Segunda parte
Capítulo 27
Por fin llegó el sábado. Y por fin llegó una invitación de Victor.
Todos iban a pasar la noche en su estudio, como él lo llamaba.
—Jugar, charlar, tomar té —dijo por teléfono—. Tienes que venir no
importa cómo. ¡Ha encontrado algunas cosas muy interesantes!
—Me alegro de que vuelvas a salir con gente —dijo su madre cuando
Nick le contó sus planes—, últimamente ha sido muy difícil apartarte de tu
mesa.
Nick emprendió el camino con un saco de dormir, una colchoneta
aislante y una enorme provisión de comida basura. Debía de tener un aspecto muy
extraño. En cada cruce, en cada esquina, miraba a su alrededor para cerciorarse
de que nadie lo seguía. Además, dio muchos rodeos y tomó varias líneas del
metro para sacudirse a los perseguidores invisibles.
—¡Bienvenido, amigo! —Victor abrió la puerta y le cogió las cosas—.
¡Hace mucho que no hago una fiesta de pijamas! ¡Espero que digas sí al té y
hola a Emily!
Emily estaba sentada en el mismo lugar que la última vez. Cuando Nick
entró, alzó la mirada, como disculpa hizo señas hacia su portátil y se entregó
al juego. Detrás de ella, en la pared, estaba apoyada una mochila roja de
camping. «¿Ella se quedará a pasar la noche?».
Sobre el rechinante sofá de la habitación de al lado se encontraban
Speedy y una chica con el cabello teñido de negro azabache y uno de los lados
de la cabeza completamente rasurado.
—Kate —la presentó Speedy —, mi novia.
—Mucho gusto.
Kate sonrió y dejó al descubierto unos incisivos con adornitos
baratos.
—Ya es tu hora, Speedy —dijo Victor—. Sabes que no se puede dejar
colgado al campeón.
—No soy idiota —gruñó Speedy y se fue.
Se sentó ante un ordenador distinto al de la última vez.
—Así tiene que ser —explicó Victor, a quien no le pasó inadvertida la
mirada de Nick—. Seguramente, lo que primero revisa el programa es la dirección
IP. Si la reconoce, no te deja ver el más diminuto arbolito de la secuencia de
apertura.
Nick no iba tan desencaminado con la idea de usar el portátil de
Finn.
—¿Cómo te fue con tu grafiti?
—Ah, bien, todo es ponerse —Victor dejó ante Nick una taza con la
figura de un pulpo, dos de sus tentáculos se entrelazaban para formar el asa—.
Encontré la papeleta, fui a la dirección, hice los trazos con el aerosol y
nadie me descubrió.
Quitó algunas revistas de informática y sacó una foto: sobre el muro
de una casa, en letras de color azul oscuro, estaba muy bien escrito «Quien
nos roba nuestros sueños nos da la muerte».
—Es una cita de Confucio —explicó Victor—. Quienquiera que sea el
programador de Erebos, le gustan mucho las citas.
Nick debió de poner cara de desconcierto, pues Victor sonrió
satisfecho.
—Hazte a la idea de que Erebos no se inventó a sí mismo. Alguien
escribió el código fuente, como en todos los programas. Solo que este es el
campeón de los programas… Una cosa inconcebiblemente buena.
Nick habría jurado que a Victor le lloraban los ojos.
—¿Sabes cuántos años se ha intentado escribir un programa que piense y
hable como un ser humano? ¿Cuánto crees que vale este desarrollo? ¡Millones,
Nick! ¡Miles de millones! Pero nosotros recibimos el juego gratis, ¡como el
regalito que viene en una caja de cereales! ¿Por qué?
Nick no lo había visto desde esa perspectiva. Desde el principio, el
juego le pareció una persona viva, y no se le ocurrió pensar en su valor financiero.
—Porque… ¿persigue un objetivo? —retomó la pregunta de Victor y fue
compensado con una mirada exultante.
—¡Premio! ¡Es una herramienta, la herramienta más cara e ingeniosa del
mundo! En mi mente me arrodillo con humildad y adoración ante su creador —tomó
un trago de té—. Quienquiera que sea su programador, no se anda con chiquitas.
¿Qué nos está diciendo, o mejor dicho, qué le está diciendo pues al desconocido
dueño del garaje?
«Quien nos roba nuestros sueños nos da la muerte».
—¿Que quiere matarle? ¿O que el otro lo amenaza de muerte?
—Exacto. A mí me suena a un toque de atención. En todo caso, no es una
cita cualquiera, así como no era una dirección cualquiera.
Victor desmenuzó una galleta mientras Nick casi reventaba de
impaciencia.
—¿Y? ¿Quién vive allí?
—Bueno, por desgracia eso no es tan emocionante… Un contable,
divorciado, sin hijos, con un cargo directivo medio en una compañía exportadora
de alimentos. Casi no puede imaginar nada más trivial que eso. Aunque claro, en
su vida privada puede ser un verdadero diablo.
«Un contable». La verdad, no era muy emocionante.
—Y tú ¿encontraste piezas del rompecabezas? —preguntó Victor.
—Me temo que no. Solo encontré a una ex jugadora con ganas de hablar
—Nick le informó sobre los encargos de Darleen: el robo de los ordenadores, los
documentos fotocopiados y la tarjeta para el móvil.
Victor lo anotó todo.
—Quién sabe, quizá algún día comprendamos —dijo—. Vamos a
concentrarnos en las pistas escondidas en el juego. Tal vez nos revelen algo
más. ¿Cómo eres de bueno en historia del arte?
«¡Ay, ay, ay!». Nick sacudió la cabeza.
—Lo siento, diste en la dirección equivocada.
—Bueno, está bien. Entonces comencemos con ornitología. ¿Qué te dice
el término Ortolan?
—Es el enemigo contra el que luchan los jugadores de Erebos —dijo
Nick, contento de saber una respuesta.
—Muy bien —Victor retorció una de las puntas de su bigote entre los
dedos, y ahora parecía un mago antes de sacar el conejo de la chistera—. Te
puedo enseñar una imagen de Ortolan, ¿quieres?
«¿Hay una imagen?».
—Claro que quiero —dijo Nick.
Victor cogió otro ordenador portátil de la habitación de al lado.
—Este no tiene nada de Erebos. Quiere decir que podemos movernos en
Internet sin que el programa se dé cuenta o nos dé una colleja —levantó la tapa
del ordenador—. Bien, ahora busca «Ortolan».
Nick lo escribió en la página de Google. El primer resultado llevaba a
Wikipedia e hizo clic en el link.
—Pero esto es ridículo —exclamó.
Ortolan solo era el nombre del escribano hortelano, un pájaro cantor
de Francia e Italia. «Esto es una estupidez».
—Muy desconcertante, ¿no te parece? —murmuró Victor—. Por desgracia
tampoco he podido descubrir qué nos quiere decir con esto el señor programador.
Porque de que nos quiere decir algo no me cabe la menor duda. He descubierto
otra cosa, y estoy seguro de que te gustará.
Victor aplaudió como un niño ante su pastel de cumpleaños, puso los
dedos cubiertos de anillos con calaveras sobre el teclado, pero cambió de
opinión.
—No, primero quiero preguntarte algo. ¿Estuviste en alguno de los
combates en la arena? Mañana por la noche habrá otro, y todos los héroes se
mean de emoción en los pantaloncitos de malla de sus armaduras.
Nick sonrió.
—Sí, estuve en un combate en la arena. Me fastidió mucho no participar
en el segundo. ¡Es emocionante, ya verás!
—Excelente. Lo más seguro es que tuvieras que inscribirte, ¿verdad?
Dime con quién.
Victor amaba las adivinanzas, sin duda.
—La segunda vez, directamente en la arena, con el maestro de
ceremonias. La primera, con uno de los soldados que se encontraban en la
taberna de Átropos.
La sonrisa de Victor dejó lugar a una expresión graciosa, pero
perpleja a un tiempo.
—¿Has dicho Átropos?
—Sí. ¿Pasa algo?
—Adonde van a ir a parar estos tiempos —dijo el otro con fingida
desesperación—. ¡Los niños ya no aprenden nada en el instituto! Por lo menos
dime si algo te llamó la atención en el maestro de ceremonias.
—No parecía que encajase con el juego. No era como las otras figuras,
sino que parecía… falso, de alguna manera. Siempre lo llamé «el grandullón de
los ojos saltones».
Victor se divertía de lo lindo.
—Muy bien, muy atinado. Pero ¿no te recordaba a nada que ya
conocieras?
Victor abrió los ojos e intentó imitar la expresión del rostro del
personaje.
—No. Lo siento.
—Entonces mira esto.
Tecleó una dirección en el servidor y se abrió la página principal de
los museos del Vaticano. Dos clics más y giró el portátil para que Nick
viera la pantalla.
—Aquí tienes a tu Ojos Saltones. Pintado personalmente por Miguel
Ángel.
Pasaron unos momentos antes de que Nick comprendiera de qué se
trataba. Lo que Victor le estaba mostrando era una enorme pintura en la que se
amontonaban cientos de personajes. En el centro se hallaban Jesús y María, y en
torno a ellos —sobre varias nubes— estaban de pie o sentados hombres y mujeres
semidesnudos. Más abajo, unos ángeles tocaban sus trompetas y otros alzaban con
energía a los humanos desde el suelo hacia el cielo. En la parte más baja de la
pintura se retorcían
personajes en el lodo y, más allá, un poco a la derecha del centro… estaba él.
El maestro de ceremonias, tal como Nick lo había conocido en Erebos. Desnudo
salvo por el taparrabos, con el extraño mechón de cabello sobre la cabeza y el
largo bastón que aquí balanceaba como si quisiera golpear a los humanos que
estaban sentados en su barca.
—Sí, ¡es él! —gritó Nick, emocionado.
—¿Sabes cómo se llama?
—No.
Victor se puso de pie y adoptó una expresión de importancia.
—Es Caronte… El barquero que en la mitología griega transporta a los
muertos en su barca sobre el río Estigia al reino de los muertos.
Nick observó la imagen con detenimiento y se estremeció sin querer.
Aquí Caronte más bien molía a palos a los muertos al otro lado del río.
—Quizá valga la pena mencionar a los padres de tu grandullón de los
ojos saltones: Caronte es hijo de Nyx, la diosa de la noche… y de Erebos.
A Nick le zumbaba la cabeza.
—¿Y qué significa todo esto?
—Difícil de decirlo. Pero tal vez nos acerquemos a la respuesta si
vemos el título de la obra maestra de Miguel Ángel. ¡Mira! —dirigió el cursor hacia
las palabras que estaban al pie de la foto.
Miguel
Ángel Buonarroti
El Juicio
Final
Capilla
Sixtina
—En el Juicio Final, Dios separa a los que han sido salvados de los
condenados —dijo Victor—. No es un panorama especialmente agradable. Y me
pregunto si el juego hace algo semejante… Una selección. ¿Por qué razón
elimina de forma tan despiadada a los que fracasan en sus encargos?
—¿No está un poco desquiciado?
Dando unos cuantos clics, Victor agrandó la imagen de tal
manera que pudieran ver el gesto de Caronte.
—Puede ser que esté un poco desquiciado, pero pensó hasta en el último
detalle. ¿Qué acabas de decirme? ¿El sitio donde te inscribiste para los
combates en la arena se llamaba La Taberna de Átropos?
—En realidad, se llamaba El Último Corte —precisó Nick.
—Oh, mi niño, ¡mi pobre niño ciego! —espetó Victor teatralmente y
tecleó otra vez algo nuevo—. Mira: Átropos es una de las tres moiras, es una de
las diosas griegas del destino, la más vieja, la más desagradable, su labor
consiste en cortar el hilo de la vida de los hombres. El último corte —con un
suspiro bajó la tapa del portátil—. El programador tiene debilidad por la
mitología griega. Eso por un lado. Cada uno de los símbolos que utiliza tiene
que ver con la perdición y la muerte. Eso por otro. Sumado a la genialidad del
programa y el factor de adicción… un barril de dinamita bajo el trasero me
inquietaría menos.
Sin embargo, Victor no parecía inquieto; al contrario, parecía muy
contento. Volvió a llenar su taza y se apoyó contra el respaldo.
—Bonito y bueno —dijo Nick, después de que ambos guardasen silencio
por un rato—. Pero ¿qué hacemos ahora con lo que sabemos?
—Disfrutemos por ser tan inteligentes —dijo Victor—. Y ahora tratemos
de encontrar otras pistas… En algún momento aparecerá alguna con la que
podremos hacer algo.
Nick se pasó la siguiente media hora observando a Speedy mientras se
transformaba en Quox, el bárbaro. Victor le dio una libreta y un bolígrafo y él
anotó cada uno de los detalles que descubrió en la torre. Las placas eran de
cobre, «¿esto significa algo?». Anotó cada frase que pronunció el gnomo y
buscó mensajes ocultos. Kate le ayudó buscando raspaduras en la pared de la
torre y Nick las dibujó. «¿Hay alguna imagen escondida en ellas, un plan, un
nombre… algo?».
Victor permanecía sentado ante su ordenador y conducía a Squamato
blandiendo la espada sobre un árido paraje. A cada par de pasos que daba
saltaban víboras del tamaño de un hombre, intentaban atraparlo y desaparecían
bajo tierra. Pero Victor parecía poseer un sexto sentido, pues siempre las esquivaba
y no se dejó morder ni una sola vez.
Mientras tanto, Hemera estaba de pie ante la hoguera junto con cuatro
combatientes, entre ellos Nurax, y hablaban sobre las próximas luchas en la
arena. Nurax le explicaba que se había propuesto ascender por lo menos dos
niveles más y, si todo funcionaba como lo tenía planeado, tal vez hasta lucharía
por obtener un sitio en el círculo privilegiado.
Emily se mecía inquieta sobre su silla. Nick supuso que la ponía
nerviosa que la mirara por encima del hombro, así que se retiró con sus
anotaciones a la habitación de al lado, se sentó en el sofá con rosas y barcos
de vela y abrió el portátil que Victor le dijo que estaba limpio. La idea de
que su ordenador quizá ya no lo estuviese le ponía los nervios de punta. «¿Por
esa razón me insistió Emily en que no debía enviarle mails?».
Si Erebos no vigilaba este ordenador, ¿qué pasaría si Nick consultara
a Google sobre Erebos?
Escribió «Erebos» y encontró el link «Erebos: el juego»… Ese fue el
que le llamó la atención en su última búsqueda.
Luego hizo clic en el link y el texto que apareció era completamente
distinto.
¡Alegría, hermoso destello de los dioses,
hija del Elíseo!
¡Ebrios de entusiasmo entramos,
diosa celestial, en tu santuario!
Tu hechizo une de nuevo
lo que la acerba costumbre había
separado;
todos los hombres vuelven a ser
hermanos
allí donde
tu suave ala se posa.
Mientras sacudía la cabeza, Nick cerró la página. Eso ya lo conocía:
era parte de una sinfonía de Beethoven. El texto no tenía ningún sentido. Solo
estaba ahí para reservar un espacio para los jugadores no registrados que por
casualidad entraran a la página. «No importa». Había que continuar con la
investigación.
Abrió Google y escribió «placa de cobre». Solo encontró un montón de
proveedores y fabricantes de placas y láminas de cobre; además, le quedó claro
que las placas de cobre tenían algo que ver con la impresión de ilustraciones
en los libros antiguos. Eso era, al parecer, un fracaso total.
Lo siguiente que buscó fue la combinación entre «serpientes» y
«mitología griega». Allí estaba Hidra con sus nueve cabezas. Pero las
serpientes de Victor solo tenían una. Había una serpiente que estaba enrollada
en el bastón de Asclepio y otra más que vigilaba el oráculo de Delfos. Ninguna
que saliera del suelo. «Hasta el momento, muy mal. ¿Qué más?».
Echó una mirada a la habitación contigua a través de la puerta
entreabierta. Todos estaban concentrados en el juego, solo Kate hacía ruido en
la cocina. Se dirigió allí para ver si podía ayudarla en algo, pero las dos
bandejas de pizza ya habían desaparecido dentro del horno.
—Dime, ¿cómo se apellida Victor? —preguntó Nick.
—Lansky —Kate puso el regulador de temperatura del horno un milímetro
más alto, suspiró y volvió a bajarlo—. Los hornos extranjeros son horribles,
mis pizzas van a salir crudas o quemadas… solo me queda esperar que te guste el
jamón italiano y un montón de cebolla.
—Oh, sí, claro que sí. Gracias —Nick volvió a su sofá y escribió en
Google «Victor Lansky». Encontró un Victor Lansky en Canadá y otro en Londres.
«Lotería». Victor era una persona con muchos antecedentes en el mundillo de los
juegos de ordenador: hasta publicaba una pequeña revista sobre juegos que,
aunque no salía con regularidad, tenía buena reputación en el medio. «Ah», y
aquí había algo más: un tal Zobbolino escribió en su página web que él era buen
amigo de Victor Lansky, quien gozaba de buena y mala fama.
Victor y
yo compartimos valiosísimos recuerdos de la época en que no había ningún muro y
ninguna vía de escape segura para nuestro arte. Pintar con aerosol o no pintar
con aerosol, esa nunca fue la pregunta. Nosotros éramos los coloridos dioses
del medio del grafiti y, si no nos hubieran pescado esa única vez, aún
estaríamos brindando colores a Londres.
Nick leyó el texto completo varias veces. Ahí estaba claramente
escrito que Victor alguna vez tuvo que ver con los grafiti y que fue atrapado.
Erebos pudo leerlo y por eso exigía que cada uno de los jugadores se registrara
con su nombre. Probablemente investigaba a cada uno de los novatos. «¡Vaya!».
«Erebos extrae información de Internet —anotó Nick—. Eso no lo
habíamos considerado hasta ahora. ¿De todo Internet? Seguro que Erebos analiza
con detalle los discos duros y que sigue las páginas que uno visita en la red.
De esta manera el juego se vuelve omnisciente».
Si eso era correcto, el juego había leído el protocolo de mensajes de
texto en el ordenador de Nick y había evaluado su diálogo con Finn. «Por eso
sabía lo de la camiseta de los Hell Froze Over…».
Le habría gustado compartir sus reflexiones con Victor, pero Squamato
estaba muy ocupado escalando una gigantesca muralla. Impaciente, Nick se tomó
dos tazas de té que para ese momento ya estaba helado. La tercera la volcó
cuando intentaba coger su cuaderno para revisar sus anotaciones.
—¡Mierda! —hizo a un lado el portátil, cinco kilos de revistas de
informática y sus anotaciones. A estas últimas les había caído bastante té
encima.
—Vaya, ¿así que también aquí hay problemas?
Emily estaba de pie en la puerta con una sonrisa cansada y los ojos
irritados.
—Sí, soy un torpe, espera, voy rápido a por un trapo.
Nick corrió a la cocina, rebuscó y encontró un rollo de papel de
cocina y regresó a toda prisa. Mientras tanto, Emily intentaba impedir con
unos pañuelos desechables que el té se derramara al suelo.
—¿Cómo está Hemera? —preguntó Nick, mientras limpiaba a la carrera.
—Tiene una herida en el abdomen y otra en la pierna. El chirrido que
escuchaba por los auriculares era casi insoportable —Emily se dejó caer en el
segundo sofá más feo y bostezó—. Necesito un café urgentemente, pero Victor no
tiene café en casa… y todavía tengo que cumplir un encargo… Nada complicado,
por suerte. Aunque se trata de algo que no haré encantada —volvió a bostezar.
—Voy al Starbucks y te traigo un café —le ofreció Nick.
—Está muy lejos —dijo Emily y con el mismo aliento agregó—, te
acompaño. De todos modos necesito aire fresco. Y una cabina telefónica.
—¿Para el encargo?
Ella asintió.
—Cualquier cabina. Lo que quiere decir que, al menos, no tengo que
recorrer todo Londres.
Nick no escatimó precauciones para asegurarse por la ventana de que
nadie acechaba en la oscuridad. No encontró nada sospechoso. En el umbral de la
casa volvió a mirar exhaustivamente a su alrededor.
—Si alguien nos está espiando, por lo menos anda muy bien escondido.
Caminaron a lo largo de Cromer Street y giraron en Gray's Inn Road que
a esa hora aún estaba animada. Cada vez que cualquier grupo de jóvenes se
cruzaba en su camino, Emily miraba sobre sus hombros. La inquietud los hacía
avanzar más rápido. Llegaron a la estación King's Cross, las primeras cabinas
telefónicas estaban a la vista y Emily se detuvo un poco antes de llegar.
—No puedo hacerlo —exclamó con claridad.
—¿El qué?
—Una amenaza telefónica —se volvió hacia Nick con una mirada
suplicante, como si esperara que él la sacara de su dilema—. Ni siquiera puedo
tratar de decirlo con un tono suave porque me han dado el texto por escrito.
—Eso sí que es una faena —dijo Nick, bien consciente de que estas
palabras las había dicho con mucha lentitud—. Pero míralo así, es para propósitos de
investigación. Tú no tienes malas intenciones. Lo haces para que podamos
seguir la huella de Erebos.
—Pero mi víctima no lo sabe —murmuró Emily.
—Piensa en Victor y su cita de Confucio.
—Me temo que mi mensaje no es de Confucio, seguro que no.
Con cara de rabia, Emily se dirigió hacia la primera cabina
telefónica.
—Me lo voy a quitar de encima —murmuró y sacó de su mochila unas
monedas sueltas, su iPod y un papelito.
—¿Para qué el iPod?
—Tengo que grabar la conversación. Y luego subirla a la red. Como si
esto no fuera lo bastante horrible.
Nick observó cómo marcaba mientras le brindaba algo parecido a una
sonrisa desesperada. Encendió el iPod y lo sostuvo ante el auricular.
Apenas empezó a escucharse el sonido de que no estaba ocupada la
línea, cerró los ojos. Nick escuchó que alguien contestaba.
—Esto no ha terminado —dijo Emily con voz sepulcral—. Su tranquilidad
ha terminado para siempre. El no ha olvidado nada. Él no le ha perdonado nada.
Usted no saldrá de esto sano y salvo.
—¿Quién es? —Nick escuchó a un hombre gritar en el otro extremo—. ¡Os
voy a mandar a la policía a todos vosotros, malditos criminales!
Después no se escuchó nada, solo un ahogado «¡maldita sea!» y la señal
de ocupado. Emily colgó el auricular con las manos temblorosas.
—Creo que tengo náuseas —dijo con voz áspera—. Qué mierda tan
asquerosa. No lo vuelvo a hacer nunca más. Y ahora necesito un café.
Encontraron un rincón acogedor en el Starbucks de Pentonville Road.
Emily pidió un capuchino doble con un chorrito de café exprés. Nick pidió lo
mismo, además de varios pastelillos con topping de chocolate y le
encantó que ella le permitiera invitarla.
