La mirada inversa de Risto Mejide. El popular publicista y jurado televisivo presenta una mirada distinta sobre temas tan dispares como el sexo, el éxito, la moda o los concursantes de Operación Triunfo, con la intención de levantar cuantas más ampollas, mejor, ya que según sus propias palabras: «si cuando hablas nadie se molesta, eso es que no has dicho absolutamente nada».
Risto Mejide
El pensamiento negativo
DESAGRADECIMIENTOS
A N, el chico que me pegaba en el parvulario. A HP, el que me pegaba en
primaria. A EM, que no me pegaba, pero me jodió durante todo el bachillerato. A
la señorita C, por comerse los restos de los bocadillos de los alumnos. A APP,
por colgarme el diccionario en el tejado. A AS, por dejarme por mi mejor amigo
KP. A KP, por quitarme a AS. A JC, IDR, FT y EC, por enseñarme el significado
de la palabra traición. Al señor M, por todas esas horas castigado. Al señor R,
por hacerme copiar mil veces la palabra pollo. A los numerarios, por enseñarme
que vocación también se podía escribir con B. A los retiros, por enseñarme los
tipos más variados de soledad. A Bernouilli, por un teorema que me hizo hombre
bajo alguna farola de Oxford. A EB, por catearme de segundo a quinto de
carrera, eso sí, siempre con una sonrisa. A MC, por dejarme sin cumpleaños por
hacer unos textos para una marca de bañadores y encima de tío. AJMC, por
echarme sin indemnización, haciéndome además creer que era yo el que se iba. A
SST, por creerse tan importante en mi pasado como para intentar arruinar mi
futuro.
A Carl Gustav Jung, por no dedicarse a la arqueología. A Herman Hesse, por
avisar que venía el Lobo Estepario. A Kurt Cobain, por salirse antes de que
acabase la peli. A los dos rombos, por indicarme el camino a la verdad. A Naranjito, por regalarme esas tardes
inolvidables de dibujos animados con peras y plátanos de dimensiones que
tardaría muchos años en volver a ver. Al Superhéroe
Americano, por perder el manual del traje en el que seguro ponía cómo
cargarse al plasta ese del FBI. A Michael Knight, por engordar para hacer de
Mitch Buchanan. A Sabrina, por provocar mi primera erección junto a mis padres
en Nochevieja. A José María Aznar, por hacernos salir a la calle contra una
mentira tan grande como una guerra.
Con muchísimo cariño, a todos los que alguna vez me han jodido, a todos los
que me joden en la actualidad y a los que se planteen joderme en un futuro.
Porque son ellos los que cada día me hacen dar cuenta de la suerte que
tengo. Porque sin todos y cada uno de ellos este libro habría sido
perfectamente posible, yo creo que incluso mejor.
Pero
también porque sin ellos no sería posible la amistad ni el amor ni la familia
ni nada de todo lo bueno. Es un placer teneros ahí, aunque sólo sea para
enviaros de tanto en tanto a tomar por culo.
PÁGINA ARRIBA, PÁGINA ABAJO
Cada vez que leo un libro me obsesiono por tener controlado en todo momento
cuántas páginas me faltan para acabarlo. Jamás cuántas llevo. Siempre cuántas
me faltan.
Mi abuela, que me quería mucho y muy bueno, un día me dejó caer que ese
hecho denota un comportamiento obsesivo compulsivo con tendencia a la depresión,
que siempre le veo el lado negativo a las cosas, que así no se puede ser feliz.
Que en vez de valorar lo que ya tengo, lo ya recorrido, lo que me ha llevado
hasta aquí, me dedico a alimentar mi ansiedad con lo que aún no he vivido, con
todo lo que todavía me queda por recorrer. Qué grande eras abuela. Qué poco
tendría que ver con eso, pero qué poco te equivocaste.
En fin, quizás por eso, porque hablaré de pensamiento negativo, porque es
mi primer libro o porque vete a saber si habrá un segundo, he decidido
paginarlo hacia atrás. Para empezar, como declaración de finales. Y después
para que, como mínimo, al que lo vaya a leer de cabo a rabo, le sirva de algo.
Vamos, que a la mayoría plim.
Pero mira, a lo tonto a lo tonto, ya he rellenado un par de páginas más.
Perdón,
menos.
EN VEZ DE
En vez de rata arrugada, bebé monísimo.
En vez de tiene cara de viejo, se parece a su padre.
En vez de no sé si es tuyo, se parece a su madre.
En vez de convento de cobro, colegio de pago.
En vez de represión, educación.
En vez de libre, infantil.
En vez de aburrido, mayor.
En vez de muy aburrido, adulto.
En vez de aburridísimo, maduro.
En vez de certificado de pérdida de tiempo, título universitario.
En vez de sin salidas, máster.
En vez de esclavo, empleado.
En vez de incompetente, jefe.
En vez de muy incompetente, director.
En vez del más incompetente de todos, socio.
En vez de nos aguantamos, salimos juntos.
En vez de hace tiempo que nos aguantamos, somos novios.
En vez de no nos vamos a aguantar ya más, nos casamos. En vez de estábamos
aburridos, estamos embarazados. En vez de piso sin paredes y hecho mierda, loft con muchas posibilidades.
En vez de inquilino desaprensivo, ideal inversores.
En vez de a prueba de regateo, precio negociable.
En vez de zulo, ideal parejas.
En vez de donde Cristo perdió la lentilla, zona tranquila. En vez de y de
qué hablamos, pongamos la tele.
En vez de rebaño, audiencia.
En vez de sólo para idiotas, para toda la familia.
En vez de consume, disfruta.
En vez de gasta, invierte.
En vez de proceso obsoleto, elaboración tradicional.
En vez de sabe como el culo, sorprendente sabor.
En vez de excipientes tan perjudiciales como siempre, receta original.
En vez de paga más, cuídate.
En vez de paga mucho más, deja que te cuiden.
En vez de no preguntes, atrévete.
En vez de ten miedo, asegúrate.
En vez de sé un número más, confía en nuestro tamaño. En vez de feo,
moderno.
En vez de lo de siempre, nuevo.
En vez de 10% menos timo, 10% más gratis.
En vez de antiguo, vintage.
En vez de pasado de moda, revival.
En vez de adictivo, irresistible.
En vez de innecesario, imprescindible.
En vez de cuesta, vale.
En vez de tanto, sólo.
En vez de no reflexiones, aprovecha.
En vez de no pienses, relájate.
En vez de no te relajes, diviértete.
En vez de ahora, sólo hasta fin de mes.
En vez de te has vendido, te lo has ganado.
En vez de nada regalado, todo incluido.
En vez de pobres, modestos.
En vez de para los que no pueden pagar algo mejor, para todos los
bolsillos.
En vez de paranoia, prevención.
En vez de muertos, bajas.
En vez de invasión, ocupación.
En vez de expulsados, desplazados.
En vez de limpiador de conciencia para países ricos, ayuda humanitaria.
En vez de visión empresarial, misión de paz.
En vez de lista de chantajes, hoja de ruta.
En vez de movamos las tropas, agotemos las vías diplomáticas.
En vez de endeudados de por vida, en vías de desarrollo. En vez de morbo,
suceso.
En vez de opinático, informativo.
En vez de plató, juzgado.
En vez de inminente, presunto.
En vez de campaña, querella.
En vez de horario comercial, horario infantil.
En vez de preguntas pactadas, entrevista.
En vez de respuestas idiotas, tertulia.
En vez de cuál era la pregunta, debate.
En vez de tiranos prescriptores, los más pequeños de la casa.
En vez de futuro cliente, joven.
En vez de granos de pus, acné juvenil.
En vez de tomadura de pelo, training.
En vez de algo para pipas, sueldo.
En vez de pringao, mileurista.
En vez de familia, los tuyos.
En vez de barriga sebosa, esos kilitos de más.
En vez de celulitis, piel de naranja.
En vez de solo, single.
En vez de guardián de un pedazo de tu tristeza, ex.
En vez de viejo, senior.
En vez de decrépito, delicado.
En vez de mearse por las esquinas, tener pequeñas pérdidas.
En vez de arrugas que parecen grietas, señales del paso del tiempo.
En vez de soledad, jubilación.
En vez de complejo, cirugía.
En vez de animal, hincha.
En vez de manada, afición.
En vez de tiempo, dinero.
En vez de dinero, un libro.
Y en vez de un libro…
En vez de
un libro, esto.
ES LA PRIMERA VEZ QUE ME PASA
Hay hombres que se van a la India, hombres que se apuntan a una secta,
hombres que hacen meditación y hombres que leen a Jorge Bucay —alguno hay, yo
lo he visto—. Pero si lo que quiere un hombre es conocerse a sí mismo en
profundidad y de verdad, no hay nada, absolutamente nada, como fallar (con A de
atontao) en la cama.
Créeme, sé lo que me digo. Me avala toda una noche intentando darle placer
a una diosa con la que llevo soñando meses, y una titulación Fofo Cum Laude
obtenida durante las últimas horas.
Ella encantadora, simpática, divertida, rubia pero inteligente, con un
culito que quita el hipo y una disposición a ser satisfecha casi tan decidida
como la mía. No es ciencia ficción. Ojalá lo fuese.
Yo, sereno y confiado, como decía la canción, armado con una suite de lujo
en un hotel del centro de Madrid con terraza privada, jacuzzi, champán, música
de Chet Baker y una calefacción muy pero que muy alta. Todas las armas listas y
cargadas, menos la principal.
Sólo aparecer por la puerta, me regala una sonrisa y un libro, El búfalo de la noche de Guillermo
Arriaga, valiente título, si es que lo tenía ahí delante y no lo vi, irónico
presagio de una noche de promesas de todo menos cumplidas. Me subo a sus labios
y le devuelvo el regalo. En cuanto nos separamos, me juraría a mí mismo que en
pocos segundos su escote ha echado raíces. «Perdona, este botón, que se me
desabrocha sin querer». La miro fijamente. «Nos quejamos del botón, cuando la
culpa suele ser del ojal». Estoy sembrao. Esta noche se cae Madrid.
Champán, vamos a darle al champán. Cantidad justa, no vaya a ser que nos
pasemos antes de pasarnos. Al terminar el segundo trago ya estamos abriendo la
caja de los truenos. En este caso, va a ser más chirimiri. Como debe ocurrirle
cada día, su piel acaba humillando al vestido más caro de las rebajas en cuanto
lo deja a ras de suelo, arrugado y avergonzado de haber estado cubriendo y
escondiendo tanta belleza.
Las emociones, y cuando digo emociones digo todas las emociones, se crecen
a ritmo exponencial. A la mierda el cambio climático, entre estas cuatro
paredes el hielo va a convertirse en vapor sin pasar por agua. Y nosotros a lo
nuestro. Mis manos han entrado en un parque temático que lleva su nombre, y no
saben a qué atracción subirse, por cuál empezar, porque no hay ni que hacer
cola. Esta noche se cae Madrid, sí, pero la Comunidad entera.
Los astros parece que se alinean, el tipo de la tele me guiña el ojo, los
músicos del CD suben de intensidad, y ahí vamos lanzados, sin red de ningún
tipo, mis ganas por saciar, mi impotencia por descubrir y yo por gilipollas.
Te ahorro los detalles. Corte a diez minutos más tarde. Lo único que se ha
caído de Madrid soy yo. Los dos yacemos semisentados, uno a cada orilla de la
cama. Entre ella y yo, este mar de vapor que ahora vuelve a ser hielo. Es lo
que dicen que tiene la energía, que ni se crea ni se destruye, sólo te
transforma. Y a mí la primera crisis de impotencia de mi vida, y algo me dice
que no la última, me ha transformado.
Yo, que siempre me había reído del Viagra y de todos los que recurren a él,
en estos momentos daría mi reino por poder lamer ni que fuera la tinta del
prospecto.
No es que me preocupe mucho estar sembrando una fama del tipo que va de duro
pero que a la hora de la verdad se transforma en Marlon Blando. No me he
preocupado por mi reputación cuando dejaba el pabellón bien alto, no me va a
quitar ahora el sueño. Al revés, siempre me han parecido mucho más positivas e
interesantes las tesituras en las que, cuando más confiado estás, cuando más te
crees tú que tienes el control de las cosas, viene la vida y te pone en tu
sitio con una soberana hostia bien dada.
Sin embargo, he de reconocer que esta situación tiene un punto que me
desborda. No sé si es para que ella no se piense que no me atrae, o por un tema
de sensibilidad a mi edad, o quizá por orgullo de ego machito, pero por más que
lo pienso, lo único que atino a decir es precisamente lo que no debo decir bajo
ningún concepto, ese clásico de «Cariño, te juro que es la primera vez que me
pasa».
Enseguida echo de menos la existencia de un historial curricular sexual.
Algo parecido a un papel que acreditase fehacientemente que la persona con la
que te estás acostando no sólo reúne los estándares más elevados en cuanto a
materia de sanidad europea se refiere (para eso ya están los análisis), sino
que además diese fe de que esa misma persona ha salido airosa de las mayores
gestas en las plazas más complicadas, cortando las dos orejas y el rabo, cuando
correspondiese y siempre en un sentido figurado, ya me entiendes. Ese documento
que yo pudiese ahora enseñarle diciéndole que me he acostado con chicas
muchísimo menos atractivas que ella, con cero feeling en la cama, y que aun así mi nivel ha estado muy por encima
de la triste performance que ha
tenido que presenciar hoy. Dónde coño está la burocracia cuando uno la necesita
de verdad.
En fin, que nada de todo eso existe, y que de mi boca sique saliendo,
balbuceante, un «Te juro que es la primera vez que me pasa». Ella, encantadora
como siempre, va alternando complacientemente tres respuestas también de
manual: «No te preocupes», «Es más frecuente de lo que parece» y «No tiene
ninguna importancia».
Claro que la tiene, niña, faltaría más. No están las feromonas como para ir
dejando mujeres como tú así de insatisfechas por ahí. No está la masturbación
como para ir desperdiciando ocasiones de futuros recuerdos como ésta. Y, sobre
todo, no están nuestras vidas tan sobradas como para que algo tan nimio —aunque
jodidamente molesto— enturbie el principio de lo que podría ser una relación
sentimental plena y gratificante para los dos.
Como ya te he dicho hoy en un sms, esto de jugar en la Champions es lo que
tiene. A veces sales en el primer partido, a campo contrario, y no hay manera
de meterla. Aunque, al igual que ocurre en esa competición, nada está decidido
hasta que no se haya jugado un partido de vuelta.
Recibo otro mensaje. Es ella. Viene a Barcelona. En diez días.
Pase lo que pase, de algo estoy muy seguro.
Que pase
lo que pase, ya no será la primera vez que me pasa.
CAIGÁMONOS MAL
A continuación intento explicar —con más o menos éxito— por qué preferiría
no caerte demasiado bien.
1. Porque no quiero nada de ti. Si te fijas, tal como está el patio, el que
intenta caerte bien es porque pretende sacarte algo. Casi siempre, votos,
dinero, o tiempo, y muy a menudo, una peligrosa combinación de las tres. George
Carlin decía en uno de sus mejores monólogos que los que buscan aprovecharse de
ti suelen hacer énfasis sólo en lo que nos separa: raza, género, religión,
procedencia, nivel económico o social, educación, o nacionalidad. Grandes
conceptos, entelequias muy pero que muy alejadas de lo que tenemos en común. De
hecho, cuanto más alejadas, mejor. Joseph Goebbels, hoy más vigente que nunca,
apostillaba que «si no puedes con las malas noticias, inventa otras más grandes
que las distraigan».
2. Porque quiero que tú y yo nos ignoremos tal como somos. Como explican
mucho mejor que yo los psicólogos junguianos, existe un perverso efecto
autoaniquilador provocado por la educación y todo lo que ésta relega a la
sombra de cada individuo. Eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca. Eso
no se piensa, eso se piensa, pero no se dice, eso se puede decir, pero sólo si
no lo piensas de verdad. Eso es de mala educación. Eso, de mal gusto. Y de eso,
de eso mejor no me hagas hablar. Cómo vamos a ser personas sanas y equilibradas
si para encajar y ser queridos por nuestros padres, amigos y entorno, hemos
tenido que eliminar de nuestro carácter todo aquello que les molestaba. Y si al
final decidimos no ignorarnos, eso es que nos valemos mucho la pena, el tiempo
y el esfuerzo.
3. Porque necesitamos gente que nos caiga mal. Es un lado oscuro y poco
agradable de la naturaleza humana, pero que complementa y redondea la capacidad
de amar y querer de una persona adulta y madura. Ni siquiera Jesucristo cayó
bien a todo el mundo, imagínate los demás. Es cierto eso de que hay que tener
enemigos a la altura del conflicto. Y como conflictos los hay de todos los
tamaños, si le echas ganas seguro que yo te encajo en alguno. Además, en un
país en el que se ha confundido educación, corrección, civismo y respeto,
tienes mucho donde elegir. Desde enemigos muy educados pero nada cívicos, hasta
los muy correctos pero con unas faltas de respeto fuera de lo común, e incluso,
claro está, los que no son ni educados, ni cívicos, ni respetuosos, ni ná de
ná.
4. Porque nos define mucho más lo que negamos que lo que aceptamos. En este
país, una de las primeras economías del mundo, autocomplaciente, aburguesada,
sofisticada y sumamente homogeneizada, la diferencia está no en lo que compras,
sino en lo que decides no comprar. No está en si tienes o no tienes móvil, sino
en cuándo decides apagarlo. No está en si tienes o no televisión, sino en
cuándo decides encenderla. No está en si tienes coche o no, sino en cuándo
decides ir a pie.
5. Porque, como ya apuntó el maestro, hoy día, con asociaciones para la
defensa de cualquier persona, animal y cosa, cuando dices algo, molestas a
alguien. O dicho de otro modo, si cuando hablas nadie se molesta, eso es que no
has dicho absolutamente nada.
Al final,
como decía mi abuela, no se trata de no tener enemigos, porque eso es tan
imposible como tener demasiados amigos. Lo que sí tiene sentido es vivir lo
suficiente como para que tus enemigos, algún día, desde su intimidad más
inconfesable, no lo puedan evitar y por un momento… se avergüencen de serlo.
QUE QUIERES SER DE MEJOR
Búscate un segundo. En cuanto nadie mire, coges y te persigues un rato. No
te prometo ningún resultado; es más, igual acaba siendo tan inútil como leerme
a mí, igual sólo por eso ya ni vale la pena. Pero te doy una pista, si quieres
encontrarte fácil, búscate en sincero y mírate en algún lugar entre una pequeña
promesa y alguna gran frustración.
Ahí andamos todos, entre miles de expectativas y cientos de no pudo ser.
Dicho de otro modo, somos algo muy parecido a un manojo de promesas que han ido
caducando en forma de fracaso o, con suerte, transformándose en bonitos
recuerdos. Pero si lo piensas, la mayoría de tus proyectos van asfaltando de
ilusión las ruinas de un pasado que crece bien absurdo destruido por la
deflagración de los intentos.
Y lo que eres hoy va cubriendo lo que quisiste ser algún día, como ocurre
con esos cuadros ocultos bajo otros cuadros, que es lo que la gente jamás ve, y
a veces ni siquiera puede intuir.
Si algún día soñaste con ser actriz de culebrones, defensa del Rayo y
guitarrista de jazz, lo más probable es que hoy seas estilista en Vallecas,
contable de una consultora y cocinero de un motel de carretera.
No me vengas con que tus sueños han evolucionado, que has crecido, que en
eso consiste madurar, en adaptarse a la vida y en que la vida se adapte a ti,
que ser feliz es aprender a conformarse, y todas esas bobadas de la antiayuda. Te cambio el secador por una
cámara, la calculadora por el balón, y la sartén industrial por una Gibson Les
Paul, y mirándome a los ojos, dime con qué te quedas.
Hablando en plata. Abandonar un sueño es como morirse por fascículos. Con
la diferencia de que esta colección no la acabas tú, sino que probablemente sea
ella la que acabe contigo. El día que la empiezas no te das ni cuenta de lo que
estás haciendo, porque con el número uno, también en este caso, vienen todo
tipo de tapas, excusas y justificaciones de regalo. Que si ya es tarde para
intentarlo, que si al fin y al cabo lo puedo seguir haciendo como hobby, que si en realidad me gusta vivir
bien, que si no lo hago es por mi familia, que si necesito una garantía de
seguridad, que si ya no tengo edad, ni dinero, ni contactos… lo que sea.
Por eso, a todos los que hoy se planteen convertir sus expectadivas en frustracienes.
A todos los que pretendan inmolar su vocación con la dinamita del miedo. A
todos los que alguna vez se hayan planteado castrarse un te imaginas. A todos
ésos, con el corazón en una mano y los genitales en la otra, tan sólo os haré
una pregunta, ¿tú de pequeño habrías querido ser tú? Y por favor, antes de
contestar, intentad que la palabra tarde no rime con la palabra cobarde.
Una vez tuve un profesor que nos puso un único examen final. En una hoja,
nos dijo, escribid lo que haríais a partir de mañana si hoy os tocasen mil
millones. Y ahora voltead la hoja, y detrás me escribís por qué no lo empezáis
a hacer ya, aunque no os hayan tocado.
Sólo hubo una forma correcta de contestar esa pregunta.
Dejándola
en blanco.
CORAZONARRAS
El mercado emocional de primera mano se agota. Se acaba. Se extingue. Es un
hecho. A estas alturas de la soledad, todos recurrimos a la segunda mano,
repleta de corazones usados, maltratados, agrietados, a reformar, y eso cuando
hay suerte y no están de derribo.
Los habrá que opinen que ya no se construyen relaciones como las de antes,
de materiales nobles y duraderos, con inmensos espacios sólo para dos. Pero lo
cierto es que jóvenes y no tan jóvenes especulamos hoy con el compromiso, y eso
hace que podamos encontrarnos con opciones para todos los gustos, colores y
metros cuadrados.
Hay corazones tamaño zulo, ideal parejas, con relaciones minimalistas o de
diseño, y los hay muy pero que muy generosos, tipo loft, todo en el mismo espacio, normalmente a compartir entre
varios inquilinos.
Luego están los que quieren querer en zona tranquila, que suele ser
sinónimo de aislada, de difícil acceso y normalmente muy mal comunicada, pero
los que llegan a acostumbrarse aseguran que no la cambiarían por nada del
mundo, menos ruido y menos contaminación.
También hay amores pleno centro, siempre a pocos metros de cualquier cosa,
con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva. Aquí lo importante está en saber
si son exteriores o interiores, porque eso determinará si les entra mucho sol o
mucha sombra.
Los corazones ático normalmente tienen buenas vistas, amplios horizontes y
grandes terrazas con muchas estrellas, pero en este caso es vital que dispongan
de un buen ascensor para poder poner frecuentemente los pies en el suelo.
Y los que están más abajo son más oscuros, dicen que más seguros, aunque
claro, con lo que grita el asfalto, es mucho más difícil oír las cosas que nos
va contando el cielo, como, por ejemplo, si mañana saldrá el sol.
Qué más. Ah, sí. Algunos te los venden con inquilino, lo que pasa es que no
te enteras hasta que estás metido hasta las trancas. Otros parece que están muy
disponibles, pero es falso, en realidad sólo están esperando a que suba la
cotización de su compromiso. Aparte de eso, siempre es bueno fijarse en dos
cosas más. Primero, la calefacción, mejor natural, si no quieres congelarte el
día que se vaya la electricidad (que se irá, de tanto en tanto te aseguro que
se va). Y segundo, si tiene o no trastero, ese espacio donde se almacenan las
cosas que parece que ya no importan sólo por el hecho de que no se utilizan.
Por último, mención especial merece la mudanza, ese proceso que, a medida
que te haces mayor, cada vez da más pereza, porque siempre acabas perdiendo
cosas que sólo echas de menos una vez ya te has mudado.
De todos modos, antes de empezar a mirar te recomiendo primero que decidas
si quieres amar de compra o en alquiler. Las dos tienen sus pros y sus contras,
no te voy a engañar. Si compras tendrás la falsa ilusión de que ese amor es tuyo y de nadie más,
mientras que si alquilas, con la excusa de que no es tuyo, jamás invertirás lo
suficiente como para sentirte de verdad en casa.
Da igual. Hagas lo que hagas, ten la seguridad de que se va a cumplir la
inefable ley que rige este mercado. Bajará tu interés, seguirá subiendo el
precio de todo lo que desees, y cada vez se te hará más familiar esa incómoda
sensación.
La de estar hipotecado.
Para
siempre.
100 COSAS QUE YA HE HECHO Y QUE —EN TEORÍA— NO
DEBERÍA VOLVER A HACER
1. nacer.
2. mearme en la cama.
3. echar los mocos mi primer día de clase.
4. actuar vestido de fresón delante de mis padres y de los padres de mis
amigos.
5. coleccionar cromos, luego canicas, luego yo-yos, y luego unas gomitas
que las mojabas y bajaban por la pared.
6. ir al cole como paquete de una Ducatti 350 verde conducida por mi madre.
7. aprender a ir en bici en la explanada.
8. jugar con mis primos a los mil hitos.
9. primera comunión, y una de las últimas.
10. abrirme la cabeza tirándome encima un mueble bar.
11. recogepelotas en un torneo de tenis.
12. enamorarme de mi canguro.
13. escuchar a Madonna cuando Madonna aún no era Madonna.
14. buscar descampados montando una Torrot.
15. ensayar con una banda de blues.
16. con una Puch Cóndor por el mundo con la bandera americana a un lado, y
la de la URSS al otro.
17. estar a punto de entrar en el Opus.
18. ir al Parlamento Europeo «para hacer oír la voz de los jóvenes» (?).
19. hacer una peregrinación a Alemania.
20. y otra a Roma.
21. y otra a Granada.
22. enrollarme con una chica monísima en una de las peregrinaciones.
23. que esa chica se fuese con mi mejor amigo.
24. bailar a ritmo de Technotronic.
25. darle mi primer beso a una italiana y el segundo a su bigote.
26. quitarle la novia a otro amigo.
27. insinuarme a la mujer que limpiaba en casa de mis padres.
28. decir no a una húngara que quería hacer un trío conmigo y su novia.
29. devolverle la novia a mi ex amigo.
30. quitarle la novia a otro amigo, pero no tanto, y además ésta era
holandesa, o sea, que no cuenta.
31. liarme con una okupa.
32. dejarle que okupase mi casa por un tiempo (pero cómo cocinaba).
33. conseguir llamar la atención del yogurín más maravilloso de toda la
universidad.
34. salir de marcha el día de mi cumpleaños y encontrarme a Jamiroquai, que
acabaron invitándonos a su concierto y al backstage
35. recibir una mamada maravillosa a pleno día en medio de la biblioteca de
mi universidad.
36. notar cómo se muere un gato en mis manos mientras corríamos al
veterinario.
37. convivir con mi novia en un piso en Budapest.
38. viajar de Interrail hasta Turquía.
39. dormir algunos días en la puta calle durante ese viaje.
