En un día lluvioso de elecciones en una ciudad, la mayoría de los electores decide, independientemente, votar en blanco.
Mal tiempo para votar, se quejó el presidente de la
mesa electoral número catorce después de cerrar con violencia el paraguas
empapado y quitarse la gabardina que de poco le había servido durante el apresurado
trote de cuarenta metros que separaban el lugar en que aparcó el coche de la
puerta por donde, con el corazón saliéndosele por la boca, acababa de entrar.
Espero no ser el último, le dijo al secretario que le aguardaba medio
guarecido, a salvo de las trombas que, arremolinadas por el viento, inundaban
el suelo. Falta todavía su suplente, pero estamos dentro del horario, le
tranquilizó el secretario, Lloviendo de esta manera será una auténtica proeza
si llegamos todos, dijo el presidente mientras pasaban a la sala en la que se
realizaría la votación. Saludó primero a los colegas de mesa que actuarían de
interventores, después a los delegados de los partidos y a sus respectivos
suplentes. Tuvo la precaución de usar con todos las mismas palabras, no dejando
transparentar en el rostro o en el tono de voz indicio alguno que delatase sus
propias inclinaciones políticas e ideológicas. Un presidente, incluso el de un
común colegio electoral como éste, deberá guiarse en todas las situaciones por
el más estricto sentido de independencia, o, dicho con otras palabras, guardar
las apariencias.
Además
de la humedad que hacía más espesa la atmósfera, ya de por sí pesada en el
interior de la sala, cuyas dos únicas ventanas estrechas daban a un patio sombrío
incluso en los días de sol, el desasosiego, por emplear la comparación
vernácula, se cortaba con una navaja. Hubiera sido preferible retrasar las
elecciones, dijo el delegado del partido del medio, pdm, desde ayer llueve sin
parar, hay derrumbes e inundaciones por todas partes, la abstención, esta vez,
se va a disparar. El delegado del partido de la derecha, pdd, hizo un gesto
afirmativo con la cabeza, pero consideró que su contribución al diálogo debería
revestir la forma de un comentario prudente, Obviamente, no minimizaré ese
riesgo, aunque pienso que el acendrado espíritu cívico de nuestros conciudadanos,
en tantas otras ocasiones demostrado, es acreedor de toda nuestra confianza,
ellos son conscientes, oh sí, absolutamente conscientes, de la trascendente
importancia de estas elecciones municipales para el futuro de la capital. Dicho
esto, uno y otro, el delegado del pdm y el delegado del pdd, se volvieron, con
aire mitad escéptico, mitad irónico, hacia el delegado del partido de la
izquierda, pdi, curiosos por saber qué tipo de opinión sería capaz de producir.
En ese preciso instante, salpicando agua por todos lados, irrumpió en la sala
el suplente de la presidencia, y, como era de esperar, puesto que estaba completo
el elenco de la mesa electoral, la acogida fue, más que cordial, calurosa. No
llegamos por tanto a conocer el punto de vista del delegado del pdi pero, a
juzgar por algunos antecedentes conocidos, es presumible que se expresara de
acuerdo con un claro optimismo histórico, con una frase como ésta, por ejemplo,
Los votantes de mi partido son personas que no se amedrentan por tan poco, no
es gente que se quede en casa por culpa de cuatro míseras chispas de agua
cayendo de las nubes. No eran cuatro chispas míseras, eran cubos, eran
cántaros, eran nilos, iguazús y ganges, pero la fe, bendita sea para siempre
jamás, además de apartar las montañas del camino de quienes se benefician de su
poder, es capaz de atreverse con las aguas más torrenciales y de ellas salir
oreada.
Se
constituyó la mesa, cada cual en el lugar que le competía, el presidente firmó
el acta y ordenó al secretario que la fijara, como determina la ley, en la
entrada del edificio, pero el recadero, dando pruebas de una sensatez
elemental, hizo notar que el papel no se mantendría en la pared ni un minuto,
en dos santiamenes se le habría borrado la tinta, y al tercero se lo llevaría
el viento. Colóquelo entonces dentro, donde la lluvia no lo alcance, la ley es
omisa en ese particular, lo importante es que el edicto esté colgado y a la
vista. Preguntó a la mesa si estaba de acuerdo, todos dijeron que sí, con la
reserva expresa del delegado del pdd de que la decisión quedara reflejada en el
acta para prevenir impugnaciones. Cuando el secretario regresó de su húmeda
misión, el presidente le preguntó cómo estaba el tiempo y él respondió,
encogiéndose de hombros, Igual, bueno para las ranas, Hay algún elector fuera,
Ni sombra. El presidente se levantó e invitó a los miembros de la mesa y a los
representantes de los partidos a que lo acompañaran en la revisión de la cabina
electoral, que se comprobó estar limpia de elementos que pudiesen desvirtuar la
pureza de las opciones políticas que allí iban a tener lugar a lo largo del
día. Cumplida la formalidad, regresaron a sus lugares para examinar las listas
del censo, que también encontraron limpias de irregularidades, lagunas y
sospechas. Había llegado el momento grave en que el presidente destapa y exhibe
la urna ante los electores para que puedan certificar que está vacía, de modo
que mañana, siendo necesario, puedan ser buenos testigos de que ninguna acción
delictiva había introducido en ella, en el silencio de la noche, los votos
falsos que corromperían la libre y soberana voluntad política de los
ciudadanos, que no se repetiría aquí una vez más aquel histórico fraude al que
se da el pintoresco nombre de pucherazo, que tanto se podría cometer, no lo
olvidemos, antes, durante o después del acto, según la ocasión y la eficacia de
sus autores y cómplices. La urna estaba vacía, pura, inmaculada, pero en la
sala no se encontraba ni un solo elector, uno sólo de muestra, ante quien
pudiera ser exhibida. Tal vez alguno ande por ahí perdido, luchando contra los
chaparrones, soportando los azotes del viento, apretando contra el corazón el
documento que lo acredita como ciudadano con derecho a votar, pero, tal como
están las cosas en el cielo, va a tardar mucho en llegar, si es que no acaba
regresando a casa y dejando los destinos de la ciudad entregados a aquellos que
un automóvil negro deja en la puerta y en la puerta después recoge, cumplido el
deber cívico de quien ocupa el asiento de atrás.
Terminadas
las operaciones de inspección de los diversos materiales, manda la ley de este
país que voten inmediatamente el presidente, los vocales y los delegados de los
partidos, así como las respectivas suplencias, siempre que, claro está, estén
inscritos en el colegio electoral cuya mesa integran, como es el caso. Incluso
estirando el tiempo, cuatro minutos bastaron para que la urna recibiese sus
primeros once votos. Y la espera, no quedaba otro remedio, comenzó. Aún no
pasaba media hora cuando el presidente, inquieto, sugirió a uno de los vocales
que saliera a cerciorarse de si venía alguien, es posible que hayan aparecido
electores, pero si se han topado con la puerta cerrada por el viento, se habrán
ido protestando, si han retrasado las elecciones que al menos hubieran tenido
la delicadeza de avisar a la gente por la radio y por la televisión, que para
informaciones de esta clase todavía sirven. Dijo el secretario, Todo el mundo
sabe que una puerta que se cierra con la fuerza del viento hace un ruido de
treinta mil demonios, y aquí no se ha oído nada. El vocal dudó, voy no voy,
pero el presidente insistió, Vaya usted, hágame el favor, y tenga cuidado, no
se moje. La puerta estaba abierta, firme en su calzo. El vocal asomó la cabeza,
un instante fue suficiente para mirar a un lado y a otro y para retirarla
después chorreando como si la hubiese metido bajo una ducha. Deseaba actuar
como un buen vocal, agradar a su presidente, y, siendo esta la primera vez que
había sido llamado para estas funciones, quería ser apreciado por la rapidez y
la eficacia en los servicios que tuviese que prestar, con tiempo y experiencia,
quién sabe, alguna vez llegaría el día en que también él presidiera un colegio
electoral, vuelos más altos que éste cruzan el cielo de la providencia y ya
nadie se asombra. Cuando regresó a la sala, el presidente, entre pesaroso y
divertido, exclamó, Pero hombre, no era necesario que se mojara de esa manera, No
tiene importancia, señor presidente, dijo el vocal mientras se secaba la cara
con la manga de la chaqueta, Ha visto a alguien, Hasta donde la vista me alcanza,
nadie, la calle es un desierto de agua. El presidente se levantó, dio unos
pasos indecisos delante de la mesa, llegó hasta la cabina, miró dentro y
regresó. El delegado del pdm tomó la palabra para recordar su pronóstico de que
la abstención se dispararía, el delegado del pdd pulsó otra vez la cuerda
apaciguadora, los electores tienen todo el día para votar, esperarán que el
temporal amaine. Ahora el delegado del pdi prefirió quedarse callado, pensaba
en la triste figura que hubiera hecho de haber dejado salir de su boca lo que
se disponía a decir en el momento en que el suplente del presidente entró en la
sala, Cuatro miserables gotas de agua no son suficientes para amedrentar a los
votantes de mi partido. El secretario, al que todos dirigieron la mirada
esperando, optó por presentar una sugerencia práctica, Creo que no sería mala
idea telefonear al ministerio pidiendo información sobre cómo está
transcurriendo la jornada electoral aquí y en el resto del país, sabríamos si
este corte de energía cívica es general, o si somos los únicos a quienes los
electores no vienen a iluminar con sus votos. Indignado, el delegado del pdd se
levantó, Requiero que quede reflejada en las actas mi más viva protesta, como
representante del partido de la derecha, contra los términos irrespetuosos y
contra el inaceptable tono de chacota con que el secretario acaba de referirse
a los electores, esos que son los supremos valedores de la democracia, esos sin
los cuales la tiranía, cualquiera de las que hay en el mundo, y son tantas, ya
se habría apoderado de la patria que nos dio el ser. El secretario se encogió
de hombros y preguntó, Tomo nota del requerimiento del representante del pdd,
señor presidente, Opino que no es para tanto, lo que pasa es que estamos
nerviosos, perplejos, desconcertados, y ya se sabe que en un estado de espíritu
así es fácil decir cosas que en realidad no pensamos, estoy seguro de que el
secretario no quiso ofender a nadie, él mismo es un elector consciente de sus
responsabilidades, la prueba está en que, como todos los que estamos aquí,
arrostró la intemperie para venir a donde el deber le llama, sin embargo, este
reconocimiento sincero no me impide rogarle al secretario que se atenga al cumplimiento
riguroso de la misión que le fue consignada, absteniéndose de comentarios que
puedan chocar la sensibilidad personal y política de las personas presentes. El
delegado del pdd hizo un gesto seco que el presidente prefirió interpretar como
de concordancia, y el conflicto no fue más allá, a lo que contribuyó
poderosamente que el representante del pdm recordara la propuesta del
secretario, La verdad es que, añadió, estamos aquí como náufragos en medio del
océano, sin vela ni brújula, sin mástil ni remo, y sin gasóleo en el depósito,
Tiene toda la razón, dijo el presidente, voy a llamar al ministerio. Había un
teléfono en una mesa apartada y hacia allí se dirigió llevando consigo la hoja
de instrucciones que le había sido entregada días antes y donde se encontraban,
entre otras indicaciones útiles, los números telefónicos del ministerio del
interior.
La
comunicación fue breve, Habla el presidente de la mesa electoral número
catorce, estoy muy preocupado, algo francamente extraño está sucediendo aquí,
hasta este momento no ha aparecido ni un solo elector a votar, hace ya más de
una hora que hemos abierto, y ni un alma, sí señor, claro, al temporal no hay
medio de pararlo, lluvia, viento, inundaciones, sí señor, seguiremos pacientes
y a pie firme, claro, para eso hemos venido, no necesita decírmelo. A partir de
este punto el presidente no contribuyó al diálogo nada más que con unos cuantos
asentimientos de cabeza, unas cuantas interjecciones sordas y tres o cuatro
principios de frase que no llegó a terminar. Cuando colgó el auricular miró a
los colegas de mesa, pero en realidad no los veía, era como si tuviera ante sí
un paisaje compuesto de colegios electorales vacíos, de inmaculadas listas
censales, con presidentes y secretarios a la espera, delegados de partidos
mirándose con desconfianza unos a otros, haciendo las cuentas de quién gana y
quién pierde con la situación, y a lo lejos algún vocal chorreando y premioso
que regresa de la entrada e informa de que no viene nadie. Qué le han
respondido del ministerio, preguntó el representante del pdm, No saben qué
pensar, es natural que el mal tiempo esté reteniendo a mucha gente en sus
casas, pero que en toda la ciudad suceda prácticamente lo mismo que aquí, para
eso no encuentran explicación, Por qué dice prácticamente, preguntó el delegado
del pdd, En algunos colegios electorales, es cierto que pocos, han aparecido
electores, pero la afluencia es reducidísima, como nunca se ha visto, Y en el
resto del país, preguntó el representante del pdi, no sólo está lloviendo en la
capital, Eso es lo que desconcierta, hay lugares donde llueve tanto como aquí y
pese a eso las personas están votando, como es natural la afluencia es mayor en
las regiones donde el tiempo es bueno, y, hablando de esto, dicen que el
servicio meteorológico prevé una mejoría para el final de la mañana, También
puede suceder que el tiempo vaya de mal en peor, recuerden el dicho, a mediodía
o escampa o descarga, advirtió el segundo vocal, que hasta ahora no había
abierto la boca. Se hizo un silencio. Entonces el secretario se metió la mano
en uno de los bolsillos exteriores de la chaqueta, sacó un teléfono móvil y
marcó un número. Mientras esperaba que lo atendieran, dijo, Esto es más o menos
como lo que se cuenta de la montaña y de mahoma, puesto que no podemos
preguntar a los electores que no conocemos por qué no vienen a votar, hagamos
la pregunta a la familia, que es conocida, hola, qué tal, soy yo, sí, sigues
ahí, por qué no has venido a votar, que está lloviendo ya lo sé, todavía tengo
las perneras de los pantalones mojadas, sí, es verdad, perdona, olvidé que me
habías dicho que vendrías después de comer, claro, te llamo porque aquí la cosa
está complicada, ni te lo imaginas, si te dijera que hasta ahora no ha asomado
nadie a votar, no me ibas a creer, bueno, entonces te espero, un beso. Colgó el
teléfono y comentó irónico, Por lo menos tenemos un voto garantizado, mi mujer
viene por la tarde. El presidente y los restantes miembros de la mesa
entrecruzaron miradas, era evidente que tenían que seguir el ejemplo, pero
también saltaba a la vista que ninguno quería ser el primero, equivaldría a
reconocer que en rapidez de raciocinio y en desenvoltura quien se lleva la
palma en este colegio electoral es el secretario. Al vocal que salió a la
puerta para ver si llovía no le costó comprender que tendría que comer mucho
pan y mucha sal antes de llegar a la altura de un secretario como este de aquí,
capaz de, con la mayor ausencia de ceremonia del mundo, sacar un voto de un
teléfono móvil como un prestidigitador saca un conejo de una chistera. Viendo
que el presidente, apartado en una esquina, hablaba con su casa desde el móvil,
y que los otros, utilizando sus propios aparatos, discretamente, en susurros,
hacían lo mismo, el vocal de la puerta apreció la honestidad de los colegas
que, al no usar el teléfono fijo colocado, en principio, para uso oficial,
noblemente le ahorraban dinero al estado. El único de los presentes que por no
tener móvil se limitaba a esperar las noticias de los otros era el
representante del pdi, debiendo añadirse, además, que, por vivir solo en la
capital y teniendo la familia en el pueblo, el pobre hombre no tiene a quién
llamar. Una tras otra las conversaciones fueron terminando, la más larga es la
del presidente, por lo visto le está exigiendo a su interlocutor que venga
inmediatamente, a ver cómo acaba esto, en cualquier caso era él quien debería
haber hablado en primer lugar, si el secretario se adelantó, que le aproveche,
ya hemos visto que el tipo pertenece a la especie de los vivillos, si respetase
la jerarquía como nosotros la respetamos simplemente hubiera expuesto la idea a
su superior. El presidente soltó el suspiro que tenía atrapado en el pecho, se
guardó el teléfono en el bolsillo y preguntó, Han sabido algo. La pregunta,
aparte de innecesaria, era, cómo diremos, un poquito desleal, en primer lugar
porque saber, eso que se llama saber, siempre se sabe algo, incluso cuando no
sirva para nada, en segundo lugar porque era obvio que el inquiridor se estaba
aprovechando de la autoridad inherente al cargo para eludir su obligación, que
sería que él inaugurara, de viva voz y sin subterfugios, el intercambio de informaciones.
Pero si no hemos olvidado el suspiro y el ímpetu exigente que en cierto momento
de la conversación nos pareció notar en sus palabras, lógico será pensar que el
diálogo, se supone que al otro lado habría una persona de la familia, no fue
tan plácido e instructivo cuanto su justificado interés de ciudadano y de
presidente merecía, y que, sin serenidad para atreverse con improvisaciones mal
urdidas, rehuye ahora la dificultad invitando a los subordinados a expresarse,
lo que, como también sabemos, es otra manera, más moderna, de ser jefe. Lo que
dijeron los miembros de la mesa y los delegados de los partidos, salvo el del
pdi, que, a falta de informaciones propias, estaba allí para oír, fue, o que a
los familiares no les apetecía nada calarse hasta los huesos y esperaban que el
cielo se decidiese a escampar para animar la votación popular, o que, como la
mujer del secretario, pensaban votar durante el periodo de la tarde. El vocal
de la puerta era el único que se mostraba satisfecho, se le veía en la cara la
complaciente expresión de quien tiene motivo para enorgullecerse de sus
méritos, lo que, traducido en palabras, da lo siguiente, En mi casa no ha
respondido nadie, eso significa que ya vienen de camino. El presidente volvió a
sentarse en su lugar y la espera recomenzó.
Casi una
hora después entró el primer elector. Contra la expectativa general y para
desaliento del vocal de la puerta, era un desconocido. Dejó el paraguas
escurriendo en la entrada de la sala y, cubierto por una capa de plástico
lustrosa por el agua, calzando botas de goma, avanzó hacia la mesa. El
presidente se levantó con una sonrisa en los labios, este elector, hombre de
edad avanzada, pero todavía robusto, anunciaba el regreso a la normalidad, a la
habitual fila de cumplidores ciudadanos que avanzan lentamente, sin
impaciencia, conscientes, como dijo el delegado del pdd, de la transcendente
importancia de estas elecciones municipales. El hombre le entregó al presidente
su carnet de identidad y el documento que lo acreditaba como elector, éste
anunció con voz vibrante, casi feliz, el número del carnet y el nombre de su poseedor,
los vocales encargados de la anotación hojearon las listas del censo,
repitieron, cuando los encontraron, nombre y número, los marcaron con la señal
de haber votado, después, siempre pingando agua, el hombre se dirigió a la
cabina de voto con las papeletas, en seguida volvió con un papel doblado en
cuatro, se lo entregó al presidente, que lo introdujo con aire solemne en la
urna, recibió los documentos y se retiró, llevándose el paraguas. El segundo
elector tardó diez minutos en aparecer, pero, a partir de él, si bien con
cuentagotas, sin entusiasmo, como hojas otoñales desprendiéndose lentamente de
las ramas, las papeletas fueron cayendo en la urna. Por más que el presidente y
los vocales dilataran las operaciones de verificación, la fila no llegaba a formarse,
se encontraban, como mucho, tres o cuatro personas esperando su turno, y de
tres o cuatro personas nunca se hará, Por más que se esfuercen, una fila digna
de ese nombre. Cuánta razón tenía yo, observó el delegado del pdm, la
abstención será terrible, masiva, nadie conseguirá entenderse después de esto,
la única solución será repetir las elecciones, Puede ser que el temporal
remita, dijo el presidente, y, mirando el reloj, murmuró como si rezase, Es
casi mediodía. Resoluto, aquel a quien le hemos dado el nombre de vocal de la
puerta se levantó, Si el señor presidente me lo permite, voy a ver cómo está el
tiempo, ahora que no hay nadie para votar. No tardó nada más que un instante,
fue en un vuelo y volvió nuevamente feliz, anunciando la buena noticia.
Formidable, llueve mucho menos, casi nada, y ya comienzan a verse claros en el
cielo. Poco faltó para que los miembros de la mesa y los delegados de los
partidos se fundieran en un abrazo, pero la alegría tuvo corta duración. El
monótono goteo de electores no se alteró, llegaba uno, llegaba otro, llegaron
la esposa, la madre y una tía del vocal de la puerta, llegó el hermano mayor del
delegado del pdd, llegó la suegra del presidente, que, quebrando el respeto que
se debe a un acto electoral, informó al abatido yerno de que la hija sólo
aparecería hacia el final de la tarde, Dijo que estaba pensando ir al cine, añadió
cruel, llegaron los padres del presidente suplente, llegaron otros que no pertenecían
a estas familias, entraban indiferentes, salían indiferentes, el ambiente sólo
se animó un poco cuando aparecieron dos políticos del pdd, minutos después uno
del pdm, y como por encanto, una cámara de televisión salida de la nada tomó imágenes
y regresó hacia la nada, un periodista solicitó permiso para realizar una
pregunta, Cómo está transcurriendo la jornada, Y el presidente respondió,
Podría ser mejor, pero, ahora que el tiempo parece aclarar, estamos seguros de
que la afluencia de electores aumentará, La impresión que hemos recogido en
otros colegios electorales de la ciudad es que la abstención va a ser muy alta
esta vez, observó el periodista, Prefiero ver las cosas con optimismo, tener
una visión positiva de la influencia de la meteorología en el funcionamiento de
los mecanismos electorales, bastará que no llueva durante la tarde para que
consigamos recuperar lo que el temporal de esta mañana intentó robarnos. El
periodista salió satisfecho, la frase era bonita, podría dar, por lo menos, un
subtítulo para el reportaje. Y, porque era hora de dar satisfacción al estómago,
los miembros de la mesa y los interventores de los partidos se organizaron en
turnos para, con un ojo puesto en las listas electorales y otro en el
bocadillo, comer allí mismo.
Había
dejado de llover, pero nada hacía prever que las cívicas esperanzas del
presidente llegaran a ser satisfactoriamente coronadas por el contenido de una
urna en la que los votos, hasta ahora, apenas llegaban para alfombrar el fondo.
Todos los presentes pensaban lo mismo, las elecciones eran ya un tremendo
fracaso político. El tiempo pasaba. Las tres y medía de la tarde sonaban en el
reloj de la torre cuando la esposa del secretario entró a votar. Marido y mujer
se sonrieron el uno al otro con discreción, pero también con un toque sutil de
indefinibles complicidades, una sonrisa que causó al presidente de la mesa una
incómoda crispación interior, tal vez el dolor de la envidia al saber que nunca
llegaría a ser parte de una sonrisa como aquélla. Todavía seguía doliéndole en
un repliegue cualquiera de la carne, en un recoveco cualquiera del espíritu
cuando, treinta minutos después, mirando el reloj, se preguntaba a sí mismo si
la mujer habría acabado yendo al cine. Se va a presentar, si es que se presenta,
a última hora, en el último minuto, pensó. Las maneras de conjurar el destino
son muchas y casi todas vanas, y ésta, obligarse a pensar lo peor confiando en
que suceda lo mejor, siendo de las más vulgares, podría ser una tentativa merecedora
de consideración, pero no dará resultado en el caso presente porque de fuente
digna de todo crédito sabemos que la mujer del presidente de la mesa ha ido al
cine y que, por lo menos hasta este momento, no ha decidido si vendrá a votar. Felizmente,
la ya otras veces invocada necesidad de equilibrio que ha sostenido el universo
en sus carriles y a los planetas en sus trayectorias, determina que siempre que
se quite algo de un lado se ponga en el otro algo que más o menos le
corresponda, a poder ser de la misma calidad y en la misma proporción, a fin de
que no se acumulen las quejas por diferencias de tratamiento. De otro modo no
se comprendería por qué motivo, a las cuatro de la tarde, precisamente a una
hora que no es ni mucho ni poco, que no es carne ni pescado, los electores que
hasta entonces se habían quedado en la tranquilidad de sus hogares, ignorando
ostensiblemente la obligación electoral, comenzaron a salir a la calle, la
mayoría por sus propios medios, otros con la ayuda benemérita de bomberos y de
voluntarios ya que los lugares donde vivían aún se encontraban inundados e
intransitables, y todos, todos, los sanos y los enfermos, aquellos por su pie,
éstos en sillas de ruedas, en camillas, en ambulancias, confluían hacia sus
respectivos colegios electorales como ríos que no conocen otro camino que no
sea el del mar. A las personas escépticas, o simplemente desconfiadas, esas que
sólo están inclinadas a creer en los prodigios de los que esperan extraer algún
provecho, deberá de parecerles que la arriba mencionada necesidad de equilibrio
del universo está siendo descaradamente falseada en la presente circunstancia,
que la artificiosa duda sobre si la mujer del presidente de la mesa vendrá o no
a votar es, a todas luces, demasiado insignificante desde el punto de vista
cósmico para que sea necesario compensarla, en una ciudad entre tantas del
mundo terreno, con la movilización inesperada de miles y miles de personas de
todas las edades y condiciones sociales que, sin haberse puesto previamente de
acuerdo sobre sus diferencias políticas e ideológicas, han decidido, por fin,
salir de casa para votar. Quien de esta manera argumente olvida que el universo
tiene sus leyes, todas ellas extrañas a los contradictorios sueños y deseos de
la humanidad, y en cuya formulación no tenemos más arte ni parte que las
palabras con que burdamente las nombramos, y también que todo nos viene
convenciendo de que las aplica en función de objetivos que trascienden y
siempre trascenderán nuestra capacidad de entendimiento, y si, en este particular
conjunto, la escandalosa desproporción entre algo que tal vez, por ahora sólo
tal vez, acabe siendo robado a la urna, es decir, el voto de la supuestamente
antipática esposa del presidente, y la marea alta de hombres y de mujeres que
ya vienen de camino, nos parece difícil de aceptar a la luz de la más elemental
justicia distributiva, pide la prudencia que durante algún tiempo suspendamos
cualquier juicio definitivo y acompañemos con atención confiante el desarrollo
de unos sucesos que apenas comienzan a delinearse. Precisamente lo que, arrebatados
de entusiasmo profesional y de imparable ansiedad informativa, están ya
haciendo los periodistas de radio, prensa y televisión, corriendo de un lado a
otro, poniendo grabadoras y micrófonos ante la cara de las personas,
preguntando Qué le ha hecho salir de casa a las cuatro para votar, no le parece
increíble que todo el mundo haya bajado a la calle al mismo tiempo, oyendo
respuestas secas o agresivas como Porque era la hora en que había decidido
salir, Como ciudadanos libres, entramos y salimos a la hora que nos apetece, no
tenemos que dar explicaciones a nadie sobre las razones de nuestros actos,
Cuánto le pagan por hacer preguntas estúpidas, A quién le importa la hora en
que salgo o no salgo de casa, En qué ley está escrito que tengo obligación de
atender a su pregunta, Sólo hablo en presencia de mi abogado. También hubo algunas
personas bien educadas que respondieron sin la reprensora acrimonia de los
ejemplos que acabamos de dar, pero incluso ésas fueron incapaces de satisfacer
la ávida curiosidad periodística, se limitaban a encogerse de hombros diciendo,
Tengo el máximo respeto por su trabajo y nada me gustaría más que ayudarle a
publicar una buena noticia, desgraciadamente sólo puedo decirle que miré el
reloj, vi que eran las cuatro y le dije a la familia Vamos, es ahora o nunca,
Ahora o nunca, por qué, Pues ahí está el quid de la cuestión, me salió así la
frase, Piénselo bien, haga un esfuerzo, No merece la pena, pregúntele a otra persona,
tal vez ella lo sepa, Ya le he preguntado a cincuenta, Y qué, Ninguna me ha
sabido dar respuesta, Pues ya ve, Pero no le parece una extraña coincidencia
que hayan salido miles de personas de sus casas a la misma hora para ir a
votar, Coincidencia, desde luego, pero extraña quizá no, Por qué, Ah, eso no lo
sé. Los comentaristas que en las diversas televisiones seguían el proceso
electoral, ofreciendo pálpitos ante la falta de datos ciertos de apreciación,
infiriendo del vuelo y del canto de las aves la voluntad de los dioses,
lamentando que ya no esté autorizado el sacrificio de animales para en sus
vísceras descifrar los decretos del cronos y del hado, despertaron súbitamente
del torpor en que las perspectivas más que sombrías del escrutinio los habían
hecho zozobrar y, ciertamente porque les parecía indigno de su educativa misión
desperdiciar tiempo discutiendo coincidencias, se lanzaron como lobos sobre el
extraordinario ejemplo de civismo que la población de la capital estaba dando a
todo el país en aquel momento, acudiendo en masa a las urnas cuando el fantasma
de una abstención sin paralelo en la historia de nuestra democracia amenazaba
gravemente la estabilidad no sólo del régimen, sino también, mucho más grave,
del sistema. No iba tan lejos en temores la nota oficiosa emanada del
ministerio del interior, pero el alivio del gobierno era patente en cada línea.
En cuanto a los tres partidos en lista, el de la derecha, el del medio y el de
la izquierda, ésos, después de echar cuentas rápidas de las ganancias y
pérdidas que resultarían de tan inesperado movimiento de ciudadanos, hicieron
públicas declaraciones de congratulación en las cuales, entre otras lindezas
estilísticas del mismo jaez, se afirmaba que la democracia estaba de
enhorabuena. También en términos semejantes, punto más, coma menos, se
expresaron, con la bandera nacional izada detrás, primero, el jefe de estado en
su palacio, después el primer ministro en su palacete. A la puerta de los
lugares de voto, las filas de electores, de tres en fondo, daban la vuelta a la
manzana hasta perderse de vista.
Como
los demás presidentes de mesa de la ciudad, este de la asamblea electoral
número catorce tenía clara conciencia de que estaba viviendo un momento
histórico único. Cuando ya iba la noche muy avanzada, después de que el
ministerio del interior hubiera prorrogado dos horas el término de la votación,
periodo al que fue necesario añadirle media hora más para que los electores que
se apiñaban dentro del edificio pudiesen ejercer su derecho de voto, cuando por
fin los miembros de la mesa y los interventores de los partidos, extenuados y
hambrientos, se encontraron delante de la montaña de papeletas que habían sido
extraídas de las dos urnas, la segunda requerida de urgencia al ministerio, la
grandiosidad de la tarea que tenían por delante los hizo estremecerse de una
emoción que no dudaremos en llamar épica, o heroica, como si los manes de la
patria, redivivos, se hubiesen mágicamente materializado en aquellos papeles.
Uno de esos papeles era el de la mujer del presidente. Vino conducida por un
impulso que la obligó a salir del cine, pasó horas en una fila que avanzaba con
la lentitud del caracol, y cuando finalmente se encontró frente al marido,
cuando oyó pronunciar su nombre, sintió en el corazón algo que tal vez fuese la
sombra de una felicidad antigua, nada más que la sombra, pero, aun así, pensó
que sólo por eso había merecido la pena venir aquí. Pasaba de la medianoche
cuando el escrutinio terminó. Los votos válidos no llegaban al veinticinco por
ciento, distribuidos entre el partido de la derecha, trece por ciento, partido
del medio, nueve por ciento, y partido de la izquierda, dos y medio por ciento.
Poquísimos los votos nulos, poquísimas las abstenciones. Todos los otros, más
del setenta por ciento de la totalidad, estaban en blanco.
El
desconcierto, la estupefacción, pero también la burla y el sarcasmo, barrieron
el país de una punta a otra. Los municipios de la provincia, donde las
elecciones transcurrieron sin accidentes ni sobresaltos, salvo algún que otro
ligero retraso ocasionado por el mal tiempo, y cuyos resultados no variaban de
los de siempre, tantos votantes ciertos, tantos abstencionistas empedernidos,
nulos y blancos sin significado especial, esos municipios, a los que el
triunfalismo centralista había humillado cuando se pavoneó ante el país como
ejemplo del más límpido civismo electoral, podían ahora devolver la bofetada al
que dio primero y reír de la estulta presunción de unos cuantos señores que
creen que llevan al rey en la barriga sólo porque la casualidad los hizo vivir
en la capital. Las palabras Esos señores, pronunciadas con un movimiento de
labios que rezumaba desdén en cada sílaba, por no decir en cada letra, no se
dirigían contra las personas que, habiendo permanecido en casa hasta las cuatro
de la tarde, de repente acudieron a votar como si hubiesen recibido una orden a
la que no podían ofrecer resistencia, apuntaban, sí, al gobierno que cantó
victoria antes de tiempo, a los partidos que comenzaron a manejar los votos en
blanco como si fuesen una viña por vendimiar y ellos los vendimiadores, a los
periódicos y otros medios de comunicación social por la facilidad con que pasan
de los aplausos del capitolio a despeñar desde la roca tarpeya, como si ellos
mismos no formaran parte activa en la preparación de los desastres.
Alguna
razón tenían los zumbones de provincias, pero no tanta cuanta creían. Bajo la
agitación política que recorre toda la capital como un reguero de pólvora en
busca de su bomba se nota una inquietud que evita manifestarse en voz alta, salvo
si está entre sus pares, una persona con sus íntimos, un partido con su
aparato, el gobierno consigo mismo, Qué sucederá cuando se repitan las
elecciones, ésta es la pregunta que se hace en voz baja, contenida, sigilosa,
para no despertar al dragón que duerme. Hay quien opina que es mejor no atizar
la vara en el lomo del animal, dejar las cosas como están, el pdd en el
gobierno, el pdd en el ayuntamiento, hacer como que nada ha sucedido, imaginar,
por ejemplo, que ha sido declarado el estado de excepción en la capital y que
por tanto se encuentran suspendidas las garantías constitucionales, y, pasado
cierto tiempo, cuando el polvo se haya asentado, cuando el nefasto suceso haya
entrado en el rol de los pretéritos olvidados, entonces, sí, preparar las
nuevas elecciones, comenzando por una bien estudiada campaña electoral, rica en
juramentos y promesas, al mismo tiempo que se prevenga por todos los medios, y
sin remilgos ante cualquier pequeña o mediana ilegalidad, la posibilidad de que
se pueda repetir el fenómeno que ya ha merecido por parte de un reputado especialista
en estos asuntos la clasificación de teratología político social. También están
los que expresan una opinión diferente, arguyen que las leyes son sagradas, que
lo que está escrito es para que se cumpla, le duela a quien le duela, y que si
entramos por la senda de los subterfugios y por el atajo de los apaños por
debajo de la mesa iremos directos al caos y a la disolución de las conciencias,
en suma, si la ley estipula que en caso de catástrofe natural las elecciones se
repitan ocho días después, pues que se repitan ocho días después, es decir, ya
el próximo domingo, y sea lo que dios quiera, que para eso está. Obsérvese, no
obstante, que los partidos, al expresar sus puntos de vista, prefieren no
arriesgar demasiado, dan una en el clavo y otra en la herradura, dicen que sí,
pero que también. Los dirigentes del partido de la derecha, que forma gobierno
y preside el ayuntamiento, parten de la convicción de que ese triunfo,
indiscutible, dicen ellos, les servirá la victoria en bandeja de plata, por lo
que adoptaron una táctica de serenidad teñida de tacto diplomático, confiando
en el sano criterio del gobierno, a quien incumbe hacer cumplir la ley, Como es
lógico y natural en una democracia consolidada, como la nuestra, rematan. Los
del partido del medio también pretenden que la ley sea respetada, pero reclaman
del gobierno algo que de antemano saben que es totalmente imposible de satisfacer,
esto es, el establecimiento y la aplicación de medidas rigurosas que aseguren
la normalidad absoluta del acto electoral, pero, sobre todo, imagínense, de los
respectivos resultados, De manera que en esta ciudad, alegan, no pueda
repetirse el espectáculo vergonzoso que acabamos de dar ante la patria y el
mundo. En cuanto al partido de la izquierda, después de que se reunieran sus
máximos órganos directivos y tras un largo debate, elaboró e hizo público un
comunicado en el que expresaba su más firme esperanza de que el acto electoral
que se avecinaba haría nacer, objetivamente, las condiciones políticas
indispensables para el advenimiento de una nueva etapa de desarrollo y de
amplio progreso social. No juraron que esperaban ganar las elecciones y gobernar
el ayuntamiento, pero se sobreentendía. Por la noche, el primer ministro fue a
la televisión para anunciarle al pueblo que, de acuerdo con las leyes vigentes,
las elecciones municipales se repetirían el domingo próximo, iniciándose, por
tanto, a partir de las veinticuatro horas de hoy, un nuevo periodo de campaña
electoral de cuatro días de duración hasta las veinticuatro horas del viernes.
El gobierno, añadió dándole al semblante un aire grave y acentuando con
intención las sílabas fuertes, confía en que la población de la capital,
nuevamente llamada a votar, sabrá ejercer su deber cívico con la dignidad y el
decoro con que siempre lo hizo en el pasado, dándose así por írrito y nulo el
lamentable acontecimiento en que, por motivos todavía no del todo aclarados,
pero que se encontraban en curso de investigación, el habitual preclaro criterio
de los electores de esta ciudad se vio inesperadamente confundido y
desvirtuado. El mensaje del jefe de estado queda para el cierre de campaña, en
la noche del viernes, pero la frase de remate ya ha sido elegida, El domingo,
queridos compatriotas, será un hermoso día.
Fue
realmente un día hermoso. Por la mañana temprano, estando el cielo que nos
cubre y protege en todo su esplendor, con un sol de oro fulgurante en fondo de
cristal azul, según las inspiradas palabras de un reportero de televisión,
comenzaron los electores a salir de sus casas camino de los respectivos
colegios electorales, no en masa ciega, como se dice que sucedió hace una
semana, aunque, pese a ir cada uno por su cuenta, fue con tanto apuramiento y diligencia
que todavía las puertas no estaban abiertas y ya extensísimas filas de
ciudadanos aguardaban su vez. No todo, desgraciadamente, era honesto y límpido
en las tranquilas reuniones. No había ni una fila, una sola entre las más de
cuarenta diseminadas por toda la ciudad, en la que no se encontraran uno o más
espías con la misión de escuchar y grabar los comentarios de los electores,
convencidas como estaban las autoridades policiales de que una espera
prolongada, tal como sucede en los consultorios médicos, induce a que se
suelten las lenguas más pronto o más tarde, aflorando a la luz, aunque sea con
una simple media palabra, las intenciones secretas que animan el espíritu de
los electores. En su gran mayoría los espías son profesionales, pertenecen a los
servicios secretos, pero también los hay procedentes del voluntariado,
patriotas aficionados al espionaje que se presentan por vocación de servicio,
sin remuneración, palabras, todas éstas, que constan en la declaración juramentada
que han firmado, o, y no son pocos los casos, también están los que se ofrecen
por el morboso placer de la denuncia. El código genético de eso a lo que, sin
pensar mucho, nos contentamos con llamar naturaleza humana, no se agota en la
hélice orgánica del ácido desoxirribonucleico, o adn, tenemos mucho más que
decirle y tiene mucho más que contarnos, pero ésa, hablando de forma figurada,
es la espiral complementaria que todavía no conseguimos hacer salir del
parvulario, pese a la multitud de psicólogos y analistas de las más diversas
escuelas y calibres que se han dejado las uñas intentando abrir sus cerrojos.
Estas científicas consideraciones, por muy valiosas que sean ya y por muy
prospectivas que puedan serlo en el futuro, no nos debieran hacer olvidar las
inquietantes realidades de hoy, como la que acabamos de percibir ahora mismo, y
es que no sólo están por ahí los espías, con cara de distraídos, escuchando y
grabando solapadamente lo que se dice, hay también automóviles deslizándose
suavemente a lo largo de la fila como quien busca un sitio donde estacionar, y
que llevan dentro, invisibles a las miradas, cámaras de video de alta
definición y micrófonos de última generación capaces de transferir a un cuadro
gráfico las emociones que aparentemente se ocultan en el susurrar diverso de un
grupo de personas a que creen, cada una de ellas, que está pensando en otra
cosa. Se ha grabado la palabra, pero también el diseño de la emoción. Ya nadie
puede estar seguro. Hasta el momento en que se abrieron las puertas de las
secciones electorales y las filas comenzaron a moverse las grabadoras no habían
podido captar nada más que frases insignificantes, banalísimos comentarios
sobre la belleza de la mañana y la amena temperatura o sobre el desayuno
ingerido a toda prisa, breves diálogos sobre la importante cuestión de cómo
dejar seguros a los hijos mientras las madres acuden a votar, Se ha quedado el
padre cuidándolos, la única solución es que nos relevemos, ahora estoy yo,
después vendrá él, claro que hubiéramos preferido votar juntos, pero no es posible,
y lo que no tiene remedio, ya se sabe, remediado está, Nuestro hijo más pequeño
se quedó con la hermana mayor que todavía no está en edad de votar, sí, éste es
mi marido, Encantado de conocerle, Igualmente, Qué hermosa mañana, Realmente
parece que ha sido hecha a propósito, Algún día tendría que suceder. A pesar de
la agudeza auditiva de los micrófonos que pasaban y volvían a pasar, coche
blanco, coche azul, coche verde, coche rojo, coche negro, con las antenas
balanceándose por la brisa matinal, nada explícitamente sospechoso asomaba la
cabeza bajo la piel de expresiones tan inocentes y coloquiales como éstas, por
lo menos en apariencia. Con todo, no era necesario tener un doctorado en
suspicacia o un diploma en desconfianza para olfatear algo particular en las dos
últimas frases, la de la mañana que parecía haber sido hecha a propósito, y en
especial la segunda, la de que algún día tendría que suceder, ambigüedades
acaso involuntarias, acaso inconscientes, pero, por eso mismo, potencialmente
más peligrosas, que convendría contrastar con el análisis minucioso del tono en
que las dichas palabras fueron proferidas, pero sobre todo con la gama de
resonancias por ellas generadas, nos referimos a los subtonos, sin cuya
consideración, de creer en recientes teorías, el grado de comprensión de
cualquier discurso oralmente expresado será siempre insuficiente, incompleto,
limitado. Al espía que casualmente se encontraba allí, así como a todos sus
colegas, le habían sido dadas instrucciones preventivas muy precisas sobre cómo
actuar en casos como éste. Debería no distanciarse del sospechoso, debería
colocarse en tercera o cuarta posición tras él en la fila de votantes, debería,
como doble garantía, a pesar de la sensibilidad del magnetófono que lleva
escondido, retener en la memoria el nombre y el número de elector cuando el presidente
de la mesa los pronuncie en voz alta, debería simular que se había olvidado de
algo y retirarse discretamente de la fila, salir a la calle, comunicar por
teléfono lo ocurrido a la central de información y, por fin, volver al terreno
de caza, tomando nuevamente lugar en la fila. En el exacto sentido de los
términos, no se puede comparar esta acción a un ejercicio de tiro al blanco, lo
que se espera aquí es que el azar, el destino, la suerte, o como diablos se le
quiera llamar, ponga el blanco delante del tiro.
Las
noticias llovían en la central a medida que el tiempo iba pasando, sin embargo,
en ningún caso revelaban de una forma clara y por tanto irrebatible en el
futuro la intención de voto del elector cazado, lo que abundaba en la lista
eran frases del tipo de las mencionadas más arriba, y hasta la que se
presentaba como más sospechosa, Algún día tendría que suceder, perdería mucho
de su aparente peligrosidad si la restituyésemos a su contexto, nada más que
una conversación entre dos hombres sobre el reciente divorcio de uno de ellos,
conducida con medias palabras para no excitar la curiosidad de las personas
próximas, y que había terminado de ese modo, un tanto rencoroso, un tanto resignado,
aunque el trémulo suspiro que salió del pecho del hombre que se acababa de
divorciar, si fuese la sensibilidad el mejor atributo del oficio de espía, lo
habría colocado claramente en el cuadrante de la resignación. Que el espía no
lo hubiese considerado digno de nota, que el magnetofón no lo hubiera captado,
son fallos humanos y desaciertos tecnológicos cuya simple eventualidad el buen
juez, sabiendo lo que son los hombres y no ignorando lo que son las máquinas,
tendría el deber de considerar, incluso cuando, y eso sí sería magníficamente
justo, aunque a primera vista pueda parecer escandaloso, no existiese en la
materia del proceso la más pequeña señal de no culpabilidad del acusado.
Temblamos al pensar lo que mañana le puede suceder a ese inocente si lo
interrogan, Reconoce que le dijo a la persona que estaba con usted Algún día
tendría que suceder, Sí, lo reconozco, Piense bien antes de responder, a qué se
refería con esas palabras, Hablábamos de mi separación, Separación, o divorcio,
Divorcio, Y cuáles eran, cuáles son sus sentimientos con respecto a tal
divorcio, Creo que un poco de rabia, un poco de resignación, Más rabia, o más
resignación, Más resignación, supongo, No le parece que, en ese caso, lo más
natural hubiera sido soltar un suspiro, sobre todo si está hablando con un
amigo, No puedo jurar que no haya suspirado, no me acuerdo, Pues nosotros
tenemos la certeza de que no suspiró, Cómo lo saben, si no estaban allí, Y
quién le dice que no estábamos, Tal vez mi amigo recuerde si me oyó suspirar,
es cuestión de preguntarle, Por lo visto su amistad con él no es muy grande,
Qué quiere decir, Que invocar aquí a su amigo es crearle problemas, Ah, eso no,
Muy bien, Puedo irme, Qué ideas tiene, hombre, no se precipite, primero tendrá
que responder a la pregunta que le hemos hecho, Qué pregunta, En qué estaba
pensando realmente cuando le dijo a su amigo las tales palabras, Ya he
respondido, Dénos otra respuesta, ésa no sirve, Es la única que les puedo dar
porque es la verdadera, Eso es lo que usted se cree, Claro que me puedo poner a
inventar, Hágalo, a nosotros no nos importa nada que invente las respuestas que
entienda, con tiempo y paciencia, más la aplicación adecuada de ciertas técnicas,
acabará llegando a lo que pretendemos oír, Díganme qué es y acabemos con esto,
Ah no, así no tiene ninguna gracia, qué imagen se llevaría de nosotros, querido
señor, nosotros tenemos una dignidad científica que respetar, una conciencia
profesional que defender, para nosotros es muy importante que seamos capaces de
demostrarles a nuestros superiores que merecemos el dinero que nos pagan y el
pan que comemos, Estoy perdido, No tenga prisa.
La
impresionante tranquilidad de los votantes en las calles y dentro de los
colegios electorales no se correspondía con la disposición de ánimo en los
gabinetes de los ministros y en las sedes de los partidos. La cuestión que más
les preocupa a unos y a otros es hasta dónde alcanzará esta vez la abstención,
como si en ella se encontrara la puerta de salvación para la difícil situación
social y política en que el país se encuentra inmerso desde hace una semana.
Una abstención razonablemente alta, o incluso por encima de la máxima
verificada en las elecciones anteriores, mientras no sea exagerada,
significaría que habríamos regresado a la normalidad, la conocida rutina de los
electores que nunca creen en la utilidad del voto e insisten contumazmente en
su ausencia, la de los otros que prefieren aprovechar el buen tiempo para pasar
el día en la playa o en el campo con la familia, o la de aquellos que, sin
ningún motivo, salvo la invencible pereza, se quedan en casa. Si la afluencia a
las urnas, masiva como en las elecciones anteriores, ya mostraba, sin margen
para ninguna duda, que el porcentaje de abstenciones sería reducidísimo, o incluso
prácticamente nulo, lo que más confundía a las instancias oficiales, lo que
estaba a punto de hacerles perder la cabeza, era el hecho de que los electores,
salvo escasas excepciones, respondieran con un silencio impenetrable a las
preguntas de los encargados de los sondeos sobre el sentido de su voto, Es sólo
a efectos estadísticos, no tiene que identificarse, no tiene que decir cómo se
llama, insistían, pero ni por esas conseguían convencer a los desconfiados
votantes. Ocho días antes los periodistas consiguieron que les respondieran, es
cierto que con tono ora impaciente, ora irónico, ora desdeñoso, respuestas que
en realidad eran más un modo de callar que otra cosa, pero al menos se
intercambiaban algunas palabras, un lado preguntaba, otro hacía como que, nada
parecido a este espeso muro de silencio, como un misterio de todos que todos
hubieran jurado defender. A mucha gente ha de parecerle singular, asombrosa,
por no decir imposible de suceder, esta coincidencia de procedimiento entre
tantos y tantos millares de personas que no se conocen, que no piensan de la misma
manera, que pertenecen a clases o estratos sociales diferentes, que, en suma, estando
políticamente colocadas en la derecha, en el centro o en la izquierda, cuando
no en ninguna parte, decidieran, cada una por sí misma, mantener la boca
cerrada hasta el recuento de los votos, dejando para más tarde la revelación
del secreto. Esto fue lo que, con mucha esperanza de acertar, quiso anticiparle
el ministro del interior al primer ministro, esto fue lo que el primer ministro
se apresuró a transmitirle al jefe de estado, el cual, con más edad, con más experiencia
y más encallecido, con más mundo visto y vivido, se limitó a responder en tono
de sorna, Si no están dispuestos a hablar ahora, deme una buena razón para que
quieran hablar después. El cubo de agua fría del supremo magistrado de la
nación no hizo que el primer ministro y el ministro del interior perdieran el
ánimo, no los lanzó a las garras de la desesperación porque, verdaderamente, no
tenían nada a que agarrarse, aunque por poco tiempo. No quiso el ministro del
interior informar de que, por temor a posibles irregularidades en el acto
electoral, previsión que los propios hechos, entre tanto, ya se encargaron de
desmentir, había mandado hacer guardia en todos los colegios electorales de la
ciudad a dos agentes de paisano de corporaciones diferentes, ambos acreditados
para inspeccionar las operaciones de escrutinio, pero también encargados, cada
uno de ellos, de mantener vigilado al colega, por si se diera el caso de que se
escondiera ahí alguna complicidad honradamente militante, o simplemente
negociada en la lonja de las pequeñas traiciones. De esta manera, entre espías
y vigilantes, entre magnetofones y cámaras de vídeo, todo parecía seguro y bien
seguro, a cubierto de cualquier interferencia maligna que desvirtuase la pureza
del acto electoral, y ahora, acabado el juego, no quedaba nada más que cruzar
los brazos y esperar la sentencia final de las urnas. Cuando en el colegio
electoral número catorce, a cuyo funcionamiento tuvimos la enorme satisfacción
de consagrar, en homenaje a esos dedicados ciudadanos, un capítulo completo,
sin omitir ciertos problemas íntimos de la vida de alguno de ellos, cuando en
todos los colegios restantes, desde el número uno al número trece y desde el
número quince al número cuarenta y cuatro, los respectivos presidentes volcaban
los votos en las largas tablas que servían de mesas, un rumor impetuoso de
avalancha atravesó la ciudad. Era el preludio del terremoto político que no
tardaría en producirse. En las casas, en los cafés, en las tabernas y en los
bares, en todos los lugares públicos y privados donde hubiese un televisor o
una radio, los habitantes de la capital esperaban, más tranquilos unos que
otros, el resultado final del escrutinio. Nadie compartía confidencias con su
vecino acerca de su voto, los amigos más cercanos guardaban silencio, las
personas más locuaces parecían haberse olvidado de las palabras. A las diez de
la noche, finalmente, apareció en televisión el primer ministro. Venía con el
rostro demudado, con ojeras profundas, efecto de una semana entera de noches
mal dormidas, pálido a pesar del maquillaje tipo buena salud. Traía un papel en
la mano, pero casi no lo leyó, apenas le lanzó alguna que otra mirada para no
perder el hilo del discurso, Queridos conciudadanos, dijo, el resultado de las
elecciones que hoy se han realizado en la capital es el siguiente, partido de
la derecha, ocho por ciento, partido del medio, ocho por ciento, partido de la
izquierda, uno por ciento, abstenciones, cero, votos nulos, cero, votos en
blanco, ochenta y tres por ciento. Hizo una pausa para acercarse a los labios
el vaso de agua que tenía al lado y prosiguió, El gobierno, reconociendo que la
votación de hoy confirma, agravándola, la tendencia verificada el pasado
domingo y estando unánimemente de acuerdo sobre la necesidad de una seria
investigación de las causas primeras y últimas de tan desconcertantes resultados,
considera, tras deliberar con su excelencia el jefe de estado, que su
legitimidad para seguir en funciones no ha sido puesta en causa, ya que la
convocatoria ahora concluida era sólo local, y porque además reivindica y asume
como su imperiosa y urgente obligación investigar hasta las últimas consecuencias
los anómalos acontecimientos de que fuimos, durante la última semana, aparte de
atónitos testigos, temerarios actores, y si, con el más profundo pesar,
pronuncio esta palabra, es porque los votos en blanco, que han asestado un
golpe brutal a la normalidad democrática en que transcurría nuestra vida
personal y colectiva, no cayeron de las nubes ni subieron de las entrañas de la
tierra, estuvieron en el bolsillo de ochenta y tres de cada cien electores de
esta ciudad, los cuales, con su propia, pero no patriótica mano, los depositaron
en las urnas. Otro trago de agua, éste más necesario porque la boca se le ha
secado de repente, Todavía estamos a tiempo de enmendar el error, no a través
de nuevas elecciones, que en el estado actual podrían ser, aparte de inútiles,
contraproducentes, sino a través del riguroso examen de conciencia al que,
desde esta tribuna pública, convoco a los habitantes de la capital, todos
ellos, a unos para que puedan protegerse mejor de la terrible amenaza que flota
sobre sus cabezas, a otros, sean culpables, sean inocentes de intención, para
que se corrijan de la maldad a que se dejaron arrastrar a saber por quién, bajo
pena de convertirse en blanco directo de las sanciones previstas en el ámbito
del estado de excepción cuya declaración, tras consulta, mañana mismo, al
parlamento, que para el efecto se reunirá en sesión extraordinaria, y obtenida,
como se espera, su aprobación unánime, el gobierno va a solicitar a su excelencia
el jefe del estado. Cambio de tono, brazos medio abiertos, manos alzadas hasta
la altura de los hombros, El gobierno de la nación tiene la certidumbre de
interpretar la fraternal voluntad de unión del resto del país, ese que con un
sentido cívico merecedor de todos los elogios cumplió con normalidad su deber
electoral, y ahora, como padre amantísimo, recuerda, a los electores de la
capital desviados del recto camino, la lección sublime de la parábola del hijo
pródigo y les dice que para el corazón humano no existe falta que no pueda ser
perdonada, siendo sincera la contrición, siendo el arrepentimiento total. La
última frase de efecto del primer ministro, Honrad a la patria, que la patria
os contempla, con redoble de tambores y clarines sonantes, rebuscada en los
sótanos de la más decadente retórica patrimonial, quedó deslucida por un Buenas
noches que sonó a falso, es lo que tienen de bueno las palabras simples, que no
saben engañar.