—¿De qué conoces a Victor? —preguntó después de haber comido la mitad
de los pastelillos. Soplaban en sus tazas, el café estaba hirviendo.
—Era amigo de Jack —sonrió meditabunda—. Claro, Victor dice que él
es amigo de Jack, la amistad no pudo haberse ahogado así como así.
Antes de que saber realmente qué estaba haciendo, Nick puso su mano
sobre la de Emily. Ella no la retiró; al contrario, entrelazó sus dedos con los
de él.
—Victor me ha ayudado mucho. Me adoptó como hermana pequeña.
—Es fantástico —dijo Nick de todo corazón.
No pudo decir más, tenía la sensación de que en cualquier momento
saldría volando y flotaría. Para disimular su timidez, dio un sorbo al café,
que por fin tenía una temperatura tolerable.
—Vamos a tener problemas con Kate —explicó—. Estamos llenándonos de
pastelillos y ella está horneando unas pizzas.
—Puedo comer pastelillos y pizza sin ningún problema —dijo Emily—. Y Victor
también puede hacerlo. No te preocupes. Pero de todos modos debemos regresar
pronto. Primero, porque esta zona no me inspira mucha confianza a esta hora y,
segundo, para meter el teléfono de mi víctima en Google.
Afuera, Emily tomó la mano de Nick como si fuera lo más normal. La
zona no se prestaba realmente para paseos románticos aunque, si fuera por Nick,
este paseo podría durar toda la noche.
Cuando regresaron al apartamento de Victor solo quedaban unos pedazos
de pizza.
Kate levantó los brazos con un gesto de disculpa.
—Victor dice que un genio necesita alimento. Mucho alimento. Todavía
queda la mitad de una pizza. Podría cocinaros pasta, si queréis.
Ellos hicieron un ademán negativo, se comieron el resto de la pizza y
abrieron una lata de cacahuetes. A partir de ese momento, el sofá con las
rosas y los barcos se volvió el lugar más hermoso del mundo. Nick abrió el
ordenador y tecleó en el buscador el número que Emily le dictaba.
—Sin resultados, lo siento.
—Casi contaba con eso —dijo Emily—. Supongo que es un número secreto.
Qué pena que no haya contestado el teléfono con su nombre, sino únicamente con
un «hola».
La palabra secreto hizo que unas cuerdas vibraran dentro de
Nick. Tenía que decirle algo a Emily. En ese mismo instante.
Ojalá que no se esfumara inmediatamente la sonrisa de su rostro.
—Quisiera confesarte algo. Desde hace unos meses he estado leyendo lo
que escribes en tu blog en deviantART. También tus poemas. Son hermosos,
lo mismo que tus dibujos.
Ella tomó aire.
—¿Cómo supiste que esa era mi cuenta?
—A alguien se le escapó sin querer. No te enfades, por favor. No debe
avergonzarte, de verdad.
Ella miró hacia un lado.
—Lástima.
—¿Por qué dices «lástima»?
—Porque me hubiera gustado enseñártela yo misma. Algún día —recostó su
cabeza en el hombro de Nick y bostezó.
Nick, que de tanto alivio sintió cómo bailaba en sus adentros, se dio
cuenta de que Victor estaba de pie en la puerta.
—Alrededor de la hoguera los jugadores se están haciendo mimos —dijo—.
Así que pensé en venir para saber cómo andabais. Pero también aquí toca mimos,
¿eh?
Se dejó caer en el sofá de enfrente.
Emily le informó de su encargo.
—Amenacé a un completo desconocido. Quién sabe qué estará pensando
ahora. Supongo que no tiene ni idea de lo que se trataba.
—¿Qué tenías que decirle exactamente? ¿Lo sabes?
Emily le entregó a Victor el papelito.
—Esto no ha terminado. Su tranquilidad ha terminado para siempre. Él
no ha olvidado nada. Él no le ha perdonado nada. Usted no saldrá de esto sano y
salvo.
Victor vibraba de tanta agitación.
—Esto es una locura. Bien, déjame atar cabos: un tal él está
muy cabreado con tu interlocutor. Apostaría que le encantaría tenerlo en la
barca de Caronte o dejar que Átropos se diera un homenaje cortando el hilo de
su vida.
Emily parecía confundida, y eso le dio a Victor la oportunidad de
fanfarronear con su cultura.
—Es una lástima que este teléfono no sea del dueño del garaje, podría
hacerle una amigable advertencia —Victor buscó más té en la tetera, pero ya no
encontró y comenzó a retorcerse la barba—. Si me lo preguntan, para mí Erebos
solo tiene un objetivo: vengarse de alguien. De Ortolan, nuestro pájaro cantor.
—Pero hablamos de garajes grafiteados y llamadas intrigantes. Yo me
imagino la venganza de otro modo —replicó Nick.
—Me sorprendería mucho que las cosas se quedaran como están —dijo Victor—.
Me parece recordar que me habías contado algo sobre una pistola en una caja de
puros.
Nick tuvo la sensación de que le daba frío, luego calor y luego otra vez frío.
—¿Pretendes decir que Erebos quiere que matemos a alguien?
—Es posible. Si no me equivoco, el juego está intentando formar una
tropa de élite para llevar a cabo encargos especiales —Victor sonreía, pero
esta vez no se le veía contento—. Estaría bien saber quiénes son los miembros
del círculo privilegiado.
Durante la siguiente media hora, a Nick le dio vueltas en la cabeza el
círculo privilegiado como si fuera una rueda en llamas. «Una tropa de élite.
Una orden de venganza. Pero ¿con qué misión?».
Después de que Victor regresara al juego, Nick y Emily fueron a la
cocina para poner agua a hervir y preparar más té.
—Vas a volver a entrar, ¿no es así? —preguntó él—. Ahora que ya has
cumplido con tu encargo.
—Lo antes posible. Quiero estar presente en la lucha en la arena…
quizá pueda obtener alguna clave. Qué pena que no sepamos quién se esconde
detrás de los demás jugadores —sirvió agua hirviendo sobre las valiosas hojas
de té de Victor—. Por cierto, en el juego anda merodeando uno que se parece
mucho a ti.
—Ya lo sé. No me hizo maldita la gracia ni un segundo, pero ¿qué puedo
hacer?
Emily sonrió.
—Me parece que tiene la mirada cada vez más alegre.
Al regresar a la habitación del sofá, le habló a Emily sobre Sarius.
—Era muy eficiente, ¿sabes? Muy rápido con la espada y podía caminar
muchísimo. A partir del quinto nivel se había quitado a todos de encima.
—Y entonces ¿por qué te expulsaron?
—Por el señor Watson y su termo —Nick le habló sobre su encargo y que
estuvo a punto de llevarlo a cabo—. De verdad que estuve muy cerca, estuve muy
tentado.
Emily se sacudió como si estuviera helada por el frío.
—El juego se defiende muy bien de sus adversarios… ¿Crees que la
historia de Aisha y Eric surgió por la misma causa?
Nick la miró de reojo, pero no descubrió nada más que un sincero
interés.
—Es muy posible. Hasta casi parece cierto.
—Debemos tener mucho cuidado, Nick. Sobre todo tú. Hace poco Colin
hizo un comentario muy extraño: «Ya es hora de pararle los pies a Nick». Eso
fue poco después de que os pelearais delante de toda la cafetería. No lo eches
en saco roto.
«Sí —pensó Nick—, pero a Colin le gusta mucho hablar de más».
Sirvió té en la taza de Victor y se la llevó al ordenador. Squamato
conversaba con Beroxar sobre las ventajas de las hachas en comparación con las
espadas.
Beroxar. Nick cogió un bolígrafo y una hoja de papel. «Beroxar estaba
en el círculo privilegiado antes de que lo desbancara BloodWork», escribió.
Victor alzó uno de sus pulgares.
La noche ya había avanzado. Emily deshizo su mochila y se envolvió en
su saco de dormir. Conversaban sobre sus compañeros del colegio e intentaban
ponerse de acuerdo en quiénes se ocultaban tras cada personaje. Pero casi
siempre tenían opiniones contrarias.
Poco después de medianoche, Victor entró dando tumbos en la
habitación.
—Por hoy es suficiente. Estoy muerto. ¿Alguien tiene algo de comer?
Emily sacó de su mochila una barra de chocolate y Victor tomó la mitad
lanzándole una mirada de disculpa.
—Aquí hay gato encerrado —dijo mordiendo el chocolate—. Los gnomos
hablan y hablan sin cesar, todos cuentan tonterías sobre una gran batalla y
que se acerca el momento de la prueba final.
—Supongo que mañana habrá una lucha tremenda para obtener un lugar en
el círculo privilegiado —dijo Nick—. Yo lo habría intentado, si no me hubieran
expulsado. El mensajero me dijo que podría nombrarme el combatiente más débil
dentro del círculo privilegiado. Seguramente lo habría hecho, si… hubiera
cumplido su encargo.
Victor asintió con la boca llena y alzó un dedo.
—¡Correctísimo! Te hubiera dado consejos para mantenerte allí.
Pregunta: ¿por qué habría querido tenerte allí? Respuesta: porque tú
demostraste que pasarías por encima de cadáveres con tal de ascender en Erebos.
O que estabas dispuesto a ir a la cárcel.
Nick y Emily intercambiaron una mirada. A alguien no le había
importado pasar por encima del cadáver de Jamie. ¿Mañana estaría en el estrado
dorado?
—Por lo demás, pasar por encima del cadáver de un maestro no es cosa
del otro mundo —murmuró Victor y tomó el resto de la barra de chocolate—. En
otro tiempo yo habría tenido ganas de hacerlo… varias veces, y sin que un
mensajero me hubiera motivado.
En un momento dado, Victor se retiró a su habitación. En un momento
dado, Speedy dejó de jugar y extendió un enorme colchón inflable en la sala de
los ordenadores.
En un momento dado, Nick y Emily juntaron dos de los sofás para formar
un espacio enorme donde acostarse, los respaldos los protegían del resto del
mundo.
—Buenas noches —susurró Emily, y le dio un increíblemente suave y
delicado beso en los labios. Sus dedos acariciaron el cuello de Nick—. Buenas
noches, Cuervo.
Luego reposó la cabeza en el hombro de Nick y cerró los ojos. El
sintió el roce del cabello de Emily en su cuello y escuchó cómo su respiración
cada vez se hacía más profunda. Quería que todo se quedara así, como estaba en
ese instante. Quería quedarse ahí, acostado para siempre. Quería que el mundo
se detuviese.
Capítulo 28
«Pan tostado, mermelada y té». A la mañana siguiente, Victor les llevó
el desayuno a la cama.
—Fortalecimiento para la siguiente pelea —dijo.
Emily agradeció entre bostezos. Nick no supo si su parálisis se debía
a su brazo dormido o al efecto que le había causado el albornoz de Victor: iba
con estampado de Snoopy.
Nick vivió los combates en la arena como si estuviera en trance.
Cambió los puestos de observación corriendo entre Emily, Victor y Speedy, que
ya estaban ubicados con sus respectivos pueblos. Como siempre, la zona
asignada a los humanos estaba casi vacía. Sin embargo, LordNick aguardaba con
Hemera en el mismo recinto, y Emily le guiñó el ojo a Nick de manera expresiva.
Por su parte, los bárbaros eran una gran multitud: Quox parecía el
más débil de todos. Todavía era un uno, pero gracias a las habilidades de
Speedy, Nick no se preocupaba mucho por su futuro. Lo mismo valía para Victor y
Squamato. Aunque el hombre lagarto entró a la arena como un tres, probablemente
la abandonaría con algunos niveles más. Entonces hizo su aparición el
grandullón de los ojos saltones. Ahora que Nick conocía su procedencia, lo
encontraba mucho más lúgubre. «Un enviado del inframundo».
Esperó con la mayor impaciencia la llegada del círculo privilegiado;
se quedó sin aire cuando los vio entrar sobre la plataforma dorada.
BloodWork aún seguía ahí y parecía más grande que nunca. También
estaba ahí la elfa negra, Wyrdana, a la que Nick conoció durante la pasada
lucha en la arena. Otro bárbaro más llamado Harkul, un hombre lobo de nombre
Telkorick, «¡y Drizzel! ¡Drizzel logró entrar al círculo privilegiado!».
Impactado, pero no sorprendido, Nick vio balancearse en su cuello el redondo
símbolo dentro de una cadena al cuello.
Antes de que comenzaran las luchas, el maestro de ceremonias se ubicó
en el centro de la arena.
—Observad a los combatientes del círculo privilegiado. Aún tenéis
oportunidad de arrebatarles sus lugares, si demostráis habilidad y si al final
queréis ser iniciados en los más profundos arcanos de Erebos. Hoy algunos
triunfarán y otros morderán el polvo. ¡Que comiencen los duelos!
Nick no recordaba que las cosas ocurrieran tan rápido. Luchador tras
luchador eligieron sus contrincantes. Así le llegó el turno a Quox, retado por
un bárbaro que también tenía nivel uno. Speedy trabajó con rapidez y precisión
y venció a su adversario en un visto y no visto.
Hemera venció a una mujer lobo pero resultó herida; Emily sufría por
el ruido que le penetraba por los auriculares.
Squamato tuvo que esperar bastante tiempo y peleó muy duro, pues retó
a un fuerte adversario y apenas pudo vencerlo por un pelo. Aunque Nick se
esforzaba, no era capaz de descubrir ningún mensaje en los acontecimientos:
nada de los combatientes, nada de las palabras del gran ojos saltones, nada en
los rostros de los espectadores. Tampoco descubrió más personajes fuera de lo
común en la galería. El combate en la arena era una carnicería muy común, nada
más y nada menos. En definitiva, no le aportaría más conocimientos.
Ya bien avanzada la tarde, después de que los duelos se decidieran,
Nick y Emily hicieron sus mochilas y tomaron rumbo a casa. Hemera había
alcanzado el nivel seis, Victor el siete y Speedy había ganado tres niveles más
y ahora era un cuatro, sin que hasta entonces hubiera tenido que cumplir ningún
encargo.
—Estamos atascados —señaló Victor mientras acompañaba a Emily y Nick a
la puerta—. Las cosas se nos dieron bien en el juego, pero aún no comprendemos
el fondo de su enigma. Si hubiera más tiempo, intentaría integrarme al círculo
privilegiado. Pero presiento que esa dichosa batalla final de la que todos
hablan no tardará mucho en ocurrir… Nos queda muy poco tiempo.
Mientras iban de pie en el metro y viajaban en dirección a sus casas,
Nick no apartó la mirada de Emily.
—¿Cómo será a partir de mañana? —preguntó—. ¿Podríamos… bueno,
también nos veremos cuando estemos en el instituto? ¿Comemos juntos? ¿O
seguiremos haciendo como si no tuviéramos nada que ver?
Emily le cogió de la mano.
—Lo último, me temo… pero solo hasta que todo esto se haya arreglado.
Solo como camuflaje, ¿vale?
—De acuerdo. ¿Me mantienes al tanto por sms? Creo que con los móviles
no corremos peligro, siempre y cuando nadie les ponga las manos encima.
—Lo haré. Y el miércoles por la tarde nos volvemos a ver en casa de Victor.
A pesar de que lo hablaron, y aunque Nick ya lo esperaba, le dolía la
ostentosa y clara indiferencia de Emily. Sobre todo porque se comportaba con
especial alegría con Colin, Alex, Dan, Aisha y hasta con Helen. Se colgaba del
cuello de Colin y pasaba los descansos con Aisha. Nick casi moría de tanto
echarla de menos. Una vez observó cómo Eric hablaba con Emily y cómo ella,
después de dos frases, lo dejaba plantado. A él tampoco le iba mejor, «por lo
menos».
En la hora libre después de la clase de Matemáticas, Brynne irrumpió
en los sentimientos encontrados de Nick.
—¿Puedo hablar contigo un momento?
Él miró su rostro pálido, lleno de ansiedad, y suspiró para sus
adentros.
—Claro.
—Lo he dejado —susurró ella.
«Eso sí que es una sorpresa».
—¿Por qué?
—Porque es… malvado. Creo yo. Y… me persigue día y noche —se dio la
vuelta hacia un lado—. Tú también has dejado de jugarlo, ¿verdad?
Se resistía a hablar con Brynne.
—¿Cuál es la diferencia?
—Una enorme. Podríamos ir a ver al señor Watson y contarle nuestras
experiencias. Sé que él se muere por saberlas… Podríamos formar un movimiento
en su contra.
«Oh, no. Brynne y Nick contra el resto del mundo, eso no va a
suceder».
—Búscate a otro, ya hay suficientes ex jugadores.
Con el rabillo del ojo, Nick vio que Dan ralentizaba el paso conforme
se acercaba. Estaban llamando la atención.
—¿Qué quieres decirle a Watson? —susurró Nick—. ¿Que Erebos es
responsable de los acontecimientos del instituto, aunque eso ya lo sabe desde
hace tiempo? Necesitaría los nombres de los que hicieron algo malo. Si los
tienes, ve a verle. A mí déjame fuera del asunto.
Ahora Brynne parecía perdida.
—Ya no aguanto más.
—¿Por qué? Ya estás fuera, fin del problema.
Dan estaba quieto con marcada indiferencia a tres pasos de ellos, supuestamente
concentrado en el cartel que anunciaba las clases de ballet. Nick tenía que
irse, no quería continuar siendo un blanco. Cuanto menos llamara la atención,
mejor para su equipo de investigaciones.
Brynne aceptó su rechazo, aunque no se fue sin replicar.
—Nicky es un cobarde —dijo ella, tan fuerte que Dan tuvo que haberlo
escuchado sin lugar a dudas. Y también otros alumnos más al final del pasillo.
—Óyeme, conmigo no cuentes —dijo y la dejó.
—¡Muy bien! —le gritó—. ¡Entonces lo haré yo sola! ¡Y lo lograré! ¡Y
lo haré pese a todos vosotros!
Aunque no quería hacerlo, Nick giró sobre sus talones y regresó.
—¡Cállate! ¿Quieres tener problemas?
Ella se rió y esa risa fue horrible. Sonaba como si estuviera loca o a
punto de perder la razón.
—¿Problemas? Nick, no tienes ni idea… Ni la menor idea. No puede ser
peor, para nada.
El resto del día, Nick tuvo la sensación de que caminaba con la cabeza
gacha, a la espera de que en cualquier momento sucediera una catástrofe. Pero no pasó nada. Las cosas estaban más
tranquilas que de costumbre. El cansancio se deslizaba en el instituto como un
velo gris.
Sin embargo, en la clase de Literatura inglesa el señor Watson llegó
con una novedad.
—El estado de Jamie ha mejorado tanto que los doctores le despertarán
en los próximos días. Aún no saben cómo evolucionará una vez esté consciente.
Hay que seguir esperando para hacerle una visita.
Por un rato muy breve, la noticia levantó el ánimo del grupo. Cosa
rara, a Nick lo dejó impasible, tenía muy clavada en la carne, como un garfio,
la palabra no pronunciada: minusvalía. No era fácil alegrarse.
«Van a despertar a Jamie y lo único que podrá hacer es balbucear. No
volverá a reconocerme. No volverá a hablar. Jamás volverá a gastar una broma».
Nick se frotó el rostro con las manos hasta que le quedó caliente.
«Eso no pasará. Punto».
Por la tarde, se quedó en su casa, mirando su móvil como hipnotizado.
Victor le dijo que le enviaría un sms, y también Emily. ¿Por qué ninguno le
escribía? Qué lástima que no hubieran quedado de verse hoy por la tarde.
Faltaba una eternidad hasta el miércoles.
El martes transcurrió tan gris y sin alegría como el lunes; Nick no
pudo quitarse la impresión de que el tiempo había dejado de fluir, que estaba
atascado y que muy lentamente se desgajaba en pequeños trozos. Sin embargo,
todo cambió cuando poco antes de las doce le llegó un mensaje de texto:
¡Alarma!
Necesitamos tu consejo. Ven aquí lo más rápido que puedas. Victor.
Con esta noticia, la clase de la tarde quedó totalmente olvidada.
«Rápido, eso quiere decir ahora mismo… claro, dentro de lo posible». Iría antes
del almuerzo. ¿Debía informar a Emily? La buscó y la encontró en el patio:
estaba oprimiendo las teclas de su móvil. Cosa rara, se encontraba sola. Nick
arriesgó un rapidísimo intercambio de información.
—¿También has recibido un mensaje de Victor?
—Sí.
—¿Sabes qué ha pasado?
—No.
—Voy para allá. Ahora mismo.
—Está bien.
—¿Nos alcanzas?
—Aún no lo sé. Tal vez.
Victor abrió la puerta. En su rostro no había ni rastro de alegría, y
tampoco le ofreció una taza de té.
—Te voy a enseñar algo y espero que no pierdas la cabeza.
Probablemente sea mentira… pero Speedy y yo no sabemos qué hacer.
Los tres se sentaron en la sala de los sofás, y el hermoso recuerdo
del fin de semana se apoderó de Nick.
—¿Qué ha pasado?
—A Speedy le dieron un encargo… Esta madrugada tiene que pegar unos
carteles en tu instituto… Por lo menos diez y deben ser tan grandes como sea
posible. «Hasta ahora no suena tan grave».
—¿Y luego? —preguntó Nick.
—El problema es el texto. Es… Bueno, yo tampoco sé. En el mejor de los
casos es una difamación… En el peor, un asunto para la policía.
Speedy le entregó a Nick un trozo de papel doblado.
—Eso es lo que tengo que poner en los carteles. Por lo menos no me
toca hacer grafitis —añadió con una sonrisa forzada.
Nick desplegó el pedazo de papel. Lo leyó, pero no atinó a entender.
Volvió a leer.
—¿Crees que es verdad? —preguntó Victor.
«No. O sí. Probablemente. Tiene sentido». Con una ira llena de
desamparo, Nick fijó su mirada en el papel: «Brynne Farnham manipuló los frenos
de la bicicleta de Jamie Cox».
—Si pego esto en tu instituto, la tal Brynne Farnham está perdida, sin
importar si realmente fue o no la culpable —señaló Victor—. Speedy y yo
discutimos desde hace horas qué podemos hacer… Si no se pega los carteles,
seguramente saldrá volando del juego, ¿cierto?
Nick estaba como sedado, también sentía los labios adormecidos y casi
no podía formular un sí. «Brynne. Por eso estaba tan echa polvo. Por eso se
salió del juego». Él deseó no haberse enterado. Deseó que Emily estuviera allí
y no tener que decidir solo.
—Voy a hablar con ella por teléfono. Pero ahora está en el instituto.
Nick sacó su móvil y tecleó un mensaje de texto: «Llámame al móvil, es
urgente».
—Me llamará tan pronto como pueda, o al menos eso creo. Mientras
tanto, ¿podría tener una taza de té?
