablado muy poco; nada de
preguntas sobre mis investigaciones sobre vampiros, sólo cosas generales,
impresiones sobre la ciudad, quejas sobre las carreteras. Pero lo que vi a
partir de ahí – mejor dicho, lo que vio todo el mundo en el restaurante – fue
una diosa que se mostraba en toda su gloria, una sacerdotisa que evocaba a los
ángeles y a los demonios.
Sus ojos estaban
cerrados, y parecía que ya no era consciente de quién era, de dónde estaba, de
lo que buscaba en el mundo; era como si flotase invocando su pasado, revelando
su presente, descubriendo y profetizando el futuro. Mezclaba erotismo y
castidad, pornografía y revelación, adoración a Dios y a la naturaleza al mismo
tiempo.
Todo el mundo dejó de
comer, y se puso a mirar lo que estaba ocurriendo. Ella ya no seguí la música,
eran los músicos los que intentaban acompañar sus pasos, y aquel restaurante en
el bajo de un antiguo edificio en la ciudad de Sibiu se convirtió en un templo
egipcio, en el que las adoradoras de Isis solían reunirse para sus ritos de
fertilidad. El olor de la carne asada y del vino se cambió por un incienso que
nos elevaba a todos al mismo trance, a la misma experiencia de salir del mundo
y entrar en una dimensión desconocida.
Los instrumentos de
cuerda y de viento ya no sonaban, sólo siguió la percusión. Athena bailaba como
si ya no estuviese allí, el sudor le caía por la cara, los pies descalzos
golpeaban con fuerza el suelo de madera. Una mujer se levantó y, gentilmente,
le ató un pañuelo cubriendo su cuello y sus senos, ya que su blusa amenazaba en
todo momento con resbalarse del hombro. Pero ella pareció no notarlo, estaba en
otras esferas, experimentaba las fronteras de mundos que casi tocan el nuestro,
pero que nunca se dejan revelar.
La gente del restaurante
empezó a dar palmas para acompañar la música, y Athena bailaba con más
velocidad, captando la energía de aquellas palmas, girando sobre sí misma,
equilibrándose en el vacío, arrebatando todo lo que nosotros, pobres mortales,
debíamos ofrecerle a la divinidad suprema.
Y, de repente, paró.
Todos pararon, incluso los músicos que tocaban la percusión. Sus ojos seguían
cerrados, pero las lágrimas rodaban por su rostro. Levantó los brazos hacia el
cielo, y gritó:
- ¡Cuándo me muera,
enterradme de pie, porque he vivido de rodillas toda mi vida!
Nadie dijo nada. Ella
abrió los ojos como si despertase de un profundo sueño, y caminó hacia la mesa,
como si no hubiera pasado nada. La orquesta volvió a tocar, algunas parejas
ocuparon la pista intentando divertirse, pero el ambiente del local parecía
haberse transformado por completo; luego la gente pagó su cuenta y empezaron a
marcharse des restaurante.
¿Va todo bien?- le
pregunté, cuando vi que ya estaba recuperada del esfuerzo físico.
Tengo miedo. He
descubierto cómo llegar a donde no quería.
¿quieres que te acompañe?
Ella negó con la cabeza.
Pero me preguntó en qué hotel estaba. Le di la dirección.
En los dos días
siguientes, acabé mis investigaciones para el documental, mandé a mi intérprete
de vuelta a Bucarest con el coche alquilado y, a partir de aquel momento, me
quedé en Sibiu sólo porque quería verla otra vez. Aunque siempre he sido
alguien que se guíe por la lógica, capaz de entender que el amor puede ser
construido y no simplemente descubierto, sabía que si no volvía a verla estaría
dejando para siempre en Transilvania una
parte importante de mi vida, aunque no lo descubriese hasta mucho más tarde.
Luché contra la monotonía de aquellas horas sin fin, más de una vez fui hasta
la estación de autobuses para ver los horarios para Bucarest, gasté en llamadas
a la BBC y a mi novia más de lo que mi pequeño presupuesto de productor
independiente me permitía. Les explicaba que el material todavía no estaba
listo, que me faltaban algunas cosas, tal vez un día más, tal vez una semana,
los rumanos eran muy complicados, siempre se enfadaban cada vez que alguien
asociaba la hermosa Transilvania con la horrorosa historia de Drácula. Parece
que al final los productores se convencieron, y me dejaron quedarme más tiempo
del necesario.
Estábamos hospedados en
el único hotel de la ciudad, y un día ella apareció, me vio de nuevo en la
recepción, nuestro primer encuentro pareció volver a su cabeza; esta vez me
invitó a salir, e intenté contener mi alegría. Tal vez yo también era importante
en su vida.
Más tarde descubrí que la
frase que había dicho al final de su baile era un antiguo proverbio gitano.
LILIANA, COSTURERA, EDAD Y SOBRENOMBRE
DESCONOCIDO.
Hablo de ella en presente porque para nosotros no existe el
tiempo, sólo el espacio. Porque parece ayer.
La única costumbre tribal
que no seguí fue la de tener a mi lado a mi pareja en el momento de nacer
Athena. Pero las parteras vinieron, aun sabiendo que yo me había acostado con
un gaje, un extranjero. Me soltaron el pelo, cortaron el cordón umbilical,
hicieron varios nudos, y me lo dieron. En ese momento, según la tradición, el
bebé tenía que ser envuelto en una prenda de su padre. Él había dejado un
pañuelo, que me recordaba su perfume, que de vez en cuando yo acercaba a mi
nariz para sentirlo cerca, y ahora ese perfume iba a desaparecer para siempre.
Yo la envolví en el
pañuelo y la puse en el suelo para que recibiese la energía de la Tierra. Me
quedé allí sin saber qué sentir, ni qué pensar; mi decisión estaba tomada.
Me dijeron que escogiese
un nombre, y que no se lo dijese a nadie; sólo podía ser pronunciado después de
que la niña estuviera bautizada. Me dieron aceite consagrado, y los amuletos
que tenía que ponerle dos semanas después. Una de ellas me dijo que no me
preocupase, que la tribu entera era responsable de ella, y que debía
acostumbrarme a las críticas, que pronto se acabarían.
Me aconsejaron también no
salir entre el atardecer y la autora, porque los tsinvari (N.R.: Espíritus
malignos) podían atacarnos o poseernos, y entonces nuestra vida sería una
tragedia.
Una semana después, en
cuanto salió el sol, fui hasta un centro de adopción de Sibiu para dejarla en
la entrada, esperando que una mano caritativa viniese y la recogiese. Cuando lo
estaba haciendo, me sorprendió una enfermera y me llevó adentro. Me ofendió
cuanto pudo, dijo que ya estaban preparados para ese tipo de comportamiento:
siempre había alguien vigilando, no podía escapar fácilmente de la
responsabilidad de traer a un niño al mundo.
Claro, no se puede
esperar otra cosa de una gitana: ¡abandonar a su hijo!
Me obligaron a rellenar
una ficha con todos mis datos, y como no sabía escribir, volvió a repetir otra
vez: “Claro, una gitana. Y no intentes engañarnos dándonos datos falsos, o
puedes acabar en la cárcel”. Por
Miedo, acabé contando la
verdad.
La vi por última vez, y
todo lo que pude pensar fue: “Niña sin nombre, que encuentres amor, mucho amor
en tu vida” .
Salí y estuve caminando
por el bosque durante horas. Me acordaba de las muchas noches del embarazo, en
las que amaba y odiaba al bebé y al hombre que lo puso dentro de mí.
Como toda mujer, viví con
el sueño de encontrar al príncipe azul, casarme, llenar mi casa de niños y
colmar a mi familia de atenciones. Como gran parte de las mujeres, acabé
enamorándome de un hombre que no podía
darme eso, pero con el que compartí momentos que jamás olvidaré. Momentos que
yo no podría hacerle comprender a la niña, ella estaría siempre estigmatizada
en el seno de nuestra tribu, un gaje, una niña sin padre. Yo podía soportarlo,
pero no quería que ella pasase por el mismo sufrimiento que yo estaba pasando
desde que descubrí que estaba embarazada.
Lloraba y me arañaba,
pensando que tal vez el dolor me haría pensar menos, volver a la vida, a la
vergüenza de la tribu; alguien se haría cargo de la niña, y yo viviría siempre
con la idea de volver a verla algún día, cuando fuese mayor.
Me senté en el suelo, me
agarré a un árbol sin poder parar de llorar. Pero cuando mis lágrimas y la
sangre de mis heridas tocaron su tronco, una extraña tranquilidad se apoderó de
mí. Me parecía oír una voz que decía que no me preocupase, que mi sangre y mis
lágrimas habían purificado el camino de la niña y disminuido mi sufrimiento.
Desde entonces, siempre que me desespero, recuerdo esa voz, y me tranquilizo.
Por eso, no es una
sorpresa verla llegar con el Rom Baro de nuestra tribu, que toma café, pide de
beber, sonríe con ironía y se marcha. La voz me había dicho que ella iba a
volver, y ahora está aquí, tal vez odio por haberla abandonado un día. No tengo
que explicar por qué lo hice; nadie en el mundo podría comprenderlo.
Nos quedamos una
eternidad mirándonos la una a la otra, sin decir nada, sólo mirándonos, sin
sonreír, sin llorar, sin nada.
Un brote de amor sale del
fondo del alma, no sé si le interesa lo que siento.
¿Tienes hambre? ¿Quieres
comer algo?
El instinto. Siempre el
instinto en primer lugar. Ella dice que sí con la cabeza. Entramos en el
pequeño cuarto en el que vivo y que al mismo tiempo hace las veces de sala,
dormitorio, cocina, y taller de costura. Lo mira todo, está atónita, pero finjo
que no me doy cuenta: me acerco al fogón, vuelvo con dos platos de la espesa
sopa de verduras y grasa animal. Preparo un café fuerte, y cuando voy a echarle
el azúcar, oigo su primera frase:
Solo, por favor. No sabía
que hablaba en inglés.
Iba a decirle “me enseñó
tu padre”, pero me controlo. Comemos en silencio, y a medida que va pasando el
tiempo, todo empieza a parecerme familiar; estoy ahí con mi hija, ella anduvo
por el mundo pero ya ha vuelto, ha conocido otros caminos y vuelve a casa. Sé
que es una ilusión, pero la vida me ha dado tantos momentos de dura realidad
que me resulta fácil soñar un poco.
¿quién es esa santa? –
señala un cuadro de la pared.