En los
lugares, casas, bares, tabernas, cafés, restaurantes, asociaciones o sedes
políticas donde se encontraban votantes del partido de la derecha, del partido
del medio e incluso del partido de la izquierda, la comunicación del primer
ministro fue ampliamente comentada, claro que, como es natural, de manera
diferente y con matizaciones diversas. Los más satisfechos con la performance,
a ellos pertenece el bárbaro término, no a quien esta fábula viene narrando,
eran los del pdd, que, con aire de superioridad, entre guiños, se felicitaban
por la excelencia de la técnica que el jefe había empleado, esa que ha sido
designada con la curiosa expresión del palo y la zanahoria, predominantemente
aplicada a los asnos y a las mulas en tiempos antiguos, pero que la modernidad,
con resultados más que apreciables, reutiliza para uso humano. Algunos, tipo
fierabrás y matamoros, consideraban que el primer ministro debería haber
terminado el discurso en el punto en que anunció la declaración inminente del
estado de excepción, que todo lo que dijo después estaba de más, que con la
canalla sólo la cachiporra, que si nos ponemos con paños calientes vamos apañados,
que al enemigo ni agua, y otras fuertes expresiones de similar catadura. Los
compañeros argumentaban que no era exactamente así, que el jefe tendría sus razones,
pero estos pacifistas, como siempre ingenuos, ignoraban que la desabrida
reacción de los intransigentes era una maniobra táctica que tenía como objetivo
mantener despierta la vena combativa de la militancia. Para lo que dé y venga,
era la consigna. Ya los del pdm, como oposición que eran, y aunque estando de
acuerdo en lo fundamental, es decir, la necesidad urgente de depurar
responsabilidades y castigar a los autores, o conspiradores, encontraban
desproporcionada la instauración del estado de excepción, sobre todo sin saber
cuánto tiempo iba a durar, y que, en último análisis, no tenía sentido suspender
derechos a quien no había cometido otro crimen que ejercer precisamente uno de
ellos. Cómo terminará todo esto, se preguntaban, si algún ciudadano decide
recurrir al tribunal constitucional, Más inteligente y patriótico sería,
agregaban, formar ya un gobierno de salvación nacional con representación de
todos los partidos, porque, existiendo realmente una situación de emergencia
colectiva, no es con un estado de excepción como ésta se resuelve, el pdd ha
perdido los estribos, no tardará en caerse del caballo. También los militantes
del pdi sonreían ante la posibilidad de que su partido llegase a formar parte
de un gobierno de coalición, pero, entre tanto, lo que más les preocupaba era
descubrir una interpretación del resultado electoral que consiguiese disimular
la brutal caída de votos que el partido había sufrido, puesto que, alcanzado el
cinco por ciento en las últimas elecciones generales realizadas y habiendo
pasado al dos y medio en la primera ronda de éstas, se encontraba ahora con la
miseria de un uno por ciento y un negro futuro por delante. El resultado del
análisis culminó con la preparación de un comunicado en el que se insinuaba que
no habiendo razones objetivas que obligasen a pensar que los votos en blanco pretendían
atentar contra la seguridad del estado o contra la estabilidad del sistema, lo
correcto sería presuponer una coincidencia casual entre la voluntad de cambio
así manifestada y las propuestas de progreso contenidas en el programa del pdi.
Nada más, todo eso.
Hubo
también personas que se limitaron a desenchufar el aparato de televisión cuando
el primer ministro terminó y después, antes de irse a la cama, se entretuvieron
hablando de sus vidas, Y otras hubo que pasaron el resto de la velada rompiendo
y quemando papeles. No eran conspiradores, simplemente tenían miedo.
Al ministro de defensa, un civil que no había hecho
el servicio militar, le supo a poco la declaración del estado de excepción, lo
que él pretendía era un estado de sitio en serio, de los auténticos, un estado
de sitio en la más exacta acepción de la palabra, duro, sin fallas de ningún
tipo, como una muralla en movimiento capaz de aislar la sedición para luego
derrotarla con un fulminante contraataque, Antes de que la pestilencia y la
gangrena alcancen a la parte todavía sana del país, previno. El primer ministro
reconoció que la gravedad de la situación era
extrema, que la patria había sido víctima de un infame atentado contra
los cimientos básicos de la democracia representativa, Yo lo llamaría una carga
de profundidad lanzada contra el sistema, se permitió decir, quería discordar
el ministro de defensa, Así no pienso, y el jefe de estado está de acuerdo con
mi punto de vista, que, teniendo en cuenta los peligros de la conjura
inmediata, de manera que se puedan variar los medios y los objetivos de la
acción en cualquier momento que sea aconsejable, sería preferible que
comenzáramos sirviéndonos de métodos discretos, menos ostentosos, por ventura
más eficaces que mandar al ejército a que ocupe las calles, cierre el
aeropuerto e instale barreras en las salidas de la ciudad, Y qué métodos son
ésos, preguntó el ministro de los militares sin hacer el mínimo esfuerzo para
disimular la contrariedad, Nada que no conozca ya, le recuerdo que también las
fuerzas armadas tienen sus propios servicios de espionaje, A los nuestros les
llamamos de contraespionaje, Da lo mismo, Si, comprendo adónde quiere llegar,
Sabía que comprendería, dijo el primer ministro, al mismo tiempo que le hacía
una señal al ministro del interior. Éste tomó la palabra, Sin entrar aquí en
ciertos pormenores de la operación que, como fácilmente se entenderá,
constituyen materia reservada, digamos incluso top secret, el plan elaborado
por mi ministerio se asienta, en líneas generales, en una amplia y sistemática
acción de infiltración entre los ciudadanos, a cargo de agentes debidamente
preparados, que pueda desvelarnos las razones de lo ocurrido y habilitarnos
para tomar las medidas necesarias de modo que podamos extirpar el mal desde su
nacimiento, Desde su nacimiento no diría, ya lo tenemos ahí, observó el
ministro de justicia, Son formas de hablar, respondió con un leve tono de
irritación el ministro del interior, que prosiguió, Es el momento de informar a
este consejo, en total y absoluta confidencialidad, con perdón por la
redundancia, de que los servicios de espionaje que se encuentran bajo mis
órdenes, o mejor, que dependen del ministerio a mi cargo, no excluyen la
posibilidad de que lo sucedido tenga sus verdaderas raíces en el exterior, que
esto que vemos sea sólo la punta del iceberg de una gigantesca conjura
internacional de desestabilización, probablemente de inspiración anarquista, la
cual, por motivos que todavía ignoramos, habría elegido nuestro país como su
primera cobaya, Extraña idea, dijo el ministro de cultura, por lo menos hasta
donde mis conocimientos alcanzan, los anarquistas nunca han propuesto, ni siquiera
en el campo de la teoría, cometer acciones de esas características y con esa
envergadura, Posiblemente, acudió sarcástico el ministro de defensa, porque los
conocimientos del querido colega todavía tienen como referencia temporal el
idílico mundo de sus abuelos, desde entonces, por muy extraño que pueda
parecerle, las cosas han cambiado mucho, hubo una época de nihilismos más o
menos líricos, más o menos sangrientos, pero hoy lo que tenemos ante nosotros
es terrorismo puro y duro, diverso en sus caras y expresiones, pero idéntico a
sí mismo en su esencia, Cuidado con las exageraciones y las extrapolaciones demasiado
fáciles, intervino el ministro de justicia, me parece arriesgado, por no decir abusivo,
asimilar el terrorismo, para colmo con la clasificación de puro y duro, a la
aparición de unos cuantos votos en blanco en las urnas, Unos cuantos votos,
unos cuantos votos, balbuceó el ministro de defensa, casi paralizado de
estupor, cómo es posible llamar unos cuantos votos a ochenta y tres votos de
cada cien, díganme, cuando deberíamos comprender, ser conscientes de que cada
uno de esos votos fue como un torpedo bajo la línea de flotación, Tal vez mis
conocimientos sobre el anarquismo sean obsoletos, no digo que no, dijo el
ministro de cultura, pero, por lo que puedo saber, aunque esté muy lejos de
considerarme un especialista en combates navales, los torpedos apuntan siempre
por debajo de la línea de flotación, es más, supongo que no tienen otro
remedio, fueron fabricados para eso mismo. El ministro del interior se levantó
de pronto como impelido por un muelle, iba a defender de la socarrona frase a
su colega de defensa, denunciar tal vez el déficit de empatía política patente
en aquel consejo, pero el jefe de gobierno descargó con la mano abierta un
golpe seco en la mesa reclamando silencio y cortó, Los señores ministros de
cultura y de defensa podrán seguir fuera el debate académico en que parecen tan
empeñados, pero pido licencia para recordarles que si nos encontramos aquí
reunidos, en esta sala que representa, más aún que el parlamento, el corazón de
la autoridad y del poder democrático, es para que tomemos las decisiones que
habrán de salvar al país, ése es nuestro desafío, de la más grave crisis con
que ha tenido que enfrentarse a lo largo de una historia de siglos, por tanto
creo que, ante tamaño reto, deberían evitar, por indignos de nuestras
responsabilidades, los despropósitos verbales y las fútiles cuestiones de
interpretación. Hizo una pausa, que nadie se atrevió a interrumpir, después
prosiguió, Quiero dejarle claro al ministro de defensa que el hecho de que el
jefe de gobierno se haya inclinado, en esta fase inicial del tratamiento de la
crisis, por la aplicación del plan trazado por los servicios competentes del
ministerio del interior no significa y nunca podría significar que el recurso a
la declaración del estado de sitio haya sido definitivamente postergado, todo
dependerá del rumbo que tomen los acontecimientos, de las reacciones de los
habitantes de la capital, del pulso que tomemos al resto del país, del comportamiento
no siempre previsible de la oposición, en particular, en este caso, del pdi,
que ya tiene tan poco que perder que no tendrá inconveniente en apostar lo que
le queda en una jugada de alto riesgo, No creo que debamos preocuparnos mucho
de un partido que no ha conseguido nada más que un uno por ciento de los votos,
observó el ministro del interior, encogiendo los hombros en señal de desdén, Ha
leído su comunicado, preguntó el primer ministro, Naturalmente, leer comunicados
políticos forma parte de mi trabajo, pertenece a mis obligaciones, es cierto
que hay quien paga a asesores para que le pongan la comida masticada en el
plato, pero yo soy de la escuela clásica, sólo me fío de mi cabeza aunque sea
para equivocarme, Está olvidándose de que los ministros, en último análisis,
son los asesores del jefe del gobierno, Y es un honor serlo, señor primer
ministro, la diferencia, la gran diferencia consiste en que nosotros ya traemos
la comida digerida, Bueno, dejemos la gastronomía y la química de los procesos
digestivos y volvamos al comunicado del pdi, deme su opinión, qué le pareció,
Se trata de una versión tosca, ingenua, del viejo precepto que manda que te
unas a tu enemigo si no eres capaz de vencerlo, Y aplicado al caso presente, Aplicado
al caso presente, señor primer ministro, si los votos no son tuyos, inventa la
manera de que lo parezcan, Incluso así, conviene que nos mantengamos atentos,
el truco puede tener algún efecto en la parte de la población más inclinada a
la izquierda, Que en este momento no sabemos cuál es, dijo el ministro de
justicia, parece que nos negamos a reconocer, en voz alta y mirándonos a los
ojos, que la gran mayoría de los tales ochenta y tres por ciento son votantes
nuestros y del pdm, deberíamos preguntarnos por qué han votado en blanco, ahí
es donde reside lo grave de la situación, no en los sabios o ingenuos
argumentos del pdi, Realmente, si nos fijamos bien, respondió el primer
ministro, nuestra táctica no es muy diferente de la que está usando el pdi, es
decir, puesto que la mayoría de esos votos no son tuyos, haz como que tampoco
pertenecen a tus adversarios, Con otras palabras, dijo desde el extremo de la
mesa el ministro de transportes y comunicaciones, andamos todos en lo mismo, Manera
tal vez un poco expedita de definir la situación en que nos encontramos, nótese
que hablo desde un estricto punto de vista político, pero no del todo falto de
sentido, dijo el primer ministro y cerró el debate.
La
rápida instauración del estado de excepción, como una especie de sentencia
salomónica dictada por la providencia, cortó el nudo gordiano que los medios de
comunicación social, sobre todo los periódicos, venían intentando desanudar con
más o menos sutileza y con más o menos habilidad, pero siempre con el cuidado
de que no se notase demasiado la intención, desde el infausto resultado de las
primeras elecciones y, más dramáticamente, desde las segundas. Por un lado era
su deber, tan obvio como elemental, condenar con energía teñida de indignación
cívica, tanto en los editoriales como en artículos de opinión encomendados
adrede, el irresponsable e inesperado proceder de un electorado que, enceguecido
para con los superiores intereses de la patria por una extraña y funesta
perversión, había enredado la vida política nacional de un modo jamás antes
visto, empujándola hacia un callejón tenebroso del cual ni el más pintado
lograba ver la salida. Por otro lado, era preciso medir cautelosamente cada
palabra que se escribía, ponderar susceptibilidades, dar, por así decir, dos
pasos adelante y uno atrás, no fuera a suceder que los lectores se
indispusieran con un periódico que pasaba a tratarlos como mentecatos y
traidores después de tantos años de una armonía perfecta y asidua lectura. La
declaración del estado de excepción, que permitía al gobierno asumir los
poderes correspondientes y suspender de un plumazo las garantías constitucionales,
vino a aliviar del incómodo peso y de la amenazadora sombra la cabeza de los
directores y administradores. Con la libertad de expresión y de comunicación
condicionadas, con la censura mirando por encima del hombro del redactor, se
halló la mejor de las disculpas y la más completa de las justificaciones, Nosotros
bien que querríamos, decían, proporcionar a nuestros estimados lectores, la
posibilidad, que también es un derecho, de acceder a una información y a una
opinión exentas de interferencias abusivas e intolerables restricciones,
particularmente en momentos tan delicados como los que estamos atravesando,
pero la situación es esta, y no otra, sólo quien siempre ha vivido de la
honrada profesión de periodista sabe cuánto duele trabajar prácticamente vigilado
durante las veinticuatro horas del día, además, y esto entre nosotros, quienes
tienen la mayor parte de responsabilidad en lo que nos sucede son los electores
de la capital, no los otros, los de provincias, desgraciadamente, para colmo, y
a pesar de todos nuestros ruegos, el gobierno no nos permite que hagamos una
edición censurada para aquí y otra libre para el resto del país, ayer mismo un
alto funcionario del ministerio del interior nos decía que la censura bien
entendida es como el sol, que cuando nace, nace para todos, para nosotros no es
ninguna novedad, ya sabemos que así va el mundo, siempre son los justos quienes
pagan por los pecadores. Pese a todas estas precauciones, tanto las de forma
como las de contenido, pronto fue evidente que el interés por la lectura de los
periódicos había decaído mucho. Movidos por la comprensible ansiedad de
disparar y cazar en todas las direcciones, hubo periódicos que creyeron poder
luchar contra el absentismo de los compradores salpicando sus páginas de
cuerpos desnudos en nuevos jardines de las delicias, tanto femeninos como masculinos,
en grupo o solos, aislados o en parejas, sosegados o en acción, pero los
lectores, con la paciencia agotada por un fotomatón en que las variantes de
color y hechura, aparte de mínimas y de reducido efecto estimulante, ya eran
consideradas en la más remota antigüedad banales lugares comunes de la
exploración de la libido, continuaron, por apatía, por indiferencia e incluso
por náusea, haciendo bajar las tiradas y las ventas. Tampoco llegarían a tener
influencia positiva en el balance cotidiano del debe y haber económico, claramente
en marea baja, la búsqueda y la exhibición de intimidades poco aseadas, de
escándalos y vergüenzas de toda especie, la incansable rueda de las virtudes
públicas enmascarando los vicios privados, el carrusel festivo de los vicios
privados elevados a virtudes públicas, al que hasta hace poco tiempo no le
habían faltado ni los espectadores, ni los candidatos para dar dos vueltitas.
Realmente parecía que la mayor parte de los habitantes de la ciudad estaban decididos
a cambiar de vida, de gustos y de estilo. Su gran equivocación, como a partir
de ahora se comenzará a entender mejor, fue haber votado en blanco. Puesto que
habían querido limpieza, iban a tenerla.
Ésa era también la opinión del gobierno y, en particular, del
ministro del interior. La elección de los agentes, unos procedentes de la secreta,
otros de corporaciones públicas, que irían infiltrándose subrepticiamente en el
seno de las masas, fue rápida y eficaz. Después de revelar, bajo juramento,
como prueba de su carácter ejemplar de ciudadanos, el nombre del partido al que
votaron y la naturaleza del voto expreso, después de firmar, también bajo
juramento, un documento en el que repudiaban activamente la peste moral que ha
infectado a una importante parcela de la población, la primera actividad de los
agentes, de ambos sexos, nótese, para que no se diga, como de costumbre, que
todo lo malo nace de los hombres, organizados en grupos de cuarenta como en una
clase y orientados por monitores instruidos en la discriminación,
reconocimiento e interpretación de soportes electrónicos grabados, tanto de
imágenes como de sonido, la primera actividad, decíamos, consistió en cribar la
enorme cantidad de material recogido por los espías durante las segundas
elecciones, tanto el de los que se habían infiltrado en las filas para
escuchar, como el de los que, con cámaras de vídeo y micrófonos, se paseaban en
coches a lo largo de éstas. Comenzando por esta operación de rebusca en los intestinos
informativos, se les proporcionaba a los agentes, antes de lanzarse con
entusiasmo y olfato de perdiguero al trabajo de campo, una base inmediata de
investigación a puerta cerrada, de cuyo tenor, páginas atrás, tuvimos la oportunidad
de adelantar un breve aunque clarificador ejemplo, frases simples, corrientes,
como las que siguen, En general no suelo votar, pero hoy me ha dado por ahí, A
ver si esto sirve para algo que merezca la pena, Tanto va el cántaro a la
fuente, que allí se deja el asa, El otro día también voté, pero sólo pude salir
de casa a partir de las cuatro, Esto es como la lotería, casi siempre cae en
blanco, A pesar de todo, hay que persistir, La esperanza es como la sal, no
alimenta pero da sabor al pan, durante horas y horas estas y otras mil frases
igualmente inocuas, igualmente neutras, igualmente inocentes de culpa, fueron
desmenuzadas hasta la última sílaba, desgranadas, vueltas del revés, majadas en
el almirez de las preguntas, Explíqueme qué cántaro es ése, Por qué el asa se suelta
en la fuente y no durante el camino o en casa, Si no solía votar, por qué ha
votado esta vez, Si la esperanza es como la sal, qué cree que debería hacerse
para que la sal sea como la esperanza, Cómo resolvería la diferencia de color
entre la esperanza, que es verde, y la sal, que es blanca, Cree realmente que
la papeleta de voto es igual que un billete de lotería, Qué pretendía decir
cuando usó la palabra blanco, y otra vez, Qué cántaro es ése, Fue a la fuente
porque tenía sed, o para encontrarse con alguien, El asa del cántaro es símbolo
de qué, Cuando pone sal en la comida está pensando que le pone esperanza, Por
qué viste una camisa blanca, Finalmente, qué cántaro es ése, un cántaro real, o
un cántaro metafórico y el barro, qué color tenía, era negro o rojo, era liso,
o tenía adornos, Tenía incrustaciones de cuarzo, Sabe qué es el cuarzo, Le ha
tocado algún premio en la lotería, Por qué en las primeras elecciones sólo
salió de casa a partir de las cuatro, cuando no llovía desde hacía más de dos
horas, Quién es la mujer que está con usted en esta imagen, De qué se ríen con
tanto gusto, No le parece que un acto tan importante como el de votar debería
merecerle a todo elector con sentido de responsabilidad una expresión grave,
seria, concentrada, o considera que la democracia da ganas de reír, O tal vez
piense que da ganas de llorar, Qué le parece, de reír o de llorar, Hábleme nuevamente
del cántaro, Dígame por qué no ha pensado en volver a pegarle el asa, existen
pegamentos específicos, Significaría esa duda que a usted también le falta un
asa, Cuál, Le gusta el tiempo que le ha tocado vivir, o habría preferido vivir
en otro, Volvamos a la sal y la esperanza, qué cantidad de cada una será
conveniente para no hacer incomible lo que se espera, Se siente cansado, Se
quiere ir a casa, No tenga prisa, las prisas son pésimas consejeras, una
persona no piensa bien la respuesta que va a dar y las consecuencias pueden ser
las peores, No, no está perdido, vaya idea, por lo visto todavía no ha
comprendido que aquí las personas no se pierden, se encuentran, Esté tranquilo,
no es una amenaza, sólo estamos diciéndole que no tenga prisa, nada más. Llegando
a este punto, arrinconada y rendida la presa, se le hacía la pregunta fatal,
Ahora me va a decir cómo ha votado y a quién ha votado, es decir a qué partido
ha votado. Pues bien, habiendo sido llamados para ser interrogados quinientos
sospechosos cazados en las filas de electores, situación en que nos podríamos
encontrar cualquiera de nosotros dada la evidente evanescencia de la materia de
una acusación pobremente representada por el tipo de frases de que dimos
convincente muestra, captadas por los micrófonos direccionales y por los magnetofones
y lo lógico, teniendo en cuenta la relativa amplitud del universo cuestionado,
era que las respuestas se distribuyesen, aunque con un pequeño y natural margen
de error, en la misma proporción de los votos que habían sido expresados, es
decir, cuarenta personas declararían con orgullo que habían votado al partido
de la derecha, que es el que gobierna, un número igual condimentando la
respuesta con una pizca de desafío para afirmar que habían votado a la única
oposición digna de ese nombre, o sea, el partido del medio, y cinco, nada más
que cinco, intimidadas, acorraladas contra la pared, Voté al partido de la
izquierda, dirían firmes, aunque al mismo tiempo con el tono de quien se
disculpa de un empecinamiento que no está en su mano evitar. El resto, aquel
enorme resto de cuatrocientas quince respuestas, debería haber dicho, de
acuerdo con la lógica modal de los sondeos, Voté en blanco. Esta respuesta
directa, sin ambigüedades de presunción o prudencia, sería la que daría un
ordenador o una máquina de calcular y sería la única que sus inflexibles y
honestas naturalezas, la informática y la mecánica, podrían permitirse, pero
aquí estamos tratando con humanos, y los humanos son universalmente conocidos
como los únicos animales capaces de mentir, siendo cierto que si a veces lo
hacen por miedo, y a veces por interés, también a veces lo hacen porque
comprenden a tiempo que ésa es la única manera a su alcance de defender la
verdad. A juzgar por las apariencias, por tanto, el plan del ministro del
interior había fracasado, y, de hecho, en esos primeros instantes, la confusión
entre los asesores fue vergonzosa y absoluta, parecía que no era posible encontrar
una forma de bordear el inesperado obstáculo, salvo que se ordenara someter a
malos tratos a toda aquella gente, lo que, como es de conocimiento general, no
está bien visto en los estados democráticos y de derecho suficientemente
hábiles para alcanzar los mismos fines sin tener que recurrir a medios tan
primarios, tan medievales. En esa difícil situación estaban cuando el ministro
del interior reveló su dimensión política y su extraordinaria flexibilidad
táctica y estratégica, quién sabe si vaticinadora de más altos destinos. Dos
fueron las decisiones que tomó, y ambas importantes. La primera, que más tarde
seria denunciada como inicuamente maquiavélica, constaba de una nota oficial
del ministerio distribuida a los medios de comunicación social a través de la
agencia oficiosa estatal, en la que en tono conmovido se daba las gracias, en
nombre de todo el gobierno, a los quinientos ciudadanos ejemplares que en los
últimos días se habían presentado motu proprio a las autoridades, ofreciendo su
leal apoyo y toda la colaboración que les fuese requerida para el avance de las
investigaciones en curso sobre los factores de anormalidad verificados durante
las dos últimas elecciones.
A la par de este deber de elemental gratitud, el
ministerio, anticipando preguntas, prevenía a las familias de que no deberían
sorprenderse ni inquietarse por la falta de noticias de los ausentes queridos,
por cuanto en ese silencio, precisamente, se encontraba la llave que garantizaría
la seguridad personal de cada uno de ellos, visto el grado máximo de secreto,
rojo/rojo, que le había sido atribuido a la delicada operación. La segunda
decisión, para conocimiento y exclusivo uso interno, se tradujo en una
inversión total del plan anteriormente establecido, el cual, como ciertamente
recordaremos, preveía que la infiltración masiva de investigadores en el seno
de la sociedad llegaría a ser el medio por excelencia para el desciframiento
del misterio, del enigma, de la charada, del rompecabezas, o como se le quiera
llamar, del voto en blanco. A partir de ahora los agentes se dividirían en dos
grupos numéricamente desiguales, el más pequeño para el trabajo de campo, del
cual, la verdad sea dicha, ya no se esperaban grandes resultados, el mayor para
proseguir con el interrogatorio de las quinientas personas retenidas, no
detenidas, no se confundan, aumentando cuando, como y cuanto fuese necesario la
presión, física y psicológica a que ya estaban sometidas. Como el dictado
antiguo viene enseñando desde hace siglos, Más vale quinientos pájaros en mano
que quinientos uno volando. La confirmación no se hizo esperar. Cuando, después
de mucha habilidad diplomática, de muchos rodeos y muchos tanteos, el agente
que hacia el trabajo de campo, o lo que es lo mismo, en la ciudad, lograba
hacer la primera pregunta, Quiere decirme por favor a quién votó, la respuesta
que le daban, como una consigna bien aprendida, era, palabra por palabra, la
que se encontraba sancionada en la ley, Nadie puede, bajo ningún pretexto, ser
obligado a revelar su voto ni ser preguntado sobre el mismo por ninguna
autoridad. Y cuando, en tono de quien y atribuye a la cuestión demasiada
importancia, hacía la segunda pregunta, Disculpe mi curiosidad, no habrá votado
en blanco por casualidad, la respuesta que oía restringía hábilmente el ámbito
de la cuestión a una mera hipótesis académica, No señor, no he votado en
blanco, pero si lo hubiera hecho estaría tan dentro de la ley como si hubiese
votado a cualquiera de las listas presentadas o anulado el voto con la
caricatura del presidente, votar en blanco, señor de las preguntas, es un
derecho sin restricciones, que la ley no ha tenido más remedio que reconocerle
a los electores, está escrito con todas sus letras que nadie puede ser perseguido
por votar en blanco, en todo caso, para su tranquilidad, vuelvo a decirle que
no soy de los que votaron en blanco, esto es hablar por hablar, una hipótesis
académica, nada más. En una situación normal, oír una respuesta de éstas dos o
tres veces no tendría especial importancia, apenas demostraría que unas cuantas
personas en este mundo conocen la ley en que viven y hacen hincapié en que se
sepa, pero verse obligado a escucharla, imperturbable, sin parpadear, cien
veces seguidas, mil veces seguidas, como una letanía aprendida de memoria, era
más de lo que podía soportar la paciencia de alguien que, habiendo sido
instruido para un trabajo de tanta responsabilidad, se veía incapaz de
realizarlo. No es por tanto de extrañar que la sistemática obstrucción de los
electores hubiese conseguido que algunos agentes perdiesen el dominio de los
nervios y pasasen al insulto y a la agresión, comportamientos estos, además, de
los que no siempre salían bien parados, dado que actuaban solos para no
espantar la caza y que no era infrecuente que otros electores, sobre todo en
los sitios llamados de alto riesgo, apareciesen, con las consecuencias que
fácilmente se imaginan, a socorrer al ofendido. Los informes que los agentes
transmitían a la central de operaciones eran desalentadoramente magros de
contenido, ni una única persona, una sola, había confesado votar en blanco,
algunas se hacían las desentendidas, decían que otro día, con más tiempo,
hablarían, ahora tenían mucha prisa, iban a cerrar las tiendas, pero los peores
eran los viejos, que el diablo se los lleve, parecía que una epidemia de
sordera los había encerrado a todos en una cápsula insonorizada, y cuando el
agente, con desconcertante ingenuidad, escribía la pregunta en un papel, los
descarados decían o que se les habían roto las gafas, o que no entendían la
caligrafía, o simplemente que no sabían leer. Otros agentes, más hábiles,
adoptaron la táctica de la infiltración en serio, en su sentido preciso, se
dejaban caer en los bares, pagaban rondas, prestaban dinero a jugadores de
póquer sin fondos, iban a los espectáculos deportivos, en particular al fútbol
y al baloncesto, que son los que más juego dan en las gradas, entablaban
conversación con los vecinos, y, en el caso del fútbol, si el empate era a cero
le llamaban, oh astucia sublime, con sobreentendidos en la voz, resultado en
blanco, a ver qué pasaba. Y lo que pasaba era nada. Más pronto o más tarde
acababa llegando el momento de hacer las preguntas, Quiere decirme por favor a
quién ha votado, Disculpe esta curiosidad, por casualidad no habrá votado en
blanco, y entonces las respuestas conocidas se repetían, en solo o a coro, Yo, vaya
idea, Nosotros, qué fantasía, y luego aducían razones legales, artículos y
párrafos completos, con tal fluidez de exposición que parecía que los
habitantes de la ciudad en edad de votar habían realizado, todos, un curso
intensivo sobre leyes electorales, tanto nacionales como extranjeras.
Con el
paso de los días, de un modo casi imperceptible al principio, comenzó a notarse
que la palabra blanco, como algo que de pronto se hubiese convertido en obsceno
o malsonante, estaba dejando de utilizarse, que las personas se servían de
rodeos y perífrasis para sustituirla. De una hoja de papel blanco, por ejemplo,
se decía que estaba desprovista de color, un mantel que toda la vida había sido
blanco pasó a tener el color de la leche, la nieve dejó de ser comparada con un
manto blanco para erigirse en la mayor albura de los últimos veinte años, los
estudiantes acabaron con eso de estar en blanco, simplemente reconocían que no
sabían nada de la materia, pero el caso más interesante de todos fue la
inesperada desaparición de la pregunta con la que, durante generaciones y
generaciones, padres, abuelos, tíos y vecinos supusieron que estimulaban la inteligencia
y el espíritu deductivo de los niños, Blanco es, la gallina lo pone, y esto
sucedió porque las personas, con el acto de negarse a pronunciar la palabra, se dieron cuenta de
que la adivinanza era absolutamente disparatada, puesto que la gallina, cualquier
gallina de cualquier raza, nunca conseguiría, por más que se esforzara, poner
otra cosa que no sean huevos. Parecía por tanto que los altos destinos políticos
prometidos al ministro del interior se truncaban de raíz, que su suerte, después
de casi haber tocado el sol, sería irse ahogando melancólicamente en el
helesponto, pero otra idea, repentina como el rayo que ilumina la noche, le
hizo levantarse de nuevo. No todo estaba perdido. Mandó que se recogieran en
sus bases a los agentes adscritos al trabajo de campo, despidió sin
contemplaciones a los contratados temporales, echó un rapapolvo a los secretas
de plantilla y se puso manos a la obra.
Estaba
claro que la ciudad era un hormiguero de mentirosos, que los quinientos que se
encontraban en su poder también mentían con todos los dientes que tenían en la
boca, pero existía entre aquéllos y estos una enorme diferencia, mientras unos
todavía eran libres para entrar y salir de sus casas, y, esquivos, escurridizos
como anguilas, tanto aparecían como desaparecían, para más tarde reaparecer y
luego otra vez ocultarse, lidiar con los otros era la cosa más fácil del mundo,
bastaba bajar a los sótanos del ministerio, no estaban allí los quinientos, no
cabrían, distribuidos en su mayoría por otras unidades de investigación, pero
el medio centenar mantenido en observación permanente debería ser más que
bastante para una primera aproximación. Aunque la fiabilidad de la máquina
hubiese sido puesta en duda muchas veces por los expertos de la escuela escéptica
y algunos tribunales se negaran a admitir como prueba los resultados obtenidos
en los exámenes, el ministro del interior confiaba en que de la utilización del
aparato podría al menos brotar alguna pequeña chispa que lo ayudase a salir del
oscuro túnel donde las investigaciones se habían atascado. Se trataba, como ya
se habrá comprendido, de que entrara en liza el famoso polígrafo, también
conocido como detector de mentiras o, en términos más científicos, aparato que
sirve para registrar simultáneamente varias funciones psicológicas y
fisiológicas, o, con más pormenor descriptivo, instrumento registrador de
fenómenos fisiológicos cuyo trazado se obtiene eléctricamente sobre una hoja de
papel húmedo impregnado de yoduro de potasio y amida. Conectado a la máquina
por un enmarañamiento de cables, abrazaderas y ventosas, el paciente no sufre,
sólo tiene que decir la verdad, toda la verdad y sólo la verdad y, ya puestos,
no creerse, él mismo, la aseveración universal que desde el principio de los
tiempos nos viene atronando los oídos con la patraña de que la voluntad todo lo
puede, aquí vemos, para no ir más lejos, un ejemplo que flagrantemente lo
niega, pues esa tu estupenda voluntad, por mucho que te fíes de ella, por tenaz
que se haya mostrado hasta hoy, no conseguirá controlar las crispaciones de tus
músculos, contener el sudor inconveniente, impedir la palpitación de los
párpados, disciplinar la respiración. Al final te dirán que has mentido, tú lo
negarás, jurarás que has dicho la verdad, toda la verdad y nada más que la
verdad, y tal vez sea cierto, no mentiste, lo que ocurre es que eres una
persona nerviosa, de voluntad firme, sí, pero como una especie de trémulo junco
que la mínima brisa hace vibrar, volverán a atarte a la máquina y entonces será
mucho peor, te preguntarán si estás vivo y tú, claro está, responderás que sí,
pero tu cuerpo protestará, te desmentirá, el temblor de tu barbilla dirá que
no, que estás muerto, y a lo mejor tienen razón, tal vez, antes que tú, tu
cuerpo sepa ya que te van a matar. No es natural que tal acabe sucediendo en
los sótanos del ministerio del interior, el único crimen de esta gente fue
votar en blanco, no tendría importancia si hubieran sido los habituales, pero
fueron muchos, fueron demasiados, fueron casi todos, qué más da que sea tu
derecho inalienable si te dicen que ese derecho es para usarlo en dosis
homeopáticas, gota a gota, no puedes ir por ahí con un cántaro lleno a rebosar
de votos blancos, por eso se te cayó el asa, ya nos parecía que había algo de
sospechoso en esa asa, si aquello que podría llevar mucho se satisfizo siempre
con llevar poco, es de una modestia digna de toda alabanza, a ti lo que te ha
perdido ha sido la ambición, creíste que ibas a subir al astro rey y caíste de
boca en los dardanuelos, recuerda que también le dijimos esto al ministro del
interior, pero él pertenece a otra raza de hombres, a los machos, los viriles,
los de barba dura, los que no doblan la cabeza, a ver ahora cómo te libras de
tu cazador de mentiras, qué trazos reveladores de tus pequeñas y grandes cobardías
dejarás en la tira de papel impregnada de yoduro de potasio y amida, ves, tú
que creías otra cosa, a esto puede quedar reducida la tan nombrada suprema
dignidad del ser humano, a tanto como un papel mojado.
Ahora
bien, un polígrafo no es una máquina pertrechada con un disco que pueda ir
hacia atrás y hacia delante y nos diga, según los casos, El sujeto mintió, El
sujeto no mintió, si así fuese no habría nada más fácil que ser juez para
condenar o absolver, las comisarías de policía se verían sustituidas por
consultorios de psicología mecánica aplicada, los abogados, perdidos los
clientes, cerrarían los bufetes, los tribunales se quedarían entregados a las
moscas hasta que se les encontrase otro destino. Un polígrafo, íbamos diciendo,
no consigue ir a ninguna parte sin ayuda, necesita tener al lado un técnico
habilitado que le interprete las rayas trazadas en el papel, pero esto no
significa que dicho técnico sea conocedor de la verdad, él sabe aquello que
tiene delante de los ojos, que la pregunta realizada al paciente en observación
produjo lo que podríamos llamar, innovadoramente, una reacción alergográfica,
o, con palabras más literarias aunque no menos imaginativas, el dibujo de la
mentira. Algo, sin embargo, se habría ganado. Por lo menos sería posible
proceder a una primera selección, trigo a un lado y paja al otro, y restituir a
la libertad, a la vida familiar, descongestionando las instalaciones, a
aquellos sujetos que, sin que la máquina los desmintiese, hubieran respondido
No a la pregunta Votó en blanco. En cuanto al resto, a los que cargaban en la
conciencia la culpa de transgresiones electorales, de nada le servirían
reservas mentales de tipo jesuítico o espiritualistas introspecciones de tipo
zen, el polígrafo, implacable, insensible, denunciaría instantáneamente la
falsedad, tanto haciendo que negaran haber votado en blanco como que afirmaran
haber votado al partido tal, o tal. Se puede, en circunstancias favorables,
sobrevivir a una mentira, pero no a dos. Por si acaso, el ministro había
ordenado que, cualquiera que fuese el resultado de los exámenes, nadie sería
puesto en libertad por ahora, Déjenlos estar, nunca se sabe hasta dónde puede
llegar la malicia humana, dijo. Y tenía razón el condenado hombre. Después de
muchas decenas de metros de papel garabateado en el que habían sido registrados
los temblores del alma de los sujetos observados, después de preguntas y
respuestas repetidas centenares de veces, siempre las mismas, siempre iguales,
hubo un agente del servicio secreto, muchacho joven, poco experto en
tentaciones, que se dejó enredar con la inocencia de un cordero recién nacido
en la provocación lanzada por cierta mujer, joven y guapa, que acababa de ser
sometida al examen del polígrafo y por éste categóricamente clasificada de
fingidora y falsa. Dijo pues la mata hari, Esta máquina no sabe lo que hace, No
sabe lo que hace, por qué, preguntó el agente, olvidándose de que el diálogo no
formaba parte del trabajo que le había sido encomendado, Porque en esta situación,
con todo el mundo bajo sospecha, bastaría pronunciar la palabra Blanco, sin
más, sin ni siquiera pretender saber si el otro votó o no, para provocar
reacciones negativas, sobresaltos, angustias, aunque el examinado sea la más
perfecta y pura personificación de la inocencia, No lo creo, no puedo estar de
acuerdo, protestó el agente, seguro de sí, alguien que viva en paz con su
conciencia no dirá nada más que la verdad y por tanto pasará sin problemas la
prueba del polígrafo, No somos robots ni piedras parlantes, señor agente, dijo
la mujer, en toda verdad humana hay siempre algo de angustioso, de afligido,
nosotros somos, y no me estoy refiriendo simplemente a la fragilidad de la
vida, una pequeña y trémula llama que en todo momento amenaza con apagarse, y
tenemos miedo, sobre todo tenemos miedo, Se equivoca, yo no lo tengo, a mi me
han entrenado para dominar el miedo en todas las circunstancias, y, además, por
naturaleza, no soy miedica, ni siquiera lo era de pequeño, remachó el agente,
seguro de sí, Siendo así, por qué no hacemos un experimento, propuso la mujer,
déjese conectar a la máquina y yo le hago las preguntas, Está loca, soy un
agente de la autoridad, la sospechosa es usted, no yo, O sea, que tiene miedo,
Ya le he dicho que no, Entonces conéctese a la máquina y muéstreme lo que es un
hombre y su verdad. El agente miró a la mujer, que sonreía, miró al técnico,
que se esforzaba por disimular una sonrisa, y dijo, Muy bien, una vez no son veces,
consiento en someterme al experimento. El técnico conectó los cables, apretó
las abrazaderas, ajustó las ventosas. Ya está preparado para comenzar, cuando
quieran. La mujer inspiró hondo, retuvo aire en los pulmones durante tres
segundos y soltó bruscamente la palabra, Blanco. No llegaba a ser una pregunta,
no pasaba de una exclamación, pero las agujas se movieron, rayaron el papel. En
la pausa que siguió las agujas no llegaron a parar por completo, siguieron
vibrando, haciendo pequeños trazos, como si fuesen ondulaciones causadas por
una piedra lanzada al agua. La mujer los miraba, no al hombre atado, y después,
sí, volviendo hacia él los ojos, preguntó en un tono de voz suave, casi tierno,
Dígame, por favor, si votó en blanco, No, no voté en blanco, nunca he votado ni
votaré en blanco en mi vida, respondió con vehemencia el hombre. Los
movimientos de las agujas fueron rápidos, precipitados, violentos. Otra pausa.
Entonces, preguntó el agente. El técnico tardaba en responder, el agente
insistió, Entonces, qué dice la máquina, La máquina dice que usted ha mentido,
respondió confuso el técnico, Es imposible, gritó el agente, he dicho la
verdad, no he votado en blanco, soy un profesional del servicio secreto, un
patriota que defiende los intereses de la nación, la máquina debe de estar
averiada, No se canse, no se justifique, dijo la mujer, creo que ha dicho la
verdad, que no ha votado en blanco ni votará, pero le recuerdo que no era de
eso de lo que se trataba, sólo pretendía demostrarle, y creo haberlo
conseguido, que no nos podemos fiar demasiado de nuestro cuerpo, La culpa ha
sido suya, me ha puesto nervioso, Claro, la culpa es mía, la culpa es de la eva
tentadora, pero a nosotros nadie nos pregunta si nos sentimos nerviosos cuando
nos vemos atados a ese artefacto, Lo que les pone nerviosos es la culpa, Quizá,
pero entonces vaya y dígale a su jefe por qué, siendo usted inocente de nuestras
maldades, se ha portado aquí como un culpable, No tengo que decirle nada a mi
jefe, lo que ha pasado aquí es como si nunca hubiera ocurrido, respondió el
agente. Después se dirigió al técnico, Deme ese papel, y ya sabe, silencio
absoluto si no quiere arrepentirse de haber nacido, Sí señor, quédese
tranquilo, mi boca no se abrirá, Yo tampoco diré nada, añadió la mujer, pero al
menos explíquele a su jefe que las astucias no le servirán de nada, que todos
nosotros seguiremos mintiendo cuando digamos la verdad, que seguiremos diciendo
la verdad cuando estemos mintiendo, como él, como usted, imagínese que le
hubiera preguntado si se quería acostar conmigo, qué respondería, qué diría la
máquina.
La frase favorita del ministro de defensa, Una
carga de profundidad lanzada contra el sistema, parcialmente inspirada en la
inolvidable experiencia de un histórico paseo submarino de media hora en aguas
mansas, comenzó a tomar cuerpo y a atraer las atenciones cuando los planes del
ministro del interior, a pesar de algún que otro pequeño éxito conseguido,
aunque sin significado apreciable en el conjunto de la situación, se mostraron
impotentes para llegar a lo fundamental, es decir, persuadir a los habitantes
de la ciudad, o, con más precisión denominadora, a los degenerados, a los
delincuentes, a los subversivos del voto en blanco, para que reconocieran sus
errores e implorasen la merced, al mismo tiempo penitencia, de un nuevo acto
electoral, al que, en el momento adecuado, acudirían en masa para purgar los
pecados de un desvarío que juraban que no volvería a repetirse. Se hizo
evidente para todo el gobierno, excepto para los ministros de justicia y de
cultura, ambos con sus dudas, la necesidad urgente de dar otra vuelta de
tuerca, teniendo en cuenta que la declaración de estado de excepción, del que
tanto se esperaba, no había producido ningún efecto perceptible en el sentido
deseado, por cuanto, no teniendo los ciudadanos de este país la saludable
costumbre de exigir el cumplimiento regular de los derechos que la constitución
les otorgaba, era lógico, incluso era natural que no hubiesen llegado a darse
cuenta de que se los habían suspendido. Se imponía, por consiguiente, la
implantación de un estado de sitio en serio, que no fuese sólo una cosa de
apariencias, con toque de queda, cierre de salas de espectáculos, intensivas
patrullas de fuerzas militares por las calles, prohibición de reuniones de más
de cinco personas, interdicción absoluta de entradas y salidas de la ciudad,
procediendo simultáneamente al levantamiento de las medidas restrictivas, si
bien que mucho menos rigurosas, todavía en vigor en el resto del país, para que
la diferencia de tratamiento, por ostensiva, tornara más pesada y explícita la
humillación que se infligía a la capital. Lo que pretendemos decirles, declaró
el ministro de defensa, a ver si lo entienden de una vez por todas, es que no
son dignos de confianza y que como tal tienen que ser tratados. Al ministro del
interior, forzado a encubrir sea como fuere los fracasos de sus servicios
secretos, le pareció bien la declaración inmediata de un estado de sitio y,
para demostrar que seguía con algunas cartas en la mano y que no se había
retirado del juego, informó al consejo de que, tras una exhaustiva
investigación, en íntima colaboración con la interpol, se había llegado a la
conclusión de que el movimiento anarquista internacional, Si es que existe para
algo más que para escribir gracietas en las paredes, se detuvo unos instantes a
la espera de las risas condescendientes de los colegas, después de lo cual, satisfecho
con ellos y consigo mismo, concluyó la frase, no tuvo ninguna participación en
el boicot electoral de que hemos sido víctimas, y que por tanto se trata de una
cuestión meramente interna, Con perdón por el reparo, dijo el ministro de
asuntos exteriores, ese adverbio, meramente, no me parece el más apropiado, y
debo recordar a este consejo que ya no son pocos los estados que me han
manifestado su preocupación por que lo que está sucediendo aquí pueda atravesar
las fronteras y extenderse como una nueva peste negra, Blanca, ésta es blanca,
corrigió con una sonrisa apaciguadora el jefe del gobierno, Y entonces, sí,
remató el ministro de asuntos exteriores, entonces podremos, con mucha más
propiedad, hablar de cargas de profundidad contra la estabilidad del sistema
político democrático, no simplemente, no meramente, en un país, este país, sino
en todo el planeta. El ministro del interior sentía que se le estaba escapando
el papel de figura principal a que los últimos acontecimientos le habían
habituado, y, para no perder pie del todo, después de haber agradecido y
reconocido con imparcial gallardía la justeza de los comentarios del ministro
de asuntos exteriores, quiso mostrar que también él era capaz de las más extremas
sutilezas de interpretación semiológica, Es interesante observar, dijo, cómo
los significados de las palabras se van modificando sin que nos apercibamos de
ello, cómo muchas veces las usamos para decir precisamente lo contrario de lo
que antes expresaban y que, en cierto modo, como un eco que se va perdiendo,
todavía siguen expresando, Ése es uno de los efectos del proceso semántico,
dijo desde el fondo el ministro de cultura, Y qué tiene eso que ver con los
votos blancos, preguntó el ministro de asuntos exteriores, Con los votos en
blanco, nada, pero con el estado de sitio, todo, corrigió triunfante el
ministro del interior, No entiendo, dijo el ministro de defensa, Es muy simple,
Será todo lo simple que usted quiera, pero no lo entiendo, Veamos, veamos qué
significa la palabra sitio, ya sé que la pregunta es retórica, no es necesario
que me respondan, todos sabemos que sitio significa cerco, significa asedio, no
es verdad, Como hasta ahora dos y dos han sido cuatro, Entonces, al declarar el
estado de sitio es como si estuviésemos diciendo que la capital del país se
encuentra sitiada, cercada, asediada por un enemigo, cuando la verdad es que
ese enemigo, si se me permite llamarlo de esta manera, está dentro, no fuera. Los
ministros se miraron unos a otros, el primer ministro se hizo el desentendido,
removió unos papeles. Pero el ministro de defensa iba a triunfar en la batalla
semántica, Hay otra manera de entender las cosas, Cuál, Que los habitantes de
la capital, al desencadenarse la rebelión, supongo que no exagero dando el
nombre de rebelión a lo que está sucediendo, fueron por eso justamente sitiados,
o cercados, o asediados, elija el término que más le agrade, a mi me resulta
indiferente, Pido licencia para recordarle a nuestro querido colega y al
consejo, dijo el ministro de justicia, que los ciudadanos que decidieron votar
en blanco no hicieron nada más que ejercer un derecho que la ley explícitamente
les reconoce, luego hablar de rebelión en un caso como éste, además de ser,
como supongo, una grave incorrección semántica, espero que me disculpen por
internarme en un terreno en el que no soy competente, es también, desde el
punto de vista legal, un completo despropósito, Los derechos no son
abstracciones, respondió el ministro de defensa secamente, los derechos se
merecen o no se merecen, y ellos no los merecen, el resto es hablar por hablar,
Tiene toda la razón, dijo el ministro de cultura, realmente los derechos no son
abstracciones, tienen existencia incluso cuando no son respetados, Lo que
faltaba, filosofías, Tiene algo contra la filosofía el ministro de defensa, Las
únicas filosofías que me interesan son las militares y aun así con la condición
de que nos conduzcan a la victoria, yo, queridos señores, soy un pragmático de
cuartel, mi lenguaje, les guste o no les guste, es al pan, pan y al vino, vino,
pero, ya puestos, para que no me miren como a un inferior en inteligencia,
apreciaré que se me explique, si no se trata de demostrar que un circulo puede ser
convertido en un cuadrado de área equivalente, cómo puede tener existencia un
derecho no respetado, Muy sencillo, señor ministro, ese derecho existe en
potencia en el deber de que sea respetado y cumplido, Con sermones cívicos, con
demagogias de éstas, lo digo sin ánimo de ofender, no vamos a ninguna parte,
estado de sitio sobre ellos y ya veremos si les duele o no les duele, Salvo si
el tiro nos sale por la culata, dijo el ministro de justicia, No veo cómo, Por
ahora tampoco yo, pero será sólo cuestión de esperar, nadie se había atrevido a
concebir que alguna vez, en algún lugar del mundo, pudiese suceder lo que ha
sucedido en nuestro país, y ahí lo tenemos, como si fuera un nudo ciego que no
se deja desatar, nos hemos reunido alrededor de esta mesa para tomar decisiones
que, pese a las propuestas presentadas aquí como remedio seguro para la crisis,
hasta ahora nada han conseguido, esperemos entonces, no tardaremos en conocer
la reacción de las personas al estado de sitio, No puedo quedarme callado después
de oír esto, estalló el ministro del interior, las medidas que adoptamos fueron
aprobadas por unanimidad por este consejo y, al menos que yo recuerde, ninguno
de los presentes sacó a debate diferentes y mejores propuestas, la carga de la
catástrofe, sí, lo llamaré catástrofe y lo llamaré carga, aunque a algunos de
los ministros les parezca una exageración mía y lo estén demostrando con ese
airecito de irónica suficiencia, la carga de la catástrofe, vuelvo a decir, la
hemos llevado, en primer lugar, como compete, el excelentísimo jefe de estado y
el señor primer ministro, y luego, con las responsabilidades inherentes a los
cargos que ocupamos, el ministro de defensa y yo mismo, en cuanto a los demás,
y estoy refiriéndome en particular al ministro de justicia y al ministro de
cultura, si en ciertos momentos tuvieron la bondad de iluminarnos con sus
luces, no he percibido ninguna idea que valiese la pena considerar durante más
tiempo que el empleado en escucharla, Las luces con que, según sus palabras,
alguna vez habré bondadosamente iluminado a este consejo, no eran mis luces,
eran las de la ley, nada más que de la ley, respondió el ministro de justicia, Y
en lo que atañe a mi humilde persona y a la parte que me cabe en esta generosa
distribución de tirones de oreja, dijo el ministro de cultura, con la miseria
de presupuesto que me dan, no se me puede exigir más, Ahora comprendo mejor el
porqué de esa inclinación suya hacia los anarquismos, disparó el ministro del
interior, más pronto o más tarde siempre acaba sacando su cantinela.