Victor se deslizó rápidamente hacia la cocina.
—Por cierto, pude reclutar a Kate como novata —le informó Speedy—. Lo
hace muy bien. Es una elfa negra, igual que tú antes.
Nick sonrió, hasta eso le costaba trabajo. No era capaz de sostener
una conversación. En su cabeza se cruzaban los pensamientos tan rápido que
casi no podía seguirlos. Si Brynne fue la responsable, entonces se merecía los
carteles, eso estaba claro. Por eso actuaba como si estuviera a punto de
volverse loca. «El instituto tiene siete pisos». De pronto, Nick se imaginó a
Brynne saltando desde el último…
Si Speedy no cumplía con su encargo, entonces quedaría fuera del
juego. De la gran multitud de testigos que había en el instituto de Nick,
ninguno podría informar sobre los carteles.
«Quox o Brynne. Brynne o Quox».
Nick enterró la cabeza entre sus manos. ¿Por qué no estaba allí Emily?
No quería ser el único responsable de lo que le pasara a Brynne. Le daba
lástima pero, en cuanto empezaba a pensar en Jamie, la odiaba. ¿Cómo podría
tomar una decisión?
Victor regresó con una bandeja llena de tazas de colores y una
humeante tetera.
—Ayer fue un día muy revelador. Estábamos en una bodega localizada
bajo las sombras de un templo, y un montón de gnomos nos dijeron que debíamos
estar preparados porque estábamos muy cerca de la fortaleza de Ortolan. Entonces,
de pronto, saltaron desde los arbustos todo tipo de criaturas y se lanzaron
sobre nosotros: orcos, zombis, gigantes y cualquier tipo de especies. A algunos
les fue muy mal —sirvió té en las tazas; el aroma se esparció por toda la
sala—, tengo la impresión de que las cosas están llegando a su término. Pero
todavía no soy capaz de dilucidarlas. Es como para echarse a llorar. Mañana
intentaré…
Sonó el móvil de Nick. Respiró profundamente. Era Brynne.
—¡Hola, Nick! ¿Has cambiado de opinión?
—No.
¿Por qué de pronto se le llenó la boca de saliva?
—¿Dónde estás?
—En el parque que hay enfrente del instituto.
—¿Sola?
—Sí.
—Acabo de enterarme de algo y tengo que hablar contigo.
—Está bien.
¿Advirtió la amenazante desgracia en la voz de Nick? ¿O de verdad era
una ingenua?
—Se trata de Jamie. Acabo de enterarme de que su accidente no fue un
accidente… alguien manipuló su bicicleta. Dime, Brynne, ¿fuiste tú?
La pausa fue larga. Nick escuchó la respiración de Brynne.
—¿Qué? —acabó por musitar—. ¿Por qué?… ¿Por qué yo?
—Simplemente di sí o no.
—¡No! ¿Cómo se te puede ocurrir algo así? Yo… no —su voz temblaba y
Nick sintió cómo se llenaba de rabia. Estaba furioso y ya no podía parar.
—Estás mintiendo. ¡Puedo notar que estás mintiendo!
—¡No! ¿De dónde sacas todo esto? Solo quieres acabar conmigo, ¡y yo no
te he hecho nada!
Nick intercambió una mirada con Victor, que tenía el aspecto de un
oso de peluche afligido.
—Al contrario… quiero advertirte. Es muy probable que mañana por la
mañana haya carteles pegados en todo el instituto, en ellos se podrá leer que
fuiste tú quien saboteó los frenos de la bicicleta de Jamie. Y que por eso
tuvo un accidente.
—¿Qué?
Ahora era ella quien tragaba saliva, a pesar de que Nick podía oír
cómo intentaba contenerse.
—P-p-pero eso no es c-c-cierto.
—Claro —dijo él y al mismo tiempo se sorprendió de cuán seguro estaba
de que ella fue la culpable—. Anda. Dilo. Mañana todos lo sabrán de todas
formas.
—¡No! ¡Yo no fui!… ¿Por qué dices eso?
El pánico en su voz era denso como el jarabe.
—Lo dice el juego y ¿quién puede saberlo mejor? Él quiere que todos lo
sepan.
Nick se había preguntado cómo sabría la victoria. El placer de coger
por el cuello al responsable del estado de Jamie. Pero no sentía eso, solo
compasión y un poco de asco.
—¡Pero no quería hacerlo! —ahora era ella la que gritaba—. Como mucho
pensé que se habría ido al suelo de cara, quizá una muñeca rota, ¡pero nada
más! De verdad que no —dijo cortante. Nick supuso que Brynne tenía en la cabeza
la misma imagen que él: Jamie con las extremidades retorcidas en un charco de
sangre—. Bajó la calle a toda velocidad, y yo le grité que tuviera cuidado,
pero él no me escuchó, y aceleró más…
«Esa es mi parte en la catástrofe», pensó Nick.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó con voz más seca.
—Porque el mensajero quería. Me describió la bicicleta y me dijo cómo
cortar los frenos. Hasta me dio una hoja de instrucciones con imágenes —se le
escapó una breve risa—. No te puedes imaginar cuántas veces he deseado que todo
esto no pasara nunca. Ahora solo tengo miedo, día y noche. Siempre sueño con
que él se muere. Y, después, que viene a visitarme.
Otra vez se echó a reír, una aguda e incontrolable risa que le puso a
Nick la piel de gallina. Miró a Speedy y a Victor.
—Escucha —dijo él—, quizá pueda impedir que se cuelguen los carteles.
Speedy asintió.
—Claro —susurró él—. Quox obtendrá un rinconcito en el cementerio. Un
verdadero héroe se sacrifica con gusto por una dama.
—Bueno —Nick se frotó la frente—, escúchame muy bien, ¿de acuerdo? Vas
a aclarar las cosas… con la policía o con el señor Watson, como tú quieras.
Pero sobre todo con Jamie, en cuanto esté despierto… Eso será menos trágico
para ti.
Brynne no dijo nada durante un largo rato, y cuando pronunció su
respuesta, casi no se escuchó.
—No sé si puedo hacerlo. Tengo que pensarlo.
—Una cosa está clara… le diré a Jamie lo que pasó.
«Si su cerebro está lo suficientemente intacto como para entenderme».
—Sí, claro —ahora casi sonaba razonable—. Por allá viene gente, Rashid
y Alex, creo. Mejor cuelgo. ¿Nick?
—¿Sí?
—Yo no quería que todo esto pasara. Cuando te di el juego, solo quería
alegrarte.
—Lo sé.
—¿Puedes decirme quién eras? Es decir, ¿qué jugador eras?
—¿Para qué?
—Me lo pregunté muchas veces.
—Sarius.
—¿En serio? No se me hubiera ocurrido —suspiró otra vez—. Yo era
Arwen's Child.
Dos horas más tarde llegó Emily. Se la veía muy cansada, pero sonrió
cuando Nick la estrechó entre sus brazos. La puso al día y se sintió feliz
cuando ella aprobó su manera de actuar.
—Obviamente, puede ocurrir que alguien más tenga el encargo de los
carteles —dijo—. Pero, por lo menos, Brynne ha ganado algo de tiempo. Quizá sea
inteligente y vaya a la policía. ¿Por qué el juego le hizo algo tan cruel?
—Ella decidió luchar contra Erebos, y ayer lo pregonó en el instituto.
—Mal momento… Aquí hay gato encerrado. Algunas personas cuchichean
constantemente sobre el gran objetivo y sobre su cercanía. Alex, por ejemplo.
Colin, por el contrario, se hace el misterioso. A ratos la vida se me hace muy
pesada.
Mientras tanto Nick, volvió a descubrir que, desde que Emily estaba
allí, todo era mucho más bello.
Antes de despedirse, ambos observaron durante una hora más cómo jugaba
Victor.
—Despídete de Quox —suspiró Speedy—. Le fue otorgado un temprano
final. ¡Qué pena!, era un buen tipo.
—Mañana nos vemos aquí, ¿verdad? —preguntó Nick en la puerta para
asegurarse.
—Tan pronto como hayáis cumplido con las obligaciones escolares… El
tío Victor no quiere tener la culpa de que termines fregando baños.
Capítulo 29
Al día siguiente no se encontró ningún cartel y tampoco Brynne
apareció por allí. No era muy difícil entender la razón por la cual había
preferido quedarse en casa. «No haría ninguna tontería, ¿verdad?». Nick
consideró la posibilidad de llamarla por teléfono, pero decidió que lo mejor
era dejarle esa desagradable tarea al señor Watson, por eso se reunió con él
durante el descanso.
—En los últimos días Brynne Farnham no se sentía bien que digamos…
Solo quería hacérselo saber, quizá usted pueda hablar con ella.
—Lo que usted no me quiere decirme también es importante: esta
mañana, la madre de Brynne me llamó por teléfono y justificó su ausencia por
dos semanas. Está muy mal, tiene problemas psicológicos. Al parecer piensa
cambiarse de instituto —la cara del señor Watson estaba seria y mostraba cierto
reproche, como si supiera que Nick solo le había contado una parte de la
historia.
«Claro que esa también es una posibilidad —pensó Nick—. Maldita sea.
¿Brynne le habrá confesado a su madre lo que hizo?».
Emily parecía confundida y estaba más cansada que ayer. Esquivaba las
miradas llenas de curiosidad de Nick, aunque un poco más tarde encontró un
mensaje de texto en su móvil:
Jugué
hasta las 3 am. Recibí un encargo insoportable. Pronto me echarán, lo
presiento. Hasta luego, ¡tengo muchas ganas de verte! Emily.
Nick leyó las últimas cinco palabras por lo menos veinte veces. «Tiene
muchas ganas de verme».
Se esforzó para no mostrar una sonrisa el resto de la jornada, pero
la verdad es que se sentía liviano, muy liviano. Pronto llegaría la tarde, y
entonces habría té en casa de Victor, posiblemente también algunas teorías y,
por encima de todo, allí estaría Emily. A veces era como si la vida fuese un
círculo perfecto. Cuando acabó la última hora de clases, Nick corrió al metro.
Acortaría su recorrido lleno de rodeos y solo haría trasbordo en dos
estaciones, tres como mucho. Después cambiaría de tren y de alguna manera
llegaría a King's Cross atravesando el centro de la ciudad.
Todo iba viento en popa, nadie lo seguía: ponía mucha atención en todo
lo que ocurría a su alrededor. También tuvo suerte con las conexiones y no
esperó mucho en cada transbordo. «Pronto», pensó.
Se hallaba de pie en medio de los apretujones del andén de Oxford
Circus y escuchó que se acercaba el tren. «Pronto estaré allí».
Solo tres estaciones lo separaban de Emily y la colección de tazas de
té de Vic…
El empujón fue fuerte y llegó por la espalda. En un primer momento,
Nick no pudo entender qué pasaba: solo vio que el símbolo del metro que estaba
frente a él se le venía encima. Escuchó los gritos de la gente, y sintió cómo el suelo desaparecía bajo
sus pies.
Luego, como a cámara lenta, observó cómo su pie perdía apoyo.
Vio los raíles. Comprendió que iba a caer a las vías del tren.
Escuchó el metro. Luchó por mantener el equilibrio, y solo se encontró
con el aire. Los faros del metro brillaban en la oscuridad del túnel. La gente
gritaba.
«Pronto». El pensamiento que había tenido retumbó en su cabeza con un
significado completamente nuevo.
Algo tiró de él.
«¿El metro? No, una mano».
Una mano tiró de él hacia atrás y lo arrojó al suelo mientras el tren
entraba retumbando a la estación.
Gente a su alrededor, muchas, muchas voces.
—¡Lo han empujado!
—No, yo lo habría visto.
—Eso le ha pasado por los apretujones.
—No, ¡fue adrede! ¡El tipo se escapó!
Nick se levantó con mucho esfuerzo. Un espigado hombre con uniforme de
trabajo azul lo ayudó a ponerse en pie.
—Ha estado cerca —jadeó—. Dios mío, ya te veía bajo las ruedas del
tren.
Nick no podía pronunciar palabras. Se tambaleó, el hombre lo sostuvo.
Se agarró fuertemente de las mangas y descubrió unas manchas blancas sobre la
tela azul.
El tren se fue. Entonces apareció un policía que llevaba un chaleco
amarillo de seguridad y le hizo algunas preguntas.
Nick recobró su voz con esfuerzo: sí, creía que le habían empujado.
No, no vio quién lo hizo. Sí, el hombre con el uniforme de trabajo le había
salvado. No, no necesitaba ayuda médica.
El policía tomó nota, también apuntó los nombres y direcciones de los
testigos. A uno le pareció haber visto que un chico escapaba con el rostro
oculto bajo una capucha y prometió estar en contacto con la autoridad, claro,
si es que las cámaras de vigilancia mostraban las imágenes que le permitieran
reconocerlo.
Nick se subió en el siguiente tren. Apenas sentía las piernas. Con
cuidado, ponía un pie delante del otro. Tenía que dejar de pensar. Ya lo haría
después. Ahora era mejor inspirar y expirar. Fijó la mirada en el mapa de metro
que había en la pared del vagón. Agradeció la distracción.
La imagen le dio tranquilidad y le recordó el juego de pregunta y
respuesta al que jugaba con su padre. ¿Central
Line? Rojo. ¿Circle Line? Amarillo. ¿Piccadilly Line? Azul marino. ¿Victoria
Line? Azul claro. ¿Hammersmith & City? Rosa.
Sintió cómo su corazón se tranquilizaba y su respiración se volvía más
profunda. No estaba muerto. Tampoco estaba en coma. Más tarde pensaría en todo
lo demás.
—¿Que alguien ha intentado qué? —Victor tiró de Nick hacia la
habitación de los sofás. Su retorcida barba temblaba y Nick, a pesar de todo,
estuvo a punto de reírse.
—No pasó nada —miró el rostro de Emily, blanco como la cal—, pero
todavía estoy un poco mareado. ¿Podríais darme algo de beber?… ¿Algo frío?
Victor corrió a la cocina, donde obviamente algo se le cayó de las
manos y se estrelló haciendo tintineos en el suelo. Se le escuchó maldecir y
hablar en voz baja, luego se le oyó barrer.
—Deberíamos haber venido juntos —dijo Emily.
Se sentó muy cerca de Nick y le rodeó con los brazos.
—No, tu camuflaje se habría echado a perder… Me alegro de que no te
tengan en el punto de mira.
—De todos modos, mi camuflaje se acabará muy pronto. Estoy segura de
que no podré cumplir con el próximo encargo.
—¿De qué se trata?
—Nada de lo que quiera hablar ahora. Todavía estoy espantada.
Victor regresó con un enorme vaso de té helado.
—¿Pudiste ver quién fue? —preguntó.
—No… Tampoco creo que lo reconociera, todo el tiempo anduve con mucho
cuidado y buscaba gente conocida.
Estuvieron sentados un rato sin cruzar palabra. Nick vio cómo esto
inquietaba a Victor y habría querido tranquilizarlo. «No me va a pasar nada».
Pero ¿podía sostenerlo con certeza?
Para distraer un poco a los demás, preguntó por el ausente Speedy.
—Está bien, solo está esperando a que Kate necesite un novato para
volver a registrarse. Bajo un nombre falso, claro —Victor señaló con su índice
lleno de anillos la habitación de las ordenadores—. Tengo seis identidades
falsas distintas de Internet… Speedy puede elegir una. Tiene que funcionar,
porque mis otros yos virtuales tienen direcciones registradas —alzó las cejas—.
Nick, si tú quieres, también puedes usar una de ellas… Podrías volver a jugar,
solo tienes que esperar hasta que Speedy II reclute a alguien…
«¿Quería hacerlo?», Nick escuchó su interior. La respuesta fue un no
rotundo. Erebos ya no le tentaba, al contrario. Se alegraba de ser solo un observador.
—Mejor déjalo, Victor. Creo que no quiero volver a jugar, pero me
gustaría mucho saber si hay novedades. ¿Cómo van las cosas?
—Inquietantes… Tengo la impresión de que todo está alcanzando su
punto álgido. Anoche hubo una batalla contra monstruos terrestres que
disparaban cabezas con sus cañones, mucha gente salió herida. Eso significa un
montón de nuevos encargos.
—Como el mío —añadió Emily—, pero yo no estuve en la cosa esa de los
cañones, tuve que defender una fortificación de los fantasmas fluviales.
«Monstruos terrestres y fantasmas fluviales. Cañones que disparan
cabezas. Cañones». Nick sintió una presión en las sienes y un cosquilleo en la
cabeza. Ahí había algo. Algo que había pasado por alto durante todo el tiempo.
La última vez había estado cerca, lo sabía, y hoy también, aunque de otra
forma.
—¿Te gustaría jugar un poco? —lo invitó Victor—. Me gustaría mucho
mirar… Claro, no existe «un poco» en Erebos. Una vez que empiezo me quedo
colgado varias horas, ya lo sabes. Así que no habrá más conversaciones
agradables con té y galletas —un resplandor cruzó por su rostro—, aunque, por
otro lado, ¡podríais darme de comer! Eso sería el paraíso terrenal: ¡jugar y
mientras tanto ser alimentado!
Llegaron a la conclusión de prepararle el paraíso y dispusieron
bolsas de cacahuetes, galletas, ositos de goma y llenaron la gran tetera,
mientras que Victor «despertaba» a Squamato, como él solía decir.
El hombre lagarto estaba solo, parado en medio de una amplia pradera
cuya hierba parecía reseca. Por ningún lado había adversarios. A través de los
auriculares de Victor penetraba una música tenue. Nick escuchó con atención; la
melodía no era la misma que él conocía de su juego con Sarius. «Cosa extraña».
Squamato se dirigió hacia un seto, lo que seguramente era una buena
idea. Siempre que uno encontraba un seto y lo seguía, conducía a interesantes
parajes; algo parecido pasaba con los ríos. A Nick, el seto le resultaba
familiar. «Sarius también caminó por ahí, y no hace mucho». Era de noche. Las flores amarillas con forma
de embudo brillaban y
solo crecían de un lado del seto. «Exactamente igual que aquí». Nick frunció el
ceño.
—¡Ositos, por favor! —Victor interrumpió sus pensamientos y abrió la boca para que Emily se la
atiborrara con una horda de ositos de goma.
Squamato siguió caminando. Allí delante había algo grande, blanco, se
movía, se trans…
—Ahí también he estado —exclamó Nick—. Es una escultura… tres hombres
estrangulados por unas serpientes… Por lo visto es muy famosa.
En ese momento Victor clavó en él la mirada.
—Es el grupo de Laocoonte, amigo mío. De nuevo algo de la antigüedad
griega. Muy oportuno, por cierto.
En esta ocasión, algunos combatientes estaban parados alrededor del
monumento. Nick reconoció a BloodWork con su círculo rojo brillante alrededor
del cuello y, a poca distancia, Nurax.
—Esto es una advertencia, supongo —dijo Victor—. Laocoonte no quería
que introdujeran el gran caballo de madera en Troya. Espero que conozcas la
historia —añadió con una mirada de reojo hacia Nick—. Por ese motivo, Poseidón
envió unas serpientes marinas que no solo mataron a Laocoonte, sino también a
sus hijos. El juego tiene mucho del caballo de Troya… me parece.
Nick hizo una mueca y Emily le dio a Victor un puñado de nueces para
interrumpir su palabrería.
Eso fue cuando el mensajero le dijo algo antes de enviarle allí. La
escena le pareció muy divertida, sus ojos amarillos brillaban más claro que de
costumbre. ¿Fue la alusión a Troya lo que encontró tan gracioso?
Nick volvió a concentrar su atención en el grupo de Laocoonte. Los
gestos desgarradores de los hombres, sus intentos desesperados por zafarse de
las serpientes… más allá estaba el seto, verde y amarillo, con las flores
plantadas en línea recta, que ningún jardinero jamás habría podido crear. De
nuevo, Nick vio al mensajero ante él.
«Si sigues por el lado oeste del seto, te toparás con un monumento;
en realidad es una estatua».
Por un instante, a Nick se le nubló la vista.
«Era eso… podía ser estatua…».
—¡Ya lo sé! —gritó Nick, pero su voz bajó de tono, y cuando se puso
de pie de un salto también se vino abajo su silla—. Ahora lo sé. Ya lo sé.
Victor lo miró con los ojos bien abiertos y se quitó los auriculares.
—¿Cómo? ¿Qué es lo que ya sabes?
—¡El código! ¡Ya sé dónde estamos! Es… mira… ¡amarillo y verde y la
estatua!
Emily y Victor intercambiaron una mirada de desconcierto.
—¿Qué quieres decir exactamente? —preguntó Emily con voz tenue.
—Ya sé dónde estamos. Ya he entendido el código. Verde y amarillo,
rojo y azul.
Ellos todavía no sabían de qué hablaba.
—Los colores representan las líneas del metro. Esta es Monument
Station, por ahí pasan las líneas Circle y District. Amarillo y verde. Como el
seto. ¿Os dais cuenta?
La mirada desconcertada de Victor se dirigió a la pantalla y al rostro
de Nick.
—Pero claro —susurró—. Claro… Maldita
sea.
Con un gesto solemne, extendió la mano hacia Nick.
—Me retracto de todo lo que dije sobre
tu cerebro. ¡Eres un genio!
En los siguientes minutos, Victor sufrió como un animal herido porque,
mientras Emily y Nick buscaban en todos los cajones un mapa del metro, él
cuidaba a Squamato.
—Que no haya ninguna pelea, ¡por favor!
¿Creéis que aún puedo salirme rápidamente? Por el momento no se mueve nada.
¡Nada! Pero si un gnomo me quiere enviar a la siguiente batalla, me quedaré
colgado durante horas. Pero qué digo… el mensajero puede irse a freír
espárragos.
Hizo clic varias veces y se levantó de un salto.
Mientras tanto, Emily había encontrado el mapa y lo había extendido
sobre una de las mesitas de la sala de los sofás.
—Tienes razón —dijo absorta y tomó la mano de Nick—. La primera
de las luchas que tuve fue a orillas de un río rojo, donde estaban los molinos
de viento derruidos. Primero pensé en don Quijote, pero eso fue una tontería,
es Holland Park en la Central Line del metro.
Puso el dedo sobre ese lugar del mapa y siguió buscando.
«El río rojo». Nick recordó su odisea en el inframundo y que el río le
había guiado a la Ciudad Blanca.
—White City —dijo—. Después
continué avanzando… siguiendo el seto color rosa, y luego seguí la línea Hammersmith & City. Allí, la primera estación: Shepherd's Bush, «el
arbusto del pastor» —alzó la mirada—. No llegasteis a
ver a esas ovejas tan asquerosas. Ya casi no quedaba nada que sacar de ellas —continuó
buscando con el dedo—. Goldhawk Road, «el camino del halcón de oro»… que
por cierto casi me elimina.