Santa Sara, la patrona de
los gitanos. Siempre he querido visitar su iglesia, en Francia, pero no podemos
salir de aquí. Nunca conseguiría el pasaporte, ni permiso, ni…
Iba a decir: “Aunque lo
consiguiese, no tendría dinero” pero interrumpo mi frase. Ella podría pensar
que le estoy pidiendo algo.
…. Y tengo mucho trabajo.
Vuelve el silencio. Ella
termina la sopa, enciende un cigarrillo, su mirada no dice nada, ni un
sentimiento.
¿Pensaste que volverías a
verme?
Le respondo que sí. Lo
supe ayer, por la mujer del Rom Baro, que estaba en el restaurante.
Se acerca una tormenta.
¿No quieres dormir un poco?
No oigo ningún ruido. Ni
el viento sopla más fuerte, ni tampoco menos que antes. Prefiero charlar.
Créeme. Tengo todo el
tiempo que quieras, tengo toda la vida que me queda para estar a tu lado.
No digas eso ahora.
…pero estás cansada-
sigo, fingiendo que no he oído su comentario.
Veo que la tormenta se
acerca. Como todas las tempestades, trae destrucción; pero al mismo tiempo moja
los campos, y la sabiduría del cielo baja con la lluvia. Como toda tempestad,
tiene que pasar. Cuanto más violenta, más rápida.
Gracias a Dios he
aprendido a afrontar las tempestades.
Y, como si las santas
Marías del Mar me escuchasen, empiezan a caer las primeras gotas sobre el
tejado de zinc. Ella acaba su cigarrillo, yo le cojo las manos, la llevo hasta
mi cama. Ella se acuesta y cierra los ojos.
No sé cuánto tiempo
duerme; y yo la contemplo sin pensar en nada, y la voz que un día había oído en
el bosque me dice que todo está bien, que no tengo que preocuparme, que los
cambios que el destino provoca en las personas son favorables so sabemos
descifrar su contenido. No sé quién la había recogido del orfanato, la había
educado, la había transformado en la mujer independiente qua parece ser. Rezo
una ración por la familia que había permitido a mi hija sobrevivir y cambiar de
vida. En mitad de la oración, siento celos, desesperación, arrepentimiento, y
dejo de conversar con santa Sara; ¿era realmente importante que regresase? Aquí
estaba todo lo que perdí y jamás podré recuperar.
Pero aquí también está la
manifestación física de mi amor. Yo no sé nada, pero al mismo tiempo todo me es
revelado, vuelven las escenas en las que pienso en el suicidio, considero el
aborto, me imagino dejando aquel rincón del mundo siguiendo a pie hasta donde
las fuerzas me lo permiten, el momento en el que veo correr la sangre y mis
lágrimas por el árbol, la conversación con la naturaleza, que se intensifica a
partir de ese momento y jamás me ha dejado desde entonces, aunque poca gente de
mi tribu lo sabe. Mi protector, que me encontró vagando por el bosque, era
capaz de entender todo eso, pero él acaba de morir.
La luz es inestable, se
apaga con el viento, se enciende con el rayo, nunca está ahí, brillando como el
sol, pero vale la pena luchar por ella”, decía.
El único que me había
aceptado, y convencido a la tribu de que yo podía volver a formar parte de
aquel mundo. El único con autoridad moral suficiente para evitar que yo fuese
expulsada.
E, infelizmente, el único
que no iba a conocer jamás a mi hija.
Lloró por él, mientras
ella permanece inmóvil en mi cama, ella, que debe de estar acostumbrada a todas
las comodidades del mundo. Miles de preguntas vuelven: quiénes son sus padres
adoptivos, dónde vide, si había ido a la universidad, si ama a alguien, cuáles
son sus planes. Sin embargo, no soy yo la que he recorrido el mundo buscándola,
todo lo contrario; así que yo no estoy aquí para hacer preguntas, sino para responderlas.
Ella abre los ojos.
Pienso en tocar su cabello, en darle el cariño que había guardado durante todos
estos años, pero me quedo sin saber su reacción, pienso que es mejor que me
controle.
Has venido hasta aquí
para saber el motivo…
No. No quiero saber
porqué una madre abandona a su hija; no
hay motivo para eso.
Sus palabras me rompen el
corazón, pero no sé cómo responderle.
¿Quién soy yo? ¿Qué
sangre corre por mis venas? Ayer, después de saber que podría encontrarte,
experimenté un estado completo de terror. ¿Por dónde empiezo? Tú cómo todas las
gitanas, debes de saber leer el futuro con las cartas, ¿no?
- No es verdad. Sólo
hacemos eso con los gajes, los extranjeros, como medio para ganarnos la vida.
Jamás leemos las cartas, ni las manos, ni intentamos prever el futuro cuando
estamos con nuestra tribu. Y tú…
…soy parte de la tribu.
Aunque la mujer que me trajo al mundo me haya enviado lejos.
Sí.
Entonces, ¿qué hago aquí?
Ya te he visto la cara, puedo volver a Londres, mis vacaciones se están acabando.
¿Quieres saber cosas de
tu padre?
No tengo el menor
interés.
Y de repente entiendo en
qué puedo ayudarla. Es como si una voz ajena saliese de mi boca:
- Comprende la sangre que
corre por mis venas y por tu corazón.
Es mi maestro el que
hablaba a través de mí. Ella vuelve a
cerrar los ojos y duerme casi doce horas seguidas.
Al día siguiente la llevo
a los alrededores de Sibiu, donde han hecho un museo con casas de toda la
región. Por primera vez tengo el placer de prepararle el desayuno. Está más descansada,
menos tensa, y me pregunta cosas sobre la cultura gitana, aunque jamás intenta
saber cosas de mí. Me habla también un
poco de su vida; ¡sé que soy abuela! No habla de su marido ni de sus padres
adoptivos. Dice que vendía terrenos en un lugar muy lejano, y que pronto tendría que regresar a su trabajo.
Le explico que puedo
enseñarle a hacer amuletos para prevenir el mal, pero no me muestra el menor
interés. Pero cuando le hablo de hierbas que curan, me pide que le enseñe a
reconocerlas.
En el jardín por le que
paseamos intento transmitirle todo mi conocimiento, aunque estoy segura de que
lo olvidará todo en cuanto regrese a su tierra natal, que ahora ya sé que es
Londres.
No poseemos la tierra: es
ella la que nos posee. Como antiguamente viajábamos sin parar, todo lo que nos
rodeaba era nuestro: las plantas, el agua, los paisajes por los que pasaban
nuestras caravanas. Nuestras leyes eran las leyes de la naturaleza: los más
fuertes sobreviven, y nosotros, los débiles, los eternos exiliados, aprendemos
a esconder nuestra fuerza, para usarla solamente en el momento necesario.
“Creemos que Dios no creó
el universo; Dios es el universo, nosotros estamos en Él, y Él está en
nosotros. Aunque…
Paro. Pero decido
continuar, porque esta es una manera de homenajear a mi protector.
… en mi opinión,
deberíamos llamarlo Diosa. Madre. No de la mujer que abandona a su hija en un
orfanato, sino de Aquella que está en nosotros y nos protege cuando estamos en
peligro.
Estará siempre con
nosotros mientras hagamos nuestras tareas con amor, alegría, entendiendo que
nada es sufrimiento, todo es una manera de alabar la Creación.
Athena –ahora yo ya sé su
nombre- desvía la mirada hacia una de las casas que están en el jardín.
¿Qué es aquello? ¿Una
iglesia?
Las horas que había paso
a su lado me permiten recuperar fuerzas; le pregunto si quiere cambiar de tema.
Ella reflexiona durante un momento, antes de responder.
Quiero seguir escuchando
lo que tengas que decirme. Aunque, por lo que entendí después de todo lo que leí
antes de venir aquí, eso que me dices no encaja con la tradición de los
gitanos.
Fue mi protector quien me
lo enseñó. Porque sabía cosas que los gitanos no saben, obligó a los de la
tribu a aceptarme de nuevo en su círculo. Y, a medida que aprendía con él, iba
dándome cuenta del poder de la Madre; yo, que había rechazado esta bendición.
Agarro un pequeño arbusto
con las manos.
- Si algún día tu hijo
tiene fiebre, ponlo junto a una planta joven y sacude sus hojas: la fiebre
pasará a la planta. Si te sientes angustiada, haz lo mismo.
- Prefiero que me sigas
hablando de tu protector.
- Él me decía que al
principio la Creación era profundamente solitaria. Entonces creó a alguien con
quien hablar. Estos dos, en un acto de amor, hicieron una tercera persona, y a
partir de ahí, todo se multiplicó por miles, millones. Me has preguntado sobre
la iglesia que acabamos de ver: no sé su origen, y no me interesa, mi templo es
el jardín, el cielo, el agua del lago y del riachuelo que lo alimenta. Mi
pueblo son personas que comparten la misma idea conmigo, y no aquellas a
quienes estoy ligada por los lazos de sangre. Mi ritual es estar con esa gente
celebrando todo lo que está a mi alrededor. ¿Cuándo pretendes volver a casa?
- Tal vez mañana. Siempre
que no te moleste.
Otra herida en mi corazón
que quieras. Sólo te lo he preguntado porque quería celebrar tu llegada con los
demás. Puedo hacerlo hoy por la noche si estás de acuerdo.
Ella no dice nada, y
entiendo que es un “sí”. Volvemos a casa, la alimento de nuevo, ella me explica
que tiene que ir hasta el hotel de Sibiu para coger alguna ropa, cuando vuelve,
ya lo tengo todo organizado. Nos vamos a una colina al sur de la ciudad, nos
sentamos alrededor de la hoguera que acaba de ser encendida, tocamos
instrumentos, cantamos, bailamos, contamos historias. Ella asiste a todo sin
participar en nada, aunque el Rom Baro haya dicho que era una excelente
bailarina. Por primera vez en todos estos años, estoy alegre, por poder
preparar un ritual para mi hija y celebrar con ella el milagro de estar vivas,
con salud, sumergidas en el amor de la Gran Madre.
Al final ,dice que esa
noche se va a dormir al hotel. Le pregunto si es una despedida, ella dice que
no. Volverá mañana.
Durante toda una semana,
mi hija y yo compartimos la adoración del Universo. Una de esas noches, ella
trae a un amigo, pero me explicó que no es un novio, ni el padre de su hijo. El
hombre, que debe de tener diez años más que ella, pregunta a quién estamos
adorando en nuestros rituales. Le explico que adorar a alguien significa –según
mi protector –poner a esa persona fuera de nuestro mundo. No estamos adorando
nada, sólo comulgando con la Creación.