40. e incluso ser despertados por albaneses sospechosos de todo menos de
buen rollo.
41. follar en un ascensor, sí, lo más tópico, incluso con el botón de stop incluido.
42. trabajar en la ventanilla de un banco, bueno una caja de ahorros.
43. acabar la carrera sin llegar a tener el título.
44. descubrir la correspondencia secreta entre mi padre y su amante.
45. entrar a trabajar cobrando 0 cada 24 h.
46. tener que darle conversación a Meg Ryan el día que estaba muy mal con
su novio.
47. montar un grupo con canciones propias.
48. tocar en el BAM, en el MMW y como grupo invitado en un festival en
Montauban.
49. ir a entrevistas en radio y TV hablando de mi grupo.
50. rescindir un contrato discográfico antes de empezar a grabar el disco.
51. ser engañado una y mil veces.
52. irme a NYC con mis dos mejores amigos y decidir cambiar mi vida.
53. conocer a unas hermanas cubanas en el Blue Note de Nueva York, e
invitarlas a pasar unos días en casa al cabo de dos semanas.
54. tomarme un daiquiri en Windows of the World, arriba de las Torres
Gemelas.
55. y un desayuno con una famosa modelo argentina en plena Fifth Av.
56. asistir como público a un Late
Night americano.
57. comprarme ropa en Melrose para salir una sola noche por Las Vegas.
58. volver esa misma noche conduciendo hasta L.A. y conseguir no dormirme
al volante a base de autoexcitarme.
59. componer música para anuncios.
60. hacer el trayecto Barcelona-San Sebastián tres veces con el mismo Smart
Car.
61. invertir y trabajar en una punto com y perderlo todo, la inversión y el
trabajo.
62. hacerle una entrevista a Britney Spears y comprobar que no es tan
idiota como yo.
63. intentar convencer a Lou Reed de que actuase un día de lluvia.
64. cerrar mi blog por haber
superado las 1500 suscripciones.
65. tirarme a una actriz pomo.
66. tirármela otra vez.
67. y volvérmela a tirar.
68. explicarlo a todos mis amigos y tener que aportar pruebas.
69. tirarme a una amiga de la actriz porno que actuaba en un peep-show
70. conocer a la mujer de mi vida y descubrir que está con el hombre de la
vida de otra.
71. grabar un disco y que encima te paguen por ello (!).
72. pasarme dos años para conseguir a la mujer de mi vida.
73. casarme enamorado.
74. tatuarme una hipoteca.
75. pasarme dos años para comprender que no era la vida que quería.
76. divorciarme enamorado.
77. vivir en Miami.
78. trabajar en L.A.
79. rodar en Río de Janeiro.
80. bañarme en pelotas en el Thames.
81. subir el trozo más empinao de
la Muralla China.
82. darme un masaje en Chiang Mai.
83. bañarme con tiburones pacíficos y tortugas asesinas en Belice.
84. impartir clases en la universidad sin tener ni puta idea de qué
enseñar.
85. acabar enrollándome con una alumna.
86. volar en First Class habiendo pagado cero.
87. ser expulsado de una universidad porque el día de la clase me
encontraba a 7500 km.
88. emborracharme a plena luz del día en un yate frente a la costa de
Cannes a base de mimosas.
89. acto seguido, con todo el cebollón, pillar y hacer parapente ligao a una lancha.
90. apadrinar a Meneshkee.
91. salir en un anuncio besando a otra mujer.
92. conducir un convertible rojo por Rodeo Drive.
93. charlar con un premio Nobel cogido de mi brazo.
94. asistir a la fiesta más absurda del mundo, en Beverly Hills.
95. liarme con una modelo brasileña tras un rodaje.
96. liarme con una modelo negra tras otro rodaje (sí, me pasó dos veces, y
punto).
97. conseguir que me llamasen para ser espía en el Centro Nacional de
Inteligencia.
98. empezar un fin de semana en Barcelona y acabarlo en Praga.
99. dar una charla en el Palau de la Música Catalana.
100.
hacer de jurado en un programa de TV
MIEDOCRES
Están por todas partes. No es que vivan entre nosotros. Es que sonambulean
por nuestra vida muertos de sueños. Disimulan sus líneas de impresión, se tiñen
las ganas de gris y se especializan en ninguneo, pero si te fijas bien, por ahí
andan. Da igual que ejerzan como banqueros, agentes de seguros, inspectores de
Hacienda, auditores, consultores, jefecillos, empleados o jornaleros. Los
reconocerás enseguida por su hedor a moqueta, naftalina y cubículo de PVC. Son
inconfundiblemente confundibles.
Para sobremorir necesitan poca luz y menos cuidados, regarlos a fin de mes
con un sueldo abonado de trienios y sobre todo jamás dejarlos cerca de tener
que tomar una decisión. Porque ellos hace tiempo que tomaron la suya. Todo
acabó cuando decidieron no decidir. Todo se fue al garete el día que dijeron
vale. Y desde entonces, la vida les hace una mueca rictus mortis muy parecida a una sonrisa.
Para ellos, ser feliz es aprender a conformarse. Y si no estás de acuerdo,
pues también les parecerá bien. Graduarse a los 22 y prejubilarse a los 55, y
por en medio, pagar una coma dos hipotecas, preñarse un par coma tres veces, y
soñar sólo las noches que duermen mal. Pocas contradicciones, sólo alguna que
otra alergia a la inestabilidad, fobia a la incertidumbre y una vida marital plagada
de afectos secundarios.
Lo mejor que les puede pasar es que un día cualquiera —porque estas cosas
siempre ocurren un día cualquiera— les aparezca un AK-47 en la mano, una menor
en el disco duro, un bultito en la piel o una maceta en la cabeza, y entonces,
bueno, como que todo cobre un poco de emoción. Para ellos y para los demás,
porque siempre encontraremos al típico vecino que hará lo que sea por salir en
el informativo de sobremesa de turno diciendo que «era un vecino de lo más
normal, jamás lo habríamos imaginado», o algo muy similar.
También los hay más discretos, los que no se conforman con morirse una vez
y prefieren morirse un poquito cada día, esos cualesquiera que despiertan el
día menos pensado, ése en el que ya todo suele ser demasiado tarde y se hacen
las preguntas previas al fin de todas las cosas. ¿Qué coño he hecho con mi
vida? ¿Quién me ha robado el mes de abril? ¿Por qué no lo cubre el seguro?
Que vivan los miedocres. Que
mueran todos también. Pilar básico que sustenta por cojones el prestado del
bienestar. Los que pagarán tus pensiones, tus viajes en bus a las afueras de tu
ciudad, la gold card para todos los
museos que jamás quisiste visitar, tu silla de ruedas con motor electromecánico
y tu psicólogo geriátrico en prácticas.
Por eso, si alguna vez te cruzas con uno de ellos, dale las gracias. Por
eso, y por creerse que lo malo es cambiar, lo necesario es un billete de
vuelta, lo peligroso es intentarlo, lo importante es tener para poder ser, o
que lo crucial es renunciar a luchar contra sus propios miedos, que para eso
están las grandes corporaciones, para que nos los den luchados, troceados y
metidos en bolsitas aptas para el microondas.
Dale las gracias e inmediatamente después hazte un favor.
Pilla a la primera persona que veas y échale un polvo.
Igual no
te ayuda para nada, pero mira, este capítulo tampoco, y no veas lo bien que me
lo he pasado escribiéndolo
GALA NÚMERO 17
Lleida, sábado 24 de marzo de 2007.
Noche de presentaciones. Triunfitos, público, público, triunfitos. Durante
casi cuatro meses os habíais estado intuyendo y añorando, gala a gala, votación
a votación, uno a cada lado de la pantalla. Más de cien días —con sus largas
noches— imaginando cómo sería el tupé invertido de Ismael en directo, la
barbita de Dani en el cuerpo a cuerpo o las cachitas de José en un bis a bis.
Durante todo ese tiempo os habéis amado, os habéis odiado, os habéis
decepcionado, os habéis hundido y os habéis resucitado mutuamente, y eso que
sólo os conocíais de veros una vez a la semana a través de un programa de
televisión.
Pues bien, esas horas perdidas —o no— ante la tele tuvieron para algunos su
esperada y merecida recompensa un sábado cualquiera, cuando se inauguró
oficialmente la Gira Adelante, o dicho de otro modo, la presentación oficial
entre seguidores y seguidos, el bautismo de sangre para estos aspirantes a
artista que así empezaban su batalla más o menos profesional contra la
maldición del olvido y el síndrome del juguete roto.
Para mí, no os voy a engañar, fue una pesadilla. No voy a hablar de los
chicos, primero porque de ellos he hablado bastante durante 16 galas y ya
sabéis todos lo que pienso de cada uno, y segundo porque realmente creo que en
este bolo estuvieron más que bien.
Si queréis, y para que no se diga, destacaría la elegancia de Lorena, la
consistencia de Moritz, las tablas de Leo, la garra de Saray, el morbo de
Mercedes y la afinación de Dani, que parece que cante sobre raíles. También
tengo que hacer dos menciones especiales, la primera a la banda de músicos en
directo, simplemente espectacular. Y la segunda, a ese cuerpazo de bailarines
de OT que también acompaña la gira, digno de cualquier estrella consagrada.
En cuanto a todo lo demás, el concierto, y voy a ser positivo, fue
apasionante. Un maravilloso escenario que parecía aún en construcción y
perfectamente decorado con lucecitas de Navidad de esas del todo a cien, los
efectos especiales de Encuentros en la
3.ª fase (no por espectaculares, sino por coetáneos), esa realización que
pinchaba a Mercedes cuando estaba cantando Jorge, ese ojo al fichar al
estilista de los Lunnis, y esa mezcla
de sonido que igual dejaba que se acoplaran los micros, como silenciaba la
guitarra rítmica de Leo en «El mundo tras el crista», o mataba directamente un
solo de guitarra eléctrica en «Adelante».
El repertorio, casi 40 temas en poco más de 2 horas. Para los que saben
dividir, que alguno habrá, descontando pausas, aplausos y saludos, eso da a
menos de 3 minutos por tema. Y para los que hemos ido a más de un concierto en
nuestra vida, que habrá menos, pero también los habrá, eso suena como el mejor
repertorio de trailers de singles que
se haya oído jamás. Perdonadme si no me emociono, pero es que si eliges los
mejores temas de los últimos 40 años, los pones uno detrás de otro y le echas
un poco de ganas, pues lo mínimo que uno espera presenciar es un concierto
épico, especial y memorable.
Y la verdad es que lo fue. No me aburría tanto desde que Zapatero y Rajoy
aparecieron por primera vez en el panorama político de este país. Menos mal que
me distrajo el saludo de Moritz, el momentazo gay entre Leo e Ismael en «Dime
que me quieres», y la subida al escenario de seis manojos de nervios con forma
de preadolescente para destrozar junto a los chicos «Cien gaviotas», que
después del numerito yo la bautizaría más bien como «Seis graznidos».
Mensaje a quien corresponda: si queremos que los chicos fracasen
estrepitosamente, vamos muy bien. Un buen producto necesita siempre de una
acertada distribución, con su packaging,
sus stoppers, sus PLVs, etc., y si
buscábamos la peor manera de hacer llegar a los chicos ante su amado público,
lo estamos consiguiendo. O bueno, como he dicho que voy a ser positivo, la
mejor manera de lanzarlos al estrellato.
Aun así, parece que el concierto gustó y que Lorena no decepcionó como
anfitriona, aunque eso no me impresione demasiado. Estoy convencido de que hay
un porcentaje que no es real, sino que forma parte del efecto de ver a tu ídolo
en directo por primera vez.
Si os hubieseis pasado 16 galas escuchando desvarios tonales y quejas de
artistilla mimado venido a más, si hubieseis presenciado en directo la escasa
evolución de alguno de ellos, si tuvieseis la triste sensación de que más de
uno y más de dos no van a pasear su palmito más allá de esta gira, igual al
concierto de Lleida preferiríais no llamarlo Primer Concierto de la Gira…
… sino Gala número 17.
NOS
MIENTEN
Nos mienten. En las noticias, en las cabeceras, en los periódicos, en las
fotos de los periódicos, en los pies de foto de las fotos de los periódicos, en
los programas, en los avances de los programas, en los zappings sobre
programas, en los intermedios, en la duración de los intermedios, en la
publicidad también, sí, y en los productos, en los usos de los productos, en
las garantías, en la duración de las garantías, en las empresas que nos
consumen, en las que nos hacen consumir, y en los trabajos basura, en los
sueldos miseria, las hipotecas remuneradas, las bajadas hacia arriba del
petróleo, las políticas en general, y por supuesto y cómo no, cualquier
político en particular.
Nos mienten. Nos mienten y el país entero agoniza de mentira. Da igual la
izquierda que la derecha, el centro que la periferia, los nuestros que los de
más allá. Información opinada y opinión desinformada recorren la actualidad de
la mano y sólo se sientan para mentir ante polígrafos que normalmente maneja un
hombre calvo que debe de ser muy bueno para ser calvo y, aun así, estar en la
tele.
Porque no sé si ya lo he dicho, pero nos mienten. Nos mienten y el mayor
debate, la mayor obsesión, el mayor morbo está en adivinar dónde está la
pelotita de la verdad. Una pelotita cada vez más pequeña, esquiva e
irrelevante, manejada ante la opinión pública por el grupo de comunicación de
turno que mueve los vasitos al frenético ritmo de los robados, montajes y
exclusivas siempre frescas que me las quitan de las manos, oiga. Si vas a
mirar, nos mienten incluso los muertos. Cualquier anécdota, por vieja, pasada y
anticuada que sea, se descongela de la historia, dos minutitos en el microondas
de la actualidad, y ya está, lista para ser servida por el basurero mediático
que más chille.
Y es que lo peor no es que nos mientan. Lo peor es que ya estemos
acostumbrados. Estamos tan mentidos que incluso la verdad nos parece mentira.
Alguien que de pronto se vuelve loco y se plantea ser honesto se convierte en
noticia, en reclamo, en extraño suceso a estudiar por los medios, que no salen
de su asombro, no entienden qué le pasa a ése que de verdad dice lo que piensa.
En fin. Que así la verdad y así la mentira, no me extraña nada todo lo que
nos está pasando. Somos carne de opinión. Y hay demasiada gente que prefiere
que le piensen las cosas, que se las den mentidas, para no tenérselas que
plantear.
Pues bien, señores bellacos. Ahí va mi mensaje. Que les den mucho por culo.
Hay mucha gente dispuesta a no mentir y a no mentirse. Y también les avanzo el
segundo. Que cada vez seremos más y más fuertes. Como alguien dijo una vez, «se
puede engañar a algunos durante todo el tiempo, o se puede engañar a todos
durante algún tiempo, pero no se puede pretender engañar a todos durante todo
el tiempo». Y su tiempo, señores, al igual que nuestra paciencia, se está
agotando. Tic. Tac.
QUÉ
MAL TE LEO
Según estudios recientes, tan sólo el 20% de los lectores que hayan
comprado este libro van a leérselo más allá de esta página. Por eso quería
aprovechar tan magna y única ocasión para despedirme del otro 80%.
Ha sido un placer ser recorrido por esos ojazos que Dios te ha dao, y un
honor que, con la excusa, te dejases unos eurillos en este hatillo de páginas
emborronadas de cosas.
A los que os lo han regalado, conozco un par de librerías que os lo
cambiarán sin ticket. Y a los que os lo habéis comprado para vosotros, conozco
algún profesional que os curará lo vuestro en pocas sesiones. Me podéis
contactar en www.ristomejide.com
A partir de este punto, para resumir, explico unos cuantos fracasos
sentimentales más, divago sin fundamento por cuestiones muy serias que no
debería haber tomado a la ligera, y me cago en todo aquello que me molesta con
un estilo pretenciosamente provocador.
Hala, ya podéis decir que os lo habéis leído.
El último, que cierre la contra.
CALLEJERO
DE MÍ
Domingo. Las pocas de la mañana. Como cada festivo, me salgo hacia adentro
pa pasearme un rato. Me empiezo en mi calle. Siempre cuesta arriba. La tomes
por donde la tomes. Hay que joderse.
Enseguida llego a la Avenida Ilusión, una preciosa vía arbolada y llena de
bombillas de ésas que se apagan en cuanto se encienden. Desemboca por un lado
en el Callejón de los Listillos, presidido por la estatua homenaje a todos los
«Ya te lo dije» y, por el otro, en la Plaza de la Gran Hostia, con su placa
conmemorativa al último «No lo haré más».
La cruzo a la altura de Calle Esperanza, allí los semáforos están siempre
en verde chillón, los muy cabrones causan unos caos en el tránsito emocional
que ni te explico.
Conozco varios atajos que llevan directamente a los suburbios de la
Felicidad, pero hoy no los voy a usar. No por nada, sino porque ese tipo de
tráfico siempre se acaba cobrando un peaje, y hoy me dejé la cartera en casa.
En vez de eso, tiro derecho al Túnel del Miedo, siempre en reparación. No sé
cuándo van a terminar esas obras. Así no me extraña que siempre acabe atascado,
lento, muerto. Es por eso quizá que no tiene más de un agujero, y que nunca
jamás acaba llevándote a ningún lado.
Intento evitar la parálisis desviándome hacia la Autopista del Sexo, y como
no podía ser de otra manera, me paso de salida. A estas alturas ya me voy dando
cuenta de que todos han llegado a la Urbanización Residencial de los Felizmente
Casados menos yo. En fin, da igual.
Creo que voy por mi Calzada Femenina, porque no paro de dar vueltas y
vueltas por innumerables rotondas que no llevan jamás al punto al que creía
dirigirme. Sí, así es, acabo de pasar de un simple carril de ida, a ocho
carriles en cuatro sentidos, seis dimensiones y diez vías de retorno al punto cero.
Rrr.
Voy a preguntar. Intento parar a alguien que no sólo no responde a mi
pregunta, sino que me escupe en el parabrisas, me pincha una rueda y me mete el
dedo en un ojo. No hace falta que me diga más. Esto es la Ronda de las Ex. Las
malas lenguas dicen que, aprovechando que corre paralela al Río de Lágrimas,
quieren cubrirla entera y convertirla en un Paseo en Soledad; pero eso depende
de que no haya suficientes Fondos de Comprensión.
Sal de aquí. Pero ya.
Llego a otro cruce de cables, tengo la sensación de que debo andar cerca.
Esto me suena, ah sí, antes era la Calle del Amor Eterno, pero ahora la cambian
de nombre. Cada cien metros.
Al final, pese a todo, sigo palante. Y lo hago porque sé que tras un paso a
nivel, kilómetros sin pavimentar, miles de socavones, y varios callejones sin
salida, igual me vuelvo a encontrar con esa enorme señal luminosa de treinta y
dos lucecitas blancas que me muerde los morros, me dedica sonrisas y me hace la
misma preguntita de siempre.
Y yo para
qué coño te regalé un GPS.
TELE MERECES
Que viva la tele. Sí, la tele. Qué pasa. Hoy día la caja tonta ya tiene
estudios, y si no los tiene, como mínimo se gana muy bien la vida, pues se ha
convertido a golpe de euro en el verdadero mapa de España, el último reducto de
una democracia de verdad.
Primero, por su penetración. No hay ningún otro electrodoméstico que haya
conseguido presencia en el 98% de los hogares españoles.
Segundo, por su sistema de medición de audiencias. Por incompleto que sea,
no existe otro medio en el que se pueda saber prácticamente al minuto quién
está mirando qué —y que nadie me venga con Internet, que me da algo.
Tercero, por su nivel de consumo. Dependiendo del estudio, de las variables
demográficas y de la clase social, podemos encontrar en España individuos que
consumen tele hasta 7 horas diarias.
Cuarto, porque los anunciantes reaccionan tratando de colocar
inmediatamente el dinero detrás de lo que funciona de verdad. Mientras a los
publicitarios se nos hincha la boca postulando el fin de la tele, todavía hoy,
de cada euro que se gasta en publicidad, más de 46 céntimos van a la mediana
pantalla (lo de pequeña pantalla habrá que empezar a dejarlo para el móvil).
Pero ésa es otra historia.
Y quinto, porque, como consecuencia de todo lo anterior, es precisamente
esa audiencia, con su votación a dedo alzado, la que nomina y derroca los
programas, ojo que éstos votan todos y cada día.
Quizá por eso empiece a tocarme el pie esta doble moral en la que parecemos
instalados, digna de un país incapaz de reconocer sus bajezas. Estoy hasta los
textos de esas voces puristas y críticas contra la tele que consumimos, esas
mismas que recomiendan siempre antes la lectura (se puede leer cada bodrio…).
Porque si lo están poniendo es porque lo estamos viendo, y si lo estamos viendo
es porque nos gusta verlo, aunque sea para comentarlo, criticarlo, ignorarlo o,
si me apuras, seguirlo a escondidas. Como pasaba con Crónicas marcianas. Como pasa con el Tomate. Como pasará con cualquiera que tenga más audiencia de la
que la gente es capaz de reconocer.
Te propongo un juego. Hazte con una parrilla televisiva de la semana
pasada, elige un día cualquiera. Ahora suma las horas dedicadas a «magazines»,
eufemismo que utilizan las cadenas para vomitar esa prensa amarilla del mundo
rosa que se dedica a ponerse verde. Y, finalmente, compara esa cifra con la
audiencia media que tuvo la cadena durante todo ese día.
Yo lo acabo de hacer. 0 horas emitidas de magazines en La Sexta, obtuvo un
4% de audiencia (= dinerillo). 0 horas en todo el día también en La 2, que hizo
un 5,7% (y aunque cueste de creer, 0 horas de documentales). 2 horas de
magazines en Cuatro, que hizo un 7,7% (= más dinero). 3 horas y media en TVE1,
obteniendo un 15,9% (= mucho más dinero). 4 horas y media de magazines emitidos
en Antena 3, que hizo un 16,9% (= los directivos sonríen, los accionistas aún
no). Y por último, 7 horas y media en Telecinco, que llegó al 22,7% (=
directivos y accionistas dan palmas con las orejas). Casualidad, seguramente.
Tenemos la tele que nos merecemos. Tenemos la tele que queremos ver. Y
cuando creas que nos echan mierda, estarás creyendo que nos gusta comer mierda.
Si no entiendes esto, apaga y vete.
HABLANDO
DEL OLMO (I)
EL INVIERNO
El invierno, este año, llega tarde.
Y todos tenemos la impresión de que cada vez será más corto.
El invierno, refugio de poetas románticos, símbolo de frío y metáfora de
nostalgia, melancolía, introspección, soledad buscada, reflexión.
Si nos quedamos sin invierno nos quedaremos sin dentro.
Sin oscuros.
Sin recogimiento.
Sin acogedor.
Sin pensativos.
El fin de las estaciones es el fin de una manera de pensar.
Una manera de pensar que nos ha dado a Kafka, a Mozart, a Baudelaire o
Rilke.
Con este puto calor que nos amenaza de marzo a diciembre, todos los Kafka,
Mozart, Baudelaire o Rilke estarán en la calle, que mira qué día hace, hala a
jugar a la pelota, que dándole patadas igual un día nos sacas a tu padre y a mí
de la miseria.
Con el fin del invierno se acaban las letras, don Luis.
Con el fin del invierno se acaba la tercera edad.
Al igual que en la vida, hemos estirado la juventud del tiempo de manera
antinatural.
El clima se viste de bachiller, se compra un descapotable y se dedica a vivir
en noviembre lo que tendría que haber vivido en abril.
Los ríos padecen de próstata, las montañas tiñen sus canas, las
temperaturas sufren de menopausia, y lo peor, nadie, absolutamente nadie,
parece hacer NADA para remediarlo.
Todo está mal si se acaba el invierno, don Luis.
¿Y usted ha visto tomar alguna medida al respecto a sus queridos políticos
de los que tanto habla?
Buenos días, y mala leche.
ESCUCHAS
BARATAS
Mírate estas palabras. Fíjate bien en cada una de ellas. Morfemas que tú
coloreas en fonemas cuando los vas pasando por el pincel de tu voz y el lienzo
de tu cabeza. Letras que jamás fueron inventadas para ser escritas, sino para
ser leídas. Idioma que jamás fue pensado para ser dicho, sino más bien para ser
escuchado. Ése debió de ser el origen de todo. Escuchar lo que alguien tenía
que decir, y no al revés, decir lo que otros tenían que escuchar.
No escuchamos. Ya nadie escucha. Nadie repara en lo que dice el otro.
Estamos todos sumidos en un inmenso, solitario y ensordecedor silencio, y lo
mismo da que nos digan, nos expliquen, nos cuenten, nos avisen, nos chillen o
nos susurren. Monólogos secuenciados que sólo guardan breves silencios para
esperar impacientemente a que el otro acabe.
Andamos más sordos que mudos, mucho más preocupados por lo que nos pasa por
la cabeza que por lo que nos estén diciendo. Y así nos va. Los partidos
políticos sustituyen las propuestas por las opuestas. En algunos foros aún se
plantean si se debe o no hablar con los terroristas, cuando creíamos que era evidente
que si no utilizas la herramienta de la democracia, que es el diálogo, sólo te
quedan las herramientas de la no democracia, que son las armas. Jamás hemos
escuchado al planeta hasta que ya no ha habido más remedio y se nos ha puesto a
gritar. Casi ninguna marca ha entendido de verdad el primer postulado del Clue-train Manifesto, eso de que los
mercados son conversaciones. Una emisora propagandística elabora un panfleto
audiovisual de 45 minutos arremetiendo contra los catalanes, mucho más
preocupada por hacer de la lengua un arma arrojadiza que por conseguir que la
gente se entienda.
Y mientras, la principal caja de ahorros también catalana sigue preguntando
desde su eslogan si queremos hablar con ella, cuando la pregunta que se hace
uno es, dentro de esa conversación, quién va a tener que escuchar a quién.
Creo que fue un austríaco con nombre de lavadora, Wittgenstein, el que
escribió que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo.
Y yo siempre he pensado que deberíamos escuchar más al lenguaje, porque suele
dar acertadas pistas sobre el uso de las palabras. Si utilizas el adjetivo «mi»
antes de la palabra novia, esposa o amigo, la gramática te dice que eres un
posesivo. Si explicas lo mucho que «amabas», su definición te responde que eso
ya es pretérito, pasado y seguramente imperfecto. Tanto si hablas de
«escuchando» que es gerundio, como si has «hablado» en participio, en ambos
casos «conversas», que ya es muy presente e indicativo. Y cuando hablas de
«enamorarse», viene el diccionario y te dice que mejor lo trates como
reflexivo.
Escuchar no hace daño a nadie. Créeme, lo hemos probado todos alguna vez.
En las relaciones sentimentales, los psicólogos dicen que es propio sola y
únicamente del período de seducción, cuando el hombre habla para impresionar y
la mujer escucha para hacerle creer que está impresionada.