—El seto rosa —exclamó Emily—. ¡Yo también estuve allí! Allí también
había un árbol enorme con la corona del rey encima —y tocó el mapa varias
veces con el dedo—. Royal Oak, «el roble real». Creo que me volveré loca.
Victor aún no había dicho nada, pero vibraba lleno de emoción.
—Ayer, y también los días anteriores —empezó a decir—, nos explicaron
varias veces que estábamos cerca de la fortaleza de Ortolan, allí donde tendrá
lugar la batalla decisiva —su dedo índice trazó círculos sobre las líneas
Circle y District.
—Temple —dijo—. En Temple el nerviosismo de los gnomos estaba al
máximo. Hoy nos subimos en Monument. Y mirad: Cannon Street, «calle Cañón»,
está justo al lado. Sin embargo, ¿por qué dispararon cabezas los cañones?, eso
no lo entiendo.
Entre los tres miraron el colorido mapa de las líneas del metro.
«La estación de Knightsbridge —pensó Nick—. Ese fue mi final.
Caballeros gigantescos que te empujan del puente… ¿por qué no me di cuenta?».
—Cerca de Temple está la fortaleza de Ortolan —pensó en voz alta—. En
el centro de la ciudad de Londres.
—Seguro que no es una fortaleza en el sentido tradicional —dijo
Emily—. ¿Alguien tiene alguna idea de cómo podremos encontrarla?
Ese problema mantuvo a Nick ocupado toda la noche. Solo estaban ellos
tres. ¿Cómo podrían tener bajo control la zona de influencia de cinco
estaciones de metro? ¿Qué debían buscar? Y el tiempo se acababa, si es que
Victor estaba en lo cierto.
Capítulo 30
Esa mañana, Nick recibió un importante mensaje de Victor: «Los gnomos
hablan de Ortolan y sus hermanos oscuros. Quizá no nos equivocamos con la estación
Blackfriars[1]».
El mensaje también lo recibió Emily.
«¿Qué hay de especial en Blackfriars?», le preguntó Emily a Nick en un
mensaje.
«Blackfriars. Ahí no hay nada… claro, sin contar el Blackfriars Bridge, el teatro
y la gran estación de trenes. ¿La estación es la fortaleza? No, seguro que no.
Además de eso solo hay edificios de oficinas, restaurantes y… ¡el
aparcamiento donde hice las fotos! El lugar está cerca de la estación de
Blackfriars. Posiblemente fue una coincidencia, pero… ¡quizás no
lo sea».
Nick sopesó sus opciones. El aparcamiento y el Jaguar eran los únicos
puntos de referencia. Eran las siete y media. ¿Y si vigilaba todo el día en el
aparcamiento?
«Debes de estar chiflado».
Lo estúpido era que no se le ocurriese nada mejor. Envió a Emily un
mensaje para decirle que no iría al instituto y preparó su mochila.
Cuando llegó al aparcamiento eran las ocho y cuarto. El área no estaba
preparada para ponerse a esperar. Por ningún lado veía una esquina o un rincón
donde pudiera esconderse. Caminó por aquí y por allá. Dentro de lo posible,
intentó no llamar la atención mientras mantenía a los coches vigilados.
Obviamente, el aparcamiento era un lugar muy concurrido por los empleados de
oficina de la zona: un coche tras otro cruzaba la barrera con rayas amarillas y
negras. Pero no había ningún Jaguar.
«No te hagas el sorprendido, Dunmore —se sermoneó Nick a sí mismo—.
Era una idea descabellada. El solo hecho de que el hombre haya aparcado aquí su
coche una vez no significa que lo haga de nuevo».
Sin embargo, el mensajero había dicho que tenía que venir a este lugar
hasta obtener las fotos, y el mensajero sabía muy bien de lo que hablaba.
De nuevo caminó calle arriba y abajo. «Un Ford, un Toyota, un Suzuki,
otra vez un Toyota. Un Golf». Nick se dio cuenta de que su atención se
esfumaba. Trató de mantener el control sobre sí mismo. Intentó dejar de divagar.
Allí venía un Mercedes. «Un Honda, otro Honda».
Media hora más tarde, empezaba a sentirse desgastado. Ya no le parecía
sensato el propósito inicial de pasar ahí todo el día. Además, comenzaba a
congelarse y maldijo por no haberse puesto una cazadora de más abrigo. Pero sí
podría soportar una hora más, él era culpable de lo que pasaba…
Un Jaguar gris plateado se detuvo ante la barrera. «¿Es el mío?». Nick
entrecerró los ojos para mirar bien: LP60HNR.
Ese era el número de matrícula. La barrera se levantó y el Jaguar
continuó su avance.
«¡Victor tiene razón, soy un genio, un genio, un genio!».
Ahora solo tenía que permanecer alerta para no perder de vista al
dueño del Jaguar cuando abandonara el aparcamiento. «¿Dónde está la salida de
peatones?». Encontró la salida para vehículos, pero «¿y la salida de
peatones?».
Se quedó quieto durante un instante, volvió a mirar en derredor y le
vio. Sin duda era el hombre al que había fotografiado, y este emprendió su
camino rumbo a New Bridge Street. «Bien, ahora lo único que tengo que hacer es
seguirle el rastro». Fue tras él manteniendo cierta distancia, pero casi no se
atrevía a parpadear por miedo de perderlo entre la multitud.
Caminaron por New Bridge Street. «¿Se dará cuenta de que le estoy siguiendo?». Nick daba la impresión
de sentirse inquieto, muy inquieto; cada dos pasos volvía la mirada sobre sus
hombros o giraba a los lados. Como alguien que tuviera miedo. Tomó más
distancia, aunque eso le causó dolor de estómago. No podía distraerse por nada
del mundo, ni siquiera con la parejita de turistas japoneses, que sonrientes le
preguntaron cómo podían llegar a la catedral de Saint Paul. Sin decir palabra,
les indicó la dirección que le pareció más correcta y siguió avanzando.
Llegaron a Bridewell Place. El hombre entró en un edificio de oficinas
recién restaurado. Gran parte del frente era de vidrio y la fachada blanca aún
estaba obstruida por un andamio. Indeciso, Nick se detuvo. Su primer impulso
fue entrar, pero por nada del mundo quería llamar la atención. Solo siguió con
la mirada a su objetivo, vio cómo saludaba al portero y se dirigía a uno de
los relucientes ascensores de latón.
Eso quería decir que su oficina estaba en uno de los pisos superiores.
«Claro, un automóvil caro, un traje caro y una oficina cara». De inmediato
descartó la idea de preguntarle algo al portero. Pero en el vestíbulo del
edificio había placas que daban información sobre las compañías que tenían ahí
sus oficinas… posiblemente fuese de utilidad.
«Una consultoría, una inmobiliaria». Las dos casaban sin ningún
problema con el aspecto del hombre. «Una compañía de productos farmacéuticos y
además…». Nick tomó aire profundamente. La cuarta compañía era el tiro que
daba en el blanco:
Soft
Suspense
Videojuegos
para ordenador, móviles y consolas
Hacemos
todo para su diversión
Para asegurarse, Nick hizo una foto de la placa de la compañía con su
móvil. ¿Debía comunicárselo a Emily? «No, todavía está en clase. ¡Victor!».
Tenía que contárselo a Victor. Pero no contestaba el teléfono. «Maldición».
Entonces tendría que ir a su casa.
Tomó el camino de regreso a la estación del metro. Gracias a sus
sentidos agudizados por la manía persecutoria, advirtió la presencia de Rashid
al otro lado de la acera.
¿También lo habría visto él? No. Rashid caminaba, como siempre,
arrastrando los pies por la calle con la cabeza gacha y ni siquiera se giraba a
mirar a izquierda o derecha. Pegada a su pecho traía una especie de maletita
color gris verdoso, cuyo contenido despertó el interés más ardiente de Nick.
Por supuesto que Rashid se dirigía al edificio de oficinas. Nick se
ocultó entre las sombras del acceso a un edificio. Rashid se detuvo, miró
hacia arriba para ver la fachada y sacó una cámara fotográfica del bolsillo de
su pantalón. Hizo fotos del edificio, de cerca, de lejos y desde distintos
ángulos.
Él había sacado fotos al automóvil del hombre y ahora Rashid
fotografiaba el edificio donde estaban sus oficinas. Giró a la izquierda,
siempre con la cámara preparada. Seguramente quería hacer una foto de la vista
lateral del inmueble.
Nick esperó que volviera a aparecer, pero no ocurría nada. Inquieto,
lo buscó desde su entrada del edificio. Si seguía a Rashid, podría toparse con
él. Y no quería correr ese riesgo. Esperó cinco minutos, se reprendió llamándose
idiota y se largó.
Aunque Rashid se le había escapado, lo que había descubierto era de gran
importancia.
—Espero que tengas una buena razón para sacarme de la cama a
medianoche.
Victor, enfundado en su albornoz de Snoopy, estaba de pie en el umbral.
Bostezaba y tenía los
ojos medio abiertos.
—Voy a prepararte un té, después hablaremos —dijo Nick.
—Suenas como mi ex.
Victor caminó soñoliento hacia la cocina y se apoyó en la nevera.
—Por cierto, estuve peleando hasta las cuatro y media de la mañana
alrededor del templo. Mi equipo ya es de oro y combina perfectamente con mis
escamas de lagarto color violeta.
Nick puso el agua a hervir y llenó el colador con hojas de té.
—¿Te dice algo el nombre de Soft Suspense?
—Claro —dijo Victor bostezando—. «Hacemos todo para su diversión».
Ellos crearon, por ejemplo, Los Malditos de la Noche, First Shot y Halcón Real…
Son juegos excelentes.
—Pues tienen sus oficinas cerca de Blackfriars. En Bridewell Place.
—Vaya —Victor frunció el ceño—. Lo siento, pero no entiendo qué me
quieres decir con eso.
Nick le habló sobre su encargo fotográfico, sobre el Jaguar y sobre el
dueño del automóvil.
—Mientras fui jugador, ese fue el único encargo que tuvo que ver con
Blackfriars: por eso decidí ir y esperar fuera del aparcamiento. El hombre
apareció, le seguí y ya te puedes imaginar hacia dónde se dirigía.
—A las oficinas de Soft Suspense —las arrugas de la frente de Victor
se hicieron más profundas—. Sigo sin entender. Estoy seguro de que Soft
Suspense no ha desarrollado Erebos. Me habría enterado. Habría salido en los
medios de comunicación. Todo el mundillo de los juegos de ordenador lo esperaría
y lo habría recibido con los brazos abiertos.
—¿Qué más sabes de la compañía?
—En realidad nada… Solo conozco sus juegos. Y sé que han absorbido a
otras compañías pequeñas que desarrollaban programas, algo muy habitual en el
ramo. Les va muy bien en el negocio. Eso es todo lo que puedo decirte.
Pensativo, Nick vertió el agua hirviendo sobre las hojas de té y
aspiró el aroma que ascendía de ellas.
—Tiene que haber alguna conexión entre la compañía y Erebos. Uno de
mis compañeros de clase también estaba en Bridewell Place… Haciendo fotos del
edificio.
—¿De verdad? ¿También estaba siguiendo al tipo del Jaguar? —Victor
sacudió fuertemente la cabeza—. Eso es bastante confuso para mí… A estas horas
mi cerebro aún no funciona. Necesita dormir un poco más.
—Pero… por fin tenemos una pista, tengo que saber quién es ese tipo.
—Sí, estaría bien —murmuró Victor y cerró los ojos.
Nick se rindió en su intento de obtener oraciones con sentido. Le
dejó acostarse en uno de los sofás, le hizo beber un poco de té y se sacó de los
bolsillos todas las monedas que tenía para comprar el desayuno.
Mientras esperaba en la cola de la panadería, no pudo resistir las
ganas de enviarle un mensaje de texto a Emily: «Tengo noticias emocionantes.
Estoy en Cromer Street, ojalá estuvieras aquí».
Cuando regresó, Victor lo esperaba pálido, aunque muy despabilado.
—No puedo comer nada ahora.
—¿Por qué?
—Mientras estuviste fuera de compras consulté en Google. No te lo vas
a creer.
Esperó hasta que Nick colocó sus cruasanes sobre la mesa y lo llevó
ante el portátil.
—Ahí está. Tú solo mira.
El sitio de Internet de Soft Suspense estaba abierto: en la primera
página había publicidad sobre un nuevo juego llamado Sangre de los Dioses. Los
dioses no tenían parecido alguno con los griegos, más bien se veían de acero, y
su diseño gráfico nada recordaba al de Erebos.
—¿Y luego?
Victor puso una mano en el hombro de Nick.
—Esta es solo la página de inicio. Tienes que entrar a los comunicados
de prensa.
Nick hizo clic en «Noticias» y leyó:
Soft
Suspense se congratula por el récord de ventas de Halcón Real. Tan solo en el
primer mes se vendieron 600.000 copias del juego.
Abajo, una fotografía que mostraba al conductor del Jaguar: posaba
sentado en un sofá de piel de oficina y sonreía ante la cámara. «Eso es —pensó
Nick—, mi pista es correcta». Después vio el pie de foto e intercambió una
mirada con Victor.
—No, ¿es posible?
—Sí. Encontraste una mina de oro. La cámara del tesoro de Aladino.
Diablos, Nick, tenemos que prevenirle.
—Sí. Tienes razón.
Nick contempló la cara sonriente y despreocupada, pero el texto que
había debajo de la imagen reclamaba todo el tiempo su atención.
«Hemos
invertido todo nuestro esfuerzo y creatividad en Halcón Real y estamos muy
satisfechos de que nuestro juego haya sido tan bien aceptado», afirmó el
director de Soft Suspense, Andrew Ortolan.
«Un pájaro cantor, ¡ya! Para nada».
—Teníamos que haber investigado mejor —murmuró Nick—, lo habríamos
encontrado mucho antes.
—O no. Hay muchísima gente con ese mismo apellido. Bueno, en realidad
no tanta gente pero sí bastante.
Andrew Ortolan sonreía impasible en su fotografía.
«¿De verdad habían creado Erebos… para eliminarlo, como había dicho el
mensajero? ¿Y por qué? ¿Cómo podrían ponerle sobre aviso? ¿Y, sobre todo, de
qué?».
—Yo lo hago —dijo Victor y tecleó el número que encontró en la página
de la compañía—. ¿Sí? ¿Hola? ¿Podría hablar con el señor Ortolan? Sí…, por
favor, póngame con él.
Pausa.
—¿Sí? Mire, mi nombre es Victor Lansky —dijo Victor, pero era evidente
que hablaba con otra persona—. No, no espera mi llamada.
Nick no entendía nada de lo que decía la secretaria, pero sí escuchó
su voz aguda y negativa.
—Como usted vea —continuó Victor en un segundo intento—, soy de la
prensa y hay algo muy importante que tengo que decir al señor Ortolan.
De nuevo se oyó una rápida y estridente respuesta de la secretaria.
—Escúcheme bien —dijo Victor con manifiesta paciencia—, estoy seguro
de que su jefe quiere escuchar lo que tengo que decirle… No, no puede darle
ningún mensaje… ¿Cómo? Lan- sky. L-A-N-S-K-Y. Sí, me puede devolver la llamada.
¡Y debe darse prisa!
Colgó y dio un soplido.
—Está claro que no va a llamarme. La vaca de la antesala ni siquiera
me ha pedido el número de teléfono.
—¿Quizá lo haya visto en la pantalla del teléfono?
—No lo creo —Victor sacó un cruasán de chocolate de la bolsa de
papel—. Mi número es secreto. No sale nada.
Nick reflexionó durante un momento y presionó la tecla de repetición
automática de la última llamada.
—Buenos días, quisiera hablar con el señor Ortolan.
—Le pongo con la oficina de su secretaria particular.
Se escuchó que del auricular salía una música de saxofón hasta que del
otro lado alguien contestó la llamada.
—Oficina del señor Andrew Ortolan, mi nombre es Anne Wisbourn —era la
desagradable voz de hacía un rato.
—Hola. Mi nombre es Nick Dunmore y me gustaría hablar con el señor
Ortolan. ¡Es urgente! Cosa de vida o muerte.
—¿Cómo ha dicho, perdón?
—¡De vida o muerte! ¡Lo digo en serio! —de tanto nerviosismo, Nick
tenía la boca reseca. ¿Cómo podría explicarle a Ortolan la situación sin que lo
tomara por un lunático?
Salió ruido del auricular, Nick escuchó algunas palabras pronunciadas
en voz baja. Seguramente, la secretaria tapaba el auricular con la mano.
Después se escuchó un ruido como si algo estallara, los tonos de voz se
volvieron cada vez más nítidos y un hombre gritó al teléfono:
—¡Voy a instalar un dispositivo de intercepción! ¡Esto es acoso
telefónico! ¡Voy a cogeros, desgraciados, y acabaréis entre rejas! Esta es mi
última advertencia, ¿ha quedado claro?
Clac. Colgó el
teléfono.
El corazón de Nick martilleaba como si hubiera corrido una carrera de
cien metros.
—Se ha creído que le estaba amenazando.
—Sí, lo he escuchado. Lo dijo con bastante fuerza.
Eso estaba tan claro como una mañana estival.
—Apuesto a que ha estado recibiendo llamadas aterradoras.
—Sí, de parte de Emily, por ejemplo —dijo Victor.
El desayuno que compartieron pasó en silencio. Ambos se hallaban
demasiado concentrados en sus pensamientos. Nick rumiaba las posibilidades que
les quedaban. Podía volver a Blackfriars y llamar a la puerta de la oficina de
Ortolan, hasta que lo escuchara.
«Pero no sabes por qué le odia tanto Erebos. Tiene que haber una
razón».
—¿Victor? Tú conoces el mundillo de los videojuegos de ordenador.
—De arriba abajo.
—¿Tienes alguna explicación? ¿Cualquiera que tenga algún sentido?
—Cero pistas. Ando a tientas en la oscuridad más absoluta. Creo que
debemos obtener más información sobre el señor Ortolan.
Cuando Emily llegó, mucho más temprano de lo esperado, Nick y Victor
no habían avanzado un paso más: sabían que Ortolan era miembro del Club
Wimbledon Park Golf, que de tanto en tanto organizaba cenas de caridad para
Unicef y que muy rara vez concedía entrevistas.
Emily, que se quedó de una pieza al enterarse de la verdadera
identidad de Ortolan, reinició la búsqueda con nuevos bríos.
—Quizá no sea nada personal. Quizá tenga que ver con la compañía —giró
el ordenador portátil hacia ella y escribió «Soft Suspense» en Google.
—Estás buscando una aguja en un pajar —predijo Victor—. Para cuando
hayas hurgado en todas las reseñas y críticas sobre los juegos y las subastas
en Ebay, ya estaremos cerca de Navidad.
—Tienes razón —entrecerró los ojos hasta que se convirtieron en
rendijas.
Escribió «enemigos de Ortolan» y le apareció un montón de información
sobre pájaros cantores y halcones peregrinos devoradores de pájaros cantores.
—Mierda. Pero vale. Intentémoslo de otra manera.
Los términos buscados «Soft Suspense» y «víctima» arrojaron sobre todo
descripciones de juego de Halcón Real. El nombre de la compañía junto con
«competencia» lanzó datos de economía sobre el ramo de los videojuegos de
ordenador.
Emily soltó un juramento muy poco femenino.
—No entiendo nada de nada. Si es un competidor que quiere eliminar a
Soft Suspense, nunca lo entenderemos —caviló sobre la enumeración de las
distintas compañías de juego—. Quizá la compañía haya hecho algo malo —dijo, y
escribió algo nuevo: «Delito Soft Suspense».
La lista de resultados no era tan larga: solo tenía cuatro páginas.
Las primeras decían que hacer copias piratas era un delito y que poco tiempo
atrás Soft Suspense había mejorado la protección contra la reproducción de sus
juegos. Emily recorrió el texto de la pantalla de arriba abajo y siguió dando
clics.
Se detuvo en un comunicado judicial de hacía dos años.
… fue
declarado culpable por fraude y robo y sentenciado a seis años de prisión. El
juego que dispone de recientes e innovadoras tecnologías proviene de la casa
Soft Suspense, cuyos…
Emily pinchó en el link. Era una noticia de la hemeroteca del Independent.
Nick y Emily solo tuvieron que leer las primeras líneas para darse cuenta de
que no tenían que seguir buscando. Ahí estaba con toda claridad y, peor aún,
lo que Nick jamás habría imaginado.
Desarrollador de videojuegos sentenciado
Después de
dos años, el proceso judicial por la autoría del videojuego de ordenador
Destello de los Dioses finalmente desembocó en un juicio. Larry McVay, titular
y director ejecutivo de la compañía desarrolladora de software Vay Too Far,
fue declarado culpable por fraude y robo y sentenciado a seis años de prisión.
El juego, que dispone de una reciente e innovadora tecnología, proviene de la
casa Soft Suspense. Su director ejecutivo Andrew Ortolan celebró la sentencia.
«Se han
invertido años de trabajo y millones de libras esterlinas —sostuvo Ortolan—.
No es algo que se pueda robar así como así. McVay afirmó desde el comienzo del
juicio que él había sido el programador de Destello de los Dioses, y que Soft
Suspense se lo había robado. Pero nunca fue capaz de aportar las pruebas correspondientes, cosa que
excusó con aparentes robos y manipulaciones por parte de Soft Suspense».
El
director ejecutivo de Ortolan rechazó algunas recriminaciones en su contra.
«Somos una empresa que siempre ha sido honesta, no una organización delictiva,
y nos alegramos de que esto haya sido reconocido. Alguien ha intentado darle la
vuelta a las cosas sin tener la menor prueba». McVay anunció que agotará todos
los recursos legales, y que «no se dará por vencido».
Nick abrió la boca, pero no pudo pronunciar palabra. Vio a Emily:
estaba pálida y apretaba los labios con fuerza.
Victor, que también lo leyó, aplaudía con las manos.
—¡Muy bien, Emily!, tienes el olfato de Sherlock Holmes y Philip
Marlowe juntos. ¡Excelente!
En el pensamiento de Nick solo predominaba el caos. ¿Larry McVay era
el padre de Adrian? El apellido no era común… no podía imaginar otra
posibilidad.
—¿Qué pasa? —preguntó Victor sorprendido—. ¿Estáis mudos? Hemos dado
un gran paso hacia delante: Larry McVay puede ser una pieza del rompecabezas,
al fin y al cabo perdió un juicio contra Ortolan. Seguro que está muy cabreado
con él. Quizá sepa algo sobre Erebos. Tenemos que ir a verle.
Con un poco de esfuerzo, Nick recuperó la voz.
—No va a ser posible… se suicidó.
Pusieron a Victor al corriente, le hablaron sobre Adrian y su extraño
comportamiento en las últimas semanas.