¿Pero rezáis?
Personalmente, yo le rezo
a santa Sara. Pero aquí somos parte de todo, celebramos en vez de rezar.
Pienso que Athena se
siente orgullosa con mi respuesta. En realidad, yo estaba repitiendo las
palabras de mi protector.
¿Y por qué lo hacéis
juntas si podemos celebrar solos nuestro contacto con el Universo?
Porque los otros son yo.
Y yo soy los otros.
En ese momento, Athena me
mira, y yo siento que esa vez soy yo la que le rompo el corazón.
Me voy mañana- dijo.
Antes de irte, ven a
despedirte de tu madre.
Es la primera vez, a lo
largo de todos esos días, que uso ese término. Mi voz no tiembla, mi mirada se
mantiene firme, y yo sé que, a pesar de todo, allí está la sangre de mi sangre,
el fruto de mi vientre. En aquel momento me comporto como una niña que acaba de comprender que el mundo
no está lleno de fantasmas y de maldiciones, como nos han enseñado los adultos;
está lleno de amor, independientemente de cómo se manifieste. Un amor que
perdona los errores y que redime tus pecados.
Ella me abraza durante un
rato largo. Después, me arregla el velo que llevo para cubrirme el pelo (aunque
no tenga un marido, la tradición gitana dice que tengo que usarlo, porque ya no
soy virgen). ¿Qué me reserva el mañana, además de la partida de un ser al que
siempre he amado y temido en la distancia? Yo soy todos, y todos son yo y mi
soledad.
Al día siguiente, Athena
aparece con un ramo de flores, ordena mi habitación, me dice que debo usar
gafas porque mis ojos se desgastan con la costura. Me pregunta si los amigos
con los que celebro no acaban teniendo problemas con la tribu, y le digo que
no, que mi protector era un hombre respetado, había aprendido cosas que los
demás no sabíamos, tenía discípulos en todo el mundo. Le explico que ha muerto
poco antes de que ella llegase.
Un día, se le acercó un
gato y lo tocó con su cuerpo. Para nosotros, eso significaba muerte, y nos
preocupamos; pero hay un ritual para cortar el maleficio.
“Sin embargo, mi
protector dijo que ya era el momento de partir, tenía que viajar por los mundos
que él sabía que existían, volver a nacer como niño, y antes reposar un poco en
brazos de la Madre. Su funeral fue sencillo, en un bosque aquí cerca, pero
asistió gente de todo el mundo.
-¿Entre ellos, una mujer
de pelo negro, de unos treinta y cinco años?
- No me acuerdo bien,
pero es posible que sí. ¿Por qué quieres saberlo?
- Conocí a alguien en un
hotel de Bucarest que me dijo que había venido al funeral de un amigo. Creo que
dijo algo como “su maestro”.
Me pide que le hable más
de los gitanos, pero no hay mucho que no sepa. Sobre todo porque, además de los
hábitos y las tradiciones, casi no conocemos nuestra historia. Le sugiero que
un día vaya hasta Francia, y lleve en mi nombre una falda para imagen de Sara a
la aldea francesa de Saintes - Maries –
de- la –Mer.
Vine hasta aquí porque me
faltaba algo en la vida. Tenía que rellenar los espacios en blanco, y creí que
sólo con verte la cara sería suficiente. Pero no; también tenía que entender
que… había sido amada.
Eres amada.
Hago una pausa larga: por
fin puedo poner en palabras lo que me habría gustado decir desde que la dejé
marchar. Para evitar que se quede conmovida, sigo:
Me gustaría pedirte una
cosa.
Lo que quieras.
Quiero pedirte perdón.
Ella se muerde los
labios.
Siempre he sido una
persona muy nerviosa. Trabajo mucho, cuido a mi hijo, bailo como una loca, he
aprendido caligrafía, frecuento cursos de perfeccionamiento de ventas, leo un
libro tras otro. Todo para evitar esos momentos en los que no pasa nada, porque
esos espacios en blanco me daban la sensación de un vacío absoluto, en el que
no hay ni una migaja de amor. Mis padres siempre lo han hecho todo por mí, y
creo que no dejo de decepcionarlos.
“ Pero aquí, mientras
estábamos juntas, en los momentos en los que celebré la naturaleza y a la Gran
Madre contigo , entendí que esos
espacios en blanco empezaban a llenarse. Se convirtieron en pausas: el momento
en el que el hombre levanta la mano del tambor, antes de tocarlo de nuevo con
fuerza. Creo que me puedo marchar; no digo que vaya a ir en paz, porque mi vida
necesita un ritmo al que estoy acostumbrada. Pero tampoco me voy amargada.
¿Creen todos los gitanos en la Gran Madre?
Si se lo preguntas,
ninguno te dirá que sí. Han adoptado las creencias y las costumbres de los
lugares en los que se han ido instalando. Sin embargo, lo único que nos une en
la religión es adorar a santa Sara y peregrinar por lo menos una vez en la vida
a su tumba, en Saintes- Maries-de-la-Mer. Algunas tribus la llaman Sarah-Kali,
Sara la Negra. O Virgen de los Gitanos, como se la conoce en Lourdes.
Tengo que ir-dijo Athena
después de un rato-.El amigo que conociste el otro día me va a acompañar.
Parece un buen hombre.
Hablas como una madre.
Soy tu madre.
Soy tu hija.
Me abrazó, esta vez con
lágrimas en los ojos. Atusé su pelo, mientras la tenía entre mis brazos como
siempre había soñado, desde que un día, el destino – o mi miedo- nos separó. Le
pedí que se cuidase, y ella me respondió que había aprendido mucho.
Vas a aprender más
todavía porque, aunque hoy todos estemos sujetos a casa, ciudades, empleos,
todavía me corre por la sangre el tiempo de las caravanas, los viajes y las
enseñanzas que la Gran Madre ponía en nuestro camino para que pudiéramos
sobrevivir. Aprende, pero aprende siempre con gente a tu lado.
No vayas sola en esta
búsqueda: si das un paso equivocado, no tendrás a nadie para ayudarte a corregirlo.
Ella sigue llorando,
abrazada a mí, casi pidiéndome quedarse. Le imploré a mi protector que no me
dejase verter ni una lágrima, porque quería lo mejor para Athena, y su destino
era seguir adelante. Aquí, en Transilvania, a parte de mi amor, no iba a
encontrar nada más. Y aunque yo creo que el amor es suficiente para justificar
toda una existencia, tengo la absoluta certeza de que no puedo pedirle que
sacrifique su futuro para quedarse a mi lado.
Athena me da un beso en
la frente y se va sin decir adiós, pensando que tal vez un día volvería. Todas
las navidades me enviaba el suficiente dinero para pasar todo el año sin tener
que coser; jamás fui al banco para cobrar sus cheques, aunque todos los de la
tribu pensaban que me comportaba como un ignorante.
Hace seis meses, dejó de
mandar dinero. Debió de entender que necesito la costura para llenar aquello
que ella llamaba los “espacios en blancos”.
Por más que desease verla
una vez más, sé que no va a volver nunca; en este momento debe de ser una gran
ejecutiva, casada con un hombre al que ama, debo de tener muchos nietos, y mi
sangre perdurará en esta tierra, y mis errores serán perdonados.
SAMIRA R. KHALIL, AMA DE CASA.
En cuanto Sherine entró
en casa dando gritos y abrazando a un asustado Viorel, entendí que todo había
ido mejor de lo que me imaginaba. Sentí que Dios había escuchado mis oraciones,
y ahora ya no tenía nada más que descubrir sobre sí misma. Por fin podía
adaptarse a una vida normal, criar a su hijo, casarse otra vez, y apartarse de
toda aquella ansiedad que la ponía eufórica y depresiva al mismo tiempo.
Te quiero, mamá.
Fue mi turno para
agarrarla y estrecharla en mis brazos. Durante algunas de aquellas noches en
las que estuvo fuera, confieso que me aterrorizaba la idea de que mandase a
alguien a buscar a Viorel, y que no volviesen nunca más.
Después de comer,
ducharse, contarme su encuentro con su madre biológica, describirme los
paisajes de Transilvania (yo no me
acordaba bien, ya que sólo fui en busca de un orfanato), le pregunté cuándo
volvía a Dubai.
La semana que viene.
Antes tengo que ir a Escocia a ver a una persona.
¡Un hombre!
Una mujer- continuó ella,
notando posiblemente mi sonrisa de complicidad-. Siento que tengo una misión.
He descubierto cosas que no creía que existiesen mientras celebraba la vida y
la naturaleza. Lo que creí que sólo podía encontrar en el baile está en todas
partes. Y tiene rostro de mujer: yo la vi en…
Me asusté. Le dije que su
misión era cuidar a su hijo, intentar ser mejor en su trabajo, ganar más
dinero, casarse de nuevo, respetar a Dios tal y como lo conocemos.
Pero Sherine no me estaba
escuchando.
Fue una noche en la que
estábamos sentados alrededor de la hoguera, bebiendo, riendo con historias,
escuchando música.
Salvo una vez en el
restaurante, todos los días que pasé allí no sentí la necesidad de bailar, como
si estuviese acumulando energía para
algo diferente. De repente sentí que todo a mi alrededor estaba vivo, latiendo;
la Creación y yo éramos una sola cosa.
Lloré de alegría cuando
las llamas de la hoguera parecieron convertirse en el rostro de una mujer,
llena de compasión, que me sonreía.
Sentí un escalofrío;
hechicería gitana, seguro. Y al mismo tiempo me volvió la imagen de la niña en
el colegio, que decía que había visto a “una mujer de blanco”.
No te dejes llevar por
esas cosas, que son del demonio.
Siempre has tenido un
buen ejemplo en nuestra familia, ¿es que no puedes llevar una vida normal?
Por lo visto, me había
precipitado al creer que el viaje en busca de su madre biológica le había
sentado bien. Pero, en vez de reaccionar con la agresividad de siempre, ella
continuó sonriendo:
¿Qué es normal? ¿Por qué
papá vive sobrecargado de trabajo, si ya tenemos dinero suficiente como para mantener
a tres generaciones? Es un hombre honesto, se merece lo que gana, pero siempre
dice, con cierto orgullo, que tiene demasiado trabajo.. ¿Para qué? ¿Adónde
quiere llegar?