Pero claro, eso de escuchar e interactuar implica la peligrosa posibilidad
de que alguien te pueda hacer cambiar de opinión. Y en los tiempos que corren,
tiempos de valores inertes (coherencia, consistencia, rigidez), muy alejados de
los valores de los seres vivos (cambio, adaptabilidad, flexibilidad), parece
mucho más cómodo, rentable y por tanto correcto, ser escuchado antes que
escuchando, emisor antes que receptor, muy sordo antes que un poquito mudo.
Yo, en realidad, mientras escribía esto, ya he cambiado un par de veces de
parecer. Será que me escucho demasiado.
PARA
ESTÚPIDOS, YO
La estupidez es como la halitosis, o como una falta de ortografía. La sufre
todo el mundo, menos quien la comete. No, no voy a hablar de Dolce Vita. Prefiero hablar de que estoy
muy harto de sufrir la idiotez ajena, que bastante tengo con la propia.
Ocurre constantemente. Cuando alguien es nombrado jefe, encargado o supervisor
de algo, le sobreviene automáticamente un ataque de estupidez directamente
proporcional al número resultante de multiplicar su aumento de sueldo con la
cantidad de palabras nuevas en la definición de su cargo.
Despegarse del suelo que uno pisa es el primer paso para darse la gran
hostia, y de eso, en este país, sabemos muchísimo. Seguramente seamos el primer
exportador mundial de bluffs,
fiascos, pelotazos y decepciones. Aquí, como cualquiera tiene voto, a
cualquiera le damos voz.
En esta cultura populachera que nos embadurna, cualquiera dispone de un
micro, una pluma, un atril. No se requieren ni estudios, ni lecturas, ni
coeficientes. Opinar no tiene ya ningún mérito, cuando incluso yo tengo una
sección. Cualquiera postula, cualquiera sienta cátedra, cualquiera crea dogma,
subido al trono del medio que decida sentarle ante tantos otros dispuestos a
aplaudir y jalear al más ciego de todos los tuertos.
Luego vienen todos aquéllos a los que les salen tertulianos como a quien le
sale un grano, y se lo petan en directo para ofrecer kilos de pus a cambio de
un sms. Mira que he dicho que no hablaría de ellos.
Y después de la telebasura, la internetbasura. Aquí todo el mundo puede
«participar» y tirarse al mogollón de las letras vacías, siempre parapetado
tras ese cobarde ejercicio de ruin anonimato. Y los medios, desde atrás,
alentando el tema. Nos interesa la opinión de nuestros lectores. Sin su opinión
no somos nada. Ahí tienes un recuadro de texto de blanco para que lo rellenes
con un discurso igual de vacío. Qué pronto han cedido el papel de creadores de
opinión.
Y luego nos quejamos de que falten líderes.
Igual alguien se piensa que se llama era digital porque así cualquiera
puede magrear con sus sucios dígitos las páginas del que tiene algo que decir.
Igual es que hemos confundido fomentar la interactividad con democratizar la
mediocridad.
A mí que me perdonen, pero yo no pienso interactuar
con según quién. No me interesa lo más mínimo. Como alguien dijo, yo con usted
jamás intercambiaré ideas, porque saldría perdiendo. Y si no lo haría en la
vida real, a ver por qué coño les tengo que permitir que me opinen y me
toqueteen con sus frases en la virtual. Interactividad, sí, pero con un mínimo
de calidad.
A ver. Mensaje para los que aún no se han dado por aludidos. Léeme los
labios. Sí, sí, tú, no mires hacia otro lado.
Sabes que hablo de ti. Me has hinchado los adjetivos. Y ahora me vas a
chupar la sintaxis.
Si no te gusta lo que escribo, no me leas. Si me lees, pero no me
entiendes, disimula. Y si lo entiendes pero no estás de acuerdo, hazte un
favor, y no molestes. No me envíes mensajes. No me digas nada. No estaba
hablando contigo. Ignórame tan a gusto como lo hago yo. Y si al final, en un
imperativo de diarrea dialéctica, decides que tienes que escribirme algo, para
empezar ten lo que hay que tener para identificarte por tu nombre y apellidos,
y después, sólo después, intenta contarme algo que despierte un mínimo de
interés.
Que la inteligencia, al final, va a ser como el criterio, la valentía, el
buen gusto o el sentido del humor.
Todo el mundo se piensa que la tiene.
VACACIONES
EN EL MAL
335 días/334 noches. Ha llegado el momento. Porque se lo ha ganado. Porque
usted lo vale. Tras demasiados días de agotadoras vacaciones, le ofrecemos unas
apacibles jornadas laborales en cualquier destino menos el que usted hubiera
elegido.
Déjese llevar. En nuestros cubículos de última degeneración con Vista al
Windows dispondrá de todo lo necesario para preguntarse una y otra vez qué está
haciendo con su vida, por qué ha tenido que volver. Y tras unos segundos,
nuestro acceso a Internet de Alta Velocidad le conectará a su banco para darle
todo tipo de respuestas con una simple cifra. Así de fácil. Así de limpio. Así
de rápido. Así de bien.
Usted no se preocupe por nada y póngase en nuestras expertas manos, que
disponemos de todo tipo de tratamientos y terapias de ajuste, como la
fotocopiadora sin tinta, el fax sin papel o los dos mil mails no solicitados, que harán de su vuelta a la tristeza un
agradable paseo hacia el magnicidio.
Si necesita más ayuda, disponemos también de programas de aterrizaje
forzoso, con reuniones absolutamente ineficientes, clientes con tanta prisa
como amnesia e interminables relatos vacacionales sin ningún interés por parte
de sus compañeros de trabajo, que le harán desear que jamás se hubiesen
inventado las low cost.
Y para los más relajados, el programa Twin Towers, en el que sin comerlo ni
beberlo jugaremos con usted día sí día también al Teto, espacio patrocinado por
Jabones Ooops.
Con nosotros le esperan todo tipo de inolvidables sorpresas e inesperadas
novedades que seguramente no le dejarán indiferente. Entre ellas, destacamos el
recibo de la Visa, la estupidez de una báscula, el sol que no viene en agosto y
reaparece en septiembre, la insoportable brevedad de su propio sueldo y el
precio de material escolar y libros de texto.
Por último, no deje de revisar el importe de su hipoteca, ese valor que,
mientras usted se reía en una playa, en la montaña o en cualquier exótico país,
él se descojonaba aumentando día a día y pensando en la cara que usted iba a
poner tal día como hoy, por aquello de que quien ríe el último ríe mejor.
No lo piense más. Deshaga ahora las maletas y corra hacia su puesto de
trabajo habitual. Le estamos esperando con los brazos en cruz, la sonrisa
puesta, y un pequeño tic en la punta del pie derecho.
Ah, además, los diez primeros en llegar se llevarán, de regalo, los Mejores
Marrones de 2007, un recopilatorio de los Grandes Pollos que nadie quiso en
julio y ahora vuelven en toda su urgencia, pestilencia y putrefacción.
El precio incluye: retraso diario en transporte público casa-oficina y
oficina-casa, un sueldo que no vale ni mucho menos lo que cuesta y todas las
canas que le salgan antes de hora (regalo de la casa).
El precio
no incluye: las ganas, hijo, las ganas.
FRACASCO
Qué nos está pasando. En qué momento se nos fue la olla. En qué despiste
compramos contra reembolso la idea del éxito, decidimos raparnos el valor y
comulgamos con la iglesia de la exitología. Quién nos ha timado de esta manera,
que nos devuelvan el dinero, quiero el libro de reclamaciones. Ahora. Pero ya.
Beneficios, plusvalía, valor, optimismo, triunfo, éxito, crecimiento, que
las cosas te vayan bien, que la vida te sonría, y sobre todo, qué bien te veo.
Andamos intoxicados de caras encolagenadas, camisas impolutas y sonrisas
diseñadas que enseñan todos los dientes, aunque sean a costa de apretarlos
bien. Joder, que hasta hay gente que se saluda y se alegra de verse. Es insano,
perverso, malvado, y lo peor, mentira podrida. Como si lo natural fuera
triunfar, como si el éxito fuese lo más común, lo más «normal».
Ya nadie acepta sus propias miserias, sus visitas al psicólogo, su
anorgasmia, su ansiedad, el tiempo que hace que no toca a su pareja, sus
miedos, su falta de habilidades sociales o su incapacidad para comunicarse con
sus hijos. El fracaso ya es la nueva lepra, la última enfermedad de transmisión
sexual, más de la mitad de los adultos ha pasado por él, y sin embargo a ver
quién es el guapo que tira la primera piedra que no sea tejo.
Pero si ni siquiera aceptamos nuestro gran fracaso, el que nos da la
muerte, y nos llegamos a inventar que es un triunfo para entrar en otra vida
repleta de angelitos que tocan el arpa. La cuestión es decir siempre que todo
nos va de lujo, que estamos que nos salimos, que por fin estamos donde queremos
estar y que este año las previsiones son aún mejores que las del año pasado.
El triunfo atonta.
La vida entera es fracasar. Espabilamos gracias a morder el polvo, comernos
los «yo nunca», aguantar unos cuantos «ya te lo dije». Caerse una y otra vez,
para lo cual es requisito indispensable haberse levantado en otras tantas
ocasiones.
Que si lo miras, tus relaciones fracasadas son siempre mayoría, y algo que
está tan presente en tu vida no puede ser tan malo si te ha llevado hasta donde
estás. Que si me apuras, alguien que te ha acompañado un trozo del camino ni
siquiera debería poder considerarse fracaso. Que si lo intentas, admitir e
incluso estar orgulloso de tus fracasos puede ser el principio de gestación de
todos tus próximos triunfos.
Aunque lo peor no es querer evitar el fracaso, nadie es idiota, y huir del
dolor puede ser hasta humano. Lo peor es que detrás del fracaso, escondidito,
sin hacer ruido para no llamar la atención, viene de la manita un miedo mucho
pero que mucho más letal, el miedo al riesgo. He visto gente morir de nada por
culpa del miedo al riesgo.
Cada vez conozco más empresas que empezaron en su día trabajando hacia
fuera, hacia las necesidades de un mercado, de un consumidor, de un ama de
casa, y conforme crecían en dinero, en ventas y en poder, empezaban a trabajar
hacia adentro, hacia las necesidades de unos trabajadores que se habían ido
poco a poco convirtiendo en burdos funcionarios. Product Managers cuyo único objetivo es no cagarla durante 4 años
porque así tienen asegurado el salto a Brand
Manager, y si siguen sin cagarla otros 4 años, algún día, ser propuestos
como directores de Marketing. Gastadores de presupuestos con objetivos de dos
cifras, sueldos de cinco ceros y coches de doce válvulas. Corbatas vacías de
vida que hace tiempo que no gestionan visiones sino segundas hipotecas.
Y eso que los gurús (ésos que cobran lo que tú jamás cobrarás por no hacer
lo que dicen que hay que hacer para llegar a ser quienes ellos no han llegado
nunca a ser) no paran de hablar de la importancia del fracaso. Desde Tom Peters (Embrace Failure) hasta Paul Arden (It’s wrong to be right. It’s right to be wrong) todos nos hablan sobre
lo mucho que conviene equivocarse antes de acertar. Pero claro, para eso son
gurús. Para decirle a uno lo que debería estar haciendo en vez de lo que no
tiene más remedio que hacer.
A mí lo que más me preocupa es que en medio de todo esto no reparemos en la
belleza del error, la estética de una buena crisis, el innegable valor de un
«por aquí no es». Es fácil equivocarse, sí, pero mucho más fácil es equivocarse
sobre qué significa equivocarse.
Equivocarse no es hacerlo mal a conciencia. Es más bien tomar un riesgo y
sufrir su no-éxito. Equivocarse no es ser ineficiente. Es más bien sufrir el
no-yo, ese reverso oscuro, ése en el que nunca pensamos, pero que es tan
nuestro como nuestras propias lágrimas. Equivocarse no es ser imbécil. Es más
bien empezar a serlo un poco menos.
Equivocarse no es romper: eso es quedarse con media copla. Equivocarse
implica romper, cortarse, sufrir, mirar, reflexionar, curarse, y tener la
oportunidad de volver a construir algo nuevo que sea mejor que lo anterior. Si
se parece a algo, equivocarse es tener la oportunidad de aprender.
Por extensión, no equivocarse sólo significa que probablemente había mucho
más margen en el riesgo asumido. Que enhorabuena, pero quizá podrías haber ido
un poco más allá. Que de puta madre, pero a lo mejor te has quedado corto. En
cierta manera, no equivocarse conlleva la incómoda y perdurable idea de que en
el fondo igual te has equivocado un poco. Y encima, como te sientes tan
contento, que ni reflexión ni hostias, sigues palante con esos ojos en blanco
tan característicos del triunfador.
Otra vez. Sí. Ya acabo. El triunfo atonta.
Y es que sólo cuando triunfas estás en disposición de cometer tu peor
error. El mayor fracaso del mundo civilizado. El que viene después de cualquier
éxito.
Creerte que lo puedes repetir.
100
COSAS QUE AÚN NO HE HECHO Y QUE —ALGÚN DÍA— TENGO QUE HACER
1. morirme.
2. agonizar cagándome de risa.
3. cumplir la centuria con muchos más proyectos que recuerdos.
4. irme de farra con mi nieto menor.
5. hundir mi imperio a base de donativos.
6. asistir a la boda de mi tercera ex mujer.
7. hacerlo como padrino.
8. ser el cliente 999 999.
9. haberme colado al 1 000 000.
10. ver una película en el cine sin ese ruidito de palomitas.
11. conocer a la señora que está contratada para ir comentando la peli
desde la fila de atrás.
12. presentarle a la que está contratada para poner la hoja de lechuga en
el carrito del súper.
13. salir en la CNN como experto en algo muy complicado.
14. devolver el cambio cuando se han equivocado a mi favor.
15. cantar otro bis sólo porque me insisten.
16. cruzar en verde.
17. ponerme rojo.
18. casarme por dinero.
19. divorciarme por amor.
20. creer en Dios, Buda, Elvis o similar.
21. un crucigrama entero.
22. un sudoku en números romanos.
23. una paella mixta.
24. un brindis por el reencuentro.
25. un polvo por los viejos tiempos.
26. avisar de verdad cuando me voy a correr.
27. testificar en una trama de corrupción que no se resuelva nunca.
28. salvar una vida.
29. desear una muerte.
30. plantar un hijo.
31. tener un libro.
32. escribir un árbol.
33. comerme las uñas mientras me comen la polla.
34. doblar una película porno.
35. doblarla en el papel de Samantha.
36. autorizar una hipoteca a 50 años.
37. atentar contra la moral del pueblo.
38. y que le dé igual a la ciudad.
39. un «simpa» en un hospital.
40. un siete en un campo de golf.
41. un birdie en una mesa de
billar.
42. un plato de pasta al dente
43. madurar.
44. invertir.
45. desgravar.
46. desencofrar.
47. entender qué coño significa cualquiera de esas palabras.
48. prevenir antes que curar.
49. pensar antes de hablar.
50. acabar lo que yo empecé antes de que empiece a acabar conmigo.
51. viajar alrededor de alguien.
52. regresar por el otro lado del mundo.
53. acordarme de olvidar.
54. concentrarme en ser espontáneo.
55. planificar por casualidad.
56. ligar sin abrir la boca.
57. abrirla y saber cuándo cerrarla.
58. un trío, sí, un trío (hecho
mientras escribía este libro).
59. una orgía, si puede ser en otro día diferente al trío, mejor, si no,
también.
60. rechazar una oferta de matrimonio con otro hombre.
61. comerle la oreja a una camarera del Mondrian de Los Ángeles mientras le
pide a sus colegas que nos suban el Champions Breakfast.
62. ganar un Emmy por una serie que en realidad no sea mía, pero sólo lo
sepa yo.
63. arrepentirme de lo que hice, jamás de lo que dejé de hacer.
64. no arrepentirme, qué coño.
65. hacerme pasar por alguien a quien han venido a buscar al aeropuerto.
66. discutir sobre el color de las cortinas del cuarto de invitados.
67. tener una charla con mi futuro yerno sobre sus intenciones.
68. denunciar a mi estilista por acoso sexual cuando me aplica el masaje
capilar.
69. fulminar un récord la primera vez que lo intento.
70. hostiarme con el alcaide por el color de las celdas.
71. calumniar a un paparazzi
72. vender la exclusiva.
73. y luego vender la exclusiva en la que digo que la anterior exclusiva no
era exclusiva, pero sí exclúyeme.
74. salir de dudas.
75. entrar en barrena.
76. subir al cielo.
77. bajar de la parra.
78. acabar lo que se daba.
79. apagar y ver si nos vamos.
80. ponerle manguitos a la economía sumergida.
81. levantar la mano cuando el cura diga que hable ahora o que calle para
siempre.
82. hacer reír a mi madre una vez al día.
83. descubrir en un día tonto la cura contra el cáncer, contra el sida y
contra Bush.
84. comprobar si en el espacio sideral también nos salen mocos.
85. sacarle cera de las orejas de goma al Dr. Spok en el acto inaugural del
Congreso Internacional de Trekkies.
86. tapar con aironfix un agujero de ozono.
87. pincharle el teléfono a un obispo.
88. publicar el diario de mi cuñada.
89. filmarle las corridas a un torero.
90. listo en un atraco.
91. tonto en una negociación de paz.
92. alegría de la huerta en un entierro.
93. patearme el plan de pensiones en una pensión.
94. esconderme en pelotas en una cornisa.
95. treinta y tres revoluciones por minuto.
96. mil euros la hora.
97. un pleno al 15 en esa quiniela que lavé con la camisa.
98. una estrofa a la que no le haga falta canción.
99. un poema al que no le haga falta rima.
100. y ya puestos, por una sola vez, sólo por casualidad y sin que sirva de
precedente, entender a las mujeres.
«LORENA»
(EL ÁLBUM)
Acabo de recibir su primer producto. Y no lo voy a escuchar. Su música
ahora es lo que menos me preocupa. La flamante ganadora de Operación Triunfo 2006 se merece mucho más que una opinión musical.
Primero, como ya os dije, porque estoy harto ya de hablar de estos chavales y
de cómo cantan. Lo hice durante 4 meses y no voy a hacerlo más. A riesgo de
decepcionar, no voy a responder a ningún ánimo provocador ni persecutorio y
menos aún con alguien como Lorena, que ha demostrado sobradamente su valía
sobreviviendo al programa, al público, al jurado y, por qué no decirlo, a mí
mismo. Además, ya tendrá tiempo de recibir críticas musicales sobre este disco,
de las buenas que lo pondrán mal (prensa especializada), de las malas que lo
pondrán bien y de las regulares que no se sabe (todas las demás).
Como veo que hay algunos muy lentitos, y puesto que mi intención dista
mucho de querer levantar ampollas, voy a ser tan cuidadoso como la decencia, mi
paciencia y la profesionalidad que Dios me ha dado me lo permitan. Y a partir
de ahí, el que se moleste, que se desmoleste como pueda. Igual que siempre,
vaya.
En un momento en el que la industria está más tocada que nunca porque hay
gente a la que le da por bajarse música sin pagar, o sea, robada, cada vez se
le tiene que dar más importancia a todo lo que envuelve al producto, lo que
arropa a la música, la define y la acompaña. Por supuesto que los discos tienen
que sonar bien, faltaría más, pero hoy día sirve de muy poco que tengan buenos
temas o incluso que funcionen en la radio, si a su vez no llaman la atención
desde la portada, si no tienen una buena promo, si no pueden contar una
historia detrás o si no se les da un packaging
lo suficientemente atractivo como para que la gente quiera tenerlo.
Y lo tienen que comprar no sólo los fans que ya lo pensaban hacer, ésos ya
están fidelizados, sino que también deberán fijarse en él, por un lado,
aquellos consumidores que jamás se habrían planteado adquirir un disco de ese
artista, y por el otro, los que ya lo han oído, pero quieren coleccionarlo.
El medio es el mensaje, como dijo un tipo que sabía mucho más que yo, y el
medio, en este caso, es un trozo de plástico circular con música en formato
digital dentro de una carcasa rectangular entre portada y contraportada y
librito interior. Un CD que ya está en miles de estanterías de miles de tiendas
off y online, esperando a que algún
incauto dé el primer paso, que es prestarse a escucharlo. Del segundo paso, que
consiste en que ese mismo consumidor decida dejarse unos eurillos y se olvide
de «conseguirlo» de otra manera, ya se ocuparán Sony y Queco, su discográfica y
su productor, respectivamente, que de eso ya me imagino que saben.
Empiezo por el título. El primer disco de Lorena se llama… Lorena. Ante tal alarde de creatividad
me sobrevienen dos preguntas. La primera, dónde estaba el creativo el día que
se decidió el título. La segunda, cuál era el miedo. Miedo a que no la
reconozcan, quizá. Miedo a que la gente confunda título con nombre de la
artista. Miedo a no destacar demasiado el uno sobre el otro. De todos modos,
usando el nombre del artista como título del CD, lo primero que pienso es
«disco de versiones». Quizá sea cierto en este caso (porque ya os he dicho que
no lo iba a escuchar), pero incluso así, me cuesta ver a la flamante ganadora
de OT 2006 como cantante de
versiones. Me cuesta sobre todo porque intuyo el estigma karaoke planeando
peligrosamente sobre la cabeza de una chica muy joven con mucho más talento del
que aún le han dejado demostrar.
Sigo por el diseño: de nuevo muy poco riesgo. Tipografía light (¿intento de logo?), bandita rosa,
y foto en portada seudosensual con mirada de mala contra fondo de lo más ñoño.
Sustituye la foto de Lorena por la de Soraya, y te funciona igual. Sustitúyela
por la de Ainoa, y lo mismo. Y así con cualquiera de las triunfitas, salvo
aquéllas que hayan hecho carrera a golpe de personalidad. Me cuesta ver dónde
está la personalidad de Lorena. Dónde esa fuerza, esa alegría, esa extroversión
que tanto le costó sacar, y que cuando lo hizo nos dejó a todos con la boca
abierta, y a mí, sin palabras. Es la prueba infalible del brand character, cuando tapas el nombre, si podrías poner a
cualquier persona, eso es que el diseño de producto no es correcto.
Para terminar, le doy la vuelta al CD. Leo (no el Segarra, sino el verbo)
los títulos de los temas, seis en inglés, otros tantos en castellano, y de
nuevo me surgen dos preguntas. La primera, qué tendrán en común un «Bohemian
Rhapsody» con un «Man I feel like a woman» o con una tal «Mírala, míralo». La
segunda, más preocupante, dónde coloco a Lorena. Imaginaos una tienda, con sus
secciones de pop, rock, R’n’B, clásica, dance, hip-hop, etc. Han pasado diez
años desde este primer disco. Ahora os doy la discografía entera de Lorena.
Dónde la colocaríais. Si no podéis responder antes de parpadear, eso es que
tenemos un problema con lo que en comunicación se llama posicionamiento. Dicho
de otro modo, con este disco no sé si estamos ayudando demasiado a Lorena a definirse
en el mapa de percepción del consumidor. Y eso, hoy, con el primer disco
calentito y miles de fans aguardando su salida, igual no es un problema. Pero
esperad a que salga la siguiente hornada de triunfitos, el desvío lógico de
atención mediática hacia ellos, la inevitable infidelidad de muchos fans, el
siguiente disco de Lorena (con suerte), esperad a todo eso, y decidme a la cara
si con este disco a Lorena le estamos haciendo un favor… o un epitafio.
OPINIÓN
PRIMAVERA-VERANO
Primavera disfrazada de invierno, XI Semana de la Moda en Gasteiz, conviene
ir desempolvando los armarios de la opinión pública con posturas positivas,
frescas y desenfadadas, más propias de los tiempos tan lógicos y coherentes en
los que nos ha tocado vivir.
Se lleva un hombre sensible pero seguro de sí mismo, amante de manifestarse
los fines de semana y de la crispación bien entallada, que es la que sale por
televisión, porque la otra, como nadie la ve, no existe y resulta una lastimosa
pérdida de tiempo, saliva, mala leche y energía. Un hombre que desempeña su
profesión desde cualquier sitio menos desde el lugar que se le supone. El
político ya no trabaja el parlamento, sino la calle, y no necesariamente desde
una esquina. El médico protagoniza series, el locutor vomita política, el
alcalde juega al Monopoly y algún
obispo se suelta la sotana para meterse a político, tertuliano, o si me apuras,
marchante de arte moderno. Sí, un publicitario que hace de publicista, también.
La mujer no se queda atrás, y consciente de su desigualdad salarial,
laboral y desgraciadamente real en temas como la violencia de género, la
conciliación de una vida personal con un trabajo digno o el putrefacto machismo
oculto bajo el felpudo de la tradición, decide ignorar esas fútiles bagatelas y
entra por fin con paso firme y decidido en el siglo XXI. Es ella ahora la que
toma la iniciativa y se interesa por aquellas cuestiones que realmente se
supone que le tienen que interesar, como son la anorexia de las modelos, las
arrugas a partir de los 30, las pequeñas pérdidas a los 50 y que todos los
discursos empiecen siempre con un «ciudadanos y ciudadanas».
En política internacional se lleva llamar «bajas» a los muertos,
«intervenciones» a las invasiones, «conflictos» a las guerras, y mencionar sólo
aquellos casos que más le interesan a quienes le interesan (Afganistán, Irak,
Irán), a la vez que ignoramos, desconocemos e incluso menospreciamos los que no
interesa que interesen (Sudán, Guantánamo, Somalia, Costa de Marfil, Liberia,
Congo), que no son nada tendencia.
Y en materia de medio ambiente, tema que está súper in, lo último de lo último es estar preocupadísimos por el
calentamiento global, ver la película barra documental barra campaña electoral
de un ex candidato a Alcaide del Planeta, mientras crece la basura per cápita,
dejamos abierta el agua y la luz (el gas no, porque tiene la incómoda cualidad
de explotar) y renovamos nuestro coche cada tres años por uno que corra más de
lo mucho que consume, aunque digamos, eso sí, que es sólo para adelantar en
subida.
Por último, si nada de todo esto le cabe en el armario de la conciencia y
usted teme quedarse out, no se
preocupe, siempre puede apuntarse a la corriente de opinión prét-á-porter. Rásguese las vestiduras
de tanto en tanto, déjese bien largas las envidias, lea cualquier panfleto que
tenga forma de periódico, escuche la radio que más le cabree y sobre todo,
sobre todo, nunca jamás se relaje. No vaya a ser que, en una de ésas, en un
despiste, se le ocurra vivir y dejar vivir.
CUENTOS
DE NADAS
Érase otra vez un viernes noche como el de hoy. Érase otra ciudad llena de
fiesta. Y puestos a serse, érase una manada de princesas con piercing bajo el tanga, recién y muy
salidas de sus torreones de 30 metros, custodiados de lunes a viernes por
dragones llamados Aula y Curro.
Decenas de miles de lobos feroces recorrían los bosques encantados de
conocerse, y dispuestos a liberar el pulgarcito que llevaban dentro, mientras
tres cerditos se quedaban en casas de papel higiénico esperando la hora mágica
en la que la tele se transformaba en un peep
show.