—Siempre quería saber lo que tenía el DVD, y después, cuando se dio cuenta de que era un videojuego, me
suplicó que dejara de jugarlo.
Nick aún no entendía por qué el juego del juicio no se llamaba
Erebos, sino Destello de los Dioses.
«Alegría, hermoso destello de los dioses», pensó furioso.
Victor tomó el portátil y volvió a leer el artículo.
—Creo que recuerdo el caso… Lo interesante era que ninguna de las dos
partes quería explicar con detalle qué era lo que hacía del juego algo tan
extraordinario… Solo se pelearon por él como perros por un hueso, por eso no
ha salido al mercado.
Mientras Victor se concentraba cada vez más en la lectura, Nick y
Emily discutían su siguiente paso.
—Tenemos que hablar con Adrian —suspiró Emily profundamente—. Es un
chico muy simpático, hablamos mucho y muy a gusto, es maduro para su edad y
vaya si es inteligente.
—Vamos a hablar con él —Nick le dio la razón y recordó lo que Adrian
le había dicho: él no tenía permiso para coger el DVD, pero debía saber de qué se trataba.
Visto desde la distancia, aquello tenía sentido, pero Nick no podía
definirlo con precisión. Cuando se encontraran con él, le diría la verdad a
Adrian, le contaría todo lo que sabía y como compensación…
—¡No! —el grito de Victor hizo que ambos se giraran de golpe y al
mismo tiempo—. Mierda, esto se está poniendo cada vez más inquietante.
—¿Qué pasa?
—El programador sí se suicidó —leyó Victor en voz alta—. La noche del
13 de septiembre, en la azotea de su casa en el norte de Londres, se encontró
ahorcado a L. McVay, propietario de una compañía de software. Tras las
primeras investigaciones, la policía descarta que hubiera influencia externa,
todo apunta a que él mismo puso fin a su vida. La razón que se dio fue la
sentencia en un juicio por fraude fallado hace tres semanas, según la cual
McVay fue condenado a seis años de prisión. Estaba libre bajo fianza y había
anunciado que interpondría un recurso de apelación.
—Eso ya lo sabemos —dijo Nick.
Victor le lanzó una oscura mirada.
—¿Y conocías a Larry McVay? ¿Alguna vez te cruzaste con él?
—No, Adrian entró en nuestro instituto después de que muriera.
—Eso suponía. Entonces prepárate para una sorpresa —Victor giró la
pantalla.
A Emily se le escapó un grito y tomó la mano de Nick.
—Eso es… Eso no es…
—Sí —susurró Nick.
Miró a McVay a la cara y reconoció los ojos, el rostro delgado, la
boca pequeña… Larry McVay era el hombre muerto.
Capítulo 31
Victor apagó el ordenador.
—¿Quién programó a ese tipo? —preguntó con voz débil—. ¿A quién se le
pudo ocurrir una idea tan macabra?
Ninguno respondió.
Nick echó un vistazo al reloj, y se dio cuenta de que era poco más de
la una de la tarde. Seguramente Adrian estaba almorzando. Después tendría dos
o tres horas de clase, así que quizá no tenía ningún sentido ir al instituto.
—Tenemos que hablar con él hoy mismo —dijo Emily, como si le hubiera
leído el pensamiento.
—Vamos, a lo mejor le encontramos en uno de los descansos. No, qué
tontería… nadie puede enterarse de que queremos algo de él.
—¿Por qué no? —exclamó Emily—. Nadie va a sospechar de mí.
Oficialmente soy adicta a Erebos.
Era verdad. Ahora solo necesitaban un punto de encuentro donde
pudieran tener la certeza de que nadie los vería juntos.
—¡Aquí! —gritó Victor.
—No, es demasiado peligroso… Si alguien nos sigue, te descubrirán, y
tú eres nuestro último enlace con el juego. Eres el único que puede decirnos lo
que pasa en Erebos —objetó Emily.
—Un momento. ¡Tú también estás dentro!
—Pero solo en teoría —sonrió y miró su reloj de pulsera—. En
diecisiete minutos tendría que encontrarme con el señor Watson para ponerlo en
una situación embarazosa. Y no pienso hacerlo, así que ¡adiós, Hemera!
—Está bien —gruñó Victor—, pero es muy desconsiderado que al final
solo se fíen de mí. ¿Qué pasaría si el juego me pide que seduzca al señor
Watson? ¿Tendré que hacerlo para que no perdamos el acceso?
Se echaron a reír, el ambiente era liberador.
—Además, todavía nos queda Kate, aunque ella no es tan brillante como
tú —dijo Nick—. Por cierto, deberías ponerte a jugar. Están tan cerca de
Blackfriars, que todo puede suceder en cualquier minuto, y debemos saberlo,
¿de acuerdo?
Victor hizo pucheros y se dirigió a la habitación de los ordenadores.
—¿Así que no me enteraré de lo que te diga Adrian McVay?
—Claro que sí. Te enviaremos una paloma mensajera a prueba de
intercepción —dijo Emily con un gesto de afectada seriedad—. Nick, ¿dónde nos
encontramos? En un café es muy inseguro, ¿quizá en un parque? ¿En algún lugar
en Hyde Park donde podamos tener una buena vista de los alrededores?
—No, allí pueden vernos —una idea cruzó la mente de Nick. Le escribió
una dirección a Emily en un pedazo de papel—. Aquí estaremos seguros. Cien por
cien seguros. Allí os esperaré.
Fue Becca la que le echó primero los brazos al cuello, y después Finn
hizo lo mismo.
—¡Enano! ¡Qué sorpresa! ¿Quieres café? ¿Vienes a por el portátil?
Nick respondió con un no a ambas preguntas.
—Necesito un lugar tranquilo para una especie de… reunión. He quedado
aquí con dos amigos que llegarán en una hora. ¿Está bien?
Finn le puso un brazo sobre los hombros, lo que no resultaba nada
fácil porque Nick era más alto: le sacaba una cabeza.
—Estás nervioso. ¿Tienes problemas? ¿Tu reunión trata de algo que tal
vez no sea del todo legal?
—¿Cómo dices? ¡No, para nada! —Nick sacudió con vehemencia la
cabeza—. No. Todo lo contrario. Es muy complicado, pero te aseguro que no es
ilegal.
—Ah, bueno, entonces…
Finn le condujo a uno de sus tres estudios. Las paredes estaban llenas
de fotografías de tatuajes recién dibujados en todas las partes del cuerpo.
—¿Te parece bien aquí? Hoy necesito el estudio más grande y Becca
tiene dos citas para poner piercings.
—Aquí está perfecto.
—Vale. ¿Todo va bien con papá y mamá?
—Sí, todo genial.
Finn alzó las cejas, en las que ya se había puesto seis piercings.
Nick se asombró por la inusual parquedad de su hermano. Le dejó solo pero
regresó tres minutos más tarde con zumo de naranja y galletas.
—Nadie podrá reprochar a un Dunmore el ser un mal anfitrión.
—Gracias.
Los minutos pasaban lentamente. Nick intentó distraerse analizando la
galería de Finn. Una espalda vestida de rosas trepadoras, un bíceps con una
vista alpina y un tobillo con unos delfines besándose.
«¿Logrará Emily convencer a Adrian para que venga? Aunque, pensándolo
bien, ¿por qué no querría hacerlo? Él tenía mucha curiosidad por saber algo del
juego».
«¡Ha llegado alguien!»
Las campanillas que Becca había colocado sobre la puerta del
establecimiento estaban sonando. «¿Clientes? ¿O Emily?».
—Hola, hemos quedado aquí con Nick Dunmore.
Era Emily. Finn los condujo a ella y a Adrian adonde él estaba.
Nick no podía dejar de observar cómo Emily examinaba a su hermano con
interés. Era el prototipo de los que no maduran nunca.
—Hola.
Ella le plantó un beso en los labios que le dejó levitando por un
momento. Detrás de ella se encontraba un Adrian sonriente. En un lado de la
cabeza llevaba de punta su cabello rubio, lo que le daba un aspecto de duende.
—Están muy bien las fotos —dijo mientras señalaba las paredes—. Lo
mismo hasta me deje hacer un tatuaje.
Finn resplandeció.
—Pues entonces vienes y te hago un descuento… Bueno, os dejo en
vuestra reunión secreta. Si alguien tiene alguna necesidad, la cocina está dos
puertas más allá a la izquierda, y el bañó justo enfrente —y luego se fue.
Adrian se sentó en lo que Nick llamaba la «silla de tratamiento» y lo
miró con cara de expectativa.
—Emily dice que tenéis que hablar algo conmigo. ¿Se trata de Erebos?
En todo caso no se podía reprochar a Adrian el andarse con rodeos.
—Sí —respondió Nick—, primero quiero decirte que ni Emily ni yo
seguimos en el juego. Así que no tienes nada que temer por nuestra parte.
—Está bien.
A Nick le costó trabajo encontrar el comienzo adecuado. Estaba a punto
de abrir una vieja herida en Adrian y, además, pondría el dedo en la llaga.
Hizo como si se quitara un mechón inexistente de los ojos.
—De alguna manera Erebos tiene que ver con tu padre —observó cómo los
ojos de Adrian se agrandaban y lamentó haberlo soltado de golpe. «Qué sensible
eres, idiota».
—¿Cómo lo sabes? —susurró Adrian—. No por mí. Yo no delaté a nadie.
Nick y Emily intercambiaron una mirada.
—Estoy un poco sorprendida de que tú lo sepas —dijo Emily.
—Claro que lo sé, solo que durante mucho tiempo no comprendía de qué se
trataba —sonrió, y pareció como si quisiera disculparse—. Claro que me
imaginaba que se trataba de un juego. Mi padre solo había programado juegos,
pero no estaba seguro.
Nick no entendía una palabra. Debían volver a empezar desde el
principio.
—Hace poco me dijiste que tenías prohibido aceptar ningún DVD, pero que necesitabas saber cuál
era su contenido. ¿Por qué?
—Tenía prohibido aceptar ninguno porque mi padre me lo prohibió —de
nuevo Nick y Emily intercambiaron una mirada.
—Eso no lo entiendo… —dijo Emily—. Tu padre… ya ha muerto.
—Claro —Adrian dejó de mirarlos y se puso a contemplar las puntas de
sus zapatos—. Mi padre me lo dejó por escrito, me dejó por escrito
absolutamente todo.
—¿Qué? ¿Qué te dejó por escrito?
Sin levantar la mirada, Adrian sacudió la cabeza.
—No, primero hablad vosotros, quiero saber qué tipo de juego es
Erebos.
Nick se escuchó a sí mismo dar un profundo suspiro.
—Es magnífico, emocionante. Una vez que empiezas difícilmente puedes
soltarlo.
Adrian miró el suelo con ojos radiantes.
—Así eran todos los juegos de mi padre.
—Entonces ¿estás seguro de que tu padre lo programó? —tomó la palabra
Emily.
En ese momento Adrian alzó la mirada, en sus ojos se notaba una
ligera indignación.
—Por supuesto. Si no lo hubiera hecho, nunca habría dicho que ese era
su legado.
—¿Eso fue lo que dijo?
—Lo escribió. En esa carta afirmó que ese era su legado y que yo tenía
que distribuirlo —Adrian posaba su mirada en Nick y en Emily una y otra vez, y
luego se dio cuenta de que su explicación no bastaba para que ellos pudieran
comprender.
—Papá murió hace dos años —dijo—. Dos días después de su muerte me
llamó su notario y me dijo que tenía una carta para mí, en el sobre había un
mensaje de mi padre… y dos DVD.
Nick tomó aire.
—¿Tú distribuíste el juego en el instituto?
—¿Distribuir? Bueno, no exactamente, yo le entregué un DVD a alguien de mi grupo. El segundo
se lo di a un chico que conozco de antes y va a otro instituto. Mi padre no
quería que los dos DVD
terminaran en el mismo lugar. Además, quería que yo pensara muy bien a quién se
los regalaría: «Dáselos a personas cuyas vidas creas que está vacía», me
escribió, «y prométeme que tú no verás los DVD. Son una parte de mi legado pero esta parte no está dirigida a
ti».
Algo en el interior de Nick latió dolorosamente.
—¿Y eso fue lo que hiciste?
—Claro —susurró Adrian—. Eso fue lo último que supe de mi padre. No
contaba con volver a ver o a leer algo de él… ¡Estaba tan contento! —dijo
mientras le corrían lágrimas por sus mejillas.
«Te utilizó».
—Y ahora es vuestro turno. ¿De qué va el juego?
Para tranquilidad de Nick, Emily respondió por él.
—Visto por encima se trata de un mundo oscuro en el que uno tiene que
cumplir todo tipo de encargos y correr muchos peligros. Los encargos que tienes
que llevar a cabo no se limitan al mundo del juego, sino que se extienden
hasta la realidad. Por ejemplo… tienes que hacer fotografías de alguien o
escribir una tarea de instituto para alguien.
Adrian los miraba extático.
—Ese es el Destello de los Dioses. El proyecto favorito de papá. Él
quería que los jugadores se hicieran regalos entre sí o que de una u otra
manera se prestaran ayuda en la vida real. Que no estuvieran solo sentados ante
el ordenador, que se establecieran amistades. Me lo había contado tantas veces,
antes de… —Adrian dirigió su mirada hacia un lado—, bueno, antes de que
alguien se lo quisieran robar. ¿Os habéis dado cuenta de que es un poco
distinto para cada uno de los jugadores? Por ejemplo, la música se orienta
según los archivos mp3 que tengas en tu disco duro o según las canciones que
escuchas en YouTube. Cuando el juego ya te conoce un poco, sabe qué retos te
gustan más y te los pone. Papá integró un programa psicológico que adapta el
juego a sus usuarios.
Era obvio que Adrian se deleitaba a más no poder con sus recuerdos.
Nick sintió tal rabia hacia Larry McVay que quiso hacer añicos todo lo
que los rodeaba.
—¿Puede ser entonces… es decir, crees posible que tu padre cambiase
la programación del juego? ¿Que introdujese unos cuantos nuevos y bonitos
detalles? Lo que quiero decir es que ya no se llama Destello de los Dioses. Se
llama Erebos.
—¿Cómo dices? Sí, es muy posible —se apagó el resplandor en el rostro
de Adrian—. Tenéis que saber que alguien intento robarle el Destello de los
Dioses. Después hubo un juicio que se prolongó una eternidad… En los últimos
dos años papá estaba… bueno, había cambiado. Ya no hablaba tanto conmigo, así
que no sé si cambió algo. De todas maneras, trabajaba como un loco. En
realidad, era lo único que hacía: se encerraba en el sótano, casi no comía, ni
se tomaba suficiente tiempo para asearse.
Miró a Emily y a Nick con cara de disculpa.
—Mi madre dice que desde que empezó el juicio papá ya no fue el mismo.
No pudo aguantar que lo acusaran de robo y fraude. En realidad, fue a nosotros
a los que intentaron robar. Cuatro veces. En la oficina, en casa, hasta los
coches nos robaron.
No era agradable la explicación que Nick extrajo del rostro de Adrian.
Iba así: Soft Suspense se había enterado del nuevo desarrollo de McVay y había
tratado de apropiarse del programa. Eso no había funcionado, por lo menos no
en dimensiones satisfactorias, de modo que la compañía demandó a McVay. Y lo
llevó a juicio. «¿Eso es posible?».
—Escucha —dijo—. Voy a contarte cuál es el objetivo del juego de
Erebos, ¿te parece bien? —aunque sintió la mirada de Emily encima, ya no podía
contenerse—. Hay que eliminar a un monstruo. Para hacerlo se busca a los
mejores, los combatientes más fuertes y los más amorales. Tienen que imponerse
a cualquiera que desee detener a Erebos y deben realizar preparativos para la
última batalla. Esta última batalla tendrá lugar muy pronto. ¿Y sabes cómo se
llama el monstruo que debe ser eliminado en la batalla?
Vio en los ojos de Adrian que ya se lo imaginaba.
—Exacto —dijo Nick—, se llama Ortolan.
Se escuchó cómo Adrian soltaba su aliento con fuerza. En un principio
lanzó una carcajada. Pero otra vez se puso serio.
—¿De verdad?
—Lo juro.
En la cara de Adrian se reflejaban muchos sentimientos: satisfacción,
tristeza y odio.
—Quieres decir —dijo con voz ronca—, ¿que alguien va a matar a
Ortolan?
—Tal vez. Ocurrirá algo parecido, eso creo.
—Algunas veces me imaginé que yo mismo lo hacía. Después de que mi
padre cambiase tanto, y… después de todo lo que pasó.
De nuevo miró el suelo con una sonrisa.
—Una vez entregué los DVD
y la gente empezó a cambiar, tuve miedo de que mi padre hubiera cometido un
error. Un juego que destruye a los jugadores, ¿me entendéis? Al final él
estaba… bueno, no importa. Cambió completamente. Igual que vosotros. Por eso me
dio miedo —entonces levantó la mirada—, pero no quería hacerle daño a nadie.
Solo a Ortolan.
Cuando Emily habló, lo hizo con voz baja y mucha cautela.
—Pero eso no funciona, Adrian. El juego ha llevado a los jugadores a
hacer cosas horribles. Alguien saboteó los frenos de la bicicleta de Jamie.
Adrian alzó la cabeza de golpe.
—¿Cómo?
—No fue un accidente. Han pasado un montón de cosas malas solo para
que el plan de venganza de tu padre no corriera peligro. Ayer alguien intentó
empujar a Nick a las vías cuando llegaba el metro.
Con el rostro pálido y perplejo, Adrian sacudió la cabeza.
—Si alguno de los jugadores mata a Ortolan, también destroza su vida
—continuó Emily—. Eso te tiene que quedar claro. Y seguramente también le quedó
claro a tu padre.
Adrian esquivó la mirada de Emily.
—¿Habló el juego con vosotros? ¿Le preguntasteis y él respondió? ¿O
al revés?
—Sí —dijo Emily.
—Eso era lo que Ortolan quería tener a toda costa. La IA que papá
había desarrollado. Inteligencia artificial —explicó ante el gesto de duda de
Nick—. Había desarrollado un programa que podía aprender como un ser humano.
También idiomas. Mi padre dijo que cuando estuviera terminado y maduro, ganaría
el Premio Nobel. Estaba orgulloso a más no poder y se esforzó muchísimo para
mantener su descubrimiento en secreto.
Allí estaba una vez más esa sensibilidad, ese sentimiento de
vulnerabilidad que tanto le llamaba la atención de Adrian.
—Pero uno de los contables en la compañía de papá se dejó corromper.
Ortolan siempre orientaba su radar hacia los desarrollos de otros, y en cuanto
supo que papá había dado un gran paso en la creación de la inteligencia
artificial, ya no lo dejó en paz.
Nick estaba casi seguro de que ese contable tenía un garaje pintado
con grafiti.
—Ortolan se propuso comprar la idea a mi padre, pero él se negó. Tenía
su propia compañía y quería sacar a la venta su programa. A partir de ese
momento empezó el terror.
Emily se levantó de su sitio y se sentó junto a Adrian.
—Todo eso es horrible. Tan injusto que uno podría ponerse a gritar.
Pero, a pesar de esto, nadie debe volverse un asesino, ¿cierto?
—No —susurró Adrian—, tienes razón.
—Por eso vamos a tratar de impedirlo.
—De acuerdo. ¿Necesitáis mi ayuda? —sonaba a súplica y Nick creyó
entender a Adrian. No quería volver a ser degradado a mero espectador.
—Por supuesto —dijo—, tú eres algo así como la llave del secreto.
Mientras esperaba el tren, Nick llamó a Victor, que contestó al primer
tono.
—¡Por fin me llamas! ¿Qué dice el pequeño McVay?
—Que Ortolan es un cabrón.
—¿En serio? Bueno, no sé, en el ramo hay muchos de ellos.
—Parece que así es. También dijo que su padre había desarrollado un
tipo de inteligencia artificial que había integrado a su juego. Algo muy nuevo
que Ortolan quería tener como fuera.
—Ah. Eso no me sorprende. Dios mío, eso lo convirtió en un hombre
espantosamente rico.
Inteligencia artificial. Una vez en casa encendió el ordenador
portátil de Finn e intentó extraer más información sobre el asunto. Al parecer,
había legiones de especialistas concentrados en encontrar un camino para
enseñar a los ordenadores el pensamiento humano en toda su complejidad. El
padre de Adrian lo había logrado. Su software aprendió, podía leer y valorar lo
leído. Analizaba al usuario del ordenador y le daba lo que más deseaba en su
más íntimo fuero. Qué locura. No era de sorprender que ninguno de ellos pudiera
abandonar sin más el mundo de Erebos. Ahora el juego era un arma que se valía
por sí misma.
Nick
siguió leyendo, se informó sobre la prueba de Türing, el Premio Loebner y sobre
la IA neuronal y simbólica. Después de dos horas empezó a tener dolor de
cabeza y se dio por vencido. No habría podido comprender para nada lo que Larry
McVay había llevado a cabo.
Capítulo 32
El mensaje de texto de Victor llegó de madrugada. El aviso del móvil
sacó a Nick del sueño más profundo. La pantalla era una mancha resplandeciente
en la habitación oscura. Saltó de la cama tan rápido que sintió cómo se mareaba
y tuvo que apoyarse en su escritorio.
Un nuevo sms.
Pulsó la tecla de «Leer».
Parece que
ya le ha llegado la hora a Ortolan. Están preparando al círculo privilegiado para la batalla. Antorchas,
juramentos, togas blancas y demás. Creo que será hoy. Por el momento vamos a
sitiar la fortaleza. PD: hace un segundo encontré un cristal mágico (amarillo).
Cuando todo haya pasado, puedo guardármelo y hacer con él lo que quiera, ¿o no?
Victor le había enviado el mensaje a las 3.48 de la madrugada, y en
ese momento eran las 3.50. Junto con su móvil gateó hasta la cama y le llamó
por teléfono.
—¿Qué significa eso de que vais a sitiar la fortaleza?
—¡Hola! Bueno… pues… que vamos a estar por ahí en plan ocioso. La
fortaleza es un gran bloque blanco que brilla en la oscuridad y del que chorrea
sangre. ¡Es verdaderamente repugnante!
Nick no pudo responder porque tuvo que bostezar muy fuerte.
—Te he despertado, ¿verdad? Lo siento, pero quería ponerte al tanto
como fuera. Podía haber sido que… ¡Rayos, otra vez están disparando cabezas!
Nick lo escuchó teclear con vigor.
—Vale, problema resuelto. Lo que quería decirte era otra cosa: podría
ser que tú quisieras emprender algo… ahora, por supuesto.
—No sé. ¿Como qué? ¿Ya sabes qué tienen que hacer los que pertenecen
al círculo privilegiado? ¿Hay algún punto de referencia del que podamos partir?