Es un hombre que
dignifica su vida.
Cuando vivía con
vosotros, siempre que llegaba a casa me preguntaba por los deberes, me daba
unos cuantos ejemplos de lo necesario que era su trabajo para el mundo, ponía
la televisión, hacía comentarios sobre la situación política en el Líbano,
antes de dormir se leía uno u otro libro técnico, estaba siempre ocupado.
“ Y contigo, lo mismo; yo
era mejor vestida en el colegio, me llevabas a fiestas, cuidabas de las cosas
de casa, siempre has sido buena, cariñosa, y me has dado una educación
impecable.
Pero ahora que se acerca
la vejez: ¿qué pensáis hacer en la vida, ahora que ya he crecido y soy
independiente?
vamos a viajar. Recorrer
el mundo, disfrutar de nuestro merecido descanso.
¿Por qué no lo hacéis ya,
mientras todavía tenéis salud?
Ya me había preguntado lo
mismo. Pero sentía que mi marido necesitaba su trabajo; no por el dinero, sino
por la necesidad de ser útil, de demostrar que un exiliado cumple con sus
compromisos. Cuando cogía vacaciones y se quedaba en la ciudad, siempre hacía
lo posible por ir al despacho, hablar con sus amigos, tomar una u otra decisión
que podría esperar. Intentaba forzarlo a ir al teatro, al cine, a los museos,
hacía todo lo que yo le pedía, pero sentí que se aburría; lo único que le
interesaba era la firma, el trabajo, lo negocios.
Por primera vez hablé con
ella como si fuera una amiga, y no mi hija, pero usando un lenguaje que no me
comprometiese, y que ella pudiese entender fácilmente.
¿Crees que tu padre
también intenta rellenar eso que tú llamas “espacios en blanco”?
El día que se retire,
aunque yo creo que ese día no va a llegar nunca, puedes estar segura de que se
va a deprimir. ¿Qué hacer con esa libertad tan arduamente conquistada? Todos lo
felicitarán por su brillante carrera, por la herencia que nos dejó, por la
integridad con la que ha dirigido su firma. Pero nadie tendrá tiempo para él:
la vida sigue su curso, y todos están inmersos en ella. Papá se sentirá un
exiliado de nuevo, sólo que esta vez no tendrá un país para refugiarse.
¿Tienes alguna idea
mejor?
Sólo tengo una: no quiero
que eso me pase a mí. Soy demasiado nerviosa, y no me entiendas mal, no estoy
echándole la culpa al ejemplo que me habéis dado. Pero necesito cambiar.
“Cambiar rápido.
DEIDRE O´NEILL ,CONOCIDA COMO EDDA.
Sentada en completa
oscuridad.
El niño, está claro,
salió inmediatamente de la sala- la noche es el reino del terror, de los
monstruos del pasado, de la época en la que andábamos como los gitanos, como mi
antiguo maestro-,que la Madre tenga compasión de su alma y esté siendo cuidado
con cariño hasta el momento de volver.
Athena no sabe que hacer
desde que apagué la luz. Pregunta por su hijo, le digo que no se preocupe, que
lo deje de mi cuenta. Salgo, enciendo la televisión, pongo un canal de dibujos
animados, le quito el sonido; el niño se queda hipnotizad, y en seguida el
problema está resuelto. Me pongo a pensar cómo sería en el pasado, porque las
mujeres iban al mismo ritual que Athena, llevaban a sus hijos, pero no había
televisión. ¿Qué hacía la gente que estaba allí para enseñar?
Bueno, no es mi problema.
Lo que el niño está
experimentando frente a la televisión- una puerta a una realidad diferente – es
lo mismo que voy a provocar en Athena. ¡Es todo tan simple, y al mismo tiempo,
tan complicado! Simple, porque basca con cambiar de actitud. No voy a buscar
más la felicidad. A partir de ahora soy independiente, veo la vida con mis
propios ojos, y no con los de los demás. Voy a buscar la aventura de estar
viva.
Y complicado: ¿por qué no
voy a buscar la felicidad si la gente me ha enseñado que es el único objetivo
que merece la pena?
¿Por qué me voy a
arriesgar a tomar un camino que otros no se arriesgaron a tomar?
Después de todo, ¿qué es
la felicidad?
Amor, responden. Pero el
amor no da, y nunca ha dado felicidad. Todo lo contrario, siempre es una
angustia, un campo de batalla, muchas noches en vela, preguntándonos si estamos
haciendo lo correcto. El verdadero amor está hecho de éxtasis y agonía.
Paz, entonces. ¿Paz? Si
miramos a la Madre, ella nunca está en paz. El invierno lucha con el verano, el
sol y la luna nunca se ven, el tigre persigue al hombre, que tiene miedo del
perro, que perdigue al gato, que persigue al ratón, que asusta al hombre.
El dinero da la
felicidad. Muy Bien: entonces todas las personas que tienen el dinero
suficiente para vivir con un altísimo tren de vida podrían dejar de trabajar.
Pero siguen más nerviosas que antes, como si temieran perderlo todo. El dinero
da más dinero, eso es verdad. La pobreza puede provocar la infelicidad, pero al
contrario no es cierto.
He buscado la felicidad
durante mucho tiempo de mi vida; ahora lo que quiero es alegría. La alegría es
como el sexo: empieza y acaba. Yo quiero placer. Quiero estar contenta, ¿pero
felicidad? Ya no caigo en esa trampa.
Cuando estoy con un grupo
de personas y decido provocarlas mediante una de las cuestiones más importantes
de nuestra existencia, todas dicen: “Soy feliz”.
Sigo: “¿Pero no quieres
tener más, no quieres seguir creciendo?” Todos responden: “Claro”.
Insisto: “Entonces no
eres feliz”. Todos cambian de tema.
Es mejor que vuelva a la
sala en la que está Athena ahora.
Oscura. Ella escucha mis
pasos, la cerilla que se rasca y enciende una vela.
Todo lo que nos rodea es
el Deseo Universal. No es la felicidad; es un deseo. Y los deseos siempre son
incompletos: cuando se realizan, dejan de ser deseos, ¿no?
¿Dónde está mi hijo?
Tu hijo está bien, viendo
la tele. Sólo quiero que mires esta vela, que no hables, que no digas nada.
Sólo cree.
Creer que…
Te he pedido que no
dijeras nada. Estás viva, y esta vela es el único punto de tu universo, tienes
que creer en eso. Olvida para siempre esa idea de que el camino es una manera
de llegar a un destino: en realidad, siempre estamos llegando, a cada paso.
Repítelo todas las
mañanas: “He llegado”. Verás que es mucho más fácil estar en contacto con cada
segundo del día.
Hice una pausa.
La llama de la vela está
iluminando tu mundo. Pregúntale:
¿Quién soy yo?
Esperé un poco más. Y
seguí:
Imagino tu respuesta: soy
fulana de tal, he vivido esta y aquellas experiencias. Tengo un hijo, trabajo
en Dubai. Ahora vuelve a preguntarle a la vela: ¿Quién no soy yo?
Esperé de nuevo. Y de
nuevo seguí:
Debes de haber
respondido: no soy una persona alegre. No soy una típica madre de familia que
sólo se preocupa de su hijo, de su marido, de tener una casa con jardín y un
sitio en el que pasar las vacaciones todo el verano. ¿He acertado? Puedes
hablar.
Has acertado.
Entonces estamos en el
camino correcto. Eres, igual que yo, una persona insatisfecha. Tu “realidad” no
encaja con la “realidad” de los demás. Y te da miedo que tu hijo siga el mismo
camino ¿no?
Sí.
Aún así sabes que no
puedes parar. Luchas, pero no eres capaz de controlar tus dudas. Mira bien esta
vela: en este momento, es tu universo; concentra tu atención, ilumina un poco a
tu alrededor. Respira hondo, retén el aire en los pulmones el máximo tiempo
posible, y expira. Repítelo cinco veces.
Ella obedeció.
Este ejercicio debería
haber calmado tu alma. Ahora recuerda lo que te he dicho. Tienes que creer.
Tienes que creer que eres capaz, que ya has llegado a donde querías. En un
determinado momento de tu vida, como me contaste esta tarde mientras tomábamos
té, dijiste que había cambiado el comportamiento de la gente del banco en el
que trabajabas, porque les habías enseñado a bailar. No es verdad.
“Lo cambiaste todo,
porque cambiaste tu realidad con el baile. Creíste en esa historia del Vértice,
que me parece interesante, aunque jamás haya oído hablar de ella. Te gustaba
bailar, creías en lo que estabas haciendo. No se puede creer en algo que no nos
gusta, ¿entiendes?
Athena asintió con la
cabeza, manteniendo loso ojos fijos en la llama de la vela.
La fe no es un deseo.
La fe es una Voluntad. Los deseos
siempre son cosas que se rellenan, la Voluntad es una fuerza. La Voluntad
cambia el espacio que está a nuestro alrededor, como hiciste con tu trabajo en
el banco. Pero, para ello, es necesario el Deseo. ¡Por favor, concéntrate en la
vela!
“Tu hijo salió de aquí y
se fue a ver la tele porque la oscuridad le da miedo. ¿Por qué motivo? En la
oscuridad podemos proyectar cualquier cosa, y generalmente sólo proyectamos
nuestros fantasmas. Eso vale para los niños y para los adultos. Levanta el
brazo derecho lentamente.
El brazo se movió hacia
lo alto. Le pedí que hiciera lo mismo con el izquierdo. Pude ver bien sus
senos, mucho más bonitos que los míos.
Puedes bajarlos, pero
también lentamente. Cierra los ojos, respira hondo, voy a encender la luz. Ya
está: se acabó el ritual.
Vamos a la sala.
Se levantó con dificultad;
las piernas se le habían dormido por culpa de la postura que le había mandado
adoptar.
Viorel ya se había
dormido; yo apagué la tele, fuimos a la cocina.
¿Para qué ha servido todo
eso?- preguntó.
Sólo para sacarte de la
realidad cotidiana. Podría haber sido cualquier cosa en la que pudieses fijar
tu atención, pero a mí me gusta la oscuridad y la llama de una vela. Bueno, te
refieres adónde quiero llegar ¿no?
Athena me comentó que
había viajado casi tres horas en el tren, con su hijo en brazos, cuando tenía
que estar haciendo la maleta para volver al trabajo; podría haberse quedado
mirando una vela en su habitación, no hacía falta venir hasta Escocia.