Eran tiempos convulsos. Las brujas malas iban de hadas madrinas, los peores
flautistas se hacían residentes, los ogros más idiotas custodiaban cualquier
cosa parecida a un garito, y las manzanas envenenadas tenían forma de vaso de
tubo y consecuencias de garrafón. El azul príncipe desteñía a un morado intruso
con la luz del amanecer, y los zapatos de cristal estaban ya disponibles para
cualquier talla, sexo y condición.
Todo empezaba a ser mucho menos colorín y mucho más colorado. Ellas juraban
que sólo salían para divertirse. Ellos jurarían lo que hiciese falta para no
acabar divirtiéndose solos.
Así las cosas, no nos debe extrañar nada que las más bellas fuesen
durmientes, que hubiese caperuzas de todos tamaños, colores y sabores, y que
las nieves no fuesen las únicas blancas ni las únicas nieves.
Ya nadie quería comer perdices. Tú sabes la de grasa que lleva eso. Mejor
una barrita a media mañana y una ensalada para cenar. Que luego había que
enfundarse el traje nuevo del Emporio Armani, Dolce Gabbana o Chanel de turno,
modernos Merlines al servicio de los mejores cisnes de quita y pon.
Mientras Hansel denunciaba a Gretel en prime
time por no compartir la rentable exclusiva de su incesto, el rey abdicaba
noche sí noche también en todo aquél que supiese pronunciar un «ábrete sésamo»,
un «estoy en la lista» o un «tengo copas gratis».
Había que aprovechar. Había que hacerlo. El lunes los jefes volverían a
croar desde sus apestosas charcas. Ese mismo lunes despertaríamos los demás y
nos convertiríamos en ratas, ratones y calabazas. Volveríamos a ser dignos de
nadie, con nuestras vidas de nada y nuestros sueños de nunca jamás.
Algunos, sólo algunos, lograrían algún mail
falso, los menos un teléfono borroso, y los más cuentistas, una noche para no
dormir.
El resto, bueno, el resto nos conformaríamos con sobrevivir a esas
historias de nunca empezar de las que hablaba el maestro Sabina, mientras
aguardábamos al siguiente milagro llamado viernes noche en el que, con suerte, ocurriría
de nuevo eso tan excepcional.
Volver a serse que se era.
SIEMPRE
BORDE ANTES QUE HIPÓCRITA
Madrid, sábado, 21 de abril de 2007.
Vamos a ver. Que empiezo a estar harto de tanta tontería. Desde el
principio, para que nadie se me pierda. OT
es un fenómeno de masas como producto televisivo. La audiencia es la que lo ha
consolidado en parrilla durante 5 temporadas. Un producto perfectamente
diseñado hasta el último milímetro para entretener al respetable durante dos
horas y media a la semana. Punto. Y aparte.
La gira. La gira no deja de ser las galas televisivas llevadas sobre un
escenario, para que esas familias que antes se entretenían desde el sofá de su
casa, ahora se dejen unos eurillos para entretenerse en un pabellón y ver una
parte del show en persona. Cada bolo
de la gira es una gala con público de pago. A partir de aquí, cualquier
conclusión sobre el arte, el talento, el duende o como quieras llamarlo, no
deja de ser una conjetura sobredimensionada propia de quinceañeras a las que
les cuesta ver la realidad tras sus hormonas.
Los chicos de OT lo saben mejor
que tú y que yo. Ésta es su última oportunidad de trabajar a lo grande antes de
la realidad de los escenarios pequeños, que es la que (a los que tengan mucha
suerte) les está esperando. Saben que un show
televisivo triunfa cuando tiene audiencia y recibe muchos sms. Saben también
que un artista no, que un artista triunfa cuando vende discos y llena estadios.
Conclusión, al menos de momento, programa de televisión 1, artista 0.
Y en Madrid, todo esto que parece tan obvio y que a algunos les cuesta
tanto ver, se demostró una vez más. Para empezar, dónde estaba ese público
incondicional que gritaba con ojos en blanco en las finales del programa
mientras enviaba sms a dos manos. Dónde está ahora. Yo no lo veo. Lo único que
veo es una plaza de toros que no está llena, con un público que no está
entregado y una energía que no encendería ni un mechero. Lo sabe cualquier
promotor. El éxito de un bolo está en la reventa. Si hay reventa, eso es que
revientas. Y en Madrid, lo único que me daba ganas de revender era algún que
otro CD que he escuchado últimamente; pero de eso ya hablaremos otro día.
Señoras y señores del respetable público de OT,
lo han demostrado, eran ustedes los que estaban interpretando un papel. Gracias
de parte de los chicos, que les creyeron cuando parecía que les apoyaban. El
público de Madrid no cruza la pasarela. Veremos Barcelona.
Y luego, bueno, el concierto, que ya me lo sé de memoria, discurrió con
incidencias de todo tipo, afortunadamente todas ajenas al talento de los
chavales. La mejor canción, un apagón de diez minutos que arrancó mi primer
aplauso en lo que va de gira.
Si no hubiese prometido que ya no hablaría de ellos, ahora comentaría cosas
como las emotivas desafinadas de Jorge, que demuestran lo que les he dicho
desde el principio, que no es necesario estar en la nota para enfervorizar.
También hablaría de ese movimiento gusano más gratuito que impactante al que
Moritz parece abonado en su «Satisfaction». El tropezón de Dani en «Yo no
quiero enamorarme», que no te me preocupes, Dani, mientras todos los tropezones
que sufras sean físicos, vamos bien, o la desconcentración de Lorena en «Como
yo te amo», que se dejó media letra de la segunda estrofa, son anécdotas que no
pasan de ahí. A lo mejor también diría que después de oírle cantar ayer se
confirma el gran futuro dejóse… como presentador. Tiembla, Jesús Vázquez, que
José también tiene trajes de comunión.
Aunque para acabar de buen rollo, dos cosas. Primero qué grandes músicos y
bailarines; te aseguro que si montan un show
de música y baile yo pagaré por verlos. Varias veces. Y segundo, que la
mejor de este bolo, sin duda alguna, Mercedes. Es lo que suele ocurrir cuando
no tienes la presión de ser el favorito ni el nativo ni el foco de atención,
pues te relajas y te entregas a lo que no hicieron los demás, comunicar,
transmitir, y en el mejor de los casos, emocionar. Y la verdad que a mí
Mercedes me cautivó cuando hay que cautivar, cuando menos te lo esperas.
Chicos ex alumnos de la academia, a vosotros se os agota el tiempo, y a mí
la paciencia. Ojalá me equivoque, pero creo que pronto otra generación os
relegará a casi todos a un olvido del que únicamente vosotros podréis salir a
golpe de talento, que no os falta a ninguno, pero sobre todo de trabajo, que ya
os voy avisando, a más de uno le va a faltar.
Mientras tanto, como ya os dije en Madrid tras el concierto, en mí tendréis
siempre a alguien que preferirá caeros mal que deciros mentiras, alguien que
preferirá ser respetable enemigo que amigo chupaculos, siempre borde antes que
hipócrita. Nos vemos en Barcelona.
AFORMISMO
Elegancia es dónde dices «basta».
ANTIAYUDA PARA SE(NTI)MENTALES
Ante todo, mucha humildad. Ellas eligen. Tú, con suerte, seleccionas entre
las que te hayan elegido.
Cada sonrisa le quita un prejuicio. Cada risa, una prenda. Y con cada
carcajada está deseando quitártela a ti.
Que su belleza sea directamente proporcional a tu interés por su amiga fea.
Stendhal: «Enamorarse de ella y hacerle la corte a su hermana».
En silencio pareces mucho más inteligente de lo que realmente eres.
Misteriorízate.
Tener sexo con ella es como saber si un día por la mañana hace sol. Lo
acabarás consiguiendo si eres capaz de no mirarlo fijamente.
No la aburras con la verdad. Piensa en ella como en tu curriculum, una hoja en blanco, inmaculada y tan receptiva como
dispuesta a creer tu vida en la versión de tu abuela.
Prodúcete ambicioso. No te vistas ni te arregles pensando en las mujeres
que has tenido, sino en las que quieres llegar a tener.
El movimiento multiplica o divide lo estático. Muévete como si estuvieses
mucho más bueno de lo que estás. Critícale con gracia. Métete con ella, pégale
caña. Que no se piense que no la has calao.
Hazle hablar. Que por cada minuto que tú hables, ella hable seis.
Quiérela siempre contra reembolso. Lo de dar sin esperar nada a cambio es
una mierda que funciona en las películas porque sólo duran 90 minutos.
Ella es sólo una más de tu impresionante historial. Que lo note, que lo
sepa sin que se lo tengas que decir. Provoca preguntas, evita vomitar
información no solicitada.
Los niños buenos hace rato que fueron sustituidos por gatitos o perritos
falderos, que cagan menos y acompañan más.
Dime cómo baila y te diré qué tal folla. Si no baila bien, huye. Aún estás
a tiempo.
Jugamos a un juego que se llama sorpresa. Mientras tú tengas oculto el
manual de instrucciones, ella jugará a lo que tú digas. En cuanto le develes
las reglas, se aburrirá.
No tienes prisa. Si no quedáis cuando tú dices, siempre tendrá que ser la
semana que viene.
Mejor un mensaje que una llamada. Mejor devolver una de cada dos llamadas.
Si ya ha habido sexo, una de cada tres.
Siempre en tu territorio. Su casa puede ser visitada por sorpresa por
incómodos compañeros de piso, novios, amantes o maridos.
En tu móvil, bajo la marcación rápida 1, el teléfono de una empresa de
desayunos a domicilio. En la 2, la empresa de taxis donde tienes cuenta
abierta, para devolverla a su casa sin moverte de tu cama.
Al final, una paja a tiempo es una victoria. Si durante los prolegómenos no
te convence, despídela con un pretexto de caballerosidad, no se pensaría que te
la ibas a calzar la primera noche, si ella no es de ésas, tú menos.
HABLANDO
DEL OLMO (II)
Querido paquistaní que vendes rosas a parejas normalmente ya consumadas.
Querido chino que salvas la compra del día a solteros, separados y adúlteros de
madrugada. Querido africano que despliegas en tu manta la verdadera lista de superventas
de este país.
Queridos tres millones y pico de documentados. Queridos muchos más sin
papeles que perder.
Hoy alguien se ha dado cuenta de que no sólo podéis vender rosas, CDs
piratas o productos del todo a cien.
Resulta que hoy, que sois tantos, se han dado cuenta de que también podéis
comprar. Podéis consumir, y eso puede ser maravilloso.
¿Os suena el Marketing Étnico?
Da igual si no os suena, alguien lo ha definido así en un diario. No lo
veáis como un intento por sacaros el poco dinero que os pagamos. Miradlo como
el primer paso para que algún día nos importéis.
Olvidaos ya de las remesas. Convertirse en consumidor, ése es el primer
paso para ser alguien en este país. Te venden algo, luego existes.
Llama a los tuyos, acercaos al súper, comprad como si estuviérais en casa,
consumid aquí todo lo que echáis de menos de allá. Que la distancia entre
inmigrante y extranjero es la misma que hay entre vendedor por necesidad y
comprador por publicidad.
Bienvenidos a España, un país donde vosotros, junto al paro, al terrorismo
y la vivienda, ocupáis siempre los primeros puestos entre las principales
preocupaciones de los ciudadanos de a pie. Lo veis. Qué majos somos, tanto nos
preocupa vuestro bienestar que queremos veros felices a la manera que entendemos
nosotros la felicidad. Haciendo uso de la Visa.
Igual así, a golpe de talonario, nos sobreviene una dosis de integración y
llegamos a ver algún día en el parlamento a un presidente con ascendente
marroquí que replica a un secretario general con rasgos ecuatorianos sobre ese
ministro de padres colombianos que augura un buen futuro al principal banco
español dirigido por una importante familia rumana.
Buenos días, inmigrantes, muy buenos días y mala leche.
QUE
HACE UNA PERSONA COMO TÚ EN UN PROGRAMA COMO ÉSTE
Alfons Cornelia es un genio despistado y modesto, pero genio al fin y al
cabo. Una persona capaz de ver las cosas que hay detrás de las cosas, de
fijarse en lo que nadie se fija, y de sacar en pocas horas análisis y
conclusiones que al resto de los mortales nos hubiera costado varias vidas.
El típico tío que si hubiese nacido en EE UU, hoy estaría dando
conferencias por todo el mundo junto a Gore, Clinton, Mandela, Kotler y Peters.
Pero como ha nacido en un país de avariciosas influencias, envidia mediocre y
visión entornada, tan sólo da algunas charlas en algunos consejos de
administración, y su empresa, Infonomía, no deja de ser su brazo armado, la
extensión material de sus visiones, a menudo tan acertadas en el fondo como
incomprendidas en la forma.
Alfons me dio clases en la universidad. No recuerdo muy bien de qué. Lo que
sí recuerdo es que era de las pocas clases que procuraba no saltarme. Con el
tiempo, seguimos en contacto, nos hicimos amigos y hasta escribí durante un
tiempo un blog en su página
(hayquejoderse) cuando los blogs aún
no se llamaban blogs, y los lectores
se imprimían las páginas para leérselas.
Un día, Alfons me invitó a participar en su Next, evento en el que varios
profesionales exponen por dónde creen que irán los tiros en los próximos doce
meses. Ese año eran las 10 primaveras de Infonomía, y el Next se celebraría en
el Palau de la Música Catalana, uno de los espacios más especiales,
emblemáticos y mágicos de Barcelona.
Yo acababa de volver de Miami, donde había estado viviendo una temporada
para montar una pequeña productora e intentar vender mi primera serie de TV.
Por eso le dije que quizá no era yo la mejor persona para salir ahí, delante de
la flor y nata del empresariado del país, a enseñarle nada a nadie. Pero, aun
así, Alfons insistió en que participase en el evento para explicar mi
experiencia.
En ese momento, en Google, no creo que hubiese más de 30 referencias que
respondiesen a «Risto Mejide».
Llegó el día, salí, vi… e hice lo que pude… bastante mal, pa qué te voy a
engañar. No sé si me intimidó el local, la audiencia hasta la bandera, la
presencia del President de la Generalitat o que el día anterior hubiese estado
tocando Tomatito sobre esas mismas tablas. Pero la verdad que hice el pena.
Alfons me juró que le había encantado, hubo gente que hasta me felicitó y todo
eso, pero cuando uno sabe hasta dónde puede dar y lo que llega a dar, sabe
cuándo está bien y cuándo mejor se hubiese quedado en casa.
El caso es que después de esa ponencia en Google había unas 300 referencias
bajo mi nombre, algunos vídeos sobre el evento, y varios blogs que hablaban de lo acertada o desacertada que según varias
opiniones había estado mi intervención.
Todo estaba listo para que, unas semanas más tarde, me llamase Alfons de
nuevo, esta vez para decirme que le habían propuesto salir en un concurso de
televisión sobre inventos e inventores para hacer de jurado. Él, tímido (o
prudente) hasta decir basta, había dicho que no; pero, según me dijo, había
dado mi nombre. Me dijo que si me interesaba me llamaría un tal Tinet Rubira.
Creo que Tinet me llamó ese mismo día. Había visto los links de Google, y le parecía que yo daba el perfil para juzgar
inventos en un show de televisión. El
jurado ya estaba formado por Manuel Matellán, presidente del Club de
Inventores; Pilar Jericó, ilustre escritora especializada en temas de empresa,
y Gabriel Cerdá, empresario de éxito e ingeniero industrial. Tenía todo el
sentido del mundo: alguien del mundo del marketing
evaluando la viabilidad de los inventos en el mercado.
Lo que no tenía ningún sentido es que ese «experto» en marketing fuese yo (meses más tarde me enteraría de que antes que a
mí intentaron fichar a una mujer mucho más adecuada, con mucha más experiencia,
pero ésta también había declinado la invitación). En definitiva, que quería
verme, explicarme de qué iba el programa, y ver si nos encajábamos mutuamente.
Nos vimos, y vaya si encajamos. Tinet es una de las personas más
brillantes, rápidas, divertidas e intuitivas que habré conocido en el mundo de
la televisión. Un tío increíblemente sencillo pero rápido como pocos a la hora
de evaluar situaciones y tomar decisiones al respecto. Además, es tremendamente
familiar y muy poco dado a la tontería mediática, con lo cual a uno le da la
sensación de que siempre tiene la cabeza donde la tiene que tener.
Recuerdo estar en su despacho, sentado a su lado, mirando unos vídeos del
programa en su versión americana y preguntándome si me veía haciendo eso o no.
Yo le dije que por qué no, pero que yo no me veía con guión; yo lo haría si me
dejaba decir lo que yo pensara, sin más guión que el que me dictase mi
inconsciencia. Había que probarlo, y eso decidimos hacer.
Corte a Bilbao, cualquier día de mayo, cayendo la de Dios. Primer día de
casting, en el BEC. Yo era el único miembro del jurado que no había llegado a
Bilbao la noche anterior porque había tenido una fiesta de cumpleaños, y si le
añadimos que esa mañana tuve que madrugar para coger el avión, se entenderá que
fuese muerto de sueño por los pasillos antes de empezar el rodaje. Recuerdo
llegar al plató, y al entrar, Tinet preguntándome «¿Así vas a salir? ¿No te
quieres afeitar y quitarte las gafas de sol?». Yo con aparente seguridad le
respondí que no. Se encogió de hombros, y como no insistió, así fuimos.
Tres días, doce horas diarias, juzgando a trescientos inventores. Se dice
rápido. Se lleva mal. Todos con su rollo inicial, todos con su estrategia de
venta, todos con su explicación, todos con su demo, todos con su turno de
preguntas, todos con su evaluación. Al principio, los cuatro miembros del
jurado fuimos tremendamente considerados y generosos con el tiempo, con las
preguntas, con el invento, con el inventor. Pero cuando ves que llevas tres
horas y diez inventores y aún te faltan noventa para completar el día de hoy,
empiezas a ser más expeditivo. Mucho más expeditivo.
No fue sólo que alguien sacase un cronómetro para no extendernos. Fue
además la sensación de que lo que estábamos haciendo tenía que servir para
algo.
Recuerdo varios ejemplos de inventores mayores que vinieron con artilugios
que ya estaban inventados, cosas que llevaban ya tiempo en el mercado, que
hasta seguramente alguno lo tengas tú en casa. Ellos se pensaban que eran
únicos y novedosos por el mero hecho de que les habían aceptado la patente.
Pero había que decirles que eso ya existía. Que el hecho de que les hubieran
aceptado la patente no era ninguna garantía. Que dejaran de gastar su tiempo y
su dinero en algo que les estaba arruinando. Que dejaran de rehipotecar su
casa. Que dejaran de quitarle ese dinero a su familia y a sus hijos.
Normalmente eran personas mayores, que estaban invirtiendo lo que no tenían
en algo sin ningún futuro; no era gente que tuviese toda la vida por delante
para equivocarse y volver a empezar, alguien tenía que parar esa locura.
Y así, de ese modo, empecé a creerme que lo que hiciese en ese programa
serviría para algo. Aunque sólo fuese arrojar luz sobre un hecho, que igual era
yo el equivocado; pero al menos el hecho de hacer que se plantearan si no era
tiempo de parar, igual era positivo.
Además, Pilar hacía un papel que compensaba y complementaba perfectamente:
ella era la afable, la considerada, la amable, la que enjabonaba a los
concursantes y les daba esperanza, mientras que Manuel y Gabriel ejercían como
cuerpo aséptico del jurado, técnico, analítico y profesional, con lo cual yo
pude dedicarme exclusivamente a ser el Pepito Grillo de los inventores en su
versión más cáustica y realista, sin perjuicio de sentir que estábamos haciendo
algo por su bien.
Los días siguieron, mi humor se puso de punta, la química entre el jurado
funcionó como nadie esperaba, y al final tuvimos un casting lleno de momentos memorables.
Aun así, el programa no funcionó. Ni una mísera gala. Al día siguiente de
la primera emisión, mientras conducía hacia la agencia, me llegó un sms de Adan
Bonet, otro crack de la casa,
diciéndome que no habíamos llegado al 16% de share, imperdonable en cualquier estreno a nivel nacional. Y a los
pocos días, la predecible llamada de Tinet. Habían cancelado el programa.
En fin, ya está, pensé; una buena experiencia. Algo que contar a los
nietos. Yo, una vez, salí en televisión sin necesidad de desnudarme.
Pasaron los meses y pasó el verano. Yo volé a Los Ángeles y a San Francisco
y a Nueva York para vivir varias novelas de amor y desamor; pero ésa es otra
historia.
El caso es que a finales de septiembre, Tinet me volvió a llamar. Había
estado hablando con los jefes, y quería que fuese jurado en el programa
estrella de la casa: Operación Triunfo.
A ver, en un concurso de inventos, igual tiene sentido tener a un creativo
publicitario, por aquello de que el invento tiene que partir de una idea
creativa, y la idea creativa debería partir de una necesidad real, exactamente
igual que un anuncio. Pero en un concurso de cantantes, un concurso de un tipo
de música que no era precisamente de mi agrado, un concurso al que yo había
prestado poca o más bien nula atención…
Si aceptaba, estaba claro que sería bajo la misma condición, mi único
guionista sería mi propia inconsciencia.
Y ésta, aun antes de que yo respondiese, ya había tomado una decisión.
Empezamos un 8 de octubre.
LETRA
HUÉRFANA DE NOTAS
Ella no calla. Ella silencia.
Ella no habla. Ella entona.
Ella no escucha. Ella te espera al final de cada frase. Por ejemplo, aquí.
Los verbos dejan de predicar cuando ella los usa.
Y una vez usados, ya no vuelven a ser acción, sino homenaje.
No es mujer. Es estado de ánimo.
Intentar describirla no es narración, sino terapia.
Ella jamás cambió de opinión. Fue el universo el que estaba a por uvas.
Ella no mira. Ella toca con esos ojazos que Dios le ha dao.
Y si decide tocarte, ya puedes intentar mantenerte ateo.
Que si ella está, las cosas son.
Y si no está, sólo hacen de punto. Y. Seguido. Entre. Tantos. Espacios.
Ella no te sonríe. Ella te dedica su boca.
Ella no te abraza. Ella te arroja a sus brazos.
Y tampoco te besa. En todo caso, te arropa en sus labios.
A ella no le expliques lo que es volver, porque ella siempre va.
No le hace falta que lo entiendas.
Ni que lo comprendas.
Ni tan siquiera que lo compartas.
Ella no espera nada de ti. No desesperes nada de ella.
Porque ella jamás se apunta. En todo caso, se enrola. Se embarca. Se lía.
No le pidas medias tintas, porque fue ella quien se bebió el tintero.
No le sigas la corriente, porque acabarás luchando solo contra los dos.
Y cuanto más te acostumbres, peor será el olvido.
Ella no camina. Ella mueve el mundo con sus pies.
Y cuando lo hace, o te apartas, o te aplastas.
Huye del compromiso porque sabe comprometerse.
Huye de las cadenas porque sabe cómo encadenarse.
Y huye de lo que le persigue porque prefiere perseguir lo que le rehuye.
Ella ni es verdad ni es mentira, tontería tratar de meterla en un
diccionario.
Si la respuesta es ella, cualquiera pudo haber sido la pregunta.
Y si ella fue la pregunta, respondas lo que respondas, te equivocas.
Ella no es modelo porque modelo es algo que puede imitarse.
Podría ser tu madre sólo por aquello de que madre no hay más que una.
Y puta también porque a veces no sólo te cobra en especias.
Pero no es amiga, porque amigos ya tiene y dicen que muy maltratados.
Tampoco le cabe lo de princesa, y no porque no sea de su talla.
Para confiar en ella hay que empezar por desconfiar en uno mismo.
Quererse poco, flojito, de lado y sin querer.
Cenarse la esperanza y beberse de un trago los nunca más.
Volverse un nadie cualquiera.
Borrarse la cara de vergüenza.
Y bajarse el orgullo hasta los tobillos.
Algún día, si sufres de suerte, puede que te encuentres con ella.
Que te ame a cobro revertido.
Que te deje contra reembolso.
Que te olvide sin remitente.
Si lo hace, por favor, dale las gracias.
De mi parte, sí.
Dile que la he podido olvidar hasta donde se me ha roto el recuerdo.
Que la estuve recordando hasta que me agoté de olvido.
Mientras tú se lo dices yo te espero aquí, sentado en esta nada.
En este dolo.
En esta fe.
En este antes disfrazado de después.
Ah, y no te preocupes.
Te guardaré las lágrimas que necesites.
Seguro que aún me sobran para los dos.
TÚ
MÓVIL, YO CHITA
Se llama escritura asistida o diccionario, y es un sistema que en teoría
incorporan la mayoría de móviles para facilitar la redacción de un sms. Por lo
visto, pulsando las teclas tan sólo una vez por cada letra, el móvil te propone
las palabras que encajan con esas teclas y así redactas más rápida y
eficazmente lo que quisieras escribir.
Será para los demás. Yo, desde que lo tengo activo, tardo una eternidad en
redactar cada sms. Y no porque el sistema no sea rápido, que lo es, sino porque
siempre me quedo colgado tratando de descifrar qué me estará queriendo decir.
Todo empezó un día que quise enviar muchos «besos», y la escritura asistida,
o mi móvil, que viene a ser el mismo ente, escribió muchos «ceros» como primera
opción.
Yo, cuando se trata de repasos, siempre he preferido que me los den antes
que darlos, así que, sin darme cuenta y sin repasar nada, apreté el botón de
enviar. Y allí viajaron mis generosos ceros de amor para todo el mundo.
Demasiado tarde. Luego vete tú a explicar a todos los remitentes que donde vean
un cero pongan un beso. Peor la cura que la enfermedad.
Pocos días después tenía que enviar un cariñoso «Love», y esta vez me quedé
expectante a ver qué se me sugería. No podía ser de otra manera. Yo escribí
«Love», y como primera opción mi móvil puso «Lote». Será que los móviles
también acaban pareciéndose a sus dueños.
A partir de ahí, y hasta hoy día, el diálogo no ha cesado entre mi móvil y
yo. Más bien al contrario, no ha hecho más que aumentar.
Ahora, cuando quiero hablar de una «agencia», mi móvil prefiere hablar de
«ciencia»; después de escribir «solo», mi móvil se pone «rojo», y he
descubierto que debe tener su punto misógino, pues siempre que le hablo de una
«rubia» se empeña en llamarla primero «sucia».
Yo no sé en el tuyo, pero en el mío toda «cita» está pasada por «agua», y
antes de «intentar» hay que «inventar». Detrás de «malo» siempre viene «majo»,
un simple «bloc» acaba teniendo «alma», el «calor» acaba afectando a los
«bajos», y a la larga, «cariño» está muy cerca de «casino». Quizá por eso
cuando propongo «juego» me responde «luego».
Aunque la mejor, como siempre, acaba siendo la más simple. Cuando escribo
«amor», la primera opción que aparece siempre es «años». Antes de llegar al
amor, los años.
Es como si mi móvil, la escritura asistida y la tecnología en general
quisieran decirnos algo.