El
primer ministro había llegado al final de sus papeles. Tintineó suavemente con
la pluma en el vaso de agua, pidiendo atención y silencio, y dijo, No he
querido interrumpir el interesante debate, con lo cual, pese a la aparente distracción
que habrán podido observar, supongo que he aprendido bastante, porque, como por
experiencia debemos saber, no se conoce nada mejor que una buena discusión para
descargar las tensiones acumuladas, en particular en una situación con las características
que ésta no deja de exhibir, percatados como estamos de que es urgente hacer
algo y no sabemos qué. Hizo una pausa en el discurso, simuló consultar unas
notas, y continuó, Por tanto, ahora que ya se encuentran calmados, distendidos,
con los ánimos menos inflamados, podemos, por fin, aprobar la propuesta del
ministro de defensa, o sea, la declaración de estado de sitio durante un
periodo indeterminado y con efectos inmediatos a partir del momento en que se
haya hecho pública. Se oyó un murmullo de asentimiento más o menos general,
bien es verdad que con variantes de tono cuyo origen no fue posible
identificar, a pesar de que el ministro de defensa de un vistazo hiciera una
rápida incursión panorámica con el objetivo de sorprender cualquier discrepancia
o algún mitigado entusiasmo. El primer ministro prosiguió, Desgraciadamente, la
experiencia también nos ha enseñado que hasta las más perfectas y acabadas
ideas pueden fracasar cuando llega la hora de su ejecución, tanto por
vacilaciones de última hora, como por desajuste entre lo que se esperaba y lo
que realmente se obtuvo, o porque se deja escapar el dominio de la situación en
un momento crítico, o por una lista de mil otras razones posibles que no merece
la pena desmenuzar ni aqui tendriamos tiempo de examinar, por todo esto se hace
indispensable tener siempre preparada y pronta para ser aplicada una idea alternativa,
o complementaria de la anterior, que impida, como podría ocurrir en este caso,
la aparición de un vacio de poder, o lo que es peor, el poder en la calle, de
desastrosas consecuencias. Acostumbrados a la retórica del primer ministro,
tipo tres pasos al frente, dos a retaguardia, o como más popularmente se dice,
haciendo-como-que-andasin-andar, los ministros aguardaban impacientes la última
palabra, la postrera, la final, esa que daría explicación a todo. Esta vez no
sucedió así. El primer ministro se mojó nuevamente los labios, se los limpió
con un pañuelo blanco que sacó de un bolsillo interior de la chaqueta, parecía
que iba a consultar sus notas, pero las apartó en el último instante, y dijo,
Si los resultados de este estado de sitio acaban mostrándose por debajo de las
expectativas, es decir, si fueran incapaces de reconducir a los ciudadanos a la
normalidad democrática, al uso equilibrado, sensato, de una ley electoral que,
por imprudente desatención de los legisladores, deja las puertas abiertas a lo
que, sin temor a la paradoja, sería lícito clasificar como un uso legal
abusivo, entonces este consejo pasa a saber, desde ya, que el primer ministro
prevé la aplicación de otra medida que, a la par que refuerza en el plano
psicológico la que acabamos de tomar, me refiero, claro está, a la declaración
del estado de sitio, podría, estoy convencido, reequilibrar por sí misma el
perturbado fiel de la balanza política de nuestro país y acabar de una vez para
siempre con la pesadilla en que estamos sumidos. Nueva pausa, nuevo humedecimiento
de labios, nueva pasada de pañuelo por la boca, y siguió, Podría preguntárseme
por qué, siendo así, no la aplicamos ya en lugar de estar aquí perdiendo el
tiempo con un estado de sitio que de antemano sabemos que va a complicar
seriamente, en todos los aspectos, la vida de la gente de la capital, tanto la
de los culpables como la de los inocentes, sin duda la cuestión contiene algo
de pertinencia, pero existen factores importantes que no podemos dejar de tener
en consideración, algunos de naturaleza puramente logística, otros no,
resultando el principal efecto, que no es difícil imaginar traumático, de la
introducción súbita de esa medida extrema, por eso pienso que deberemos optar
por una secuencia gradual de acciones, siendo el estado de sitio la primera de
todas. El jefe de gobierno movió otra vez los papeles, pero no tocó el vaso de
agua. Aun comprendiendo la curiosidad que sienten, dijo, nada más adelantaré
sobre el asunto, salvo la información de que fui recibido esta mañana en
audiencia por su excelencia el presidente de la república, al que le expuse mi
idea y del que recibí entero e incondicional apoyo. A su tiempo sabrán el
resto. Ahora, antes de cerrar esta productiva reunión, les ruego a los señores
ministros, en especial a los de defensa e interior, sobre cuyos hombros pesará
la complejidad de las acciones destinadas a imponer y hacer cumplir la
declaración de estado de sitio, que pongan la mayor diligencia y su mayor
energía en este desiderátum. A las fuerzas militares y a las fuerzas
policiales, ya sea actuando en el ámbito de sus áreas específicas de
competencia, ya sea en operaciones conjuntas, y observando siempre un riguroso
respeto mutuo, evitando conflictos de precedencia que sólo perjudicarían el fin
que pretendemos, les cabe la patriótica tarea de reconducir hasta el redil a la
grey descarriada, si se me permite que use esta expresión tan querida por nuestros
antepasados y tan hondamente enraizada en nuestras tradiciones pastoriles. Y,
recuerden, deben hacerlo todo para que esos que, por ahora, sólo son nuestros
adversarios, no acaben transformándose en enemigos de la patria. Que dios les
acompañe y les guíe en la sagrada misión para que el sol de la concordia vuelva
a iluminar las conciencias y la paz restituya a la convivencia de nuestros
conciudadanos la armonía perdida.
A la
misma hora en que el primer ministro aparecía en televisión para anunciar el
establecimiento del estado de sitio invocando razones de seguridad nacional
resultantes de la inestabilidad política y social sobrevenida, consecuencia, a
su vez, de la acción de grupos subversivos organizados que reiteradamente
habían obstaculizado la expresión electoral popular, las unidades de infantería
y de la policía militar, apoyadas por tanques y otros carros de combate,
tomaban posiciones en todas las salidas de la capital y ocupaban las estaciones
de trenes. El aeropuerto principal, a unos veinticinco kilómetros al norte de
la ciudad, se encontraba fuera del área específica de control del ejército, y
por tanto seguiría funcionando sin más restricciones que las previstas en momentos
de alerta amarilla, lo que significaba que los turistas podrían continuar
paseándose y levantando el vuelo, pero los viajes de los naturales, aunque no
del todo prohibidos, se desaconsejaban firmemente, salvo circunstancias
especiales, a examinar caso por caso. Las imágenes de las operaciones
militares, con la fuerza imparable del directo, como decía el comentarista,
invadían las casas de los confusos habitantes de la capital. Ahí los oficiales
dando órdenes, ahí los sargentos gritando para hacerlas cumplir, y ahí los
zapadores instalando barreras, y ahí ambulancias, unidades de transmisión,
focos iluminando la carretera hasta la primera curva, olas de soldados saltando
de los camiones y tomando posiciones, armados hasta los dientes, y equipados
tanto para una dura batalla inmediata como para una larga campaña de desgaste.
Las familias cuyos miembros tenían sus ocupaciones de trabajo o de estudio en
la capital no hacían nada más que mover la cabeza ante la bélica demostración y
murmurar, Están locos, pero las otras, las que todas las mañanas mandaban a un
padre o a un hijo a la fábrica instalada en alguno de los polígonos
industriales que rodeaban la ciudad y que todas las noches esperaban recibirlos
de regreso, ésas se preguntaban cómo y de qué iban a vivir a partir de ahora,
si no estaba permitido salir, ni entrar se podía. Quizá den salvoconductos para
los que trabajen en la periferia, dijo un anciano hace tantos años jubilado que
todavía usaba el lenguaje de las guerras francoprusianas u otras de similar
veteranía. Sin embargo, no iba del todo desencaminado el avisado viejo, la
prueba es que al día siguiente las asociaciones empresariales se apresuraban a
dar a conocer al gobierno sus fundadas inquietudes, Aunque apoyando sin
reservas, y con un sentido patriótico a cubierto de cualquier duda, las
enérgicas medidas adoptadas por el gobierno, decían, como un imperativo de
salvación nacional que finalmente se opone a la acción deletérea de mal
encapotadas subversiones, nos permitimos, no obstante, y con el máximo respeto,
solicitar a las instancias competentes la concesión urgente de salvoconductos
para nuestros empleados y trabajadores, bajo pena, si tal providencia no fuera
puesta en práctica con la brevedad deseada, de graves e irreversibles
perjuicios para las actividades industriales y comerciales que desarrollamos,
con los consecuentes e inevitables daños para la economía nacional en su
totalidad. En la tarde de ese mismo día, un comunicado conjunto de los
ministerios de defensa, de interior y de economía vino a precisar, aunque
expresando la comprensión y la simpatía del gobierno para con las legítimas preocupaciones
de la patronal, que la eventual distribución de los salvoconductos solicitados
nunca podría efectuarse con la amplitud que deseaban las empresas, porque una
tal liberalidad por parte del gobierno inevitablemente haría peligrar la
solidez y la eficacia de los dispositivos militares encargados de la vigilancia
de la nueva frontera que rodeaba la capital. No obstante, como muestra de
apertura y disposición para obviar los peores inconvenientes, el gobierno admitía
la posibilidad de emitir salvoconductos a los gestores y a los cuadros técnicos
que fuesen declarados indispensables en el regular funcionamiento de las empresas,
siempre que éstas asumieran la responsabilidad, incluso desde el punto de vista
penal, de las acciones que, dentro y fuera de la ciudad, realizaran las
personas designadas para beneficiarse de tal regalía. En cualquier caso, esas
personas, de llegar a aprobarse el plan, tendrían que reunirse cada mañana de
día laborable en lugares a designar, para desde allí, en autobuses escoltados
por la policía, ser transportadas hasta las diversas salidas de la ciudad,
donde, a su vez, otros autobuses las llevarían a los establecimientos fabriles
o de servicio donde trabajasen y de donde, al final del día, deberían regresar.
Todos los gastos resultantes de estas operaciones, desde el flete de los
autobuses a la remuneración debida a la policía por los servicios de escolta,
correrían íntegramente a cargo de las empresas, aunque con alta probabilidad
serían deducibles de los impuestos, decisión esta que será tomada a su debido
tiempo, tras un estudio de viabilidad elaborado por el ministerio de hacienda.
Es de imaginar que las reclamaciones no pararon ahí. Es un dato básico de la
experiencia que las personas no viven sin comer ni beber, ahora bien,
considerando que la carne llega de fuera, el pescado llega de fuera, que de
fuera llegan las verduras, en fin que de fuera llega todo, lo que esta ciudad,
sola, producía o podía almacenar, no alcanzaría para sobrevivir ni una semana,
sería preciso organizar sistemas de abastecimiento más o menos similares a los
que proveerán de técnicos y gestores las empresas, aunque mucho más complejos,
dado el carácter perecedero de ciertos productos. Sin olvidar los hospitales y
las farmacias, los kilómetros de vendas, las montañas de algodones, las
toneladas de comprimidos, los hectolitros de inyectables, las gruesas de
preservativos. Y hay que pensar también en la gasolina y en el gasóleo,
transportarlo hasta las estaciones de servicio, salvo que a alguien del
gobierno se le ocurra la maquiavélica idea de castigar doblemente a los
habitantes de la capital, obligándolos a trasladarse a pie. Al cabo de pocos días
el gobierno ya había comprendido que un estado de sitio tiene mucha tela que
cortar, sobre todo cuando no se tiene verdaderamente
la intención de matar de hambre a los sitiados, como era práctica habitual en
el pasado remoto, que un estado de sitio no es cosa que se improvise así como así,
que es necesario saber muy bien hasta dónde se pretende llegar y cómo, medir
las consecuencias, evaluar las reacciones, ponderar los inconvenientes,
calcular las ganancias y las pérdidas, aunque no sea nada más que para evitar
el exceso de trabajo con que, de un día para otro, los ministerios se han
encontrado, desbordados por una inundación incontenible de protestas,
reclamaciones y solicitudes de aclaración, casi siempre sin saber qué respuesta
sería mejor en cada caso, porque las instrucciones de arriba sólo contemplaban
los principios generales del estado de sitio, con total desprecio por las
minucias burocráticas de los pormenores de ejecución, que es por donde el caos
invariablemente penetra. Un aspecto interesante de la situación, que la vena
satírica y la costilla burlona de los más graciosos de la capital no podían
dejar escapar, resultaba de la circunstancia de que el gobierno, siendo de
hecho y de derecho el sitiador, al mismo tiempo estaba sitiado, no sólo porque
sus salas y antesalas, despachos y pasillos, sus oficinas y archivos, sus
ficheros y sus sellos, estuvieran radicados en el meollo de la ciudad, y de
algún modo orgánicamente lo constituían, sino también porque unos cuantos de
sus miembros, por lo menos tres ministros, algunos secretarios y
subsecretarios, así como un par de directores generales, residían en los
alrededores, esto sin hablar de los funcionarios que todas las mañanas y todas
las tardes, en un sentido o en otro, tenían que tomar el tren, el metro o el
autobús si no disponían de transporte propio o no querían sujetarse a las
dificultades del tráfico urbano. Los chistes, que no siempre eran contados con
sigilo, exploraban el conocido tema del cazador cazado, pero no se remitían a
esa pueril inocencia, a ese humor de jardín infantil de la belle époque, también
creaban variantes caleidoscópicas, algunas radicalmente obscenas y, a la luz de
un elemental buen gusto, condenablemente escatológicas. Por desgracia, y con
esto quedaban demostrados una vez más el corto alcance y la debilidad
estructural de los sarcasmos, burlas, zumbas, guasas, chascarrillos, bromas y más
gracietas con que se pretendía herir al gobierno, ni el estado de sitio se
levantaba, ni los problemas de abastecimiento se resolvían.
Pasaron
los días, las dificultades iban creciendo sin parar, se agravaban y se
multiplicaban, brotaban bajo los pies como hongos después de la lluvia, pero la
firmeza moral de la población no parecía inclinada a rebajarse ni a renunciar a
aquello que había considerado justo y por eso lo expresó con su voto, el simple
derecho a no seguir ninguna opinión consensualmente establecida. Ciertos
observadores, por lo general corresponsales de medios de comunicación
extranjeros enviados a toda prisa para cubrir el acontecimiento, así se decía
en la jerga de la profesión, luego con poco conocimiento de las idiosincrasias
locales, comentaron con extrañeza la ausencia absoluta de conflictos entre las
personas, a pesar de que se hubieran realizado, y luego verificado como tales,
acciones de agentes provocadores que estarían intentando crear situaciones de
una inestabilidad tal que justificaran, ante los ojos de la denominada
comunidad internacional, el salto que hasta ahora no había sido dado, es decir,
pasar de un estado de sitio a un estado de guerra. Uno de los comentaristas
llevó su ansia de originalidad hasta el punto de interpretar el hecho como un
caso único, nunca visto en la historia, de unanimidad ideológica, lo que, de
ser verdad, haría de la población de la ciudad un interesantísimo caso de
monstruosidad política, digno de estudio. La idea era, a todas luces, un
perfecto disparate, nada tenía que ver con la realidad, aquí como en cualquier
otro lugar del planeta las personas son diferentes unas de otras, piensan
diferente, no son todas pobres ni todas ricas, y, en cuanto a las acomodadas,
unas lo son más, otras lo son menos. El único asunto en que, sin necesidad de debate
previo, estuvieron de acuerdo, ése ya lo conocemos, por tanto no merece la pena
marear la perdiz. Aun así, es lógico que se quiera saber, y la pregunta fue
realizada muchas veces, tanto por periodistas extranjeros como por nacionales,
por qué singulares motivos no se habían producido hasta ahora incidentes, bregas,
tumultos, desórdenes, escenas de pugilato o cosas peores, entre los que votaron
en blanco y los otros. La cuestión muestra sobradamente hasta qué punto son
importantes algunos conocimientos elementales de aritmética para el cabal
ejercicio de la profesión de periodista, hubiera bastado tener en cuenta que
las personas que votaron en blanco representaban el ochenta y tres por ciento
de la totalidad de la población y que el resto, bien sumado, no va más allá del
diecisiete por ciento, y eso sin olvidar la discutida tesis del partido de la
izquierda, la de que el voto en blanco y el suyo propio, hablando en metáfora,
son uña y carne, y que si los electores del pdi, esta conclusión ya es de
nuestra cosecha, no votaron todos en blanco, aunque es evidente que muchos lo
hicieron en la repetición del escrutinio, fue simplemente porque les faltó la
consigna. Nadie nos creería si dijéramos que diecisiete se enfrentaron a
ochenta y tres, el tiempo de las batallas ganadas con la ayuda de dios ya ha
pasado. Otra curiosidad lógica sería la de tratar de aclarar qué les ha
sucedido a las quinientas personas retenidas de las filas electorales por los
espías del ministerio del interior, aquellas que sufrieron después tormentosos
interrogatorios y tuvieron que padecer la agonía de ver sus secretos más íntimos
desvelados por el detector de mentiras, y también, segunda curiosidad, qué
estarán haciendo los agentes especializados de los servicios secretos y sus
auxiliares de graduación inferior. Acerca del primer punto no tenemos nada más
que dudas y ninguna posibilidad de resolverlas. Hay quien dice que los
quinientos reclusos continúan, de acuerdo con el conocido eufemismo policial,
colaborando con las autoridades para el esclarecimiento de los hechos, otros
afirman que están siendo puestos en libertad, aunque poco a poco para no llamar
demasiado la atención, pero los más escépticos defienden la versión de que se
los han llevado a todos fuera de la ciudad, que se encuentran en paradero
desconocido y que los interrogatorios, pese a los nulos resultados obtenidos
hasta ahora, continúan. Vaya usted a saber quién tiene la razón. En cuanto al
segundo punto, el de qué estarán haciendo los agentes de los servicios
secretos, ahí nos sobran las certezas. Como otros honrados y dignos
trabajadores, todas las mañanas salen de sus casas, se patean la ciudad de una
punta a otra, en busca de indicios y, cuando les parece que el pez está
dispuesto a picar, experimentan una táctica nueva, que consiste en dejarse de
circunloquios y preguntar de sopetón a quienes les escuchan, Hablemos
francamente, como amigos, yo voté en blanco, y usted. Al principio, los
interpelados se limitaban a ofrecer las respuestas habituales, que nadie puede
ser obligado a revelar su voto, que ninguna autoridad puede preguntar sobre ese
punto, y si alguna vez alguno de ellos tuvo la ocurrencia de exigir al curioso
impertinente que se identificase, que declarase allí mismo en nombre de qué
poder y autoridad hacía la pregunta, entonces se asistía al regalador
espectáculo de ver a un agente del servicio secreto bajar la cabeza y retirarse
con el rabo entre las piernas, porque, claro está, en ninguna cabeza cabe la
idea de que el agente se atreva a abrir la cartera para mostrar el carnet que,
con fotografía, sello y franja con los colores de la bandera, como a tal lo
acreditaba. Pero esto, como dijimos, fue al principio. A partir de cierto
momento, comenzó a correr la voz popular de que la mejor actitud, en
situaciones de esta índole, era no prestar atención a los preguntadores, darles
simplemente la espalda, o, en casos extremos de insistencia, exclamar alto y
claro, No me moleste, si no se prefiere, todavía más simplemente, y con más eficacia
resolutiva, mandarlos a la mierda. Como era de esperar, los partes que los
agentes de la secreta entregaban a sus superiores camuflaban estos desaires, escamoteaban
estos reveses, contentándose con insistir en la obstinada y sistemática
ausencia de espíritu de colaboración de que el sector sospechoso de la población
seguía dando pruebas. Podría pensarse que este orden de cosas había llegado a
un punto similar al de dos luchadores de igual fuerza, uno empujando aquí, otro
empujando allí, que si bien es verdad que no levantan el pie de donde lo tienen
puesto, tampoco logran avanzar ni un dedo, de modo que sólo el agotamiento
final de uno de ellos acabará entregándole la victoria al otro. En opinión del
principal y más directo responsable de los servicios secretos, el empate se rompería
rápidamente si uno de los luchadores recibiese la ayuda de otro luchador, lo
que, en esta situación concreta, se conseguiría abandonando, por inútiles, los
procesos persuasivos hasta entonces empleados y adoptando sin ninguna reserva
métodos disuasivos que no excluyesen el uso de la fuerza bruta. Si la capital
se encuentra, por sus repetidas culpas, sometida al estado de sitio, si a las
fuerzas militares compete imponer la disciplina y proceder en consecuencia en
caso de alteración grave del orden social, si los altos mandos asumen la
responsabilidad, bajo palabra de honor, de no dudar cuando llegue la hora de
tomar decisiones, entonces los servicios secretos se encargarán de crear los focos
de agitación adecuados que justifiquen a priori la severidad de una represión
que el gobierno, generosamente, ha deseado, por todos los medios pacíficos y,
repítase la palabra, persuasivos, evitar. Los insurrectos no podrán venir luego
con quejas, así lo quieren, así lo tienen. Cuando el ministro del interior
llevó esta idea al gabinete restringido, o de crisis, que mientras tanto se
había formado, el primer ministro le recordó que aún disponía de un arma para
resolver el conflicto y que sólo en el improbable caso de que fallara tomaría
en consideración no sólo el nuevo plan, sino otros que pudieran ir surgiendo.
Si fue lacónicamente, en cuatro palabras, como el ministro del interior expreso
su desacuerdo, Estamos perdiendo el tiempo, el ministro de defensa usó más
palabras para garantizar que las fuerzas militares sabrían cumplir con su
deber, Como siempre han hecho, sin mirar sacrificios, a lo largo de nuestra
historia. La delicada cuestión quedó por may, el fruto aún no parecía estar maduro.
Entonces el otro luchador, harto de esperar, arriesgó un paso al frente. Una
mañana las calles de la capital aparecieron invadidas de gente que llevaba en
el pecho pegatinas, rojo sobre negro, con las palabras, Yo voté en blanco, de
las ventanas pendían grandes carteles que declaraban, negro sobre rojo,
Nosotros votamos en blanco, pero lo más visible de todo, lo que se agitaba y
avanzaba sobre las cabezas de los manifestantes, era un río interminable de
banderas blancas que confundió a un corresponsal despistado hasta el punto de
telefonear a su periódico para informar de que la ciudad se había rendido. Los
altavoces de los coches de la policía se desgañitaban berreando que no estaban permitidas
reuniones de más de cinco personas, pero las personas eran cincuenta,
quinientas, cinco mil, cincuenta mil, quién, en una situación de éstas, se va a
poner a contar de cinco en cinco. El comandante de la policía quería saber si
podía usar los gases lacrimógenos y cargar con las tanquetas de agua, el
general de la división norte si lo autorizaban a mandar el avance de los
tanques, el general de la división sur, aerotransportada, si habría condiciones
para lanzar a los paracaidistas, o si, por el contrario, el riesgo de que
cayeran sobre los tejados lo desaconsejaba. La guerra estaba a punto de
estallar.
Fue
entonces cuando el primer ministro, ante el gobierno reunido en pleno y el jefe
del estado presidiéndolo, reveló su plan, Ha llegado la hora de partirle el
espinazo a la resistencia, dijo, dejémonos de acciones psicológicas, de
maniobras de espionaje, de detectores de mentiras y otros artilugios
tecnológicos, puesto que, a pesar de los meritorios esfuerzos del ministro del
interior, ha quedado demostrada la incapacidad de esos medios para resolver el
problema, añado que también considero inadecuada la utilización de las fuerzas
militares por el inconveniente más que probable de una mortandad que es nuestra
obligación evitar sean cuales sean las circunstancias, en contrapartida a todo
esto lo que traigo aquí es nada más y nada menos que una propuesta de retirada
múltiple, un conjunto de acciones que algunos tal vez consideren absurdas, pero
que tengo la certeza de que nos conducirán a la victoria total y al regreso de
la normalidad democrática, a saber, y por orden de importancia, la retirada
inmediata del gobierno a otra ciudad, que pasará a ser la nueva capital del
país, la retirada de todas las fuerzas del ejército allí establecidas, la
retirada de todas las fuerzas policiales, con esta acción radical la ciudad insurgente
quedará entregada a sí misma, tendrá todo el tiempo que necesite para
comprender lo que cuesta ser segregada de la sacrosanta unidad nacional, y
cuando no pueda aguantar más el aislamiento, la indignidad, el desprecio,
cuando la vida dentro se convierta en un caos, entonces sus habitantes
culpables vendrán hasta nosotros con la cabeza baja implorando nuestro perdón.
El primer ministro miró alrededor, Éste es mi plan, dijo, lo someto a examen y
a discusión y, excusado sería decirlo, cuento con que sea aprobado por todos,
los grandes males piden grandes remedios, y si es cierto que el remedio que
propongo es doloroso, el mal que nos ataca es simplemente mortal.
Con palabras al alcance de la inteligencia de las
clases menos ilustradas, pero no del todo inconscientes de la gravedad y
diversidad de los males de toda especie que amenazan la ya precaria
supervivencia del género humano, lo que el primer ministro había propuesto era,
ni más ni menos, huir del virus que afectaba a la mayor parte de los habitantes
de la capital y que, como lo peor siempre está esperando tras la puerta, tal
vez acabase infectando al resto y hasta incluso, quién sabe, a todo el país. No
es que él mismo y el gobierno en su conjunto recelaran de ser contaminados por
la picadura del insecto subversor, aunque de sobra hemos visto algunos choques
personales y ciertas ligerísimas diferencias de opinión, en todo caso
incidiendo más sobre los medios que sobre los fines, ya que hasta ahora se ha
mantenido inquebrantable la cohesión institucional entre los políticos responsables
de la gestión de un país sobre el que, sin decir agua va, ha caído una
calamidad nunca vista en la larga y desde siempre dificultosa historia de los
pueblos conocidos. Al contrario de lo que ciertamente pensarán y habrán puesto
en circulación algunos malintencionados, no se trataba de una fuga cobarde,
sino de una jugada estratégica de primer orden, sin paralelo en audacia, cuyos
resultados prospectivos casi se podían alcanzar con la mano, como un fruto en
el árbol. Ahora sólo faltaba que, para la perfecta coronación de la obra, la
energía empleada en la realización del plan estuviera a la altura de la firmeza
de los propósitos. En primer lugar, hay que decidir quién saldrá de la ciudad y
quién se quedará. Saldrán, claro está, su excelencia el jefe de estado y todo
el gobierno hasta el nivel de subsecretarios, acompañados por sus asesores más
cercanos, saldrán los diputados de la nación para que no se vea interrumpida la
producción legislativa, saldrán las fuerzas del ejército y de la policía, incluyendo
la de tráfico, pero el consistorio municipal permanecerá en bloque con su
respectivo presidente, permanecerán las corporaciones de bomberos, no se vaya a
abrasar la ciudad por algún descuido o acto de sabotaje, también permanecerán
los servicios de limpieza urbana para evitar epidemias, y obviamente se
garantizarán el abastecimiento de agua y de energía eléctrica, esos bienes
esenciales a la vida. En cuanto a la comida, un grupo de especialistas en
alimentación, también llamados nutricionistas, fueron encargados de elaborar
una lista de menús mínimos que, sin sujetar a la población a una dieta de
hambre, le hiciese sentir que un estado de sitio llevado hasta las últimas consecuencias
no es lo mismo que unos días de vacaciones en la playa. Además, el gobierno
estaba convencido de que las cosas no llegarían tan lejos. No pasarían muchos
días antes de que se presentaran en cualquier puesto militar de la salida de la
capital los habituales negociadores enarbolando la bandera blanca, la de la
rendición incondicional, no la de la insurgencia, que el hecho de que una y
otra tengan el mismo color es una coincidencia realmente notable acerca de la
cual, por ahora, no nos detendremos a reflexionar, pero más adelante se verá si
hay motivos suficientes para que regresemos a ella.
Después
de la reunión plenaria del gobierno, de la que suponemos haber hecho suficiente
referencia en las últimas páginas del capítulo anterior, el gabinete
ministerial restringido, o de crisis, discutió y adoptó un ramillete de
decisiones que a su tiempo serán traídas a la luz, si el desarrollo de los
sucesos, entre tanto, como creemos haber advertido en otra ocasión, no las
acaba convirtiendo en nulidades u obliga a sustituirlas por otras, pues, como
conviene tener siempre presente, si es cierto que el hombre pone, dios es quien
dispone, y no han sido pocas las ocasiones, nefastas casi todas, en que los
dos, de acuerdo, dispusieron juntos. Una de las cuestiones más encendidamente
discutidas fue el procedimiento de retirada del gobierno, cuándo y cómo debería
realizarse, con discreción o sin ella, con o sin imágenes de televisión, con o
sin bandas de música, con guirnaldas en los coches o no, llevando o no la
bandera nacional agitándose sobre el guardabarros, y un nunca acabar de
pormenores para los que fue necesario recurrir una y muchas veces al protocolo
de estado, que jamás, desde la fundación de la nacionalidad, se había visto en
semejantes apuros. El plan de retirada que finalmente se aprobó era una obra maestra
de acción táctica, que consistía básicamente en una bien estudiada dispersión
de los itinerarios para dificultar al máximo las concentraciones de
manifestantes acaso movilizados para expresar el disgusto, el descontento o la
indignación de la capital por el abandono a que iba a ser sentenciada. Habría
un itinerario exclusivo para el jefe de estado, pero también para el primer
ministro y para cada uno de los miembros del gabinete ministerial, un total de
veintisiete recorridos diferentes, todos bajo la protección del ejército y de
la policía, con carros antidisturbios en las encrucijadas y ambulancias al
final de las caravanas, por lo que pudiera suceder. El mapa de la ciudad, un
enorme panel iluminado sobre el que se trabajó aplicadamente durante cuarenta y
ocho horas, con la participación de mandos militares y policiales
especializados en rastreos, mostraba una estrella roja de veintisiete brazos,
catorce mirando al hemisferio norte, trece apuntando al hemisferio sur, con un
ecuador que dividía la capital en dos mitades. Por esos brazos se deberían
encaminar los negros automóviles de las entidades oficiales, rodeados de
guardaespaldas y walki-talkis, vetustos aparatos todavía usados en este país,
pero ya con un presupuesto aprobado para su modernización. Todas las personas
que entraban en las diversas fases de la operación, cualquiera que fuera su
grado de participación, tuvieron que jurar silencio absoluto, primero con la
mano derecha sobre los evangelios, después sobre la constitución encuadernada en
cuero azul, rematando el doble compromiso con un juramento de los fuertes,
recuperado de la tradición popular, Que el castigo, si a este juramento falto,
caiga sobre mi cabeza y sobre la cabeza de mis descendientes, hasta la cuarta
generación. Así sellado el sigilo, se marcó la fecha para dos días después. La
hora de la salida, simultánea, es decir, la misma para todos, sería las tres de
la madrugada, cuando sólo los insomnes graves dan vueltas en la cama y hacen
promesas al dios hipnosis, hijo de la noche y hermano gemelo de tánatos, para
que les auxilie en la aflicción, derramando sobre sus pesados párpados el suave
bálsamo de las adormideras. Durante las horas que todavía faltaban, los espías,
de regreso en masa al campo de operaciones, no iban a hacer otra cosa que
patearse en todos los sentidos las plazas, avenidas, calles y callejones de la
ciudad, oyendo disimuladamente el pulso de la población, sondeando designios
apenas ocultos, juntando palabras oídas aquí y allí para intentar percibir si
había trascendido alguna de las decisiones tomadas en el consejo de ministros,
en particular sobre la inminente retirada del gobierno, porque un espía
realmente digno de ese nombre tiene la obligación de cumplir como principio
sagrado, como regla de oro, como decreto ley, no fiarse nunca de juramentos,
vengan de donde vengan, aunque hayan sido hechos por la propia madre que les
dio el ser, y menos todavía cuando en vez de un juramento tuvieron que ser dos,
y todavía menos cuando en vez de dos fueron tres. En este caso, sin embargo, no
hubo más remedio que reconocer, aunque con cierto sentimiento de frustración
profesional, que el secreto oficial había sido bien guardado, convencimiento
empírico con el que estuvo de acuerdo el sistema informático central del ministerio
del interior, el cual, tras mucho exprimir, filtrar y combinar, barajando y
volviendo a barajar los miles de fragmentos de conversaciones captadas, no
encontró ni una señal equívoca, ni un indicio sospechoso, la punta mínima de un
hilo capaz de traer en el otro extremo, al tirar, cualquier funesta sorpresa.
Los mensajes despachados por los servicios secretos al ministerio del interior
eran, de modo soberano, tranquilizadores, pero no solamente ésos, también los
que la eficiente inteligencia militar, investigando por su cuenta y a espaldas
de sus competidores civiles, iba remitiendo a los coroneles de la información y
de la psico reunidos en el ministerio de defensa, podrían coincidir con los
primeros en esa expresión que la literatura ha convertido en clásica, Nada
nuevo en el frente occidental, excepto, claro está, el soldado que acaba de
morir. Desde el jefe del estado hasta el último de los asesores no hubo quien
no dejara escapar del pecho un suspiro de alivio. Gracias a dios, la retirada
iba a hacerse tranquilamente, sin causar excesivos traumas a una población por
ventura ya arrepentida, en parte, de un comportamiento sedicioso a todas luces
inexplicable, pero que, a pesar de eso, en una muestra de civismo digna de todo
encomio que auguraba mejores días, no parecía tener la intención de hostigar,
tanto con actos o con palabras, a sus legítimos gobernantes y representantes en
este momento de dolorosa, aunque indispensable, separación. Así concluían todos
los informes y así sucedió.
A las
dos y media de la madrugada ya toda la gente estaba dispuesta a soltar las
amarras que la prendían al palacio del presidente, al palacete del jefe de
gobierno y a los diversos edificios ministeriales. Alineados a la espera los
resplandecientes automóviles negros, defendidas las furgonetas de los archivos
por guardias de seguridad armados hasta los dientes, que podían escupir dardos
envenenados por increíble que parezca, en posición los batidores de la policía,
en alerta las ambulancias, y dentro, en los despachos, abriendo y cerrando
todavía las últimas vitrinas y gavetas, los gobernantes fugitivos, o
desertores, a quien en estilo elevado deberíamos llamar prófugos, compungidos
recogían los últimos recuerdos, una fotografía de grupo, otra con dedicatoria,
un rizo, una estatua de la diosa de la felicidad, un lapicero de la época escolar,
un cheque devuelto, una carta anónima, un pañuelito bordado, una llave
misteriosa, una pluma en desuso con el nombre grabado, un papel comprometedor,
otro papel comprometedor, pero éste para el colega de la sección de al lado.
Unas cuantas personas de éstas al borde de las lágrimas, hombres y mujeres que
apenas conseguían dominar la emoción, se preguntaban si algún día regresarían a
los lugares queridos que fueron testimonio de su ascensión en la escala
jerárquica, otras, a quienes los hados no ayudaron tanto, soñaban, pese a los
desengaños e injusticias, con mundos diferentes y nuevas oportunidades que los
colocasen, finalmente, en el lugar merecido. A las tres menos cuarto, cuando a
lo largo de los veintisiete recorridos las fuerzas del ejército y de la policía
se encontraban estratégicamente distribuidas, sin olvidar los carros
antidisturbios que dominaban los cruces principales, fue dada la orden de
reducir la intensidad de la iluminación pública en toda la capital como manera
de cubrir la retirada, por mucho que nos choque la crudeza de la expresión. En
las calles por donde los automóviles y los camiones tendrían que pasar no se
veía ni un alma, ni una sola, vestida de paisano. En cuanto al resto de la
ciudad no variaban las informaciones continuamente recibidas, ningún grupo,
ningún movimiento sospechoso, los noctívagos que se recogían en sus casas o de
ellas habían salido no parecían gente de temer, no llevaban banderas al hombro
ni disimulaban botellas de gasolina con la punta de un trapo saliendo por el
gollete, no hacían molinetes con cachiporras o cadenas de bicicleta, y si de
alguien se podría jurar que no iba por el camino recto, eso no habría que
atribuirlo a desvíos de carácter político y sí a disculpables excesos
alcohólicos. A las tres menos tres minutos los motores de los vehículos que
acompañaban las caravanas fueron puestos en marcha. A las tres en punto, como
estaba previsto, comenzó la retirada. Entonces,
oh sorpresa, el asombro, el prodigio nunca visto, primero el desconcierto y la
perplejidad, después la inquietud, después el miedo, clavaron sus garras en las
gargantas del jefe de estado y del jefe de gobierno, de los ministros,
secretarios y subsecretarios, de los diputados, de los guardias de seguridad de
las furgonetas, de los batidores de la policía, y hasta, si bien en menor
grado, del personal de las ambulancias, por profesión habituados a lo peor. A
medida que los automóviles iban avanzando por las calles, se encendían en las
fachadas, una tras otra, de arriba abajo, las bombillas, las lámparas, los
focos, las linternas, los candelabros si los había, tal vez algún viejo candil
de latón de tres picos, de esos que se alimentaban con aceite, todas las ventanas
abiertas y desbordando, a chorros, un río de luz como una inundación, una
multiplicación de cristales hechos de lumbre blanca, señalando el camino,
apuntando la ruta de la fuga a los desertores para que no se pierdan, para que
no se extravíen por atajos. La primera reacción de los responsables de la
seguridad de los convoyes fue dejar de lado todas las cautelas, ordenar que se
pisaran los aceleradores a fondo, doblar la velocidad, y así se comenzó a
hacer, con la alegría irreprimible de los motoristas oficiales, quienes, como
es universalmente conocido, detestan ir a paso de buey cuando llevan doscientos
caballos en el motor. No les duró la carrera. La decisión, por brusca, por
precipitada, como todas las que son fruto del miedo, dio origen a que,
prácticamente en todos los recorridos, un poco más adelante o un poco más
atrás, se produjeran pequeñas colisiones, en general era el automóvil de detrás
chocando contra el que le precedía, afortunadamente sin consecuencias de mayor
gravedad para los pasajeros, fue un sobresalto y poco más, un hematoma en la
cabeza, un arañazo en la cara, un tirón en el cuello, nada que justifique
mañana una medalla por lesiones, cruz de guerra, corazón púrpura o cualquier
engendro similar. Las ambulancias se adelantaron, dispuestos el personal médico
y el de enfermería para atender a los heridos, la confusión era enorme,
deplorable en todos los aspectos, detenidas las caravanas, llamadas telefónicas
pidiendo información sobre lo que estaba pasando en otros recorridos, alguien
exigiendo brazos en alto que le comunicaran la situación concreta, y para colmo
estas hileras de edificios iluminados como árboles de navidad, sólo faltan los
fuegos artificiales y los tiovivos, menos mal que nadie se asoma a las ventanas
para disfrutar con el espectáculo que la calle ofrece gratis, riéndose,
haciendo burla, señalando con el dedo los coches abollados. Subalternos de
vista corta, de esos para quienes sólo importa el instante de ahora, como son
casi todos, ciertamente pensarían así, lo pensarían también, tal vez, unos
cuantos subsecretarios y asesores de escaso futuro, pero nunca jamás un primer
ministro, y menos todavía uno tan previsor como ha resultado ser éste. Mientras
el médico le limpiaba la barbilla con un antiséptico y se preguntaba para sus
adentros si no se estaría excediendo al aplicarle al herido una inyección
antitetánica, el jefe de gobierno le daba vueltas a las inquietudes que le
sacudían el espíritu desde que los primeros edificios se iluminaron. Sin duda
era caso para desconcertar al más flemático de los políticos, sin duda era inquietante,
turbador, pero peor, mucho peor era no ver a nadie en las ventanas, como si las
caravanas oficiales estuviesen huyendo ridículamente de la nada, como si las
fuerzas del ejército y de la policía, los vehículos antidisturbios, incluidos
los de agua, hubieran sido despreciados por el enemigo y ahora no tuviesen a
quién combatir. Todavía un poco atontado por el choque, pero ya con el adhesivo
colocado en la barbilla y tras rechazar con estoica impaciencia la inyección
antitetánica, el primer ministro recordó de súbito que su primera obligación
era telefonear al jefe del estado, preguntarle cómo se encontraba, interesarse
por la salud de su presidencial persona, y tenía que hacerlo ahora mismo, sin
más pérdida de tiempo, no fuese a ocurrir que él, con maliciosa astucia política,
se le anticipara, Y me sorprendería con los pantalones bajados, murmuró sin
pensar en el significado literal de la frase. Le pidió al secretario que
hiciera la llamada, otro secretario respondió, el secretario de aquí dijo que
el señor primer ministro deseaba hablar con el señor presidente, el secretario
de allí dijo un momento por favor, el secretario de aquí le pasó el teléfono al
primer ministro, y este, como competía, esperó, Cómo van las cosas por ahí,
preguntó el presidente, Unas cuantas chapas abolladas, nada importante,
respondió el primer ministro, Pues por aquí, nada, No ha habido colisiones,
Sólo unos pequeños envites, Sin gravedad, espero, Sí, estos blindajes son a
prueba de bomba, Lamento que me obligue a recordarle, señor presidente, que
ningún blindaje de automóvil es a prueba de bomba, No necesita decírmelo,
siempre habrá una lanza para una coraza, siempre habrá una bomba para un
blindaje, Está herido, Ni un arañazo. La cara de un oficial de la policía
apareció en la ventanilla del coche, hizo señal de que el viaje podía
proseguir, Ya estamos otra vez en marcha, informó el primer ministro, Aquí casi
no llegamos a parar, respondió el jefe de estado, Señor presidente, una
palabra, Diga, No puedo esconderle que me siento preocupado, ahora mucho más
que el día de las primeras elecciones, Por qué, Estas luces que se encienden a
nuestro paso y que, con toda probabilidad, van a seguir encendiéndose durante
el resto del camino, hasta que salgamos de la ciudad, la ausencia absoluta de
personas, mire que no se distingue ni una sola alma en las ventanas o en las
calles, es extraño, muy extraño, comienzo a pensar que tendré que admitir lo
que hasta ahora negaba, que hay una intención detrás de todo esto, una idea, un
objetivo pensado, las cosas están pasando como si la población obedeciera un
plan, como si hubiese una coordinación central, No lo creo, usted querido
amigo, sabe mejor que yo que la teoría de la conspiración anarquista no tiene
por dónde agarrarse, y que la otra teoría, la de que un estado extranjero
malvado está empeñado en una acción desestabilizadora contra nuestro país, no
vale más que la primera, Creíamos tener la situación completamente controlada,
que éramos dueños y señores de la situación, y al final nos salen al camino con
una sorpresa que ni el más pintado parecía capaz de imaginar, un perfecto golpe
teatral, tengo que reconocerlo, Qué piensa hacer, De momento, seguir con el
plan que elaboramos, si las circunstancias futuras aconsejaran introducir
alteraciones sólo lo haremos después de un examen exhaustivo de los nuevos
datos, sea como fuere, en cuanto a lo fundamental, no preveo que tengamos que
efectuar ningún cambio, Y en su opinión lo fundamental es, Lo discutimos y llegamos
a un acuerdo, señor presidente, aislar a la población, dejarlos que cuezan a
fuego lento, más pronto o más tarde es inevitable que comiencen a surgir conflictos,
los choques de intereses sucederán, la vida cada vez será más difícil, en poco
tiempo la basura invadirá las calles, señor presidente, cómo se pondrá todo si
las lluvias vuelven, y, tan seguro como que soy primer ministro, habrá graves
problemas en el abastecimiento y distribución de los alimentos, nosotros nos
encargaremos de crearlos si resulta conveniente, Cree entonces que los
ciudadanos no podrán resistir mucho tiempo, Así es, además, hay otro factor
importante, tal vez el más importante de todos, Cuál, Por mucho que se haya
intentado y se siga intentando, nunca se conseguirá que la gente piense de la
misma manera, Esta vez se diría que si, Demasiado perfecto para ser verdadero,
señor presidente, Y si existe realmente por ahí
como ha admitido hace unos instantes, una organización secreta, una
mafia, una camorra, una cosa nostra, una cía o un kgb, La cía no es secreta,
señor presidente, y el kgb ya no existe, La diferencia no es muy grande, pero
imaginemos algo así, o todavía peor, si es posible, más maquiavélico, inventado
ahora para crear esta casi unanimidad alrededor de, si quiere que le diga, no
sé bien de qué, Del voto en blanco, señor presidente, del voto en blanco, Hasta
ahí soy capaz de llegar por mi propia cuenta, lo que me interesa es lo que no
sé, No dudo, señor presidente, Siga, por favor, Aunque esté obligado a admitir,
en teoría, siempre en teoría, la posibilidad de la existencia de una
organización clandestina contra la seguridad del estado y contra la legitimidad
del sistema democrático, eso no se hace sin contactos, sin reuniones, sin
cédulas, sin proselitismos, sin papeles, sí, sin papeles, usted sabe que en
este mundo es totalmente imposible hacer algo sin papeles, y nosotros además de
no tener ni una sola información sobre actividades como las que le acabo de
mencionar, tampoco hemos encontrado ni una simple hoja de agenda que diga, por
lo menos, Adelante, compañeros, le jour de gloire est arrivé, No comprendo por
qué tendría que ser en francés, Por aquello de la tradición revolucionaria,
señor presidente, Qué extraordinario país este nuestro donde suceden cosas
nunca antes vistas en ninguna parte del planeta, No necesito recordarle, señor
presidente, que no es la primera vez, Precisamente a eso me refería, querido
primer ministro, Es evidente que no hay la menor probabilidad de relación entre
los dos acontecimientos, Es evidente que no, la única cosa que tienen en común
es el color, Para el primero no se ha encontrado una explicación hasta hoy, Y
para éste tampoco la tendremos, Ya veremos, señor presidente, ya veremos, Si no
nos damos antes con la cabeza en la pared, Tengamos confianza, señor
presidente, la confianza es fundamental, En qué, en quién, dígame, En las
instituciones democráticas, Querido amigo, reserve ese discurso para la
televisión, aquí sólo nos oyen los secretarios, podemos hablar con claridad. El
primer ministro cambió de conversación. Ya estamos saliendo de la ciudad, señor
presidente, Por este lado también, Mire para atrás, señor presidente, por favor,
Para qué, Las luces, Qué tienen las luces, Siguen encendidas, nadie las ha
apagado, Y qué conclusión quiere que saque de estas luminarias, No lo sé bien,
señor presidente, lo lógico sería que las fuesen apagando a medida que avanzamos,
pero no, ahí están, imagino que desde el aire parecerán una enorme estrella de
veintisiete brazos, Por lo visto, tengo un primer ministro poeta, No soy poeta,
pero una estrella es una estrella es una estrella, nadie lo puede negar, señor
presidente, Y ahora qué vamos a hacer, El gobierno no se va a cruzar de brazos,
todavía no se nos han acabado las municiones, todavía tenemos flechas en la
aljaba, Espero que la puntería no le falle, Sólo necesitaré tener al enemigo a
mi alcance, Pero ése es precisamente el problema, no sabemos dónde está el
enemigo, ni siquiera sabemos quién es, Aparecerá, señor presidente, es cuestión
de tiempo, no pueden permanecer escondidos eternamente, Que no nos falte el
tiempo, Encontraremos una solución, Ya estamos llegando a la frontera,
seguiremos la conversación en mi despacho, venga luego, sobre las seis de la
tarde, De acuerdo, señor presidente, allí estaré.
La frontera era igual en todas las salidas de la ciudad, una
compleja barrera móvil, un par de tanques, cada uno a un lado de la carretera,
unos cuantos barracones, y soldados armados con uniformes de campaña y con las
caras pintadas. Focos potentes iluminaban el plató. El presidente salió del
automóvil, retribuyó con un gesto civil y medio displicente el impecable saludo
del oficial jefe, y preguntó, Cómo van las cosas por aquí, Sin novedad, calma
absoluta, señor presidente, Alguien ha intentado salir, Negativo, señor
presidente, Supongo que se referirá a vehículos motorizados, bicicletas,
carros, patinetes, Vehículos motorizados, sí señor presidente, Y personas a pie,
Ni una para muestra, Claro que ya habrá pensado que los fugitivos no vendrán por
la carretera. Sí señor presidente, de todas maneras no conseguirán pasar,
aparte de las patrullas convencionales que vigilan la mitad de la distancia que
nos separa de las dos salidas más próximas, a un lado y a otro, disponemos de
sensores electrónicos que serían capaces de dar la alarma por un ratón si los
regulamos para detectar pequeños cuerpos, Muy bien, conoce seguramente lo que
se dice en estas ocasiones, la patria os contempla, Sí señor presidente,
tenemos consciencia de la importancia de la misión, Supongo que habrán recibido
instrucciones en caso de que haya tentativas de salidas en masa, Sí señor
presidente, Cuáles son, Primero, dar la voz de alto, Eso es obvio. Sí señor presidente, Y si no hacen caso, Si
no hacen caso, disparamos al aire, Y si a pesar de eso avanzan, Entonces
intervendrá la sección de la policía antidisturbios que nos ha sido asignada,
Que actuará cómo, Ahí depende, o lanzan gases lacrimógenos, o atacan con las
tanquetas de agua, esas acciones no son de la competencia del ejército, Me
parece notar en sus palabras un cierto tono crítico, Es que en mi opinión no
son maneras de hacer una guerra, señor presidente, Interesante observación, y
si las personas no retroceden, Es imposible que no retrocedan, señor
presidente, no hay quien pueda aguantar los gases lacrimógenos y el agua a presión,
Pero imagínese que sí, qué órdenes tiene para una posibilidad de ésas, Disparar
a las piernas, Por qué a las piernas, No queremos matar a compatriotas, Pero
siempre puede suceder, Sí señor presidente, siempre puede suceder, Tiene
familia en la ciudad, Sí señor presidente, Imagínese que ve a su mujer y a sus
hijos al frente de una multitud que avanza, La familia de un militar sabe cómo
debe comportarse en todas las situaciones, Supongo que sí, pero imagíneselo,
haga un esfuerzo. Las órdenes son para cumplirlas, señor presidente, Todas,
Hasta hoy tengo el honor de haber cumplido todas las que me han sido dadas, Y
mañana, Espero no tener que decirlo, señor presidente, Ojalá. El presidente dio
dos pasos hacia el coche, de repente preguntó, Tiene la certeza de que su mujer
no votó en blanco, Pondría la mano en el fuego, señor presidente, De verdad que
la pondría, Es una manera de hablar, quiero decir que tengo la certeza de que
cumplió su deber electoral, Votando, Sí, Pero eso no responde a mi pregunta, No
señor presidente, Pues entonces responda, No puedo, señor presidente, Por qué,
Porque la ley no me lo permite, Ah. El presidente miró con detenimiento al oficial,
después dijo, Hasta la vista, capitán, porque es capitán, no, Sí señor
presidente, Buenas noches, capitán, quizá volvamos a vernos, Buenas noches,
señor presidente, Fíjese que no le he preguntado si había votado en blanco, Me
he fijado, señor presidente, El coche salió a gran velocidad. El capitán se
llevó las manos a la cara. El sudor le corría por la frente.
Las luces comenzaron a apagarse cuando el último
camión de la tropa y la última furgoneta de la policía salieron de la ciudad.
Uno tras otro, como quien se despide, fueron desapareciendo los veintisiete
brazos de la estrella, quedando sólo el dibujo impreciso de las calles
desiertas y la escasa iluminación pública que nadie pensó en devolver a la
normalidad de todas las noches pasadas. Sabremos hasta qué punto la ciudad está
viva cuando los negrores intensos del cielo comiencen a disolverse en la lenta
marea de profundo azul que una buena visión ya es capaz de distinguir subiendo
del horizonte, entonces se verá si los hombres y las mujeres que habitan los
pisos de estos edificios salen hacia su trabajo, si los primeros autobuses
recogen a los primeros pasajeros, si los vagones del metro atruenan velozmente
los túneles, si las tiendas abren sus puertas y suben las persianas, si los
periódicos llegan a los quioscos. A esta hora matutina, mientras se lavan,
visten y toman el café con leche de todas las mañanas, las personas oyen la
radio anunciando, excitadísima, que el presidente, el gobierno y el parlamento
abandonaron la ciudad esta madrugada, que no hay policía en la ciudad y el
ejército se ha retirado, entonces encienden la televisión que les ofrece en el
mismo tono la misma noticia, y tanto una como otra, radio y televisión, con
pequeños intervalos, van informando de que, a las siete en punto, será
transmitida una importante comunicación del jefe del estado dirigida a todo el
país y, en particular, como no podía ser de otra manera, a los obstinados
habitantes de la ciudad capital. De momento los quioscos todavía no están
abiertos, es inútil bajar a la calle para comprar el periódico, de la misma
manera que no merece la pena, aunque algunos ya lo hayan intentado, buscar en
la red, en internet, la previsible censura presidencial. El secretismo oficial,
si es cierto que, ocasionalmente, puede ser tocado por la peste de la
indiscreción, como todavía no hace muchas horas quedó demostrado con el
concertado encendido de las luces de las casas, es escrupuloso hasta el grado
máximo siempre que afecte a autoridades superiores, las cuales, como es sabido,
por un quítame allá esas pajas, no sólo exigen rápidas y completas
explicaciones a los infractores, sino que de vez en cuando les cortan la
cabeza. Faltan diez minutos para las siete, a estas horas ya muchas de las personas
que se desperezan deberían estar en la calle camino de sus empleos, pero un día
no son días, es como si se hubiera declarado tolerancia en la puntualidad para
los funcionarios públicos, y, en lo que concierne a las empresas privadas, lo
más seguro es que la mayor parte se mantengan cerradas todo el día, hasta ver
adónde va a parar todo esto. Cautela y caldos de gallina nunca le han hecho mal
a quien tiene salud. La historia mundial de los tumultos nos demuestra que,
tanto si se trata de una alteración específica del orden público, como de una
simple amenaza de que tal pueda ocurrir, los mejores ejemplos de prudencia son
los ofrecidos por el comercio y la industria con puertas a la calle, actitud
asustadiza que es nuestra obligación respetar, ya que son estas ramas de la
actividad profesional las que más tienen que perder, e invariablemente pierden,
en rupturas de escaparates, asaltos, saqueos y sabotajes. A las siete horas
menos dos minutos, con la expresión y la voz luctuosa que las circunstancias
imponen, los locutores de guardia de las televisiones y de las radios
anunciaron finalmente que el jefe del estado iba a dirigirse a la nación. La
imagen siguiente, escenográficamente introductoria, mostró una bandera nacional
moviéndose extenuada, lánguida, perezosa, como si estuviera, en cada instante,
a punto de resbalarse desamparada por el mástil, Estaba en calma el día que le
sacaron el retrato, comentó alguien en una de estas casas. La simbólica
insignia pareció resucitar con los primeros acordes del himno nacional, la
brisa suave había dado lugar súbitamente a un viento enérgico que sólo podría
llegar del vasto océano y de las batallas vencedoras, si soplase un poquito
más, con un poquito de más fuerza, ciertamente veríamos aparecer valquirias
cabalgando con héroes a la grupa. Después, extinguiéndose a lo lejos, en la
distancia, el himno se llevó consigo la bandera, o la bandera se llevó consigo
al himno, el orden de los factores es indiferente, y entonces el jefe de estado
apareció ante el pueblo tras una mesa, sentado, con los severos ojos fijos en
el teleprinter. A su derecha, en la imagen, la bandera, no la otra, ésta es de
interior, con los pliegues discretamente compuestos. El presidente entrelazó
los dedos para disimular una contracción involuntaria. Está nervioso, dijo el
hombre del comentario sobre la falta de viento, vamos a ver con qué cara
explica la jugada canallesca que nos han clavado. Las personas que aguardaban
la inminente exhibición oratoria del jefe del estado no podían, ni de lejos,
imaginar el esfuerzo que a los asesores literarios de la presidencia de la
república les había costado preparar el discurso, no en cuanto a las
alegaciones propiamente dichas, que sólo sería pulsar unas cuantas cuerdas del
laúd estilístico, sino en acertar con el vocativo que, según la norma, debería
precederlas, los toponímicos que, en la mayoría de los casos, dan comienzo a
las arengas de esta naturaleza. Verdaderamente, considerando la melindrosa materia
de la intervención, sería poco menos que ofensivo decir Queridos compatriotas,
o Estimados conciudadanos, o quizá, de modo más simple y más noble, si la hora
fuera de tañer con adecuado trémulo el bordón del amor a la patria,
Portugueeeesas, Portugueceeses, palabras estas que, nos apresuramos a aclarar,
sólo aparecen gracias a una suposición absolutamente gratuita, sin ningún
fundamento objetivo de que el teatro de los gravísimos acontecimientos de que,
como es nuestro sello, estamos dando minuciosa noticia, acaso sea, o acaso
hubiera sido, el país de las dichas portuguesas y de los dichos portugueses. Se
trata sólo de un mero ejemplo ilustrativo, por el cual, pese a la bondad de
nuestras intenciones, nos apresuramos a pedir disculpas, sobre todo porque se
trata de un pueblo universalmente famoso por haber ejercido siempre con meritoria
disciplina cívica y religiosa devoción sus deberes electorales.