Sí que hacía falta-
respondí. Para saber que no estás sola, que hay otras personas que están en
contacto con lo mismo que tú. El simple hecho de entender eso te permite creer.
¿Creer en qué?
Que estás en el camino
correcto. Y como te he dicho antes, llegando a cada paso.
¿Qué camino? Pensé que,
al ir a buscar a mi madre a Rumania, por fin encontraría la paz de espíritu que
tanto necesitaba, pero no fue así. ¿De qué camino estás hablando?
De eso no tengo la menor
idea. No lo descubrirás hasta que empieces a enseñar. Cuando vuelvas a Dubai,
busca un discípulo o una discípula.
¿Enseñar baile o
caligrafía?
De eso ya sabes. Tienes
que enseñar aquello que no sabes.
Aquello que la Madre
desea revelar a través de ti.
Ella me miró como si yo
me hubiese vuelto loca.
Eso mismo- insistí - ¿Por
qué te pedí que levantases los brazos y que respiraras hondo? Para que pensaras
que sabía algo más que tú. Pero no es cierto; no era más que una manera de
sacarte del mundo al que estás acostumbrada. No te pedí que le dieras las
gracias a la Madre, que dijeras lo maravillosa que es, ni que su rostro brilla
en las llamas de una hoguera. Sólo te pedí el gesto absurdo e inútil de
levantar los brazos, y que concentrases tu atención en una vela. Eso es
suficiente, intentar siempre que sea posible, hacer algo que no encaja con la
realidad que nos rodea.
“Cuando empieces a crear
rituales para que los haga tu discípulo, serás guiada. Ahí es donde comienza el
aprendizaje, eso es lo que decía mi protector. Si quieres escuchar mis
palabras, muy bien. Si no quieres, sigue tu vida como hasta este momento, y
acabarás dando con una pared llamada “insatisfacción”.
Llamé a un taxi, hablamos
un poco de moda y de hombres, y Athena se fue. Estaba segura de que me
escucharía, sobre todo porque formaba parte de ese tipo de personas que nunca
renuncian a un desafío.
Enséñale a la gente a ser
diferente. ¡Sólo eso!- le grité mientras el taxi se alejaba.
Eso es la alegría. La felicidad sería estar
satisfecha con todo lo que tenía; un amor, un amor, un hijo, un empleo. Y
Athena, al igual que yo, no había nacido para ese tipo de vida.
HERON RYAN, PERIODISTA.
Claro que yo no admitía estar enamorado; tenía
una novia que me amaba, que me completaba, que compartía conmigo los momentos
difíciles y las horas de alegría.
Todas las citas y los acontecimientos de Sibiu
formaban parte de un viaje; no era la primera vez que sucedía cuando estaba
fuera de casa. La gente, cuando se aleja de su mundo, suele ser más aventurera,
ya que las barreras y los prejuicios quedan lejos.
Al volver a Inglaterra, lo primero que hice
fue decir que el documental sobre el Drácula histórico era una tontería; un
simple libro de un irlandés loco había sido capaz de dar una imagen pésima de
Transilvania, uno de los lugares más bonitos del planeta. Evidentemente, los
productores no estaban satisfechos en absoluto, pero en ese momento no me
importaba su opinión: dejé la televisión, y me fui a trabajar a uno de los
periódicos más importantes del mundo.
Fue entonces cuando me di cuenta de que me
gustaría ver de nuevo a Athena.
La llamé, quedamos para dar un paseo antes de
que ella volviese a Dubai. Ella aceptó, pero me dijo que le gustaría ser mi
guía por Londres.
Entramos en el primer autobús que llegó a la
parada, sin preguntar en qué dirección iba, escogimos a una señora que estaba
allí por casualidad, y dijimos que nos bajaríamos en el mismo sitio de ella.
Bajamos en Temple, pasamos junto a un mendigo que nos pidió limosna, pero no se
la dimos, y seguimos adelante mientras oíamos sus insultos, entendiendo que no
era más que una forma de comunicarse con nosotros.
Vimos a alguien que intentaba destrozar una
cabina telefónica; pensé en llamar a la policía, pero Athena me lo impidió; tal
vez acababa de terminar una relación con el amor de su vida y necesitaba
descargar todo lo que sentía. O, quién sabe, puede que no tuviera con quién
hablar, y no podía permitir que los demás lo humillasen, utilizando aquel
teléfono para hablar de negocios o de amor.
Me mandó cerrar los ojos y que le describiese
exactamente la ropa que llevábamos puesta; para mi sorpresa, sólo acerté
algunos detalles.
Me preguntó qué recordaba de mi mesa de
trabajo; le dije que sobre ella había papeles que me daba pereza ordenar.
-¿Ya has pensado que esos papeles tiene vida,
sentimiento, peticiones, historias que contar? Creo que no le prestas a la vida
la atención que se merece.
Le prometí que los revisaría uno por uno
cuando volviese al periódico al día siguiente.
Una pareja de extranjeros, con un mapa, nos
pidió información sobre un monumento turístico. Athena les dio indicaciones
precisas pero completamente equivocadas.
¡Les has dado una dirección diferente!
No importa. Se perderán, y no hay nada mejor
para descubrir sitios interesantes. Haz un esfuerzo por llenar de nuevo tu vida
con un poco de fantasía; sobre nuestras cabezas hay un cielo al que toda la
humanidad, en miles de años de observación, le ha dado una serie de
explicaciones razonables. Olvida lo que aprendiste de las estrellas, y volverán
a transformarse en ángeles, o en niños, o en cualquier cosa que quieras creer
en este momento. Eso no te hará más estúpido: no es más que un juego, pero
puede enriquecer tu vida.
Al día siguiente, cuando volví al periódico,
me encargué de cada papel como si fuese un mensaje directamente dirigido a mí,
y no a institución a lo que represento. A mediodía, fui a hablar con el
secretario de redacción, y le sugería hacer un reportaje sobre el tema de una
Diosa a la que veneran los gitanos. Pensaron que era una idea excelente, y me
designaron para ir a las fiestas a la meca de los gitanos,
Saintes-Maries-de-la-Mer.
Por increíble que parezca, Athena no mostró
interés alguno por acompañarme. Decía que a su novio- el policía ficticio, que
usaba para mantenerme a distancia – no le gustaría saber que se iba de viaje
con otro hombre.
¿Pero no le prometiste a tu madre llevarle un
manto a la santa?
Se lo prometí, en el caso de que la ciudad me
quedara de camino. Pero no es así. Si algún día paso por allí, cumplo la
promesa.
Como iba a volver a Dubai al domingo
siguiente, se fue con su hijo a Escocia, a ver a una mujer que ambos habíamos
conocido en Bucarest. Yo no recordaba a nadie, pero, igual que había un “novio
fantasma”, puede que la “mujer fantasma” fuese otra disculpa, y decidí no
presionarla mucho. Sin embargo, sentí celos, como si prefiriese estar con otra
gente.
Me extrañó ese sentimiento. Y decidí que, si
era necesario ir hasta Oriente Medio para hacer un reportaje sobre el boom
inmobiliario que alguien de la sección de economía del periódico decía que
estaba ocurriendo, me pondría a estudiarlo todo sobre terrenos, economía,
política y petróleo siempre que eso me acercase a Athena.
Saintes- Maries-de-la-Mer dio para un
excelente artículo. Según la tradición, Sara era una gitana que vivía en la
pequeña ciudad costera, cuando la tía de Jesús, María Salomé, junto con otros
refugiados, llegó allí escapando de las persecuciones romanas.
Sara los ayudó y acabó convirtiéndose al
cristianismo.
En la fiesta a la que pude asistir, las partes
del esqueleto de dos mujeres que están enterradas baja el altar son sacadas
del relicario y levantadas para bendecir
la multitud de caravanas que llegan de todos los rincones de Europa con sus
ropas de colores, su música y sus instrumentos. Después, la imagen de Sara, con
hermosos mantos, se saca de un lugar cerca de la iglesia, ya que el Vaticano
jamás la canonizó, y es llevada en procesión hasta el mar a través de las
callejuelas cubiertas de rosas. Cuatro gitanos, con las ropas tradicionales,
ponen las reliquias en un barco lleno de flores, entran en el agua, y repiten
la llegada de las fugitivas y el encuentro con Sara. A partir de ahí, todo es
música, fiestas, cantos y demostraciones de valor delante de un toro.
Un historiador, Antoine Locadour, me ayudó a
contemplar el reportaje con información interesante respecto a la Divinidad
Femenina. Envié a Dubai las dos páginas escritas para la sección de turismo del
periódico. Todo lo que recibí fue una respuesta amable, agradeciéndome la
intención, sin ningún otro comentario.
Por lo menos, había confirmado que su
dirección existía.
ANTOINE LOCADOUR, SESENTA Y CUATRO AÑOS,
HISTORIADOR, I.C.P.,FRANCIA.
Es fácil identificar a
Sara como una más de las muchas vírgenes negras que hay en el mundo.
Sarah-Kali, dice la tradición, procedía de un noble linaje y conocía los
secretos del mundo. Era, a mi entender, una más de las muchas manifestaciones
de lo que llaman la Gran Madre, la Diosa de la Creación.
Y no me sorprende que
cada vez más la gente se interese por las tradiciones paganas. ¿Por qué? Porque
el Dios Padre siempre está asociado con el rigor y la disciplina del culto.
El fenómeno no es una
novedad: siempre que la religión recrudece sus formas, un grupo significativo
de gente tiende a ir en busca de más libertad en el contacto espiritual.
Sucedió en la Edad Media, cuando la iglesia católica se limitaba a poner
impuestos ya construir conventos llenos
de lujo; como reacción, asistimos al surgimiento de un fenómeno llamado
“hechicería” que, a pesar de ser reprimido por culpa de su carácter
revolucionario, dejó raíces y tradiciones que
han conseguido sobrevivir durante todos estos siglos.
En las tradiciones
paganas, el culto a la naturaleza es más importante que la reverencia a los
libros sagrados; la Diosa está en todo, y todo forma parte de la Diosa. El
mundo es una expresión de su bondad.
Existen muchas doctrinas filosóficas – como el taoísmo o el budismo- que
eliminan la idea de la distinción entre el creador y la criatura. La gente ya
no intenta descifrar el misterio de la vida, sino formar parte de él; en el
taoísmo y en el budismo, incluso sin la figura femenina, el principio central
también afirma que “todo es la misma cosa”.