Pero qué.
PERDÓN
Barcelona, sábado, 28 de abril de 2007.
Como nadie lo está haciendo, lo voy a tener que hacer yo. Espera, que me
desabrocho el ego y me lo bajo hasta los tobillos. Allá voy. De parte de todos
los chicos, perdón, Mick Jagger. Perdón, Elton John. Perdón, Donna Summer. Lo
siento, Doobie Brothers. Lo siento mucho, Elvis. Y Mecano. Y James Brown. Y
Lionel Richie. Y Duncan Dhu. Y Ronald Bell.
Y Loquillo. Y The Beatles. Perdón a más de cuarenta músicos y compositores
de toda la vida. Perdonadles porque no saben lo que hacen. Y si lo saben, me
consta que lo están haciendo con la mejor intención. La idea de los triunfitos
no era destrozar los temas originales, descafeinarlos y servirlos en bandejitas
de plástico con su bebida y sus patatitas fritas, sino más bien presentarse
ante un público demasiado joven como para conoceros, con un repertorio lo más
digno posible. Duele a los que tenemos la suerte o la cultura de conocer las
canciones originales. Duele a los oídos hasta decir basta. Pero de alguna forma
tenían que empezar los chavales.
Esta vez, Barcelona. Esta vez, nada más y nada menos que el Palau Sant
Jordi. Qué pereza. Si no me pagasen lo que me pagan, de verdad que me quedaba
en casa. Pero bueno, al final siempre sale uno pensando que valdrá la pena. De
camino al Palau, como me sobra tiempo, decido darme una vuelta por las calles
del centro. Busco algún cartel, algún póster, cualquier indicación publicitaria
barra promocional que me indique dónde y cuándo es el concierto de hoy. Nada.
Absolutamente nada. Mira que llevo en la ciudad toda la semana, y me he ido
fijando, pero no. Cómo es posible. Luego nos quejaremos de que no llenan. Si ya
la gira empezó tarde, para mi gusto demasiado desconectada del programa de
televisión, como mínimo lo que uno espera es el precalentamiento básico para
cada ciudad. Entiendo que intentemos jugar a la desestacionalización de un
producto eminentemente vacacional, pero para eso hay que invertir mucho dinero.
Acciones en radio, prensa y televisiones locales (sí, ya sé que hubo firmas de
discos), entrevistas en revistas de música y de tendencias, flyers informativos, pero, sobre todo,
empapelar la ciudad con la fecha y el lugar. Siento ser evidente, pero es el
abc de la promoción publicitaria. A mí que me perdonen, pero aquí la ciudad no
se ha enterado. Si llenamos será un milagro.
Y efectivamente, una vez en el Palau, no hay milagro. El concierto empieza
con la grada manchada y la pista a medio llenar. Si la semana pasada fue
Madrid, esta semana es Barcelona la que queda en evidencia. Afortunadamente,
esta vez el público se muestra mucho más caliente y dispuesto a rellenar los
huecos que no han sabido cubrir los publicistas del evento. Barcelona, por
poco, no está nominada.
Lo peor de este bolo, sin duda, el sonido. Agudos estridentes y graves
petadísimos, mezclas que sumergen voces, cuando no desaparecen entre tanto
follón, y un efecto rebote en todo el estadio que hace que no sepas si es que
ahora bailan, cantan o berrean.
Incluso así, igual me estaré acostumbrando, o me estaré haciendo mayor,
pero te aseguro que hoy hay cosas que me están gustando. El portentoso vozarrón
de Saray suena más convincente cuanto menos habla ella y más canta su voz,
Moritz se ahorra el movimiento gusano y provoca más «Satisfaction» (me debes
una), e incluso Ismael hace levantar más de una ceja con su salto final con
caída sobre rodillas en «Volverá». Cristina apunta más maneras que nunca, Jorge
luce como bailarín en «Vente pa Madrid», y Leo, bueno, Leo levanta todo el
estadio con «El ritmo del garaje» mientras a mí me hace mover hasta un pie.
Y ese Dani, de peluche a muñeco hinchable en sólo un gran gran gran
videoclip, pretende el nicho de la ambigüedad pop iniciado en España por
McNamara o Miguel Bosé y es el único que arranca aplausos 20 segundos antes de
acabar de cantar.
Algunas cosas siguen sin cambiar, como la maravillosa pronunciación de
Vanessa en «Hot Stuff», retitulado a partir de hoy «Jatchaff», los
desafinadísimos gritos seudoflamencos de Jorge y Mercedes en «Frío sin ti», o
el estilo Geyperman de José para
bailarlo todo (si no sabes lo que es un Geyperman,
lo buscas en la Wikipedia).
La ganadora, Lorena, aunque enamorase hasta a mi primita, para mí está cada
vez más aburrida y, ojo, más alejada de la realidad. Tú ya sabes por qué lo
digo, Lore. Lamentablemente, la falta de transmisión emocional a la hora de
cantar no se suple diciendo cosas bonitas en catalán.
En definitiva, lo que decía al principio, creo que para ser honestos
deberíamos pedir perdón a todos los grandes.
Y compensarles de alguna manera. No ya con los royalties, sino con algo más, no sé, un acto de contrición digno
del que ha estado echando durante seis meses cuarenta botes de Titanlux sobre
otros tantos picassos.
La semana que viene, Valencia.
Intentaré dormir pese a tanta emoción.
AUPA,
ENVIDIA
Presunta implicación de una famosa tonadillera en un caso de corrupción
urbanística con nombre de bota, y vuelve a ponerse en el calendario el último
encuentro entre dos ya viejos rivales en la liga de campeadores. Una vez más,
Envidia F.C. y U.D. Calumnia serán las encargadas de calzarle pulso y emoción a
la semanita para decidir cuál es verdaderamente el deporte rey en nuestro país.
La final está servida. El final, también.
En el derby de la vergüenza, los campos reglamentarios tienen forma de
plató, los violentos y radicales son los que llevan micrófono, los goles se los
meten continuamente al espectador, en el marcador sólo importan las audiencias,
los colegiados por no acabar no acabaron ni el colegio y las únicas primas son
las que hacen ver que lo moderan todo.
La verdad que cualquier pronóstico sobre el resultado es muy complicado. La
afición del Envidia F.C. se cuenta por millones de seguidores acumulados a lo
largo de muchos siglos en nuestro país, todos ellos fácilmente reconocibles si
realmente fuese tiña; pero, claro, al ser incolora, como que cuesta más
identificarlos. De todos modos, basta con pararse a escuchar y ahí sale más de
lo que uno quisiera oír.
Las ganas de que al otro le vaya mal, y cuanto más otro, peor. La necesidad
de que se arruine el rico, se encarcele al poderoso, se caiga el de arriba, se
aplaste el de abajo y se mate de un cáncer a todo el que parezca sano. Que el
que hace dinero es porque algo sucio oculta, porque a ver quién es el guapo que
gana tanto con un mísero sueldo. Éste porque ha copiado, ésta porque se ha
operado, aquél porque tiene un primo, y ésa, a ésa le duelen las rodillas de
tanto chupar.
Y ojo, no tropieces. Porque siempre habrá unos muchos esperando a hacerte
leña del árbol caído, y luego carbón, y luego una barbacoa y más tarde, aunque
ya hayan pasado veinte años, aún aprovecharlo para sacar papel de water y
limpiarse el culo haciendo periodismo de investigación que de tan serio y
riguroso igual van y exigen su Pulitzer.
Lamentablemente, junto al miedo, la envidia se consolida un año más como el
más poderoso motor de esta nuestra octava economía del mundo. Ojalá no me
equivoque.
Y digo ojalá porque enfrente siempre tendrá a su rival más peligroso. El
club del U.D. Calumnia hace tiempo que ha sustituido a los jueces, que como son
tan serios, hablan tan raro y actúan tan lentos, con algo habrá que saciar las
fauces del pueblo mientras tanto.
Aquí militan los que van más allá. Envidiar no sirve para nada si luego no
puedes materializar tu envidia en esa mentira que por rica, morbosa y verosímil
viaja de boca en boca como un herpes, destrozando de un plumazo cualquier
sonrisa, así como lo poco o mucho de prestigio que alguien se haya trabajado
durante años de talento, esfuerzo e ilusión.
No sé. Hoy me siento de los pocos que siguen esperando a lo que tengan que
decir los señores serios que hablan raro. Igual es porque me sigue costando ver
quién va a ganar. Igual es porque no me cuesta nada ver quién va a seguir
perdiendo.
TANTO
TEMES, TANTO VALES
Bienvenidos a los tiempos fáciles.
Pasen y mueran.
Si en algún momento estuvimos en los tiempos difíciles, si por un momento
te pareció que todo se podía comprar y vender, tiempos de desarrollo y
subdesarrollo, norte y sur, blanco y negro, ricos y pobres, malos y buenos, eso
ya no está, eso ya no va. Como ya te habrás percatado, hace rato que el juego
es otro.
En los tiempos fáciles, todos tenemos de todo, las marcas nos venden
problemas, las empresas nos permiten comprar esos problemas a cambio de nuestro
tiempo, cualquier sufrimiento no pasa de inconveniencia, la miseria concede
exclusivas, lo exclusivo está sólo al alcance de algunos miserables y la
pobreza, por no tener, no tiene ni longitud ni latitud.
Tiempos bobos, tiempos de ida, en los que siempre hay un botón para saltar
intro, uno para salvar y otro para deshacer, en los que el privilegio se
disfraza de costumbre y juega a crear reivindicaciones nuevas, absurdas e
inesperadas, no se vayan a pensar que estamos ya suficientemente anestesiados.
Y es que en estos tiempos idiotas hemos sustituido el dólar y el oro por
otra moneda de cambio muchísimo más poderosa y fácil de transferir. El miedo.
Tu miedo.
Naciones ricas y empresas libres han descubierto el negocio del miedo y eso
ya no tiene vuelta atrás. En los tiempos fáciles basta con tener miedo, y tu
vida, de pronto, cobra sentido. Ahí están, esperándote, tu canal de noticias
favorito, tu periódico gratuito, el alcalde de tu pueblo, tu fondo de
pensiones, tu lista de passwords, la
UE, la ONU, la UNESCO, la OMS, la OTAN, la CIA y cualquiera que exista por las
siglas de las siglas, para abastecerte 24 horas de remedios, curas, soluciones,
cuotas, primas, conspiraciones, epidemias, investigaciones, informes anuales y
demás paranoias que no harán sino justificar y alentar el miedo que ya tenías.
Si te fijas, los mayores negocios del último siglo se han sustentado en
esta materia, prima de primos. Compañías de seguros y crediticias, empresas de
seguridad, ejércitos nacionales y supranacionales, carreras espaciales, guerras
frías, templadas y calentitas, empresas de armamento, espionaje y hasta
monopolios de software y antivirus.
Maestros artesanos del miedo, expertos intermiediarios
que saben perfectamente cómo hacer que salgas bien acojonadito de casa.
Normalmente todos ellos te colocarán miedos sencillos, portátiles y
ligeros, fáciles de responder con un producto. Con qué lo voy a pagar. Cómo
llegaré a fin de mes. Qué van a pensar de mí. Cómo le digo que le pienso una
vez al año. Cómo le digo al mundo que me siento un triunfador. Cómo le
demuestro que le quiero con toda mi Visa. Miedos que siempre alguien nos podrá
decir cómo matarlos, aunque jamás sepamos de dónde vienen.
Tú tranquilo, relájate, pero no te nos despistes. No te nos vayas a asustar
solo por el camino, con algo que no habíamos previsto y que encima no podamos
controlar. Como qué voy a hacer con mi vida. Cómo puedo ser feliz de verdad.
Por qué últimamente no me enamoro. Y qué pasa si dejo el trabajo. O a mi mujer.
O a mi marido. O a los dos a la vez. O qué hago malvendiendo mi tiempo para
este desgraciado. O yo no necesito una hipoteca.
Hubo un tiempo en el que lo realmente revolucionario era no tener dinero.
Desprenderte de él, no necesitarlo, era el acto necesario para poder protestar,
disentir, cagarte en algo o en alguien. Pero en un mundo con miles de millones
de pobres que encima tienen la falta de clase de morirse de forma silenciosa,
discreta y estadística, quedarse sin blanca ya no tiene ningún valor, eso ya lo
hace cualquier muerto de hambre. En los tiempos fáciles lo que es realmente
peligroso para el sistema es no tener miedo. Alguien sin miedo es alguien
incómodo, sin posibilidad de control. Una rareza, una excepción que puede
llegar a hacer cualquier cosa inadecuada. Desde inmolarse en un mercado hasta
votar en blanco.
El valor está en lo que temes y el precio se fija según cuánto estés
dispuesto a pagar para dejar de tenerle miedo. Es así de sencillo. Así de
triste. Así de mal.
Por eso, cada vez estoy más convencido de que lo más bonito que puede
hacerse hoy día es confiar. Traer y dejarse llevar. Regalarse un pedacito de
fe. En un mundo en el que hasta los bebés tienen dudas sobre su propia
sexualidad, en un entorno en el que hay más adolescentes de 50 años que niñas
de su edad, cada vez creo más en que la virginidad del siglo XXI es la
inocencia. Mirarse a los miedos y decirse mutuamente, sabiendo lo que hay ahí
fuera, consciente de que todo es carne de razón, hoy voy a hacer el mayor acto
de romanticismo. Ir en contra de todo lo que me he jurado creer. Aunque sólo
sea porque eso es el romanticismo, alguien que te hace ser incoherente.
No creer que hay una forma correcta de ser feliz y otras muchas
incorrectas. Saberse vulnerable, saberse infiel, saberse débil, y aun así
querer construir un algo parecido a un refugio entre sólo dos, en medio de la
que está cayendo, sí. Decidirse a dejar el mando a distancia, profundizar en el
viaje del otro, divorciarse de la separación, enamorarse de estar enamorado y
trabajárselo como un trabajo.
Quizá también por eso hoy me he decidido a empezar por alguno de mis
miedos. El miedo a enamorarme, miedo a sentir, miedo a dejarme llevar, pero
también a que me deje, a que me maltrate, a que me devuelva de una vez todo lo
que les he hecho a las demás. A que me ignore, a que me diga adiós, a que me
vuelva loco o a que me haga soñar. Miedo a pensar en ella. Miedo a que ella no
piense en mí. A llamarla.
Señoras y señores, me temo que a partir de hoy he perdido el miedo al
rechazo, y también me temo que ahora seré menos rechazado que antes. En lo que
a ustedes se refiere, que sepan que sé que hoy baja mi cotización para ustedes
las grandes multinacionales multiempresariales; hoy ya no me darían un salario,
ni una hipoteca, ni un coche de empresa, ni un pase vip, ni un encargo, ni un proyecto, ni siquiera un triste alquiler.
Hoy estoy un poco más al margen que antes de mi propio miedo.
Señoras y señores, no inviertan más en mí, que hoy temo un poco menos.
50
RAZONES A BOTE PRONTO PARA SEGUIR USANDO CONDÓN
1. las enfermedades de transmisión sensual.
2. el precio de los pañales.
3. los lavabos de las escuelas públicas.
4. el bullying.
5. tus apellidos.
6. tus ojos, tu nariz, tu boca o cualquier cosa de la que no haya como para
estar orgulloso.
7. un discurso de George Bush.
8. la pantomima semestral del G8.
9. el calenta-mienten global.
10. el vecino que, cuando te ve entrar en el portal, se sube al ascensor
tan rápido como puede.
11. la ralladita que te hacen en el coche sin dejar más nota que la cara de
capullo que se te queda.
12. el corte de suministro eléctrico justo el día que acabas de llenar la
nevera.
13. la vecina gorda, maleducada y fea que ladra compulsivamente a las 9
a.m. de todos los sábados.
14. el día que descubres que es su perrito chupacoños el que ladra.
15. el mismo día en que te descubres bajándote en Internet la receta del
bistec a la lejía.
16. la cantidad de gente que, pudiendo, no se ducha.
17. el olor a humanidad de esa gente que, pudiendo, no se ducha.
18. el abrefácil, que ni abre, ni es fácil.
19. el sexo seguro, que lo es cuando seguro no hay sexo.
20. el sexo seguro, que lo es cuando hay una gran prima.
21. la hermana de tu mujer, que te desea, aunque ella aún no lo sepa.
22. tu mujer, que desea al marido de su hermana, aunque él aún no lo sepa.
23. el amigo que siempre te dice que son todas unas putas, incluida tu
madre y tu hermana.
24. el celofán de CDs y DVDs, que algún día lo copiarán los bancos para
ahorrar en cajas fuertes.
25. la cajera del súper, que te tira los productos exactamente al doble de
velocidad de la que tú eres capaz de meterlos en la bolsa.
26. el semáforo que se pone en verde justo cuando acabas de dejar el cambio
en punto muerto.
27. la grasilla acumulada en los agarraderos del metro.
28. la halitosis del tipo que te sientan al lado en un vuelo transoceánico.
29. el ronquido del tipo que te sientan al otro lado en un vuelo
transoceánico.
30. las pataditas del niño que te sientan detrás en un vuelo transoceánico.
31. el agüita que te salpica el culo cuando cagas.
32. ese último taxi que pasa 10 segundos antes de que llegues a la esquina.
33. fiesta en casa de los vecinos el día que más tienes que madrugar.
34. te pones en la cola que hay menos gente, y justo el de delante se tira
media hora.
35. intenta coger un taxi desangrándote.
36. los conceptos «incendio provocado», «recalificación de terrenos» y
«especulación inmobiliaria».
37. la taza de cualquier lavabo de discoteca a las 2 a.m.
38. las campañas de juguetes en Navidad.
39. los niños que salen en las campañas de juguetes en Navidad.
40. tu sueldo.
41. tus metros cuadrados.
42. tu hipoteca.
43. tu complejo de Edipo.
44. tu complejo de Peter Pan.
45. tu complejo de idiota.
46. tu gran egoísmo.
47. lo mal que lo hicieron contigo.
48. que todo siga girando en torno a ti.
49. que a los vecinos les haya salido un hijo tan feo y tan cabrón.
50. que nada de todo lo anterior te importe lo más mínimo en un momento de
calentón.
DI
CONTINUIDAD
La continuidad está sobrevalorada. Cuarenta años de matrimonio, doce meses
en China, diez años de contable jefe, seis estudiando francés. Pero no te
engañes. Durar mucho haciendo algo no siempre es bueno. Y si no, mira la
dictadura de Franco, cualquier monopolio, Ana Obregón o el Grand Prix de Ramón García.
Yo creo que todo empieza en la educación. Siendo todos tan diferentes, no
entiendo cómo se nos ha educado para tratar de conseguir el mismo objetivo —en
teoría, ser feliz— actuando todos siempre de la misma manera.
La educación que estamos viviendo en muchos países de cultura occidental
dista mucho de lo que en mi opinión debería ser, un proceso de autodescubrimiento,
autoconocimiento y autogestión. La educación que yo veo, y la que he sufrido en
mis propias carnes, es más un proceso de autoanulación, autoaburrimiento y
autohomogeneización, tanto a nivel de contenidos como de formas de no pensar.
No interesa el estudiante que más inventa, sino el que más conoce sobre lo
ya inventado. No triunfa el estudiante que más aprende, sino el que más
recuerda. No interesa el que más pregunta, sino el que más responde. Siempre
hechos conocidos, jamás intuiciones por descubrir. ¿Te imaginas que en la vida
pasase igual? Los historiadores dirigirían los destinos de la humanidad, bueno,
bien pensado, igual nos iba mejor.
En fin, una vez leí que el tutor de Leonardo da Vinci, que no lo debió
pasar fácil, lo que jamás hizo fue darle respuestas al joven Leo. Ante
cualquier pregunta de su aprendiz, antes de dar la respuesta «correcta»,
siempre antepuso la misma pregunta: «¿Y tú qué crees?».
Nadie se preocupa por enseñarnos a aprender, y ése es nuestro primer drama.
Y la vida, crecer, es un proceso de aprendizaje. El que antes aprende, antes
llega a donde quiera.
Crecer es aprender a despedirse. Ése, como digo, fue mi primer drama, y
creo que nos pasa a todos. El día que te das cuenta de que crecer va a
significar despedirse de personas, situaciones, emociones, memorias, ilusiones
e incluso amigos que se supone iban a ser para toda la vida. El día que ves que
crecer significa conocer cada día más gente que ya murió. El día que te das
cuenta de que hoy te despides mejor que hace un año. Que ya no te sorprende que
la gente desaparezca de tu vida. Ese día estás aprendiendo a decir adiós, ese
día estás creciendo.
El segundo drama es que nadie se ocupa de enseñarnos a manejar nuestras
emociones, nuestras intuiciones y nuestros sentimientos, si acaso prefieren que
gestionemos esa parte tan burda y patéticamente fungible que es la memoria, un
disco duro bastante limitadito del que, con los años, poco o nada podremos
rescatar para la vida real. Se supone que la memoria nos va a ayudar a tomar
decisiones y así no repetir los errores históricos.
Señores y señoras profesores, en un mundo como en el que vivimos, el mundo
post-Internet, el mundo de Youtube, el mundo de los canales temáticos, de las
videoconsolas, del cibersexo, de las guerras preventivas, del cambio climático,
de la biotecnología, de la clonación, de la telerrealidad, en este mundo en el
que lo único constante es el cambio, díganme a la cara qué decisiones de hace
un año nos pueden dar pistas sobre decisiones que debemos tomar hoy.
Cómo es posible que todo el entorno empresarial esté obsesionado con lo que
llaman gestión del cambio, mientras en los entornos docentes se siga enseñando
a la manera de nuestros abuelos. Cómo es posible que nadie nos enseñe a
gestionar nuestra vida personal.
Un día te despiertas y tienes 40 años, dos hipotecas que no te puedes
permitir, una ex mujer que hace tiempo que chilla en vez de hablar, unos hijos
que te odian tanto como aman a tu cartera, y un trabajo del que pronto te van a
prejubilar para que dejes de tocar los cojones y puedan poner a un chaval
recién salido del nido, pero eso sí, que tenga tres masters, dos carreras y que cobre menos de lo que cuesta un
alquiler. Un día te das cuenta de que el mundo ha cambiado, y a ti nadie te
avisó. Ese día vete a pedirle responsabilidades al ministro/a de Educación.
Al final, muy luego, te das cuenta de que la única manera de responderse a
las grandes preguntas, ésas que son eternas, y encima pretender ser feliz, es
ir cambiando las respuestas. Y ahí es donde vuelve a ser importante la idea de
discontinuidad.
Yo estoy aprendiendo —poco a poco— a luchar por los conceptos, y no por sus
aplicaciones concretas. Estar enamorado de estar enamorado. Trabajar para
seguir trabajando. Aprender a aprender. Desear el deseo. Ilusionarme por la
ilusión. Rechazar el rechazo. Tenerle miedo al miedo.
Quedarme con el continente pese a que vaya cambiando el contenido. Es más,
ser consciente de que para que siga teniendo el primero tendré que ir renovando
el segundo.
No sé si
me ayudará mucho, pero de momento, y como decía el Massons, si non é vero, é ben trobatto.
FE DE RATAS
Señores, la empresa va mal. Este año, los resultados son realmente dramáticos,
para qué nos vamos a engañar. Los ingresos por aportaciones de socios han ido
menguando hasta el punto de que a duras penas podemos mantener nuestras
modestas delegaciones provinciales ni, si me apuras, las sucursales locales que
de ellas dependen. Es más, los nuevos socios son cada vez de mayor edad, casi
todos jubilados, con el correspondiente descenso en su poder adquisitivo medio.
Y eso afecta a nuestra cuenta de resultados.
La frecuencia de asistencia a nuestros actos ha caído hasta mínimos históricos.
Si hace apenas seis siglos el socio acudía tres punto cinco veces por semana,
hoy este indicador no llega al cero dos. Y recordemos que, según los estatutos
fundacionales, el socio tiene la obligación explícita de acudir por lo menos
una vez cada siete días, preferiblemente en domingo.
El único dato que nos mantiene a salvo son los enlaces entre socios, que
siguen aumentando, gracias a las películas americanas con final feliz y a ese
maravilloso y herético invento llamado divorcio, que ha dado pie a una
rentabilísima oleada de nulidades matrimoniales y vueltas a empezar.
De todos modos, nuestro reciente y flamante CEO elegido hace apenas un par
de años tiene cada vez más problemas en mantener un patrimonio y un nivel de
vida que, por sencillos que parezcan, también necesitan actualizaciones,
revisiones y ampliaciones.
Si a esto le añadimos el decremento en ingresos por declaraciones de renta,
las infundadísimas denuncias por devaneos con menores contra algunos directores
regionales y el auge del yoga y el pilates como nuevas formas de ver el mundo,
entenderán que ya no podemos seguir comerciando con la Vida Eterna de la forma
en la que veníamos haciéndolo hasta ahora. Hay que adaptarse a los nuevos
tiempos. Y hay que hacerlo ya.
Hay que captar al público joven. Misas en latín, sí, que mola más, pero
también sacramentos por chat,
catecismos punto com, hostias sin azúcar, agua bendita antiespinillas,
confesiones por sms enviando PECADO espacio NOMBRE y tu tipo de pecado al 666,
y el videojuego para todas las consolas Heaven
raiser-Believe or die, son algunas de las medidas extraordinarias que
pondremos en marcha durante el transcurso del próximo año del Señor.
Además, hay que amortizar nuestro merchandising.
A partir de ya, la cruz, nuestra cruz, llevará siempre asociados, a su
izquierda, el símbolo de Copyright, y
a su derecha, el de Trade Mark, en
sustitución de aquellos moribundos ladrones de los cuales al fin y al cabo
nadie obtiene beneficio.
Y para terminar, con la intención de incentivar la asistencia a la tienda,
instalaremos plasmas de 50 pulgadas detrás de todos y cada uno de nuestros
altares, emitiendo las 24 horas. Durante el día, un reality de humor, conectando en directo con las vidas de los
personajes que estén siendo propuestos para su beatificación, como Zapatero,
Bill Cates o Bono de U2. Así la gente podrá ser testigo de sus milagros y votar
por su favorito. También un talk show
bien polémico sobre todo aquello que condenamos, los condones, la
homosexualidad, el aborto, la masturbación, la eutanasia y cualquier otro tema
del que a la larga acabemos sacando tajada. Por las noches, el Teleenmienda, con ofertas quincenales de
cilicios, flagelos y escapularios, apúrese que son sólo hasta fin de mes.
Y por las tardes las emisiones estarán reservadas para el partido del
domingo, el culo de Elsa Pataky, los diálogos de Woody Alien, el sexo en grupo,
o cualquier otra disciplina que consiga lo que nuestra empresa ya no es capaz
de conseguir.
Devolver la fe.
HABLANDO
DEL OLMO (III)
En esta tertulia parece que no se han enterado de que en este país un
concepto tan crucial como la edad ya hace rato que no se mide en años.
La distancia entre un joven y un viejo ya no se mide en primaveras, ni tan
siquiera en experiencias.