Ora
bien, regresando a la morada de la que hemos hecho puesto de observación,
conviene decir que, al contrario de lo que sería lógico esperar, ningún oyente,
ya sea de radio o televisión, notó que de la boca del presidente no salían los
habituales vocativos, ni éste, ni ése, ni aquél, quizá porque el pungitivo
dramatismo de las primeras palabras lanzadas al éter. Os hablo con el corazón
en la mano, hubiesen desaconsejado a los asesores literarios del jefe del
estado, por superflua e inoportuna, la introducción de cualquiera de los
estribillos de costumbre. De hecho, hay que reconocer que sería una total
incongruencia comenzar diciendo cariñosamente Estimados conciudadanos o
Queridos compatriotas, como quien se dispone a anunciar que a partir de mañana baja
un cincuenta por ciento el precio de la gasolina, para exhibir a continuación
ante los ojos de la audiencia transida de pavor una sangrienta, escurridiza y
todavía palpitante víscera. Lo que el presidente de la república iba a
comunicar, adiós, adiós, hasta otro día, ya era del conocimiento de todos, pero
se entiende que las personas tengan la curiosidad de ver cómo se descalzaba la
bota. He aquí por tanto el discurso completo, al que sólo le faltan, por
imposibilidad técnica de transcripción, el temblor de la voz, el gesto
compungido, el brillo ocasional de una lágrima apenas contenida, Os hablo con
el corazón en la mano, os hablo roto por el dolor de un alejamiento
incomprensible, como un padre abandonado por los hijos que tanto ama, perdidos,
perplejos, ellos y yo, ante la sucesión de unos acontecimientos insólitos que
consiguieron romper la sublime armonía familiar. Y no digáis que fuimos nosotros,
que fui yo mismo, que fue el gobierno de la nación, con sus diputados electos,
los que nos separamos del pueblo. Es cierto que nos retiramos esta madrugada a
otra ciudad, que a partir de ahora será la capital del país, es cierto que
decretamos para la capital que fue y ha dejado de ser un riguroso estado de
sitio que, por la propia fuerza de las cosas, dificultará seriamente el
funcionamiento equilibrado de una aglomeración urbana de tanta importancia y
con estas dimensiones físicas y sociales, es cierto que os encontráis cercados,
rodeados, confinados dentro del perímetro de la ciudad, que no podréis salir,
que si lo intentáis sufriréis las consecuencias de una inmediata respuesta
armada, pero lo que no podréis decir nunca es que la culpa la tienen estos a
quienes la voluntad popular, libremente expresada en sucesivas, pacíficas y
leales disputas democráticas, confió los destinos de la nación para que la
defendiéramos de todos los peligros internos y externos. Vosotros, sí, sois los
culpables, vosotros, sí, sois los que ignominiosamente habéis desertado del
concierto nacional para seguir el camino torcido de la subversión, de la
indisciplina, del más perverso y diabólico desafío al poder legítimo del estado
del que hay memoria en toda la historia de las naciones. No os quejéis de
nosotros, quejaos ante vosotros mismos, no de estos que a través de mi voz
hablan, éstos, al gobierno me refiero, que una y muchas veces os pidieron, qué
digo yo, os rogaron e imploraron que enmendaseis vuestra maliciosa obstinación,
cuyo sentido último, a pesar de los ingentes
esfuerzos de investigación desarrollados por las autoridades del estado,
todavía hoy, desgraciadamente, se mantiene impenetrable. Durante siglos y
siglos fuisteis la cabeza del país y el orgullo de la nación, durante siglos y
siglos, en horas de crisis nacional, de aflicción colectiva, nuestro pueblo se
habituó a volver los ojos hacia este burgo, hacia estas colinas, sabiendo que
de aquí le vendría el remedio, la palabra consoladora, el buen rumbo para el
futuro. Habéis traicionado la memoria de vuestros antepasados, he ahí la dura
verdad que atormentará para siempre jamás vuestra conciencia, ellos levantaron,
piedra a piedra, el altar de la patria, vosotros decidisteis destruirlo, que la
vergüenza caiga pues sobre vosotros. Con toda mi alma, quiero creer que vuestra
locura será transitoria, que no perdurará, quiero pensar que mañana, un mañana
que a los cielos rezo para que no se haga esperar demasiado, el arrepentimiento
entre dulcemente en vuestros corazones y volveréis a congraciaros con la
comunidad nacional, raíz de raíces, y con la legalidad, regresando, como el
hijo pródigo, a la casa paterna. Ahora sois una ciudad sin ley. No tendréis un
gobierno para imponer lo que debéis y no debéis hacer, cómo debéis y no debéis
comportaros, las calles serán vuestras, os pertenecen, usadlas como os
apetezca, ninguna autoridad aparecerá cortando el paso y dando el buen consejo,
pero tampoco, atended bien lo que os digo, ninguna autoridad os protegerá de
ladrones, violadores y asesinos, ésa será vuestra libertad, disfrutadla. Tal
vez penséis, ilusoriamente, que, entregados a vuestro albedrío y a vuestros
libres caprichos, seréis capaces de organizaros mejor y mejor defender vuestras
vidas de lo que a su favor hicieron los métodos antiguos y las antiguas leyes.
Terrible equivoco el vuestro. Más pronto que tarde os veréis obligados a nombrar
jefes que os gobiernen, si es que no son ellos quienes irrumpan bestialmente
del inevitable caos en que acabaréis cayendo, y os impongan su ley. Entonces os
daréis cuenta de la trágica dimensión de vuestro engaño. Tal vez os rebeléis
como en el tiempo de los constreñimientos autoritarios, como en el ominoso
tiempo de las dictaduras, pero, no os hagáis ilusiones, seréis reprimidos con
igual violencia, y no seréis llamados a votar porque no habrá elecciones, o tal
vez sí las haya, pero no serán imparciales, limpias y honestas como las que
habéis despreciado, y así será hasta el día en que las fuerzas armadas que,
conmigo y con el gobierno de la nación, hoy decidieron abandonaros al destino
que habéis elegido, tengan que regresar para libertaros de los monstruos que
vosotros mismos estáis generando. Todo vuestro sufrimiento habrá sido inútil,
vana toda vuestra tozudez, y entonces comprenderéis, demasiado tarde, que los
derechos sólo lo son íntegramente en las palabras con que fueron enunciados y en
el pedazo de papel en que fueron consignados, ya sea constitución, ley o
cualquier otro reglamento, comprenderéis, ojalá convencidos, que su aplicación
desmedida, inconsiderada, convulsionaría la sociedad establecida sobre los
pilares más sólidos, comprenderéis, en fin, que el simple sentido común ordena
que los tomemos como mero símbolo de lo que podría ser, si fuese, y nunca como
su efectiva y posible realidad. Votar en blanco es un derecho irrenunciable,
nadie os lo negará, pero, así como les prohibimos a los niños que jueguen con
fuego, también a los pueblos les prevenimos de que no les conviene manipular la
dinamita. Voy a terminar. Tomad la severidad de mis avisos, no como una
amenaza, mas sí como un cauterio para la infecta supuración política que habéis
generado en vuestro seno y en la que os estáis revolviendo. Volveréis a verme y
a oírme el día que hayáis merecido el perdón que, a pesar de todo, estamos
inclinados a conceder, yo, vuestro presidente, el gobierno que elegisteis en
mejores tiempos, y la parte sana y pura de nuestro pueblo, esa de la que en
estos momentos no sois dignos. Hasta ese día, adiós, que el señor os proteja. La
imagen grave y atribulada del jefe de estado desapareció y en su lugar volvió a
surgir la bandera izada. El viento la agitaba de acá para allá, de allá para
acá, como a una tonta, al mismo tiempo que el himno repetía los bélicos acordes
y los marciales acentos que habían sido compuestos en eras pasadas de imparable
exaltación patriótica, y que ahora parecían sonar a hueco. Sí señores, el
hombre habló bien, dijo el mayor de la familia, y hay que reconocer que tiene
razón en lo que ha dicho, los niños no deben jugar con fuego porque después es
cierto y sabido que se mean en la cama.
Las
calles, hasta ahí prácticamente desiertas, cerrado casi todo el comercio, casi
vacíos los autobuses que pasaban, se llenaron de gente en pocos minutos.
Quienes se habían quedado en casa acudían a las ventanas para ver el concurso,
palabra que no quiere decir que las personas caminaran todas en la misma
dirección, más bien eran como dos ríos, uno que subía, otro que bajaba, y se
saludaban de un lado a otro como si la ciudad estuviera en fiestas, como si
fuese festivo local, no se veían por ahí ni ladrones ni violadores ni asesinos,
al contrario del malintencionado pronóstico del presidente huido. En algunos
pisos de los edificios, aquí, allí, estaban cerradas las ventanas, con las
persianas, cuando las había, melancólicamente bajadas, como si un doloroso luto
hubiese herido a las familias que residían en su interior. En tales pisos no se
habían encendido las alertas luces de la madrugada, como mucho los residentes
espiaban tras las cortinas con el corazón encogido, allí vivía gente con ideas
políticas muy firmes, personas que habiendo votado, ya sea en la primera
convocatoria, ya sea en la segunda, a los suyos de toda la vida, el partido de
la derecha y el partido del medio, no tenían ahora ningún motivo que festejar
y, muy por el contrarío, temían los desmanes de la masa desinformada que cantaba
y gritaba en las calles, el derribo de las sacrosantas puertas del hogar, el
agravio de los recuerdos de familia, el saqueo de las platas. Canten, canten,
que ya llorarán, se decían unos a otros para infundirse valor. En cuanto a los
votantes del partido de la izquierda, quienes no aplaudían en las ventanas era
porque habían bajado a la calle, como fácilmente se puede demostrar, en esta en
que nos encontramos, dado que una bandera de vez en cuando, como tomando
impulso, asoma sobre el caudaloso río de cabezas. Nadie fue a trabajar. Los
periódicos se agotaron en los quioscos, todos traían en primera página la
arenga del presidente, además de una fotografía realizada en el acto de la
lectura, probablemente y a juzgar por la expresión dolorida del rostro, en el
momento que decía que estaba hablando con el corazón en la mano. Pocos eran los
que perdían su tiempo leyendo lo que ya conocían, a casi todos lo que les
interesaba era saber lo que pensaban los directores de los periódicos, los
editorialistas, los comentaristas, alguna entrevista de última hora. Los
titulares de apertura llamaban la atención de los curiosos, eran enormes,
monumentales, otros, en páginas interiores, de tamaño normal, aunque todos
parecían producto de la cabeza de un mismo genio de la sintaxis titulativa, esa
que exime sin remordimiento alguno de la lectura de la noticia que viene a
continuación. Así, los sentimentales como La capital amaneció huérfana,
irónicos como La piña les reventó en la cara a los provocadores o El voto
blanco les salió negro, pedagógicos como El estado da una lección a la capital
insurrecta, vengativos como Llegó la hora del ajuste de cuentas, proféticos
como Todo será diferente a partir de ahora o Nada será igual a partir de ahora,
alarmistas como La anarquía al acecho o Movimientos sospechosos en la frontera,
retóricos como Un discurso histórico para un momento histórico, aduladores como
La dignidad del presidente desafía la irresponsabilidad de la capital, bélicos
como El ejército cerca la ciudad, objetivos como La retirada de los órganos de
poder se realiza sin incidentes, radicales como El ayuntamiento debe asumir
toda la autoridad, tácticos como La solución está en la tradición
municipalista. Referencias a la estrella maravillosa, la de los veintisiete
brazos de luz, fueron pocas y metidas a trochemoche en medio de las noticias,
sin la gracia atractiva de un titular, aunque fuera irónico, aunque fuera
sarcástico, del tipo Y todavía se quejan de que la electricidad es cara.
Algunos de los editoriales, si bien aprobando la actitud del gobierno. Nunca
las manos le duelan, exhortaba uno de ellos, se atrevían a expresar ciertas
dudas sobre la razonada prohibición de salir de la ciudad impuesta a los
habitantes. Es que, una vez más, para no variar, van a pagar justos por
pecadores, los honestos por los malhechores, ahí tenemos el caso de honradas
ciudadanas y de honrados ciudadanos que, habiendo cumplido escrupulosamente su
deber electoral votando a cualquiera de los partidos legalmente constituidos
que componen el marco de opciones ideológicas en que la sociedad se reconoce de
modo consensual, ven ahora coaccionada su libertad de movimientos por culpa de
una insólita mayoría de perturbadores cuya única característica hay quien dice
que es no saber lo que quieren, o que, y es nuestro entender, lo saben muy bien
y están preparándose para el asalto final al poder. Otros editoriales iban más
lejos, reclamaban la abolición pura y simple del secreto de voto y proponían
para el futuro, cuando la situación se normalizase, como por las buenas o como
por las malas tendrá que suceder algún día, el establecimiento de un
cuadernillo de elector, en el cual el presidente del colegio electoral, tras
comprobar, antes de introducirlo en la urna, el voto expreso, anotaría, para
todos los efectos legales, tanto los oficiales como los particulares, que el
portador había votado al partido tal o cual, Y por ser verdad y haberlo
comprobado, bajo palabra de honor lo firmo. Si el tal cuadernillo ya existiese,
si un legislador consciente de las posibilidades del uso libertino del voto
hubiese osado dar este paso, articulando el fondo y la forma de un
funcionamiento democrático totalmente transparente, todas las personas que
votaron al partido de la derecha o al partido del medio estarían ahora haciendo
las maletas para emigrar con destino a su verdadera patria, esa que siempre
tiene los brazos abiertos para recibir a quienes más fácilmente puede apretar.
Caravanas de automóviles y autobuses, de furgonetas y camiones de mudanza
llevando enarboladas las banderas de los partidos y tocando el claxon a compás,
pe de de, pe de eme, no tardarían en seguir el ejemplo del gobierno, camino de
los puestos militares de la frontera, los chicos y las chicas con el culo
asomando por las ventanillas, gritándoles a los peatones de la insurrección, Ya
podéis poner las barbas a remojar, miserables traidores. Menuda paliza os vamos
a dar cuando volvamos, bandidos de mierda. Hijos de la gran puta que os parió,
o, insulto máximo en el vocabulario de la jerga democrática, a voz en grito.
Indocumentados, indocumentados, indocumentados, y esto no sería verdad, porque
todos aquellos contra quienes gritaban también tendrían en casa o llevarían en
el bolsillo su propio cuadernillo de elector donde, ignominiosamente, como
marcado a hierro, estaría escrito y sellado Votó en blanco. Sólo los grandes
remedios son capaces de curar los grandes males, concluía seráficamente el
editorialista.
La
fiesta no duró mucho. Es cierto que nadie decidió ir al trabajo, pero la
consecuencia de la gravedad de la situación no tardó en aminorar el tono de las
manifestaciones de alegría, hubo incluso quien se preguntaba. Alegres, por qué,
si nos han aislado aquí como si fuéramos apestados en cuarentena, con un
ejército de armas amartilladas, dispuestas a disparar contra quien pretenda
salir de la ciudad, dígame por favor dónde están las razones para la alegría. Y
otros decían, Tenemos que organizarnos, pero no sabían cómo se hacía eso, ni
con quién ni para qué. Algunos sugirieron que un grupo fuese a hablar con el
alcalde, ofreciéndole leal colaboración y explicándole que las intenciones de
las personas que habían votado en blanco no eran derribar el sistema y tomar el
poder, que por otra parte no sabrían qué hacer luego con él, que si votaron
como votaron era porque estaban desilusionados y no encontraban otra manera de
expresar de una vez por todas hasta dónde llegaba la desilusión, que podrían
haber hecho una revolución pero seguramente moriría mucha gente, y no querían
eso, que durante toda la vida, con paciencia, habían depositado sus votos en
las urnas y los resultados estaban a la vista, Esto no es democracia ni es
nada, señor alcalde. Hubo quien defendió la opinión de que deberían ponderar
mejor los hechos, que sería preferible dejar al ayuntamiento la responsabilidad
de decir la primera palabra, si aparecemos ahora con todas estas explicaciones
y todas estas ideas van a suponer que hay una organización política detrás
moviendo los hilos, y nosotros somos los únicos que sabemos que no es verdad,
hay que tener en cuenta que tampoco el ayuntamiento lo tiene fácil, si el
gobierno le ha dejado una patata caliente en las manos, a nosotros no nos
conviene calentarla todavía más, un periódico ha dicho que el ayuntamiento
debería asumir toda la autoridad, qué autoridad, con qué medios la policía se
ha ido, ni siquiera hay quien dirija el tráfico, no podemos esperar que los
concejales salgan a la calle a hacer el trabajo de sus subordinados, ya se comenta
que los empleados de los servicios municipales de recogida de basura van a
entrar en huelga, si esto es verdad, y no nos sorprendamos que tal venga a suceder, que quede claro
que se trataría de una provocación, o
del ayuntamiento o, más probable, orquestada por el gobierno, intentarán
amargarnos la vida de mil maneras, tenemos que estar preparados para todo,
incluyendo, o principalmente, lo que ahora nos parezca imposible, la baraja la
tienen ellos, y las cartas en la manga también. Otros, de tipo pesimista,
aprensivo, creían que la situación no tenía salida, que estaban condenados al
fracaso. Esto va a ser como de costumbre un sálvese quien pueda y los demás que
se jeringuen, la imperfección moral del género humano, cuántas veces tendremos
que decirlo, no es de hoy ni de ayer, es histórica, viene de los tiempos de maricastaña,
ahora parece que somos solidarios unos con otros, pero mañana comenzaremos a
enzarzarnos, y luego el paso siguiente será la guerra abierta, la discordia, la
confrontación, mientras los de fuera disfrutan desde la barrera y hacen
apuestas sobre el tiempo que conseguiremos resistir, será bonito mientras dure,
sí señor, pero la derrota es cierta y está garantizada, de hecho, seamos
razonables, a quién le pasaría por la cabeza que una acción de éstas pudiese
salir adelante, personas votando masivamente en blanco sin que nadie lo hubiera
ordenado es de locos, por ahora el gobierno todavía no ha salido de su desconcierto
e intenta recuperar fuelle, sin embargo la primera victoria ya la tienen, nos
han dado la espalda y nos han mandado a la mierda, que es, en su opinión, lo
que nos merecemos, y hay que contar también con las presiones internacionales,
apuesto a que a esta hora los gobiernos y los partidos de todo el mundo no
piensan en otra cosa, no son estúpidos, saben que esto puede ser como un reguero
de pólvora, se enciende aquí y explota más allá, de todos modos, y como para
ellos somos mierda, vamos a serlo hasta el final, hombro con hombro, y de esta
mierda que somos algo les salpicará.
Al día
siguiente se confirmó el rumor, los camiones de recogida de basuras no salieron
a la calle, los basureros se declararon en huelga total, e hicieron públicas
unas exigencias salariales que el portavoz del ayuntamiento de inmediato tachó
de inaceptables y mucho menos ahora, dijo, cuando la ciudad está enfrentando
una crisis sin precedentes y de desenlace altamente problemático. En la misma
línea de acción alarmista, un periódico que desde su fundación se había
especializado en el oficio de amplificar las estrategias y tácticas
gubernamentales, fueran cuales fueran los colores partidarios, del medio, de la
derecha o de los matices intermedios, publicaba un editorial firmado por el
director en el que se admitía como muy probable que la rebeldía de los habitantes
de la capital pudiera terminar en un baño de sangre si éstos, como todo hacía
suponer, no deponían su obstinación. Nadie, decía, se atreverá a negar que la
paciencia del gobierno ha llegado hasta extremos impensables, pero no se le
podrá pedir, salvo si se quiere perder, y tal vez para siempre, ese armonioso
binomio autoridad-obediencia bajo cuya luz florecieron las más felices
sociedades humanas y sin el que, como la historia ampliamente ha demostrado, ni
una sola habría sido factible. El editorial fue leído, la radio repitió los
fragmentos principales, la televisión entrevistó al director, y en eso se
estaba cuando, al mediodía exacto, de todas las casas de la ciudad salieron
mujeres armadas con escobas, cubos y recogedores y, sin una palabra, comenzaron
a barrer las portadas de los edificios donde vivían, desde la entrada hasta el
medio de la calle, donde se encontraban con otras mujeres que, desde el otro
lado, para el mismo fin y con las mismas armas, habían bajado. Afirman los
diccionarios que la portada es la parte de la calle correspondiente a la fachada
de un edificio, y nada hay más cierto, pero también dicen, por lo menos lo
dicen algunos, que barrer la portada significa desviar de sí cierta
responsabilidad, gran equivocación la vuestra, señores filólogos y
diccionaristas distraídos, barrer su portada precisamente fue lo primero que
hicieron estas mujeres de la capital, como en el pasado también lo habían hecho
en las aldeas sus madres y abuelas y no lo hacían ellas, como no lo hacen
estas, para desviar de si una responsabilidad, sino para asumirla. Posiblemente
por esta misma razón al tercer día salieron a la calle los trabajadores de la
limpieza. No venían uniformados, vestían de civil. Dijeron que los uniformes
eran los que estaban en huelga, no ellos.
Al ministro del interior, que había sido el de la
idea, no le sentó nada bien que los trabajadores de los servicios de recogida
de basura hubieran regresado espontáneamente al trabajo, actitud que, a su
juicio de ministro, más que una muestra de solidaridad con las admirables mujeres
que hicieron de la limpieza de su calle una cuestión de honor, hecho que ningún
observador imparcial tendría dificultad en reconocer, rozaba, sí, los límites
de la complicidad criminal. Apenas le llegó la mala noticia, le ordenó por
teléfono al alcalde que los autores del desacato a las órdenes recibidas fuesen
conminados rápidamente a obedecer, lo que traducido a palabras claras,
significaba volver a la huelga, bajo pena, en caso de que la insubordinación se
mantuviera, de procesos disciplinarios sumarios, con todas las consecuencias
punitivas contempladas en las leyes y en los reglamentos, desde la suspensión
de salario y empleo al despido puro y duro. El alcalde le respondió que las
cosas siempre parecen fáciles de resolver vistas desde lejos, pero que quienes
están en el terreno, quienes tienen que salvar de hecho los escollos, a ésos
hay que escucharlos con atención antes de tomar ninguna decisión, Por ejemplo,
señor ministro, suponga que doy orden a los hombres, Yo no supongo, le digo que
lo haga, Sí, señor ministro, de acuerdo, pero permítame que sea yo quien
suponga, supongamos que soy yo quien doy la orden para que vuelvan a la huelga
y que ellos me mandan a freír espárragos, qué haría el ministro en un caso de
éstos, cómo los obligaría a cumplir si se encontrase en mi lugar, En primer
lugar, a mi nadie me mandaría a freír espárragos, en segundo lugar, no estoy ni
estaré nunca en su lugar, soy ministro, no soy alcalde, y, ya que estoy con las
manos en esta masa, le hago observar que esperaría de ese alcalde no sólo la
colaboración oficial e institucional a la que por ley está comprometido y que
me es naturalmente debida, sino también un espíritu de partido que, en este
caso, parece brillar por su ausencia, Con mi colaboración oficial e
institucional siempre podrá contar, conozco mis obligaciones, pero, en cuanto a
espíritu de partido, mejor no hablar, veremos qué va a quedar de él cuando esta
crisis llegue a su fin, Está rehuyendo el problema, señor alcalde, No, no estoy
rehuyéndolo, señor ministro, lo que necesito es que me diga qué tengo que hacer
para obligar a los trabajadores a que vuelvan a la huelga, Es asunto suyo, no mío,
Ahora es mi querido colega de partido el que está queriendo rehuir el problema,
En toda mi vida política nunca he rehuido un problema, Está queriendo rehuir
éste, está evitando reconocer la evidencia de que no dispongo de ningún medio
para hacer cumplir su orden, a no ser que pretenda que llame a la policía, si
es así le recuerdo que la policía ya no está aquí, abandonó la ciudad con el
ejército, ambos por indicación del gobierno, además convengamos que sería muy
anormal usar la policía para, por las buenas o por las malas, y más mal que
bien, convencer a los trabajadores de declararse en huelga, cuando desde
siempre la policía ha sido usada para reventarlas, a base de infiltraciones y
otros procesos menos sutiles, Estoy asombrado, un miembro del partido de la
derecha no habla así, Señor ministro, dentro de unas horas, cuando llegue la
noche, tendré que decir que es de noche, sería estúpido o ciego si afirmara que
es de día, Qué tiene eso que ver con el asunto de la huelga, Querámoslo o no,
señor ministro, es de noche, noche cerrada, percibimos que está sucediendo algo
que va mucho más allá de nuestra comprensión, que excede nuestra pobre experiencia,
pero actuamos como si continuara tratándose del mismo pan cocido, hecho con la
harina de siempre, en el horno de costumbre, y no es así, Tendré que pensar muy
seriamente si no voy a pedirle que presente su dimisión, Si lo hace, me quitará
un peso de encima, cuente desde ya con mi más profunda gratitud. El ministro
del interior no respondió en seguida, dejó pasar algunos segundos para
recuperar la calma, después preguntó, Qué piensa entonces que deberíamos hacer,
Nada, Por favor, querido alcalde, no se le puede pedir a un gobierno que no
haga nada en una situación coma ésta, Permítame que le diga que en una
situación como ésta, un gobierno no gobierna, sólo parece gobernar, No puedo
estar de acuerdo con usted, algo hemos hecho desde que esto comenzó, Sí, somos
como un pez enganchado al anzuelo, nos agitamos, tratamos de desprendernos,
damos tirones del hilo, pero no conseguimos comprender por qué un simple pedazo
de alambre curvado ha sido capaz de prendernos y mantenernos presos, quizá nos
soltemos, no digo que no, pero nos arriesgamos a que el anzuelo se nos quede
atravesado, Me siento realmente perplejo, Sólo se puede hacer una cosa, Cuál,
si ahora mismo acaba de decir que no adelantaremos nada hagamos lo que hagamos,
Rezar para que dé resultado la táctica definida por el primer ministro, Qué
táctica, Dejarlos que se cuezan a fuego lento, dijo él, pero eso mismo puede
jugar en nuestra contra, Por qué, Porque serán ellos quienes vigilarán la
cocción, Entonces crucémonos de brazos, Hablemos seriamente, señor ministro,
está el gobierno dispuesto a acabar con la farsa del estado de sitio, a mandar
que el ejército y la aviación avancen, a pasar la ciudad a hierro y fuego,
hiriendo y matando a diez o veinte mil personas para dar ejemplo, y luego meter
tres o cuatro mil en la cárcel acusándolas de no se sabe qué crimen, cuando precisamente
crimen no existe, No estamos en guerra civil, lo que pretendemos, simplemente,
es intentar que las personas entren en razón, mostrarles la equivocación en que
han caído o las hicieron caer, que eso está por averiguar, hacerles comprender
que un abuso sin freno del voto en blanco haría ingobernable el sistema
democrático, No parece que los resultados, hasta ahora, hayan sido brillantes.
Costará tiempo, pero por fin las personas verán la luz, No le conocía esas
tendencias místicas, señor ministro, Querido amigo, cuando las situaciones se complican,
cuando son desesperadas, nos agarramos a todo, hasta estoy convencido de que
algunos de mis colegas de gobierno, si eso sirviera de algo, no tendrían
inconveniente en ir de peregrinación, con una vela en la mano, haciendo
promesas al santuario, Ya que habla de eso, hay aquí unos santuarios de otro
tipo en los que me gustaría que usted pusiera una de sus velitas, Explíquese,
Diga por favor a los periódicos y a la gente de la televisión y de la radio que
no echen más gasolina al fuego, si la sensatez y la inteligencia faltan, nos
arriesgamos a que todo vuele por los aires, debe de haber leído que el director
del periódico del gobierno ha cometido la estupidez de admitir la posibilidad
de que esto termine en un baño de sangre, El periódico no es del gobierno, Si
me permite, señor ministro, hubiera preferido otro comentario por su parte, El
hombrecillo se pasó de la raya, eso sucede cuando se quieren prestar más
servicios que los que se han encomendado, Señor ministro, Dígame, Qué hago
finalmente con los empleados de los servicios municipales de limpieza, Déjelos
trabajar, así el ayuntamiento quedará bien visto ante los ojos de la población
y eso puede acabar siéndonos útil en el futuro, además hay que reconocer que la
huelga era sólo uno de los elementos de la estrategia, y con certeza no el de
mayor importancia, No sería bueno para la ciudad, ni ahora ni en el futuro, que
el ayuntamiento fuera usado como un arma de guerra contra sus conciudadanos, El
ayuntamiento no puede quedarse al margen de una situación como ésta, el
ayuntamiento está en este país y no en otro, No le estoy pidiendo que nos dejen
al margen de la situación, lo que pido es que el gobierno no ponga obstáculos
al ejercicio de mis propias competencias, que en ningún momento quiera dar al
público la impresión de que el ayuntamiento no pasa de ser un instrumento de su
política represiva, con perdón de la palabra, en primer lugar porque no es verdad,
y en segundo lugar porque no lo será nunca, Temo no comprenderlo, o comprenderlo
demasiado bien, Señor ministro, un día, no sé cuándo, la ciudad volverá a ser
la capital del país, Es posible, no es seguro, dependerá de hasta dónde llegue
la rebelión, Sea como sea, es necesario que este ayuntamiento, conmigo aquí o
con cualquier otro alcalde, jamás pueda ser mirado como cómplice o coautor, ni
siquiera indirectamente, de una represión sangrienta, el gobierno que la ordene
no tendrá otro remedio que aguantarse con las consecuencias, pero el
ayuntamiento, ése, es de la ciudad, no la ciudad del ayuntamiento, espero haber
sido suficientemente claro, señor ministro, Tan claro ha sido que le voy a
hacer una pregunta, A su disposición, señor ministro, Votó en blanco, Repita,
por favor, no lo he oído bien, Le he preguntado si votó en blanco, le he
preguntado si era blanco el voto que depositó en la urna, Nunca se sabe, señor
ministro, nunca se sabe, Cuando todo esto termine, espero tener con usted una larga
conversación, A sus órdenes, señor ministro, Buenas tardes, Buenas tardes, De
buena gana iría ahí y le daría un buen tirón de orejas, Ya no estoy en edad,
señor ministro, Si alguna vez llega a ser ministro del interior, sabrá que para
tirones de orejas y otras correcciones nunca hay limite de edad, Que no lo oiga
el diablo, señor ministro, El diablo tiene tan buen oído que no necesita que se
le digan las cosas en voz alta, Entonces que dios nos valga, No vale la pena,
ése es sordo de nacimiento.
Así terminó
la larga y chispeante conversación entre el ministro del interior y el alcalde,
después de que hubieran expresado, uno y otro, puntos de vista, argumentos y
opiniones que, con toda probabilidad, habrán desorientado al lector, que ya
dudaba de que los interlocutores pertenecieran de hecho, como antes pensaba, al
partido de la derecha, ese mismo que, como poder, va practicando una sucia
política de represión, ya sea en el plano colectivo, sometida la capital al
vejamen de un estado de sitio ordenado por el propio gobierno del país, como en
el plano individual, duros interrogatorios, detectores de mentiras, amenazas y,
quién sabe, torturas de las peores, aunque la verdad manda decir que, si las
hubo, no somos testigos, no estábamos presentes, lo que, bien mirado, no
significa mucho, porque tampoco estuvimos presentes en la travesía del mar rojo
a pie seco, y toda la gente jura que sucedió. En lo que al ministro del
interior se refiere, ya se habrá notado que en la coraza de guerrero indómito
que, en sorda competición con el ministro de defensa, se fuerza por exhibir,
hay como una falla sutil, o, hablando popularmente, una raja por donde cabe un
dedo. De no ser así no habríamos tenido que asistir a los sucesivos fracasos de
sus planes, a la rapidez y facilidad con que el filo de su espada se mella,
como en este diálogo se acaba de confirmar, pues, habiendo sido las entradas de
león, las salidas fueron de cordero, por no decir algo peor, véase por ejemplo
la falta de respeto demostrada al afirmar taxativamente que dios es sordo de
nacimiento. En cuanto al alcalde, nos alegra verificar, usando las palabras del
ministro del interior, que ha visto la luz, no la que el dicho ministro quiere
que los votantes de la capital vean, sino la que los dichos votantes en blanco
esperan que alguien comience a ver. Lo más natural del mundo, en estos tiempos
en que a ciegas vamos tropezando, es que nos topemos al volver la esquina más
próxima con hombres y mujeres en la madurez de la existencia y de la
prosperidad que, habiendo sido a los dieciocho años, no sólo las risueñas
primaveras de costumbre, sino también, y tal vez sobre todo, briosos revolucionarios
decididos a arrasar el sistema del país y poner en su lugar el paraíso, por
fin, de la fraternidad, se encuentran ahora, con firmeza por lo menos idéntica,
apoltronados en convicciones y prácticas que, después de haber pasado, para
calentar y flexibilizar los músculos, por alguna de las muchas versiones del
conservadurismo moderado, acaban desembocando en el más desbocado y reaccionario
egoísmo. Con palabras no tan ceremoniosas, estos hombres y estas mujeres,
delante del espejo de su vida, escupen todos los días en la cara del que fueron
el gargajo de lo que son. Que un político del partido de la derecha, hombre entre
los cuarenta y los cincuenta años, tras haber pasado toda su vida bajo la
sombrilla de una tradición refrescada por el aire acondicionado de la bolsa de
valores y amparada por la brisa vaporosa de los mercados, haya tenido la
revelación, o la simple evidencia, del significado profundo de la mansa
insurgencia de la ciudad que está encargado de administrar, es algo digno de
registro y merecedor de todos los agradecimientos, tan poco habituados estamos
a fenómenos de esta singularidad.
No
habrá pasado sin reparo, por parte de lectores y oyentes especialmente
exigentes, la escasa atención, escasa por no decir nula, que el narrador de
esta fábula está dando a los ambientes en que la acción descrita, por otro lado
bastante lenta, transcurre. Excepto el primer capítulo, donde es posible
observar unas cuantas pinceladas distribuidas adrede sobre el colegio
electoral, y aun así limitadas a puertas, ventanas y mesas, y también si
exceptuamos la presencia del polígrafo o máquina de atrapar mentirosos, el
resto, que no ha sido poco, ha pasado como si los figurantes del relato
habitasen un mundo inmaterial, ajenos a la comodidad o a la incomodidad de los
lugares donde se encuentran, y únicamente ocupados en hablar. La sala donde el
gobierno del país, más de una vez, accidentalmente con asistencia y participación
del jefe de estado, se ha reunido para debatir la situación y tomar las medidas
necesarias para la pacificación de los ánimos y la tranquilidad de las calles,
tiene sin duda una mesa grande alrededor de la cual se sientan los ministros en
cómodos sillones de piel, y sobre ella es imposible que no haya botellas de
agua mineral con sus correspondientes vasos, rotuladores de varios colores,
marcadores, informes, volúmenes de derecho, blocs de notas, micrófonos,
teléfonos, la parafernalia de costumbre en lugares de este calibre. Habría
lámparas en el techo y apliques en las paredes, habría puertas forradas y
ventanas con cortinajes, habría alfombras en el suelo, habría cuadros en las
paredes y algún tapiz antiguo o moderno, infaliblemente el retrato del jefe del
estado, el busto de la república, la bandera de la patria. De nada de esto se
ha hablado, de nada de esto se hablará en el futuro. Incluso ahora, en el más
modesto aunque si bien amplio despacho del alcalde, con balconada a la plaza y
una gran vista aérea de la ciudad en la pared mayor, tendríamos para llenar de sustanciales
descripciones una o dos páginas, aprovechando al mismo tiempo la pausa para
respirar hondo antes de enfrentarnos a los desastres que nos esperan. Mucho más
importante nos parece observar las arrugas de aprensión que se dibujan en la
frente del alcalde, tal vez piense que ha hablado demasiado, que le ha debido
de dar al ministro del interior la impresión, si no la certidumbre, de haberse
pasado a las huestes del enemigo y que, con esta imprudencia, habrá
comprometido, quizá sin remedio, su carrera política, dentro y fuera del
partido. La otra posibilidad, tan remota como inimaginable, sería la de que sus
razones hubiesen empujado hacia la buena dirección al ministro del interior y
le hicieran reconsiderar de arriba a
abajo las estrategias y las tácticas con que e1 gobierno piensa acabar con la sedición.
Lo vemos mover la cabeza, señal segura de que, después de haber examinado
rápidamente tal posibilidad, la abandona por estúpidamente ingenua y
peligrosamente irreal. Luego, se levantó del sillón donde había permanecido
sentado tras la conversación con el ministro y se aproximó a la ventana. No la
abrió, se limitó a descorrer un poco la cortina y miró afuera. La plaza tenía
el aspecto habitual, gente que pasaba, tres personas sentadas en un banco a la
sombra de un árbol, las terrazas de los cafés con sus clientes, las vendedoras
de flores, una mujer seguida, por un perro, los quioscos de prensa, autobuses, automóviles,
lo mismo de siempre. Voy a salir, decidió. Regresó a la mesa y llamó al jefe de
su gabinete, Necesito dar una vuelta, le dijo, comuníqueselo a los concejales
que estén en el edificio, pero, sólo en el caso de que pregunten por mí, en
cuanto al resto, queda en sus manos, Le diré a su conductor que traiga el coche
a la puerta, Hágame ese, favor, pero avísele de que no voy a necesitarlo, yo
mismo conduciré, Volverá hoy al ayuntamiento, Espero que sí, le avisaré si
decido lo contrario, Muy bien, Cómo está la ciudad, Nada importante que
reseñar, no han llegado al ayuntamiento noticias peores que las de costumbre,
accidentes de tráfico, algún que otro embotellamiento, un pequeño incendio sin
consecuencias, un asalto frustrado a una entidad bancaria, Cómo se las han
arreglado, ahora que no hay policía, El asaltante era un pobre diablo, un
aficionado, y la pistola, aunque era auténtica, estaba descargada, Dónde lo han
llevado, Las personas que le quitaron el arma lo entregaron en un cuartel de
bomberos, Para qué, si ahí no hay instalaciones para mantener retenido a nadie,
En algún sitio lo tenían que dejar, Y qué ha sucedido después, Me han contado
que los bomberos se pasaron una hora dándole buenos consejos y luego lo
pusieron en libertad, No podían hacer otra cosa, No, señor alcalde, realmente
no podían hacer otra cosa, Dígale a mi secretaria que me avise cuando el coche
esté en la puerta, Sí señor. El alcalde se recostó en el sillón, a la espera,
otra vez tiene marcadas las arrugas de la frente. Al contrario de lo predicho
por los agoreros, no se había perpetrado durante estos días ni más robos, ni
más violaciones, ni más asesinatos que antes. Parece que la policía, a fin de
cuentas, no era necesaria para la seguridad de la ciudad, que la propia
población, espontáneamente o de forma más o menos organizada, ha decidido
encargarse de las tareas de vigilancia. Este caso de la sucursal bancaria, por
ejemplo. El caso de la sucursal bancaria, pensó, no significa nada, el hombre
estaría nervioso, poco seguro de sí, era un novato, y los empleados del banco
comprendieron que de allí no vendría gran peligro pero mañana podrá no ser así,
qué estoy diciendo mañana, hoy, ahora mismo, durante estos últimos días ha habido
crímenes en la ciudad que obviamente quedarán sin castigo, si no tenemos
policía, si los delincuentes no son detenidos, si no hay investigación ni
proceso, si los jueces se van a casa y los tribunales no funcionan, es
inevitable que la delincuencia aumente, parece que todo el mundo cuenta con que
el ayuntamiento se encargue de la vigilancia de la ciudad, nos lo piden, nos lo
exigen, dicen que sin seguridad no habrá tranquilidad, y yo me pregunto cómo,
pedir voluntarios, crear milicias urbanas, no me digan que vamos a salir a la
calle convertidos en gendarmes de opereta, con uniformes alquilados en las guardarropías
de los teatros, y las armas, dónde están las armas, y saber usarlas, y no es
sólo saber, es ser capaz de usarlas, tomar una pistola y disparar, quién me ve
a mí, y a los concejales, y a los funcionarios municipales persiguiendo por los
tejados al asesino de medianoche y al violador de los martes, o en los salones
de la alta sociedad al ladrón del guante blanco. El teléfono sonó, era la
secretaria, Señor alcalde, su coche le espera, Gracias, dijo, salgo en seguida,
no sé si volveré hoy, si surge algún problema, llámeme al teléfono móvil, Que
todo le vaya bien, señor alcalde, Por qué me dice eso, En los tiempos que
corren, es lo mínimo que deberíamos desearnos unos a otros, Puedo hacerle una
pregunta, Claro que sí, siempre que tenga respuesta, Si no quiere no responda,
Estoy esperando la pregunta, A quién ha votado, A nadie, señor alcalde, Quiere
decir que se abstuvo, Quiero decir que voté en blanco, En blanco, Sí señor
alcalde, en blanco, Y me lo dice así sin más ni menos, También me lo ha
preguntado sin más ni menos, Y eso parece que le ha dado la confianza
suficiente para responder, Más o menos, señor alcalde, sólo más o menos, Creo
entender que también ha pensado que podía ser un riesgo, Tenía esperanza de que
no lo fuese, Como ve, tenía razón en confiar, Quiere decir que no seré invitada
a presentar mi dimisión, Descanse, duerma en paz, Sería mucho mejor que no
necesitáramos del sueño para estar en paz, señor alcalde, Muy bien dicho,
Cualquiera lo diría, señor alcalde, no ganaré el premio de la academia con esta
frase, Entonces ya sabe, tendrá que contentarse con mi aplauso, Me doy por más
que recompensada, Quedemos así, si ocurre algo, me llama al teléfono móvil, Sí
señor, Hasta mañana, si no es hasta luego, Hasta luego, hasta mañana, respondió
la secretaria.
El
alcalde ordenó sumariamente los documentos esparcidos sobre la mesa de trabajo,
la mayoría parecían de otro país y de otro siglo, no de esta capital en estado
de sitio, abandonada por su propio gobierno y cercada por su propio ejército.
Si los rompiera, si los quemase, si los tirase al cesto de los papeles, nadie
le exigiría cuentas sobre lo que había hecho, las personas ahora tienen cosas
más importantes en que pensar, la ciudad, mirándolo bien, ya no forma parte del
mundo conocido, se ha convertido en una olla llena de comida podrida y de
gusanos, en una isla empujada hacia un mar que no es el suyo, un lugar donde se
ha declarado un foco de infección peligrosa y que, por precaución, es colocado
en régimen de cuarentena, a la espera de que la peste pierda virulencia o, por
no tener a nadie más a quien matar, acabe devorándose a sí misma. Le pidió al
ordenanza que le trajese la gabardina, tomó la cartera de los asuntos que tenía
que repasar en casa y bajó. El conductor, que le estaba aguardando, abrió la
puerta del coche, Me han dicho que no me necesita, señor alcalde, Así es, se
puede ir a casa, Entonces, hasta mañana, señor alcalde, Hasta mañana. Es
interesante cómo nos pasamos todos los días de la vida despidiéndonos, diciendo
y oyendo decir hasta mañana, y, fatalmente, en uno de esos días, el que fue último
para alguien, o no está aquel a quien se lo dijimos, o ya no estamos nosotros
que lo habíamos dicho. Veremos si en este hasta mañana de hoy, al que también
solemos llamar día siguiente, encontrándose el alcalde y su conductor
particular una vez más, serán capaces ellos de comprender hasta qué punto es
extraordinario, hasta qué punto fue casi un milagro haber dicho hasta mañana y
ver que se cumplió como certeza lo que no había sido nada más que una
problemática posibilidad. El alcalde entró en el coche. Iba a dar una vuelta
por la ciudad, ver a la gente que pasaba, sin prisa, aparcando de vez en cuando
y saliendo para andar un poco, mientras escuchaba lo que se decía, en fin,
tomar el pulso de la ciudad, midiendo la fuerza de la fiebre que se estaba incubando.
De lecturas antiguas recordaba que un cierto rey de oriente, no estaba seguro
de si era rey o emperador, lo más probable es que se tratara de un califa de la
época, salía de su palacio disfrazado alguna que otra vez para mezclarse con el
pueblo llano, con la gente menuda, y oír lo que de él se decía en el franco
parlatorio de las calles y de las plazas. Tal vez no tan franco porque en aquella
época, como siempre, no debían de faltar espías que tomaran nota de las
apreciaciones, de las quejas, de las críticas y de algún embrionario plan de
conspiración. Es regla invariable del poder que resulta mejor cortar las cabezas
antes de que comiencen a pensar, ya que después puede ser demasiado tarde. El
alcalde no es el rey de esta ciudad cercada, y en cuanto al visir del interior,
ése se exilio al otro lado de la frontera, a esta hora, probablemente, estará
en conferencia de trabajo con sus colaboradores, iremos sabiendo cuáles y para
qué. Por eso este alcalde no necesita disfrazarse con barba y bigote, la cara
que lleva puesta en el sitio de la cara es la suya de siempre, quizá un poco
más preocupada que de costumbre, como se puede notar por las arrugas de la
frente. Hay personas que lo reconocen, pero son pocas las que lo saludan. No se
crea, sin embargo, que los indiferentes o los hostiles son sólo aquellos que,
en principio, votaron en blanco, y por consiguiente verían en él un adversario,
también hay votantes de su propio partido y del partido del medio que lo miran
con manifiesta sospecha, por no decir con declarada antipatía, Qué está
haciendo aquí éste, pensarán, por qué se mezcla con el populacho de los
blanqueros, cuando debería estar en su trabajo mereciéndose lo que le pagan, a
lo mejor, como ahora la mayoría es otra, está cazando votos, pues si es así, va
de cráneo, que elecciones no va a haber tan pronto, si yo fuese gobierno
disolvía este ayuntamiento y nombraba una comisión administrativa decente, de absoluta
confianza política. Antes de proseguir este relato, conviene explicar que el
empleo de la palabra blanquero, pocas líneas antes, no fue ocasional o fortuito
ni producto de un error con el teclado del ordenado y ni mucho menos se trata
de un neologismo inventado a toda prisa por el narrador para cubrir una falta.
El término existe, existe de verdad, se encuentra en cualquier diccionario, el
problema, si problema es, radica en el hecho de que las personas están
convencidas de que conocen el significado de la palabra blanco y de sus
derivados, y por tanto no pierden tiempo acudiendo a cerciorarse a la fuente, o
padecen del síndrome de intelecto perezoso y se quedan ahí, no van más allá,
hacia el hermoso encuentro. No se sabe quién fue en la ciudad el curioso
investigador o el casual descubridor, lo cierto es que la palabra se extendió
rápidamente y en seguida con el sentido peyorativo que la simple lectura parece
provocar. Aunque no nos hubiésemos referido antes al hecho, deplorable en todos
sus aspectos, los propios medios de comunicación social, en particular la
televisión estatal, ya están usando la palabra como si se tratase de una
obscenidad de las peores. Cuando aparece escrita y sólo la vemos no nos damos
tanta cuenta, pero si la oímos pronunciar, con ese fruncir de boca y ese
retintín de desprecio, es necesario estar dotado de la armadura moral de un
caballero de la tabla redonda para no echar a correr, escapulario al cuello y
túnica de penitente, dándonos golpes de pecho y renegando de todos los viejos
principios y preceptos, Blanquero fui, blanquero no seré, que me perdone la
patria, que me perdone el rey. El alcalde, que nada tiene que perdonar, puesto
que ni es rey ni lo será, ni siquiera candidato en las próximas elecciones, ha
dejado de observar a los transeúntes, ahora busca indicios de indolencia, de
abandono, de deterioro, y, por lo menos a primera vista, no los encuentra. Las
tiendas y los grandes almacenes están abiertos, aunque no parece que estén
haciendo demasiado negocio, los coches circulan sin más impedimentos que algún
que otro embotellamiento de poca monta, ante la puerta de los bancos no hay
filas de clientes inquietos, de esas que siempre se forman cuando hay crisis,
todo parece normal, ni un solo robo por el método del tirón, ni una sola pelea
con tiros y navajas, nada que no sea esta tarde luminosa, ni fría ni cálida,
una tarde que parece haber venido al mundo para satisfacer todos los deseos y
calmar todas las ansiedades. Pero no la preocupación o, siendo más literarios,
el desasosiego interior del alcalde. Lo que él siente, y tal vez, entre todas
estas personas que pasan, sea el único en sentirlo, es una especie de amenaza
flotando en el aire, esa que los temperamentos sensibles intuyen cuando la masa
de nubes que tapa el cielo se encrespa esperando el trueno que la rompa, cuando
una puerta chirría en la oscuridad y una corriente de aire frío nos golpea el
rostro, cuando un presagio maligno abre las puertas de la desesperación, cuando
una carcajada diabólica nos desgarra el delicado velo del alma. Nada en concreto,
nada sobre lo que se pueda hablar con objetividad y conocimiento de causa, pero
lo cierto es que el alcalde tiene que hacer un esfuerzo enorme para no parar a
la primera persona con la que se cruza y decirle, Tenga cuidado, no me pregunte
cuidado por qué, cuidado con qué, sólo le pido que tenga cuidado, presiento que
algo malo está a punto de suceder, Si usted, que es alcalde, que tiene
responsabilidades, no lo sabe, cómo puedo saberlo yo, le preguntaría, No
importa, sólo le pido que tenga cuidado, Es alguna epidemia, No creo, Un
terremoto, No nos encontramos en una región sísmica, aquí nunca ha habido
terremotos, Una inundación, una riada, Hace muchos años que nuestro río no alcanza
sus márgenes, Entonces, No sé qué contestarle, Me va a perdonar la pregunta que
le voy a hacer, Ya está disculpado incluso antes de haberla hecho, Por casualidad
usted, y lo digo sin ánimo de ofender, no habrá tomado una copa de más, como
debe de saber la última es siempre la peor, Sólo bebo en las comidas, y siempre
con moderación, no soy un alcohólico, Siendo así, no entiendo, Cuando suceda,
lo entenderá, Cuando suceda, el qué, Lo que está a punto de suceder, Perplejo,
el interlocutor miró a su alrededor, Si está buscando a un policía para que me
detenga, dijo el alcalde, no se esfuerce, se han ido todos, No buscaba a un
policía, mintió el otro, había quedado aquí con un amigo, sí, allí está,
entonces hasta otro día, señor alcalde, que le vaya bien, yo, francamente, si estuviese
en su lugar, me iba a casa ahora mismo, durmiendo se olvida todo, Nunca me
acuesto a esta hora, Para acostarse todas las horas son buenas, le diría mi
gato, Puedo hacerle también una pregunta, Faltaría más, señor alcalde, con toda
libertad, Votó en blanco, Está haciendo un sondeo, No, es sólo una curiosidad,
pero si no quiere, no me responda, El hombre dudó un segundo, después, serio,
respondió, Sí señor, voté en blanco, que yo sepa no está prohibido, Prohibido
no está, pero vea el resultado, El hombre parecía haberse olvidado del amigo
imaginario, Señor alcalde, yo, personalmente, no tengo nada contra usted, hasta
soy capaz de reconocer que ha hecho un buen trabajo en el ayuntamiento, pero la
culpa de eso que llama resultado no es mía, yo voté como me apeteció, dentro de
la ley, ahora ustedes tendrán que arreglárselas, si piensan que la patata
quema, soplen, No se altere, yo sólo pretendía avisarlo, Todavía estoy
queriendo saber de qué, Incluso queriendo, no podría explicárselo, Pues
entonces he estado perdiendo el tiempo, Perdone, su amigo lo está esperando, No
tengo ningún amigo esperando, sólo quería irme, Entonces le agradezco que se
haya quedado un poco más, Señor alcalde, Diga, diga, sin formalidades, Si soy
capaz de entender algo de lo que pasa en la cabeza de las personas. lo que
usted tiene es un remordimiento de conciencia, Remordimiento por lo que no he
hecho, Hay quien dice que ése es el peor de todos, el remordimiento de haber
permitido que se hiciera, Tal vez tenga razón, voy a pensarlo, de cualquier
manera, tenga cuidado, Lo tendré, señor alcalde, y le agradezco el aviso,
Aunque siga sin saber de qué, Hay personas que nos merecen confianza, Es la
segunda persona que me lo dice hoy, En ese caso, puede decirse que ya ha ganado
el día, Gracias, Hasta la vista, señor alcalde, Hasta la vista.
El
alcalde volvió hacia atrás, hasta el sitio donde había dejado aparcado el
coche, iba satisfecho, por lo menos había conseguido avisar a una persona, si
ella pasa la palabra, en pocas horas toda la ciudad estará alerta, dispuesta
para lo que ha de venir, No debo estar en mi sano juicio, pensó, es evidente
que el hombre no dirá nada, es un tonto como yo, bueno, no se trata de una
cuestión de tontería, que yo haya sentido una amenaza que soy incapaz de
definir, es cosa mía, no suya, lo mejor que puedo hacer es seguir el consejo
que me ha dado, irme a casa, nunca habrá sido en balde el día que fuimos
merecedores, al menos, de un buen consejo. Entró en el coche y desde allí, por
teléfono, comunicó al jefe de gabinete que no volvería al ayuntamiento. Vivía
en una calle del centro, no lejos de la estación del metro de superficie que
daba servicio a una gran parte del sector este de la ciudad. La mujer, médica
cirujana, no está en casa, hoy tiene turno de guardia nocturna en el hospital,
y, en cuanto a los hijos, el chico está en el servicio militar, posiblemente es
uno de los que defienden la frontera, apostado con una ametralladora pesada y
la mascarilla antigás colgada al cuello, y la hija, en el extranjero, trabaja
como secretaria e intérprete en un organismo internacional, de esos que
instalan sus monumentales y lujosas sedes en las ciudades más importantes,
políticamente hablando, claro está. De algo le ha servido tener un padre bien
colocado en el sistema oficial de favores que se cobran y se pagan, que se
hacen y se retribuyen. Como hasta de los más excelsos consejos, puestos en lo
mejor, sólo se obedece la mitad, el alcalde no se acostó. Estudió los papeles
que había traído, tomó decisiones sobre algunos, otros los pospuso para un
segundo examen. Cuando llegó la hora de cenar, fue a la cocina, abrió el frigorífico,
pero no encontró nada que le despertara el apetito. La mujer había pensado en
él, no lo iba a dejar pasar hambre, pero el esfuerzo de poner la mesa, calentar
la comida y lavar después los platos, hoy le parecía sobrehumano. Salió y fue a
un restaurante. Ya sentado a la mesa, mientras esperaba que le sirvieran,
telefoneó a su mujer, Cómo va el trabajo, preguntó, Sin demasiados problemas, y
tú, cómo estás, Estoy bien, sólo un poco inquieto, No te pregunto por qué, con
esta situación, Es algo más, una especie de estremecimiento interior, una
sombra, como un mal augurio, No te sabía supersticioso, Siempre llega la hora
para todo, Oigo sonido de voces, dónde estás, En el restaurante, después
volveré a casa, o quizá vaya a verte, ser el alcalde abre muchas puertas, Puedo
estar operando, puedo tardar, Bueno, ya lo pensaré, un beso, Otro, Grande,
Enorme. El camarero trajo el plato, Aquí tiene, señor alcalde, buen provecho.