En el culto a la Gran
Madre, lo que llamamos “pecado”, generalmente una trasgresión de códigos
morales arbitrarios, no existe; el sexo y las costumbres son más libres, porque
forman parte de la naturaleza, y no se pueden considerar frutos del mal.
El nuevo paganismo
demuestra que el hombre es capaz de vivir sin una religión instituida, y al mismo
tiempo continuar la búsqueda espiritual para justificar su existencia. Si Dios
es madre, entonces todo lo que hay que hacer es unirse y adorarla a través de
los ritos que procuran satisfacer su alma femenina, como la danza, el fuego, el
agua, la tierra, los cantos, la música, las flores, la belleza.
La tendencia ha ido
creciendo a pasos agigantados en los últimos años. Tal vez estemos ante un
momento muy importante de la historia del mundo, en el que por fin el Espíritu
se integra en la Materia, se unifican y se transforman. Al mismo tiempo, creo
que se producirá una reacción muy violenta por parte de las instituciones
religiosas organizadas, que empiezan a perder fieles. El fundamentalismo
crecerá y se instalará en todas partes.
Como historiador, me
contento con recoger datos y analizar esta confrontación entre la libertad de
adorar y la obligación de obedecer. Entre el Dios que controla el mundo y la
diosa que es parte del mundo. Entre la gente que se une en grupos en los que la
celebración se hace de modo espontáneo y aquellas que se van cerrando en
círculos en los que aprenden lo que se debe y lo que no se debe hacer.
Me gustaría ser
optimista, creer que finalmente el ser humano no ha encontrado su camino hacia
el mudo espiritual. Pero las señales no son así de positivas: una nueva
persecución conservadora, como ya sucedió muchas veces en el pasado, puede
sofocar de nuevo el culto a la Madre.
Andrea McCain, actriz de teatro.
Es muy difícil intentar
ser imparcial, contar una historia que empezó con admiración y que terminó con
rencor. Pero voy a intentarlo, voy a hacer un esfuerzo sincero por describir a
la Athena que vi la primera vez de
Dubai, con dinero y con ganas de compartir todo lo que sabía sobre los
misterios de la magia. Esta vez, sólo se había quedado cuatro meses en Oriente
Medio: vendió terrenos para la construcción de dos supermercados, ganó una
enorme comisión, dijo que había ganado el dinero suficiente para vivir ella y
su hijo los tres años siguientes, y que podría volver a trabajar siempre que
quisiera,; ahora era el momento de aprovechar el presente, de vivir lo que le
quedaba de juventud y de enseñar todo lo que había aprendido.
Me recibió sin mucho
entusiasmo:
¿Qué quieres?
Hago teatro y vamos a representar
una obra sobre el lado femenino de Dios. Supe por un amigo periodista que
habías estado en el desierto y en las montañas de los Balcanes, con los
gitanos, y que tienes información al respecto.
¿Has venido hasta aquí
para aprender sobre la Madre sólo porque vas a hacer una obra?
¿Y tú por qué razón
aprendiste?
Athena paró, me miró de
arriba abajo y sonrió:
Tienes razón. Ésa fue mi
primera lección como maestra: enseña a quien quiera aprender. El motivo no
importa.
Cómo?
Nada.
El origen del teatro es
sagrado. Empezó en Grecia, con himnos a Dionisio, el dios del vino, del
renacimiento y de la fertilidad. Pero se cree que desde épocas remotas los
seres humanos hacían el ritual en el que fingían ser otras personas, y de esa
manera intentaban la comunicación con lo sagrado.
Segunda lección, gracias.
No entiendo. He venido
aquí a aprende, no a enseñar.
Aquella mujer estaba
empezando a enfurecerme,. Puede que estuviese siendo irónica.
Mi protectora…
¿Protectora?
…otro día te lo explico.
Mi protectora me dijo que sólo aprenderé lo que necesito si me provocan. Y,
desde que volví de Dubai, tú has sido la primera persona que me lo ha
demostrado.
Tiene sentido lo que ella
me dijo.
Le expliqué que en el
proceso de investigación para la obra de teatro había ido de un maestro a otro.
Pero no había nada excepcional en sus enseñanzas, salvo el hecho de que mi
curiosidad iba aumentando a medida que progresaba en la cuestión.
También le dije que la
gente que trataba el tema parecía confusa, y no sabía exactamente lo que
quería.
¿Cómo por ejemplo?
El sexo, por ejemplo. En
algunos sitios a los que fui, estaba totalmente prohibido. En otros, no sólo
era totalmente libre, sino que a veces se organizaban orgías. Me pidió más
detalles, y no entendí si lo hacía para ponerme a prueba o si no sabía nada de
lo que estaba pasando.
Athena siguió antes de
que yo pudiese responder a su pregunta.
-¿Cuándo bailas sientes
deseo? ¿Sientes que estás provocando una energía superior? ¿Cuándo bailas, hay
momentos en lo que dejas de ser tú?
Me quedé sin saber qué
decir. En realidad, en las discotecas y en las fiestas de amigos, la
sensualidad estaba siempre presente en el baile. Yo empezaba provocando, me
gustaba ver la mirada de deseo de los hombres, pero a medida que la noche avanzaba,
parecía entrar más en contacto conmigo, el hecho de estar seduciendo a alguien
o no dejaba de importarme…
Athena siguió:
-Si el teatro es un
ritual, el baile también. Además , es una manera ancestral de acercarse a la
pareja. Como si los hilos que nos conectan con el resto del mundo quedasen
limpios de prejuicios y de miedos. Cuando bailas, puedes permitirte el lujo de
ser tú mismo.
Empecé a escucharla con
respeto.
Después, volvemos a ser
lo que éramos antes; personas asustadas, que intentan ser más importantes de lo
que creen que son.
Exactamente igual que me
sentía yo. ¿ O es que todo el mundo experimenta lo mismo?
-¿Tienes novio?
Recordé que, en uno de
los lugares a lo que había ido para aprender la “Tradición de Gaia”, uno de los
“druidas” me había pedido que hiciera el amor delante de él. Ridículo y de
temer, ¿cómo esa gente osaba utilizar la búsqueda espiritual para sus
propósitos más siniestros?
-¿Tienes novio? –
repitió.
- Sí.
Athena no dijo nada más.
Sólo se puso la mano en los labios, pidiéndome que guardase silencio.
Y de repente me di cuenta
de que resultaba tremendamente difícil estar en silencio delante de alguien a
quien acabas de conocer. La tendencia es hablar sobre cualquier cosa: el
tiempo, los problemas de tráfico, los mejores restaurante. Estábamos las dos
sentadas en el sofá de su sala totalmente blanca, con un reproductor de CD y
una pequeña estantería en la que estaban guardados los discos. No veía libros
por ninguna parte, ni cuadros en las paredes. Como había viajado, esperaba
encontrarme objetos y recuerdos de Oriente Medio.
Pero estaba vacío, y
ahora el silencio.
Sus ojos grises estaban
fijos en los míos, pero permanecí firme y no aparté la mirada. Instinto, tal
vez. Maneras de decir que estamos asustados, sino afrontando el desafío. Sólo
que, con el silencio y la sala blanca, el ruido del tráfico allá fuera, todo
empezó a parecer irreal. ¿Cuánto tiempo íbamos a estar allí, sin decir nada?
Empecé a acompañar mis
pensamientos; ¿había ido allí en busca de material para mi obra, o quería el
conocimiento, la sabiduría, los…poderes? No era capaz de definir lo que me
había llevado a una…
¿A una qué? ¿Una bruja?
Mis sueños de adolescente
volvieron a la superficie: ¿ quién no le gustaría encontrarse con una bruja de
verdad, aprender magia, ser vista con respeto y temor por sus amigas? ¿Quién,
siendo joven, no ha sentido la injusticia de los signos de represión de la
mujer, y sentía que ésa era la mejor manera de rescatar la identidad perdida?
Aunque ya hubiese pasado esta fase, era independiente, hacía lo que me gustaba
en un terreno tan competitivo como el teatro, ¿por qué nunca estaba contenta,
tenía petitivo como el teatro, ¿por qué nunca estaba contenta, tenía que poner
siempre a prueba mí… curiosidad?
Debíamos de tener más o
menos la misma edad… ¿ o era mayor? ¿Tendría ella también un novio?
Athena se dirigió hacia
mí. Ahora estábamos separadas por menos de un brazo, y empecé a sentir miedo.
¿Sería lesbiana?
Sin desviar los ojos,
sabía dónde estaba la puerta y podía salir en el momento que quisiera. Nadie me
había obligado a ir a aquella casa, a buscar a alguien que no había visto en mi
vida, y quedarme allí perdiendo el tiempo, sin decir nada, sin aprender
absolutamente nada. ¿Adónde quería llegar?
Al silencio, tal vez. Mis
músculos empezaron a ponerse tensos.
Estaba sola,
desprotegida. Necesitaba desesperadamente hablar, o hacer que mi mente dejase
de decirme que todo me estaba amenazando. ¿Cómo podía saber quién soy? ¡Somos
lo que decimos!
¿No me hizo preguntas
sobre mi vida? Quiso saber si tenía novio, ¿no? Yo intenté hablar más de
teatro, pero no fui capaz.
¿Y las historias que oí,
de su ascendencia gitana, de su encuentro en Transilvania, la tierra de los
vampiros?
Mi cabeza no paraba:
¿cuánto me iba a costar aquella consulta? Me entró el pavor, debería haber
preguntado antes. ¿Una fortuna? ¿Y si no pagaba, me iba a lanzar un hechizo que
acabaría destruyéndome?
Sentí el impulso de
levantarme, darle las gracias y decirle que no había ido allí para quedarme en
silencio. Si vas al psiquiatra tienes que hablar. Si vas a una iglesia, oyes un
sermón. Si buscas la magia, encuentras un maestro que quiere explicarte el
mundo y te hace una serie de rituales. ¿Pero silencio? ¿Y por qué me hacía
sentir tan incómoda?
Era una pregunta tras
otra, y yo no era capaz de dejar de decir nada. De repente, tal vez después de
unos largos cinco o diez minutos sin que nada se moviese, ella sonrió.
Yo también sonreí y me
relajé.
Intenta ser diferente.
Sólo eso.
¿Sólo eso? ¿Quedarse en silencio es ser diferente?
Ahora que estás hablando
y reorganizando el universo, acabarás convenciéndote de que tienes razón y de
que yo estoy equivocada. Pero lo has visto: quedarse en silencio es diferente.