Aquí y ahora, la juventud se mide en expectativas.
Si tienes piso en propiedad, trabajo estable bien remunerado, y una
preparación ajustada a tu realidad, es muy probable que no seas joven.
Si crees en la política como medio para solucionar tus problemas, no paras
de hablar de Rajoy o de Zapatero y te preocupan por encima de todo conceptos
como el Estatut, o el Pacto de Ajuria Enea, es muy probable que no seas joven.
Tengas la edad que tengas.
Si comes en restaurantes con mantel de tela, has cogido algún taxi en el
último mes y no recuerdas cuándo hiciste la última llamada perdida, es muy
probable que no seas joven.
Si no sabes lo que es enlazar contratos basura con masters que no ofrecen más salidas que las chicas de la última
fila, es muy probable que no seas joven.
Y si cuando pones la tele no te encuentras a los que se supone que tienen
tu edad, siendo tratados como causantes de todo mal, desde los actos vandálicos
al botellón, el ruido, la polución, los graffittis,
la anorexia, los okupas, la
antiglobalización o la telebasura, es muy probable que no seas, ni remotamente,
joven.
¿No le parece increíble que, después de todo esto, haya gente joven que aún
se empeñe en enamorarse, trabajar, tener hijos, una vida normal e intentar,
simplemente, salir adelante?
Muy buenos días, y mala leche.
AUTODEFINIDOS
Diseño, cualquier cosa sobre la que ha habido una decisión. Decisión, la
elección del homicidio más razonable sobre una duda.
Dudar, tropezar con las propias posibilidades. Posibilidad, todo aquello
que algún día será probable. Probabilidad, anestesia de un futuro error.
Errar, el principio para no equivocarse.
Y equivocarse, la única forma que conozco de crecer. Crecer, aprender a
despedirse.
Despedirse, mudarse de esperanza.
La esperanza, lo último que se tiene.
Tener, dejarse poseer por algo o por alguien.
Alguien, secundario, extra o figurante en la película de tu vida.
Vivir, echarle faroles al arrepentimiento.
Y arrepentirse, la forma más eficaz que se ha descubierto para perder el
tiempo.
Tiempo, eso que pasa cuando no pasa nada, corre cuando parece que sólo
pasa, y vuela cuando ya ha pasado del todo.
Todo, lo que te daré si me enamoras, morena. Enamorarse, quererse hacia
fuera.
Fuera, lo que rodea tu hogar.
Hogar, donde quieres volver.
Y volver, lo que te convierte en familia.
Familia, con quien quieres estar.
Estar, el principio de la palabra quedarse.
Y en principio no me quedo, que tengo el coche aparcado mal.
Mal de muchos que por bien no venga.
Venga suena así como invitación.
Invitarme es pedirme que no asista.
Asistencia, lo que buscan delanteros, accidentados y políticos.
Política, empresa en lenguaje ley.
Ley, que ya no vale ni la del oro.
De oro son tus cabellos, mi beibi rubia.
Rubia, lo que suelo tomar con los colegas.
Colega, alguien que hace otra cosa totalmente diferente pero la llama
igual.
Iguales somos todos ante el semáforo de la muerte.
Y de muerte están estos calamarcitos. ¿Quieres?
Querer, darse contra reembolso.
Reembolsar, pedir perdón con dinero.
Dinero, la droga que toman los caprichos.
Y encapricharse, encontrar un problema para cada solución.
Solucionar, disolver el miedo en muchas razones. Razonar, vestir de
uniforme tu propia intuición.
Hasta que un día intuyes, luego existes.
Existir, estar vivo pero sin tomar decisiones.
Y decidir sobre cualquier cosa, creo que eso tiene un nombre, pero ahora no
recuerdo.
LEO,
CRUZA EL «TOP MANTA»
Yo no voy a hacerte una crítica convencional de tu primer trabajo, Leo.
Para eso están los críticos musicales y las revistas del sector, que disfrutan
con eso mucho más que yo y que seguramente se encargarán de destrozarlo. O no.
Pero ahora a mí eso me da igual. Ahora mi intención es otra. Mi intención es,
para empezar, felicitarte.
Lo que tengo entre mis manos es el resultado de un milagro. Hoy día, tal
como está el panorama musical en España, cualquiera que consigue un contrato
discográfico y saca un CD de material nuevo, con temas inéditos, merece todos
mis respetos. Lo haya conseguido como lo haya conseguido. Pero es que en tu
caso, además, es que sales de un concurso de televisión del que te quedarán,
como mínimo, el estigma y el trauma provocados por esas dos siglas que pueden
hacer de llave o maldición, según se tercien tus futuros éxitos o tus próximos
fracasos. Y eso, para mí que le añade valentía.
Pero no acabo ahí. Te sigo añadiendo mérito. Entre tú y yo, jamás fuiste el
favorito de nadie. Aún no te crees —ni yo tampoco— que llegaras tan lejos.
Lejos de ese casting al que jamás te
planteaste asistir, lejos de esa orquesta Coyote a la que espero nunca te
importe volver, lejos de esa carretera que pronto tendrás que volver a pisar,
esta vez de manera muy diferente. Que dejaras por el camino compañeros tuyos
con mucha mejor voz que tú. Que nadie te regalase nada. Y, sin embargo, fuiste
tú y no ellos el que, a golpe de actitud, te forjaste ese algo más que la gente
compra de un producto artístico, sea del estilo que sea. Me alegro mucho de
haber contribuido a ello, en la medida que sea.
Ahora que ya nada ni nadie te puede quitar lo que llevas bailao, ha llegado
el momento, Leo. Mi más sincera enhorabuena. Has llegado mucho más lejos de lo
que nadie habría dicho jamás. Y ahí estás. Dispuesto a confirmar a tus
admiradores o a tus detractores. O, seguramente, a todos a la vez. Aprovéchalo,
tío. Lo que te pase a partir de aquí depende de la inteligencia de quien te
lleve, de las decisiones que te dejen tomar, del curro que tú te pegues, y eso
sí, de que tengas un poco —o un mucho más bien— de suerte.
Pero como pretendo seguir contribuyendo con mi granito de arena a todo lo
bueno que te ocurra a partir de ahora, déjame decirte algo muy sincero con
respecto a tu CD. Tu CD no existe, Leo. Tu CD no existe porque no está. Créeme,
hace más de dos semanas que lo has lanzado y mi impresión es que lo has lanzado,
sí, pero al vacío. Porque te aseguro que llevo más de dos semanas buscándolo
por las tiendas de música, grandes almacenes y grandes superficies de varias
ciudades de este país, y nada. Pero nada es nada.
Aún me pregunto cómo es posible que teniendo el momentum mediático que tienes ahora, y perteneciendo a uno de los
grupos discográficos más importantes del mundo, nadie te haya asegurado,
firmado, jurado y prometido una distribución como Dios manda. Supongo que ya te
imaginas que no sirve de nada crear un producto, lanzarlo, hacerle promoción,
patearte las radios y teles hablando de él, y, sobre todo, hacer una gira
cantando tu single, si cuando la
gente llega a la tienda para comprarlo recibe en casi todos los
establecimientos la misma respuesta. Que aún no les ha llegado. Que lo están
esperando. Que ya te avisarán.
Cuando ya por fin lo he encontrado, me he paseado por algunos top manta de Barcelona. Y ahí está. En
todos. Absolutamente en todos. Qué gran estrategia. Eso sí es fomentar la
piratería y lo demás son tonterías. Igual están esperando a que se agote en
todos los top manta de España para
luego lanzar la versión oficial. En ese caso, le propondría a la discográfica
que fuese encargando un adhesivo para la portada en el que se lea «10 semanas en
el top manta,» o mejor, «Visto por
todos los suelos de España».
En fin. La música. Son 38 minutos de pop, Leo, tampoco nos vamos a volver
locos con grandes disquisiciones pseudoartísticas. 38 minutos que no cambiarán
la historia de la música de este país, ni de tu ciudad, ni tan siquiera de tu
propio barrio. Pero bueno, supongo que tampoco era eso lo que pretendías. Tu
voz, dependiendo del tema, y sobre todo del tempo,
me suena a una base de Jordi Sánchez de OBK, con algunos giros de Carlos Goñi
de Revólver y, de tanto en tanto, pero muy de tanto en tanto, el desparpajo de
Dani Martín de El Canto del Loco.
De las canciones, incluyendo ese «Me pones a 100» (es cierto que está
compuesta sobre la base musical de «Besos»), sólo añadir que cada tema es como
el sexo en la adolescencia. Anecdótico, empalagoso, superficial, y sobre todo,
perfectamente olvidable. Aun así, me quedo con «Si aún me quieres», «Celos del
aire» de Tontxu y «Sabes que estoy pensando en ti» de Mikel Erentxun. Vaya, las
tres lentas. Me estaré enamorando. En fin, que las tres me parecen grandes
temas, pese a que los cantes tú.
Para que no se diga, te comento también que la portada es la más original
que he visto en años (recuerdo algo así como cinco portadas de artistas que han
salido con esa pose, plano medio contra ese fondo gris degradé), que el título es de lo menos notorio e interesante
(¿necesitas un mac?), y que me alegra
que las fotos macro las hayas dejado para el interior del disco. Un último
consejo: la próxima vez igual podrías hacerte bien el metrosexual, y depilarte
el pecho justo antes de la sesión, y así ahorrarnos tener que verte los
incipientes pelillos de dos días en un encuadre tan ampliado.
Ah,
espera, quizá de ahí viene el título. Ahora lo pillo.
BCN-HRW
No sé por qué nos han metido en la cabeza eso de que es malo dejar las
cosas para el último momento. Improvisar es a la planificación lo que la
masturbación al sexo. Por mucho que tengas suficiente con lo segundo, jamás
debes olvidarte de lo primero.
Y así me fue ese verano. Había estado demasiado tiempo en babia, y agosto
se me había echado encima sudoroso, bochornoso y cualquier otro adjetivo feo
que acabe sus sílabas en -oso. Mis amigos habían hecho lo que hacen los buenos
amigos, desaparecer en cuanto los necesitas. Y a mí, con el don de la
oportunidad que siempre me ha caracterizado, me había dado por finalizar mi
relación sentimental justo antes de empezar las vacaciones.
Total, sólo me quedaba arder gratis en mi propio infierno, o gastarme una
pasta y comprarme otro en modo last-minute.
Como mi cabeza nunca ha sido la que firma mis cheques (e insisto, así me va),
enseguida me decidí por la segunda. Tenía que irme muy lejos, cuanto más hala y
más allá, mejor. Mínimo, 10 horas de avión. Indispensable cambiar de moneda,
lengua y sistema político.
Los Ángeles, California. A ver si hay algo más atómico que tener a
«Goberneitor» aprobando leyes sobre materia medioambiental para más de una
mitad de la población que trabaja ilegalmente para la otra en una de las diez
regiones más ricas del planeta. Encima, mi socio, amigo y hermano Antonio vive
allá todo el año. No sólo tengo casa, también dispongo de confidente, víctima y
psicoanalista. Lo llamo, pero no contesta. Bueno, da igual.
En menos de 24 horas estaba en un Bitches Always destino Heathrow, para ese
trasbordo hacia el Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles de
Porciúncula, que es uno de esos nombres por los que uno entiende que existan
los diminutivos.
Aterrizamos por la izquierda y compruebo que soy otro de tantos que
conectan el móvil cuando aún estamos en pista, en plan niño pequeño, tratando
de que no nos pille la azafata. A ver, si nos la damos ahora, nos la damos en
2D, qué más le dará al piloto.
Business Terrace, DutyFree, revista y chocolatinas light. Tengo un par de horas para el enlace, aún no se habrán
despertado allá, pero da igual. Cojo el móvil y llamo a mi socio. Socio, que me
vengo. Cuándo. Ahora mismo; ya estoy en Londres, de camino. Pero si río tengo
sitio para ti. Qué me dices. Esta mañana llegaron mi suegra y su familia, y
estarán aquí cuatro días; si quieres, a partir del quinto, estaré encantado de
acogerte, pero ahora mismo no tengo ni un plegatín.
Que no cunda el pánico. Vaya mierda de expresión. Como si fuese maleza. El
pánico nunca cunde. En todo caso paraliza, extorsiona, distorsiona o espabila.
Pero cundir, hombre, supongo que a tipos como Stephen King sí que les ha
cundido, pero lo que es para los demás, sentir pánico es una mierda.
Yo ahora sentía algo muy parecido, solo, en Heathrow, las maletas
embarcadas y un vuelo de doce horas por delante hacia una ciudad para cuyos
hoteles no-especialmente-baratos siempre es agosto.
Tan sólo con un agravante.
Que estábamos en pleno agosto.
SOY
IDIOTA
Soy idiota. Desde pequeño siempre he querido llegar a ejercer, y tras
muchos años de esfuerzos interrumpidos por algún atisbo de lucidez, creo que
por fin lo he conseguido. Hoy me he superado a mí mismo, hoy puedo alzar la voz
y gritarlo a los siete vientos, que como soy idiota, seguro que nadie se
molesta en recordarme que son cuatro.
De hecho soy muy idiota. Llevo un buen rato buscando el adjetivo que mejor
resuma este cúmulo de propiedades que hace de mí un ser absoluta, descarada e
ignominiosamente idiota. Y creo que idiota es la palabra. Debe serlo, porque ni
siquiera de eso estoy convencido.
No te pienses, algo así no se improvisa. Una idiotez de este calibre es el
resultado de muchas, muchas horas con uno mismo, tratando de entender por qué
me pasa lo que me pasa, por qué me pasa a pesar de lo que no me pasa, y por qué
no me pasa lo que yo creo que me tendría que pasar.
No sé si me explico.
El ser idiota, yo creo que parte nace y parte se hace. Existe una parte que
uno la mama desde la cuna, normalmente acentuada por la presencia más o menos
cercana del típico pariente tonto del culo, que combinado con una buena dosis
de expectativas familiares depositadas en tu persona, seguramente darán como
resultado, tachán, un potencial idiota de primer orden.
Luego, más adelante en la vida, cada uno se encarga de poner su semillita,
su firma personal. El talento está, pero ahora falta desarrollarlo. Y aquí cada
idiotilla tiene su libretilla. He visto idiotas para todos los gustos. Hay
idiotas que llegan muy lejos, hay idiotas que se pasan de lejos y hay idiotas
que se quedan aquí porque alguien tiene que decidir si donde los otros han
llegado es muy lejos o muy cerca. Yo soy más de la corriente de los estúpidos,
una variante de idiotas que nos escindimos de la rama principal por no
enterarnos de que los demás estaban avanzando.
Los idiotas hemos hecho grandes cosas por la humanidad. La historia está
plagada de personajes idiotas que han cambiado o podrían haber cambiado el
curso del universo, dándole un rumbo tan idiota como inesperado. El profesor
que le dijo a Einstein que «jamás llegaría a nada», el A&R de Decca que
rechazó a los Beatles, el lumbreras de la Escuela de Bellas Artes de Viena que
rechazó a Adolf Schicklgruber (de nombre artístico Adolf Hitler), o el
reclutador del ejército americano que consideró un «retardado» al premio Nobel
de Física Richard Feynman.
Lamentablemente, disponemos de pocas referencias sobre esos idiotas, pues
la gran mayoría, si en algún momento fueron famosos y conocidos, lo fueron hasta
que el tiempo les puso en su sitio, relegándoles al anonimato más idiota que
existe, el de las rectificaciones o fe de erratas de la historia.
Pero que no se preocupen, que aquí estoy yo para recoger su testigo con la
cabeza bien alta. Hoy, como te digo, ya puedo decirle a todo el mundo que soy
el más idiota entre todos los idiotas, idiota cum laude in excelsis deo.
Y no porque vaya por la vida con un libro al revés, ni siquiera porque haya
preparado la mayor barbacoa de especies en extinción en medio de un parque
natural.
No.
Hoy, sin querer, te he hecho llorar.
A ver si eso no es lo más idiota que se recuerda.
HRW-LAX
La memoria es la revista porno de los vividores. Harto de mirar páginas web
de hoteles angelinos llenos hasta la bandera, y habida cuenta que me quedaba
sólo media hora para embarcar, de pronto algo en mi interior se sacudió el
polvo pasado y vino a mi mente esa deliciosa actriz chicana que había conocido
en mi último viaje a California. Qué maravilla. Qué curvilínea. Qué corten. Qué
acción.
La llamé con la desesperanza de que no se hubiese casado con un pastoso
productor que le hubiese prometido un papel de fumar perjudica gravemente la
salud. Un tono. Dos tonos. Tres tonos. No contesta. Ahora. Uf, la cantidad de
sol que se coló por un segundo entre las afinadas notas de su americano
chicano. Y eso que sólo pronunció su nombre.
Hola, baby. Te he echado de
menos. Primera mentira. De hecho, me cruzo el charco sólo para verte. Segunda,
que suele ser peor que la primera. Siempre he querido visitar San Francisco.
¿Te apetece visitarlo conmigo? Tengo reservado un carro enorme y un hotelito
maravilloso por cuatro días. Aterrizo esta tarde en Los Ángeles y te paso a
buscar. Tercera, cuarta, quinta y sexta, todas en un pack. Y lo peor no es eso; lo peor es que dijo que sí.
Allí andaba yo, excitado y emocionado como pocos pasajeros de avión se han
visto desde un 11 de septiembre, tan excitado que en pocos minutos ya tenía
reservados un Hummer amarillo, una suite
en uno de los mejores hoteles de San Francisco (por el precio de una noche en
una single room cualquiera de Los
Ángeles), varias docenas de rosas en la habitación y mucho, mucho champán. Un
fin de semana sexual con una belleza desconocida como tantas de Hollywood.
Justo lo que mi cuerpo necesitaba. A la mierda el coste de todo. Me estaba
gastando mis escasos ahorros, pero te juro que hubiese pagado mis futuros
sueldos hasta el 2010.
Durante el vuelo, me fui regalando en los detalles de nuestro último
encuentro. En los detalles de su cuerpo, para qué nos vamos a engañar. Una
Jennifer López pero más joven, más alta, más guapa, más simpática, más verdad,
más todo.
Aterrizamos descapotados. Y es que aterrizar en Los Ángeles es tan
agradable como que te metan una vara de hierro candente por el culo mientras te
hacen leer un guión de José Luis Garci. Cuando crees que ya han acabado
contigo, siempre pueden metértela un centímetro más. A la sensación de
terrorista, ilegal y no invitado, se le une la de detestable deportado en el
mismo instante en el que te hacen alinearte en esa espantosa cola llena de
somnolientos ciudadanos del mundo que llevan 15 horas subidos a un avión.
Aunque todo eso da igual, puesto que como no son yanquis, son todos sospechosos
de cómo mínimo eso, de no ser yanquis.
Pero a mí todo eso me daba igual. Debía de ser el único sonriente en la
cola. Con mi pasaporte, mi cartoncito verde y mi cartoncito blanco. Muy pronto
se acabarían todas las tonterías. Muy pronto me reuniría con aquella diosa para
pasar cuatro días en el paraíso, un paraíso rodeado de rosas, champán y mucho
vicio. Y eso, de momento, me hacía feliz.
Muy feliz.
NO
ME HAGAS REÍR
Va uno y no se muere. A que es bueno. Espera, tengo más.
Va otro y escritura su piso por lo que ha pagado. Genial, ¿no?
Va un tercero y lo puede pagar.
Va un político y cumple.
Va una puta y te engaña.
Vas tú y votas al primero.
Va un médico y te atiende.
Va un cura y te salva.
Va un trabajador y puede trabajar.
Va una dependienta y te jura que ella tiene otro igual.
Van dos a un programa de televisión y se enamoran del medio.
Van un camerunés, un argentino y un brasileño corriendo tras un balón y
pasan de indeseados inmigrantes a respetables extranjeros.
Y hablando de correr. Se abre el telón, y se le ve a él aguantando hasta
que ella se corre. Esto ya sé que hace mucha gracia, pero a ver si adivinas
cómo se llama la relación. Matrimonio.
Límpiate las lágrimas, ya te espero. Venga. Seguimos.
Cuál es la diferencia entre un ladrón y un banquero. Sí, el chiste acaba
ahí.
O en qué se parecen la mente de un hombre y la de una mujer. No me digas
que no te partes.
Doctor, doctor, no me opere hoy, espérese a que me venga bien.
Dos amigos que se encuentran en cualquier ciudad y tienen tiempo para
pararse y hablar.
Que Bush no sepa dónde está Lepe.
Que Jaimito merezca la Cátedra de Urbanidad.
O que a Aznar le griten «guapo».
Que existan ejércitos pacificadores, el déficit cero, la tregua permanente,
y el concepto de ahorrar comprando.
Tina Turner y los Rolling Stones anuncian que ésta es su última gira.
Fraga se retira de la política.
Kenny G, Luis Cobos, Richard Clayderman y Michael Bolton, considerados por
una revista músicos geniales… y vivos.
Mamá, mamá, en el colegio me enseñan a aprender.
Disculpe, agente, ¿ha visto usted mis tetas… ahora?
Ninguno te hace gracia. Vaaaya.
Sabía yo que sería imposible competir con la mayoría de noticias de las
portadas de hoy.
LAX-SFO
No recuerdo si me costó mucho recoger el Hummer. Tampoco cuánto tardé en
llegar a su casa. Ni si había atasco. Ni si me perdí. Ni nada de todo eso. Como
dicen los grandes, la vida no pasa como a uno le ocurre, sino como uno la
recuerda. Además, mi siguiente recuerdo es tan poderoso que ha ejercido de
agujero negro con todo lo que tenía a su alrededor. Se lo ha comido todo el muy
notorio. Y me ha dejado a mí pobre en la narración e injusto en las
descripciones.
Pero es que la verdad es que si te lo cuento como lo recuerdo, la
historieta se las trae. La tengo tan viva como si hubiese pasado a 2 fotogramas
por segundo.
La escena es la siguiente. Calle de Los Ángeles una tarde cualquiera de
agosto. Paz y serenidad. De pronto el estruendo de un Hummer amarillo con el
estéreo a tope. Allí aparezco yo, poniendo cara de proxeneta, rapero blanco y
malo malote. Voy saludando a los pocos vecinos que me cruzo entornando los
ojos, apretando los morros y haciendo con la mano izquierda el saludo cool de los surfers. Nadie me devuelve el saludo. Debe de ser con la derecha.
Me acerco a su casa. Mi deliciosa actriz estará ya lista para salir
directos hacia la 405, San Francisco y la aventura sexual de un fin de semana.
Aquí es. Paro el carro pero no el motor. Un par de toques de bocina tan hortera
como el resto de la secuencia. No sale. Otros dos toques. Se abre la puerta de
su casa.
Se abre la puerta, sí, y aparece alguien muy parecido a ella… pero con
treinta kilos más.
No uno, ni dos, ni diez. Treinta. Por lo visto, se había pasado muchos
meses sin asistir a ningún casting,
ninguna audición, ningún trabajo, y se había dedicado en cuerpo y alma al
deporte nacional de la nación más deprimida del planeta: sofá 24 h, canal
teletienda y helado hipercalórico.
Conste que no tengo nada contra las mujeres entradas en carnes, más bien
todo lo contrario. Pero es que estamos hablando de una mutación genética
próxima a la mitosis de cuerpo entero. Además, ya me conozco, yo no soy nada
exquisito. Pero mi polla, sí.
En fin, que mientras arrastraba su cuerpo embutido en chándal rosa y sus
maletas de leopardo del todo a cien hacia mi coche de 100 000 dólares, mi pie
derecho gritaba «vámonos» a sólo dos milímetros del acelerador.
No podemos irnos, pie. Por qué no, si al fin y al cabo no os conocéis. Ya,
pero yo le he dicho que íbamos a San Francisco, y vamos a ir a San Francisco.
Eres un cagao. Soy buena persona, pie, o al menos me gusta pensar que lo soy;
y, sobre todo, soy alguien con palabra; además, no dicen que la belleza está en
el interior… Pues a ésta le caben varias bellezas. Cállate, pie, que sube.
El viaje de Los Ángeles a San Francisco por autopista suele ser de algo más
de seis horas.
Ocho si has de parar dos veces para repostar y tres para engullir. Todavía
hoy no sé quién hacía qué.
LEOLANDIA
Valencia, viernes, 4 de mayo de 2007.
Érase una vez un muchacho que no tenía ningún talento para bailar, para
actuar, ni mucho menos para cantar. Érase un concurso de televisión que se
dedicó a cumplir los sueños de muchachos como él, porque, aunque no lo parezca,
los mediocres también sueñan. Érase su tierra. Érase su gente. Érase yo.
El cuento de Leo y los 10 triunfitos (mal llamada gira de OT) más que un cuento de hadas, empieza
a convertirse ya en un culebrón de ésos que te pones a media tarde para echar
una siestecilla. Afortunadamente, al cuento le quedan pocos telediarios. Y a
partir de ahí, el 26 de este mes, por fin será la vida misma la que les diga a
estos chicos lo que yo he intentado decirles desde el primer día.
El viernes tocó Leolandia. El pabellón a reventar. Primer auditorio que veo
así. Vale que es el más pequeño, pero igual habría que haber pensado desde el
principio en recintos más modestos y así notar por fin un público a petar en
cada concierto. La gente, más caliente y entregada que nunca. Valencia, cruzas
la pasarela. Aunque no tengas puta gracia para las rimas.
«Risto, por listo, Leo tiene disco». Gran proclama. Aún no habéis llegado a
la rima asonante, pero tranquilas que, como os habrán dicho sobre algunos
cambios hormonales, todo llega. Lástima que no me pillaron con el día hortera,
porque igual me hubiese arrancado con un «Leo, me meo, tú sí que eres feo».
Pero no, uno ha ido a un colegio de pago, respeto incluso a los que no me
gustan, y en vez de acudir a un pabellón deportivo un viernes por la noche a
mojar la ropa interior, incluso a mis edades más tempranas, siempre preferí
salir de copas con los colegas, ir al cine, o si me apuras, leer un buen libro.
El concierto, sin sobresaltos. Pese a la incomodidad de la silla, dormí a
gusto un buen rato hasta que Cristina se arrancó con un «Ésta soy yo» que nos
despertó a la audiencia y a mí del letargo en el que se nos había sumido.
Cristina, sigue así, que a mí me estás convenciendo. Xavier, pese a no contar
con el favoritismo del respetable, volvió a defender de forma más que digna su
balada, aunque yo eche de menos su interpretación del «It’s not unusual». Jorge
me volvió a fascinar con sus pasos de baile en el «Vente pa Madrid», hay que
ver lo bien que se mueve el tío. Y Dani y Saray volvieron a despejarme cuando,
por primera vez, desafinaron como nunca en el «Endless Love». Y pese a que no
es agradable oír las dos mejores voces naufragando entre las líneas del
pentagrama, os he de decir que siempre he pensado que si el mundo fuera justo
ellos serían los que más deberían vender de entre todos los triunfitos de esta
hornada. Pero como el mundo no es justo (primera lección del parvulario), el
que más vende resulta que es el que menos canta, el que menos transmite, el que
menos artista es. Y así nos va.