—Deben destruir a Ortolan. Cuando lo hayan logrado, su torre caerá en
pedazos y todos seremos recompensados, eso fue lo único que explicó el
mensajero. De momento, aquí hay sentada mucha gente a la espera de que esa cosa
se venga abajo, aunque… los del círculo privilegiado acaban de irse.
—Lo que más me gustaría es ir a Blackfriars.
—Todavía no ha abierto el metro y los autobuses nocturnos… Mejor
olvídalo. Además, ¿qué quieres hacer allí? Mejor vete a la cama.
Eso parecía una broma. Pero Victor tenía razón, por lo menos
necesitaban el esbozo de un plan.
—Iré a verte a tu casa en el primer tren, luego pensamos qué podemos
hacer.
—De acuerdo. La cosa se está poniendo fea… Creo que ahora sí va en
serio.
—Si ocurre algo importante, dímelo.
—Claro… mantendré la posición nocturna, solo y solitario. Bueno, si
exceptuamos a los trescientos combatientes extenuados que están a mi
alrededor.
Nick se sentó en la cama y miró fijamente las agujas de su reloj.
Todavía faltaba más de una hora para que pasara el primer convoy del metro.
«¡Maldita sea! ¿Y si la torre se derrumba mientras espero?».
No aguantó mucho tiempo sentado y empezó a caminar por la habitación
de un lado a otro; estaba haciendo demasiado ruido teniendo en cuenta el
silencio que reinaba en la casa. Y no quería despertar a nadie. Le pareció
prudente ir a la cocina y escribir una nota en la que diría que se había ido a
correr con Colin antes de entrar al instituto. Eso fue lo mejor que se ocurrió.
Con un poco de suerte, sus padres le creerían dentro de dos horas y media
cuando se levantaran.
Cuando se deslizó a hurtadillas fuera de casa faltaban quince minutos
para las cinco. Llevaba consigo su mochila para que su madre no la viese por
allí, pero inmediatamente la dejó atada en el sótano de bicicletas. En esos
momentos no necesitaba una carga innecesaria.
Las calles estaban oscuras y desiertas; en la estación aún no habían
quitado los candados. Nick se envolvió fuertemente en su abrigo y se puso a
contar los minutos. ¿Qué podía hacer? Podría esperar a que pasara Ortolan y
obligarlo a que lo escuchara. O quizá podría hablar con la policía: «Vera, es
que existe un juego de ordenador en el que todo apunta a que hoy será asesinado
un repugnante directivo empresarial. Sí, cómo no. ¡Gran idea!».
En esas estaba cuando sonó su móvil para anunciar un nuevo mensaje de
texto:
Ahora
estoy segurísimo. Será hoy. Me asignaron un encargo que así lo indica.
¡Llámame!
Inmediatamente llamó a Victor.
—Si alguien me pregunta, debo mantener que hoy, entre las ocho y las
diez de la mañana estuve desayunando con un tal Colin Harris.
Nick no lo entendió a la primera.
—¿Por qué tienes que desayunar con Colin?
—Tengo que proporcionarle una coartada, ¿entiendes? Claro, con la
condición de que no lo atrapen en el momento de los hechos… ¿Conoces a Colin
Harris?
—Por supuesto.
—No importa. Escucha, esto me está poniendo muy nervioso.
—Voy de camino hacia tu casa. ¿Qué pinta tiene la torre? ¿Sigue
intacta?
—Sí, sí. Todavía está en pie… brilla y sangra.
Cuando por fin se levantaron los barrotes de la estación del metro,
Nick bajó corriendo las escaleras como si lo estuviera persiguiendo el
mismísimo mensajero.
«Nada de rodeos, directamente a Kings Cross». No tardaría ni veinte
minutos en llamar a la puerta de Victor.
—Míralo tú mismo —dijo Victor.
Allí seguía la torre. Era enorme y relucía con un blanco lívido entre
las tinieblas. Le escurría sangre y goteaba desde las ventanas, las troneras y
las ranuras de sus muros. En la oscuridad, por todos lados, se encontraban —de
pie o sentados— cientos de combatientes de todos los pueblos y todos los niveles.
Esperaban. Nick podía imaginarse la curiosidad que los animaba. También sabía
cuánta curiosidad tendría de no ser porque conocía la historia del juego. Por esta
razón el panorama le provocó un poco de asco.
—Voy a ver a Ortolan y le pondré sobre aviso. No me importa si es un
malnacido. Si no me toma en serio, por lo menos lo habré intentado —dijo.
—O bien —añadió Victor— nos dirigimos al edificio donde están sus
oficinas y nos ponemos al acecho… en cuanto aparezca cualquiera de los
jugadores, lo detenemos. Y damos aviso a la policía.
Eso sonaba bien. Eso funcionaría.
—De acuerdo —dijo Nick—. ¿Quiénes están en este momento en el círculo
privilegiado?
Victor los contó con los dedos.
—Wyrdana, BloodWork, Telkorick, Drizzel y… espera… Ubangato, un
bárbaro. Se integró en el último torneo. ¿Tienes alguna idea de quiénes son en
la vida real?
—No —dijo Nick—, pero cada vez me parece más probable que BloodWork
sea Colin.
Un poco pasadas las seis se pusieron en marcha. Nick le envió a
Adrian un sms. Lo hizo a regañadientes, pero le había prometido que lo tendría
al tanto. Victor se comunicó con Emily, y Nick intentó arrancarle el móvil.
—¿Estás loco? ¿Qué pasa si esto es peligroso?
—Me obligó a prometérselo. Me va a estrangular si no la llamo —oprimió
en «Enviar»—. Además, ella también tiene derecho a estar allí, como tú y yo. Y
Adrian.
Blackfriars. Se bajaron del metro y caminaron hacia Bridewell Place.
Ahí se reunirían con Emily y Adrian.
Lloviznaba. Nick caminaba en silencio junto a Victor y buscaba
rostros conocidos. Al mismo tiempo rumiaba y rumiaba sus pensamientos. «¿Qué
pasa si no aparece nadie? ¿Si todo es una falsa alarma? ¿Si la torre no es el
edificio de Bridewell Place, sino otro?».
Caminaron por New Bridge Street. Por lo menos había sido lo bastante inteligente para traer una
chaqueta con capucha, así podría esconder su cola de caballo; su estatura no
era tan fácil de disimular. Por nada del mundo quería que los jugadores le
descubriesen antes de tiempo.
Por ese motivo no podían quedarse parados en Bridewell Place. Tras
ellos había un pub, pero solo se abriría a las once de la mañana.
—Estate atento —dijo Victor, cuando tuvieron a la vista el edificio de
oficinas—. Para empezar tú te quedas aquí y esperas… Sin llamar la atención,
claro. Yo me voy a dar una vuelta y vigilaré sin problemas… A mí nadie me
conoce.
Victor se lanzó a su recorrido y Nick no le quitó ojo al edificio. El
andamio limitaba la vista de las ventanas. «¡Qué lata! —Nick observó con más
atención—. ¿Se ha movido algo? ¿O alguien? No, solo me lo he imaginado». Y si
había alguien allí, lo más seguro es que fuera un albañil.
Echó un vistazo al reloj. Apenas pasaban unos segundos de las siete y
media. «Maldita sea, esto puede durar una eternidad». Nuevamente fijó la vista
en el andamio y, en ese instante, el corazón le dio un brinco cuando una mano
se posó en su hombro.
—Dije que sin llamar la atención, señor Dunmore. Eres tan discreto como
el faro de Alejandría —Victor estaba tras él y en su rostro refulgía una amplia
sonrisa.
—¿Por qué me has dado un susto?
—Oye, regálale a un extravagante solitario un poco de alegría. Vamos…
Ahora, tenemos que acercarnos un poco más.
Durante un buen rato, ambos observaron la entrada sin que apareciera
nadie familiar. Entonces sonó el móvil de Nick y casi saltó delante de un
automóvil.
—Hola, soy yo, Emily. Adrian y yo ya estamos cerca, estamos comprando
sándwiches. ¿Quieres uno?
—¿Sándwiches? ¿Ahora? No, gracias.
—Yo siempre tengo que comer cuando estoy nerviosa. ¿Dónde estás?
—Justo enfrente del edificio de Soft Suspense. Victor ya ha llegado,
aún no ha pasado nada.
—A lo mejor estáis llamando la atención. ¡En un momento estamos con
vosotros!
Nick tiró de Victor detrás de una camioneta estacionada. «Por supuesto
que Emily tenía razón». No deberían echarlo todo a perder.
Cuando diez minutos más tarde Emily y Adrian se reunieron con ellos,
aún no había pasado nada. Aunque la gente no dejaba de entrar al edificio, no
habían visto a ningún estudiante.
—Es hoy, con toda seguridad —insistió Victor—. Ya han enviado al
círculo privilegiado y Nick y yo vimos la torre que derrama sangre.
Pasaron otros diez minutos. «Nada». A Nick empezó a dolerle la espalda
por permanecer agachado tras la camioneta para no llamar la atención. «¿Les
entró miedo a los del círculo privilegiado? ¿De verdad la cosa iba en serio?».
—Ahí viene Ortolan —dijo Adrian.
A pesar de que lo dijo con aparente tranquilidad, Nick vio cómo los
músculos de su mandíbula se contraían y cómo crispaba los puños.
Ahora era el turno de los combatientes del círculo privilegiado.
«¿Cuándo, si no ahora?». Pero no aparecía nadie. Evidentemente, nadie podría
permanecer parado durante mucho tiempo en un lugar visible. Al paso de cada
minuto, crecía en Nick la sensación de que algo no marchaba bien. ¿Se habrían
lanzado directamente a la tarea? ¿Estaban en el lugar adecuado? ¿Estaría
alguien poniendo una bomba en el Jaguar de Ortolan?
Apenas terminó con estos pensamientos, y escuchó cómo algo rechinaba.
El ruido provenía del edificio de oficinas, desde muy arriba. «¿Un cristal?».
Nick dirigió su mirada a las alturas, no pudo ver nada por el maldito
andamio… pero se escuchó otro rechinar, no, más bien un estallido… ¡Clac!
No fue muy fuerte, apenas si se distinguió del ruido de la calle.
—Qué idiotas somos —murmuró—. Ya están adentro.
Se miraron unos a otros y echaron a correr como si alguien les hubiera
dado la orden. Cruzaron la calle, atravesaron la plaza frente la entrada y
entraron al vestíbulo.
—Ahora vayamos despacio —dijo Victor—. Si no, no nos van a dejar
pasar… Hay que subir por la escalera, no el ascensor.
Había mármol gris, columnas, mucho cristal y una recepción con una
mujer que les sonreía. Y ahí estaba Rashid, casi invisible, escondido en un
rincón del vestíbulo, esperando en un sillón de piel negra.
—¿Soft Suspense es aquí? —preguntó Victor mostrando su identificación
de periodista.
—Está en el quinto piso, permítame un momento, lo voy a anunciar.
Rashid miró inseguro a Nick, era obvio que no esperaba que alguien
apareciera y causara problemas. Entonces tomó una decisión: se apresuró a
levantarse y caminó hacia ellos.
—Es usted muy amable, pero no es necesario que me anuncie —dijo
Victor.
Más allá estaban las escaleras. Se apresuraron hacia ellas, Nick ya no
pudo escuchar lo que la recepcionista les gritaba, solo se preguntaba si Rashid
tenía una pistola.
«Primer piso». Hasta ese momento no se habían encontrado con nada que
les llamara la atención, nadie presa del pánico, ningún ruido. Pero en este
piso solo había una empresa inmobiliaria.
«Segundo piso. ¿Dónde está Rashid?». Nick miró hacia atrás. A su
espalda solo había una escalera desierta. A pesar de esto, se sentía
intranquilo, muy intranquilo.
Pasaron el tercero y el cuarto piso, donde no había más que oficinas
normales y corrientes. Durante un breve lapso Nick esperó, contra toda razón,
que se hubieran equivocado y que no pasara nada. Se aferró a esa esperanza
mientras subían las escaleras al quinto piso.
En cuanto llegaron, Rashid los interceptó en su camino.
—Quedaos donde estáis, esto no os importa.
«Por lo menos no tiene una pistola en la mano». Pero sí llevaba una
lata de aerosol que sacó a modo de amenaza. Gas lacrimógeno.
La mano temblaba, la voz de Rashid también.
—Que os quedéis ahí donde estáis, os he dicho. No quiero haceros daño.
Quedaos ahí… o mejor aún, regresad por donde habéis venido y no le pasará nada
a nadie.
Cuando Emily le respondió, su voz estaba muy tranquila.
—No tienes por qué hacerlo, Rashid. Puedes bajar las escaleras y
salir a la calle. Nadie te hará daño. Nosotros no, el mensajero tampoco,
ninguno de los demás jugadores. Te lo juro.
El rostro de Rashid se contrajo.
—Cállate, tú no tienes la más mínima idea de lo que está pasando.
Largaos de aquí.
Emily hizo un nuevo intento.
—Si te das prisa, estarás lejos antes de que llegue la policía.
Llegará pronto, lo presiento, y entonces podrías meterte en verdaderas
dificultades.
El dedo de Rashid se movió sobre el botón del aerosol. Nick tiró de
Emily hacia atrás.
—No te estamos amenazando —dijo Nick—. Al contrario, te estamos
ayudando. ¡Corre!
—Pero… entonces…
—Entonces, ¿qué?, ¿te echarán del juego? Para ser sinceros, creo que
después de hoy ya no existirá el juego.
La mano con el aerosol de pimienta bajó unos centímetros.
—El mensajero me va a matar.
—¿Ves por algún lado al mensajero? ¿Un orco? ¿Un trol? ¡Esto es real!,
y tú vas a terminar con tus huesos en la cárcel, ¡como cómplice de homicidio!
En ese momento dejó caer el brazo. Nick titubeó, ¿debía arrojarse
sobre Rashid para arrancarle el aerosol?, probablemente ya no fuera necesario.
—¿No me vais a acusar? —preguntó en voz muy baja.
—No, te lo prometo.
Les echó una última mirada huidiza y empezó a bajar las escaleras, primero
lenta y después de rápidamente.
—¡Rashid! —gritó Nick—. ¿Cuántos más hay aquí?
—No sé —respondió con un grito—, los dos vigilantes de fuera tal vez
ya se hayan ido. De todas maneras, dentro están los cinco del círculo
privilegiado.
Después de esto, dejaron de oírse sus pasos.
—Cinco personas y algunas armas —gimió Victor—. Por lo menos podíamos
haberle quitado el aerosol lacrimógeno a ese chaval.
Nick le dio la razón en silencio, pero ya era muy tarde.
Empujaron la pesada puerta de vidrio que separaba la escalera del
área de oficinas. Allí estaba la recepción, sin ninguna persona que la
atendiera. No había nadie en los pasillos y todas las puertas estaban cerradas.
—¿Por qué no hay nadie?
Caminaron a hurtadillas y abrieron una puerta con cautela. Encontraron
dos lugares de trabajo pero allí no había nadie. «¿En la siguiente oficina?».
Allí tampoco. Nick abrió una puerta tras otra, cada vez más aterrado, pues
podría encontrarse con un montón de cadáveres tras alguna de ellas.
—¿Qué, todos se han cogido el día libre? —preguntó Victor.
—Allí detrás escucho algo —dijo Adrian.
Señaló hacia el final del pasillo, hacia una puerta de madera con
herrería de latón que claramente se diferenciaba de los otros espacios.
Escucharon con atención y oyeron algo: un golpe hueco y una voz apagada que
gritaba.
—De acuerdo, por lo menos sabemos dónde están —comprobó Victor—.
¿Entramos?, ¿llamamos a la policía?
Nick no lo pensó mucho tiempo.
—Adrian, ve a una de las oficinas y llama a la policía. Nosotros nos
mantenemos en posición.
Después de titubear durante un instante, Adrian hizo lo que Nick le
había ordenado. Emily, Victor y él se agruparon cerca de la puerta de madera.
—Podríamos entrar y apostar por el efecto sorpresa —opinó Victor.
Nick sacudió la cabeza.
—Creo que no quiero sorprender a nadie que tenga una pistola en la
mano.
Apretó la oreja contra la puerta y, aunque escuchó voces, no entendió
qué decían.
—Desearía haberle preguntado a Rashid quiénes eran los miembros del
círculo privilegiado —dijo Emily—, así podríamos calcularlo mejor…
A mitad de la frase de Emily, la puerta se abrió con fuerza y un
personaje vestido de negro salió corriendo. Sobre el rostro tenía una máscara,
la cara blanca y deformada de Scream.
—Voy por agua —gritó el enmascarado, pero de repente se quedó inmóvil
al descubrir a Nick, Emily y Victor—. ¡Aquí hay… gente! ¡Mierda! ¿De dónde han
salido?
Dio media vuelta y corrió hacia dentro de la oficina que estaba
abierta.
—Quedaos quietos —exclamó Nick, nervioso.
«Dios mío, esto ha salido de pena». Allí había uno… dos, no, tres
enmascarados con pistolas. Nick había logrado echar un vistazo al interior. Un
cuarto tipo con una máscara de diablo se retorcía gimiendo en el suelo.
«Colin, no hay duda». Junto a él había un bate de béisbol, y daba la impresión
de que había recibido dos golpes. «Una pelea». Dos de los cristales de las
ventanas estaban rotos. El quinto tipo, el que había salido por agua, no estaba
armado, pero eso, en realidad, era un mal consuelo.
—Dunmore —dijo una voz grave bajo una máscara de calavera—, asqueroso
pedazo de mierda.
Nick retrocedió un paso. Había reconocido tanto la voz como la maciza
presencia. «Helen». Su arma apuntaba directamente a Andrew Ortolan, quien con
el rostro blanco como la cal permanecía sentado en su silla giratoria. Tenía
las muñecas amarradas sobre el escritorio. Junto a él yacían en el suelo dos
mujeres y tres hombres, sus manos también estaban atadas a la espalda. Alcanzó
a oír cómo una mujer sollozaba.
Ortolan se giró hacia la puerta.
—¿Y ahora quiénes son estos? ¿Refuerzos?
Sus palabras tenían un tono despectivo. Nick descubrió en su frente un
rasguño sangrante.
—Cierra la boca —lo reprendió Helen—. ¡Y ahora haz lo que te digo o te
meto un tiro en la pierna!
La pierna estaba debajo del escritorio… no era un blanco ideal.
Ortolan sonrió apenas.
«No la subestimes —pensó Nick—. Va a disparar. Está loca».
—Quizá deba hacer lo que ella le dice —aconsejó cuidadosamente.
—¡Tú también te callas! —gruñó Helen—. ¡Y que alguien traiga agua!
¡Ahora!
El tipo de Scream salió disparado, pasó apretujándose contra
Nick al cruzar la puerta y corrió por el pasillo. «Ojalá Adrian haya sido lo
bastante inteligente para mantenerse oculto».
Salvo la mujer que sollozaba, todos guardaban silencio. Nick sintió
cómo le bajaba el sudor por el cuello. Colin gimió detrás de la máscara de
diablo. Junto a él había una persona arrodillada, una chica, cosa que no podía
ocultar a pesar de su máscara de Gollum.
—Creo que ya se siente mejor —dijo ella.
El último en la pandilla era muy alto y fornido, tenía dedos
regordetes y llevaba puesta una máscara de extraterrestre. A Nick no le resultó
familiar. Lo que sostenía entre las manos parecía una escopeta recortada. Aun
así, se diría que era Helen quien tenía la sartén por el mango. Debían
entenderse con ella.
Hasta ese momento, Nick no se había percatado de que ella llevaba algo
colgado alrededor del cuello: el símbolo del círculo privilegiado, rojo, con
la punta dirigida hacia el centro. Ella era la única que lo llevaba; Nick
supuso que lo había construido con alambre grueso.
El de la cara blanca regresó con el agua. Se la tendió a la chica
arrodillada sin decir una palabra. Eso significaba que no había visto a Adrian.
Colin le dio la espalda a Nick, Emily y Victor cuando se levantó un
poco la máscara de diablo. Medio se enderezó, bebió varios tragos de agua y
tosió.
—¿Todo bien? —preguntó Helen.
—Sí. Ya puedo.
—Bueno, entonces continuemos con el texto. Levántate, Ortolan.
Lo hizo de muy mala gana, se le notaba. A Nick no le resultó sencillo
determinar si Ortolan tenía o no mucho miedo. Las dos veces que lo había
observado le había parecido que tenía más miedo que ahora. «Debía de presentir
que algo se estaba cerniendo a su alrededor, pero no había nada en concreto.
Ahora ya ha llegado el momento y está relajado».
—Vas a pagar por lo que hiciste —dijo Helen, de seguro que el texto lo
tenía preparado—, por tu codicia, por tu desconsideración, por tus mentiras.
A una indicación de Helen, el extraterrestre dio un salto hacia
delante y abrió de golpe la ventana. Enfrente de ellos se encontraba Bridewell
Place. Y la tabla más alta del andamio.
Ortolan comprendió.
—Yo juraría que ya pagué lo que debía —dijo—. Y eso a pesar de que no
soy codicioso, ni desconsiderado, ni mentiroso. Sabéis de sobra todo lo que me
habéis hecho. Ya es suficiente, ¿me oís?
Probablemente Ortolan, al igual que Nick, hubiera dado una buena
cantidad con tal de ver las reacciones de los rostros de los enmascarados.
—Sal —dijo Helen.
Su pistola apuntaba a Ortolan. Ningún temblor en su voz, ningún
temblor en su mano.
—Escuchad —exclamó Victor—. No nos conocemos y lo que voy a decir va a
sonar muy trillado… pero estáis cometiendo un grave error. ¿Qué vais a
conseguir si salta por la ventana?… ¡Iréis a la cárcel! ¡Dejadlo en paz!
En ese momento la chica Gollum dijo algo.
—¿Eres amigo de Ortolan? ¿Su cómplice?
—No, eso es una estupidez, no conozco a este tipo —exclamó Victor—,
pero sí conozco Erebos. Y os lo puedo asegurar: Erebos os ha engañado… sin
importar qué os haya podido prometer el mensajero… esto, no vais a lograrlo.
Dejadlo… Marchaos.
—Hasta ahora hemos conseguido todo —dijo la máscara de Scream—.
Todas y cada una de las veces. Así que, si no sabes, no hables de cosas que no
entiendes.
—Exactamente —completó el robusto extraterrestre—. Vosotros no sois
nada. Nosotros somos el círculo privilegiado. Ahora salta por la ventana,
Ortolan.
El inmenso miedo en los ojos del hombre saltaba a la vista.
—No, no puedo hacerlo.
—Entonces voy a tener que disparar —dijo Helen.
Alzó la pistola y disparó a la pared casi rozándolo.
—¡Está bien! —berreó Ortolan—. Voy a hacerlo… Voy a hacerlo, ¿de
acuerdo? No vuelvas a disparar.