Estaba a punto de llevarse el tenedor a la boca cuando una explosión hizo
estremecer el edificio de arriba abajo, al mismo tiempo que reventaban en
añicos los cristales exteriores e interiores, mesas y sillas se derrumbaron,
había personas, gritando o gimiendo, algunas heridas, otras aturdidas por el
choque, otras trémulas del susto. El alcalde sangraba por un corte en la cara
causado por un vidrio. Era evidente que habían sido alcanzados por la onda
expansiva de la explosión. Debe de haber sido en la estación del metro, dijo
entre sollozos una mujer que intentaba levantarse. Apretando una servilleta
contra la herida, el alcalde corrió a la calle. Los vidrios estallaban bajo sus
pies, más adelante se erguía una espesa columna de humo negro, incluso creyó
ver un resplandor de incendio. Ha sucedido, es en la estación, pensó. Había
tirado la servilleta al darse cuenta de que llevar la mano apretada contra la
cara le entorpecía los movimientos, ahora la sangre le bajaba libre por la
mejilla y el cuello e iba empapando la camisa. Preguntándose a sí mismo si habría
línea, se detuvo unos instantes para marcar el número de teléfono que atendía
las emergencias, pero el trémulo nerviosismo de la voz que le respondió
indicaba que la noticia ya era conocida, Habla el alcalde, ha explotado una
bomba en la estación principal del metro de superficie, sector este, manden
todo lo que puedan, a los bomberos, a protección civil, a voluntarios, si
todavía están por ahí, material para primeros auxilios, enfermeros, ambulancias,
lo que esté al alcance, ah, otra cosa, si hay manera de saber dónde viven los
policías jubilados, llámenlos también, que vengan a ayudar, Los bomberos ya van
de camino, señor alcalde, estamos haciendo todos los esfuerzos para. Se cortó
la comunicación y él se lanzó de nuevo a la carrera. Había otras personas
corriendo a su lado, algunas más ágiles lo sobrepasaban, a él le pesaban las
piernas, eran como de plomo, y parecía que los fuelles de los pulmones se negaban
a respirar el aire espeso y maloliente, y un dolor, un dolor que rápidamente se
le clavó a la altura de la tráquea, crecía a cada instante. La estación estaba
ya a unos cincuenta metros, el humo pardo, gris, iluminado por el incendio,
subía en ovillos furiosos, Cuántos muertos habrá ahí dentro, quién ha colocado
esta bomba, se preguntó el alcalde. Se oían cerca las sirenas de los coches de
bomberos, los gritos dolientes, más de quien implora ayuda que de quien viene a
darla, eran cada vez más agudos, de un momento a otro los auxilios irrumpirán
por una de estas esquinas. El primer vehículo apareció cuando el alcalde se abría
camino por entre las personas que acudían a ver el desastre, Soy el alcalde,
decía, soy el alcalde, déjeme pasar, por favor, y se sentía dolorosamente
ridículo al repetirlo una y otra vez, consciente de que el hecho de ser alcalde
no le abriría todas las puertas, ahí dentro, sin ir más lejos, hay personas
para quienes se les han cerrado definitivamente las de la vida. En pocos
minutos, gruesos chorros de agua estaban siendo proyectados por las aberturas
de lo que antes fueran puertas y ventanas, o se elevaban en el aire y mojaban
las estructuras superiores para contrarrestar el peligro de propagación del
fuego. El alcalde se dirigió hacia el jefe de los bomberos, Qué le parece esto,
comandante, De lo peor que he visto nunca, hasta me da la impresión de que
huele a fósforo, No diga eso, no es posible, Será impresión mía, ojalá esté
equivocado. En ese momento apareció una unidad móvil de televisión, en seguida
aparecieron otros coches de la prensa, de la radio, ahora el alcalde, rodeado
de micrófonos, responde a las preguntas, Cuántos muertos calcula que habrá
habido, De qué informaciones dispone ya, Cuántos heridos, Cuántas personas
quemadas, Cuándo piensa que la estación volverá a estar en funcionamiento, Hay
sospechas de quiénes hayan podido ser los autores del atentado, Se recibió
antes algún aviso de bomba, En caso afirmativo, quién lo recibió y qué medidas
fueron tomadas para evacuar la estación a tiempo, Le parece que se habrá tratado
de una acción terrorista ejecutada por algún grupo relacionado con la actual
subversión urbana, Espera que haya más atentados de este tipo, Como alcalde, y
única autoridad de la ciudad, de qué medios dispone para proceder a las
investigaciones necesarias. Cuando la barahúnda de preguntas cesó, el alcalde
dio la única respuesta posible en aquellas circunstancias, Algunas de las
cuestiones sobrepasan mi competencia, por tanto, no les puedo responder,
supongo, no obstante, que el gobierno no tardará mucho en hacer una declaración
oficial, en cuanto a las cuestiones restantes, sólo puedo decir que estamos
haciendo todo cuanto es humanamente posible para socorrer a las víctimas, ojalá
consigamos llegar a tiempo, al menos para algunas, Pero cuántos muertos hay,
insistió un periodista, Se sabrá cuando se pueda entrar en ese infierno, hasta
entonces ahórrense, por favor, las preguntas estúpidas. Los periodistas
protestaron argumentando que ésa no era una manera correcta de tratar a los
medios de comunicación, que ellos estaban allí cumpliendo su deber de informar
y por tanto tenían derecho a ser respetados, pero el alcalde cortó de raíz el
discurso corporativo, Un periódico de hoy se ha atrevido a pedir un baño de
sangre, no lo ha tenido todavía, puesto que los quemados no sangran, sólo se
transforman en torreznos, y ahora déjenme pasar, por favor, no tengo nada más
que decir, serán convocados cuando dispongamos de informaciones concretas. Se
oyó un murmullo general de desaprobación, desde atrás una palabra de desdén,
Quién se cree que es, pero el alcalde no intentó averiguar de dónde procedía el
desacato, él mismo no había hecho otra cosa que preguntarse durante las últimas
horas, Quién creo yo que soy.
Dos
horas después el fuego fue extinguido, dos horas más duró aún el rescoldo, pero
no era posible saber cuántas personas habían muerto. Unas treinta o cuarenta
que, con heridas de diversa gravedad, lograron escapar de los peores efectos de
la explosión por encontrarse en una zona del vestíbulo distante del lugar de la
explosión, fueron transportadas al hospital. El alcalde se mantuvo allí hasta
que las brasas perdieron fuerza, sólo aceptó retirarse después de que el comandante
de los bomberos le hubiera dicho, Váyase ha descansar, señor alcalde, deje el
resto para nosotros, cúrese esa herida que tiene en la cara, no comprendo cómo
nadie se ha fijado, No tiene importancia estaban ocupados en cosas más serias.
Luego preguntó, Y ahora, Ahora, buscar y retirar los cadáveres, algunos estarán
despedazados, la mayor parte carbonizados, No sé si podría soportarlo, En el
estado en que lo veo, no lo soportará, Soy un cobarde, La cobardía no tiene
nada que ver con esto, señor alcalde, yo me desmayé la primera vez, Gracias
comandante, haga lo que pueda, Apagar el último tizón, que es lo mismo que nada,
Por lo menos estará aquí. Tiznado, con la cara negra por la sangre coagulada,
comenzó, penosamente, a andar camino de casa. Le dolía el cuerpo todo, por
haber corrido, por la tensión nerviosa, por haber estado todo el tiempo de pie.
No merecía la pena que llamara a su mujer, la persona que atendiese el teléfono
diría seguramente, Lo lamento, señor alcalde, pero la doctora no puede
atenderlo, está operando. Había personas en las ventanas de un lado y otro de
la calle, pero nadie lo reconoció. Un auténtico alcalde se mueve en su coche
oficial, va acompañado de un secretario que le lleva la cartera de ejecutivo,
tres guardaespaldas que le abren paso, y ese que va por ahí es un vagabundo
sucio y maloliente, un hombre triste a la vera de las lágrimas, un fantasma al
que nadie le presta un barreño de agua para que lave su sábana. El espejo del
ascensor le mostró la cara carbonizada que tendría en ese momento si se hubiera
encontrado en el vestíbulo de la estación cuando la bomba explotó, Horror,
horror, murmuró. Abrió la puerta con las manos trémulas y se dirigió al cuarto
de baño. Sacó del armario el botiquín de primeros auxilios, el paquete de
algodón, el agua oxigenada, un desinfectante líquido yodado, vendas adhesivas
de tamaño grande. Pensó, Lo más seguro es que necesite unos puntos. La camisa
estaba manchada de sangre hasta la cinturilla de los pantalones, He sangrado
más de lo que creía. Se quitó la chaqueta, deshizo con esfuerzo el nudo de la
corbata, se abrió la camisa. La camiseta interior también estaba sucia de
sangre. Debería lavarme, meterme debajo de la ducha, no, no puede ser, qué
disparate, el agua arrastraría la costra que cubre la herida y la sangre
volvería a correr, dijo en voz baja, lo que debería, sí, lo que debería, lo que
debería es. La palabra era como un cuerpo muerto que se hubiera atravesado en
el camino, tenía que descubrir qué quería, levantar el cadáver. Los bomberos y
los auxiliares de protección civil entraron en la estación. Llevan camillas, se
protegen las manos con guantes, la mayor parte de ellos nunca ha tocado un
cuerpo quemado, ahora van a saber cuánto cuesta. Debería. Salió del cuarto de
baño, fue a su despacho, se sentó ante la mesa. Tomó el teléfono y marcó un
número reservado. Eran casi las tres de la madrugada. Una voz respondió,
Gabinete del ministro del interior, quién habla, El alcalde de la capital,
páseme con el ministro, es urgentísimo, si está en casa, póngame en
comunicación, Un momento, por favor. El momento duró dos minutos, Sí, Señor
ministro, hace algunas horas ha explotado una bomba en la estación del metro de
superficie, sector este, todavía no se sabe cuántas muertes ha causado, pero
todo indica que son muchos, los heridos se cuentan por tres o cuatro decenas,
Ya estoy informado, Si sólo le llamo ahora es porque he estado todo el tiempo
en el lugar, Ha hecho muy bien. El alcalde respiró hondo, preguntó, No tiene
nada que decirme, señor ministro, A qué se refiere, Si tiene alguna idea acerca
de quién ha colocado la bomba, Me parece que está bastante claro, sus amigos
del voto en blanco han decidido pasar a la acción directa, No me lo creo, Que
se lo crea o no, la verdad es ésa, Es, o va a ser, Entiéndalo como quiera,
Señor ministro, lo que ha pasado aquí es un crimen hediondo, Supongo que tiene
razón, así se le suele llamar, Quién colocó la bomba, señor ministro, Parece
usted perturbado, le aconsejo que descanse, vuelva a llamarme cuando sea de
día, nunca antes de las diez de la mañana, Quién colocó la bomba, señor
ministro, Qué pretende insinuar, Una pregunta no es una insinuación,
insinuación sería si le dijese lo que ambos estamos pensando en estos momentos,
Mis pensamientos no tienen por qué coincidir con lo que piensa un alcalde,
Coinciden esta vez, Cuidado. está yendo demasiado lejos, No estoy yendo, ya he
llegado, Qué quiere decir, Que estoy hablando con quien tiene responsabilidad
directa en el atentado, Está loco, Preferiría estarlo, Atreverse a lanzar la
sospecha sobre un miembro del gobierno, esto es inaudito, Señor ministro, a
partir de este momento dejo de ser alcalde de esta ciudad sitiada, Mañana
hablaremos, de todos modos tome nota de que no acepto su dimisión, Tendrá que
aceptar mi abandono, haga como si hubiera muerto, En ese caso le aviso, en
nombre del gobierno, de que se arrepentirá amargamente, o ni siquiera tendrá
tiempo de arrepentirse, si no guarda sobre este asunto silencio total, supongo
que no le costará mucho puesto que dice que ya está muerto, Nunca habría
imaginado que se pudiera estar tanto. La comunicación fue interrumpida en el
otro lado. El hombre que había sido alcalde se levantó y fue al cuarto de baño.
Se desnudó y se metió debajo de la ducha. El agua caliente deshizo rápidamente
la costra formada sobre la herida, la sangre comenzó a correr. Los bomberos
acaban de encontrar el primer cuerpo carbonizado.
Veintitrés muertos ya contados, y no sabemos
cuántos se encuentran todavía debajo de los escombros, veintitrés muertos por
lo menos, señor ministro del interior, repetía el primer ministro golpeando con
la palma de la mano derecha los periódicos abiertos sobre la mesa, Los medios
de comunicación son prácticamente unánimes en atribuir el atentado a un grupo
terrorista relacionado con la insurrección de los blanqueros, señor primer
ministro, En primer lugar, le pido, como un gran favor, que no vuelva a
pronunciar en mi presencia la palabra blanquero, por buen gusto, nada más, en
segundo lugar, explíqueme qué significa la expresión prácticamente unánimes,
Significa que hay sólo dos excepciones, estos dos pequeños periódicos que no
aceptan la versión puesta en circulación y exigen una investigación a fondo,
Interesante, Vea, señor primer ministro, la pregunta de éste. El primer ministro
leyó en voz alta, Queremos saber de dónde partió la orden, Y éste, menos
directo, pero que va en la misma dirección, Queremos la verdad le duela a quien
le duela. El ministro del interior continuó, No es alarmante, no creo que
tengamos que preocuparnos, hasta es bueno que estas dudas aparezcan para que no
se diga que todo es la voz de su amo, Quiere decir que veintitrés o más muertos
no le preocupan, Era un riesgo calculado, señor primer ministro, A la vista de
lo sucedido, un riesgo muy mal calculado, Reconozco que también puede ser
interpretado así, Habíamos pensado en un artefacto no demasiado potente, que
causase poco más que un susto, Desgraciadamente algo ha debido de fallar en la
cadena de transmisión de la orden, Me gustaría tener la certeza de que ésa es
la única razón, Tiene mi palabra, señor primer ministro, le puedo asegurar que
la orden fue dada correctamente, Su palabra, señor ministro del interior, Se la
doy con todo lo que vale, Sí, con todo lo que vale, Sea como sea, sabíamos que
habría muertos, Pero no veintitrés, Si hubiesen sido sólo tres no estarían
menos muertos que éstos, la cuestión no está en el número, La cuestión también
está en el número, Quien quiera los fines también tiene que querer los medios,
permítame que se lo recuerde, Esta frase ya la he oído muchas veces, Y ésta no
será la última, aunque no la oiga de mi boca la próxima vez, Señor ministro del
interior, nombre inmediatamente una comisión de investigación, Para llegar a
qué conclusiones, señor primer ministro, Ponga la comisión a funcionar, el
resto se verá luego, Muy bien, Proporcione todo el auxilio posible a las
familias de las víctimas, tanto de los muertos como de los que se encuentran
hospitalizados, dé instrucciones al ayuntamiento para que se encargue de los
entierros, Con toda esta confusión olvidé informarle que el alcalde presentó su
dimisión, Su dimisión, por qué, Más exactamente abandonó su cargo, Dimitir o
abandonar, me resulta indiferente en este momento, lo que le pregunto es por
qué, Llegó a la estación poco después de la explosión y los nervios se le
resquebrajaron, no soportó lo que vio, Ninguna persona lo soportaría, yo no lo
soportaría, imagino que usted tampoco, por tanto tiene que haber otra razón
para un abandono tan súbito como ése, Piensa que el gobierno está involucrado en
el asunto, no se limitó a insinuar la sospecha, fue más que explícito, Cree que
fue él quien sugirió la idea a estos periódicos, Con toda franqueza, señor primer
ministro, no lo creo, y mire que bien me apetecería cargarle la culpa, Qué va a
hacer ahora ese hombre, La mujer es médica en el hospital, Sí, la conozco,
Tiene de qué vivir mientras no encuentre un puesto de trabajo, Y entre tanto,
Entre tanto, señor primer ministro, si es eso lo que quiere decir, lo
mantendremos bajo la más rigurosa vigilancia, Qué demonios ha pasado en la
cabeza de este hombre, parecía de toda confianza, miembro leal del partido,
excelente carrera política, un futuro, La cabeza de los seres humanos no
siempre está completamente de acuerdo con el mundo en que viven, hay personas que
tienen dificultad en ajustarse a la realidad de los hechos, en el fondo no
pasan de espíritus débiles y confusos que usan las palabras, a veces
hábilmente, para justificar su cobardía, Veo que sabe mucho de la materia, este
conocimiento lo ha obtenido de su propia experiencia, Tendría yo el cargo que
desempeño en el gobierno, este de ministro del interior, si tal me hubiese
acontecido, Supongo que no, pero en este mundo todo es posible, imagino que
nuestros mejores especialistas en tortura también besan a sus hijos cuando
llegan a casa y algunos, incluso, hasta lloran en el cine, El ministro del
interior no es una excepción, soy un sentimental, Celebro saberlo. El primer
ministro hojeó despacio los periódicos, miró las fotografías una a una, con una
mezcla de escrúpulo y repugnancia, y dijo, Querrá saber por qué no le destituyo,
Sí, señor primer ministro, tengo curiosidad por conocer sus razones, Si lo
hiciese, la gente pensaría una de estas dos cosas, o que, independientemente de
la naturaleza y del grado de culpa, lo considero responsable directo de lo
sucedido, o que simplemente castigo su supuesta incompetencia por no haber
previsto la eventualidad de un acto de violencia de este tipo, abandonando la
capital a su suerte, Suponía que serían ésas las razones, conozco las reglas
del juego, Evidentemente, una tercera razón, posible, como todo es, pero
improbable, está fuera de cuestión, Cuál, La de que revelase públicamente el
secreto de este atentado, Usted sabe mejor que nadie que ningún ministro del interior,
en ninguna época y en ningún país del mundo, abriría jamás la boca para hablar
de las miserias, de las vergüenzas, de las traiciones y de los crímenes de su
oficio, por consiguiente puede estar tranquilo, en este caso tampoco seré una
excepción, Si llega a saberse que nosotros colocamos la bomba, les daremos la
razón a los que votaron en blanco, la última razón que les faltaba, Es una
forma de ver que, con perdón, ofende la lógica, señor primer ministro, Por qué,
Y que, me permito decírselo, no honra el habitual rigor de su pensamiento,
Explíquese, Es que, sabiéndose o sin saberse, si ellos pueden llegar a tener
razón, es porque ya la tenían antes. El primer ministro apartó los periódicos
de delante y dijo, Todo esto me recuerda la vieja historia del aprendiz de
brujo, aquel que no supo contener las fuerzas mágicas que había puesto en
movimiento, Quién es, en este caso y en su opinión, el aprendiz de brujo, ellos
o nosotros, Recelo que ambos, ellos se metieron en un camino sin salida sin
pensar en las consecuencias, Y nosotros fuimos detrás, Así es, ahora se trata
de saber cuál será el próximo paso, En lo que al gobierno respecta, nada más
que mantener la presión, es evidente que después de lo que acaba de ocurrir no
nos conviene ir mas lejos en la acción, Y ellos, Si son ciertas las
informaciones que me han llegado a última hora, poco antes de venir aquí, están
organizando una manifestación, Qué pretenden conseguir, las manifestaciones
nunca han servido para nada, de otra manera nunca las autorizaríamos, Supongo
que sólo quieren protestar contra el atentado, y, en lo que se refiere a la
autorización del ministerio del interior, esta vez ni siquiera tienen que
perder tiempo en pedirla, Saldremos alguna vez de este embrollo, Esto no es
asunto de brujos, señor primer ministro, sean ellos maestros o aprendices, al
final ganará quien tenga más fuerza, Ganará quien tenga mas fuerza en el último
instante, y ahí no hemos llegado todavía, la fuerza que ahora tenemos puede no ser
suficiente a esas alturas. Yo tengo confianza, señor primer ministro, un estado
organizado no puede perder una batalla de éstas, sería el fin del mundo, O el
comienzo de otro, No sé qué debo pensar de esas palabras, señor primer ministro,
Por ejemplo, no piense en ir contando por ahí que el primer ministro tiene
ideas derrotistas, Nunca tal cosa me pasaría por la cabeza, Menos mal,
Evidentemente usted hablaba en teoría, Así es, Si no necesita nada más de mí,
vuelvo a mi trabajo, El presidente me ha dicho que tuvo una inspiración, Cuál,
No quiso adelantármela, espera los acontecimientos, Ojalá sirva para algo, Es
el jefe del estado, Eso mismo quería decir, Manténgame al corriente, Sí señor primer
ministro, Hasta luego, Hasta luego, señor primer ministro.
Las
informaciones llegadas al ministerio del interior eran correctas, la ciudad se
preparaba para una manifestación. El número definitivo de muertos había pasado
a treinta y cuatro. No se sabe de dónde ni cómo nació la idea, en seguida
aceptada por todo el mundo, de que los cuerpos no deberían ser enterrados en
los cementerios como muertos normales, que las sepulturas deberían quedarse per
omnia sæcula sæculorum en el terreno ajardinado fronterizo a la estación del
metro. Con todo, algunas familias, no muchas, conocidas por sus convicciones
políticas de derechas e inamovibles de certeza de que el atentado había sido
obra de grupo terrorista directamente relacionado, como afirmaban los medios de
comunicación, con la conspiración contra el estado de derecho, se negaron a
entregar sus muertos a la comunidad, Éstos, sí, inocentes de toda culpa, clamaban,
porque habían sido toda su vida ciudadanos respetuosos de lo propio y de lo
ajeno, porque habían votado como sus padres y sus abuelos, porque eran personas
de orden y ahora víctimas mártires de la violencia asesina. Alegaban también,
ya en otro tono, quizá para que no pareciese demasiado escandalosa una tal
falta de solidaridad cívica, que poseían sus sepulturas históricas y que era
arraigada tradición de la estirpe familiar que se mantuviesen reunidos, después
de muertos, también per omnia sæcula sæculorum, aquellos que, en vida, reunidos
habían vívido. El entierro colectivo no iba a ser, por tanto, de treinta y
cuatro cadáveres, sino de veintisiete. Incluso así, hay que reconocer que eran
muchas personas. Mandada por no se sabe quién, pero seguro que no por el
ayuntamiento que, como sabemos, está sin jefatura hasta que el ministro del
interior apruebe el decreto de sustitución, mandada por no se sabe quién,
decíamos, apareció en el jardín una máquina enorme y llena de brazos, de esas
llamadas polivalentes, como un gigante transformista, que arrancan un árbol en
el tiempo que se tarda en soltar un suspiro y que pudiera haber abierto
veintisiete tumbas en menos de un santiamén si los sepultureros de los cementerios,
también ellos apegados a la tradición, no se hubiesen presentado para ejecutar
el trabajo artesanalmente, es decir, con pala y azada. Lo que la máquina hizo
fue precisamente arrancar media docena de árboles que estorbaban, dejando el
terreno, después de limpio y allanado, como si para camposanto y de descanso
eterno hubiese sido creado de raíz, y luego fue, a la máquina nos referirnos, a
plantar en otro sitio los árboles y sus sombras.
Tres
días después del atentado, de mañana temprano, comenzaron las personas a salir
a la calle. Iban en silencio, graves, muchas llevaban banderas blancas, todas
una banda blanca en el brazo izquierdo, y que no nos digan los rigurosos en
exequias que una señal de luto no puede ser blanca, cuando estamos informados
de que en este país ya lo fue, cuando sabemos que para los chinos lo fue
siempre, y eso por no hablar de los japoneses, que ahora irían todos de azul si
este caso fuera con ellos. A las once de la mañana la plaza ya estaba llena,
pero allí no se oía nada más que el inmenso respirar de la multitud, el sordo
susurro del aire entrando y saliendo de los pulmones, inspirar, espirar, alimentando
de oxígeno la sangre de estos vivos, inspirar, espirar, inspirar, espirar,
hasta que de repente, no completemos la frase, ese momento, para los que han
venido aquí, supervivientes, aún está por llegar. Se veían innumerables flores
blancas, crisantemos en cantidad, rosas, lirios, azucenas, alguna flor de
cactus de translúcida blancura, millares de margaritas a las que se perdonaba
el círculo de color en el centro. Alineados a veinte pasos, los ataúdes fueron
portados a hombros por parientes y amigos de los fallecidos, quienes los
tenían, llevados a paso fúnebre hasta las sepulturas, y después, bajo la
orientación experta de los enterradores de profesión, paulatinamente bajados
con cuerdas hasta tocar con un sonido hueco en el fondo. Las ruinas de la
estación parecían desprender todavía un olor a carne quemada. A no pocos les ha
de parecer incomprensible que una ceremonia tan conmovedora, de tan compungido
luto colectivo, no hubiese sido agraciada por el influjo de consuelo que se
desprendería de los ejercicios rituales de los distintos institutos religiosos
implantados en el país, privándose de esta manera a las almas de los difuntos
de su más seguro viático y a la comunidad de los vivos de una exhibición
práctica de ecumenismo que tal vez pudiera contribuir para reconducir al
aprisco a la extraviada comunidad. La razón de la deplorable ausencia sólo se
puede explicar por el temor de las diversas iglesias a erigirse en centro de
sospechas de complicidades, al menos tácticas, con la insurgencia blanca. No
habrán sido ajenas a esta ausencia unas cuantas llamadas telefónicas realizadas
por el primer ministro en persona, con mínimas variaciones sobre el mismo tema,
El gobierno de la nación lamentaría que una irreflexiva presencia de su iglesia
en el acto fúnebre, si bien que espiritualmente justificada, pueda ser
considerada y en consecuencia explotada como apoyo político, si no ideológico,
al obstinado y sistemático desacato que una importante parte de la población de
la capital está oponiendo a la legítima y constitucional autoridad democrática.
Fueron por tanto llanamente laicos los entierros, lo que no quiere decir que algunas
silenciosas oraciones particulares, aquí y allí, no hubieran subido a los
diversos cielos, y ahí acogidas con benevolente simpatía. Aún las tumbas
estaban abiertas, cuando hubo alguien, seguro que con las mejores intenciones,
que se adelantó para pronunciar un discurso, pero el propósito fue rechazado
inmediatamente por los circundantes, Nada de discursos, aquí cada uno con su
disgusto y todos con la misma pena. Y tenía razón quien de este modo claro
habló. Además, si la idea del frustrado orador era ésa, sería imposible hacer
allí de corrido el elogio fúnebre de veintisiete personas, entre hombres,
mujeres, y algún niño todavía sin historia. Que a los soldados desconocidos no
les hagan ninguna falta los nombres que usaron en vida para que todos los
honores, los debidos y los oportunos, les sean prestados, bien está, si eso queremos
convenir, pero estos difuntos, en su mayoría irreconocibles, dos o tres sin
identificar, si algo quieren es que los dejemos en paz. A esos lectores
puntillosos, justamente preocupados con el buen orden del relato, que deseen
saber por qué no se hicieron las indispensables y ya habituales pruebas de adn,
sólo podemos dar como respuesta honesta nuestra total ignorancia, aunque nos
permitamos imaginar que aquella conocidísima y malbaratada expresión, Nuestros
muertos, tan común, de tan rutinario consumo en las arengas patrióticas, habría
sido tomada aquí al pie de la letra, es decir, siendo estos muertos, todos,
pertenencia nuestra, a ninguno debemos considerar nuestro exclusivamente, de
donde resulta que un análisis de adn que tuviese en cuenta todos los factores,
incluyendo, en particular los no biológicos, por mucho que rebuscase en la
hélice, no conseguiría nada más que confirmar una propiedad colectiva que ya
antes no necesitaba de pruebas. Fuerte motivo tuvo por tanto aquel hombre, si
es que no fue una mujer, cuando dijo,
según quedó registrado arriba, Aquí, cada uno con su disgusto, y todos con la
misma pena. Entre tanto, la tierra fue empujada adentro de las tumbas, se
distribuyeron, ecuánimemente las flores, quienes tenían razones para llorar
fueron abrazados y consolados por lo otros, si tal era posible siendo el dolor
tan reciente, el ser querido de cada uno, de cada familia, se encuentra aquí,
sin embargo, no se sabe exactamente dónde, tal vez en esta tumba, tal vez en
aquélla, será mejor que lloremos sobre todas, qué verdad acompañaba a aquel pastor
de ovejas que dijo, vaya usted a saber dónde lo habría aprendido, No existe
mayor respeto que llorar por alguien a quien no se ha conocido.
El
inconveniente de estas digresiones narrativas, ocupados como hemos estado con
las entrometidas divagaciones, es comprender, quizá demasiado tarde, que los
acontecimientos no nos esperan, que apenas comenzamos a entender lo que está
pasando, éstos, los acontecimientos, han seguido su marcha, y nosotros, en
lugar de anunciar, como es la obligación elemental de los contadores de
historias que saben su oficio, lo que sucede, nos tenemos que conformar con
describir, contritos, lo que ya ha sucedido. Al contrario de lo que habíamos
supuesto, la multitud no se dispersó, la manifestación prosigue, y ahora avanza
en masa, a todo lo ancho de las calles, en dirección, según se va voceando, al
palacio del jefe del estado. Les queda de camino, ni más ni menos, la
residencia oficial del primer ministro. Los periodistas de la prensa, de la
radio y de la televisión que van a la cabeza de la manifestación toman
nerviosas notas, describen los sucesos vía telefónica a las redacciones en que
trabajan, desahogan, excitados, sus preocupaciones profesionales y de ciudadanos,
Nadie parece saber lo que va a suceder aquí, pero existen motivos para temer
que la multitud se está preparando para asaltar el palacio presidencial, no
siendo de excluir, incluso podríamos admitir como altamente probable, que
saquee la residencia oficial del primer ministro y todos los ministerios que
encuentre a su paso, no se trata de una previsión apocalíptica fruto de nuestro
asombro, basta mirar los rostros descompuestos de toda esta gente para ver que
no hay ninguna exageración al decir que cada una de estas caras reclama sangre
y destrucción, así llegamos a la triste conclusión, aunque mucho nos cueste decirlo
en voz alta y para todo el país, de que el gobierno, que tan eficaz se ha
mostrado en otros apartados, y por eso ha sido aplaudido por los ciudadanos
honestos, actuó con una censurable imprudencia cuando decidió dejar la capital
abandonada a los instintos de las multitudes enfurecidas, sin la presencia
paternal y disuasiva de los agentes de la autoridad en la calle, sin la policía
antidisturbios, sin gases lacrimógenos, sin tanquetas de agua, sin perros, en
fin, sin freno, por decirlo todo en una sola palabra. El discurso de la
catástrofe anunciada alcanzó el punto más alto del histerismo informativo a la
vista de la residencia del primer ministro, un palacete burgués, de estilo decimonónico
tardío, ahí los gritos de periodistas se transformaron en alaridos, Es ahora,
es ahora, a partir de este momento todo puede suceder, que la virgen santísima
nos proteja a todos, que los gloriosos nombres de la patria, allá en el empíreo,
donde subieron, sepan ablandar los corazones coléricos de esta gente. Todo
podría suceder, realmente, pero, al final, nada sucedió, salvo que la
manifestación se detuvo, esta pequeña parte que vemos en el cruce donde el
palacete, con su jardincito alrededor, ocupa una de las esquinas, el resto derramándose avenida
abajo, por las calles y por las plazas limítrofes, los aritméticos de la policía,
si estuvieran por aquí, dirían que, a lo sumo, no eran más de cincuenta mil
personas, cuando el número exacto, el número auténtico, porque las contamos a
todas, una por una, era diez veces mayor.
Fue
aquí, estando parada la manifestación y en absoluto silencio, cuando un astuto
reportero de televisión descubrió en aquel mar de cabezas a un hombre que, a
pesar de llevar una venda que le cubría casi la mitad de la cara, podía reconocerse,
y tanto más fácilmente cuanto es cierto que en la primera ojeada había tenido
la suerte de captar, huidiza, una imagen de la parte sana, que, como se
comprenderá sin dificultad, tanto confirma el lado de la herida como es por él
confirmada. Arrastrando tras de sí al operador de imagen, el reportero comenzó
a abrirse camino entre la multitud, diciendo a un lado y a otro, Perdonen,
perdonen, déjenme pasar, abran campo a la cámara, es muy importante, y en
seguida, cuando ya se aproximaba, Señor alcalde, señor alcalde, por favor, pero
lo que iba pensando era mucho menos cortés, Qué rayos hace aquí este tío. Los
reporteros tienen en general buena memoria y éste no se había olvidado de la
afrenta pública de que fue objeto la corporación informativa la noche de la
bomba por parte del alcalde. Ahora se iba a enterar cómo duelen las humillaciones.
Le metió el micrófono en la cara y le hizo al operador de imagen un gesto tipo sociedad
secreta que tanto podría significar Graba como Machácalo, y que, en la actual
situación, significaría probablemente una y otra cosa, Señor alcalde, permítame
que le manifieste mi estupefacción por encontrarlo aquí, Estupefacción, por qué,
Acabo de decírselo ahora mismo, por verlo en una manifestación de éstas, Soy un
ciudadano como otro cualquiera, me manifiesto cuando quiero y como quiero, y más
ahora que no necesitamos autorización, No es un ciudadano cualquiera, es el alcalde,
Está equivocado, hace tres días que dejé de ser alcalde, creía que la noticia
ya era pública, Que yo sepa, no hemos recibido ninguna comunicación oficial, ni
del gobierno, ni del ayuntamiento, Supongo que no estarán esperando que sea yo
quien convoque una conferencia de prensa, Dimitió, Abandoné el cargo, Por qué,
La única respuesta que tengo para darle es una boca cerrada, la mía, Los
habitantes de la capital querrán conocer los motivos por los que su alcalde,
Repito que ya no lo soy, Los motivos por los que su alcalde se incorpora a una
manifestación contra el gobierno, Esta manifestación no es contra el gobierno,
es de pesar, la gente ha venido ha enterrar a sus muertos, Los muertos ya han
sido enterrados y, no obstante, la manifestación prosigue, qué explicación
tiene para eso, Pregúntele a la gente, En este momento es su opinión la que me
interesa, Voy a donde todos van, nada más, Simpatiza con los electores que
votaron en blanco, con blanqueros, Votaron como entendieron, mi simpatía o mi
antipatía nada tiene que ver con el asunto, Y su partido, qué dirá su partido
cuando sepa que ha participado en la manifestación, Pregúntele, No teme que le
apliquen sanciones, No, Por qué está tan seguro, Por la simple razón de que ya,
no tengo partido, Lo han expulsado, Lo he abandonado, de la misma manera que
abandoné la alcaldía de la capital, Cuál fue la reacción del ministro del
interior, Pregúntele, Quién le ha sucedido en el cargo, Investíguelo, Lo
veremos en otras manifestaciones, Si usted aparece, lo sabremos, Ha dejado la
derecha donde hizo su carrera política y se ha pasado a la izquierda, Un día de
éstos espero comprender adónde me he pasado, Señor alcalde, No me llame alcalde,
Perdone, es el hábito, confieso que me siento desconcertado, Cuidado, el
desconcierto moral, supongo que es moral su desconcierto, es el primer paso en
el camino que conduce a la inquietud, de ahí en adelante, como ustedes suelen
decir, todo puede suceder, Estoy confundido, no sé qué pensar, señor alcalde,
Detenga la grabación, a sus jefes no les van a gustar las últimas palabras que
ha pronunciado, y no vuelva a llamarme alcalde, por favor, Ya habíamos cerrado
la cámara, Mejor para usted, así se evitan dificultades, Se dice que la
manifestación irá desde aquí al palacio presidencial, Pregúntele a los
organizadores, Dónde están, quiénes son, Supongo que todos y nadie, Tiene que
haber una cabeza, esto no son movimientos que se organicen por sí mismos, la
generación espontánea no existe y mucho menos en acciones en masa de esta
envergadura, No había sucedido hasta hoy, Quiere decir que no cree que el
movimiento de voto en blanco haya sido espontáneo, Es abusivo pretender inferir
una cosa de la otra, Me da la impresión de que sabe mucho más de estos asuntos
de lo que quiere aparentar, Siempre llega la hora en que descubrimos que
sabíamos mucho más de lo que pensábamos, y ahora, déjeme, vuelva a su tarea,
busque a otra persona a quien hacer preguntas, mire que el mar de cabezas ya ha
comenzado a moverse, A mí lo que me asombra es que no se oiga un grito, un
viva, un muera, una consigna que diga lo que la gente pretende, sólo este
silencio amenazador que causa escalofríos en la columna, Reforme su lenguaje de
película de terror, tal vez, a fin de cuentas, la gente simplemente se haya cansado
de las palabras, Si la gente se cansa de las palabras me quedo sin trabajo, No
dirá en todo el día cosa más acertada, Adiós, señor alcalde, De una vez por todas,
no soy alcalde. La cabecera de la manifestación había girado un cuarto sobre sí
misma, ahora subía la empinada calzada hacia una avenida larga y ancha al final
de la cual torcerían a la derecha, recibiendo en el rostro, a partir de ahí, la
caricia de la fresca brisa del río. El palacio presidencial estaba a dos kilómetros
de distancia, todo por camino llano. Los reporteros habían recibido orden de
dejar la manifestación y correr para tomar posiciones frente al palacio, pero
la idea general, tanto en los cuarteles centrales de las redacciones, como
entre los profesionales que trabajaban sobre el terreno, era que, desde el
punto de vista del interés informativo, la cobertura había resultado una pura
pérdida de tiempo y de dinero, o, usando una expresión más fuerte, una
indecente patada en los huevos de la comunicación social, o, esta vez con
delicadeza y finura, una no merecida desconsideración. Estos tíos ni para
manifestaciones sirven, se decía, por lo menos que tiren una piedra, que quemen
una efigie del presidente, que rompan unos cuantos cristales de las ventanas,
que entonen un canto revolucionario de los de antiguamente, cualquier cosa que
muestre al mundo que no están tan muertos como los que acaban de enterrar. La
manifestación no les premió las esperanzas. Las personas llegaron y llenaron la
plaza, estuvieron media hora mirando en silencio el palacio cerrado, después se
dispersaron y, unos andando, otros en autobuses, otros compartiendo coches con
desconocidos solidarios, se fueron a casa.
Lo que la bomba no había conseguido lo hizo la pacífica
manifestación. Asustados, inquietos, los votantes indefectibles de los partidos
de la derecha y del medio, ppd y pdm, reunieron a sus respectivos consejos de
familia y decidieron, cada uno en su castillo, pero unánimes en la
deliberación, abandonar la ciudad. Consideraban que la nueva situación creada,
una nueva bomba que mañana podría explotar contra ellos, y la calle impunemente
tomada por el populacho, debería conducir forzosamente a que el gobierno
revisara los parámetros rigurosos que había establecido en la aplicación del
estado de sitio, en especial la escandalosa injusticia que significaba englobar
en el mismo duro castigo, sin distinción, a los amantes firmes de la paz y a
los declarados fautores del desorden. Para no lanzarse a la aventura a ciegas,
algunos, con relaciones en la esfera del poder, intentaron sondear por teléfono
la disposición del gobierno en cuanto a las posibilidades de autorización, expresa
o tácita, que permitiera la entrada en el territorio libre de aquellos que, con
vastos motivos, ya comienzan a designarse a sí mismos los encarcelados en su
propio país. Las respuestas recibidas, por lo general vagas y en algunos casos
contradictorias, aunque no permitían extraer conclusiones seguras sobre el
ánimo gubernamental en la materia, fueron suficientes para considerar como
hipótesis válida la de que, observadas ciertas condiciones, pactadas ciertas
compensaciones materiales, el éxito de la evasión, aunque sólo relativo, aunque
no pudiendo contemplar a todos los postulantes, era, por lo menos, concebible,
es decir, se podía alimentar alguna esperanza. Durante una semana, en secreto
absoluto, el comité organizador de las futuras caravanas de automóviles,
formado en igual número por militantes de distintas categorías de ambos
partidos y con la asistencia de consultores delegados de los diversos
institutos morales y religiosos de la ciudad, debatió y finalmente aprobó un
audaz plan de acción que, en memoria de la famosa retirada de los diez mil,
recibió, a propuesta de un erudito helenista del partido del medio, el nombre
de jenofonte. Tres días, no más, les fueron concedidos a las familias
candidatas a la migración para que decidiesen, lápiz en mano y lágrima en el
ojo, lo que deberían llevar y lo que tendrían que dejar. Siendo el género
humano lo que ya sabemos que es no podían faltar los caprichos egoístas, las
distracciones fingidas, las llamadas alevosas a fáciles sentimentalismos, las
maniobras de engañosa seducción, pero también hubo casos de admirables
renuncias, de esas que todavía nos permiten pensar que si perseveramos en esos
y otros gestos de meritoria abnegación, acabaremos cumpliendo con creces nuestra
parte en el proyecto monumental de la creación. Fue la retirada concertada para
la madrugada del cuarto día, y vino a caer en una noche de lluvia, pero eso no
era un contratiempo, todo lo contrario, daría a la migración colectiva un toque
de gesta heroica para recordar e inscribir en los anales familiares, como clara
demostración de que no todas las virtudes de la raza se han perdido. No es lo
mismo que una persona viaje en un coche, tranquilamente, con la meteorología en
reposo, que tener que llevar los limpiaparabrisas trabajando como locos para
apartar las desmesuradas cortinas de agua que le caen del cielo. Una cuestión
complicada, que sería debatida minuciosamente por el comité, fue la que puso
sobre la mesa el problema de cómo reaccionarían a la fuga en bloque los
defensores del color blanco, vulgarmente conocidos por blanqueros. Es
importante tener presente que muchas de estas preocupadas familias viven en
edificios donde también habitan inquilinos de la otra margen política, los
cuales, en una acción deplorablemente revanchista, podrían, esto por emplear un
término suave, dificultar la salida de los retirantes, si no, dicho más
rudamente, impedirla del todo. Pincharán los neumáticos de los coches, decía
uno, Levantarán barricadas en los rellanos, decía otro, Trabarán los
ascensores, acudía un tercero, Meterán silicona en las cerraduras de los
coches, reforzaba el primero, Nos reventarán el parabrisas, aventuraba el segundo,
Nos agredirán cuando pongamos el pie fuera de casa, avisaba el segundo,
Retendrán al abuelo como rehén, suspiraba otro como si inconscientemente lo
desease. La discusión proseguía, cada vez más encendida, hasta que alguien
recordó que el comportamiento de tantos millares de personas a lo largo de todo
el recorrido de la manifestación había sido, desde cualquier punto de vista,
correctísimo, Yo diría que hasta ejemplar, y que, por consiguiente, no parece
que haya razones para recelar que las cosas sean ahora de manera diferente,
Para colmo, estoy convencido de que va a ser un alivio para ellos verse libres
de nosotros, Todo eso está muy bien, intervino un desconfiado, los tipos son
estupendos, maravillosos de cordura y civismo, pero hay algo de lo que
lamentablemente nos estamos olvidando, De qué, De la bomba. Como ya quedó dicho
en la página anterior, este comité, de salvación pública, como a alguien se le
ocurrió denominarlo, nombre en seguida rebatido por más que justificadas
razones ideológicas, era ampliamente representativo, lo que significa que en
esa ocasión había unas dos buenas decenas de personas sentadas alrededor de la
mesa. El desconcierto fue digno de verse. Todos los demás asistentes bajaron la
cabeza, después una mirada reprensora redujo al silencio, durante el resto de
la reunión, al temerario que parecía desconocer una regla de conducta básica en
sociedad, la que enseña que es de mala educación hablar de la cuerda en casa
del ahorcado. El embarazoso incidente tuvo una virtud, puso a todo el mundo de
acuerdo sobre la tesis optimista que había sido formulada. Los hechos
posteriores les darían la razón. A las tres en punto de la madrugada del día
marcado, tal como hiciera el gobierno, las familias comenzaron a salir de casa
con sus maletas y sus maletones, sus bolsas y sus paquetes, sus gatos y sus
perros, alguna tortuga arrancada al sueño, algún pececito japonés de acuario,
alguna jaula de periquitos, algún papagayo en su percha. Pero las puertas de
los otros inquilinos no se abrieron, nadie se asomó a la escalera para gozar
con el espectáculo de la fuga, nadie hizo chascarrillos, nadie insulto, y si
nadie se asomó a las ventanas para ver las caravanas en desbandada no fue
porque estuviera lloviendo. Naturalmente, siendo el ruido tal, imagínese, salir
a la escalera arrastrando toda aquella tralla, los ascensores zumbando al subir,
zumbando al bajar, las recomendaciones, las súbitas alarmas, Cuidado con el
piano, cuidado con el servicio de té, cuidado con la vajilla de plata, cuidado
con el retrato, cuidado con el abuelo, naturalmente, decíamos, los inquilinos
de las otras casas se habían despertado, sin embargo ninguno de ellos se
levantó de la cama para acechar por la mirilla de la puerta, solamente se decían
unos a otros bien cobijados en sus camas, Se van.
Regresaron casi todos. A semejanza de lo que dijo
hace días el ministro del interior cuando tuvo que explicarle al jefe de
gobierno las razones de la diferencia de potencia entre la bomba que se había
mandado poner y la bomba que efectivamente explotó, también en este caso de la
migración se verificó una falta gravísima en la cadena de transmisión de las
órdenes. Como la experiencia no se ha cansado de demostrarnos tras examen
ponderado de los casos y sus respectivas circunstancias, no es infrecuente que
las víctimas tengan su cuota de responsabilidad en las desgracias que se les
vienen encima. Tan ocupados anduvieron con las negociaciones políticas, ninguna
de ellas, como no tardará en demostrarse, celebrada en los niveles decisorios
más adecuados a la perfecta consecución del plan jenofonte, los atareados
notables del comité se olvidaron, o ni tal cosa les llegó a pasar por la
cabeza, de comprobar si el frente militar estaba avisado de la evasión y, lo
que no era menos importante, de los ajustes necesarios. Algunas familias, ni
media docena, todavía consiguieron atravesar la línea en uno de los puestos
fronterizos, pero eso fue porque el joven oficial que se encontraba al mando se
dejó convencer no sólo por las reiteradas declaraciones de fidelidad al régimen
y limpieza ideológica de los fugitivos, sino también por las insistentes
afirmaciones de que el gobierno era conocedor de la retirada y la había
aprobado. No obstante, para salir de las dudas que de repente le asaltaron,
telefoneó a dos de los puestos próximos, donde los colegas tuvieron la caridad
de recordarle que las órdenes dadas al ejército, desde el comienzo del bloqueo,
eran de no dejar pasar alma viva, aunque fuese para salvar al padre de la horca
o dar a luz al niño en la casa del campo. Angustiado por haber tomado una
decisión errada, que ciertamente sería considerada como desobediencia flagrante
y tal vez premeditada a las órdenes recibidas, con consejo de guerra y la más
que probable licencia final, el oficial gritó que bajasen inmediatamente la
barrera, bloqueando así la kilométrica caravana de coches y furgonetas cargados
hasta los topes que se extendía a lo largo de la carretera. La lluvia seguía
cayendo. Excusado será decir que, de súbito conscientes de sus responsabilidades,
los miembros del comité no se quedaron de brazos cruzados, esperando que el mar
rojo se les abriera de par en par. Teléfono móvil en ristre se pusieron a
despertar a todas las personas influyentes que, según sus noticias, podían ser
arrancadas del sueño sin reaccionar con demasiada violencia, y es bien posible
que el complicado caso se hubiera resuelto de la mejor manera para los
afligidos fugitivos de no ser por la feroz intransigencia del ministro de
defensa, que simplemente decidió frenar en seco, Sin mi orden nadie pasa, dijo.