Y hablando del mismo, tanto Leo como Dani defendieron como pudieron esos singles tan malos que seguramente van a
ser pasto del olvido en cuanto la gente mire pa otro lao, a la vez que Mercedes
desplegó todo su morbo por las localidades ocupadas por papás disfrazados de
acompañantes.
Lo peor, de nuevo, el sonido. Lo siento, chicos de sonido. Pero es
imperdonable que a estas alturas de la película, a Saray no se le oiga cuando
empieza a cantar su «Jumpin Jack Flash», que no se entiendan la mitad de las
letras, o que tengamos que aguantar un acople del 15 mientras los chicos
entonan el «adelante». De la campeona, ya no voy a hablar más. Total, para qué.
En
definitiva, un viernes de aquellos para olvidar. Ya está. Olvidado. Lo ves.
Ojalá siempre fuese tan fácil. Ojalá siempre te lo pusieran tan fácil.
NO LEAS ESTE CAPÍTULO
Así funciona la primera ley fundamental de la seducción. Yo te digo que no
me leas, y aquí estás. Pero es que si voy a más, y te digo que no te interesa
nada lo que te voy a contar, que esto no es para ti y que lo dejes ahora mismo,
seguirás atado a este texto hasta que lo acabes. Porque si me haces caso y no
lo lees, las dudas te asaltarán (¿y si al final decía algo interesante?, ¿y si
en realidad sí era para mí?, ¿y si no lo era, qué les dice a los demás?, ¿y por
qué ha considerado que no era para mí?) y serán mucho más difíciles de soportar
que el tiempo que tardas en leerme.
Somos así. No es que nos guste que nos peguen caña. Más bien es que andamos
faltos de seducción. Hasta la persona más feliz tiene carencias, y donde hay
una carencia, hay una ilusión (hacerla desaparecer); y donde hay una ilusión,
hay un deseo latente, listo para que alguien o algo lo despierte. De ahí que el
latinajo seducere, en su acepción
menos literal, corresponda al verbo «descarriar». Nos morimos de ganas de que
nos hagan descarriar.
Así, la eterna pregunta que desde siempre se le hace al marketing, «¿El marketing crea necesidades?», se resuelve muy fácilmente. El marketing es, en esencia, seducción,
despertar esa necesidad que estaba latente, que no te molestaba nada hasta que
alguien te la señaló con suficiente habilidad. Algo así como cuando te rascas
una picadura que hasta entonces no picó.
Pues bien, buscar trabajo es, también en esencia, seducción. Casi me
atrevería a decir que es de los casos más extremos de seducción que se conoce.
Aquí, los consumidores de trabajo son las empresas, y los productores somos
todos los trabajadores que en algún momento nos hemos visto obligados a ofrecer
nuestro tiempo a cambio de dinero. La competencia es más feroz que nunca, hay mucha
gente ahí fuera, y seas como seas siempre tendrás la sensación —o incluso la
seguridad— de que alguien es mejor que tú, que tiene más contactos, más gracia,
menos años, mejor presencia, mejor preparación.
Por eso, conforme el mercado laboral se hace más competitivo, cada vez
tiene más sentido tratar nuestra candidatura como lo hacen las empresas,
gestionando nuestra compra/venta de servicios laborales como si nosotros mismos
fuésemos el producto. Estamos hablando de manejar nuestro propio nombre como una
marca. Estamos hablando de Personal
Branding.
El Personal Branding extrapola lo
que es bueno para la gestión de marcas al ámbito profesional del individuo,
tratándolo como un producto que hay que vender. A mí es un campo que siempre me
ha interesado mucho, y estoy convencido de que la tendencia del coaching es a los Recursos Humanos lo
que el Personal Branding será muy
pronto para el marketing. Una
herramienta al servicio del individuo que quiera optimizar su nivel de
empleabilidad.
De los muchísimos autores sobre el tema (McNally y Speak, Montoya, Peters,
Beckwith y Beckwith), yo recomiendo mi versión, que para eso la escribo. La he
llamado el ADN del Personal Branding.
A saber, A de Autenticidad, de ser fiel a uno mismo. La gente compra
integridad, o lo que es lo mismo, tener claros unos pocos valores y ser
coherente y consistente con ellos.
Un socio de Lauson me contaba hace poco que él seleccionaba a la gente por
su honestidad, los que le reconocen abiertamente sus defectos en la primera
entrevista (y hablo de verdaderos defectos, no de «soy demasiado exigente»),
porque ésos son los que, en caso de desastre, reconocerán antes la existencia
del problema y su implicación en el mismo, haciendo más corto el camino hacia
su solución.
D de Diferenciación, contrastarse con el entorno, y aquí hablamos más de
actitudes (que no se pueden aprender) que de aptitudes (que se pueden comprar).
N de Notoriedad, sorprender y sorprenderse, cuando ya creen que saben lo
que se pueden esperar de uno, vamos y sorprendemos (positivamente, se
entiende).
Como en el mundo de las marcas, gustarás a muchos, y otros tantos te
rechazarán. Y al igual que con las marcas, dado el suficiente tiempo y talento,
eso es justamente lo que, te contraten o no, acabará llevándote al éxito, que
siempre he pensado que es algo muy íntimo y personal.
Como decía mi abuela, «el éxito ya lo tienes; ahora te falta el
reconocimiento».
Razón tienen las abuelas, oyes.
YA
NO TENGO EDAD
Hola, darling. Te escribo
mientras caigo al vacío. Hace sólo un momento que mis pies se descalzaban de la
terraza. Hace un momento que sentía miedo. Que tenía opciones.
O quizás era al revés, igual sentía opciones y por eso tenía miedo.
Miedo que no tuve el año pasado cuando alquilé mí nueva vida. Dejando atrás
hipoteca de persona fija y matrimonio de 80 metros redondos. Ni el día que me
vine aquí, aunque la portera hiciera honor a su cargo y me explicara la
tragedia de los anteriores inquilinos. Una pareja encantadora. Por lo visto,
ella no pudo soportar la depresión posparto, y decidió saldar el crecimiento
vegetativo de su propio hogar.
Por eso tampoco he sentido miedo al seguir la tradición del lugar y saltar
a este infinito de nueve pisos.
Un delirio de flaqueza más tarde, Frank y His Way se van quedando atrás. Se alejan y mezclan en perfecta
armonía con las notas que viento y gravedad improvisan sólo para mí. Porque no
sé si te lo he dicho, darling, pero
yo, ahora, caigo.
Joder si caigo.
El suelo viene.
Te he dejado pollo hecho en la nevera.
AFORMISMO
La diferencia entre un diario y una vulgar libreta no está en quien lo
escribe, sino en quién lo lee.
SE
DIVIERTAN, COÑO
Atención. Aviso a la población. Mañana sábado, como ya nos temíamos, se
celebra en nuestro país otra de esas festividades que dividen a los españolitos
entre los que tienen plan y los que no. Al igual que en fin de año, la víspera
del 23 al 24 de junio divide a todo hijo de vecino entre los que saben ya lo
que van a hacer y los que intentan hacer mutis, porque su intención es meterse en
casa sin hacer mucho ruido y tratar de que todo esto pase sin gloria y, sobre
todo, sin pena. Y es que mañana sábado, para el que aún no se haya enterado,
celebramos la puñetera verbena de San Juan.
Y digo «puñetera» porque no quiero decir «puta».
Sólo hay un precepto que guardar. Y es el de divertirse. Mañana, te
diviertes, y no se hable más. Tu obligación es salir de tu casa, te guste o no,
llegar a algún sitio, te apetezca o no, rodearte de gente, la conozcas o no,
gastarte una pasta, la tengas o no, y sobre todo mostrar al mundo lo mucho que
disfrutas haciendo todo eso.
Ojo, que esto no va de divertirse otro día cualquiera. Si ya lo has hecho,
enhorabuena, pero eso no puntúa. Eso es como irse de vacaciones en octubre,
cuando ya has tenido que aguantar las vacaciones de todo el mundo, con relatos
estúpidos, fotos mal hechas y, lo peor, sesiones de Power Point con música
bajada para la ocasión (qué daño ha hecho el Power Point a los relatos de
viajes). No vale, no estás en la estadística. Lo suyo es decir lo mucho que te
divertiste la fecha que tocaba. Y mañana, te pongas como te pongas, toca.
El resto de reglas son bien sencillitas. Que nadie se me pierda.
Si se acerca el momento y aún no tienes plan, no es porque estés colgado,
eso daría mala imagen, en realidad es porque todavía sopesas las múltiples
opciones que tienes sobre la mesa.
Si no compras petardos no es porque no te gusten, sino porque te quedaste
sordo de un oído el año pasado, hay que ver qué risas.
No vas a cenar a casa de unos amigos, acudes a una fiesta particular.
Y si en algún momento de la noche no hablas con nadie, no es que estés
solo, es porque estás esperando a alguien.
O haciendo cola para el baño, que eso siempre es bien socorrido.
Si no ligas, es porque vas tan borracho que ni te enteras.
Y si lo intentas pero no hay manera ni rebajando el listón a la altura del
zócalo, es porque los borrachos son los demás.
Al final, en caso de vacío social repentino, tú no te preocupes que por
veinte eurillos seguro que encuentras una macrofiesta con macrobono de
macrocopas para que conozcas la macropersona de tu vida mientras te revienta la
macromúsica que sale de los macrobaffles situados alrededor de la macropista de
macrobaile y tengas otra macronoche de ésas que eres incapaz de recordar por la
macrocantidad de alcohol que llegaste a macrometerte.
Yo, por mi parte, el 24 es el día que suelo aprovechar para madrugar. Es el
momento en el que tengo todo el país, las playas, las calles y los sitios sólo
para mí, y para unos pocos afortunados.
Los que no nos divertimos cuando tocaba.
Los mismos a los que nos toca los cojones que nos digan cuándo toca.
HABLANDO
DEL OLMO (IV)
Cada día me fascina más esto de la radio, que sigue apostando por un
formato que no ha cambiado en 40 años.
Y quedan muy pocas cosas que no hayan cambiado en 40 años.
Da igual que sea usted, Francino, Gabilondo, o quien toque. El formato es
siempre el mismo. Viene un tipo, lanza un tema que copia de la portada de
cualquier periódico, luego vienen otros tipos, que le contestan con más o menos
gracia, dependiendo del día que tengan y de lo que cobren, y al final se abren
las líneas a la opinión de los oyentes, que ya da igual si tienen gracia, si no
cobran, o si han leído la portada del periódico, porque se les va a contestar
siempre del mismo modo, dándoles las gracias digan lo que digan.
40 años igual. Cada día igual durante los últimos 40 años.
Si hubiese ocurrido igual con la televisión, no quiero pensar la televisión
que estaríamos viendo. Ríase usted de la telebasura. Sería telepodrida.
La radio ya no es la radio. La radio es un museo.
Credibilidad, rigor, confianza, experiencia, todos términos obsoletos, don
Luis. Lo más irrelevante es lo que uno haya hecho en el pasado, y la
experiencia HOY se ha sustituido por un concepto mucho más rentable, que se
llama audiencia.
Uno es tan bueno como su próximo proyecto, ni siquiera como el último. Y en
ese sentido, lo que vale, se cuantifica y se paga es la audiencia que uno
provoca.
Audiencia es gente que te escucha. Audiencia es la cantidad de gente que
pronuncia tu nombre. Audiencia es, en definitiva, tu capacidad de convocatoria
de ojos, orejas y bocas.
Después de la SOCIEDAD DEL ESPECTÁCULO de la que le hablaba ayer, estamos
pasando ya a la SOCIEDAD DE LAS AUDIENCIAS. Del SHOW business al SHARE business.
El término «audiencia» se ha convertido en un icono de nuestra economía.
Podríamos hasta convertirlo en verbo. Tanto AUDIENCIAS, tanto vales.
En los negocios, Google compra Youtube por 1650 millones de dólares, una
página creada un año y medio antes por tres amigos, y que a finales de 2006
concentraba 100 millones, sí, 100 millones de espectadores al MES. Se convierte
así en uno de los CANALES AUDIOVISUALES más vistos del mundo.
En el deporte, Beckham se va al I.A. Galaxy, un jugador que realiza su
trabajo en una de las mejores ligas del mundo se marcha a una de las más grises
y mediocres, TODO porque de los 250 millones de dólares del valor estimado del
contrato, el 80% son derechos de imagen, que es la manera de contar en dinero
la audiencia que uno provoca.
Quizá por eso llegó el New York Times
y lo definió no como a un jugador, delantero, mediocentro, o lo que sea. El NYT lo definió como UNA MARCA.
Y si yo estoy aquí hoy no es porque yo a usted le haya caído especialmente
simpático, ni porque le guste lo que le cuento, ni siquiera porque le haga
gracia.
Si estoy aquí es porque usted conoce los números de audiencia de Operación Triunfo y se engaña pensando
que con mi presencia aquí ocurrirá lo mismo en su programa.
Y como cuando saliese el próximo EGM no hubiese resultados en números, ¿qué
debería hacer usted conmigo? A la puta calle, y con toda la razón del mundo.
Por qué. Porque, insisto, tanto audiencias, tanto vales.
Las marcas cambian, los canales cambian, la sociedad cambia, ¿y quién sigue
igual? La radio, y los dichosos políticos, que ya no saben qué decir para que
ustedes sigan hablando de ellos.
Buenos días, y mala leche.
EL
CAMBIO GRAMÁTICO
El otro calentamiento global nos está dejando sin reservas naturales de
palabras, que después de gastarlas como las estamos gastando, a ver quién es el
guapo que se pone a enseñárselas a nuestros hijos.
Conceptos tan grandes y universales como la Libertad, que tantas buenas
tardes les dieron a los circos romanos, o buenas noches a los conquistadores
españoles, hace un rato que han pasado a ser patrimonio de la humanidad que más
la imponga. Basta un retardado ex alcohólico poseído por el espíritu de John
Wayne con ínfulas de alcaide del planeta, para aguarle la fiesta a todo aquél
que cometa el mayor delito que se puede cometer en estos tiempos que vuelan,
haber nacido sobre una bolsa de crudo, y encima pretender quedarse.
Y si eso le ocurre a la Gran Madre Libertad, imagínate a sus sobrinos,
derechos más pequeños, pero no por ello menos fundamentales. En este caso, como
son manejables y portátiles, todos estamos invitados a rebajarlos a la
condición de arma arrojadiza contra todo aquél al que se le ocurra tocarnos la
Moral. Es otra de las ventajas de ser ciudadano de este «mundo líbre». Si te
atacan amparados por la libertad de información, tú te defiendes con el derecho
a la intimidad; contra la acusación de infamia, la libertad de expresión, y si
un grupo de pseudopersonas se te instalan y hasta se cagan en tu casa, cuidado,
porque igual alguien decide que por encima del derecho a la propiedad privada
está el derecho a una vivienda digna.
Otros conceptos mucho más difíciles y peligrosos contribuyen al efecto
invernadero, rebotando una y otra vez en la opinión pública hasta hacernos
prácticamente inmunes. El concepto «guerra», por ejemplo, se hace ya tan
familiar como los términos «desplazado», «refugiado», «parado», «ayuda
humanitaria», «epidemia», «huracán», «inundación», «terremoto», «golpista»,
«tribunales», «extradición», «conflicto», «terrorismo», «lucha armada» y
«facción».
El clima ya no es lo que era. Está claro. La crispación, esa eterna
borrasca en la que algunos parecen instalados y que es tan fácil de mantener
como dejarse los chuzos de punta, nos impide ver el sol anticiclónico de las
pequeñas cosas.
Y las pequeñas cosas están hechas normalmente de buenas noticias, y las
buenas noticias son precisamente las que no interesan. Nadie habla de lo bien
que se lleva un matrimonio hasta que él la descuartiza por no acercarle la
cerveza una tarde de rabioso calor. Nadie habla de lo maravillosamente bien que
huelen las buganvilias un sábado de mayo por la mañana hasta que un ex alcalde
corrupto aparece muerto entre ellas. Nadie habla de lo grande que es sentirse
joven hasta que un grupo de descerebrados apuñala y apaliza a un similar. Y
nadie habla de lo grande que es conseguir tu primer trabajo en un país que no
es el tuyo hasta que unos cuantos como tú son encontrados muertos en un trozo
de balsa a las puertas de la salvación. Nadie habla porque nadie quiere oír
hablar de eso, y si nadie lo compra, eso no vende, y si eso no vende, eso se
quita, y punto.
Pero no nos preocupemos. Los grandes grupos mediáticos barra empresariales
barra políticos tienen bien tomado el pulso al termostato del miedo, y no van a
dejar que la actualidad nos deje de interesar por nada del mundo. Palabrita de
la CNMV. Un par de grados más durante todo el año, y ahí andamos todos a la
greña, como si nos fuese la vida en lo que se gritan desde un hemiciclo cuatro
monigotes que parece que hayan estudiado sólo porque llevan corbata.
Y cuando los que parece que fuimos educados andamos así de mal, igual habrá
que escuchar a los verdaderos filósofos de toda la vida. Aquí que cada cual
elija. Yo he vuelto a escucharme con otros ojos los discursos de las Misses recién coronadas. Bellezas
perfectas, fuera de lo común, cuyo único defecto parece ser no pensar tanto
como los demás, como si eso en realidad fuese un defecto. Encima son felices
con un bikini y una corona al año, de hecho son tan felices que desean el fin
de la guerra, del hambre y de las grasas vegetales. Mírame a los ojos y dime
que no nos iría mejor si una de ellas gobernase el cotarro.
No sé, supongo que la gran pregunta que estoy tratando de eludir es cómo
nos afectará eso a los ciudadanos de a pie. Qué ocurre con la microemocionía. Qué pasa con aquellos
conceptos significantes, que es que uno ya no sabe si los siente de segunda mano
o es que los ha oído sentir. Emociones en peligro de extinción, lágrimas que
cotizan cada vez más al alza, pues necesitan de más imágenes, más impactantes,
más fuertes, más cercanas, para hacernos comprar la conmoción de moda.
Igual que cuando pronuncias tu primer «te quiero», y te suena como de
estreno, huele tan a nuevo, recién salidito de la caja, el único que has dicho
y el único que dirás en tu vida. Un día, de pronto, te das cuenta de que
quieres volver a decirlo, pero con otra persona, y como no quieres sentir de
repesca, empiezas a añadirle apósitos para hacer la ocasión tan especial como
realmente crees que merece. De un simple y puro «te quiero» pasas al «te quiero
mucho», «te quiero como no he querido antes», «como nunca querré a nadie», etc.
Y es que ese primer «te quiero» se te gastó de tanto usarlo con tanta gente que
al final se fue, llevándose cada uno su pedacito de verdad.
Lo mismo pasa con el diccionario pareja-resto del mundo, resto del
mundo-pareja. Cada par de dos construye el suyo propio a golpe de ganas, un
idioma tan privado que sólo ellos entienden y saben conjugar. Y ese lenguaje
nace y muere con la misma relación. Lo que ya se ha usado una vez está vetado
para las siguientes. Cuando ya has llamado «pequeñaja», cuando ya te han llamado
«gafotas», cuando ya has llamado «ricitos», cuando ya te han llamado «miamor»,
eso como que no se puede ni se debe usar con nadie más, bajo serio riesgo y
peligro de llagar tu corazón. Pero esto a qué venía. Ah, sí, por lo del clima.
En fin. Que está todo tan nublado que te dan ganas de cruzarle la cara al
que te viene diciendo que mañana saldrá el sol. Cuanto más grandes se hacen los
nubarrones, más le da a uno por recluirse en su pequeño mundo, con sus más
cercanos, que tienen sus defectos, pero al menos son conocidos, sinceros,
demostrados y aceptados como son. Y eso que siempre he defendido lo contrario.
El viaje continuo, el trayecto hacia otras formas de pensar, el apasionante
destino que cada persona supone en tu vida.
Será que yo me hago mayor.
Será que
el mundo se hace pequeño.
TU MISMO RURAL
Como cualquier mortal, uno a veces necesita retirarse de todo y refugiarse
de nada. Cambiar de escenario, reemplazar rutinas como quien gira un colchón, y
llegar a echar de menos todo aquello de lo que uno se hartó. Tomarse unas
vacaciones de uno mismo.
Puesto que nunca nadie nos pidió la opinión a la hora de elegir origen, el
primer gran reto suele ser elegir destino.
Y ahí cada cual se define hacia fuera como buenamente puede. En mi caso,
suelo ser poco exótico.
Me gusta Nueva York porque, de todo el planeta, es la única isla desierta
llena de gente. Me gusta Brasil, porque es el único estado de ánimo con
fronteras físicas que distan mucho de las políticas. Y me gusta Los Ángeles
porque son calles y calles de sueños absurdos embalsamados en botox.
En general, me suelen gustar las ciudades difíciles, megalópolis imposibles
atestadas de gente, con muy poca o nula sensación de acogida, y un clima de
mierda que no hace más que maltratar a los que no pueden pagarse esos aires de
acondicionados. Supongo que Bangkok, Shanghai y D.F. entrarían también dentro
de esa categoría.
Antes de empezar, hay quien se compra una guía para prepararse el viaje. A
mí siempre me ha sido tan contraproducente como leerme el libro antes de ver la
película. Nada de lo que me enseñen después será mejor de lo que te imaginé. Yo
prefiero que me sorprendan. Para mal o para peor.
Por otra parte, entiendo y respeto que tenga que haber gente para todo,
pero si me preguntan a mí, no soporto los monumentos, las piedras, los lugares
de interés y cualquier cosa que se pueda ver dándole al play. No aguanto las colas de gente sudorosa para tomar testimonio
gráfico de su cola sudorosa. No puedo con los souvenirs, las camisetas con pelícanos sobre letras 3D y las
postales en tecnicolor con filete blanco marfil. Tengo alergia a los tours, vomito sólo de pensar en subirme
a un autobús y tengo accesos de violencia ante cualquier guía turístico, cuanto
más hable, peor.
Aunque ojalá toda la fatiga acabase ahí. Es que luego viene el post. Y es
aún peor que el viaje, porque al menos el viaje lo sufre sólo el que lo paga.
El post no, el post está abierto a todo tipo de inocentes víctimas. Suele caer
por estas fechas, cuando todos volvemos. Y suele venir camuflado de un «venid
este sábado a casa, os invitamos a cenar». Recuerdo y podría nombrar a varios
ex amigos que lo dejaron de ser entre la diapositiva 300 y la 350 de su último
periplo.
Al final, si me vuelven a preguntar, antes que el turismo, prefiero el tú
mismo. Viajar, sí; pero no hacerlo hacia los lugares, sino hacia las personas.
Partir hacia alguien, perder mis maletas, sufrir sus retrasos y no acordarme
jamás del billete de vuelta.
Tengo comprobado que es la única forma de viajar realmente en primera.
50
PRINCIPIOS DEL FIN
1. tenemos que hablar.
2. es la primera vez que me pasa.
3. a partir de ahora le llamaremos hacer el amor.
4. esto no es lo que parece.
5. a mi madre le encantaría conocerte.
6. me van a ascender.
7. me han otorgado un premio.
8. firme aquí.
9. ¿cuáles son los sitios de marcha ahora?
10. cariño, hoy volveré tarde.
11. podríamos probar cosas nuevas.
12. ¿qué te ha salido aquí?
13. creo que has recibido otro sms.
14. sí, quiero.
15. por ahí no, que me hace daño.
16. por ahí tampoco. La operación.
17. perdón, ¿los vinilos?
18. ¿y los de pop español?
19. hemos vuelto.
20. así que tú eres su mejor amiga.
21. no, hace más tiempo, porque esa vez tampoco lo hicimos.
22. ¿ya estás?
23. pero si somos vecinos.
24. tenemos que quedar y ponernos al día.
25. si se pone azul significa positivo.
26. soy la hostia.
27. le juro que no sé quién ha metido eso en mi bolsillo.
28. perdona, no recuerdo tu nombre.
29. espero que te guste Richard Clayderman.
30. ponte cómoda.
31. salgo, pero sólo a tomar una copa.
32. adonde va lo nuestro.
33. la hija de los de arriba ha crecido mucho.
34. aparta, que no veo.
35. y si buscamos ayuda profesional.
36. ¿tú me ves más gorda?
37. mañana lo dejo.
38. ve con tus amigos, tranquilo, ya me quedo yo aquí. Sola.
39. hacéis muy buena pareja.
40. no quiero que lo hagas, quiero que quieras hacerlo.
41. la última vez que nos vimos también fue en un funeral.
42. siempre haces planes sin contar conmigo.
43. ya me gustaría a tu edad estar como tú.
44. si quieres te doy el teléfono del que me lleva a mí.
45. ¿le pongo lo de siempre?
46. seguro que es benigno.
47. en ese tanga no llevarás cambio de 500.
48. puedes llamarme de tú.
49. puedes ponerte esto.
50. puedes leerme aquí.
TODO
ESTA DE PASO EN TU VIDA
No hay ataúdes de dos plazas. Hazte a la idea. Un día te mueres, y te
mueres tú. En solitario. Aunque te mueras con más gente a la vez. Nadie se
puede morir por ti. Morirse es como tirarse un pedo, un proceso individual e
irreversible de consecuencias tan desagradables e incómodas como predecibles.
Mientras eso no ocurre, y como resultado, todo está de paso en tu vida.
Todo y todos. Tus amigos, tus familiares, tus conocidos, tus parejas, tus
cosas, tus casas, tus ideas, tus maletas, tus platos favoritos, tus pelos del
sobaco —si fuiste a un cole de curas y aún te masturbas, los de la cabeza
también—, e incluso tu propia persona, todos te van a dejar o van a desaparecer
en algún momento.
Sí, estoy de acuerdo. Este punto es más jodido.
Pero si consigues asimilarlo, tiene efectos secundarios muy positivos. El
primero, que no vives el fin de las relaciones como un fracaso. Te da pol culo igual, pero ya lo aceptaste
como parte del trato desde un principio, con lo que el golpe suele ser algo
menos duro —no mucho, pero algo ayuda, palabra—. Crecer es aprender a
despedirse, y todo eso.
Pero el segundo, aún más positivo si cabe, cuando asimilas que todo está de
paso en tu vida, vives cada día de ese paso como algo inesperado. Te
sorprendes, te encoges de hombros y lo disfrutas, porque sabes que es probable
que sea el último día de esa experiencia, persona o relación en tu vida. Pero
no, al día siguiente, tu cinismo vuelve a poder contigo, y aquello sobrevive 24
horas más. Esa persona te sigue considerando parte de su vida, y tú sigues no
planteándote la vida sin ella. Y lo saboreas como el polo extra aquél que te
salía en el palo. Cosa que vuelve a repercutir positivamente en darle vidilla
al asunto.
De este modo, paradójicamente, creer firmemente en que nada dura te ayuda a
hacer que las cosas acaben durando.
Qué cosas. Jaté.
MI
TESTAMENTO
Dejo mi corazón a la última que lo haya robado.