La mujer que estaba en el suelo empezó a llorar más fuerte, «Ojalá que
no ponga nervioso a ninguno de los del círculo privilegiado». Nick tenía
vértigo por el nerviosismo. «Seguro que alguien ha oído el disparo y aparecerá
en cualquier momento para ver qué pasa, y eso empeorará las cosas».
Andrew Ortolan se subió al alféizar. La ventana era alta, pero él también
tenía una estatura elevada y tuvo que agacharse para pasar. Con las manos
atadas le costaba trabajo sostenerse con firmeza. Echó una mirada de súplica
hacia su oficina.
—Continúa —dijo Helen.
—Por favor, no.
Ella volvió a levantar la pistola, y el extraterrestre hizo lo mismo.
—No tenemos que atinarle, basta un roce para que salga volando
—exclamó.
Ortolan ya estaba en el umbral de la ventana y subía la pierna
izquierda a la tabla del andamio que se encontraba un poco más arriba.
«Súbete a ella y después bájate —pensó Nick—. Debe funcionar.
Llegarás ileso hasta la calle si mantienes la calma».
Sin embargo, a Ortolan le temblaban las piernas. Se agarró con fuerza
del marco de la ventana. Se le notaba que sabía de sobra lo que tenía que
hacer. Sujetarse, agarrar los tubos de metal del andamio lo más rápido posible.
Pero parecía que no sería capaz de hacerlo.
—Nada de pedir auxilio. Si lo haces, disparo —dijo el extraterrestre.
Las manos atadas de Ortolan tomaron los tubos del andamio como las
tenazas de un cangrejo. Era un tormento observar cómo se arrastraba por encima
del andamio con las extremidades entumecidas y el rostro blanco.
En el momento en que logró arrodillarse en su tabla más o menos
seguro, Nick escuchó un ruido detrás de él. Adrian se les unió.
Su presencia desató una serie de reacciones.
—¿Tú? —jadeó Ortolan y casi perdió el equilibrio.
Helen, evidentemente sorprendida, bajó el arma durante un instante.
—¿Qué haces aquí? —increpó ella—. Desaparece.
—¿Le dejas escapar? —preguntó Colin tras la máscara de diablo—. ¿Has
perdido un tornillo?
La pistola se dirigió hacia Colin.
—Él es tabú.
—¿Quién lo dice?
—¡El mensajero! ¿Quién si no?
Si empezaban a pelearse, Nick aprovecharía la oportunidad para escapar
con Emily, Adrian y Victor.
—¿Has llamado a la policía? —susurró en dirección a Adrian.
Pero no recibió respuesta. Toda la atención de Adrian estaba centrada
en el hombre subido al andamio.
—Buenos días, señor Ortolan.
Ortolan se agarró con más fuerza de los tubos al descubrir la
presencia de Adrian.
—¿Eres tú quien está detrás de todo esto? —preguntó.
—No —Adrian se acercó más a la ventana y miró hacia el vacío—. Por ahí
se va hacia abajo.
—¿Sí? No me digas —por un momento la rabia de Ortolan se impuso—,
diles a estos fantoches enmascarados que me dejen volver a entrar.
—¿Por qué tendrían que escucharme?
—Tú tienes algo que ver con esto. No me tomes por imbécil. Basta con
ver lo que trae la chica colgando alrededor del cuello.
Adrian se volvió hacia Helen, vio a qué se refería Ortolan y caminó hacia
ella sin titubear. Tomó el símbolo del círculo privilegiado y lo contempló.
—¿Por qué lo traes?
—¡Desaparece, no entiendes nada!
La cercanía de Adrian le dificultó mantener a Ortolan en la mira.
—Te lo hiciste tú, ¿verdad? ¿Por qué?
—Porque pertenezco al círculo privilegiado y este es su símbolo.
Empujó a Adrian; solo era un movimiento de mano que parecía pedir
disculpas, pero imprimió la suficiente fuerza como para hacer que él se
tambaleara. Emily lo detuvo antes de que cayera.
—En realidad es el logotipo de Vay Too Far… La compañía de mi padre.
—Exactamente —dijo Ortolan.
La palabra terminó en un grito: un fuerte viento sacudió el andamio e
hizo que los soportes rechinaran. Además, el viento trajo consigo un ruido.
«Sirenas. ¿Son patrullas de policía?». Era muy posible y cada vez se escuchaban
más cerca.
En la cara de Ortolan se dibujó un gesto de alivio.
—Salta —dijo Helen.
—¿Qué dices?
—Que saltes.
Ella se acercó a la ventana, levantó la pistola y dirigió la boca del
arma hacia el pecho de Ortolan.
—Salta o te disparo.
Las sirenas se acercaban, el extraterrestre y la chica Gollum
intercambiaron una ansiosa mirada.
—Debemos huir —dijo la chica—. Alguien ha llamado a la policía.
¡Vamos, rápido!
—Salta, maldito cerdo —dijo Helen detrás de su máscara de calavera.
La imagen se grabó a fuego en la memoria de Nick… Era como si la
mismísima muerte hablara.
—Tus amigos tienen razón, la policía está en camino —el miedo hizo
que la voz de Ortolan aumentara progresivamente—. Te van a atrapar en un
asesinato, ¿eres consciente de ello? Si disparas, serás una asesina… Irás a la
cárcel por el resto de tu vida.
No podía quitarle los ojos de la pistola. Helen estaba muy cerca de
él, si apretaba el gatillo le atinaría y él caería, viva o muerto.
Ortolan imploró por su vida.
Al parecer, sus palabras tuvieron efecto en uno de los cinco
enmascarados. El tipo de Scream empezó a caminar lentamente hasta la
puerta y se largó corriendo. El extraterrestre y la chica Gollum parecían
querer seguir sus pasos. Con poco entusiasmo, mantenían en jaque a los que
estaban en la oficina.
Victor observó lo que sucedía.
—Marchaos en silencio —trató de motivarlos a los dos—. ¿Y sabéis qué?
Os voy a contar un secreto: el juego se acabó. No importa lo que hagáis, el
mensajero ya no os recompensará. Al contrario, un juzgado os va a condenar.
Erebos se acabó, se ac…
—¡Cierra el pico, no sabes lo que estás diciendo! —gritó Helen.
La pistola apuntó a Victor por unos segundos; y así permaneció hasta
que recordó su encargo y volvió a tener a Ortolan en el punto de mira.
—¡Salta! —gritó y dio otro paso hacia él.
Durante un momento pareció que la obedecería. Echó un vistazo hacia
abajo como si quisiera medir la altura o sus oportunidades de bajar escalando.
Entonces Adrian se colocó entre Helen y la ventana.
Victor y Nick saltaron pero se contuvieron casi al mismo tiempo. Helen
tenía que estar tranquila, no debía disparar por nada del mundo.
—Quítate de ahí, Adrian —dijo Nick.
Adrian no se movió un milímetro. Nick advirtió que Helen se ponía
nerviosa, se ladeaba a un lado y al otro para no perder de vista a Ortolan, no
bajaba la pistola.
—No vas a disparar a Adrian, ¿verdad? —preguntó Nick—. Él no tiene la
culpa de esta locura.
Una sirena lo interrumpió. Gollum y el extraterrestre se escaparon.
Nick solo los vio con el rabillo del ojo. Se precipitaron en su salida como si
acabaran de darse cuenta de la gravedad de la situación.
—No —les gritó Colin cuando se iban—. ¡No me dejéis aquí! ¡Llevadme
con vosotros, cobardes!
Intentó incorporarse, gritó de dolor y volvió a derrumbarse en el
suelo. La máscara de diablo se movió un poco y descubrió su piel oscura.
—Señor Ortolan —dijo Adrian—. Por favor, diga que usted intentó robar
a mi padre el Destello de los Dioses… Si no lo hace, me haré a un lado.
—¿Por qué ninguno le quita el arma a esa loca? —gritó Ortolan—. ¡No
puede ser tan difícil!
Se oyó el chirrido de las llantas delante del edificio. Una luz azul
titiló en la pared del edificio de enfrente.
—¡Estoy aquí arriba! —chilló Ortolan—. ¡Aquí! ¡Bájenme por favor! —de
nuevo se volvió hacia la ventana—. ¡Ya es suficiente, ahora voy a entrar,
terminemos con esta locura!
Adrian se hizo a un lado tal como lo había avisado. La boca de la
pistola de Helen apuntó directamente a la cabeza de Ortolan.
—¡No¡ ¡Por favor! —se agachó en el andamio, pero se tambaleó, gritó y
volvió a sostenerse.
—Dígalo —repitió Adrian.
—¿Para qué? ¡Ningún juzgado del mundo lo daría por válido! ¡Me obligan
a hacerlo bajo amenazas!
—Eso no me importa… Dígalo. Ambos sabemos que es verdad.
Cada vez había más ruido delante del edificio.
Alguien gritó en tono imperativo, se escuchó cómo cerraban de golpe
puertas de automóviles.
Los oficinistas atados se movían inquietos. Nick rezó para que ninguno
perdiera los estribos: la paciencia de Helen parecía haber llegado a su límite.
Bajo la máscara de calavera corría el sudor que se deslizaba por el cuello.
Nick sintió su creciente rabia como si fuera propia.
Adrian se colocó una vez más frente a Ortolan y le miró.
—Tu padre era un maldito genio —gritó Ortolan—, pero no tenía ni idea
de negocios. Habríamos podido revolucionar todo este ramo comercial, pero él
quería hacerlo solo como fuera.
—¿Usted robó el programa?
—¡Sí! ¡Sí, demonios! E hice bien, ¿entiendes?
—¿Lo extorsionó? ¿Le robó? ¿Le aterrorizó?
—Sí, si lo quieres decir así. Pero no funcionó, ¿estamos? En ningún
lado encontré una versión completa del Destello de los Dioses. Nada con lo que
pudiera hacer algo. Así que quédate tranquilo.
Adrian se dio la vuelta.
—Helen, déjalo ir.
—¡No, solo le dejaré saltar! Quítate de en medio.
Adrian no se movió ni un milímetro. Helen ladeó su máscara de
calavera.
—Lo siento mucho, de verdad —dijo y le soltó un puñetazo a Adrian que
lo hizo llegar hasta la pared al otro extremo de la habitación.
Nick y Victor
reaccionaron al mismo tiempo, y se lanzaron sobre Helen. Victor la derribó con
todo su peso contra el suelo, mientras Nick intentaba llegar a la mano de la
pistola.
Helen se defendía con toda su fuerza.
—¡Dejadme! ¡Soy la última combatiente que puede ganar la batalla!
—No hay ninguna batalla —dijo Victor entre jadeos—, no hay ningún
mensajero y ninguna misión más. ¡Detente, Helen! ¡Por favor!
—¡Traidores! —gritó ella.
Entonces se escuchó un disparo. En un primer instante, Nick pensó que
había caído muerto. Que había recibido un tiro. En los siguientes segundos se
dio cuenta de que el disparo de Helen solo había atinado en la pared. Por el
miedo soltó un poco a su presa. Helen se dio la vuelta y disparó hacia Ortolan
que estaba a punto de entrar por la ventana con mucho esfuerzo.
Le dio en un costado. Por un momento se quedó inmóvil, como congelado,
con la mitad del cuerpo dentro y la otra mitad fuera, y luego se desplomó
hacia atrás.
Nick vio cómo una sombra negra saltaba a toda velocidad y le cogía del
brazo. Tiró del hombre por la ventana hasta meterlo, y lo acostó en el suelo.
La camisa de Ortolan se tiñó de rojo.
—Misión cumplida —dijo Helen con un jadeo desde atrás de la máscara—.
Sabía que funcionaría.
La rigidez causada por la conmoción se disipó en la cabeza de Nick,
pero tardó unos cuantos latidos en recuperar el control de su cuerpo. Le
arrancó el arma de la mano a Helen y se la dio a Victor.
—¿Qué hacemos ahora? Mira cómo sangra… Necesitamos una ambulancia.
Uno de los dos hombres atados levantó las manos.
—Cortad la tela adhesiva para que pueda hacerme cargo de la herida.
¡Rápido!
Nick hizo lo que el hombre decía. De alguna manera se sentía extraño,
un poco mareado. Como si fuera a desmayarse en ese instante.
—Necesitamos una ambulancia —repitió.
Sentarse se volvió importante. Ante los ojos de Nick bailaban puntos
blancos y negros; los negros cada vez eran más numerosos. A tientas se fue a la
silla más cercana, se inclinó hacia delante y esperó a que el mareo se pasara.
Cuando volvió a alzar la mirada, Helen estaba sentada junto a él.
Contemplaba sus manos. «Alguien debe sujetarla —pensó Nick—, aunque no está
tratando de escapar».
Pasos en la escalera. Uno de los ascensores zumbó. Pronto vendría
ayuda, para algunos por lo menos… para otros…
—¿Helen? —preguntó Nick mientras le quitaba la máscara de calavera.
Bajo la máscara se vislumbró su rostro ancho y bañado en sudor, aunque
alegre.
—No me llames Helen —dijo ella—. Soy BloodWork.
Policía, doctores y paramédicos. La oficina se llenó de personas que
hablaban entre sí. Primero se llevaron a Ortolan y se ocuparon de Colin, de
quien se presumía que tenía las costillas rotas y quizá un desgarre en el
bazo. «Ortolan le arrebató el bate y lo golpeó varias veces en el abdomen»,
dijo uno de los empleados. Nick estaba sorprendido de que Helen no hubiera
asesinado inmediatamente a Ortolan. Quizá ello se debía a que nunca había
podido soportar a Colin.
Antes de llevárselo, Colin quiso hablar con Nick. Este se inclinó
hacia él. Colin lo tomó de la mano.
—¿Vas a declarar a mi favor, Nick? Seguro que me llevan a juicio y me
meterán en el mismo saco que a Helen… Pero yo nunca habría disparado, yo me
decidí por los bates. Por favor.
A Nick le costó trabajo liberarse de la mano de Colin.
—Eso es… Demasiado pronto por ahora. Quizá. Sí. Déjame, por favor.
—Tampoco fui yo el del incidente de Jamie. ¡Te lo juro!
—Lo sé —dijo Nick.
Se llevaron a Colin a la ambulancia y Nick siguió a los policías al
interrogatorio en la comisaría.
Liberarse es muy fácil, si uno ha decidido
hacerlo. Vuelvo la mirada y lo que más me gustaría es reír. Todo esto será
cosa del pasado y yo mismo solo seré un recuerdo, para algunos doloroso y para
otros vergonzoso.
Mi trabajo se ha completado. Lo que suceda
a partir de ahora, ya no lo sé. Qué bien. Así no caeré en la tentación de
intervenir y dar volantazos.
El futuro guarda un sinnúmero de
posibilidades que pueden realizarse. No tengo ninguna curiosidad. Si fuera
curioso, ¿me quedaría? No lo sé. Estoy cansado. También esto hace fácil
soltarse.
Capítulo 33
Bajo la densa lluvia, el hospital Whittington se veía como un enorme
bloque de color café grisáceo. Nick se cubrió casi todo el rostro con la
capucha, pero aun así se mojó. En el bolsillo de su cazadora impermeable había
guardado un pequeño paquete con las chocolatinas favoritas de Jamie.
La habitación estaba en el tercer piso. Al verse frente a la puerta,
Nick hubiera preferido retroceder, alejarse. «Está despierto, pero aún no se
ha recuperado», fueron las palabras del señor Watson. Nadie preguntó los
detalles de su condición.
Nick llamó a la puerta. Volvió a llamar. Ninguna respuesta. Lleno de
un mal presentimiento, la abrió.
Había dos camas, una estaba vacía. En la otra yacía Jamie; se veía
pequeño, frágil. Nick respiró profundamente.
—Hola, Jamie. Soy yo, Nick. He oído que te sentías mejor, y pensé que
sería buena idea venir a verte.
Jamie no se movió. Su cabeza estaba girada hacia la pared, y una parte
de ella estaba rasurada. Se parecía a la de Kate, solo que la de él tenía una
sutura a lo largo de la parte calva.
—Te he traído algo —Nick sacó el paquetito de su cazadora y se acercó
lentamente. Entonces vio el rostro de Jamie. Yacía con la boca medio abierta y
tenía la mirada fija en la pared.
«Así que es cierto». Sintió cómo algo le apretaba la parte superior
de la laringe y de inmediato dejó de mirarlo.
—Emily te manda saludos. También vendrá a visitarte… Han pasado muchas
cosas en las últimas semanas.
La mirada de Jamie seguía clavada en la pared. Aunque Nick creyó que
un músculo de su rostro se movía, se convenció de que solo era su imaginación.
—Jamie. Me gustaría tanto saber cómo estás. Siento muchísimo haberme
portado mal contigo aquel día. Muchas veces he deseado haberme comportado de
otra manera. Pero ya se acabó… lo del juego, quizá eso te alegre. No solo por
mí, sino en general.
¿Jamie sonreía? No.
—Si me escuchas, aunque solo entiendas una palabra de lo que digo, haz
algo. ¡Por favor! Parpadea o mueve el dedo gordo del pie, lo que sea.
«¿Reaccionaba? ¿Reaccionaba de verdad?».
Nick se mordió los labios mientras observaba cómo Jamie deslizaba muy
poco a poco la mano sobre la manta, luego la levantó apenas y estiró los dedos.
—Lo haces muy bien, Jamie —balbuceó Nick—. Vas a estar muy bien,
estoy seguro.
La mano de Jamie flotaba en el aire. Sus dedos temblaban. Luego los
fue doblando, uno después del otro, con excepción del dedo corazón. Giró la
cabeza, miró a Nick y sonrió.
—¡Cox, maldito desgraciado, me has dado un sustó de muerte! —gritó
Nick y debió contenerse para no golpearlo en las costillas o por lo menos
lanzársele al cuello—. Estás muy bien, ¿verdad? Eh, cómo me alegro. En serio
creía que… te habías ido.
—¿Qué si estoy bien? ¿Estás loco? Mis dolores de cabeza son de otro
mundo y no tienes ni idea de lo bien que se siente uno con la cadera rota
—Jamie se rió, pero al mismo tiempo cerró los ojos con fuerza por el dolor—,
aunque me dan unas magníficas pastillas analgésicas, solo por eso ha valido la
pena.
—Idiota. Te vi tirado sobre la calle y pensé que te habías muerto. No
podré nunca quitarme esa imagen de la cabeza.
Una vez más sonrió Jamie sin inhibiciones.
—Mándame una copia, por favor.
Resultó que él recordaba todo menos los dos días anteriores al
accidente. Su rabia contra el juego no lo había abandonado.
—Se acabó —dijo Nick—. Nadie puede ingresar al juego. Una vez se
perdió la batalla todo se volvió oscuro, para todos, al mismo tiempo. Se acabó.
Se terminó. Fin. Claro, algunos están todavía destrozados.
—¿Cómo, así sin más? ¿Alguien apagó el servidor?
—No —Nick tuvo que recordar que Jamie no tenía ni idea de lo que había
sido Erebos y de todo de lo que era capaz—, era un juego fuera de lo común.
Podía leer y entender lo que leía. Mi teoría es que durante las batallas, no
dejó de examinar Internet un segundo a la espera del aviso de que… ¿cómo podría
decirlo?, bueno de que su enemigo estuviera muerto. Ese aviso nunca llegó, y
en su lugar llegó otro. Así que se desconectó.
Jamie estaba impresionado.
—Eso es de locos.
—Sí.
El pálido rostro de Jamie mostraba su perplejidad. ¿Era demasiado
pronto para decirle la verdad? «No —pensó Nick—, cuanto más rápido lo
superemos, mucho mejor».
—Escucha —empezó—, tu accidente no fue un accidente. Alguien cortó los
frenos de tu bicicleta y por eso te fuiste a toda velocidad directamente hacia
el cruce —respiró hondo—. Sé quién lo hizo. Si quieres, puedo decírtelo.
El rostro de Jamie dejó entrever una total incredulidad. Abrió la
boca, volvió a cerrarla y giró la cabeza hacia la pared.
—No puedo acordarme del accidente. Tampoco de los días anteriores. Me
gustaría saber qué fue lo que pasó —se tocó la cicatriz en la cabeza—. ¿El
juego tuvo que ver con esto?
—Sí.
—Entiendo. Deja que lo piense… Quizá quiera saberlo más tarde —mostró
una sonrisa picara—. Lo que me interesa es una sola cosa: ¿podría ocurrir que
me encontrase al susodicho en el patio del colegio y que le ofreciese la mitad de mi
sándwich?
Nick negó con la cabeza.
—No.
De hecho, Brynne se había cambiado de instituto. Hasta donde Nick
sabía, no había ido a la policía.
—¿Cuánto tiempo más tienes que estar aquí? —le preguntó.
—Un poco, después tengo que ir a la rehabilitación con las otras
ancianas que se han roto la cadera. Estoy a la expectativa de si les gustará mi
corte de pelo.
Por lo visto, el cerebro de Jamie y su centro de bromas estaban ilesos. Nick habría deseado
ponerse a cantar muy fuerte.
—Cuando estés cien por cien restablecido tengo que presentarte a
alguien. Os vais a caer muy bien.
—¿Una chica?
—No exactamente, alguien con un humor semejante al tuyo y a quien le
gusta beber más té que a ti.
El otro encuentro ocurrió dos días más tarde. Emily lo organizó
porque pensaba que ya era hora de dar por terminadas las cosas.
—Para muchos es difícil —dijo—. El juego se acabó tan de repente que
dejó un gran vacío.
Nick, que aún podía recordar su enorme vacío, asintió. Además, había
una reflexión, un plan, que solo él podría llevar a cabo junto con los demás
ex jugadores.
Gracias a la ayuda del señor Watson, reservaron el espacio de reunión
en un centro juvenil y colgaron avisos en todos los institutos en donde sabían
—o al menos suponían— que hubo jugadores.
Aun así, Nick no contaba con una audiencia tan grande. Cuando entró al
lugar ya estaban ocupadas todas las sillas y había mucha gente sentada en el suelo.
Intentó contar a los asistentes, pero antes de llegar a la mitad se dio por
vencido… Eran más de ciento cincuenta. A pesar de la fría noche de noviembre,
pronto tendrían que abrir las ventanas, si querían tener suficiente aire.
Nick se colocó ante el resto y esperó hasta que la mayoría de las
conversaciones se apagaron.
—Hola —dijo—, me llamo Nick Dunmore y muchos de vosotros me conocéis
del instituto. Al igual que vosotros, yo también jugué en Erebos y también me
encantó, sinceramente. Aun así, y tenéis que creerme, es bueno que el juego se
haya acabado. Pero antes de que os explique lo que se esconde tras él, creo
que debemos presentarnos como es debido. Las reglas de Erebos ya no valen: en
el juego yo era Sarius, un elfo oscuro, y fui expulsado cuando era un ocho.