Como de lo dicho se deduce, el comité se había olvidado de él. Se podrá decir
que un ministro de defensa no es todo, que por encima de un ministro de defensa
se sitúa un primer ministro a quien el susodicho debe acatamiento y respeto,
que más arriba todavía está el jefe de estado a quien iguales si no mayores
acatamiento y respeto se deben, aunque, la verdad sea dicha, en lo que a éste
concierne, en la mayoría de los casos es sólo de puertas para fuera. Y tanto es
así que, después de una dura batalla dialéctica entre el primer ministro y el ministro
de defensa, donde las razones de un lado y de otro zumbaban como fuego cruzado,
el ministro acabó rindiéndose. Contrariado, sí, de pésimo humor, sí, pero
cedió. Como es lógico querrá saberse qué argumento decisivo, de esos sin
respuesta, habrá utilizado el primer ministro para reducir a la obediencia al
recalcitrante interlocutor. Fue simple y fue directo, Querido ministro, dijo,
ponga esa cabeza a trabajar, imagine las consecuencias mañana si cerramos hoy
las puertas a personas que nos votaron, Que yo recuerde, la orden emanada del
consejo de ministros fue no dejar pasar a nadie, Lo felicito por su excelente
memoria, pero las órdenes, de vez en cuando, hay que flexibilizarlas, sobre
todo si de esto se saca ventaja, que es precisamente lo que sucede ahora, No lo
entiendo, Yo se lo explico, mañana, resuelto este desbarajuste, aplastada la
subversión y serenos los ánimos, convocaremos nuevamente elecciones, es así o
no, Claro, Usted cree que podríamos estar seguros de que las personas que hubiéramos
repelido volverían a votarnos, Lo más
probable es que no votasen, Pero nosotros necesitamos esos votos, recuerde que
el partido del medio nos pisa los talones, Comprendo, Siendo así, dé ordenes,
por favor, para que dejen pasar a la gente, Sí señor. El primer ministro colgó
el teléfono, miró el reloj y le dijo a su esposa, parece que todavía podré
dormir hora y media o dos horas, y añadió, Me parece que este tipo tendrá que
hacer las maletas en la próxima remodelación del gobierno, No deberías permitir
que te faltasen al respeto, dijo su querida mitad, Nadie me falta al respeto,
querida, lo que pasa es que abusan de mi buen talante, eso es, Que viene a
significar lo mismo, remató ella, apagando la luz. El teléfono volvió a sonar
cuando no habían transcurrido ni cinco minutos. Era otra vez el ministro de
defensa, Perdone, no quería interrumpir su merecido descanso, pero infelizmente
no hay otro remedio, Qué pasa ahora, Un pormenor importante que antes no contemplamos,
Qué pormenor es ése, preguntó el primer ministro, sin disimular el asomo de impaciencia
que le causó el plural, Es muy simple y muy importante, Siga, siga, no me haga
perder tiempo, Me pregunto si podemos tener la seguridad de que toda la gente
que quiere entrar es de nuestro partido, me pregunto si debemos considerar
suficiente que afirmen haber votado en las elecciones, me pregunto si entre las
centenas de vehículos detenidos en las carreteras no habrá algunos con agentes
de subversión dispuestos a infectar con la peste blanca la parte todavía no
contaminada del país. El primer ministro sintió que el corazón se le encogía al
percatarse de que había sido sorprendido en falta, Se trata de una posibilidad
a tener en cuenta, murmuró, Precisamente por eso le he vuelto a llamar, dijo el
ministro de defensa dando otra vuelta al
garrote. El silencio que sucedió a estas palabras demostró una vez más que el
tiempo no tiene nada que ver con lo que de él nos dicen los relojes, esas máquinas
fabricadas a base de ruedecillas que no piensan y de muelles que no sienten,
desprovistas de un espíritu que les permitiría imaginar que cinco
insignificantes segundos escandidos, el primero, el segundo, el tercero, el
cuarto, el quinto, fueron una agónica tortura a un lado y un remanso de sublime
gozo al otro. Con la manga del pijama de rayas, el primer ministro se secó el
sudor que le corría por la frente, después eligiendo cuidadosamente las palabras,
dijo, De hecho, el asunto está exigiendo un abordaje diferente, una valoración
ponderada que le dé una vuelta completa al problema, restar importancia a
ciertos aspectos es un error, Ésa es también mi opinión, Cómo está la situación
en este momento, preguntó el primer ministro, Muchos nerviosismo de un lado a
otro, en algunos puestos ha sido necesario disparar al aire, Tiene alguna sugerencia
que hacerme como ministro de defensa, En condiciones de maniobra mejores que éstas
mandaría cargar, pero con todos los automóviles embotellando las carreteras es
imposible, Cargar, cómo, Por ejemplo, haría avanzar los tanques, Muy bien, y
cuando los tanques tocasen con el hocico el primer coche, ya sé que los tanques
no tienen hocico, es una manera de hablar, en su opinión, qué cree que sucedería,
Lo normal es que las personas se asusten al ver un tanque avanzando hacia ellas,
Pero, según acabo de oír de su boca, las carreteras están bloqueadas, Sí señor,
Luego no sería fácil para el coche de delante volver atrás, No señor, sería muy
difícil, pero, de una manera u otra, si no los dejamos entrar, tendrán que
hacerlo, Pero no en la situación de pánico que un avance de tanques con cañones
apuntando provocaría, Sí señor, En suma, no tiene ninguna idea para resolver la
dificultad, remachó el primer ministro, ya seguro de que había retomado el
mando y la iniciativa, Lamento tener que reconocerlo, señor primer ministro, En
cualquier caso, le agradezco que haya llamado mi atención sobre un aspecto del
asunto que se me había escapado, Eso le puede pasar a cualquiera, Sí, a cualquiera
sí, pero no debería haberme pasado a mí, Usted tiene tantas cosas en la cabeza,
Y ahora voy a tener una más, resolver un problema para el cual el ministro de
defensa no ha encontrado salida, Si así lo entiende, pongo el cargo a su
disposición, No creo haber oído lo que ha dicho, y no creo que quiera oírlo, Sí
señor primer ministro. Hubo otro silencio, éste mucho más breve, tres segundos
nada más, durante los cuales el gozo sublime y la tortura agónica comprendieron
que habían intercambiado el asiento. Otro teléfono sonó en el dormitorio. La
mujer atendió, preguntó quién hablaba, después susurró al marido, al mismo
tiempo que tapaba el micrófono, Es el de interior. El primer ministro le hizo
señal de que esperase, después ordenó al ministro de defensa, No quiero más
tiros al aire, quiero la situación estable en tanto no se tomen las medidas
necesarias, haga saber a la gente de los primeros coches que el gobierno se
encuentra reunido estudiando la situación, que en poco tiempo espera presentar
propuestas y directrices, que todo se resolverá en bien de la patria y de la seguridad
nacional, insista en estas palabras, Me permito recordarle, señor primer
ministro, que los coches se cuentan por centenares, Y qué, No podemos hacer
llegar ese mensaje a todos, No se preocupe, si lo saben los primeros de cada
puesto, ellos se encargarán de hacerlo llegar, como un rastro de pólvora, hasta
el fin de la columna, Sí señor, Manténgame al corriente, Sí señor. La
conversación siguiente, con el ministro de interior, iba a ser diferente, No
pierda el tiempo diciéndome lo que ha pasado, ya estoy informado, Quizá no le
hayan dicho que el ejército ha disparado, No volverá a disparar, Ah, Ahora es
necesario hacer que esa gente vuelva atrás, Si el ejército no lo ha conseguido,
No lo ha conseguido ni podía conseguirlo, por supuesto no querrá que el ministro
de defensa dé orden de que los tanques avancen, Claro que no, señor primer
ministro, A partir de este momento, la responsabilidad es suya, La policía no
sirve para esto y yo no tengo autoridad sobre el ejército, No estaba pensando
en sus policías ni en nombrarle jefe del alto estado mayor, Me temo que no lo
entiendo, señor primer ministro, Saque de la cama a su mejor redactor de
discursos, póngalo a trabajar bajo su supervisión, y mientras tanto diga a los
medios de comunicación que el ministro del interior hablará por la radio a las
seis, la televisión y los periódicos se quedan para después, lo importante en
este caso es la radio, Son casi las cinco, señor primer ministro, No necesita
decírmelo, tengo reloj, Perdone, sólo quería mostrarle lo ajustado del tiempo,
Si su escritor no es capaz de organizar treinta líneas en un cuarto de hora,
con o sin sintaxis, lo mejor es que lo eche a la calle, Y qué tendrá que
escribir, Cualquier argumentación que convenza a esa gente para que vuelva a casa,
que le inflame los bríos patrióticos, diga que es un crimen de lesa patria dejar
la capital abandonada en manos de las hordas subversivas, diga que todos los
que votaron a los partidos que estructuran el actual sistema político,
incluido, porque no se puede evitar la referencia, el partido del medio,
nuestro directo competidor, constituyen la primera línea de defensa de las
instituciones democráticas, diga que los lares que dejaron desamparados serán
asaltados y saqueados por las hordas insurrectas, no diga que nosotros los
asaltaremos si fuera necesario, Podríamos añadir que cada ciudadano que decida
regresar a casa, cualquiera que sea su edad y su condición social, será
considerado por el gobierno como un fiel propagandista de la legalidad, Propagandista
no me parece muy apropiado, es demasiado vulgar, demasiado comercial, además la
legalidad ya goza de suficiente propaganda, hablamos de ella todos los días,
Entonces, defensores, heraldos o
legionarios, Legionarios es mejor, y suena fuerte, marcial, defensores sería un
término sin tesura, daría una idea negativa, de pasividad, heraldos huele a
edad media, mientras que la palabra legionarios sugiere inmediatamente acción
combativa, ánimo atacante, además, como sabemos, es un vocablo de sólidas
tradiciones, Espero que la gente de la carretera pueda oír el mensaje, Querido amigo, parece que despertarse
demasiado temprano le obnubila la capacidad perceptiva, yo apostaría mi cargo
de primer ministro a que en este momento todas las radios de los coches están
encendidas, lo que importa es que la noticia de la comunicación al país sea anunciada ya y repetida cada minuto, Me temo,
señor primer ministro, que el estado del espíritu de todas esas personas no
será proclive a dejarse convencer, si les decimos que se va a leer una comunicación
del gobierno, lo más seguro es que piensen que los autorizamos a pasar, las
consecuencias de la decepción pueden ser gravísimas, Es muy simple, su redactor
de arengas va a tener que justificar el pan que come y todo lo demás que le pagamos,
que él se las componga con el léxico y la retórica, Si usted me permite
exponerle una idea que se me acaba de ocurrir ahora mismo, Expóngala, pero le
recuerdo que estamos perdiendo tiempo, ya pasan cinco minutos de las cinco, La
comunicación tendría mucha más fuerza persuasiva si la hiciera el propio primer
ministro, Sobre eso no tengo la menor duda, En ese caso, por qué no, Porque me reservo
para otra circunstancia, una que esté a mi altura, Ah, sí, creo comprender,
Mire, es una mera cuestión de sentido común, o, digamos, de gradación
jerárquica, así como sería ofensivo para la dignidad de la suprema magistratura
de la nación poner al jefe del estado pidiéndoles a unos cuantos conductores
que desbloqueen las carreteras, también este primer ministro deberá ser
protegido de todo cuanto pueda trivializar su estatuto de superior responsable
de la gobernación, Lo estoy viendo, Menos mal, es señal de que ha despertado
completamente, Sí señor primer ministro, Y ahora al trabajo, como muy tarde a
las ocho esas carreteras tienen que estar despejadas, la televisión que salga
con los medios terrestres y aéreos de que dispone, quiero que el país entero
vea el reportaje, Sí señor, haré lo que pueda, No hará lo que pueda, hará lo necesario
para que los resultados sean los que le acabo de exigir. El ministro del interior
no tuvo tiempo para responder, el teléfono había sido colgado. Así me gusta
oírte hablar, dijo la mujer, Cuando me tocan las narices, Y qué harás si no
consigue resolver el problema, Que haga las maletas, Como el de defensa, Exacto,
No puedes estar destituyendo ministros como si fuesen empleadas domésticas, Son
empleadas domésticas, Sí, pero después no te queda más remedio que meter a
otras, Ésa es una cuestión para pensar con calma, Pensar, qué, Prefiero no hablar
de eso ahora, Soy tu mujer, nadie oye, tus secretos son mis secretos, Quiero
decir que, teniendo en cuenta la gravedad de la situación, a nadie le sorprendería que decidiera asumir
las carteras de defensa y de interior, de esa manera la situación de emergencia
nacional se reflejaría en las estructuras y en el funcionamiento del gobierno, es
decir, para una coordinación total, una centralización total, ésa podría ser la
consigna, Sería un riesgo tremendo, ganar todo o perderlo todo, Sí, pero si se
consigue triunfar en una acción subversiva que no ha tenido parangón en ningún
tiempo ni en ningún lugar, una acción subversiva que ha alcanzado de lleno al
órgano más sensible del sistema, el de la representación ciudadana, entonces la
historia me reservaría un lugar imborrable, un lugar para siempre único, como
salvador de la democracia, Y yo sería la más orgullosa de las esposas, susurró
la mujer, arrimándosele serpentinamente como si de súbito hubiese sido tocada por
la varita mágica de una voluptuosidad singular, mezcla de deseo carnal y de entusiasmo
político, pero, el marido, consciente de la gravedad de la hora y haciendo suyas
las duras palabras del poeta, ¿Por qué te lanzas a los pies / de mis botas
bastas? / ¿Por qué sueltas ahora tu cabello perfumado / y abres traidoramente
tus brazos suaves? / Yo no soy más que un hombre de manos bastas / y corazón
que mira a un lado / que si es necesario / te pisará para pasar / te pisará, bien
lo sabes, apartó a un lado bruscamente la ropa de la cama y dijo, Voy a seguir
el desarrollo de las operaciones desde el despacho, tú duerme, descansa. Pasó
por la cabeza de la mujer el rápido pensamiento de que, en situación tan crítica
como la presente, cuando un apoyo moral valdría su peso en oro si peso tuviera
un apoyo solamente moral, el código, libremente aceptado, de las obligaciones
conyugales básicas, en el capítulo de socorros mutuos, determinaba que se
levantara inmediatamente y preparara, con sus propias manos, sin llamar al
servicio, un té reconfortante con su competente aderezo alimenticio de pastas,
sin embargo, despechada, frustrada, con la naciente voluptuosidad casi
desmayada, se volvió hacia el otro lado y cerró firmemente los ojos, con la
vaga esperanza de que el sueño todavía fuese capaz de aprovechar los restos y
con ellos organizar una pequeña fantasía erótica privada. Ajeno a las desilusiones
que había dejado tras de sí, vistiendo sobre el pijama de rayas un batín de
seda ornamentado de motivos exóticos, con pagodas chinas y elefantes dorados,
el primer ministro entró en su despacho, encendió todas las luces y,
sucesivamente, conectó el aparato de radio y la televisión. La pantalla de la
televisión mostraba la carta de ajuste, todavía era demasiado temprano para el
inicio de la emisión, pero en las emisoras de radio ya se hablaba animadamente
del embotellamiento monstruoso en las carreteras, se opinaba sobre lo que a
todas luces parecía constituir una tentativa en masa de evasión de la
desafortunada cárcel en que la capital por su mala cabeza se había convertido,
aunque no faltaban también comentarios sobre la más que previsible
circunstancia de que tal tapón circulatorio, por su dimensión fuera de lo
común, haría imposible el acceso de los grandes camiones que todos los días
transportaban víveres a la ciudad. No sabían aún estos comentaristas que los
dichos camiones estaban retenidos, por orden militar, a tres kilómetros de la
frontera. Haciéndose transportar en motos, los reporteros radiofónicos
preguntaban a lo largo de las columnas de automóviles y furgonetas, y
confirmaban que efectivamente se trataba de una acción colectiva organizada de
pies a cabeza, familias enteras reunidas que escapaban de la tiranía, de la
atmósfera irrespirable que las fuerzas de la subversión habían impuesto en la
capital. Algunos de los jefes de familia se quejaban del retraso, Estamos aquí
hace casi tres horas y la fila no se ha movido ni un milímetro, otros
sospechaban alguna traición, Nos garantizaron que podríamos pasar sin problemas,
y he aquí el brillante resultado, el gobierno ha puesto pies en polvorosa, se
ha ido de vacaciones y nos ha dejado entregados a las fieras, ahora que teníamos
la oportunidad de salir tiene la poca vergüenza de darnos con la puerta en la
cara. Había crisis de nervios, niños llorando, ancianos pálidos por la fatiga,
hombres exaltados que se habían quedado sin tabaco, mujeres extenuadas que
intentaban poner algún orden en el desesperado caos familiar. Los ocupantes de
uno de los coches intentaron dar media vuelta y regresar a la ciudad, pero
fueron obligados a desistir ante la sarta de insultos e improperios que se les
vino encima, Cobardes, ovejas negras, blanqueros, cabrones de mierda,
infiltrados, traidores, hijos de puta, ahora sabemos por que estáis aquí, venís
a desmoralizar a las personas decentes, si creéis que os vamos a dejar salir,
estáis locos, si es necesario se pinchan las ruedas, a ver si aprendéis a
respetar el sufrimiento ajeno. El teléfono sonó en el despacho del primer
ministro, podía ser el ministro de defensa, o el de interior, o el presidente.
Era el presidente. Qué pasa, por qué no he sido informado a su debido tiempo de
la barahúnda que se ha armado en las salidas de la capital, preguntó, Señor
presidente, el gobierno tiene la situación controlada, en poco tiempo el
problema estará resuelto, Sí, pero yo debería haber sido informado, se me debe
esa atención, Consideré, y asumo personalmente la responsabilidad de la
decisión, que no había motivo para interrumpir su sueño, de todos modos pensaba
telefonearle dentro de veinte minutos, media hora, repito, asumo toda la
responsabilidad, señor presidente, Bueno, bueno, le agradezco la intención
pero, si no se diese el caso de que mi mujer tiene el saludable hábito de
levantarse temprano, el jefe de estado estaría durmiendo mientras el país arde,
No arde, señor presidente, ya han sido tomadas todas las medidas convenientes,
No me diga que va a bombardear las columnas de vehículos, Como ha tenido tiempo
de saber, no es ése mi estilo, señor presidente, Era una manera de hablar, evidentemente
nunca pensé que cometiese semejante barbaridad, Muy pronto la radio anunciará
que el ministro del interior se dirigirá al país a las seis, ahí está, ahí
está, están emitiendo el primer anuncio y habrá otros, lo tenemos todo bajo
control, señor presidente, Reconozco que ya es algo. Es el principio del éxito,
señor presidente, estoy convencido, firmemente convencido, de que vamos a hacer
que toda esta gente regrese en paz y en buen orden a sus casas, Y si no lo consigue,
Si no lo conseguimos, el gobierno en bloque presentará su dimisión, No me venga
con ese truco, sabe tan bien como yo que, en la situación en que el país se
encuentra, no podría, aunque quisiera, aceptar su dimisión. Así es, pero tenía
que decírselo, Bien, ahora que ya estoy despierto, no se olvide de irme
comunicando lo que vaya sucediendo. Las radios insistían, Interrumpimos una vez
más la emisión para informar de que el ministro del interior leerá a las seis
horas un comunicado al país, repetimos, a las seis horas el ministro del
interior hará una comunicación al país, repetimos, hará al país una comunicación
el ministro del interior a las seis horas, repetimos, una comunicación al país
hará el ministro del interior a las seis horas, la ambigüedad de esta última
fórmula no le pasó desapercibida al primer ministro que, durante unos cuantos
segundos, sonriendo para sus adentros, se entretuvo imaginando cómo diablos
conseguiría una comunicación hacer un ministro del interior. Tal vez hubiera
podido llegar a alguna conclusión provechosa para el futuro si de repente la
carta de ajuste del televisor no hubiese desaparecido de la pantalla para dar
lugar a la habitual imagen de la bandera oscilando en la punta del mástil,
perezosamente, como quien acaba de despertarse, mientras el himno hacía
retumbar sus trombones y sus tambores, con algún trino de clarinete por medio y
algunos convincentes eructos de bombardino. El locutor que apareció tenía el
nudo de la corbata torcido y mostraba cara de pocos amigos, como si acabara de
ser víctima de una ofensa que no estaba dispuesto a perdonar ni olvidar tan
pronto, Considerando la gravedad del momento político y social, dijo, y
atendiendo al sagrado derecho del país a una información libre y plural,
iniciamos hoy nuestra emisión antes de hora. Como muchos de los que nos
escuchan, acabamos de tomar conocimiento de que el ministro del interior
hablará por la radio a las seis, previsiblemente para expresar la actitud del
gobierno ante el intento de salida de la ciudad por parte de muchos de sus
habitantes. No cree esta televisión haber sido objeto de una discriminación
intencionada, pensamos más bien que sólo una inexplicable desorientación,
inesperada en personalidades políticas tan experimentadas como las que forman
el actual gobierno de la nación, ha llevado a que esta televisión sea olvidada.
Por lo menos, aparentemente. Podría argumentarse con la hora relativamente
matutina en que la comunicación se va a realizar, pero los trabajadores de esta
casa, en todo su largo historial, han dado pruebas suficientes de abnegación
personal, de dedicación a la causa pública y del más extremo patriotismo para
verse ahora relegados a la humillante condición de informadores de segunda
mano. Tenemos confianza en que, hasta la hora prevista para la comunicación
anunciada, todavía sea posible llegar a una plataforma de acuerdo que, sin
quitarles a nuestros colegas de la radio pública lo que ya les ha sido concedido,
se restituya a esta casa lo que por mérito propio le pertenece, es decir, el lugar
y las responsabilidades de primer medio informativo del país. Mientras
aguardamos ese acuerdo, y esperamos tener noticias de él en cualquier momento,
informamos de que un helicóptero de la televisión está levantando el vuelo en
este preciso instante para ofrecer a nuestros telespectadores las primeras
imágenes de las enormes columnas de vehículos que, cumpliendo un plan de
retirada al que, según hemos podido saber, le fue dado el evocador e histórico
nombre de jenofonte, se encuentran inmovilizadas en las salidas de la capital.
Felizmente, ha cesado hace más de una hora la lluvia que durante toda la noche
fustigó las sacrificadas caravanas. No falta mucho para que el sol se levante
del horizonte y rompa las sombrías nubes. Ojalá que su aparición consiga
retirar las barreras que, por motivos que no logramos comprender, aún impiden
que esos nuestros corajudos compatriotas alcancen la libertad. Por el bien de
la patria, así sea. Las imágenes siguientes mostraban al helicóptero ya en el
aire, después, tomado desde arriba, el pequeño espacio del helipuerto de donde
acababa de despegar, y luego la primera visión de tejados y calles próximas. El
jefe del gobierno posó la mano derecha sobre el teléfono. No esperó ni un minuto.
Señor primer ministro, comenzó el ministro del interior, Ya sé, ya sé,
cometimos un error, Ha dicho cometimos, Sí, cometimos, porque si uno se equivoca
y el otro no corrige, el error es de ambos, No tengo su autoridad ni su
responsabilidad, señor primer ministro, Pero ha tenido mi confianza, Qué quiere
que haga, Hablará en la televisión, la radio transmitirá en simultáneo y la
cuestión queda zanjada, Y dejamos sin respuesta la impertinencia de los
términos y el tono con que los señores de la televisión han tratado al
gobierno, La recibirán a su tiempo, no ahora, después yo me encargaré de ellos,
Muy bien, Ya tiene la comunicación, Sí señor, quiere que se la lea, No merece
la pena, me reservo para el directo, Me tengo que ir, el tiempo se me ha echado
encima, Ya saben que usted va a ir, preguntó con extrañeza el primer ministro,
Le encargué a mi secretario de estado que negociara con ellos, Sin mi conocimiento.
Sabe mejor que yo que no teníamos alternativa, Sin mi aprobación, repitió el
primer ministro, Le recuerdo que tengo su confianza, han sido sus palabras,
además, si uno erró y otro corrigió, el acierto es de ambos, Si a las ocho esto
no está resuelto, aceptaré su inmediata dimisión, Sí señor primer ministro. El
helicóptero volaba bajo sobre una de las columnas de coches, las personas gesticulaban
en la carretera, debían de decirse unas a otras, Es la televisión, es la televisión,
y que fuera la televisión esa pasarola giratoria era, para todos, la garantía segura
de que el impasse estaba apunto de resolverse. La televisión ha llegado, decían,
es buena señal. No lo fue. A las seis en punto, ya con una leve claridad rósea
en el horizonte, la voz del ministro del interior comenzó a oírse en las radios
de los coches, Queridos compatriotas, queridas compatriotas, el país ha vivido
en las últimas semanas la que es sin duda la más grave crisis de cuantas la
historia de nuestro pueblo registra desde el alborear de la nacionalidad, nunca
como ahora ha sido tan imperiosa la necesidad de una defensa a ultranza de la
cohesión nacional, algunos, una minoría comparada con la población del país,
mal aconsejados, influidos por ideas que nada tienen que ver con el correcto
funcionamiento de las instituciones democráticas vigentes y con el respeto que
se les debe, se vienen comportando como enemigos mortales de esa cohesión, por
eso sobre la pacífica sociedad que hemos sido flota hoy la amenaza terrible de
un enfrentamiento civil de consecuencias imprevisibles para el futuro de la
patria, el gobierno fue el primero en comprender la sed de libertad expresada
en la tentativa de salida de la capital llevada a cabo por aquellos a quienes
siempre ha reconocido como patriotas de la más pura estirpe, esos que en las
circunstancias más adversas han actuado, ya sea con el voto, ya sea con el
ejemplo de su vida día a día, como auténticos e incorruptibles defensores de la
legalidad, así reconstituyendo y renovando lo mejor del viejo espíritu
legionario, honrando, en el servicio del bien cívico, sus tradiciones, al dar
la espalda decididamente a la capital, sodoma y gomorra reunidas en nuestro
tiempo, han demostrado un ánimo combativo merecedor de todos los loores y que
el gobierno reconoce, sin embargo, considerando el interés natural en su
globalidad, el gobierno cree, y en ese sentido llama a la reflexión a aquellos
a quienes en particular me estoy refiriendo, miles de hombres y mujeres que
durante horas han aguardado con ansiedad la palabra esclarecedora de los responsables
de los destinos de la patria, el gobierno cree, repito, que la acción militante
más apropiada a la circunstancia presente consiste en el regreso inmediato de
esas miles de personas a la vida de la capital, el regreso a los hogares,
bastiones de la legalidad, cuarteles de resistencia, baluartes donde la memoria
impoluta de los antepasados vigila las obras de sus descendientes, el gobierno,
vuelvo a decir, cree que estas razones, sinceras y objetivas, expuestas con el
corazón en la mano, deben ser sopesadas por quienes dentro de sus coches estén
escuchando esta comunicación oficial, por otro lado, y aunque los aspectos
materiales de la situación sean los que menos deban contar en un cómputo en que
sólo los valores espirituales predominan, el gobierno aprovecha la oportunidad
para revelar su conocimiento de la existencia de un plan de asalto y saqueo de
las casas abandonadas, el cual, además, según las últimas informaciones, ya
habría entrado en ejecución, como se concluye de la nota que me acaba de ser
entregada, hasta este momento, que sepamos, son ya diecisiete las casas asaltadas
y saqueadas, observad, queridos compatriotas y queridas compatriotas, cómo vuestros
enemigos no pierden el tiempo, tan pocas horas son las que han discurrido tras
vuestra partida, y ya los vándalos derrumban las puertas de vuestros hogares,
ya los bárbaros y salvajes saquean vuestros bienes, está por tanto en vuestra
mano evitar un desastre mayor, consultar vuestras conciencias, sabéis que el
gobierno de la nación está a vuestro lado, ahora tendréis que ser vosotros
quienes decidáis si estáis o no al lado del gobierno de la nación. Antes de
desaparecer de la pantalla, el ministro del interior todavía tuvo tiempo para
disparar una mirada a la cámara, había en su cara seguridad y también algo que
se parecía mucho a un desafío, pero era preciso estar metido en el secreto de
estos dioses para interpretar con total corrección aquel rápido vistazo, no se
equivocó el primer ministro, para él fue como si el ministro del interior le
hubiese soltado en la cara, Usted, que tanto presume de estrategias y de
tácticas, no lo habría hecho mejor. Así era, tenía que reconocerlo, sin embargo
todavía estaba por ver cuáles serían los resultados. La imagen pasó nuevamente
al helicóptero, apareció otra vez la ciudad, otra vez aparecieron las
interminables columnas de coches. Durante unos buenos diez minutos nada se
movió. El comentarista se esforzaba por llenar el tiempo, imaginaba los
consejos de familia en el interior de los automóviles, alababa la comunicación
del ministro, increpaba a los asaltantes de las casas, exigía contra ellos
todos los rigores de la ley, pero era patente que la inquietud lo iba
penetrando poco a poco, estaba más que visto que las palabras del gobierno
habían caído en saco roto, no es que él, todavía a la espera del milagro del último
instante, osase decirlo, sino que cualquier telespectador medianamente
entrenado en descifrar audiovisuales se habría percatado de la angustia del
pobre periodista. Entonces se dio el tan deseado, el tan ansiado prodigio,
precisamente cuando el helicóptero sobrevolaba el final de una columna, el
último coche de la fila comenzó a dar media vuelta, a continuación el que tenía
delante, y luego otro, y otro, y otro. El comentarista dio un grito de
entusiasmo, Queridos telespectadores, estamos asistiendo a un momento
histórico, acatando con ejemplar disciplina la llamada del gobierno, en una manifestación
de civismo que quedará inscrita en letras de oro en los anales de la capital,
las personas inician su regreso a casa, terminando por tanto de la mejor manera
lo que podría haber estallado en una convulsión, así avisadamente lo dijo el
ministro del interior, de consecuencias imprevisibles para el futuro de nuestra
patria. A partir de aquí, durante algunos minutos todavía, el reportaje pasó a
adoptar un tono decididamente épico, transformando la retirada de estos
derrotados diez mil en victoriosa cabalgada de las walkirias, colocando a
wagner en lugar de jenofonte, tornando en odoríferos y ascendentes sacrificios
a los dioses del olimpo y del walhalla el apestoso humo vomitado por los tubos
de escape. En las calles ya había brigadas de reporteros, tanto de periódicos
como de radios, y todos intentaban detener durante un instante los coches para
recibir de los pasajeros, en directo, de la propia fuente, la expresión de los
sentimientos, animaban a los retornados en su forzada a casa. Como era de
esperar, encontraban de todo, frustración, desaliento, rabia, ansia de venganza,
no salimos esta vez pero saldremos otra, edificantes afirmaciones de
patriotismo, exaltadas declaraciones de fidelidad partidista, viva el partido
de la derecha, viva el partido del medio, malos olores, irritación por una
noche entera sin pegar ojo, quite de ahí esa máquina, no queremos fotografías,
concordancia y discordancia con las razones presentadas por el gobierno, algún
escepticismo sobre el día de mañana, temor a represalias, crítica a la vergonzosa
apatía de las autoridades, No hay autoridades, recordaba el reportero, Pues ahí
está el problema, no hay autoridades, pero lo que principalmente se observaba
era una enorme preocupación por la suerte de los haberes dejados en las casas a
las que los ocupantes de los coches sólo
pensaban regresar cuando la rebelión de los blanqueros hubiera sido aplastada
de una vez, sin duda a esta hora las casas asaltadas ya no son diecisiete,
quién sabe cuántas más habrán sido despojadas hasta de la última alfombra,
hasta del último jarrón. El helicóptero mostraba ahora desde arriba cómo las columnas
de automóviles y furgonetas, los que antes habían sido los últimos eran ahora
los primeros, se iban ramificando a medida que penetraban en los barrios
próximos al centro, cómo a partir de cierto momento ya no era posible distinguir
en el tráfico a los que venían de los que estaban. El primer ministro llamó al
presidente, una conversación rápida, poco más que mutuas congratulaciones, Esta
gente tiene agua en las venas, se permitió desdeñar el jefe de estado, si
estuviera yo en uno de esos coches le juro que derrumbaba cuantas barreras me
pusieran por delante, Menos mal que es el presidente, menos mal que no estaba
allí, dijo el primer ministro sonriendo, Sí, pero si las cosas vuelven a
complicarse, entonces habrá que poner en práctica mi idea, Que sigo sin saber
cuál es, Un día de éstos se la diré, Cuente con toda mi atención, a propósito,
voy a convocar para hoy consejo de ministros para que debatamos la situación,
sería de la mayor utilidad que usted estuviese presente si no tiene
obligaciones más importantes que satisfacer, Será cuestión de organizar las
cosas, sólo tengo que ir a cortar una cinta a no sé dónde, Muy bien, señor
presidente, mandaré informar a su gabinete. Pensó el primer ministro que ya era
hora de decirle una palabra agradable al ministro del interior, felicitándolo
por la eficacia de la comunicación, qué demonios, tenerle antipatía no es razón
para no reconocer que esta vez estuvo a la altura del problema que tenía que resolver.
La mano ya estaba sobre el teléfono cuando una súbita alteración en la voz del
comentarista de televisión le hizo mirar la pantalla. El helicóptero descendió casi
a ras de los tejados, se veían nítidamente personas saliendo de algunos
edificios, hombres y mujeres que se quedaban en las aceras, como si estuvieran
esperando a alguien, Acabamos de ser informados, decía alarmado el
comentarista, de que las imágenes que nuestros telespectadores están viendo,
personas que salen de los edificios y esperan en las aceras, se están
repitiendo en toda la ciudad en este momento, no queremos pensar lo peor, pero
todo indica que los habitantes de estos edificios, evidentemente insurrectos,
se disponen a impedirles el acceso a quienes hasta ayer eran sus vecinos y a
los que probablemente les acaban de saquear las casas, si así fuere, por mucho
que nos duela tener que decirlo, habrá que pedir cuentas al gobierno que mandó
retirar de la capital los cuerpos policiales, con el espíritu angustiado
preguntamos cómo se podrá evitar, si todavía es posible, que corra la sangre en
la confrontación física que manifiestamente se aproxima, señor presidente,
señor primer ministro, dígannos dónde están los policías para defender a
personas inocentes de los bárbaros tratos que otras se están preparando para
infligirles, dios mío, dios mío, qué va a suceder, casi sollozaba el
comentarista. El helicóptero se había mantenido inmóvil, podía verse todo lo
que pasaba en la calle. Dos automóviles pararon delante del edificio. Se
abrieron las puertas, sus ocupantes salieron. Las personas que esperaban en la
acera avanzaron, Es ahora, es ahora, preparémonos para lo peor, berreó el
comentarista, ronco de excitación, entonces esas personas intercambiaron
algunas palabras que no pudieron ser oídas, y, sin más, comenzaron a descargar
los coches y a transportar dentro de las casas, a plena luz del día, lo que de
ellas había salido bajo la capa de una negra noche de lluvia. Mierda, exclamó
el primer ministro, y dio un puñetazo en la mesa.
En tan
escasas letras, la escatológica interjección, con una potencia expresiva que
valía por un discurso completo del estado de la nación, resumió y concentró la
profundidad de la decepción que había destrozado las fuerzas anímicas del
gobierno, en particular de los ministros que, por la propia naturaleza de sus
funciones, estaban más relacionados con las diferentes fases del proceso político-represivo
de la sedición, es decir, los responsables de las carteras de defensa y de
interior, quienes, de un momento a otro, vieron perder el lucimiento de los
buenos servicios que, cada uno en su área específica, habían desarrollado a lo
largo de la crisis. Durante todo el día, hasta la hora del inicio del consejo
de ministros, incluso durante su celebración, la sucia palabra fue muchas veces
mascullada en el silencio del pensamiento, y hasta, no habiendo testigos cerca,
lanzada en voz alta o murmurada como un incontenible desahogo, mierda, mierda, mierda.
A ninguno de ellos, defensa e interior, pero tampoco al primer ministro, y
esto, sí, es imperdonable, se les había ocurrido meditar un poco, ni siquiera
en estricto y desapasionado sentido académico, acerca de lo que podría
sucederles a los malogrados fugitivos cuando volvieran a sus casas, aunque, de
tomarse esa molestia, lo más probable sería que hubieran optado por la
terrorífica profecía del reportero del helicóptero, que antes olvidamos
registrar, Pobrecitos, decía a punto de llorar, apuesto a que van a ser
masacrados. Al final, y no fue sólo en
aquella calle ni en aquel edificio donde el maravilloso caso sucedió,
rivalizando con los más nobles ejemplos históricos de amor al prójimo, tanto de
la especie religiosa como de la profana, los calumniados e insultados
blanqueros bajaron a ayudar a los vencidos de la facción adversaria, cada uno
lo decidió por su cuenta y a solas con su conciencia, no se dio fe de ninguna convocatoria
ni de consigna que fuera preciso recordar, pero la verdad es que todos bajaron
a prestar la ayuda que sus fuerzas permitían, y entonces fueron ellos los que
dijeron, cuidado con el piano, cuidado con el juego de té, cuidado con la
vajilla de plata, cuidado con el retrato, cuidado con el abuelo. Se comprende
por tanto que se vean tantas caras ceñudas alrededor de la gran mesa del
consejo, tantas frentes fruncidas, tanto mirar congestionado por la irritación
y por la falta de sueño, probablemente casi todos estos hombres hubieran
preferido que corriese alguna sangre, no hasta el punto de la masacre anunciada
por el reportero de televisión, pero si algo que hiriese la sensibilidad de los
habitantes de fuera de la capital, algo de lo que se pudiera hablar en todo el
país durante las próximas semanas, un argumento, un pretexto, una razón más
para satanizar a los malditos sediciosos. Y también por eso se comprende que el
ministro de defensa, a la chita callando, le acabe de susurrar en el oído al colega
de interior, Qué mierda vamos a hacer ahora. Si alguien más oyó la pregunta, se
hizo el desentendido, justamente para saber qué mierda iban a hacer ahora
estaban reunidos y por supuesto no iban a salir con las manos vacías.
La
primera intervención fue la del presidente de la república. Señores, dijo, en
mi opinión, y creo que en esto coincidiremos todos, estamos viviendo el momento
más difícil y complejo desde que el primer acto electoral reveló la existencia
de un movimiento subversivo de enorme envergadura que los servicios de
seguridad nacional no habían detectado, y no lo descubrimos nosotros, fue éste
quien decidió mostrarse a cara descubierta, el ministro del interior, cuya
acción, por otra parte, ha recibido siempre mi apoyo personal e institucional,
ciertamente estará de acuerdo conmigo, lo peor, sin embargo, es que hasta hoy no
hemos dado ni un solo paso efectivo en el camino de la solución del problema y,
todavía más grave, hemos sido obligados a asistir, impotentes, al golpe táctico
genial que fue que los sediciosos ayudaran a nuestros votantes a meter los
bártulos en casa, esto, señores, sólo un cerebro maquiavélico podía haberlo
conseguido, alguien que se mantiene escondido detrás del telón y manipula las
marionetas a su antojo, sabemos todos que mandar retroceder a toda esa gente
fue para nosotros una dolorosa necesidad, pero ahora debemos prepararnos para
un más que probable desencadenamiento de acciones que impulsen nuevas
tentativas de retirada, no ya de familias enteras, no ya de espectaculares
caravanas de coches, sino de personas aisladas o de pequeños grupos, y no por
las carreteras, sino por los campos, el ministro de defensa me dirá que tiene
patrullas sobre el terreno, que tiene sensores electrónicos instalados a lo
largo de la frontera, y yo no me permitiré dudar de la eficacia relativa de
esos medios, pero, a mi entender, una contención que se pretenda total sólo se
conseguirá con la construcción de un muro alrededor de la capital, un muro infranqueable,
hecho con paneles de hormigón, calculo que de unos ocho metros de altura, apoyado
obviamente por los sensores electrónicos que ya existen y reforzado por cuantas
alambradas de púas se consideren convenientes, estoy firmemente convencido de
que por allí no pasará nadie, y si no digo ni una mosca, permítanme el chiste,
no es tanto porque las moscas no puedan pasar, sino porque, de lo que deduzco
por su comportamiento habitual, no tienen ningún motivo para volar tan alto. El
presidente de la república hizo una pausa para aclarar la voz y terminó, El
primer ministro conoce ya la propuesta que acabo de presentar, con toda seguridad
la presentará en breve para que la discuta el gobierno que, naturalmente, como
le compete, decidirá sobre la conveniencia y la viabilidad de su realización,
por lo que a mí respecta, no tengo dudas de que le dedicarán todo su saber, y
eso me basta. En torno a la mesa corrió un murmullo diplomático que el
presidente interpretó como de aceptación tácita, idea que obviamente corregiría
si se hubiera percatado de que el ministro de hacienda había dejado escapar
entre dientes, Y de dónde sacaríamos el dinero que una locura de ésas costaría.
Tras
mover de un lado a otro, como era su hábito, los documentos que tenía delante,
el primer ministro tomó la palabra, El presidente de la república, con el
brillo y el rigor a que nos tiene habituados, acaba de trazar el retrato de la
difícil y compleja situación en que nos encontramos, por consiguiente sería
pura redundancia por mi parte añadir a su exposición unos cuantos pormenores
que, al fin y al cabo, sólo servirían para acentuar las sombras del dibujo, por
esto, y a la vista de los recientes acontecimientos, considero que estamos
necesitando un cambio radical de estrategia, el cual deberá tener en
consideración, entre todos los restantes factores, la posibilidad de que en la
capital haya nacido y pueda desarrollarse un ambiente de cierta pacificación
social como consecuencia del gesto inequívocamente solidario, no dudo que
maquiavélico, no dudo que determinado políticamente, del que el país entero fue
testigo en las últimas horas, léanse los comentarios de las ediciones especiales,
todos elogiosos, luego, tendremos que reconocer, en primer lugar, que las
tentativas para que los contestatarios entraran en razón han fracasado, una por
una, estruendosamente, y que la causa del fracaso, por lo menos ésta es mi opinión,
puede haber sido la severidad de los medios represivos de que nos servimos, y
en segundo lugar, si perseveramos en la estrategia hasta ahora seguida, si
intensificamos la escalada de coacción, y si la respuesta de los contestatarios
sigue siendo la misma que hasta ahora, es decir, ninguna, acabaremos
forzosamente recurriendo a medidas drásticas, de carácter dictatorial, como
sería, por ejemplo, suprimir por tiempo indeterminado los derechos civiles de
los habitantes de la ciudad, incluso de nuestros propios votantes, para evitar
favoritismos de identidad ideológica, aprobar para que se aplique en todo el
país, y a fin de evitar la extensión de la epidemia, una ley electoral de
excepción en la que se equiparen los votos blancos a los votos nulos, y ya veremos
qué más. El primer ministro hizo una pausa para beber un trago de agua, y prosiguió,
He hablado de la necesidad de un cambio de estrategia, sin embargo, no he dicho
que ya la tengo definida y preparada para su aplicación inmediata, hay que dar
tiempo, dejar que el fruto madure y se pudran los ánimos, hasta debo confesar
que preferiría apostar por un periodo de cierta distensión durante el cual
trabajaríamos para extraer el mayor provecho posible de las leves señales de
concordia que parecen emerger. Hizo otra pausa, parecía que iba a seguir con el
discurso, pero sólo dijo, Escucharé sus opiniones.
El
ministro del interior levantó la mano, Noto que el primer ministro confía en la
acción persuasiva que nuestros votantes puedan ejercer en el espíritu de
quienes, confieso que con estupefacción, he oído definir como meros
contestatarios, pero no me parece que haya hablado de la eventualidad
contraria, la de que los partidarios de la subversión acaben confundiendo con
sus teorías deletéreas a los ciudadanos respetuosos de la ley, Tiene razón,
efectivamente no recuerdo haber anotado esa eventualidad, respondió el primer
ministro, pero, imaginando que tal caso se diese, en nada se modificaría lo
fundamental, lo peor que podría suceder sería que el actual ochenta por ciento
de votantes en blanco pasara a ser cien, la alteración cuantitativa introducida
en el problema no tendría ninguna influencia en su expresión cualitativa, salvo,
es obvio, el efecto de haberse producido una unanimidad. Qué hacemos entonces,
preguntó el ministro de defensa, Precisamente por eso estamos aquí, para
analizar, ponderar y decidir, Incluyendo, supongo, la idea del señor
presidente, que desde ya declaro que apoyo con entusiasmo, La idea del señor
presidente, por la dimensión de la obra y por la diversidad de implicaciones
que envuelve, requiere un estudio pormenorizado que se encargará a una comisión
ad hoc que se nominará para tal efecto, por otro lado, creo que es bastante obvio
que el levantamiento de un muro de separación no resolvería, en lo inmediato,
ninguna de nuestras dificultades e infaliblemente crearía otras, nuestro
presidente conoce mi pensamiento sobre la materia, y la lealtad personal e
institucional que le debo no me permitiría silenciarlo ante el consejo, lo que significa,
vuelvo a decir, que los trabajos de la comisión no comiencen lo más rápidamente
posible, en cuanto esté instituida, antes de una semana. Era visible la
contrariedad del presidente de la república, Soy presidente, no soy papa, luego
no presumo de ningún tipo de infalibilidad, pero desearía que mi propuesta
fuera debatida con carácter de urgencia, Yo mismo se lo dije antes, señor
presidente, acudió el primer ministro, le doy mi palabra de que en menos tiempo
de lo que imagina tendrá noticias del trabajo de la comisión, Entre tanto, andamos
aquí tanteando, a ciegas, se quejó el presidente. El silencio fue de esos que
se cortaría con una navaja. Sí, a ciegas, repitió el presidente sin darse
cuenta del constreñimiento general. Desde el fondo de la sala se oyó la voz
tranquila del ministro de cultura, Igual que hace cuatro años. Al rojo vivo, como
ofendido por una obscenidad brutal, inadmisible, el ministro de defensa se levantó
y, apuntando con el dedo acusador, dijo, Usted acaba de romper vergonzosamente
un pacto nacional de silencio que todos habíamos aceptado, Que yo sepa, no hubo
ningún pacto, y mucho menos nacional, hace cuatro años ya era mayorcito y no
recuerdo que los habitantes de la capital fueran llamados a firmar un pergamino
en el que se comprometían a no pronunciar, nunca, ni una sola palabra sobre el
hecho de que durante algunas semanas estuvimos todos ciegos, Tiene razón, no
hubo un pacto en sentido formal, intervino el primer ministro, pero todos
pensamos, sin que para eso fuera necesario ponernos de acuerdo y escribirlo en
un papel, que la terrible prueba por la que habíamos pasado debería, por la
salud de nuestro espíritu, ser considerada como una abominable pesadilla, algo
que tuvo existencia como sueño y no como realidad, En público, es posible, pero
el primer ministro no querrá convencerme de que en la intimidad de su casa
nunca ha hablado de lo sucedido, Que haya hablado o no, poco importa, en la
intimidad de las casas pasan muchas cosas que no salen de sus cuatro paredes,
y, si me permite que se lo diga, la alusión a la todavía hoy inexplicable
tragedia sucedida entre nosotros hace cuatro años ha sido una manifestación de
mal gusto que yo no esperaría de un ministro de cultura, El estudio del mal
gusto, señor primer ministro, debería ser un capítulo de la historia de las
culturas, y de los más extensos y suculentos, No me refiero a ese género de mal
gusto, sino a otro, a ese que también solemos denominar falta de tacto, El
señor primer ministro sostiene, según se ve, una idea parecida a la que afirma
que si la muerte existe es por el nombre que lleva, que las cosas no tienen
existencia real si antes no se les ha dado nombre, Hay innumerables cosas de
las que desconozco el nombre, animales, vegetales, instrumentos y aparatos de
todas las formas y tamaños y para todos los usos, Pero sabe que lo tienen, y
eso le tranquiliza, Nos estamos apartando del asunto, Sí señor primer ministro,
nos estamos apartando del asunto, yo sólo he dicho que hace cuatro años
estábamos ciegos y ahora digo que probablemente seguimos ciegos. La indignación
fue general, o casi, las protestas saltaban, se atropellaban, todos querían intervenir,
hasta el ministro de transportes que, por tener la voz estridente, en general
hablaba poco, le daba ahora trabajo a las cuerdas vocales, Pido la palabra,
pido la palabra. El primer ministro miró al presidente de la república como
pidiéndole consejo, pero se trataba de puro teatro, el tímido movimiento del
presidente, cualquiera que fuese su significado de origen, fue anulado por la
mano levantada del primer ministro, Teniendo en consideración el tono emotivo y
apasionado que las interpelaciones translucen, el debate no añadiría nada, por
eso no le daré la palabra a ninguno de los ministros, sobre todo teniendo en
cuenta que, tal vez sin percatarse, el ministro de cultura acertó de lleno al
comparar la plaga que estamos padeciendo a una nueva forma de ceguera, No hice
esa comparación, señor primer ministro, me limité a recordar que estuvimos
ciegos y que, es probable, ciegos sigamos estando, cualquier extrapolación que
no esté lógicamente contenida en la proposición inicial es ilegítima, Mudar de
lugar las palabras representa, muchas veces, mudarles el sentido, pero éstas,
las palabras, ponderadas una por una, siguen, físicamente, si es que me puedo
expresar así, siendo justo lo que habían sido, y por tanto, En ese caso,
permítame que lo interrumpa, señor primer ministro, quiero que quede claro que
la responsabilidad de los cambios de lugar y de sentido de mis palabras es
únicamente suya, en eso no he tenido arte ni parte, Digamos que puso el arte y
yo contribuí con la parte, y que arte y parte juntos me autorizan a afirmar que
el voto en blanco es una manifestación de ceguera tan destructiva como la otra,
O de lucidez, dijo el ministro de justicia, Qué, preguntó el ministro del interior
creyendo haber oído mal, Digo que el voto en blanco puede ser apreciado como
una manifestación de lucidez por parte de quien lo ha usado, Cómo se atreve, en
pleno consejo de gobierno, a pronunciar semejante barbaridad antidemocrática,
debería darle vergüenza, ni parece un ministro de justicia, estalló el de
defensa, Me pregunto si alguna vez habré sido tan ministro de la justicia, o de
justicia, como en este momento, Un poco más y todavía me va a hacer creer que
votó en blanco, observó el ministro del interior irónicamente, No, no voté en
blanco, pero lo pensaré en la próxima ocasión. Cuando el murmullo escandalizado
resultante de esta declaración comenzó a disminuir, una pregunta del primer
ministro lo cortó de golpe, Es consciente de lo que acaba de decir, Tan
consciente que deposito en sus manos el cargo que me fue confiado, presento mi
dimisión, respondió el que ya no era ni ministro ni de justicia. El presidente
de la república empalideció, parecía un harapo que alguien distraídamente
hubiera dejado en el respaldo del sillón y luego se olvidara, Nunca imaginé que
viviría para ver el rostro de la traición, dijo, y pensó que la historia no
dejaría de registrar la frase, pero por si acaso él se encargaría de hacerla
recordar. El que hasta aquí había sido ministro de justicia se levantó, inclinó
la cabeza en dirección al presidente y al primer ministro y salió de la sala.
El silencio fue interrumpido por el súbito arrastrar de una silla, el ministro
de cultura acababa de levantarse y anunciaba desde el fondo con voz fuerte y
clara, Presento mi dimisión, Vaya, no me diga que, tal como su amigo acaba de
prometernos en un momento de loable franqueza, también usted lo pensará en la
próxima ocasión, intentó ironizar el jefe de gobierno, No creo que vaya a ser
necesario, ya lo pensé en la última, Eso significa, Simplemente lo que ha oído,
nada más, Quiere retirarse, Ya me iba, señor primer ministro, sólo he vuelto
atrás para despedirme. La puerta se abrió, se cerró, quedaron dos sillones
vacíos en la mesa. Y ésta, eh, exclamó el presidente de la república, no nos
habíamos recuperado del primer choque y ya recibíamos una nueva bofetada, Las
bofetadas son otra cosa, señor presidente, ministros que entran y ministros que
salen es de lo más corriente en la vida, dijo el primer ministro, sea como sea,
si el gobierno entró aquí completo, completo saldrá, yo asumo la cartera de
justicia y el ministro de obras públicas se hará cargo de los asuntos de
cultura, Temo que me falte la competencia necesaria, observó el aludido, La
tiene toda, la cultura, según nos dicen sin parar las personas entendidas, es
también obra pública, por tanto quedará perfectamente en sus manos. Tocó la campanilla
y ordenó al ujier que había aparecido en la puerta, Retire esos sillones,
luego, dirigiéndose al gobierno, Vamos a hacer una pausa de quince, veinte
minutos, el presidente y yo estaremos en la sala de al lado.
Media
hora después los ministros volvieron a sentarse alrededor de la mesa. No se
notaban las ausencias. El presidente de la república entró trayendo en la cara
una expresión de perplejidad, como si hubiese acabado de recibir una noticia
cuyo significado se encontrara fuera del alcance de su comprensión. El primer
ministro, por el contrario, parecía satisfecho con su persona. No tardó en
saberse el porqué. Cuando llamé la atención sobre la necesidad urgente de un
cambio de estrategia, visto el fracaso de todas las acciones delineadas y
ejecutadas desde el comienzo de la crisis, así comenzó, estaba lejos de esperar
que una idea capaz de conducirnos con grandes posibilidades al éxito pudiese
proceder precisamente de un ministro que ya no se encuentra entre nosotros, me
refiero, como deben de calcular, al ex ministro de cultura, gracias a quien se demuestra
una vez más lo conveniente de examinar las ideas del adversario a fin de
descubrir lo que de ellas pueda resultar provechoso para las nuestras. Los
ministros de defensa y de interior intercambiaron miradas indignadas, era lo
que les faltaba oír, elogios a la inteligencia de un traidor renegado.
Apresuradamente, el ministro del interior garabateó algunas palabras en un
papel que pasó discretamente al otro, Mi olfato no me engañaba, desconfié de esos
dos tipos desde el principio de esta historia, a lo que el ministro de defensa
respondió por la misma vía y con los mismos cuidados. Estamos queriendo infiltrarnos
y al final son ellos los que se nos han infiltrado. El primer ministro seguía
exponiendo las conclusiones a que había llegado partiendo de la sibilina
declaración del ex ministro de cultura acerca de haber estado ciego ayer y
seguir ciego hoy, Nuestro equívoco, nuestro gran equívoco, cuyas consecuencias
estamos pagando ahora, fue precisamente el intento de obliteración, no de la
memoria, dado que todos podríamos recordar lo que pasó hace cuatro años, sino
de la palabra, del nombre, como si, según subrayó el ex colega, para que la
muerte deje de existir basta con no pronunciar el término con que la
designamos, No le parece que estamos hurtándonos de la cuestión principal,
preguntó el presidente de la república, necesitamos propuestas concretas,
objetivas, el consejo tendrá que tomar decisiones importantes, Al contrario,
señor presidente, ésta es justamente la cuestión principal, y tanto es así que,
si no yerro demasiado, nos va a servir en bandeja la posibilidad de resolver de
una vez para siempre un problema en el que apenas hemos conseguido, como mucho,
poner pequeños remiendos que en seguida se descosen dejándolo todo igual, No
entiendo adónde quiere llegar, explíquese, por favor, Señor presidente,
señores, osemos dar un paso adelante, sustituyamos el silencio por la palabra,
terminemos con este estúpido e inútil fingimiento de que antes no sucedió nada,
hablemos abiertamente de lo que fue nuestra vida, si vida era aquello, durante
el tiempo en que estuvimos ciegos, que los periódicos recuerden, que los
escritores escriban, que la televisión muestre las imágenes de la ciudad que se
grabaron después de recuperar la visión, que las personas se convenzan de que
es necesario hablar de los males de toda especie que tuvieron que soportar, que
hablen de los muertos, de los desaparecidos, de las ruinas, de los incendios,
de la basura, de la podredumbre, y luego, cuando nos hayamos arrancado los
harapos de falsa normalidad con que venimos queriendo tapar la llaga, diremos
que la ceguera de esos días ha regresado a la ciudad bajo una nueva forma,
llamemos la atención de la gente con el paralelismo entre la blancura de la
ceguera de hace cuatro años y el voto en blanco de ahora, la comparación es grosera
y engañosa, soy el primero en reconocerlo, y no faltará quien de entrada la
rechace como una ofensa a la inteligencia, a la lógica y al sentido común, pero
es posible que muchas personas, y espero que pronto sean abrumadora mayoría, se
dejen impresionar, se pregunten ante el espejo si no estarán otra vez ciegas,
si esta ceguera, aún más vergonzosa que la otra, no los estará desviando de la
dirección correcta, empujándolos hacia el desastre extremo que sería el desmoronamiento,
tal vez definitivo, de un sistema político que, sin que nos hubiéramos dado
cuenta de la amenaza, transportaba desde el origen, en su núcleo vital, es
decir, en el ejercicio del voto, la simiente de su propia destrucción o,
hipótesis no menos inquietante, del paso a algo completamente nuevo,
desconocido, tan diferente que, en ese lugar, criados como fuimos a la sombra
de rutinas electorales que durante generaciones y generaciones lograron
escamotear lo que vemos ahora como uno de sus triunfos más importantes,
nosotros no tendremos sitio con toda seguridad. Creo firmemente, continuó el
primer ministro, que el cambio de estrategia que necesitábamos está a la vista,
creo que la reconducción del sistema al statu quo anterior está a nuestro
alcance, pero yo soy el primer ministro de este país, no un vulgar vendedor de
ungüentos que promete maravillas, en todo caso he de decir que, si no
conseguimos resultados en veinticuatro horas, confío en que los podamos notar antes
de que pasen veinticuatro días, pero la lucha será larga y trabajosa, reducir
la nueva peste blanca a la impotencia exigirá tiempo y costará muchos
esfuerzos, sin olvidar, ah, sin olvidar la cabeza maldita de la tenia, esa que
se encuentra escondida en cualquier lugar, mientras no la descubramos en el
interior nauseabundo de la conspiración, mientras no la arranquemos hacia la
luz y para el castigo que se merece, el mortal parásito seguirá reproduciendo
sus anillos y minando las fuerzas de la nación. Pero la última batalla la
ganaremos nosotros, mi palabra y vuestra palabra, hoy y hasta la victoria
final, serán la garantía de esta promesa. Arrastrando los sillones, los
ministros se levantaron como un solo hombre y, de pie, aplaudieron con
entusiasmo. Finalmente, expurgado de los elementos perturbadores, el consejo
era un bloque compacto, un jefe, una voluntad, un proyecto, un camino. Sentado en su enorme sillón, como a la
dignidad del cargo competía, el presidente de la república aplaudía con las
puntas de los dedos, dejando así entrever, y también por la severa expresión de
su cara, la contrariedad que le causaba no haber sido objeto de una referencia,
aunque fuera mínima, en el discurso del primer ministro. Debería saber con
quién lidiaba. Cuando el ruidoso restallar de palmas ya comenzaba a decaer, el
primer ministro levantó la mano derecha pidiendo silencio y dijo, Toda navegación
necesita un comandante, y ése, en la peligrosa travesía a la que el país ha
sido desafiado, es y tiene que ser el primer ministro, pero ay del barco que no
lleve una brújula capaz de guiarlo por el vasto océano y a través de las
procelosas, pues bien, señores, esa brújula que me guía a mí y al barco, esa
brújula que, en suma, nos viene guiando a todos, está aquí, a nuestro lado,
siempre orientándonos con su experiencia, siempre animándonos con sus sabios
consejos, siempre instruyéndonos con su ejemplo sin par, mil aplausos por tanto
le sean dados, y mil agradecimientos, a su excelencia el señor presidente de la
república. La ovación fue todavía más calurosa que la primera, parecía no
querer terminar, y no terminaría mientras el primer ministro siguiera batiendo
palmas, mientras el reloj de su cabeza no le dijese, Basta, puedes dejarlo así,
él ya ha ganado. Todavía tardó dos minutos más en confirmar la victoria, y, al
cabo, el presidente de la república, con lágrimas en los ojos, estaba abrazado
al primer ministro. Momentos perfectos, y hasta sublimes, pueden acaecer en la
vida de un político, dijo después con la voz embargada por la emoción, pero, y
sin saber lo que el destino me reserva para el día de mañana, juro que éste no
se me borrará nunca de la memoria, será mi corona de gloria en las horas felices,
mi consuelo en las horas amargas, de todo corazón les agradezco, de todo
corazón les abrazo. Más aplausos.