Mis ojos, a mi niña, que de ellos es.
Mi mano izquierda se la confío a mi mano derecha.
Y mis pies, para qué os quiero.
Sabina, esta boca es tuya.
Urquijo, planta otro árbol con las mías.
Serrat, sé verlas al revés, Tarrés.
Mi miembro se lo dejo a la ciencia.
Igual algún día llegan a explicar lo mío.
Igual algún día incluso llega a ser normal.
Mi estómago, lo cedo gratuitamente a cualquier espectador. Mis pulmones se
los sirvan troceaditos a todos los que no firmaran Kyoto.
Y mis dos riñones para cualquiera que de mayor pretenda comprarse un piso.
El resto de mi cuerpo, que lo incineren y se lo den a fumar a algún chamán
al que le haya costado mucho dejar de fumar.
A mis enemigos, les dejo mis amigos.
A mis deudores, mis acreedores.
Y a mis ex novias, los ex amantes de mi mujer.
Mis cuentas corrientes y molientes, a todos los rojos. Mis libros,
empezando por éste, a todos los negros.
Y mis discos, a cualquiera que esté triste y azul.
Las fincas, los aviones, las mansiones, los coches, se los dejo a todos y
cada uno de sus legítimos propietarios.
A mis padres, sus nietos.
A mis hijos, sus abuelos.
Y de dinero, no sé, creo que no quedo con deudas.
Lo cambié todo por momentos, con amigos.
Por eso, mis recuerdos, si no os importa, me los quedo. Nací con tiempo.
Muero con memoria.
Madre, no llores, que algo sí que he vivido.
EL
RIESGO SANGUÍNEO
Nueva epidemia de miedo en la ciudad. Otra oleada más de acojone y
mediocridad. Las autoridades funerarias recomiendan urgentemente aprovisionarse
de prejuicios y estereotipos en conserva, de ésos que duran generaciones,
cerrar bien las mentes, ventanas y fronteras, y sobre todo no ver más allá de
las propias narices si no es absolutamente innecesario.
El origen del virus radica en una mala alimentación del espíritu, que
provoca una mutación del gen católico apostólico romano, responsable de nuestra
afición por la pasta al dente, de ese
puntito irritantemente condescendiente hacia el prójimo y de nuestra
inclinación natural a creer en el sacrificio y el dolor individual como paso
previo a una felicidad que nunca llega. Al mismo tiempo, y aunque parezca
paradójico, ese gen es también el principal causante del Cáncer de Conciencia y
de la Leucemia de Culpa, dos de las peores plagas que en los últimos siglos han
diezmado la capacidad de felicidad de este mundo ex civilizado.
Quizá por ello los primeros síntomas suelan presentarse con grandes accesos
de egoísmo. «Bastante tengo con lo mío» y «Aquí que cada palo aguante su vela»
son verbatims habituales en este tipo
de pacientes, que no hacen más que poner en evidencia su tristeza y
contradicción. A partir de ahí, la enfermedad degenera paulatinamente en una
incapacidad total de empatia, ataques de hiposensibilidad, estrechez mental
congénita a una gran ignorancia y una aversión a lo desconocido cada vez más
provinciana. Los pacientes en avanzado estado de intoxicación pretenderán
además hacernos creer que todos los inmigrantes son pillos, chulos y maleantes
que vienen a robarnos nuestra casa, violar a nuestras esposas y llevarse el pan
de nuestros hijos.
Inmediatamente después, en la mayoría de casos se podrán apreciar los
primeros síntomas exógenos, no menos incoherentes, como son posturas xenófobas
e intolerantes disfrazadas de proteccionistas, acompañadas, eso sí, de
aportaciones dinerarias a ONGs y apadrinamientos pasivos de niños
preferiblemente pobres, la exaltación de una propiedad cada vez más privada,
mía, mía y de nadie más que mía o, como mayor evidencia, un considerable
aumento del grosor de la epidermis, acompañado de un incremento proporcional en
su índice de resbalabilidad.
Y hablando de índices, cuando parece que suben los litros de sangre por
noticia, los tipos de desinterés, el endeuda-y-miento de las familias, la
insalubridad ciudadana, la incestabilidad laboral, el IPC, el IBEX, el NASDAQ y
el Dow-Jones, y en medio de tanta lambda, el riesgo sanguíneo sigue erigiéndose
como única vacuna preventiva probada y realmente eficaz.
Atreverse a relativizar nuestros propios problemas, romper el círculo miope
entre nuestro sueldo y nuestra hipoteca, entre nuestros miedos y nuestros
prejuicios, salir a la calle conscientes de que la virtud está en el punto miedo e intentar mezclarse física
e intelectualmente con el otro, venga de donde venga, tenga el color de piel
que tenga, que igual va y se le ocurre tener la sangre del mismo color que tú.
Pensar que, como dijo el poeta, en lo puro no hay futuro, y dejarse de
tonterías para acoger con los brazos abiertos a todo el que venga con buena
voluntad y sin ganas de joder a nadie.
Algunos dirán que es un mal necesario propio de ciudades que se hacen
mayores como Nueva York, que fue lo que fue e hizo lo que hizo en el siglo XX
gracias a las oleadas de sangre fresca, básicamente irlandesa e italiana,
durante los dos siglos anteriores. Otros creerán que éste es el principio del
fin de la identidad nacional, o lo que coño signifique eso.
Pero lo cierto es que hoy he salido a pasear por el centro de Madrid y ha
sido como si estuviese deambulando por cualquier ciudad latina.
Y sí, me
he sentido como en casa.
ESTÁS POR AHÍ
Estás por ahí. Aún no te conozco de nada, pero sé que estás por ahí. A
veces me miras, a veces soy yo el que se deja ignorar, y todo siempre a través
de una tercera, una extraña. Dura sólo un momento, una mirada, un polvo o un
gesto, el tiempo justo para que me dé cuenta de lo que ya hace tiempo que tú y
yo sabemos. Que sí, que ahí sigues, que estás por ahí.
Me dejas hacer. Como quien se espera al hambre de postres. Un hambre de
vuelta, un hambre innecesaria, un hambre de gula, vergonzosamente orgullosa de
tanto hacerse esperar. Por eso me dejas hacer. Que las quiera, que las olvide,
que me las folie, que las consienta, que me las ponga y que me las quite.
Quieres que te vea de vuelta, que te quiera de vuelta, que volvamos juntos a
cualquier sitio menos al lugar del que partimos.
Me vas a dejar. Sé que eres tú la que me lo ha de devolver todo. El dolor
que causé, sin intención de hacerlo, pero dolor al fin. Las noches que tuve que
ser y no fui, pero también los días que fueron y nunca debieron haber sido. Las
relaciones que dejé por estar ya empezadas. Los besos que me acabé antes de
estar acabados. La que me ponga en mi sitio, la que me saque de mis casillas,
la que me haga perder el norte, el dinero, el tiempo y los papeles.
Tú ya me has encontrado. Sólo esperas el mejor momento, el más vulnerable,
más débil, más amable. Pero los dos sabemos que ya me has encontrado. Es sólo
cuestión de tiempo. Que te presentes en mi vida, me vuelvas loco y me des esa
vuelta que me deje mirando hacia la nada del que ya lo ha visto todo.
Porque ahora sabes dónde estoy.
Y tú, tú más que nunca, estás por ahí.
¿QUÉ
ES MÁS IMPORTANTE, EL PRODUCTO O LA MARCA?
Es una pregunta piñata. Le pegas y te salen miles de preguntas previas e
igual de jugosas. Producto y marca, ¿se pueden separar? ¿En todos los casos?
Cuando se pueda, ¿se deben separar? Si lo logramos separar, ¿cómo saber cuál es
más importante? Y lo que es más difícil, ¿importante para quién? ¿Para la
empresa? ¿Para el consumidor?
Si se me permite simplificar, al principio todo era producto. Con tal de
comunicar que lanzábamos algo nuevo al mercado, sólo faltaba abrir un canal de
distribución, ponerle un precio competitivo y esperar a que los consumidores
acudiesen en tropel a probar esa nueva maravilla.
La comunicación era, y fue durante mucho tiempo, herramienta meramente
informativa al servicio del producto. Quiero que conozcan qué hace, dónde lo
pueden adquirir y, sobre todo, cómo se llama, para que usted no se equivoque al
pedirlo, no vaya a ser que me pida otro que no es el mío. Hasta ahí la función
más primitiva de una marca. La identificación del producto anunciado, algo así
como el código de barras de la percepción.
Un día surgen los otros. Gente a la que se les ocurre hacer lo mismo que
yo, fabricar el mismo producto, dotarlo de —prácticamente— los mismos atributos
y, encima, con un precio, muchas veces, más barato. Competidores, por llamarles
de forma suave. La situación se complica, los consumidores se empiezan a
confundir, y cuando piden mi producto, al distribuidor, por llamarle también
educadamente, no se le ocurre otra cosa que recomendarles otro producto que
hace lo mismo, pero es más barato, el clásico same, same, but different de algunos países.
Surge así la mal llamada «comunicación de marca». Es necesario
diferenciarse, y se empieza a ver en los intangibles de la marca el gap emocional que, en igualdad de
condiciones objetivas, sitúa nuestro producto por encima de sus competidores
gracias a sus condiciones subjetivas. Daba igual si tu producto era innovador o
no. De pronto, todo era marca.
Y ahí hemos estado, inundados de publicidad afectada y cursi. Viñetas del
campo, del mar o de una preciosa tarde de verano. La chica pasea su mano por
cualquier material orgánico, un plano corto de una media sonrisa del chico, una
música minimalista que deja paso a esa voz orgásmica que habla de babosadas,
hasta que en el último plano se nos muestra, con suerte, el logo, ya sin
producto ni nada.
En mi opinión, ni tanto ni tan poco. Siempre he entendido la marca como
promesa consistente en el tiempo. La creen sus consumidores. La cumplen sus
productos. En definitiva, la construye el diálogo más o menos duradero entre
ambos.
50
MANERAS DE DIVIDIR EL MUNDO
1. las parejas que follan y las que hacen el amor.
2. las parejas que aún recuerdan cómo se hace y las que ya leen.
3. los que tienen que dar explicaciones y los solteros.
4. los que aún las dan y los que son fieles.
5. los que viven de recuerdos y los que viven de proyectos.
6. los que siempre están yendo y los que nunca vuelven.
7. los que cada día mueren un poco y los que vuelven a nacer.
8. los que quieren algo de ti y los que quieren algo para ti.
9. los malos conocidos y los buenos por conocer.
10. los que dudan y los que matan.
11. los que sudan y los que estafan.
12. los que dicen y los que hacen.
13. los que nunca hacen y los que ni hacen ni dejan hacer.
14. los mortales y las modelos.
15. los gánsteres y los hippies.
16. los políticos y los decentes.
17. los ricos y los honrados.
18. los pobres y los felices.
19. los sabios y los inquietos.
20. los locos y los muertos.
21. los que piensan y los que actúan.
22. los que creen y los que crecen.
23. los que nunca pegan y los que siempre cobran.
24. los fáciles de conocer y los difíciles de olvidar.
25. tigres y leones.
26. polis y cacos.
27. Mac y PC.
28. Cola-Cao y Nesquik.
29. Nocilla y Nutella.
30. Pepsi y Coca-Cola.
31.
Whopper y Big Mac.
32. Bony y
Tigretón.
33. los padres que siempre enseñan y los que nunca aprenden.
34. los niños que aprueban y los niños que prueban.
35. los ancianos que están solos y los que sólo están.
36. los sospechosos y los culpables.
37. los enfermos y los pacientes.
38. los lentos y los temerarios.
39. los ciegos y los cómplices.
40. los sordos y los espías.
41. los mudos y los chivatos.
42. sinceros y con ceros.
43. vecinos y extraños.
44. libertinos y reprimidos.
45. gallinas y cerdos.
47. vivos y tuertos.
47. malos y dueños.
48. amos y eslavos.
49. cielo e invierno.
50. el Bien y el Da Igual.
DISCURSI
El discurso que ayer no nos salió supongo que empezaría dándoos las gracias
por haber venido, por estar ahí, por venir a cenar gratis.
Ese mismo discurso continuaría diciendo que, a diferencia de muchas otras
compañías, nosotros no sabemos lo que somos. Ni lo queremos saber, francamente.
La verdad que no nos interesa lo más mínimo. Quizá sea el complejo de nacer con
clientes. Quizá sea el orgullo de no tener business
plan.
Como cualquier discurso inaugural, enseguida se pondría a hablar de futuro,
que es lo único que parece que tenemos. De las promesas, de los proyectos, de
las proyecciones. De dedicarnos al cómo hacer brand coach, y otras muchas cosas que suenan feo, pero que si las
dices mirando fijamente, parece de verdad que sepamos de lo que estamos
hablando. Futuros tan mentirosos como todos los futuros, porque en realidad
quién sabe, pero que recubiertos de ilusión y brillo de ojos se los come uno de
dos en dos.
Se transformaría un poco en discursi al hablar de cada uno de vosotros, de
lo que es ahora y de lo que significa para M y para mí. El orden de N, el rigor
de L, la eficacia de G (cómo te vamos a echar de menos), la polivalencia de J,
el talentazo de D, el buen gusto de su mujer y el gas a fondo de U. Armas con
las que contamos para luchar contra el gigante ése que llaman break even, y que por más que me lo
expliquen para mí sigue teniendo nombre de película de Nicolas Cage.
No sé, el discurso brindaría también por todos los que aún han de venir.
Por todo ese talento del que tendremos el placer y el honor de disfrutar, y que
acabará haciendo de esta compañía una compañía de las que te acompañan un
trocito de tu vida y le dan algo más de sentido. De lo mucho que nos vamos a
divertir, de lo mucho que vamos a sudar, de las horas que vamos todos a poner
detrás de un logo que, para empezar, se anuncia con camas deshechas, hala, con
un par.
Y por último, seguro que este discurso, para no alargarse, y porque a estas
alturas tendríamos todos las copas entumecidas, diría algo así como que nada de
todo esto tiene sentido si como mínimo una vez al día, y sin esperarlo apenas,
no nos pasa algo que no entiende de balances ni cuentas de resultados. Cagarnos
de risa.
Nace AFTERSHARE.TV con varios clientes, una serie, programas de tele,
tupamaros, patrocinios, una ONG, un local, un diván, un banco adoptivo, una
empleada a tiempo completo, un socio con listas, el otro con tontas y una cena
bajo el brazo.
Muchos dirán que nacemos ya caminando.
Nosotros jamás diremos eso. Preferimos poner cara interesante, mirar al
infinito y pronunciar las palabras mágicas.
Y espérate.
EL
DÍA DESPUÉS
Bilbao, 26 de mayo de 2007.
Buenos días. Espero que hayáis descansado. Que hayáis soñado bonito. Que
hayáis pasado una buena noche. Una noche que duraba ya ocho meses. Una noche
que finaliza ya mismo. Uno. Dos. Tres. Despierta. Hoy empieza el día después.
Hoy comienza la pesadilla.
El día después de Bilbao es el día del fin del sueño que empezó un domingo
8 de octubre, a eso de las diez y media de la noche. Allí, de pie, dieciséis
talentos por descubrir os presentabais como nuevos inquilinos en una academia
repleta de una nada que había que llenar. Seguramente sólo para vosotros será inolvidable
vuestra entrada, la primera gala, esa primera noche.
También lo será para mí, os lo aseguro. Yo os veía por primera vez en mi
vida. Y me acuerdo perfectamente de lo que pensaba en aquel momento. Durante
toda la gala, en esas dos horas y pico, vuestras primeras horas ante toda
España, me estuve haciendo todo el rato una única pregunta. Por qué. Por qué
alguien con talento decidía presentarse a un concurso de ese tipo. Por qué
aceptabais competir delante de todo el país. Por qué lo hacíais conociendo los
efectos secundarios de las cuatro ediciones anteriores. Y también, no os voy a
engañar, por qué me había sentado yo allí. Por qué me habrían contratado. Por
qué.
Supongo que el sentido de las cosas lo da el tiempo de los días. Hoy
encuentro muchas más respuestas de las que me gustaría. Respuestas que me voy a
guardar para mí. Respuestas que ya he compartido con alguno de vosotros sólo en
presencia de nuestros gin tonics.
Pero lo cierto es que, para bien o para mal, vuestra vida jamás volverá a
ser la misma. Porque, especialmente en vuestro caso, vuestra vida ha pasado de
ser una lucha anónima por el recuerdo, a una batalla encarnizada contra el
olvido. Y eso va a seguir así hasta que dejéis de tener sueños o, como hacen
muchos, hasta que sucumbáis al trueque del conformismo y los cambiéis por otros
de segunda mano. Ya no tiene sentido hablaros de si afináis o no, de si habéis
acertado o no en el gorgorito, de si lleváis bien puesta la ropa o si en Bilbao
estuvisteis mejor o peor.
Hoy tiene sentido hablar de todo lo demás.
Para empezar, de lo que haréis con todo lo que se os ha dado, de la
cantidad de cosas positivas por las que tenéis que estar agradecidos. Por las
galas, por esas más de 40 horas en prime
time, que os han puesto en boca de todos, en la mente de muchos, y en el
corazón de algunos pocos. Por los músicos, que han hecho que sonarais como si
ya fueseis alguien desde que no erais nadie. Por los bailarines, que han
dibujado vuestras notas en el aire haciéndolas parecer algo. Por esos técnicos,
escenógrafos, estilistas, maquilladores, incluso los de sonido, y cualquiera
que os haya ayudado desde atrás a tirar para delante. Por los que os han dado
algún consejo alguna vez, por malo o inútil que fuese. Por todos los que han
hablado, escrito u opinado sobre vosotros, aunque fuese bien.
Y, sobre todo, por todos y cada uno de vuestros fans, a los que se lo
debéis todo, absolutamente todo. Tenéis la responsabilidad del que habla y es
escuchado. La obligación del que mira y es admirado. La prerrogativa del que es
considerado ídolo por parte de quien sea.
Y después de todo eso, que cada uno haga su lista a los reyes. La mía, la
tengo muy clara. Mis mejores deseos no son para quedar bien, sino más bien para
que os vaya bonito.
Y es que yo, si pudiese pedir por esta boquita, pediría quizá pocas cosas,
pero muy concretas. Una banda para Moritz, una gira para Jorge y un disco para
Saray. Una voz para Mercedes. Algo de gracia para Leo. Humildad e inteligencia
para Lorena. Fe en Cristina. Y en Ismael, también. Un buen tema para Daniel. Un
club para Vanessa. Un fan para Xavi. Un programa para José. Mis disculpas para
Eva. Cariño para José Antonio. Un recuerdo para Mayte. Y otro para Encarna.
Carisma para todos.
Olvido para mí.
A
DIOS
Tanto tiempo sin llamarte «mi vida». Tanto tiempo sin escribirte a la cara.
Esta vez sólo tú sabes que me dirijo a ti. Te escribo a toro pasado, después de
la batalla, cuando dicen que todos somos generales. Pero te juro que ha sido
necesaria la distancia de un adiós y el tiempo de varios silencios para poder
atreverme a esto. Te preguntarás por qué lo hago aquí y de esta manera. Que qué
hace toda esta gente mirándonos. Que por qué nos tienen que estar escuchando.
Tranquila. No les voy a contar nada que tú no quisieras que oyesen. Sólo están
a modo de testigos, no de jueces, y ni van a hablar ni a decirnos nada. Nos
leen, y coincidirán o no, pero eso jamás lo tenemos por qué saber tú y yo.
El hecho, la verdad, es que te he estado echando tanto de menos que todavía
a veces me lloro encima. Te he buscado, no ya en otros brazos, sino en otras
miradas que no tenían tus ojazos, en otros labios que cerraron los míos, en
otras caricias que no me hicieron olvidar las nuestras. El olvido se me fue de
las manos, y hasta la fecha aún me ha sido imposible decirle cómo, cuándo y
dónde dejarte atrás. Imagínate cómo lo he pasado que he llegado a envidiar a
los que aún no te conocen, porque ellos pueden soñarte a placer sin la angustia
de saber que realmente existes.
A estas alturas, ya todo es tarde. A medida que le daba puerta a tu
ausencia, he ido echando paladas de otras tierras sobre esta añoranza tuya. No
me malinterpretes: no es ingratitud, es supervivencia. Tú, por tu parte, fijo
que has abierto ya la jaula de tus ex, que deseaban desde hace tanto tiempo
este momento. Salúdales, no te olvides de darles de comer de tanto en tanto y
sobre todo pídeles perdón de mi parte por haberles hecho esperar.
Acabadas presentaciones e impresentables, quiero decirte que nada de todo
esto ha sido en vano. Siempre he creído que el arrepentimiento era el
analgésico de los moralistas y el anestésico de los cobardes. Y, hoy por hoy,
sigo valientemente orgulloso de haberlo intentado, de haberlo perdido todo y de
haber sentido lo que tú me has hecho sentir.
Una relación puede ser el mejor espejo, a veces cóncavo, a veces convexo,
jamás plano, que enfoque y descubra partes de ti que jamás te habías visto
desde esa perspectiva. «Estoy descubriendo que no es incompatible que tú seas
un mujeriego con el hecho de que me quieras con locura». Nos hemos dolido hasta
decir basta, nos hemos herido aún convalecientes, y nos hemos curado hasta
resucitarnos casi del todo. Quien no haya fracasado como nosotros, no tiene ni
puta idea de hasta dónde se puede creer, querer y caer.
Que se aparten los romeos y julietas, que miren y aprendan los amantes,
amandos y amados de cualquier época, raza y condición, que tú y yo hemos tocado
todos los cielos del primero al séptimo, que tú y yo hemos mordido el polvo de
todos los infiernos, que tú y yo nos hemos devuelto a la vida, a la muerte, y a
todo lo que pueda haber entre medio.
«¿Sabes cuando estás en una relación en la que todo va bien, no hay
discusiones, parece que marcha como la seda, y sin embargo sabes perfectamente
que ésa no es la persona? Pues a mí, contigo, me pasa todo lo contrario». Y te
quedaste tan ancha.
Pero gracias a ti he descubierto muchas más cosas. Que lo bueno de la
ruptura es todo lo que pone en evidencia. Para empezar, lo más obvio, que
seguro que podríamos haberlo hecho mejor. Dejarse es sólo el principio del
principio. Del psicoanálisis, de la psicoapatía, de las psicrobacias.
Segundo, se puso en evidencia el entorno de la relación. Como ocurre en la
vida, los suburbios de un amor es donde suelen vivir las cosas más auténticas e
indeseables del acto de quererse. Amigos, familia, conocidos, todos de pronto
se sienten en la obligación moral de tomar partido, cuando nadie se lo ha
pedido, y sobre todo, de tratar de entender las cosas que ni siquiera uno
acierta a explicarse.
Ahora, con el deseo roto y la intuición dañada, uno intenta recobrar algún
resquicio de credibilidad, primero ante uno mismo, luego ante los demás. Parece
que, como te equivocaste, todas las promesas que quedan suspendidas en el
calendario ejercen de cachitos de mentira contra la ingenuidad de cualquier
nueva emoción. Te fallaste, y fallaste a todos los demás, así como a cualquier
compromiso que puedas adoptar en un futuro inmediato, simplemente por el hecho
de que éste no te funcionó como esperabas.
Además, cada vez que fracases en una relación, no te preocupes, que vendrá
algún capullo recordándote lo mucho que estabas dispuesto a invertir en esa
relación. Es como si ése se alegrara de todo lo que ahora parece hecho añicos.
Poca gente te viene a decir que hiciste bien en fiar, fiarte, confiar y
confiarte. A poca gente le importa que aquello deba tener algún valor para ti,
y que así no todo sea tiempo malgastado.
Por último, se puso en evidencia mi máxima favorita: que crecer es aprender
a despedirse. Un proceso de aprendizaje en el que vamos ganando maestría, pues
parece que cada vez nos despedimos mejor de las cosas, situaciones y personas.
Aquí tú has estado increíble. «Pues yo contigo espero aprender a no
despedirme». Y me volviste a dejar con esa cara de polla.
Supongo que no te importará que te lo diga ahora, pero has sido el
referente, un nuevo paradigma, la nueva tabla de medidas en un universo pequeño
y poco dado a las sorpresas hasta que tú llegaste. Creo que jamás estaré seguro
de haberlo dejado contigo. Y eso es precisamente lo que te hace grande, lo que
nos hizo grandes a los dos.
Ya sólo nos queda la distancia de sabernos desde lejos. Algún día, como
suele pasar por los barrios de esta edad, nos volveremos a encontrar, tú con
alguien, yo con otra, y deberemos luchar contra esa naturaleza que nos amarró
desde el principio, sorteándola con una sonrisa y alguna broma que sólo tú y yo
entenderemos.
Si crecer es aprender a despedirse, tú me has enseñado a no querer
despedirme, por mucho que no lo hayamos conseguido. Igual porque no supimos ver
que si separas un adiós como nos hemos separado tú y yo, así, de cuajo y recién
empezado, lo que te queda es esta esperanza idiota con forma de petición tan
absurda como a quien va dirigida, ese alguien en el que por un momento
necesitas creer con todas tus fuerzas, ese alguien al que suplicas, por una vez
y sin que sirva de precedente, que te haga caso, un deseo sincero dirigido a
nada más ni nada menos que a él.
A dios.
APÉNDICE.
LOS 45 TÍTULOS MÁS DESCARTADOS PARA ESTE LIBRO
1. No compres este libro.
2. Escríbemelo a la cara.
3. Los reyes son los padres.
4. Hay que joderse.
5. Textosterona.
6. Tengo los textos hinchados.
7. Chúpame la prosa.
8. No me toquen los textos.
9. Se me han hinchado los adjetivos.
10. A tomar por artículo.
11. Algo habrá que hacer.
12. A bote pronto.
13. Cuentos de nadas.
14. Cachivaches.
15. Y espérate.
16. Hecho un Risto.
17. El libro que no conoce ni Risto.
18. Por los clavos de Risto.
19. Qué mal te leo.
20. Ajo y Agua.
21. No, nunca, jamás, tampoco, nada.
22. No hay huevos.
23. Ya me vale.
24. al orden factores El, producto afecta los de no.
25. Mentiras verdaderas, verdades mentirosas.
26. Vamos a contar mentiras.
27. 100 mentiras dónde irán.
28. Manual de antiayuda para ser mal producto y peor persona.
29. Conclusiones de un publicista anunciado en TV.
30. Ponga un producto en su vida.
31. Murphy se comió el queso de la buena suerte.
32. Orgullo de producto.
33. De producto a producto.
34. Mal rollito.
35. Se me calienta la boca.
36. Véndeme algo o déjame en paz.
37. Si yo no puedo, tú tampoco (2.ª parte: Si yo no puedo, tú aún menos).
38. Culpen las molestias.
39. Ser o no ser producto.
40. Producto de tu imaginación.
41. Sé producto.
42. No me compres así.
43. Venderse es fácil (si sabes cómo).
44. Operación Risto.
45. Cruza
la pasalela.