Es desagradable. No se
aprende nada.
A ella pareció no
importarle mi reacción.
-¿En qué teatro trabajas?
¡Por fin mi vida parecía
interesarle! Yo volvía a la condición de ser humano, ¡con profesión y todo! La
invité a ir a ver la obra que estábamos representando en ese momento; fue la
única manera que encontré de vengarme, demostrándole que era capaz de hacer
cosas que Athena no sabía hacer. Aquel silencio me había dejado un sabor a
humillación en la boca.
Me preguntó si podía
llevar a su hijo, y le respondí que no: era para adultos.
Bien, puedo dejarlo con
mi madre; hace mucho tiempo que no voy al teatro.
No me cobró nada por la
consulta. Cuando me vi con los otros miembros de mi equipo, les conté mi
encuentro con las misteriosa criatura; tenían curiosidad por conocer a alguien
que, en el primer contacto, todo lo que te pide es que estés en silencio.
Athena apareció el día
señalado. Vio la obra, fue al camerino a felicitarme, no dijo si le había
gustado o no. Mis compañeros sugirieron que la invitase al bar al que solíamos
ir después del espectáculo. Allí, en vez de quedarse callada, empezó a hablar
de una pregunta que había quedado sin contestar en nuestro primer encuentro:
-Nadie, ni incluso la
Madre, desearía nunca que la actividad sexual se practicase sólo por celebración;
el amor tiene que estar presente. Dijiste que habías conocido a gente de esta
clase, ¿no?
Ten cuidado.
Mis amigos no entendieron
nada, pero les gustó el tema, y empezaron a bombardearla a preguntas. Algo me
hacía sentir incómoda: sus respuestas eran muy técnicas, como si no tuviese
mucha experiencia en el tema. Habló del juego de la seducción, de los ritos de
fertilidad, y acabó con una leyenda griega; seguro que porque en nuestro primer
encuentro yo le había dicho que en Grecia estaban los orígenes del teatro.
Debía de haberse pasado toda la semana leyendo sobre el tema.
Después de milenios de
dominación masculina, estamos volviendo al culto de la Gran Madre. Los griegos
la llaman Gaia, y cuenta el mito que ella nació del caos, el vacío que imperaba
antes del universo. Con ella, vino Eros, el dios del amor, y después creó el
Mar y el Cielo.
¿Quién fue el padre?-
preguntó uno de mis amigos.
Nadie. Hay un término
técnico, llamado partenogénesis, que significa ser capaz de dar a luz sin la
interferencia masculina.
También hay un técnico
místico, al que estamos más acostumbrados: la Inmaculada Concepción.
“De Gaia vinieron todos
los dioses que más tarde poblarían los Campos Elíseos de Grecia, incluido
nuestro querido Dionisio, vuestro ídolo. Pero, a medida que el hombre se iba
afirmando como el principal elemento político en las ciudades, Gaia fue cayendo
en el olvido, siendo sustituida por Júpiter, Marte, Apolo, Saturno, todos muy
competentes, pero sin el mismo encanto que la Madre que todo lo creó.
Después, hizo un
verdadero cuestionario respecto a nuestro trabajo. El director le preguntó si
le gustaría darnos algunas clases.
-¿Sobre qué?
- Sobre lo que tú sabes.
- A decir verdad, he
estado estudiando sobre los orígenes del teatro durante esta semana. Lo aprendo
todo a medida que lo necesito, eso fue lo que me dijo Edda.
¡Confirmado!
Pero puedo compartir con
vosotros otras cosas que la vida me ha enseñado.
Todos estuvieron e
acuerdo. Nadie preguntó quién era Edda.
Deidre O´Neill, conocida como Edda.
Yo le decía a Athena: No
tienes que venir aquí a cada momento sólo para preguntarme tonterías. Si un
grupo ha decidido aceptarte como profesora, ¿por qué no aprovechas la
oportunidad para convertirte en maestra?
Haz lo que yo siempre he
hecho.
Procura sentirte bien
cuando pienses que eres la última de las criaturas. No creas que está mal: deja
que la Madre posea tu cuerpo y tu alma, entrégate a través del baile o del
silencio, o de las cosas comunes de la vida, como llevar a tu hijo al colegio,
preparar la cena, ver si la casa está ordenada. Todo es adoración, si tienes la
mente concentrada en el momento presente.
No intentes convencer a
nadie respecto de nada. Cuando no sepas, pregunta o investiga. Pero, a medida
que actúes, tienes que ser como el río que fluye, silencioso, entregándose a
una energía mayor. Tienes que creer, fue lo primero que te dije en nuestro
primer encuentro.
Tienes que ser capaz.
Al principio te sentirás
confundida, insegura. Después, pensarás que todos creen que los estás
engañando. No es nada de eso: lo sabes, sólo tienes que ser consciente de ello.
Todas las mentes del planeta son fácilmente sugestionables para lo peor, temen
la enfermedad, la invasión, el asalto, la muerte: intenta darles la alegría
perdida.
Tienes que ser clara.
Reprográmate cada minuto
del día con pensamientos que te hagan crecer. Cuando estés enfadada, confusa,
intenta reírte de ti misma. Ríete alto, ríete mucho de esa mujer que se
preocupa, que se angustia porque cree que sus problemas son los más importantes
del mundo. Ríete de esa situación patética, porque eres la manifestación de la
Madre, y también tienes que creer que Dios es hombre, lleno de reglas. En el
fondo, la mayoría de nuestros problemas se reducen a eso: seguir reglas.
Concéntrate.
Si no encuentras nada en
que centrar tu interés, concéntrate en la respiración. Por ahí, por tu nariz,
entra el río de luz de la Madre. Escucha los latidos de tu corazón, sigue los
pensamientos que no eres capaz de controlar, controla las ganas de levantarte
inmediatamente y hacer algo “útil”. Quédate sentada algunos minutos todos los
días sin hacer nada, aprovecha lo máximo que puedas.
Cuando estés lavando
plazos, reza. Da las gracias por tener platos que lavar; eso significa que en
ellos hubo comida, que alimentó a alguien, que cuidó de una o más personas con cariño; cocinaste,
pusiste la mesa. Piensa cuántos millones de personas en este momento no tienen
nada que lavar o a nadie a quien prepararle la mesa.
Evidentemente, otras
mujeres dicen: Yo no voy a lavar los platos, que los laven los hombres. Pues
que los laven si quieren, pero no veas en ello una igualdad de condiciones. No
hay nada de malo en hacer cosas simples, aunque si mañana yo publico un
artículo con todo lo que pienso, dirían que estoy en contra de la causa
femenina.
¡Qué tontería! Como si
lavar los platos, usar sujetador o abrir y cerrar puertas fuese algo que
humillase mi condición de mujer.
En realidad, me encanta
cuando un hombre me abre la puerta: en la etiqueta está escrito “Ella necesita
que yo lo haga, porque es frágil”, pero en mi alma está escrito: “Me trata como
una diosa, soy una reina”.
Yo no estoy aquí para
trabajar por la causa femenina, porque tanto los hombres como las mujeres son
una manifestación de la Madre, la Unidad Divina. Nadie puede ser más que eso.
Me encantaría poder verte
dando clases sobre lo que estás aprendiendo; ése es el objetivo de la vida, ¡la
revelación! Te conviertes en un canal, te escuchas a ti mismo, te sorprende de
lo que eres capaz. ¿Recuerdas el trabajo en el banco? Puede que no lo hayas
entendido, pero era la energía que fluía por tu cuerpo, por tus ojos, por tus
manos.
Dirás. “No era
exactamente eso, era el baile”.
El baile funciona
simplemente como un ritual ¿Qué es un ritual? Es transformar lo que es monótono
en algo que sea diferente, rítmico, que pueda canalizar la Unidad. Por eso
insisto: tienes que ser diferente incluso lavando platos. Mueve las manos de
modo que no repitan nunca el mismo gesto, aunque mantengan la cadencia.
Si crees que te ayuda,
intenta visualizar imágenes: flores, pájaros, árboles de un bosque. No pienses
en cosas aisladas, como la vela en la que concentraste tu atención la primera
vez que viniste aquí. Procura pensar en algo que sea colectivo. ¿Y sabes lo que
vas a notar? Que no decidiste tu pensamiento.
Te voy a poner un ejemplo
con los pájaros: imagina una bandada de pájaros volando. ¿Cuántos pájaros ves?
¿Once, diecinueve, cinco? Tienes una idea, pero no sabes el número exacto.
Entonces, ¿de dónde salió
ese pensamiento? Alguien lo ha puesto ahí. Alguien que sabe el número exacto de
los pájaros, árboles, piedras, flores. Alguien que, en estas fracciones de
segundo, se apodera de ti y muestra Su poder.
Eres lo que crees ser.
No te repitas. Como esa
gente que cree en el “pensamiento positivo”, que eres amada, fuerte, ni capaz.
No tienes que decirlo, porque ya lo sabes. Y cuando dudas- y creo que debe de
pasarte con mucha frecuencia en esta fase de la evolución-, haz lo que te he
sugerido. En vez de intentar demostrar que eres mejor de lo que crees,
simplemente ríete. Ríete de tus preocupaciones, de tus inseguridad. Tómate con
humor tu angustia.. Al principio es difícil, pero poco a poco te acostumbrarás.
Ahora vuelve y busca a
toda esa gente que cree que lo sabes todo. Convéncete de que tienes razón,
porque todos nosotros lo sabemos todo, es cuestión de creerlo.
Tienes que creer.
Los grupos son muy
importantes, te comenté en Bucarest la primera vez que nos vimos. Porque nos
obligan a mejorar; si estás sola, lo único que puedes hacer es reírte de ti
misma, pero si estás con otros, te reirás y actuarás en seguida. Los grupos nos
desafían. Los grupos nos permiten seleccionar nuestras afinidades. Los grupos
provocan una energía colectiva en la que el éxtasis es mucho más fácil, porque
unos contagian a otros.
Evidentemente, los grupos
también pueden destruirnos. Pero eso forma parte de la vida, es la condición
humana: vivir con los demás. Y si una persona no ha sido capaz de desarrollar
bien su instinto de supervivencia, entonces es que no ha entendido nada de lo
que dice la Madre.
Tienes suerte, chica. Un
grupo acaba de pedirte que le enseñes algo, y eso te va a convertir en maestra.
Heron Ryan, periodista.
Antes de la primera clase
con los actores, Athena vino a mi casa.