Los
momentos perfectos, sobre todo cuando rozan lo sublime, tienen el gravísimo
contra de su corta duración, lo que, por obvio, podríamos no comentar de no
darse la circunstancia de existir una contrariedad mayor, como es la de no
saber qué hacer después. Este embarazo, sin embargo, se reduce a casi nada en
el caso de encontrarse presente el ministro del interior. Apenas el gabinete
había recuperado su lugar, todavía con el ministro de obras públicas y cultura
enjugándose una lágrima furtiva, el de interior levantó la mano pidiendo la
palabra, Haga el favor, dijo el primer ministro, Como el señor presidente de la
república tan emotivamente ha señalado, en la vida hay momentos perfectos,
verdaderamente sublimes, y nosotros hemos tenido el alto privilegio de disfrutar
aquí de dos de ellos, el del agradecimiento del presidente y el de la
exposición del primer ministro cuando defendió una nueva estrategia,
unánimemente aprobada por los presentes y a la cual me remitiré en esta
intervención, no para retirar mi aplauso, lejos de mí semejante idea, sino para
ampliar y facilitar los efectos de esa estrategia, si tanto puede pretender mi
modesta persona, me refiero a lo dicho por el señor primer ministro, que no
cuenta con obtener resultados en veinticuatro horas, pero que está seguro de
que éstos comenzarán a surgir antes de transcurridos veinticuatro días, ahora
bien, con todo el respeto, yo no creo que estemos en condiciones de esperar
veinticuatro días, o veinte, o quince, o diez, el edificio social presenta brechas,
las paredes oscilan, los cimientos tiemblan, en cualquier momento todo puede
derrumbarse, Tiene alguna propuesta, además de describirnos el estado de un
edificio que amenaza ruinas, preguntó el primer ministro, Sí señor, respondió
impasible el ministro del interior, como si no hubiese reparado en el sarcasmo,
Ilumínenos, entonces, por favor, Ante todo, debo aclarar, señor primer
ministro, que esta propuesta no tiene más intención que complementar las que
nos presentó y aprobamos, no enmienda, no corrige, no perfecciona, es
simplemente otra cosa que espero merezca la atención de todos, Adelante, déjese
de rodeos, vaya directo al asunto, Lo que propongo, señor primer ministro, es
una acción rápida, de choque, con helicópteros, No me diga que está pensando en
bombardear la ciudad, Si señor, estoy pensando en bombardearla con papeles, Con
papeles, Precisamente, señor primer ministro, con papeles, en primer lugar, por
orden de importancia, tendríamos una declaración firmada por el presidente de
la república y dirigida a la población de la capital, en segundo lugar, una
serie de mensajes breves y eficaces que abran camino y preparen los espíritus
para las acciones de efecto previsiblemente más lento que usted enunció, o sea,
los periódicos, la televisión, los recuerdos de vivencias del tiempo en que
estuvimos ciegos, relatos de escritores, etcétera, a propósito, les recuerdo
que mi ministerio dispone de su propio equipo de redactores, personas bien
entrenadas en el arte de convencer a la gente, lo que, según entiendo, sólo con
mucho esfuerzo y por poco tiempo los escritores consiguen, A mí la idea me
parece excelente, interrumpió el presidente de la república, pero evidentemente
el texto tendrá que contar con mi aprobación, introduciré las alteraciones que
crea convenientes, de todos modos me parece bien, es una idea estupenda que
tiene, además, la enorme ventaja política de colocar la figura del presidente
de la república en primera línea de combate, es una buena idea, sí señor. El murmullo
de aprobación que se oyó en la sala le mostró al primer ministro que el lance
había sido ganado por el ministro del interior, Así se hará, ponga en marcha
las diligencias necesarias, dijo, y, mentalmente, le puso otra nota negativa en
la página correspondiente del cuaderno de aprovechamiento escolar del gobierno.
La tranquilizadora idea de que, más tarde o más
pronto, y mejor más pronto que tarde, el destino siempre acaba abatiendo la
soberbia, encontró fragorosa confirmación en el humillante oprobio sufrido por
el ministro del interior que, creyendo haber ganado in extremis el más reciente
asalto en la pugna pugilística que mantiene con el jefe de gobierno, vio irse
agua abajo sus planes a causa de una inesperada intervención del cielo, que al
final decidió ponerse del lado del adversario. En última instancia, y también
en primera, según la opinión de los observadores más imparciales y atentos,
toda la culpa fue del presidente de la república por haber retardado la
aprobación del manifiesto que, con su firma y para edificación moral de los
habitantes de la ciudad, sería lanzado desde los helicópteros. Durante los tres
días siguientes a la reunión del consejo de ministros la bóveda celeste se
mostró al mundo en su magnificente traje de inconsútil azul, un tiempo liso,
sin pliegues ni costuras, y sobre todo sin viento, perfecto para echar papeles
desde el aire y verlos bajar después danzando la danza de los elfos, hasta ser
recogidos por quienes pasaran por las calles o a ellas salieran movidos por la
curiosidad de saber qué nuevas o qué mandatos les llegaban desde lo alto.
Durante esos tres días el pobre texto se fatigó en viajes de ida y vuelta entre
el palacio presidencial y el ministerio del interior, unas veces más profuso de
razones, otras veces más conciso de concepto, con palabras tachadas y
sustituidas por otras que luego sufrirían idéntica suerte, con frases
desamparadas de lo que las precedía y que no cuadraban con lo que venía a
continuación, cuánta tinta gastada, cuánto papel roto, a esto se llama el
tormento de la obra, la tortura de la creación, es bueno que quede claro de una
vez. Al cuarto día, el cielo, cansado de esperar, viendo que ahí abajo las
cosas ni iban ni venían, decidió amanecer cubierto por un capote de nubes bajas
y oscuras, de las que suelen cumplir la lluvia que prometen. A última hora de
la mañana comenzaron a caer unas gotas dispersas, de vez en cuando paraban, de
vez en cuando volvían, una llovizna molesta que, pese a las amenazas, parecía
no tener mucho más que dar. Esta lluvia blanda permaneció hasta media tarde, y
de súbito, sin aviso, como quien se harta de fingir, el cielo se abrió para dar
paso a una lluvia continua, cierta, monótona, intensa aunque todavía no
violenta, de esas que son capaces de estar lloviendo así una semana entera y
que la agricultura en general agradece. No el ministerio del interior. Suponiendo
que el mando supremo de la fuerza aérea diese autorización para que los helicópteros
levantaran el vuelo, lo que de por sí ya sería altamente problemático, lanzar
papeles desde el aire con un tiempo de éstos seria de lo más grotesco, y no
sólo porque en las calles andaría poquísima gente, y la poca que hubiese estaría
ocupada, principalmente, en mojarse lo menos posible, sino porque el manifiesto
presidencial caería en el barro del suelo, sería engullido por las
alcantarillas devoradoras, reblandecido y deshecho en los charcos que luego las
ruedas de los automóviles, groseramente, levantan en bastas salpicaduras, en
verdad, en verdad os digo que sólo un fanático de la legalidad y del respeto debido
a los superiores se agacharía para levantar del ignominioso fango la explicación
del parentesco entre la ceguera general de hace cuatro años y ésta,
mayoritaria, de ahora. El vejamen del ministro del interior fue tener que ser
testigo, impotente, de cómo, con el pretexto de una impostergable urgencia
nacional, el primer ministro ponía en movimiento, para colmo con la forzada
conformidad del presidente de la república, la maquinaria informativa que, englobando
prensa, radio, televisión y todas las demás subexpresiones escritas, auditivas
y visuales disponibles, ya sean dependientes contendientes, tendría que
convencer a la población de la capital de que, desgraciadamente, estaba otra
vez ciega. Cuando, días después, la lluvia paró y los aires se vistieron otra
vez de azul, sólo la testaruda y finalmente irritada insistencia del presidente
de la república sobre su jefe de gobierno logró que la postergada primera parte
del plan fuese cumplida, Mi querido primer ministro, dijo el presidente, tome
buena nota de que ni he desistido ni pienso desistir de lo que se decidió en el
consejo de ministros, considero mi obligación dirigirme personalmente a la
nación, Señor presidente, creo que no merece la pena, la acción clarificadora
ya se encuentra en marcha, no tardaremos en obtener resultados, Aunque éstos
estén pasado mañana a la vuelta de la esquina, quiero que mi manifiesto sea lanzado
antes, Claro que pasado mañana es una manera de hablar, Pues entonces mejor todavía,
distribúyase el manifiesto ya, Señor presidente, crea que, Le aviso de que, si
no lo hace, le responsabilizaré de la pérdida de confianza personal y política
que desde luego surgirá entre nosotros, Me permito recordar, señor presidente,
que sigo teniendo mayoría absoluta en el parlamento, la pérdida de confianza
con que me amenaza sería algo de carácter meramente personal, sin ninguna
repercusión política, La tendría si yo fuera al parlamento a declarar que la
palabra del presidente de la república fue secuestrada por el primer ministro,
Señor presidente, por favor, eso no es verdad, Es suficiente verdad para que yo
la diga en el parlamento, o fuera del parlamento, Distribuir ahora el manifiesto,
El manifiesto y los otros papeles, Distribuir ahora el manifiesto sería redundante,
Ése es su punto de vista, no el mío, Señor presidente, Si me llama presidente
será porque como tal me reconoce, por tanto, haga lo que le mando, Si pone la
cuestión en esos términos, La pongo en esos términos, y le digo más todavía,
estoy cansado de asistir a sus guerras con el ministro del interior, si no le
sirve, destitúyalo, pero, si no quiere o no puede destituirlo, aguántese, estoy
convencido de que si la idea de un manifiesto firmado por el presidente hubiera
salido de su cabeza, probablemente sería capaz de mandarlo entregar de puerta
en puerta, Eso es injusto, señor presidente, Tal vez lo sea, no digo que no,
todos nos ponemos nerviosos, perdemos la serenidad y acabamos diciendo lo que
ni se quería ni se pensaba, Daremos entonces este incidente por cerrado, Sí, el
incidente queda cerrado, pero mañana por la mañana quiero esos helicópteros en
el aire, Sí señor presidente.
Si esta
exacerbada discusión no hubiera sucedido, si el manifiesto presidencial y los
demás papeles volantes hubieran, por innecesarios, terminado su breve vida en
la basura, la historia que estamos contando sería, de aquí en adelante,
completamente diferente. No imaginamos con precisión cómo y en qué, sólo
sabemos que sería diferente. Claro está que un lector atento a los meandros del
relato, un lector de esos analíticos que de todo esperan una explicación cabal,
no dejaría de preguntar si la conversación entre el primer ministro y el
presidente de la república fue introducida a última hora para dar pie al
anunciado cambio de rumbo, o si, teniendo que suceder porque ése era su destino
y de ella habiendo resultado las consecuencias que no tardarán en conocerse, el
narrador no tuvo otro remedio que dejar a un lado la historia que traía pensada
para seguir la nueva ruta que de repente le surge trazada en su carta de
navegación. Es difícil dar a esto o a aquello una respuesta capaz de satisfacer
totalmente a ese lector. Salvo si el narrador tuviera la insólita franqueza de
confesar que nunca estuvo muy seguro de cómo llevar a buen término esta nunca
vista historia de una ciudad que decidió votar en blanco y que, por
consiguiente, el violento intercambio de palabras entre el presidente de la
república y el primer ministro, tan dichosamente terminado, fue para él como
ver caer el pan en la miel. De otra manera no se comprendería que abandonara
sin más ni menos el trabajoso hilo de la narrativa que venía desarrollando para
adentrarse en excursiones gratuitas no sobre lo que no fue, aunque pudiera
haber sido, sino sobre lo que fue, pero podría no haber sido. Nos referimos,
sin más rodeos, a la carta que el presidente de la república recibió tres días
después de que los helicópteros hicieran llover sobre las calles, plazas,
parques y avenidas de la capital los papeles de colores en que se exponían las
deducciones de los escritores del ministerio del interior sobre la más que
probable conexión entre la trágica ceguera colectiva de hace cuatro años y el
desvarío electoral de ahora. La suerte del signatario fue que la carta cayera
en manos de un secretario escrupuloso, de esos que leen la letra pequeña antes
de comenzar la grande, de esos que son capaces de discernir entre trozos mal
hilvanados de palabras la minúscula simiente que conviene regar cuanto antes,
al menos para saber qué podrá dar. He aquí lo que decía la carta, Excelentísimo
señor presidente de la república. Habiendo leído con la merecida y debida
atención el manifiesto que vuestra excelencia dirigió al pueblo y en particular
a los habitantes de la capital, con la plena conciencia de mi deber como ciudadano
de este país y seguro de que la crisis en que la patria está sumergida exige de
todos nosotros el celo de una continua y estrecha vigilancia sobre todo cuanto
de extraño se manifieste o se haya manifestado ante nuestros ojos, le pido
licencia para desplegar ante el preclaro juicio de vuestra excelencia algunos
hechos desconocidos que tal vez le puedan ayudar a comprender mejor la naturaleza
del flagelo que nos ha caído encima. Digo esto porque, aunque no sea nada más
que un hombre común, creo, como vuestra excelencia, que alguna relación tiene
que haber entre la reciente ceguera de votar en blanco y aquella otra ceguera
blanca que, durante semanas que nunca podremos olvidar, nos mantuvo a todos
fuera del mundo. Quiero decir, señor presidente de la república, que tal vez
esta ceguera de ahora pueda ser explicada por la primera, y las dos, tal vez,
por la existencia, no sé si también por la acción, de una misma persona. Antes
de proseguir, y guiado como estoy sólo por un espíritu cívico del que no
permito que nadie se atreva a dudar, quiero dejar claro que no soy un delator,
ni un denunciante, ni un chivato, sirvo simplemente a mi patria en la situación
angustiosa en que se encuentra, sin un faro que le ilumine el camino hacia la
salvación. No sé, y cómo podría saberlo, si la carta que le estoy escribiendo será
suficiente para encender esa luz, pero, repito, el deber es el deber, y en este
momento me veo a mí mismo como a un soldado que da un paso al frente y se
presenta como voluntario para la misión, y esa misión, señor presidente de la
república, consiste en revelar, escribo la palabra añadiendo que es la primera
vez que hablo de este asunto a alguien, que hace cuatro años, con mi mujer,
formé parte casual de un grupo de siete personas que, como tantas otras, luchó
desesperadamente por sobrevivir. Puede parecer que no estoy diciendo nada que
vuestra excelencia, por experiencia propia, no haya conocido, pero lo que nadie
sabe es que una de las personas del grupo nunca llegó a cegar, una mujer casada
con un médico oftalmólogo, el marido estaba ciego como todos nosotros, pero
ella no. En ese momento hicimos un juramento solemne de que jamás hablaríamos
del asunto, ella decía que no quería que la viesen después como a un bicho
raro, tener que sujetarse a preguntas, someterse a exámenes, como ya todos recuperamos
la visión, lo mejor sería olvidar, hacer como que nada había pasado. He
respetado el juramento hasta hoy, pero ya no puedo continuar en silencio. Señor
presidente de la república, consienta que le diga que me sentiría ofendido si
esta carta fuese leída como una denuncia, aunque por otro lado tal vez debiera
serlo, por cuanto, y esto también lo ignora vuestra excelencia, un crimen de
asesinato fue cometido en aquellos días precisamente por la persona de quien hablo,
pero eso es una cuestión con la justicia, yo me conformo con cumplir mi deber
de patriota pidiendo la superior atención de vuestra excelencia para con un hecho
hasta ahora mantenido en secreto y de cuyo examen podrá, por ventura, salir una
explicación para el ataque despiadado del que el sistema político vigente está
siendo objeto, esa nueva ceguera blanca que, me permito aquí reproducir, con
humildad, las propias palabras de vuestra excelencia, alcanza de lleno el
corazón de los fundamentos de la democracia como nunca ningún sistema
totalitario había conseguido hacerlo antes. Ni que decir tiene, señor
presidente de la república, que estoy a disposición de vuestra excelencia o de
la entidad que reciba el encargo de proseguir una investigación a todas luces necesaria,
para ampliar, desarrollar y completar las informaciones de que esta carta es
portadora. Juro que no me mueve ninguna animosidad contra la persona en
cuestión, pero esta patria que tiene en vuestra excelencia el más digno de sus
representantes está por encima de todo, ésa es mi ley, a la única que me acojo
con la serenidad de quien acaba de cumplir su deber Respetuosamente. Luego
estaba la firma y, abajo, al lado izquierdo, el nombre completo del remitente,
la dirección, el teléfono, y también el número del carnet de identidad y la
dirección electrónica.
El
presidente de la república posó lentamente la hoja de papel sobre la mesa de
trabajo y, después de un breve silencio, le preguntó al jefe de gabinete,
Cuántas personas tienen conocimiento de esto, Nadie más, aparte del secretario
que abrió y registró la carta, Es persona de confianza, Supongo que podemos
confiar en él, señor presidente, es del partido, pero sería conveniente que
alguien le hiciera comprender que la más leve indiscreción por su parte le
podría costar muy cara, si me permite la sugerencia, el aviso habría que
hacerlo directamente, Por mí, No, señor presidente, por la policía, una simple
cuestión de eficacia, se llama al hombre a la sede central, el agente más bruto lo mete en una sala de interrogatorio
y se le pega un buen susto, No me cabe duda de la bondad de los resultados,
pero veo ahí una grave dificultad, Cuál, señor presidente, Antes de que el
asunto llegue a la policía todavía tendrán que pasar unos días, y entre tanto,
el tipo puede irse de la lengua, se lo cuenta a la mujer, a los amigos, incluso
es capaz de hablar con un periodista, en suma, que derrame el caldo, Tiene
razón, señor presidente, la solución seria mandarle un recado al director de la
policía, me encargaré de eso con mucho gusto, si le parece bien, Ponerle un
cortocircuito a la cadena jerárquica del gobierno, saltarnos al primer
ministro, ésa es su idea, No me atrevería si el asunto no fuese tan serio,
señor presidente, Querido amigo, en este mundo y otro no hay, que nos conste,
todo acaba sabiéndose, confío en usted cuando me dice que el secretario le
merece confianza, pero ya no podría decir lo mismo del director de la policía,
imagínese que anda en contubernio con el ministro del interior, posibilidad por
otra parte más que probable, Imagine el problema que se nos plantearía, el
ministro del interior pidiendo cuentas al primer ministro por no poder
pedírmelas a mí, el primer ministro queriendo saber si pretendo sobrepasar su
autoridad y sus competencias, en pocas horas sería público lo que pretendemos
mantener en secreto. Tiene razón una vez más, señor presidente, No diré, como
el otro, que nunca me equivoco y raramente tengo dudas, pero casi, casi, Qué
haremos entonces, señor presidente, Tráigame aquí al hombre, Al secretario, Sí,
ese que conoce la carta, Ahora, De aquí a una hora puede ser demasiado tarde.
El jefe del gabinete utilizó el teléfono interno para llamar al funcionario,
Inmediatamente al despacho del señor presidente, rápido. Para recorrer los distintos
pasillos y las varias salas suelen ser necesarios por lo menos unos cinco
minutos, pero el secretario apareció en la puerta al cabo de tres. Venía sofocado y le temblaban las piernas.
Hombre no necesitaba correr, dijo el presidente mostrando una sonrisa
bondadosa, El jefe de gabinete me dijo que viniera rápido, señor presidente,
jadeó el hombre, Muy bien, le mandé llamar a causa de esta carta, Sí señor
presidente, La ha leído, claro, Sí señor presidente, Recuerda lo que está
escrito en ella, Más o menos, señor presidente, No use ese género de frases
conmigo, responda a la pregunta, Sí señor presidente, la recuerdo como si la
acabara de leer en este momento, Piensa que podría hacer un esfuerzo para
olvidar su contenido, Sí señor presidente, Piense bien, debe saber que no es lo
mismo hacer el esfuerzo que olvidar, No señor presidente, no es lo mismo, Por
tanto, el esfuerzo no debe bastar, será necesario algo más, Empeño mi palabra
de honor, He estado a punto de repetirle que no use ese género de frases, pero
prefiero que me explique qué significado real tiene para usted, en el presente
caso, eso a que románticamente llama empeñar su palabra de honor, Significa,
señor presidente, la declaración solemne de que de ninguna manera, suceda lo
que suceda, divulgaré el contenido de la carta, Está casado, Si señor
presidente, Voy a hacerle una pregunta, Y yo le responderé, Suponiendo que
revelara a su mujer, y sólo a ella, la naturaleza de la carta, estaría, en el
sentido riguroso del término, divulgándola, me refiero a la carta,
evidentemente, no a su mujer, No señor presidente, divulgar es difundir, hacer
público, Aprobado, compruebo con satisfacción que los diccionarios no le son
extraños, No se lo diría ni a mi propia mujer, Quiere decir que no le contará
nada, A nadie, señor presidente, Me da su palabra de honor, Disculpe, señor
presidente, ahora mismo, Imagínese, olvidarme de que ya me la había dado, si se
me vuelve a borrar de la memoria el jefe de mi gabinete se encargará de
recordármelo, Sí señor, dijeron las dos voces al mismo tiempo. El presidente
guardó silencio durante algunos segundos, después preguntó, Supongamos que voy
a ver lo que escribió en el registro, puede evitarme que me levante de este
sillón y decirme qué encontraría, Una única palabra, señor presidente, Debe de
tener una extraordinaria capacidad de síntesis para resumir en una sola palabra
una carta tan extensa como ésta, Petición, señor presidente, Qué, Petición, la
palabra que consta en el registro, Nada más, Nada más, Pero así no se puede
saber de qué trata la carta, Fue justamente lo que pensé, señor presidente, que
no convenía que se supiera, la palabra petición sirve para todo. El presidente
se recostó complacido, sonrió con todos los dientes al prudente secretario y
dijo, Debía haber comenzado por ahí, hubiera evitado empeñar algo tan serio
como la palabra de honor, Una cautela garantiza la otra, señor presidente, No
está mal, no señor, no está mal, pero de vez en cuando eche un vistazo al
registro, no sea que a alguien se le ocurra añadir algo a la palabra petición,
La línea está cerrada, señor presidente, Puede retirarse, A sus órdenes, señor
presidente. Cuando la puerta se cerró, el jefe de gabinete dijo, Tengo que
confesar que no esperaba que él fuese capaz de tomar una iniciativa así, creo
que nos acaba de dar la mejor prueba de que es merecedor de toda nuestra
confianza, Tal vez de la suya, dijo el presidente, no de la mía, Pero pienso,
Piensa bien, querido amigo, pero al mismo tiempo piensa mal, la diferencia más
segura que podríamos establecer entre las personas no es dividirlas en listas y
estúpidas, sino en listas y demasiado listas, con las estúpidas hacemos lo que
queremos, con las listas la solución es colocarlas a nuestro servicio, mientras
que las demasiado listas, incluso cuando están de nuestro lado, son
intrínsecamente peligrosas, no lo pueden evitar, lo más curioso es que con sus
actos continuamente nos están diciendo que tengamos cuidado con ellas, por lo
general no prestamos atención a los avisos y después tenemos que aguantarnos
con las consecuencias, Entonces quiere decir, señor presidente, Quiero decir
que nuestro prudente secretario, ese funámbulo del registro capaz de
transformar en simple petición una carta tan inquietante como ésta, no tardará
en ser llamado por la policía para que le metan el susto que aquí entre
nosotros le habíamos prometido, él mismo lo dijo sin imaginarse el alcance de
las palabras, una cautela garantiza la otra, Siempre tiene razón, señor
presidente, sus ojos ven muy lejos, Si, pero el mayor error de mi vida como
político fue permitir que me sentaran en este sillón, no comprendí a tiempo que
sus brazos tienen cadenas, Es la consecuencia de que el régimen no sea
presidencialista, Así es, por eso no me dejan nada más que cortar cintas y besar
a niños, Ahora tiene en sus manos un as, En el momento en que se lo entregue al
primer ministro, el triunfo será suyo, yo no habré sido nada más que el
cartero, Y en el momento en que él se lo entregue al ministro del interior,
pasará a ser de la policía, la policía es quien está en el extremo de la cadena
de montaje, Ha aprendido mucho, Estoy en una buena escuela, señor presidente,
Sabe una cosa, Soy todo oídos, Vamos a dejar al pobre diablo en paz, a lo
mejor, yo mismo, cuando llegue a casa, o esta noche en la cama, le cuento a mi
mujer lo que dice la carta, y usted, querido jefe de gabinete, hará
probablemente lo mismo, su mujer lo mirará como a un héroe, el maridito querido
que conoce los secretos y las mallas que teje el estado, que bebe lo más fino,
que respira sin máscara el olor pútrido de las alcantarillas del poder, Señor
presidente, por favor, No me haga caso, creo que no soy tan malo como los
peores, pero de vez en cuando me salta la consciencia de que eso no es
suficiente, y entonces el alma me duele mucho más de lo que sería capaz de
decirle, Señor presidente, mi boca está y estará cerrada mía también, y la mía
también, pero hay ocasiones en que me pongo a imaginar lo que podría ser este
mundo si todos abriésemos las bocas y no callásemos mientras, Mientras qué,
señor presidente, Nada, nada, déjeme solo.
Menos
de una hora había pasado cuando el primer ministro, convocado con carácter de urgencia
al palacio, entró en el despacho. El presidente le hizo señas de que se sentara
y le pidió, mientras extendía la carta, Lea esto y dígame qué le parece. El
primer ministro se acomodó en el sillón empezó a leer. Debía de ir a mitad de
la carta cuando levantó la cabeza con una expresión interrogante, como la de
quien tiene dificultad para comprender lo que le acaban de decir, luego
prosiguió y, sin interrupciones ni otras manifestaciones gestuales concluyó la
lectura. Un patriota cargado de buenas intenciones, dijo, y al mismo tiempo un
canalla, Por qué un canalla, preguntó el presidente, Si lo que narra aquí es
cierto, si esa mujer, suponiendo que exista, realmente no se quedó ciega y a
los otros seis en aquella desgracia, no hay que excluir la posibilidad de que
el autor de esta carta le deba la fortuna de estar vivo, quién sabe si mis
padres también lo estarían hoy si hubieran tenido la suerte de encontrarla, Ahí
se dice que asesinó a alguien, Señor presidente, nadie sabe cuántas persono
fueron muertas durante aquellos días, se decidió que todos los cadáveres
encontrados eran producto de accidentes o de causas naturales y se puso una as
losa sobre el asunto, Hasta las losas más pesadas pueden ser removidas, Así es,
señor presidente, pero mi opinión es que dejemos esta losa donde está, supongo
que no hay testigos presenciales del crimen, y si en aquel momento los hubo, no
eran nada más que ciegos entre ciegos, sería un absurdo, un disparate, conducir
a esa mujer hasta los tribunales por un crimen que nadie la vio cometer y del
que no existe cuerpo del delito, El autor de la carta afirma que ella mató, Sí,
pero no dice que fuera testigo del crimen, además, señor presidente, vuelvo a
decir que la persona que ha escrito esta carta es un canalla, Los juicios
morales no vienen al caso, Ya lo sé, señor presidente, pero siempre puede uno desahogarse.
El presidente tomó la carta, la miró como si no la viera y preguntó, Qué piensa
hacer, Por mi parte, nada, respondió el primer ministro, este asunto no tiene
ni una punta por donde agarrarlo, Mire que el autor de la carta insinúa la posibilidad
de que haya relación entre el hecho de que esa mujer no perdiera la vista y la
masiva votación en blanco que nos condujo a la difícil situación en que nos
encontramos, Señor presidente, algunas veces no hemos estado de acuerdo el uno
con el otro, Es lógico, Sí, es lógico, tan lógico como el que no me quepa la
menor duda de que su inteligencia y su sentido común, que respeto, se nieguen a
aceptar la idea de que una mujer, por el hecho de no haber cegado hace cuatro
años, sea hoy la responsable de que unos cuantos cientos de miles de personas,
que nunca oyeron hablar de ella, hayan votado en blanco cuando fueron
convocados electoralmente, Dicho así, No hay otra manera de decirlo, señor
presidente, mi opinión es que se archive esa carta en la sección de los
escritos alucinados, que se ignore el asunto y sigamos buscando soluciones para
nuestros problemas, soluciones reales, no fantasías o despechos de un imbécil,
Creo que tiene razón, me he tomado demasiado en serio una sarta de tonterías y
le he hecho perder su tiempo, pidiéndole que viniese a hablar conmigo, No tiene
importancia, señor presidente, mi tiempo perdido, si lo quiere llamar así, ha estado
más que compensado por el hecho de haber llegado a un acuerdo, Me complace
mucho reconocerlo y se lo agradezco, Le dejo entregado a su trabajo y regreso
al mío. El presidente iba a extender la mano para despedirse cuando,
bruscamente, sonó el teléfono. Levantó el auricular y oyó a la secretaria, El
señor ministro del interior desea hablarle, señor presidente, Póngame en
comunicación con él. La conversación fue pausada, el presidente iba escuchando,
y, a medida que los segundos pasaban, la expresión de su rostro mudaba, algunas
veces murmuró Sí, en una ocasión dijo Es un asunto a estudiar, y finalizó con
las palabras Hable con el primer ministro. Colgó el teléfono, Era el ministro
del interior, dijo, Qué quería ese simpático hombre, Recibió una carta
redactada en los mismos términos y está decidido a iniciar una investigación,
Mala noticia, Le he dicho que hablara con usted, Le he oído, pero sigue siendo
una mala noticia, Por qué, Si conozco bien al ministro del interior, y creo que
pocos lo conocen tan bien como yo, a estas horas ya habrá hablado con el
director de la policía, Párelo, Lo intentaré pero me temo que será inútil, Use
su autoridad, Para que me acusen de bloquear una investigación sobre hechos que
afectan a la seguridad del estado, precisamente cuando todos sabemos que el
estado se encuentra en grave peligro, es eso, señor presidente, preguntó el
primer ministro, y añadió, Usted sería el primero en retirarme su apoyo, el
acuerdo a que llegamos no habría pasado de una ilusión, ya es una ilusión,
puesto que no sirve para nada. El presidente hizo un gesto afirmativo con la
cabeza, después dijo, Hace poco, mi jefe de gabinete, a propósito de esta
carta, soltó una frase bastante ilustrativa, Qué le dijo, Que la policía es
quien está en el extremo de la cadena de montaje, Le felicito, señor presidente,
tiene un buen jefe de gabinete, sin embargo sería conveniente ponerlo en aviso
de que hay verdades que no conviene decir en voz alta, El despacho está
insonorizado, Eso no significa que no le hayan escondido por aquí algunos
micrófonos, Voy a mandar que hagan una inspección, En todo caso, señor
presidente, le ruego que crea, si acaban encontrándolos, que no fui yo quien
ordenó que los pusieran, Buen chiste, Es un chiste triste, Lamento, querido
amigo, que las circunstancias lo hayan metido en este callejón sin salida,
Alguna salida tendrá, aunque es cierto que en este momento no la veo, y volver
atrás es imposible. El presidente acompañó al primer ministro a la puerta, Es
extraño, dijo, que el hombre de la carta no le haya escrito también a usted,
Debe de haberlo hecho, lo que pasa es que, por lo visto, los servicios de
secretaria de la presidencia de la república y del ministerio del interior son
más diligentes que los del primer ministro, Buen chiste, No es menos triste que
el otro, señor presidente.
En el garaje subterráneo les esperaba un automóvil
cuyas llaves alguien, el día anterior, dejó sobre la mesa de noche del jefe,
con una breve nota explicativa en la que se indicaba la marca, el color, la
matrícula y la plaza reservada donde el vehículo había sido aparcado. Sin pasar
por la portería, bajaron en el ascensor y encontraron inmediatamente el coche.
Eran casi las diez. El jefe le dijo al segundo ayudante, que le abría la puerta
de atrás, Conduces tú. El primer ayudante se sentó delante, al lado del
conductor. La mañana era apacible, con mucho sol, lo que sirve para demostrar
hasta la saciedad que los castigos de que el cielo fue tan pródiga fuente en el
pasado vienen perdiendo fuerza con el andar de los siglos, buenos tiempos
aquellos en que por una simple y casual desobediencia de los dictámenes divinos
unas cuantas ciudades bíblicas eran fulminadas y arrasadas con todos sus
habitantes dentro. Aquí hay una ciudad que votó en blanco contra el señor y no
ha habido ni un rayo que le caiga encima y la reduzca a cenizas como, por culpa
de vicios mucho menos ejemplares, les sucedió a sodoma y a gomorra, y también a
admá y a seboyim, quemadas hasta los cimientos, si bien que de estas dos
ciudades no se habla tanto como de las primeras, cuyos nombres, por su
irresistible musicalidad, quedaron en el oído de las personas para siempre.
Hoy, habiendo dejado de obedecer ciegamente las órdenes del señor, los rayos
sólo caen donde quieren, y ya es evidente y manifiesto que no será posible
contar con ellos para reconducir al buen camino a la pecadora ciudad del voto
en blanco. Para hacer las veces, el ministro del interior envió a tres de sus
arcángeles, estos policías que aquí van, jefe y subalternos, a quienes, de
ahora en adelante, designaremos por las graduaciones oficiales correspondientes,
que son, siguiendo la escala jerárquica, comisario, inspector y agente de
segunda clase. Los dos primeros observan a las personas que circulan por la
calle, ninguna inocente, todas culpables de algo, y se preguntan si aquel viejo
de aspecto venerable, por ejemplo, no será el gran maestre de las últimas
tinieblas, si aquella chica abrazada al novio no encarnará la imperecedera
serpiente del mal, si aquel hombre que avanza cabizbajo no estará dirigiéndose
al antro desconocido donde se subliman los filtros que envenenan el espíritu de
la ciudad. Las preocupaciones del agente, que, por su condición de último subalterno,
no tiene la obligación de sustentar pensamientos elevados ni de alimentar sospechas
bajo la superficie de las cosas, son más de llevar por casa, como esta con que
se va a atrever a interrumpir la meditación de los superiores, Con este tiempo,
el hombre puede haberse ido a pasar el día al campo, Qué campo, quiso saber el
inspector en tono irónico, El campo, cuál va a
ser, El auténtico, el verdadero, está al otro lado de la frontera, de este lado
todo es ciudad. Era cierto. El agente acababa de perder una buena ocasión de
estar callado, pero aprendió una lección, la de que, por este camino, nunca
saldría del pelotón. Se concentró en la conducción jurándose que sólo abriría
la boca para responder a preguntas. Entonces fue cuando el comisario tomó la
palabra, Seremos duros, implacables, no usaremos ninguna de las habilidades
clásicas, como esa, vieja y caduca, del policía malo que asusta y del policía
simpático que convence, somos un comando operativo, los sentimientos aquí no
cuentan, nos imaginaremos que somos máquinas hechas para determinada tarea y la
ejecutaremos simplemente, sin mirar atrás, Sí señor, dijo el inspector, Sí
señor, dijo el agente, faltando a su juramento. El automóvil entró en la calle
donde vive el hombre que escribió la carta, aquél es el edificio, el piso, el
tercero. Estacionaron un poco más adelante, el agente abrió la puerta para que
el comisario saliera, el inspector salió por el otro lado, el comando está
completo, en línea de tiro y con los puños cerrados, acción.
Ahora los vemos en el
rellano. El comisario le hace seña al agente, éste oprime el botón del timbre.
Silencio total al otro lado. El agente piensa, A que se ha ido a pasar el día
en el campo, a que yo tenía razón. Nueva seña, nuevo toque. Pocos segundos
después se oye a alguien, un hombre, preguntar desde dentro, Quién es. El
comisario miró a su subordinado inmediato, y éste, ahuecando la voz, soltó la
palabra, Policía, Un momento, por favor, dijo el hombre, tengo que vestirme.
Pasaron cuatro minutos. El comisario hizo la misma seña, el agente volvió a
pulsar el timbre, esta vez sin levantar el dedo. Un momento, un momento, por
favor, abro ahora mismo, me acababa de levantar, las últimas palabras ya fueron
dichas con la puerta abierta por un hombre vestido con pantalones y camisa,
también en zapatillas, Hoy es el día de las zapatillas, pensó el agente. El
hombre no parecía atemorizado, tenía en la cara la expresión de quien ve llegar
por fin a los visitantes que esperaba, si alguna sorpresa se notaba era la de
que fuesen tantos. El inspector le preguntó el nombre, él lo dijo y añadió,
Quieren pasar, perdonen el desorden de la casa, no pensaba que llegarían tan
temprano, es más, estaba convencido de que me llamarían a declarar y resulta
que han venido ustedes, supongo que es por la carta, Sí, por la carta, confirmó
sin más el inspector, Pasen, pasen. El agente fue el primero, en algunos casos
la jerarquía procede al contrario, luego el inspector, después el comisario,
cerrando el cortejo. El hombre avanzó chancleteando por el pasillo, Síganme,
vengan por aquí, abrió una puerta que daba a una pequeña sala de estar, dijo,
Siéntense, por favor, si me lo permiten voy a calzarme unos zapatos, estas no
son maneras de recibir visitas, No somos precisamente lo que se suele llamar
visitas, corrigió el inspector, Claro, es un modo de hablar, Vaya a calzarse
los zapatos y no tarde, tenemos prisa, No, no tenemos prisa, no tenemos ninguna
prisa, negó el comisario que todavía no había dicho palabra. El hombre lo miró,
ahora sí, con un leve aire de temor, como si el tono con que el comisario
hablaba estuviese fuera de lo que había sido concertado, y no encontró nada
mejor que decir, Le aseguro que puede contar con mi entera colaboración, señor,
Comisario, señor comisario, dijo el agente, Señor comisario, repitió el hombre,
y usted, Soy sólo agente, no se preocupe. El hombre se volvió hacia el tercer
miembro del grupo sustituyendo la pregunta por un interrogativo arqueo de
cejas, pero la respuesta llegó del comisario, Este señor es inspector y mi
inmediato, y añadió, Ahora vaya a ponerse los zapatos, estamos esperándole. El
hombre salió. No se oye a otra persona, esto tiene el aire de que está solo en
casa, cuchicheó el agente, Lo más seguro es que la mujer se haya ido a pasar el
día al campo, bromeó el inspector. El comisario hizo un gesto para que se
callaran, Yo haré las primeras preguntas, indicó bajando la voz. El hombre
entró, al sentarse dijo, Permítanme, como si no estuviera en su casa, y luego,
Aquí me tienen, estoy a su disposición. El comisario asintió con benevolencia,
después comenzó, Su carta, o mejor dicho, sus tres cartas, porque fueron tres,
Pensé que así era más seguro, alguna podía perderse, explicó el hombre, No me
interrumpa, responda a las preguntas cuando las haga, Sí señor comisario, Sus
cartas, repito, fueron leídas con mucho interés por los destinatarios, especialmente
el punto que dice que cierta mujer no identificada cometió un asesinato hace
cuatro años. No había ninguna pregunta en la frase, era simplemente una
reiteración de lo que había dicho antes, por eso el hombre se quedo en silencio.
Tenía en el rostro una expresión de confusión, de desconcierto, no acababa de
entender por qué el comisario no iba directamente al meollo de la cuestión en
vez de perder tiempo con un episodio que sólo para oscurecer las sombras de un
retrato de por sí inquietante fue evocado. El comisario fingió no darse cuenta, Cuéntenos
lo que sabe de ese crimen, pidió. El hombre contuvo el impulso de recordarle al
señor comisario que lo más importante de la carta no era eso, que el episodio
del asesinato, comparado con la situación del país, era lo de menos, pero no,
no lo haría, la prudencia mandaba que siguiese la música que lo invitaban a
bailar, más adelante, con certeza, cambiarían el disco, Sé que ella mató a un
hombre, lo vio, estaba allí, preguntó el comisario, No señor comisario fue ella
misma quien lo confesó, Ah sí, A mí y a otras personas, Supongo que conoce el
significado técnico de la palabra confesión, Más o menos, señor comisario, Más
o menos no es suficiente, lo conoce o no lo conoce, En ese sentido que dice no
lo conozco, Confesión significa declaración de los propios yerros o culpas,
pero también puede significar reconocimiento de culpa o acusación, por parte
del acusado, ante la autoridad o la justicia, cree que estas definiciones se
ajustan rigurosamente al caso, Rigurosamente, no, señor comisario, Muy bien,
siga, Mi mujer estaba allí, mi mujer fue testigo de la
muerte del hombre, Qué es allí, Allí es el antiguo manicomio en el que nos
aislaron para la cuarentena, Supongo que su mujer también estaba ciega, Como ya
le he dicho la única persona que no perdió la visión fue ella, Ella, quién, La
mujer que mató, Ah, Estábamos en una de las salas que hacía de dormitorio
colectivo, El crimen fue cometido ahí, No señor comisario, en otra sala,
Entonces ninguna de las personas que ocupaban la suya se encontraba presente en
el lugar del crimen, Sólo las mujeres, Por qué sólo las mujeres, Es difícil de
explicar, señor comisario, No se preocupe, tenemos tiempo, Hubo unos cuantos
ciegos que tomaron el poder e impusieron el terror, El terror, Sí señor
comisario, el terror, Y eso cómo fue, Se apoderaron de la comida, si queríamos
comer teníamos que pagar, Y exigían mujeres como pago, Sí señor comisario,
Entonces la tal mujer mató al hombre, Sí señor comisario, Lo mató, cómo, Con
unas tijeras, Quién era ese hombre, Era el que mandaba en los otros ciegos, Una
mujer valiente, no hay duda, Sí señor comisario, Ahora explíquenos por qué la
ha denunciado, Yo no la he denunciado, si hablé del asunto es porque venía a
propósito, No lo entiendo, Lo que quería decir en mí carta es que quien hizo
una cosa puede estar haciendo otra. El comisario no preguntó qué otra cosa era
ésa, se limitó a mirar a aquel a quien había llamado su inmediato, invitándolo
a proseguir con el interrogatorio. El inspector tardó algunos segundos, Puede
llamar a su mujer, preguntó, nos gustaría hablar con ella, Mi mujer no está, Cuándo
volverá, No volverá, estamos divorciados, Desde hace cuánto tiempo, Tres años,
Tiene algún inconveniente en decirnos por qué se divorciaron, Motivos
personales, Claro que tendrían que ser personales, Motivos íntimos, Como en
todos los divorcios. El hombre miró los insondables rostros que tenía delante y
comprendió que no lo dejarían en paz mientras no les dijera lo que querían.
Carraspeó limpiándose la garganta, cruzó y descruzó las piernas, Soy una
persona de principios, comenzó, Estamos seguros de eso, saltó el agente sin
poder contenerse, es decir, estoy seguro de eso, he tenido el privilegio de acceder
a su carta. El comisario y el inspector sonrieron, el golpe era merecido. El
hombre miró al agente con extrañeza, como si no esperara un ataque por ese
flanco y, bajando los ojos, continuó, Tuvo que ver con los tales ciegos, no pude
soportar que mi mujer hubiera tenido que ponerse debajo de aquellos bandidos,
durante un año aguanté la vergüenza como pude, pero al final se me hizo
insoportable, me separé, me divorcié, Por curiosidad, me pareció oírle que los
otros ciegos clamaban mujeres como pago de la comida, dijo el inspector, Así
era, Supongo, por tanto, que sus principios no le permitirían tocar el alimento
que su mujer le trajo después de haberse puesto debajo de aquellos bandidos,
por usar su enérgica expresión. El hombre bajó la cabeza y no respondió. Comprendo
su discreción, dijo el inspector, de hecho se trata de un asunto íntimo, de un
asunto demasiado íntimo para ser pregonado ante desconocidos, perdone, lejos de
mí la idea de herir su sensibilidad. El hombre miró al comisario como
pidiéndole socorro, por lo menos que le sustituyesen la tortura de la tenaza
por el castigo del torniquete. El comisario le dio ese gusto, usó el garrote,
En su carta hacía mención a un grupo de siete personas, Sí señor comisario,
Quiénes eran, Además de la mujer y de su marido, Qué mujer, La que no se quedó
ciega, La que les guiaba, Sí señor comisario, La que para vengar a sus
compañeras mató al jefe de los bandidos con unas tijeras, Sí señor comisario,
Prosiga, El marido era oftalmólogo, Ya lo sabemos, También había una
prostituta, Fue ella quien dijo que era prostituta, No que recuerde, señor
comisario, Cómo supo entonces que se trataba de una prostituta, Por sus modos,
sus modos no engañaban, Ah, sí, los modos nunca mienten, continúe, Estaba
también un viejo que era ciego de un ojo y usaba una venda negra, y que después
se fue a vivir con ella, Con ella, con quién, Con la prostituta, Y fueron
felices, Eso no lo sé, Algo deberá saber, Durante el año que seguimos en
contacto me parece que sí. El comisario contó con los dedos, Todavía me falta
uno, dijo, Es verdad, un niño estrábico que se había perdido de su familia en
medio de la confusión, Y se conocieron todos en el dormitorio colectivo que les
tocó, No señor comisario, ya nos habíamos visto antes, Dónde, En la consulta del
médico adonde mi ex mujer me llevó cuando me quedé ciego, creo que fui la
primera persona que perdió la vista, Y contagió a los otros, a toda la ciudad,
incluyendo a estas sus visitas de hoy, No tuve la culpa, señor comisario,
Conoce los nombres de esas personas, Sí señor comisario, De todas, Menos el del
niño, que si lo supe alguna vez ya no me acuerdo, Pero recuerda el de los
otros, Sí señor comisario, Y las direcciones, Si no han cambiado de casa en
estos tres años, Claro, si no han cambiado de casa en estos tres años. El
comisario pasó la mirada por la pequeña habitación, se detuvo en el televisor
como si de él esperase una inspiración, luego dijo, Agente, dele su cuaderno de
notas a este señor y déjele su bolígrafo para que escriba los nombres y las direcciones
de las personas de quienes tan amablemente acaba de hablarnos, menos la del
niño estrábico que de todos modos no valdría la pena. Las manos del hombre
temblaban cuando recibió el bolígrafo y el cuaderno, siguieron temblando
mientras escribía, a sí mismo se iba diciendo que no tenía motivo para sentirse
asustado, que los policías estaban aquí porque de alguna manera él los había
mandado venir, lo que no conseguía comprender era por qué no hablaban de los votos
en blanco, de la insurrección, de la conspiración contra el estado, del verdadero
y único motivo por el que había escrito la carta. Debido al temblor de las
manos las palabras se leían mal, Puedo usar otra hoja, preguntó, Las que
quiera, respondió el agente. La caligrafía comenzó a salir más firme, la letra
ya no le avergonzaba. En tanto el agente recogía el bolígrafo y le entregaba el
cuaderno de notas al comisario, el hombre se preguntaba con qué gesto, con qué
palabra podría atraerse, aunque fuera en el último instante la simpatía de los
policías, su benevolencia, su complicidad. De repente recordó, Tengo una foto,
exclamó, sí, creo que la tengo, Qué foto, preguntó el inspector, Una del grupo,
sacada después de que recuperáramos la vista, mi mujer no se la llevó, dijo que
conseguiría otra copia, que me quedase con ella para que no perdiera la
memoria, Ésas fueron sus palabras, preguntó el inspector, pero el hombre no
respondió, ya estaba de pie, iba a salir de la habitación, entonces el comisario
ordenó, Agente, acompañe a este señor, si tiene dificultades en localizar la
fotografía, trate de encontrarla usted, no vuelva sin ella. Tardaron unos
minutos. Aquí está, dijo el hombre. El comisario se acercó a una ventana para
ver mejor. En fila, al lado unos de otros, se agrupaban los seis adultos, en
parejas. A la derecha estaba el dueño de la casa, perfectamente reconocible, y
la ex mujer, a la izquierda, sin sombra de duda, el viejo de la venda negra y
la prostituta, en medio, por exclusión de partes, unos que sólo podrían ser la
mujer del médico y el marido. Delante, en cuclillas como un jugador de fútbol,
el niño estrábico. Junto a la mujer del médico un gran perro que miraba hacia
delante. El comisario le hizo un gesto al hombre para que se aproximara, Es
esta, preguntó, señalando, Sí, señor comisario, es ella, Y el perro, Si quiere,
puedo contarle la historia, señor comisario, No vale la pena, ella me la
contará. El comisario salió el primero, después el inspector, después el
agente. El hombre que había escrito la carta se quedó viéndolos bajar las
escaleras. El edificio no tiene ascensor ni se espera que lo pueda tener algún
día.
Los tres policías dieron una vuelta en coche por la
ciudad haciendo tiempo hasta la hora del almuerzo. No comerían juntos. Dejaron
el coche cerca de una zona de restaurantes y se dispersaron, cada uno a lo
suyo, para volver a encontrarse noventa minutos exactos después en una plaza un
poco retirada, donde el comisario, esta vez al volante, recogería a sus
subordinados. Evidentemente, nadie sabe por aquí quienes son, además, ninguno
lleva en la cabeza una P mayúscula, pero el sentido común y la prudencia
aconsejan que no paseen en grupo por el centro de una ciudad por muchos motivos
enemiga. Es cierto que ahí van tres hombres, y más adelante otros tres, pero
una rápida ojeada bastará para percibir que se trata de gente normal,
perteneciente a la vulgar especie de los transeúntes, personas corrientes, al
abrigo de cualquier sospecha, tanto la de ser representantes de la ley como la
de ser perseguidos por ella. Durante el paseo en coche el comisario quiso
conocer las impresiones que los dos subordinados sacaron de la conversación con
el hombre de la carta, precisando, sin embargo, que no estaba interesado en oír
juicios morales, Que él es un canalla de marca mayor, ya lo sabemos, luego no
vale la pena perder tiempo buscando otros calificativos. El inspector tomó la
palabra para decir que había apreciado, sobre todo, la manera de orientar el
interrogatorio del comisario, omitiendo con superior habilidad cualquier
referencia a la malévola insinuación contenida en la carta, la de que la mujer
del médico, dada su excepcional situación personal cuando la ceguera de hace cuatro
años, podría ser la causa o de algún modo estar implicada en la acción
conspiradora que condujo a la capital al voto en blanco. Fue notorio, dijo, el
desconcierto del tipo, él esperaba que el asunto principal, si no único, de la
diligencia de la policía fuera ése, y al final le salió el tiro por la culata.
Casi daba pena verlo, terminó. El agente estuvo de acuerdo con la percepción
del inspector, destacando, además, lo estupendo que había sido para el
desmoronamiento de las defensas del interrogado la alternancia de las
preguntas, ora el comisario, ora el inspector. Hizo una pausa y, en voz baja,
añadió, Señor comisario, es mi deber informarle de que usé la pistola cuando me
mandó que fuera con el hombre, La usaste, cómo, preguntó el comisario, Se la
metí entre las costillas, probablemente todavía tiene la marca del cañón, Y por
qué, Pensé que iba a tardar mucho tiempo en encontrar la fotografía, que el
tipo se aprovecharía de la pausa para inventar algún truco que entorpeciera la
investigación, algo que le forzase a usted a alterar la línea del
interrogatorio en el sentido que a él le conviniera más, Y ahora qué quieres
que haga, que te ponga una medalla en el pecho, preguntó el comisario, en tono
sarcástico, Se ganó tiempo, señor comisario, la fotografía apareció en un
instante, Y yo estoy a punto de hacerte desaparecer a ti, Pido disculpas, señor
comisario, Vamos a ver si no me olvido de avisarte cuando te haya disculpado,
Sí señor comisario, Una pregunta, A sus órdenes, señor comisario, Le quitaste
el seguro al arma, No señor comisario, no se lo quité, Te olvidaste de
quitárselo, No señor comisario, lo juro, la pistola era sólo para asustar al tipo,
Y conseguiste asustarlo, Sí señor comisario, Por lo visto voy a tener que darte
esa medalla, y ahora haz el favor de no ponerte nervioso, no atropelles a esa
vieja ni te saltes el semáforo, si hay algo que no quiero es tener que dar
explicaciones a un policía, No hay policía en la ciudad, señor comisario, la
retiraron cuando se declaró el estado de sitio, dijo el inspector, Ah, ahora
comprendo, ya me estaba extrañando tanta tranquilidad. Pasaban al lado de un
jardín donde se veían niños jugando. El comisario miró con un aire que parecía
distraído, ausente, pero el suspiro que súbitamente le salió del pecho puso en
evidencia que debía de estar pensando en otros tiempos y en otros lugares.
Después de almorzar, dijo, me llevan a la base, Sí señor comisario, dijo el
agente, Tiene alguna orden que darnos, preguntó el inspector, Paseen, vayan a
pie por la ciudad, entren en cafés y en tiendas, abran los ojos y los oídos, y
regresen a la hora de cenar, esta noche no saldremos, supongo que habrá latas
de reserva en la cocina, Sí señor comisario, dijo el agente, Y tomen nota de
que mañana trabajaremos por separado, el audaz conductor de nuestro coche, el policía
de la pistola, hablará con la ex mujer del hombre de la carta, el que va en el
asiento de la muerte visitará al viejo de la venda negra y a su prostituta, yo
me reservo a la mujer del médico y al marido, en cuanto a la táctica,
seguiremos fielmente la que hemos usado hoy, ninguna mención al asunto del voto
en blanco, nada de caer en debates políticos, dirijan las preguntas hacia las
circunstancias en que se cometió el crimen, a la personalidad de su supuesta autora,
háganlos hablar del grupo, de cómo se constituyó, si ya se conocían antes, qué
relaciones mantuvieron después de recuperar la vista, qué relaciones tienen
hoy, es probable que sean amigos y quieran protegerse unos a otros, pero pueden
cometer errores si no se han puesto de acuerdo sobre lo que deben decir y sobre
lo que les conviene callar, nuestra tarea es ayudarlos a cometer esos errores,
y, como la perorata ya se ha alargado demasiado, apunten en la memoria lo más
importante, que nuestra aparición, mañana por la mañana, en las casas de esas
personas, se realizará exactamente a las diez y media, no digo que se pongan a
sincronizar los relojes porque eso sólo pasa en las películas de acción, pero
tenemos que evitar que los sospechosos puedan comunicarse, avisarse unos a
otros, y ahora vamos a comer, ah, cuando regresen a la base entren por el
garaje, el lunes me informaré de si el portero es de confianza. Una hora y
cuarenta y cinco minutos más tarde el comisario recogía a los ayudantes que lo esperaban en la
plaza, para luego irlos dejando, sucesivamente, primero al agente, después al
inspector, en barrios diferentes, donde intentarían cumplir las órdenes recibidas,
es decir, pasear, entrar en cafés y en tiendas, abrir los ojos y los oídos, en
resumen, olfatear el crimen. Regresarán a la base para la anunciada cena de
latas y dormir, y cuando el comisario les pregunte qué novedades traen,
confesaran que ni una sola de muestra, que los habitantes de esta ciudad no
serán sin duda menos habladores que los de cualquier otra, pero no hablan acerca
de lo que más importa oír. Tengan esperanza, dirá, la prueba de que existe una
conspiración reside precisamente en el hecho de que no se hable de ella, el
silencio, en este caso, no contradice, confirma. La frase no era suya, sino del
ministro del interior, con quien, después de entrar en la providencial, s.a.,
sostuvo una rápida conversación por teléfono, la cual, aunque la vía era
segura, satisfizo todos los preceptos de la ley del secretismo oficial básico.