Algunas personas rieron.
—¿Sarius, venga, en serio? ¿Tú eras Sarius?
Al instante, los primeros empezaron a contar sus experiencias y
anécdotas. Nick logró contenerlos con mucho esfuerzo.
—¡Un momento! Antes debemos hablar de algo muy importante.
Seguramente leísteis en la prensa lo que ocurrió: Ortolan no era ningún
monstruo, sino una persona de carne y hueso. No una persona simpática, pero sí
una persona. Pronto le darán de alta en el hospital y supongo que continuará
con sus mismas actividades —ellos le escuchaban, «excelente»—. Erebos solo
tenía un objetivo: hacer que Ortolan pagara por una de sus canalladas. No
funcionó, lo que es bueno por un lado, aunque por otro no está bien que salga
indemne de esto.
Algunos de los presentes asintieron, pero la mayoría lo miraban como
si no comprendieran ni un ápice.
—Lo importante es lo siguiente —continuó Nick—, cumplisteis con
algunos encargos. Me gustaría hacer una recopilación. Sobre todo de aquellos
que no tenían nada que ver con gente de vuestro instituto. Escribid todo lo que
os preguntaron al hacerlo y a quién le serviría, si hicisteis fotografías,
fotocopias o escaneasteis documentos y, si aún los tenéis, dádmelos.
Ahora parecían escépticos.
—Nadie los utilizará en vuestra contra, lo prometo. Pero debemos
tratar de utilizarlos en contra de Ortolan si se comprueba que tiene las manos
sucias. Y a mí me parece bastante posible. Nos encontraremos nuevamente aquí
en una semana, ¿estáis de acuerdo? Y ahora me gustaría mucho saber quiénes
erais.
Pareció como si se hubiera roto un dique. Nick se empeñó en mantener
un orden en las intervenciones, pero pronto todos hablaban unos con otros.
Todos querían contar su historia y saber quién se escondía detrás de los demás
combatientes. Nick se dio por vencido en su papel de moderador y se mezcló con
los demás.
Al poco se habían formado pequeños grupos, pero algunos se quedaron
solos, de pie, como Rashid. A diferencia de los miembros del círculo
privilegiado, a él no le habían echado el guante, pero Nick notaba su malestar.
Aún temía que alguien lo delatara.
Se acercó a él y le sonrió.
—Hace mucho que me pregunto quién eras. ¿Blackspell?
Avergonzado se encogió de hombros.
—Aún se me hace raro que hablemos de nuestros personajes. No me
acostumbro.
—Déjalo ya. Anda, dime. ¿Blackspell?
Una pequeña sonrisa se insinuó en los labios de Rashid.
—Cerca. Yo era Nurax.
—¡El hombre lobo! Nunca lo habría pensado. ¿Cómo era jugar siendo un
hombre lobo? ¿Te gustó?
Conversaron sobre las ventajas de las distintas especies, sobre las
aventuras que vivieron en conjunto o separados. Otros más se acercaban y
hablaban sobre su personaje y sus vivencias. La sala zumbaba como un panal de
abejas.
Nick se abrió camino entre la multitud en busca de las personas con
las que más había jugado. Quería saber quién era Sapujapu y Xohoo, o Galaris,
cuyo nombre vio escrito en la caja de madera. En algún momento, Aisha lo tocó
con el dedo en el hombro desde atrás.
—Hola, Sarius. Esto me ha sorprendido mucho, ¿sabes? Yo pensaba que
eras LordNick. La mayoría lo pensaba.
—Lo sé —dijo con un suspiro—, es a él a quien quiero encontrar, tengo
que preguntarle qué se creía. Avísame si lo encuentras, ¿vale?
Lo miró ofendida.
—¿Y no te interesa saber quién era yo?
«Me interesaría más saber si has resuelto la historia del acoso
sexual».
—Claro que sí —dijo—. ¿Nos conocimos?
—Sí, sí —dijo sonriendo—. Pero no nos soportábamos. Me quitaste dos
grados en la arena.
—¿Feniel?
—Exacto.
Después de dos horas, Nick tenía una considerable lista con las
ecuaciones y esta vez sí cuadraban. Detrás de Blackspell se escondía Jerome;
detrás de LaCor, el otro vampiro, se escondía el silencioso Greg. Xohoo se
descubrió como Martin Garibaldi, al que Nick observó un día después de que lo
expulsaron. Nick se tragó su decepción. En Xohoo esperaba encontrar a un amigo
para la vida real.
Un poco más tarde encontró a Sapujapu, que no tenía ni por asomo la
apariencia de un enano: resultó ser un tipo alto y larguirucho llamado Eliott,
estaba en su último año en el instituto y después quería estudiar Literatura
inglesa. Intercambiaron sus números de móvil, hablaron sobre películas y
música, y comprobó que Eliott también era fan de Hell Froze Over.
—Perdí mi camiseta, lamentablemente —dijo con un suspiro—. La
sacrifiqué por uno de los grados de Erebos. Ni idea de por qué…
A Nick se le fue el aire de tanto reír, por eso tardó un poco más en
poner a Eliott al corriente de todo.
—Creo que esa es una buena razón para que dentro de poco nos vayamos
juntos al pub Äxte —bromeó Eliott y añadió que Nick se parecía increíblemente a
LordNick.
—Lo sé —dijo Nick irritado—. A mí también me gustaría saber quién tomo
prestado mi rostro.
Alguien detrás de él carraspeó.
—Yo puedo ayudarte, creo.
Nick se volvió. Era Dan, la abuelita tejedora número 1.
—Ah, sí. ¿Y quién era?
Dan miró hacia el suelo abochornado.
—No lo comentes, ¿de acuerdo? Estoy casi seguro de que era Alex. Él…
te admira desde hace algunos años. Durante un tiempo intentó imitarte, ¿no te
dabas cuenta?… ¿No? Bueno, yo sí —Dan se rascó el trasero—. Cuando apareció el
clon de Nick Dunmore, poco después de haberle dado el juego a Alex,
inmediatamente pensé en él.
«¿Quién dice que no eras tú?».
—¿Por qué me cuentas esto?
Dan se rascó con más intensidad.
—Bueno, Alex es mi mejor amigo. Y la verdad es que lleva fatal que lo
llames abuelita tejedora. Pensé que si te lo contaba, serías más simpático con
él. A propósito, no quiso venir. Le daba mucha vergüenza, y eso también habla
en favor de mi teoría.
El informe de Dan sensibilizó a Nick de una extraña manera. Se había
imaginado todas las intenciones posibles tras la existencia de LordNick, pero
la admiración no estaba entre ellas.
—¿Y tú? —le preguntó—. ¿Quién eras?
—¡Caray! —sonrió Dan—. Esto no me hará sumar ningún punto a mi favor.
Yo era Lelant, y lo siento… pero ya no puedo devolverte tu cristal mágico.
Mucho se había aclarado, pero no todo. No pudo averiguar quién era
Aurora, la mujer gato que murió en el laberinto en su lucha contra el
escorpión. Pero, en lugar de eso, descubrió que detrás de Galaris se escondía
una chica delgada, pálida y con gafas de primero de secundaria. Ella tenía tan
poca idea sobre el contenido de la caja como Nick, pero, a pesar de eso, la
transportó de un sitio a otro. Tyrania, la bárbara con la minifalda
extremadamente corta, era la tímida Michelle. De ella provinieron las pildoras
con las que Nick tendría que envenenar al señor Watson. Las robó del botiquín
de su abuelo, claro, sin que nadie notara su intento, pues su abuelo siempre
guardaba un segundo frasco, en caso de emergencia. Henry Scott, el único novato
de Nick, se había transformado en Bracco, el hombre lagarto.
—¿Quiénes eran los del círculo privilegiado? —preguntó a Nick una
chica regordeta con rasgos asiáticos, cuando ya se había ido la mayoría de los
asistentes.
—Helen era BloodWork —dijo Nick—. Ahora mismo lo está pasando mal. El
señor Watson me ha dicho que está bajo tratamiento psiquiátrico.
—¿YWyrdana? ¿Drizzel?
Nick no conocía el verdadero nombre de Wyrdana. Para sí, solo la
llamaba Gollum. Iba a otro instituto como el tipo de Scream y el
extraterrestre. Uno de los dos fue el que intentó lanzar a Nick a las vías del
metro, pero ya no era importante conocer al culpable. A Nick le había pasado lo
mismo que a Jamie con el sabotaje de los frenos de su bicicleta.
—Drizzel —dijo Nick— seguramente era Colin. ¿Lo conoces? Alto,
moreno, jugador de baloncesto.
«Y anteriormente, en algún momento, mi amigo».
Capítulo 34
Este era el primer fin de semana desde hacía mucho tiempo en el que
Nick solo quería relajarse. «Tranquilidad. Dormir. Ir al cine con Emily».
Por desgracia, a Victor no le pareció que sus planes tuvieran
importancia. Se le había metido una idea en la cabeza y no había forma de
sacársela. Durante casi media hora discutieron por teléfono.
—Eso es absurdo.
—Para nada… Es lo más correcto.
—Con eso vas a hacer daño a Adrian.
—No lo creo.
Nick luchó por encontrar las palabras.
—Además, no funcionará.
—Claro que sí. Funcionará… ya lo he probado.
—Entonces hazlo, pero no quiero estar ahí en ese momento.
Victor no contaba con eso, era obvio.
—Por favor, todos debemos estar presentes, se lo debemos a Adrian.
Emily dice que sí viene.
Al final, Nick cedió. Sobre todo por Emily. Pero para él era un asunto
muy desagradable.
Victor se había superado a sí mismo. Tres tipos de té en tres teteras
diferentes, galletas y porciones de pizza. Holgazaneaban en la habitación de
los sofás mientras comían y charlaban. Emily ya había visitado a Colin en el
hospital, tendría que comparecer en el juzgado como Helen y los demás miembros
del círculo privilegiado.
—Quizá nos citen como testigos —dijo Emily—. El problema es que el
juego ya no está funcionando, para el juez va a ser muy difícil comprender lo
que sucedió realmente.
—Pero cientos de personas podrían hablarle al respecto, todos ellos
lo vieron y lo vivieron —dijo Nick.
—El único que no lo viví fui yo —dijo Adrian en voz baja.
Victor no podría recibir una mejor entrada.
—Es verdad. Lo siento mucho, pero… ¿sabes?, creo que gran parte de él
no te habría gustado… aunque sí hay algo más que debes ver.
Levantó a Adrian del sofá y lo dirigió al cuarto de ordenadores.
Colocó la mejor silla ante la pantalla más grande.
—Siéntate.
El rostro de Adrian solo mostraba una incógnita.
—El principio funciona sin problemas —dijo Victor, luego se acercó un
taburete y se sentó junto a Adrian.
Nick y Emily hicieron lo mismo: formaron un pequeño semicírculo
alrededor de Adrian como si quisieran protegerlo.
Victor encendió la pantalla.
El claro de un bosque, el pálido brillo de la luna: en medio, el sin
nombre se acurrucaba en el suelo.
Como en un trance, Adrian tomó el ratón y giró la perspectiva.
—Esto lo conozco… Es cerca de Wye Valley —dijo—. Veis, por allí detrás
está el árbol con forma de V. Allí es donde colgábamos las mochilas cuando
íbamos de excursión.
Dirigió a su sin nombre hacia ese lugar y lo detuvo. Dejó que se
inclinara hacia delante y levantara algo que parecía un pedazo de madera
pintado de azul. Nick vio cómo una lágrima solitaria corría por el rostro de
Adrian.
—¿Qué es eso?
—Mi navaja. La perdí en el bosque cuando tenía siete años y lloré el
resto del día.
Nick y Emily intercambiaron una mirada. Esto podía volverse mucho más
duro de lo que habían imaginado. Emily rodeó los hombros de Adrian con su
brazo.
El sin nombre buscó y encontró un camino que lo alejaba del claro de
bosque, más bien era una senda que se perdía entre los árboles. Pero Adrian,
Nick lo comprendió, sabía perfectamente hacia dónde iba. Pocas veces se detuvo
para orientarse, aunque ponía mucha atención en su resistencia. Después de un
breve rato llegó a un riachuelo angosto donde dejó que su sin nombre se
detuviera.
—Aquí vimos… Allí está —susurró Adrian.
Nick no sabía a qué se refería, pero inmediatamente descubrió dos
puntos brillantes en la oscuridad y después a todo el animal.
—¿Visteis un zorro por aquí?
Adrian asintió. No duró mucho, pues el zorro huyó entre los arbustos.
El sin nombre siguió caminando a lo largo del riachuelo. En un sitio
donde había tres piedras, formó una suerte de pequeño puente y lo cruzó.
Después, el camino continuaba hacia abajo. A Nick le habría gustado quitar a Adrian del ordenador:
allá, abajo, se veía el centelleo de la hoguera.
Esta vez el hombre muerto no estaba sentado y tampoco tenía la mirada
fija en las llamas. Estaba erguido y miraba al sin nombre con grandes
expectativas.
—¿Adrian?
—Papá —susurró Adrian.
Nick vio cómo la mano de Adrian se adhería al ratón. El sin nombre se
tambaleó, pero permaneció de pie.
—Has seguido nuestro camino, dime si eres Adrian.
Adrian colocó sus manos en el teclado.
—Sí. Soy yo.
El hombre muerto sonrió.
—Eso está bien, tenía la esperanza de que vinieras cuando todo hubiera
acabado.
—¿Quieres que nos salgamos? —preguntó Nick.
Adrian negó con un movimiento de cabeza. Varias veces se preparó para
escribir algo, pero al parecer no sabía cómo empezar.
—¿Cómo estás? —tecleó por fin.
—Mi plan fracasó. Si lo hubiera vivido, probablemente estaría
furioso.
De la boca de Adrian salió un ruido que parecía algo entre resuello y
risa.
—Yo también estoy furioso. Contigo. ¿Por qué lo hiciste?
—¿Qué hice?
Los dedos de Adrian flotaban sobre las teclas.
—Bueno ¿qué crees? ¡Simplemente te largaste! ¿Sabes lo horrible que
fue? Los primeros días mamá estuvo bajo el efecto de tranquilizantes… Te
encontró ella. No nos dejaste una carta. Nada. ¿Por qué?
Primero parecía como si el hombre muerto titubeara.
—No hubiera sabido qué escribir. Erebos
estaba terminado y era perfecto. Había creado algo único. Tú mismo sabes lo
bueno que es, ¿no es cierto? Todo lo que podía llegar después eran pleitos,
juicios y probablemente la cárcel. Una vida echada a perder. Erebos era
perfecto, pero yo no. Sobre todo me daba asco lo que había fuera de él.
—Pero tú no sabías qué podría haber
fuera de Erebos —escribió Adrian. En su rostro se desbordaron las lágrimas y las dejó
correr como si no las notara—. No saliste en casi dos años.
—Sí, ya no podía soportar el mundo.
Solo encontraba casualidades, frivolidad. Por eso me alejé de él, pero mi
legado fue Erebos, lo mejor que jamás pude haber creado.
—Lo más brutal que pudieras haber
creado. Un amigo mío está en el hospital y estuvo a punto de morir, y algunos
de mis compañeros tal vez vayan a la cárcel, querían matar a Ortolan. Tú sabías que todo esto sucedería, ¿no es cierto?
—Lo dejé abierto.
—¿Cómo pudiste hacerlo? No son mucho
mayores que yo y no tienen nada que ver con tu plan de venganza.
El hombre muerto se sentó en una piedra ante el fuego.
—Erebos era la moneda que había
lanzado, mientras ella giraba en el aire yo me había ido. Los jugadores siempre
tuvieron la posibilidad de elegir, en cualquier momento pudieron haberlo
dejado. Al inicio, siempre tenían que pasar ante mí y yo siempre les advertí. A
cada uno.
Se encendieron los fulgores que se reflejaron en los ojos verdes de Larry McVay,
eran muy parecidos a los de su hijo.
—Quien tuviera escrúpulos estaba a
salvo. Solo utilicé a los que no los tenían, pero ellos también tuvieron una
oportunidad. Como todos los demás.
Nick recordó lo cerca que estuvo de envenenar al señor Watson. Después
pensó en el rostro feliz y sudoroso de Helen y quiso llorar.
—Nada de eso era justo, papá. Influiste en ellos, los transformarte y
los utilizaste para una venganza de la que ya no sabes nada.
El hombre muerto sacudió muy despacio la cabeza.
—Les advertí a todos.
—Pero no les advertiste correctamente, no de manera en que te hubieran
creído, ¿verdad?
—Les advertí a todos.
Los dedos de Adrian se deslizaban por el teclado.
Un golpe de viento tiró hacia atrás la capucha del hombre muerto y
desgreñó su escaso cabello rubio. Se hizo una pausa. Adrian no quitaba la
mirada del rostro de su padre. Parecía como si un diálogo sin palabras tuviera
lugar entre ellos, y ninguno de los demás lograba comprenderlo. Adrian sintió
un tirón en todo el cuerpo.
—No lo hiciste por mí, solo para que quede claro. No estoy de acuerdo
con eso y no entiendo cómo pudiste exigirme que distribuyera el juego.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Larry McVay.
—Tú no tienes la culpa, no te lo eches en cara.
—¡No lo hago! Te lo echo en cara a ti. Yo fui uno de tus personajes.
El hombre muerto retiró la mirada y observó el fuego.
—Te protegí.
Adrian soltó una carcajada.
—Si me hubieras querido proteger, no te habrías suicidado. ¡Eso fue
cobarde, muy cobarde!
—Lo siento mucho, ya no puedo cambiarlo.
—No. Y yo tampoco puedo arreglarlo.
—No.
Adrian alzó una mano del teclado. Durante un momento, Nick pensó que
quería acariciar la pantalla, allí donde se encontraba la frente del hombre
muerto. Pero el chico contuvo su movimiento y dejó caer el brazo.
—¿Papá?
—¿Sí?
—Tú preparaste todo lo que me estás diciendo por si se daba el caso de
que viniera. Pensaste que responderías a mis preguntas, según cómo hubiera
terminado el juego, ¿cierto?
—Sí.
—¿Cuándo?
—¿Quieres decir qué día?
—Sí.
—Fue el 12 de septiembre a la 1.46 de la mañana.
Emily sujetó con fuerza a Adrian cuando empezó a sollozar y escondió
su rostro entre las manos. Lo sostuvo más de un minuto mientras que el hombre
muerto los miraba a través de la pantalla con cara amigable.
McVay se había colgado el 13 de septiembre, según recordaba Nick. Muy
poco después.
—En ese momento, pudo haberlo cambiado. Todo, habría podido cambiarlo
todo —susurró Adrian.
Tomó el pañuelo desechable que Victor le ofrecía y se limpió la nariz
sin retirar la mirada de la cara de su padre. Sus manos encontraron el camino
al teclado.
—El juego era más importante que nosotros, ¿no es cierto? Ortolan era
más importante.
—Lo siento.
—No te despediste de mí, eso fue casi lo peor. Ni siquiera dejaste
ninguna nota.
—Lo siento.
—Te he echado mucho de menos. Ya van dos años.
—Lo siento.
Como se veía, el hombre muerto había llegado a las claves centrales de
su mensaje. Adrian asentía enmudecido. De nuevo se miraron durante largo rato.
Tardó un poco hasta que Nick se percató de que en realidad solo uno miraba de
verdad, pero eso no convertía la situación en algo más soportable. El fuego
crepitaba y el viento soplaba en las copas de los árboles del bosque donde
Larry McVay y su hijo Adrian habían encontrado un zorro.
—Que te vaya bien, papá.
—¿Ya te vas?
—Creo que sí. Sí.
—Que te vaya bien, Adrian. Cuídate.
El hombre muerto sonrió, alzó la mano y se despidió. Adrian le
devolvió el saludo. Después desconectó el ordenador, se inclinó sobre el hombro
de Emily y lloró hasta quedarse dormido.
La víspera de la Navidad llegó a Londres con relucientes alegrías:
pinos brillantes, copos de nieve, velas y estrellas que brillaban sobre las
calles comerciales. Daba igual a qué negocio se entrara, el visitante se
quedaba electrizado con Jingle Bells y Last Christmas.
Nick y Emily se encontrarían en Muffínski's, cerca de Covent Garden.
Cuando llegó, ella ya estaba allí.
Su saludo fue callado y tierno. Nick nunca podría acostumbrarse a la
idea de que Emily estaba con él, cada vez que se besaban se hundía en una ola
de felicidad.
—Hay buenas noticias —dijo y le retiró un mechón de la frente—. Ayer
recibí un montón de material que recopilaron los de aquel entonces, hay pruebas
de una conversación entre Ortolan y un tal Garsh, un tipo recibió el encargo de
Ortolan para asaltar una compañía de la competencia.
—Suena bien.
—Además, tenemos fotos que muestran a Ortolan y Garsh juntos. Victor
se puso a investigar: Garsh ya ha estado en la cárcel tres veces por asalto.
—Bueno, pero eso todavía no es una prueba.
—No, pero las piezas encajan poco a poco.
Pidieron café y pastelillos. Have yourself a merry little Christmas, cantó Judy Garland.
—¿Ya sabes qué pretendía tu encargo, cuando le fotografiaste con alguien
en el aparcamiento? —le preguntó Emily.
—Creo que la mujer que estaba con Ortolan no era su esposa. Pero con
esas fotografías no podemos hacer nada: su esposa ya le ha abandonado. Creo que
el plan de venganza de Erebos se cumplió en parte.
—Sí —dijo Emily—, pero por lo menos sigue vivo.
—Por lo menos.
Cuando se fueron comenzaba a nevar tenuemente. Caminaban despacio a
través de los callejones, de repente se detenían, se besaban, reían y
continuaban caminando.
—No tengo ningún regalo para Victor —exclamó Emily mientras
contemplaba el escaparate de una tienda de cómics, donde junto a distintos
cuadernos y personajes también había tazas—. ¿Has visto la de allí, al fondo?
Señaló una taza amarilla con el asa redonda que parecía como si
alguien la hubiera cortado de un queso suizo.
—Atinaste —dijo Nick—, le va a encantar.
Emily invirtió cinco libras esterlinas en el monstruo amarillo.
—¿Tú también quieres una? —preguntó sonriendo—. ¿O mejor un vale para
ir al estilista?
Nick la tomó por los hombros e hizo como si quisiera vapulearla.
—Ya tengo mi regalo —dijo al salir de la tienda.
Ella metió la mano bajo la cola de caballo de Nick y la dejó allí.
—Para mí has sido un regalo —dijo él—. El más bello que pudiste
haberme hecho jamás. Mejor que el anillo rojo del círculo privilegiado.
Le sonrió.
—Sí y más difícil de perder.
—Claro.
Emily
se inclinó sobre él, hizo a un lado su cabello y besó el cuervo que llevaba
tatuado en la nuca.