Desde que había publicado
el artículo sobre Sara, estaba convencida de que entendía su mundo, lo cual no
es verdad en absoluto.
Mi único interés era
llamar su atención. Aunque yo intentase aceptar que podía haber una realidad
invisible capaz de interferir en nuestras vidas, el único motivo que me llevaba
a eso era un amor que yo no aceptaba, pero que seguía evolucionando de manera
sutil y devastadora.
Y yo estaba satisfecho
con mi universo, no quería cambiarlo bajo ningún concepto, aunque me viese
empujado a ello.
- Tengo miedo – me dijo
en cuanto entró-. Pero debo seguir adelante, hacer lo que me piden. Tengo que
creer.
- Tienes una gran
experiencia de vida. Has aprendido con los gitanos, con los derviches en el
desierto, con…
- En primer lugar, no es
exactamente así. ¿Qué significa aprender: acumular conocimiento? ¿O
transformarlo en vida?
Le sugerí que saliésemos
esa noche a cenar y a bailar un poco.
Aceptó la cena, pero
rechazó el baile.
Respóndeme- insistió,
mirando mi apartamento-. ¿Aprender es colocar las cosas en la estantería o
deshacerse de todo lo que no sirve y seguir el camino más fácil?
Allí estaban las obras
que tanto me había costado comprar, leer, subrayar. Allí estaba mi
personalidad, mi formación, mis verdaderos maestros.
¿Cuántos libros tienes?
Más de mil, imagino. Y, sin embargo, la mayoría de ellos no los vas a abrir
nunca más. Guardas todo esto porque no crees.
¿No creo?
No crees, y punto. El que
cree leerá sobre teatro como hice yo cuando Andrea me preguntó al respecto.
Pero después, es cuestión de dejar que la Madre hable por ti, y a medida que
hablas, descubres. Y, a medida que descubre, puedes completar los espacios en
blanco que dejaron los escritores a propósito, para provocar la imaginación del
lector. Y, cuando completas esos espacios, empiezas a creer en tu propia
capacidad.
“¿A cuánta gente le
gustaría leer los libros que tienes aquí pero no tienen dinero para comprarlos?
Mientras tanto, tú te quedas con esta energía estancada, para impresionar a los
amigos que te visitan. O porque no crees que hayas aprendido nada con ellos y
vas tener que consultarlos de nuevo.
Pensé que estaba siendo
dura conmigo. Y eso me fascinaba.
¿Crees que no necesito
esta biblioteca?
Creo que tienes que leer,
pero no tienes que guardar todo esto. ¿Sería mucho pedir que salgamos ahora, y
antes de ir al restaurante, repartiésemos la mayoría de ellos entre la gente
que nos crucemos por el camino?
No caben en mi coche.
Alquilamos un camión.
En ese momento, nunca
llegaríamos al restaurante a tiempo para cenar. Además, has venido aquí porque
te sientes insegura, y no para decirme lo que tengo que hacer con mis libros.
Sin ellos, me sentiría desnudo.
Ignorante, quieres decir.
Entonces, tu cultura no
está en tu corazón, sino en las estanterías de tu casa.
Ya es suficiente. Cogí el
teléfono, reservé la mesa, dije que llegaría al cabo de quince minutos. Athena
quería huir del asunto que la había llevado allí: su profunda inseguridad la
hacía ponerse a la defensiva, en vez de mirarse a sí misma. Necesitaba un
hombre a su lado, y quién sabe si no me estaba tanteando para ver hasta dónde
podía llegar yo, usando esos artificios femeninos para descubrir que estaba
dispuesto a hacer cualquier cosa por ella.
Cada vez que estaba con
Athena, mi existencia parecía justificada. ¿Era eso lo que ella quería oír?
Pues bien, hablaría con ella durante la cena. Podría hacer cualquier cosa,
incluso dejar a la mujer con la que estaba ahora, pero, por supuesto, no iba a
repartir mis libros nunca.
Volvimos al tema del
grupo de teatro en el taxi, aunque en aquel momento yo estaba dispuesto a decir
lo que nunca había dicho: hablar de amor, un tema que para mí era mucho más complicado
que Marx, Jung, el Partido Laborista de Inglaterra o los problemas cotidianos
de las redacciones de los periódicos.
No tienes que
preocuparte-le dije, sintiendo ganas de cogerle la mano-. Todo irá bien.
Háblales de caligrafía. Háblales del baile. Háblales de cosas que tú sabes.
Si lo hago, nunca
descubriré lo que no sé. Cuando esté allí, tengo que dejar que mi mente esté
callada y que mi corazón empiece a hablar. Pero es la primera vez que lo hago,
y tengo miedo.
¿Te gustaría que fuese
contigo?
Ella aceptó al momento.
Llegamos al restaurante, pedimos vino y empezamos a beber. Yo, porque
necesitaba coraje para decir lo que pensaba que estaba sintiendo, aunque me
pareciese absurdo amar a alguien a quien no conocía bien. Ella, porque tenía
miedo de decir lo que no sabía.
A la segunda copa, me di
cuenta de que sus nervios estaban a flor de piel. Intenté coger su mano, pero
ella la retiró delicadamente.
- No puedo tener miedo.
- Claro que puedes,
Athena,. Muchas veces siento miedo. Y aun así, cuando es necesario, sigo
adelante y me enfrento a todo.
Noté que mis nervios
también estaban a flor de piel. Llené nuestras copas de nuevo; el camarero
venía a cada momento a preguntar por la comida, y yo le decía que ya
escogeríamos más tarde.
Hablaba compulsivamente
sobre cualquier tema que me viniera a la cabeza, Athena escuchaba con
educación, pero parecía estar lejos, es un universo oscuro, lleno de fantasmas.
En un determinado momento me habló de nuevo de la mujer de Escocia, y me contó
lo que ella le había dicho. Le pregunté si tenía sentido enseñar lo que no se
sabe.
¿Alguien estaba leyendo
mis pensamientos?
Y aun así, como cualquier
ser humano, sabes hacerlo. ¿Cómo aprendiste? No aprendiste: crees. Crees, por
tanto, amas.
Athena…
Vacilé, pero conseguí
acabar la frase, aunque mi intención era decir algo diferente.
…tal vez sea hora de
pedir la comida.
Me di cuenta de que
todavía no estaba preparado para hablar de cosas que perturbaran mi mundo. Llamé al camarero, le mandé traer los
entrantes, más entrantes, plato principal, postre y otra botella de vino.
Cuanto más tiempo, mejor.
Estás raro. ¿Es por mi
comentario sobre tus libros? Haz lo que quieras, no estoy aquí para cambiar tu
mundo. Siempre me meto donde no me llaman.
Yo había pensado en esa
historia de “cambiar el mundo” unos segundos antes.
Athena, siempre me
dices…mejor, tengo que decirte algo que sucedió en aquel bar de Sibiu, con la
música gitana…
En el restaurante,
quieres decir.
Sí, en el restaurante.
Antes estábamos hablando de libros, cosas que se acumulan y que ocupan espacio.
Tal vez tengas razón. Hay algo que deseo darte desde que te vi bailando aquel
día.
Se hace cada vez más
pesado en mi corazón.
No sé qué te refieres.
Claro que lo sabes. Hablo
de un amor que estoy descubriendo ahora y haciendo todo lo posible por
destruirlo antes de que se manifieste. Me gustaría que lo recibieses; es lo
poco que tengo de mí mismo, pero que no poseo. No es exclusivamente tuyo,
porque hay alguien en mi vida, pero me haría feliz si lo aceptases, de todos modos.
“Dice un poeta árabe de
tu tierra, Khalil Gibran: “Es bueno dar cuando alguien pide, pero es mejor
todavía poder dárselo todo al que nada pidió”. Si no digo todo lo que estoy
diciendo esta noche, seguiré siendo aquel que simplemente es testigo de lo que
pasa, no seré el que vive.
Respiré hondo: el vino me
había ayudado a liberarme.
Ella apuró la copa y yo
hice lo mismo. El camarero apareció con la comida, haciendo algunos comentarios
respecto a los platos, diciéndonos los ingredientes y la manera de cocinarlos.
Nosotros dos manteníamos los ojos fijos el uno en el otro (Andrea me había
comentado que Athena se había comportado así la primera vez que se habían
visto, y estaba convencida de que era una manera de intimidar a los demás).
El silencio era horrible.
Yo la imaginaba levantándose de la mesa, hablando de su famoso e invisible
novio de Scotland Yard, o comentando que se sentía muy halagada, pero que
estaba muy preocupada por las clases del día siguiente.
“¿Y hay algo que se pueda
guardar? Todo lo que poseemos un día será dado. Los árboles dan su fruto para
seguir viviendo, pues guardarlo es poner fin a sus existencias”.
Su voz, aunque baja y un
poco pausada por culpa del vino, lo calaba todo
a nuestro alrededor.
“Y el mayor mérito no es
el del que ofrece, sino el del que recibe sin sentirse deudor. El hombre da
poco cuando sólo dispone de los bienes materiales que posee; pero da mucho
cuando se entrega a sí mismo.”
Decía todo eso sin
sonreír. Me parecía estar hablando con una esfinge.
Es del mismo poeta que
acabas de citar; lo aprendí en el colegio, pero no necesito el libro en el que
lo escribió; guardé sus palabras en mi corazón.
Bebió un poco más. Yo
hice lo mismo. Ahora ya no creí oportuno preguntarle si lo había aceptado o no;
me sentía mejor.
Puede que tengas razón;
voy a donar mis libros a una biblioteca pública, sólo conservaré algunos que
realmente vuelvo a releer.
¿Quieres hablar de eso
ahora?
No. No sé cómo seguir la
conversación.
Pues entonces cenemos y
degustemos la comida. ¿Te parece una buena idea?
No, no me parecía buena
idea; yo quería oír algo diferente.
Pero me daba miedo
preguntar, de modo que seguí hablando de bibliotecas, de libros, de poetas,
hablando compulsivamente, arrepentido de haber pedido tantos platos; era yo el
que deseaba salir corriendo, porque no sabía cómo seguir aquella cita.
Al final, me hizo
prometerle que iría al teatro para asistir a su primera clase, y aquello fue
para mí una señal. Ella me necesitaba, había aceptado lo que yo inconscientemente
soñaba con ofrecerle desde que la vi bailando en restaurante en Transilvania,
pero no lo había comprendido hasta esa noche.
O creer, como decía
Athena.