He aquí el resumen del diálogo, Buenas tardes, habla papagayo de mar, Buenas
tardes, papagayo de mar, respondió albatros, Primer contacto con la fauna
avícola local, recepción sin hostilidad, interrogatorio eficaz con la
participación de gavioto y gaviota, buenos resultados obtenidos, Sustanciales,
papagayo de mar, Muy sustanciales, albatros, conseguimos excelente fotografía
de la bandada de pájaros, mañana comenzaremos el reconocimiento de las
especies, Felicidades, papagayo de mar, Gracias, albatros, Oiga papagayo de
mar, A la escucha, albatros, No se deje engañar por ocasionales silencios,
papagayo de mar, si las aves están calladas, no quiere decir que no se
encuentren en los nidos, el tiempo calmo esconde la tempestad, no lo contrario,
sucede lo mismo con las conspiraciones de los seres humanos, el hecho de que no
se hable de ellas no prueba que no existan, ha comprendido, papagayo de mar,
Sí, albatros, he comprendido perfectamente, Que va hacer mañana, papagayo de
mar, Atacaré al águila pescadora, Quién es el águila pescadora, papagayo de
mar, acláreme, La única que existe en toda la costa, albatros, que se sepa no
hay otra, Ah, sí, ya lo veo, Deme órdenes, albatros, Cumpla rigurosamente las
que le di antes de partir, papagayo de mar, Serán rigurosamente cumplidas,
albatros. Después de asegurarse de que los micrófonos estaban desconectados, el
comisario masculló un desahogo, Qué payasada ridícula, oh dioses de la policía
y del espionaje, yo papagayo de mar, él albatros, sólo falta que comencemos a
comunicarnos por medio de gañidos y graznidos, tempestad, por lo menos, ya
tenemos. Cuando los subordinados llegaron, cansados de tanto patear la ciudad,
les preguntó si traían novedades y ellos respondieron que no, que habían puesto
todos sus cuidados en ver y en escuchar, pero desgraciadamente con nulos resultados,
Esta gente habla como si no tuviera nada que esconder, dijeron. Fue entonces
cuando el comisario, sin citar la fuente, pronunció la frase del ministro del interior de las conspiraciones y de
los modos de ocultarlas.
A la
mañana siguiente, tras desayunar, comprobaron en el mapa de la ciudad la localización
de las calles que les interesaban. La más próxima al edificio donde se
encuentra instalada la providencial, s.a., es la de la ex mujer del hombre de
la carta, en tiempos designado por el
nombre de primer ciego, en la intermedia viven la mujer del médico con el
marido, y la más distante es la del viejo de la venda negra y la prostituta.
Ojalá estén todos en casa. Como el día anterior, bajaron al garaje en el
ascensor, verdaderamente, para clandestinos ésta no es la mejor maniobra,
porque si es cierto que hasta ahora lograron escapar al fisgoneo del portero,
Quiénes serán estos pájaros que no los he visto nunca por aquí, se preguntaría,
al del encargado del garaje no escaparon, luego veremos si con consecuencias.
Esta vez conducirá el inspector, que va más lejos. El agente le preguntó al
comisario si tenía alguna instrucción especial que darle y como respuesta que
las instrucciones para él eran todas generales, ninguna especial, Sólo espero
que no hagas burradas y dejes el arma tranquila en la pistolera, No soy de los
que amenazan a mujeres con una pistola, señor comisario, Después me lo
contarás, y que no se te olvide, está prohibido llamar a la puerta antes de las
diez y media, Sí señor comisario, Date una vuelta, toma un café si encuentras
dónde, compra el periódico, mira los escaparates, supongo que no habrás
olvidado las lecciones elementales que te dieron en la escuela de policía, No
señor comisario, Muy bien, tu calle es ésta, salta, Y dónde vamos a
encontrarnos cuando hayamos acabado el servicio, preguntó el agente, supongo
que necesitamos fijar un punto de encuentro, es un problema que sólo haya una
llave de la providencial, si yo, por ejemplo, fuera el primero en terminar el
interrogatorio, no podría retirarme a la base, Ni yo, dijo el inspector, Eso es
lo que pasa por no habernos dotado de teléfonos móviles, insistió el agente,
seguro de su razón y confiando en que la belleza de la mañana dispusiese al superior
a la benevolencia. El comisario le dio la razón, Por ahora nos apañaremos con
la plata de la casa, en caso de que la investigación lo necesite, requeriré
otros medios, en cuanto a las llaves, si el ministerio autoriza el gasto,
mañana cada uno de ustedes tendrá la suya, Y si no lo autoriza, Encontraré la
manera, Y en qué quedamos sobre la cuestión del punto de encuentro, preguntó el
inspector, Por lo que ya sabemos de esta historia, todo indica que mi
diligencia será la más entretenida, luego vengan a mi encuentro, tomen nota de
la dirección, veremos el efecto que causa en el ánimo de las personas
interrogadas la aparición inesperada de dos policías más, Excelente idea,
comisario, dijo el inspector. El agente se contentó con un movimiento
afirmativo de cabeza, dado que no podría expresar en voz alta lo que pensaba,
es decir, que el mérito de la idea le pertenecía, bien es verdad que de un modo
muy indirecto y por camino desviado. Tomó nota de la dirección en su cuaderno
de investigador, y se bajó. El inspector puso en marcha el coche al tiempo que
decía, Él se esfuerza, pobrecillo, esa justicia se la debemos, recuerdo que al
principio yo era como él, tan ansioso estaba de acertar en algo que sólo hacía
disparates, incluso me he llegado a preguntar cómo me ascendieron a inspector,
Y yo a lo que soy hoy, También, comisario, también querido amigo, la masa de
policía es la misma para todos, el resto es cuestión de más o menos suerte, De
suerte y de saber, El saber, por sí mismo, no siempre es suficiente, mientras
que con suerte y tiempo se alcanza casi todo, pero no me pregunte en qué
consiste la suerte porque no sabría responderle, sí he observado que, muchas
veces, con tener amigos en los lugares adecuados o alguna factura que cobrar se
alcanza lo que se quiere, No todos nacen para ascender a comisarios, Pues no, además
una policía hecha toda de comisarios no funcionaría, Ni un ejército hecho todo
de generales. Entraron en la calle del médico oftalmólogo. Déjeme aquí, pidió
el comisario, caminaré los metros que faltan, Le deseo suerte, comisario, Y yo
a ti, Ojalá este asunto se resuelva rápidamente, le confieso que me siento como
si estuviera perdido en medio de un campo minado, Hombre, ten calma, no hay ningún
motivo de preocupación, mira estas calles, el sosiego de la ciudad, su
tranquilidad, Eso es justamente lo que me inquieta, comisario, una ciudad como
ésta, sin autoridades, sin gobierno, sin vigilancia, sin policía, y a nadie
parece importarle, aquí hay algo muy misterioso que no consigo entender, Para entender nos han hecho
venir, tenemos el saber y espero que el resto no nos falte, La suerte, Sí, la
suerte, Buena suerte entonces, comisario, Buena suerte, inspector, y si esa
fulana a la que llaman prostituta te lanza la flecha de una mirada seductora o
te deja ver parte de sus muslos, haz como que no entiendes, concéntrate en los
intereses de la investigación, piensa en la eminente dignidad de la corporación
a que servimos, Estará allí seguramente el viejo de la venda negra, y los
viejos, según he oído de gente bien informada, son terribles, dijo el
inspector. El comisario sonrió, A mí, la vejez ya se me acerca, vamos a ver si
me concede tiempo suficiente para ser terrible. Después miró el reloj, Ya con
las diez y cuarto, espero que consiga llegar a tiempo a su destino, Si usted y
el agente cumplen el horario no tiene importancia que yo llegue con retraso,
dijo el inspector. El comisario se despidió, Hasta luego, salió del coche, y,
apenas puso el pie en el suelo, como si tuviera allí mismo concertado un encuentro
con su propia estupidez, comprendió que no tenía ningún sentido fijar
rigurosamente la hora en que deberían llamar a la puerta de los sospechosos,
puesto que ellos, con un policía en casa, no tendrían ni la ocasión ni la sangre
fría de telefonear a los amigos avisándoles del presumible peligro, suponiendo para
colmo, que fuesen astutos, tan excepcionalmente astutos, que se les ocurriera
la idea de que por el hecho de estar siendo ellos objeto de atención policial
sus amigos también iban a serlo, Además, pensaba irritado el comisario, está claro,
es obvio que ésas no serán las únicas relaciones que tengan, y, siendo así, a
cuántos tendrían que telefonear cada uno de ellos, a cuántos, a cuántos. Ya no se
limitaba a pensar en silencio, murmuraba acusaciones, improperios, insultos, Que
alguien me diga cómo este imbécil ha conseguido llegar a comisario, que alguien
me diga cómo precisamente a este imbécil le ha confiado el gobierno la responsabilidad
de una investigación de la que tal vez pueda depender la suerte del país, que
alguien me diga de dónde este imbécil se ha sacado la estúpida a orden dada a
sus subordinados, ojalá no estén en este momento riéndose de mí, el agente no
creo, pero el inspector es listo, es muy listo, aunque a primera vista no se
hace notar, o sabe disimular, lo que, claro está, lo hace doblemente peligroso,
no hay duda, tengo que usar con él más cuidado, tratarlo con atención, impedir
que esto circule, otros se han visto en situaciones semejantes y con resultados
catastróficos, no sé quién fue el que dijo que el ridículo de un instante puede
arruinar la carrera de una vida. La implacable autoflagelación le hizo bien al
comisario. Viéndolo pisado, rebajado a ras de suelo, la fría reflexión tomó la
palabra para demostrarle que la orden no había sido descabellada, muy por el
contrarío, Imagínate que no hubieras dada esas instrucciones, que el inspector
y el agente se presentaran a las horas que les apetecieran, uno por la mañana,
otro por la tarde, sería necesario que tú fueses imbécil del todo,
rematadamente imbécil, para no prever lo que inevitablemente sucedería, las
personas interrogadas por la mañana se apresurarían a avisar a las que lo iban
a ser por la tarde, y cuando este investigador de la tarde llamara a la puerta
de los sospechosos que le habían sido destinados se encontraría con la barrera
de una línea de defensa que tal vez no tuviera manera de derribar, por tanto,
comisario eres, comisario seguirás siendo, no sólo con el derecho de quien sabe
más del oficio, también con la suerte de tenerme a mí aquí, fría reflexión,
para poner las cosas en su sitio, comenzando por el inspector, a quien ya no tendrás
que tratar con paños calientes, como era tu intención, por cierto, bastante
cobarde, si no te ofende que lo diga. El comisario no se ofendió. Con todo este
ir y venir, este pensar y repensar, se retrasó en el cumplimiento de su propia
orden, ya eran las once menos quince minutos cuando levantó la mano para oprimir
el botón del timbre. El ascensor lo condujo al cuarto piso, la puerta es ésta.
El
comisario esperaba que le preguntasen desde dentro Quién es, pero la puerta se
abrió simplemente y apareció una mujer diciendo, Qué desea. El comisario se
llevó la mano al bolsillo y mostró el carnet de identificación, Policía, dijo,
Y qué pretende la policía de las personas que viven en esta casa, preguntó la
mujer, Que respondan a algunas preguntas, Sobre qué asunto, No creo que el
rellano de una escalera sea el lugar más apropiado para dar inicio a un interrogatorio,
De modo que se trata de un interrogatorio, preguntó la mujer, Señora, aunque yo sólo tuviera dos preguntas que
hacerle, eso ya sería un interrogatorio, Veo que valora la precisión
lingüística, Sobre todo en las respuestas que dan, Ésa sí que es una buena
respuesta, No era difícil, me la ha servido en bandeja, Le serviré otras, si
viene buscando alguna verdad, Buscar la verdad es el objetivo fundamental de
cualquier policía, Me alegra oírselo decir con ese énfasis, y ahora pase, mi
marido ha bajado a comprar los periódicos, no tardará, Si lo cree más
conveniente, espero fuera, Qué ocurrencia, entre, entre, en qué mejores manos
que las de la policía podría alguien sentirse seguro, preguntó la mujer. El comisario
entró, la mujer iba delante y le abrió la puerta de una acogedora sala de
estar, donde se percibía una atmósfera amigable y vivida, Quiere sentarse,
señor comisario, dijo, y preguntó, Puedo ofrecerle una taza de café, muchas
gracias, no aceptamos nada cuando estamos de servicio, Claro, así comienzan
siempre las grandes corrupciones, un café hoy, un café mañana, al tercero ya
está todo perdido, Es un principio nuestro, señora, Voy a pedirle que me
satisfaga una pequeña curiosidad, Qué curiosidad, Dice que es policía, me ha
enseñado el carnet que lo acredita como comisario, pero, según mis noticias, la
policía se retiró de la capital hace unas cuantas semanas, dejándonos
entregados a las garras de la violencia y el crimen que campean por todas
partes, debo entender ahora por su presencia aquí que nuestra policía ha
regresado al hogar, No señora, no hemos regresado al hogar, si me permite usar
su expresión, seguimos al otro lado de la línea divisoria, Fuertes deben de ser
los motivos que le han obligado a cruzar la frontera, Sí, muy fuertes, Las
preguntas que trae tienen que ver, naturalmente, con esos motivos, Naturalmente,
Luego debo esperara que sean hechas, Así es. Tres minutos después se oyó abrir
la puerta. La mujer salió de la sala y le dijo a la persona que acababa de
entrar, Tenemos visita, un comisario de policía, nada más y nada menos, Y desde
cuándo se interesan los comisarios de policía por personas inocentes. Las
últimas palabras ya fueron pronunciadas dentro de la sala, el médico se había
adelantado a la mujer e interrogaba así al comisario, que respondió,
levantándose del sillón en que estaba sentado, No hay personas inocentes,
cuando no se es culpable de un crimen, se es culpable de una falta, siempre es
así, Y nosotros, de qué crimen o de qué falta somos culpables o acusados, No
tenga prisa, doctor, comencemos por acomodarnos temer, además de ser una asesina, forma parte de la diabólica maniobra que mantiene humillado al
estado de derecho, con la cabeza baja y de rodillas. No se sabe quién, en el
departamento oficial de códigos cifrados, decidió contemplar al comisario con el
grotesco alias de papagayo de mar, sin duda era
un enemigo personal, porque el apodo más justo y merecido sería el de
alekhine, el gran maestro de ajedrez por desgracia ya fuera del número de los
vivos. La duda de minutos antes se disipó como humo y una sólida certeza ocupó
su lugar. Obsérvese con qué sublime arte combinatoria va a ejecutar los lances
que lo conducirán, por lo menos así lo cree, al jaque mate final. Sonriendo con
delicadeza, dijo, Aceptaría ahora el café que tuvo la amabilidad de ofrecerme,
Le recuerdo que los policías no aceptan nada cuando están de servicio, respondió,
consciente del juego, la mujer del médico, Los comisarios están autorizados a
infringir las reglas siempre que lo consideren conveniente, Quiere decir útil a
los intereses de la investigación, También se puede expresar de esa manera, Y
no tiene miedo que el café que le voy a traer sea un paso en el camino de la
corrupción, Recuerdo haberle oído que eso sólo ocurre con el tercer café, No,
lo que le dije es que con el tercer café queda consumado de una vez por todas
el proceso corruptor, el primero abre la puerta, el segundo la sostiene para
que el aspirante a la corrupción entre sin tropezar, el tercero la cierra
definitivamente, Gracias por el aviso, que recibo como un consejo, me quedaré
entonces en el primer café, Que le será servido de forma inmediata, dijo la
mujer, y salió de la sala. El comisario miró el reloj. Tiene prisa, preguntó
con intención el médico, No doctor, no tengo prisa, sólo me cercioraba de si no
habría venido a perjudicarles el almuerzo, Para almorzar aún es demasiado
pronto, Y también me preguntaba cuánto
tiempo tardaré en obtener las respuestas que pretendo, Ya sabe las respuestas
que pretende, o pretende que las preguntas sean respondidas, preguntó el
médico, y añadió, Es que no es lo mismo, Tiene tazón, no es lo mismo, durante
la breve conversación que he mantenido a solas con su mujer, ella tuvo ocasión
de comprobar que estimo la precisión en el lenguaje, veo que también es su
caso, En mi profesión no es infrecuente que los errores de diagnóstico sean
consecuencia de imprecisiones de lenguaje, Lo estoy tratando de doctor, pero no
me ha preguntado cómo supe que usted es médico, Porque me parece tiempo perdido
preguntarle a un policía cómo sabe lo que sabe o lo que afirma saber, Bien
respondido, sí señor, a dios tampoco nadie le pregunta cómo se hizo
omnisciente, omnipresente y omnipotente, No me diga que los policías son dios,
Somos apenas sus modestos representantes en la tierra, doctor, Creía que lo eran
las iglesias y los sacerdotes. Las iglesias y los sacerdotes son sólo la
segunda línea.
La
mujer entró con el café, tres tazas en una bandeja, algunas pastas. Parece que
en este mundo todo tiene que repetirse, pensó el comisario, mientras el paladar
revivía los sabores del desayuno en la providencial, s.a., Tomaré sólo café,
dijo, muchas gracias. Cuando posó la taza en la bandeja, volvió a agradecer, y
añadió con una sonrisa de complicidad, Excelente café, señora, tal vez tenga,
que reconsiderar la decisión de no tomar el segundo. El médico y la mujer ya
habían terminado. Ninguno tocó las pastas. El comisario extrajo del bolsillo interior
de la chaqueta su bloc de notas, preparó la pluma, y dejó que la voz le saliera
en un tono neutro, sin expresión, como si no le interesara realmente la
respuesta, Qué explicación podría darme, señora, del hecho de no haberse
quedado ciega hace cuatro años, cuando la epidemia. El médico y la mujer cruzaron las miradas sorprendidos, y ella preguntó,
Cómo sabe que no cegué hace cuatro años, Ahora mismo, dijo el comisario, su
marido, con mucha inteligencia, ha considerado que es una pérdida de tiempo
preguntarle a un policía cómo sabe lo que sabe o lo que afirma saber, Yo no soy
mi marido, Y yo no tengo que desvelar, ni a usted ni a él, los secretos de mi
oficio, sé que no perdió la vista, y eso me basta. El médico hizo un gesto como
para intervenir, pero la mujer le puso la mano en el brazo, Muy bien, ahora
dígame, supongo que esto no es un secreto, en qué puede interesarle a la
policía que yo haya estado ciega o no hace cuatro años, Si hubiese cegado como
todo el mundo cegó, si hubiese cegado como yo mismo cegué, puede tener absoluta
seguridad de que no me encontraría aquí en este momento, Fue un crimen que no me
quedara ciega, preguntó ella, No haber cegado ni fue ni podría ser crimen,
aunque ya que me obliga a decirlo, haya cometido un crimen gracias precisamente
a no estar ciega, Un crimen, Un asesinato, La mujer miró al marido como si
estuviera pidiéndole un consejo, luego se volvió bruscamente hacia el comisario
y dijo, Sí, es verdad, maté a un hombre. No prosiguió, mantuvo fija la mirada,
a la espera. El comisario simuló que tomaba nota en el cuaderno, pero lo que
pretendía era ganar tiempo, pensar en la jugada siguiente. Si la reacción de la
mujer lo había desconcertado, no fue tanto porque hubiera confesado el
asesinato, sino por el silencio que mantuvo a continuación, como si sobre ese
asunto ya no hubiera nada más que decir. Y verdaderamente, pensó, no es el
crimen lo que me interesa. Supongo que dispone de una buena razón que darme,
aventuró, Sobre qué, preguntó la mujer, Sobre el crimen, No fue un crimen, Qué
fue entonces, Un acto de justicia, Para aplicar justicia están los tribunales, No
podía ir con una denuncia a la policía, como usted acaba de decir, en ese
momento todos estábamos ciegos, Excepto usted, Sí, excepto yo, A quién mató, A
un violador, a un ser repugnante, Me está diciendo que mató a quien la estaba
violando, No a mí, a una compañera, Ciega, Sí, ciega, Y el hombre también estaba
ciego, Sí, Cómo lo mató, Con unas tijeras, Se las clavó en el corazón, No, en
el cuello, La miro y no le veo cara de asesina, No soy una asesina, Mató a un
hombre, No era un hombre, era un chinche. El comisario tomó otra nota y se
dirigió al médico, Y usted dónde se encontraba mientras su mujer se entretenía
matando al chinche, En otra sala del antiguo manicomio donde nos habían metido
cuando todavía pensaban que aislando a los primeros ciegos que aparecieron se
impediría la propagación de la propagación de la ceguera, Creo saber que usted
es oftalmólogo, Sí, tuve el privilegio, por llamarlo de alguna manera, de atender
en mi consulta a la primera persona que se quedó ciega, Un hombre, o una mujer,
Un hombre, Y fue a parar al mismo dormitorio colectivo, a la misma sala, Sí,
como algunas otras personas que se encontraban en la consulta, Le pareció bien
que su mujer hubiera asesinado al violador, Me pareció necesario, Por qué, No
haría esa pregunta si hubiera estado allí, Es posible, pero no estaba, por eso
vuelvo a preguntarle por qué le pareció necesario que su mujer matara al
chinche, es decir, al violador de la compañera, Alguien tenía que hacerlo, y ella
era la única que podía ver, Sólo porque el chinche era un violador, No sólo él,
todos los que estaban en la misma sala exigían mujeres a cambio de comida, él era
el jefe, Su mujer también fue violada, Sí, Antes o después que la compañera,
Antes. El comisario tomó una nota más en el cuaderno, después preguntó, A su
entender como oftalmólogo, qué explicación puede haber para el hecho de que su
mujer no se quedara ciega, A mi entender como oftalmólogo, respondo que no hay
ninguna explicación, Tiene una mujer muy singular, doctor, Así es, pero no solamente
por esa razón, Qué les sucedió después a las personas que habían sido
internadas en tal antiguo manicomio, Hubo un incendio, la mayor parte de ellas
murieron carbonizadas o aplastadas por los derrumbes, Cómo sabe que hubo
derrumbes, Muy simple, los oímos cuando ya estábamos fuera, Y usted y su mujer, cómo se salvaron,
Conseguimos escapar a tiempo, Tuvieron suerte, Sí, ella nos guió, A quiénes se
refiere cuando dice nos. A mí y a otras personas, las que habían coincidido en la consulta, Quiénes eran, El primer ciego, ese al que me
referí antes, y la mujer, una chica que padecía conjuntivitis, un hombre de
edad que tenía una catarata, un niño estrábico acompañado por su madre, A todos
ésos su mujer los ayudó a escapar del incendio, A todos menos a la madre del
niño, ésa no estaba en el manicomio, se había perdido del hijo y sólo volvió a
encontrarlo semanas después de que recuperáramos la visión, Quién se ocupó del
niño durante ese tiempo intermedio, Nosotros, Su mujer y usted, Sí, ella podía
ver, los demás ayudábamos lo mejor que podíamos, Quiere decir que vivieron
juntos, en comunidad, teniendo a su mujer como guía, Como guía y como
proveedora, Realmente tuvieron suerte, repitió el comisario, Así se le puede
llamar, Mantuvieron relaciones con las personas del grupo después de que la
situación se hubiera normalizado , Sí, como es lógico, Y aún las mantienen, Con
la excepción del primer ciego, sí, Por qué esa excepción, No era una persona
simpática, En qué sentido, En todos, Eso es demasiado vago, Admito que lo sea,
Y no quiere concretar, Hable con él y fórmese su propio juicio, Sabe dónde
viven, Quiénes, El primer ciego y su mujer, Se separaron, se divorciaron, Tienen
relaciones con ella, Con ella, sí, Pero no con él, Con él, no, Por qué, Ya se
lo he dicho, no es una persona simpática. El comisario volvió al cuaderno de
notas y escribió su propio nombre para que no pareciera que no había aprovechado
nada de tan extenso interrogatorio, Iba a pasar al lance siguiente, el más
problemático el más arriesgado del juego. Levantó la cabeza, miró a la mujer
del médico, abrió la boca para hablar, pero ella se le anticipó, Usted es
comisario de policía, vino, se identificó como tal y ha estado haciéndonos toda
especie de preguntas, pero, dejando a un lado la cuestión del asesinato
premeditado que cometí y que confesé, pero del cual no hay testigos, unos
porque murieron, todos porque estaban ciegos, eso sin contar con que a nadie le
importa hoy saber lo que pasó hace cuatro años en una situación de caos
absoluto, cuando todas las leyes eran letra muerta, pero nosotros todavía estamos
esperando que nos diga qué le ha traído aquí, creo que ha llegado la hora de
poner las cartas sobre la mesa, déjese de rodeos y vaya derecho al asunto que
realmente le interesa a quien lo ha mandado a esta casa. Hasta este momento el
comisario tenía muy claro en su cabeza el objetivo de la misión que le fue
encargada por el ministro del interior, nada menos que averiguar si existía
alguna relación entre el fenómeno del voto en blanco y la mujer que tenía
delante, pero su interpelación, seca y directa, lo dejó desarmado y, peor aún,
con la súbita conciencia del tremendo ridículo en que caería si le preguntase, con
los ojos bajos porque no tendría valor para mirarla cara a cara, Por casualidad
no será usted la organizadora, la responsable, la jefa del movimiento subversivo
que ha puesto al sistema democrático en una situación de peligro que quizá no
sea exagerado llamar mortal. Qué movimiento subversivo, querría ella saber, El
del voto en blanco, Está diciéndome que el voto en blanco es subversivo, volvería
ella a preguntar, Si es en cantidades excesivas, sí señor, Y dónde está eso
escrito, en la constitución, en la ley electoral, en los diez mandamientos, en
el código de circulación, en los frascos de jarabe, insistiría ella, Escrito,
escrito, no está, pero cualquier persona entiende que se trata de una simple
cuestión de jerarquía de valores y de sentido común, primero están los votos
explícitos, después vienen los blancos, después los nulos, finalmente las
abstenciones, está clarísimo que la democracia correría peligro si una de estas
categorías secundarias sobrepasara a la principal, si los votos están ahí es
para que hagamos de ellos un uso prudente, Y yo soy la culpable de lo sucedido,
Es lo que estoy tratando de averiguar, Y cómo he conseguido inducir a la mayoría
de la población de la capital a votar en blanco, metiendo panfletos por debajo
de las puertas, por medio de rezos y conjuros a medianoche, lanzando un
producto químico en el abastecimiento de agua, prometiéndole el primer premio
de la lotería a cada persona o gastando en comprar votos lo que mi marido gana
en la consulta, Usted conservó la visión cuando todos estábamos ciegos y
todavía no ha sido capaz o se niega a explicarme por qué, Y eso me convierte
ahora en culpable de conspiración contra la democracia mundial, Es lo que trato
de averiguar, Pues entonces vaya a averiguarlo y cuando llegue al final de la
investigación vuelva aquí a contármelo, hasta entonces no oirá de mi boca ni
una palabra más. Y era esto, por encima de todo, lo que el comisario no quería,
se preparaba para decir que no tenía más preguntas que hacer en este momento,
pero que mañana volvería para continuar el interrogatorio, cuando el timbre de
la puerta sonó. El médico se levantó y fue a ver quién llamaba. Regresó a la
salita acompañado del inspector, Este señor dice que es inspector de policía y
que usted le había dado orden de que viniera aquí, Efectivamente así es, dijo
el comisario, pero el trabajo, por hoy, está terminado, seguiremos mañana a la
misma hora, Le recuerdo lo que nos dijo al agente y a mí se atrevió el inspector,
pero el comisario interrumpió, Lo que haya dicho o no dicho no interesa ahora,
Y mañana, vendremos los tres, Inspector, la pregunta es impertinente, tomo mis
decisiones siempre en el lugar adecuado y en la ocasión adecuada, a su debido
tiempo lo sabrá, respondió irritado el comisario. Se dirigió a la mujer del médico
y dijo, Mañana, tal como usted ha reclamado, no perderé tiempo en
circunloquios, iré derecho al asunto, y lo que tengo que preguntarle no le va a
parecer más extraordinario que a mí el hecho de que no perdiera la vista
durante la epidemia general de ceguera blanca de hace cuatro años, yo me quedé
ciego, el inspector se quedó ciego, su marido se quedó ciego, usted no, veremos
si en este caso se confirma el antiguo refrán Quien hizo un cesto hizo ciento,
De cestos se trata entonces, señor comisario, preguntó en tono irónico la mujer
del médico, De cientos, señora, de cientos, respondió el comisario al mismo tiempo
que se retiraba, aliviado porque la adversaria le había fornecido la respuesta
para una salida más o menos airosa. Tenía un leve dolor de cabeza.
No almorzaron juntos. Fiel a su táctica de
dispersión controlada, el comisario les recordó al inspector y al agente, antes
de separarse, que no deberían repetir los restaurantes del día anterior y de la
misma manera que lo haría si fuese subordinado de sí mismo, cumplió disciplinadamente
la orden dada. También con espíritu de sacrificio porque el restaurante que
eligió, de las tres estrellas que la carta prometía, sólo le puso una en el
plato. Esta vez no se marcó un punto de encuentro, sino dos, el primero era
para el agente, en el segundo esperaba el inspector. Comprendieron en seguida
que el superior no estaba para conversaciones, probablemente no le fue bien con
el médico y su mujer. Y como ellos, a su vez, no traían de las diligencias
ejecutadas resultados aprovechables, la reunión para intercambio y examen de las
informaciones en la providencial, s.a., seguros & reaseguros, no se
presentaba como un mar de rosas. A esta tensión profesional se le unió la
insólita y preocupante pregunta que les hizo el encargado del garaje cuando
entraron con el coche, Ustedes, de dónde son. Es cierto que el comisario, honra
le sea hecha y también gracias a su experiencia en el oficio, no perdió los
estribos, Somos de la providencial, respondió secamente, y a continuación, con
más sequedad aún, Vamos a estacionar donde debemos, en el espacio que pertenece
a la empresa, por tanto su pregunta, aparte de impertinente, es de mala
educación, Tal vez sea impertinente y de mala educación, pero yo, a ustedes, no
recuerdo haberlos visto antes por aquí, Es que, respondió el comisario, además
de ser maleducado, tiene mala memoria, a mis colegas, que son nuevos en la empresa,
es la primera vez que los ve, pero yo ya he estado aquí, y ahora apártese
porque el conductor es un poco nervioso y puede atropellarlo sin querer.
Aparcaron el coche y subieron en el ascensor. Sin pensar en la posible
imprudencia que cometía, el agente quiso explicar que de nervioso no tenía
nada, que en los exámenes para entrar en la policía fue clasificado como
altamente tranquilo, pero el comisario, con un gesto brusco, lo redujo al
silencio. Y ahora, ya bajo el resguardo de las reforzadas paredes y de los
insonorizados techos y suelos de la providencial, s.a., lo fulmina sin piedad, Ni
siquiera le pasó por la cabeza, pedazo de idiota, que puede haber micrófonos
instalados en el ascensor, Señor comisario, estoy desolado, realmente no se me ocurrió,
balbuceó el pobre, Mañana no sale de aquí, se queda a guardar el local y aprovecha
el tiempo para escribir quinientas veces Soy un idiota, Señor comisario, por
favor, Deje, no haga caso, ya sé que estoy exagerando, pero el tipo del garaje
me ha soliviantado, tanto evitar la puerta de entrada para no llamar la
atención y ahora nos sale este quisquilloso, Quizá mereciera la pena hacerle
llegar un aviso de los nuestros, como se hizo con el portero, sugirió el
inspector, Sería contraproducente, lo que necesitamos es que nadie se fije en nosotros,
Recelo que ya es un poco tarde para eso, comisario, si los servicios tuviesen
otro local en la ciudad, lo mejor sería que nos trasladáramos, Tener, tienen,
pero, por lo que sé, no están operativos, Podríamos intentarlo, No, no hay
tiempo y, además, al ministerio no le gustaría nada la idea, esta cuestión
tiene que resolverse con toda rapidez, con la máxima urgencia, Me permite que
le hable francamente, comisario, preguntó el inspector, Dime, Me temo que nos
han metido en un callejón sin salida, o peor, en un avispero envenenado, Qué te
hace pensar así, No lo sé explicar, pero la verdad es que me siento como si
estuviera sobre un barril de pólvora y con la mecha encendida, tengo la
impresión de que esto va a explotar de un momento a otro. Al comisario le
parecía estar oyendo sus propios pensamientos, pero el puesto que ocupaba y la
responsabilidad de la misión no le permitían tergiversaciones en el recto
camino del deber, No soy de tu opinión, dijo, y con estas pocas palabras dio el
asunto por concluido.
Ahora
estaban sentados a la mesa donde desayunaron esa mañana, con los cuadernos de
notas abiertos, preparados para el brainstorm. Comienza tú, ordenó el comisario
al agente, Así que entré, dijo él, comprendí que nadie había avisado a la
mujer, Claro que no, no podían, acordamos llegar todos a las diez y media, Yo
me retrasé un poco, eran las diez y treinta y siete cuando llamé a la puerta,
confesó el agente, Eso no tiene importancia, sigue, no perdamos tiempo, Me dejó
pasar, me preguntó si quería un café, le respondí que sí, no le di importancia,
era como si estuviese de visita, entonces le dije que me habían encargado
investigar lo que sucedió hace cuatro años en el manicomio, pero pensé que era
mejor no tocar de entrada la cuestión del ciego asesinado, por eso desvié el
asunto hacia las circunstancias en que se produjo el incendio, a ella le
extrañó que cuatro años más tarde volviéramos a lo que todo el mundo quería
olvidar, yo le dije que la idea, ahora, era registrar el mayor número posible
de datos porque las semanas en que aquello sucedió no podían estar en blanco en
la historia del país, pero ella de tonta no tiene nada, en seguida me llamó la
atención sobre la incongruencia, incongruencia fue la palabra que usó, de que
sea precisamente en la situación en que nos encontramos, con la ciudad aislada
y bajo estado de sitio por culpa del voto en blanco, que a alguien se le haya
ocurrido averiguar lo que sucedió durante la epidemia de ceguera blanca, tengo
que reconocer, señor comisario, que me quedé bloqueado en el primer momento,
sin saber qué responder, ahí conseguí inventar una explicación, que la
investigación fue decidida antes de que sucediese lo del voto en blanco, pero
que se retrasó por problemas burocráticos y sólo ahora ha sido posible
iniciarla, entonces ella dijo que de las causas del incendio nada sabía, se
debería a algo casual que incluso podría haber ocurrido antes, entonces le
pregunté cómo consiguió salvarse, y ahí ella se puso a hablar de la mujer del
médico elogiándola de todas las maneras, una persona extraordinaria como nunca
ha conocido otra en su vida, fuera de lo común en todo, tengo la seguridad de
que de no haber sido por ella, no estaría aquí hablando con usted, nos salvó a
todos, y no sólo nos salvó, hizo más, nos protegió, nos alimentó, cuidó de
nosotros, entonces yo le pregunté que a quiénes se refería con aquel pronombre
personal, y ella mencionó una por una, a todas las personas de las que ya
tenemos conocimiento, y al final dijo que también estaba en el grupo el que era
su marido, pero que sobre él no quería hablar porque se divorciaron hace tres
años, y eso fue todo lo que salió de la conversación, señor comisario, la
impresión que me llevé es que la mujer del médico debe de ser algo así como una
especie de heroína, un alma grande. El comisario hizo corno que no entendió las
últimas palabras. Fingiéndose desatento no tendría que reprender al agente por
haber clasificado de heroína y alma grande a una mujer que se encuentra bajo
sospecha de estar implicada en el peor de los crímenes que, en las actuales
circunstancias, se pueden cometer contra la patria. Se sentía cansado. Y con
voz sorda, apagada, pidió al inspector el relato de lo que pasó en casa de la
prostituta y del viejo de la venda negra, Si fue prostituta, no me parece que
lo siga siendo, Por qué, preguntó el comisario, No tiene ni los modos, ni los
gestos, ni las palabras, ni el estilo, Pareces saber mucho de prostitutas, No
lo crea, comisario, apenas lo trivial, alguna experiencia directa, sobre todo
muchas ideas preconcebidas, Sigue, Me recibieron correctamente, pero no me
ofrecieron café, Están casados, Por lo menos tenían alianza en el dedo, Y el
viejo, qué te ha parecido, Es viejo, y con eso queda todo dicho, Ahí es donde
te equivocas, de los viejos está todo por decir, lo que sucede es que no se les
pregunta nada y entonces se callan, Pues éste no se calla, Mejor para él,
continúa, Comencé hablando del incendio, como hizo el colega, pero en seguida
comprendí que por ese camino no llegaba a ninguna parte, así que decidí pasar
al ataque frontal, le hablé de una carta recibida en la policía en que se
describen ciertos actos delictivos cometidos en el manicomio antes del
incendio, como, por ejemplo, un asesinato, y les pregunté si sabían algo sobre
el asunto, entonces ella me dijo que sí, que sabía, que nadie lo podría saber
mejor, puesto que había sido ella la asesina, Y dijo cuál fue el arma del
crimen, preguntó el comisario, Sí, unas tijeras, Clavadas en el corazón, No
comisario, en el cuello, Y qué más, Tengo que confesar que me dejó
completamente desconcertado, Lo supongo, De repente pasamos a tener dos autoras
para el mismo crimen, Continúa, Lo que viene ahora es un cuadro pavoroso, El
fuego, No comisario, ella comenzó a describir crudamente, casi con ferocidad,
lo que les pasaba a las mujeres violadas en la sala de los ciegos, Y él, qué
hacía mientras la mujer describía todo eso, Me
miraba de frente, con fijeza, con su único ojo, como si estuviera viéndome por
dentro, Ilusión tuya, No comisario, a partir de ahora ya sé que un ojo ve mejor
que dos porque, no teniendo otro para que lo ayude, tiene que hacer él todo el
trabajo, Quizá por eso se dice que en el país de los ciegos quien tiene un ojo
es rey, Quizá, comisario, Sigue, continúa, Cuando ella se calló, tomó él la
palabra para decir que no se creía que el motivo de mi visita, fue ésta la
expresión que usó, consistiese en averiguar las causas de un incendio del que
ya nada restaba o clarificar las circunstancias que rodearon un asesinato que
no podría ser probado, y que, si no tenía nada más que añadir que valiese la
pena, hiciera el favor de retirarme, Y tú, Invoqué mi autoridad de policía, que
estaba allí cumpliendo una misión y que llegaría al final costase lo que
costase, Y él, Respondió que en ese caso yo sería el único agente de la
autoridad de servicio en la capital, puesto que los cuerpos policiales
desaparecieron hace no sé cuántas semanas, y que por tanto me agradecía mucho
que me preocupara de la seguridad de la pareja y, esperaba, que de alguien más,
porque no podía creerse que se hubiese enviado a un policía aposta sólo por las
dos personas que tenía delante, Y luego, La situación se hizo muy difícil, yo
no podía llegar más lejos, la única forma que encontré para cubrir la retirada
fue que se prepararan para un careo, dado que, de acuerdo con las informaciones
de que disponíamos, absolutamente fidedignas, no había sido ella quien asesinó
al jefe de la sala de los ciegos delincuentes, sino otra persona, una mujer que
ya ha sido identificada, Y ellos, cómo
reaccionaron, En el primer momento me pareció que llegué a asustarlos, pero el
viejo se recompuso inmediatamente y dijo que allí, en su casa, o dondequiera
que fuese, se harían acompañar de un abogado que supiera más de leyes que la
policía, Crees realmente que les metiste miedo, preguntó el comisario, Me
parece que sí, pero seguridad absoluta no puedo tener, Miedo es posible que
hayan tenido, en cualquier caso no por ellos, Por quién, entonces, comisario,
Por la verdadera asesina, por la mujer del médico, Pero la prostituta, No sé si
tenemos derecho a seguirla llamando así, Pero la mujer del viejo de la venda negra
afirmó que fue ella quien asesinó, bien es verdad que la carta del otro tipo no
la denuncia a ella, sino a la mujer del médico, Que, de hecho, es la verdadera
autora del crimen, ella misma me lo confesó y confirmó. A esas alturas de la conversación
era lógico que el inspector y el agente esperaran que el superior, puesto que
ya había entrado en la materia de sus investigaciones personales, les hiciese
un relato más o menos completo de lo que consiguió saber tras la diligencia,
pero el comisario se limitó a decir que regresaría a casa de los sospechosos al
día siguiente para interrogarlos y que después de eso decidiría los próximos
pasos. Y nosotros, qué servicio tenemos para mañana, preguntó el inspector,
Operaciones de seguimiento, nada más que operaciones de seguimiento, tú te
ocupas de la ex mujer del tipo que escribió la carta, no tendrás problemas, ella no te conoce. Y yo, dijo el agente,
automáticamente y por exclusión de partes, me ocupo del viejo y de la
prostituta, Salvo que puedas probar que realmente lo sea, el uso de la palabra
prostituta queda excluido de nuestras conversaciones, Sí señor comisario, E
incluso si lo fuera, te buscas otra manera de referirte a ella, Sí señor
comisario, usaré el nombre, Los nombres están en mi cuaderno de notas, ya no
están en el tuyo, Usted me dirá cómo se llama y así se acaba con lo de
prostituta, No te lo digo, por ahora se trata de información reservada, Su
nombre o los de todos, preguntó el agente, Los de todos, Entonces así no sé
cómo tengo que llamarla, Puedes llamarla, por ejemplo, la chica de las gafas
oscuras, Pero ella no lleva gafas oscuras, eso lo puedo jurar, Todo el mundo
usa gafas oscuras por lo menos una vez en la vida, respondió el comisario
levantándose. Encogido de espaldas, se dirigió al dormitorio y cerró la puerta.
Apuesto a que va a comunicarse con el ministro, dijo el inspector, Qué le pasa,
preguntó el agente, Se siente como nosotros, desconcertado, Parece que no cree
en lo que está haciendo, Y tú, crees, Yo cumplo órdenes, pero él es el jefe, no
puede darnos señales de desorientación, luego las consecuencias las sufrimos
nosotros, cuando la ola golpea en la roca, quien paga siempre es el mejillón,
Tengo muchas dudas sobre la propiedad de esa frase, Por qué, Porque me parece
que los mejillones están contentísimos cuando les llega el agua, No sé, nunca
he oído reírse a los mejillones, Pues no sólo se ríen, dan carcajadas, lo que
pasa es que el ruido de las olas impide oírlas, hay que acercar bien el oído,
Nada de eso es verdad, le estas tomando el pelo a un agente de segunda, Es una
forma inofensiva de pasar el tiempo, no te enfades, Creo que hay otra mejor,
Cuál, Dormir, estoy cansado, me voy a acostar, El comisario puede necesitarte,
Para que vaya otra vez a darme con la cabeza en la pared, no creo, Tienes razón
dijo el inspector, sigo tu ejemplo,
también voy a descansar un poco, pero dejo aquí una nota diciendo que nos llame
si necesita algo, Me parece bien.
El
comisario se quitó los zapatos y se tumbó sobre la cama. Estaba boca arriba,
con las manos cruzadas bajo la nuca, y miraba al techo como si esperara que de
allí le viniese algún consejo o, si a tanto no llegaba, al menos eso que
solemos llamar una opinión sin compromiso. Tal vez por estar insonorizado, y
por tanto sordo, el techo no tuvo nada que decirle, además, como pasaba la
mayor parte del tiempo a solas, ya casi había perdido, en la práctica, el don
de la palabra. El comisario revivía la conversación mantenida con la mujer del
médico y con el marido, el rostro de uno, el rostro del otro, el perro que se
levantó resoplando cuando lo vio entrar y que se volvió a echar a la voz de la
dueña, un candil de latón con tres picos que le recordaba uno igual que tenían
sus padres y que desapareció sin que nadie supiera cómo, mezclaba estos
recuerdos con lo que acababa de escuchar de la boca del inspector y del agente
y se preguntaba a sí mismo qué mierda estaba haciendo allí. Había atravesado la frontera al más puro estilo de un héroe de película,
convencido de que venía a rescatar la patria de un peligro mortal, en nombre de
ese convencimiento dio a los subordinados órdenes disparatadas que ellos le hicieron
el favor de tolerar, intentó sostener en pie un periclitante montaje de
sospechas que se le venía abajo cada minuto que pasaba, y ahora se preguntaba,
sorprendido por una indefinida angustia que le oprimía el diafragma, qué
información más o menos merecedora de crédito podría, el, papagayo de mar,
inventar para transmitirle a un albatros que, a estas horas, ya debería estar
preguntándose impaciente por qué tardaban tanto las noticias. Qué le voy a
decir, se preguntó, que se confirman las sospechas sobre el águila pescadora,
que el marido y los otros forman parte de una conspiración, él preguntará
quiénes son esos otros, y yo le diré que hay un viejo con una venda negra a
quien le sentaría bien el nombre cifrado de pez lobo, y una chica de gafas oscuras
a quien podríamos llamar pez gato, y la ex mujer del tipo que escribió la
carta, y ésa se llamaría pez aguja, en caso de que esté de acuerdo, albatros.
El comisario ya se había levantado, ahora hablaba por el teléfono rojo, decía,
Sí, albatros, estos a los que acabo de referirme no son, efectivamente, peces
gordos, tuvieron la suerte de encontrarse al águila pescadora, que los
protegió, Y esa águila pescadora, qué le ha parecido, papagayo de mar, Me ha
parecido una mujer decente, normal, inteligente, y si todo lo que los otros
dicen de ella es verdad, albatros, y yo me inclino a pensar que sí, entonces se
trata de una mujer fuera de absolutamente fuera de lo común, Tan fuera de lo
común que fue capaz de matar a un hombre a tijeretazos, papagayo de mar, Según
los testigos, se trataba de un abominable violador, de un ser repugnante en
todos los aspectos, albatros, No se deje engañar, papagayo de mar, para mí está
claro que esa gente se ha puesto de acuerdo para presentar una versión única de
los acontecimientos en caso de que algún día fuera interrogada, han tenido
cuatro años para concertar un plan, tal como veo las cosas, a partir de los datos
que me da y de mis propias deducciones e intuiciones, apuesto lo que quiera a
que estos cinco constituyen una célula organizada, probablemente, incluso, la
cabeza de la tenia de la que hablamos hace tiempo, Ni mis colaboradores ni yo
hemos sacado esa impresión, albatros, Pues no le va a quedar otro remedio,
papagayo de mar, que empezar a tenerla, Necesitamos pruebas, sin pruebas no
podemos hacer nada, albatros, Encuéntrenlas, papagayo de mar, procedan a una
búsqueda rigurosa en las casas, Pero nosotros sólo podemos registrar con
autorización de un juez, albatros, Le recuerdo que la capital se encuentra en estado
de sitio y que todos los derechos y garantías de sus habitantes han sido
suspendidos, papagayo de mar, Y qué hacemos si no encontramos pruebas,
albatros, Me niego a admitir que no las encuentre, papagayo de mar, para
comisario me parece usted muy ingenuo, desde que me conozco como ministro del
interior, las pruebas inexistentes, al final estaban allí, Lo que me está
pidiendo no es fácil ni agradable, albatros, No pido, ordeno, papagayo de mar,
Sí, albatros, en todo caso le pido autorización para hacerle notar que no
estamos ante un crimen evidente, no hay pruebas de que la persona que se
decidió considerar sospechosa lo sea en realidad, los contactos establecidos,
los interrogatorios realizados, apuntan, muy al contrario, a la inocencia de
esa persona, La fotografía que se hace de un detenido, papagayo de mar, es
siempre la de un presunto inocente, después se acaba sabiendo que el criminal
ya estaba ahí, Puedo hacerle una pregunta, albatros, Hágala que yo responderé,
papagayo de mar, siempre he sido bueno dando respuestas, Qué sucederá si no se
encuentran pruebas de culpabilidad, Lo mismo que sucedería si no se encontrasen
pruebas de inocencia, Cómo debo entender eso, albatros, Que hay casos en que la
sentencia ya está escrita antes del crimen, Siendo así, si entiendo bien adónde
quiere llegar, le ruego que me retire de la misión, albatros, Será retirado,
papagayo de mar, pero no ahora ni a petición propia, será retirado cuando este
caso se cierre, y este caso sólo se cerrará gracias a su meritorio esfuerzo y
al de sus ayudantes, óigame bien, le doy cinco días, anótelo, cinco días, ni
uno más, para que me entregue a toda la célula atada de pies y manos, a su
águila pescadora y al marido, que no
ha llegado a tener nombre, pobrecillo, y a los tres
pececitos que han aparecido ahora, el lobo, el gato y la aguja, quiero
aplastarlos con una carga de pruebas de culpabilidad imposibles de negar,
contrariar o refutar, es esto lo que quiero, papagayo de mar, Haré lo que
pueda, albatros, Hará exactamente lo que le acabo de decir, sin embargo, para
que no se quede con mala impresión sobre mi persona, y siendo yo, como de hecho
soy, un ser razonable, comprendo que necesite alguna ayuda para llevar su
trabajo a buen término, Me va a mandar otro inspector, albatros, No, papagayo
de mar, mi ayuda será de otra naturaleza, pero tan eficaz o más todavía, es como
si le enviara a toda la policía que está bajo mis órdenes, No lo entiendo,
albatros, Será el primero en comprender cuando suene el gong, El gong, El gong
del último asalto, papagayo de mar. La comunicación fue cortada.
El
comisario salió del dormitorio cuando el reloj marcaba las seis y veinte. Leyó
el recado que el inspector había dejado sobre la mesa y escribió debajo, Tengo
que resolver un asunto, espérenme. Bajó al garaje, entró en el coche, lo puso
en marcha y se dirigió hacia la rampa de salida. Ahí se detuvo y le hizo señal
al encargado para que se aproximara. Todavía resentido por el intercambio de
palabras y el mal trato recibido del inquilino de la providencial, s.a., el hombre,
receloso, se acercó a la ventanilla del coche y usó la fórmula habitual, Ocurre
algo, Antes estuve un tanto violento con usted, No importa, estamos
acostumbrados a todo, No era mi intención ofenderle, Ni había razón para eso, señor,
Comisario, soy comisario de policía, aquí tiene mi placa, Disculpe, señor
comisario, no podía saberlo, y los otros señores, El más joven es agente, el
otro es inspector, Lo tendré en cuenta, señor comisario, y le garantizo que no
le molestaré más, pero era con la mejor de las intenciones, Hemos estado aquí
realizando trabajos de investigación, pero terminamos el servicio, ahora somos
personas como las demás, es como si estuviéramos de vacaciones, aunque, para su
tranquilidad, le aconsejo la máxima discreción, recuerde que por el hecho de
estar de vacaciones un policía no deja de ser policía, lo lleva, por decirlo
así, en la masa de la sangre, Lo entiendo muy bien, señor comisario, pero,
siendo así, y si me permite la franqueza, hubiera sido preferible que no me
dijera nada, ojos que no ven, corazón que no siente, quien no sabe es como
quien no ve, Necesitaba desahogarme con alguien, y usted era la persona que
tenía más a mano. El coche ya comenzaba a subir la rampa, pero el comisario
todavía tenía algo más que recomendar, Conserve la boca cerrada, no vaya a ser
que tenga que arrepentirme de lo que le he dicho. Se habría arrepentido
ciertamente si hubiera vuelto atrás, pues encontraría al encargado hablando por
teléfono con aires de misterio, tal vez contándole a su mujer que acababa de
conocer a un comisario de policía, tal vez informando al portero de quiénes
eran los tres hombres de traje oscuro que subían directamente desde el garaje
al piso donde se encuentra la providencial, s.a., seguros & reaseguros, tal
vez esto, tal vez aquello, lo más probable es que de esta llamada telefónica
nunca se sepa la verdad. Pocos metros adelante el comisario detuvo el coche
junto a una acera, sacó del bolsillo exterior de la chaqueta el cuaderno de
notas, lo hojeó hasta llegar a la página donde el autor de la carta delatora
escribiera los nombres y las direcciones de los antiguos compañeros, después
consultó el callejero y el mapa, y vio que el domicilio que le quedaba más
cerca era el de la ex mujer del denunciante. Tomó nota también del recorrido
que debería seguir para llegar a la casa del viejo de la venda negra y de la
chica de gafas oscuras. Sonrió al recordar la confusión del agente cuando le
dijo que este nombre le sentaría a la perfección a la mujer del viejo de la
venda negra, Pero ella no llevaba gafas oscuras, respondió desconcertado el pobre
agente de segunda clase. No he sido leal, pensó el comisario, debería haberle
mostrado la fotografía del grupo, la chica deja caer el brazo derecho a lo
largo del cuerpo y sostiene en la mano unas gafas oscuras, elemental querido
watson, sí, pero para eso es necesario tener ojos de comisario. Puso el coche
en marcha. Un impulso le había obligado a salir de la providencial, s.a., un
impulso le hizo decir al encargado del garaje quién era, un impulso lo está conduciendo
ahora a casa de la divorciada, un impulso lo llevará a casa del viejo de la
venda negra y un impulso lo conduciría después a casa de la mujer del médico si
no les hubiese dicho, a ella y al marido, que volvería mañana, a la misma hora
para seguir el interrogatorio. Qué interrogatorio, pensó, decirle, por ejemplo,
usted señora es sospechosa de ser la organizadora, la responsable, la dirigente
máxima del movimiento subversivo que ha puesto en grave peligro el sistema
democrático, me refiero al movimiento del voto en blanco, no se haga de nuevas,
y no pierda tiempo preguntándome si tengo pruebas de lo que afirmo, usted es
quien tiene que demostrarme su inocencia, puesto que las pruebas, esté segura
de eso, aparecerán cuando sean necesarias, es sólo cuestión de inventar una o
dos que sean irrefutables, y aunque no lo puedan ser completamente, las pruebas
circunstanciales, incluso remotas, nos bastarían, como sucede con el hecho
incomprensible de que no se quedara ciega hace cuatro años cuando todo el mundo
en la ciudad andaba por ahí tropezando y dándose con la nariz en las farolas de
la calle, y antes de que me responda que una cosa no tiene nada que ver con la
otra, yo le digo que quien hizo un cesto hará ciento, por lo menos es ésta, aunque
expresada en otros términos, la opinión de mi ministro, que yo tengo obligación
de acatar aunque me duela el corazón, que a un comisario no le duele el
corazón, dice, señora, eso es lo que usted cree, usted puede saber mucho de
comisarios, pero le garantizo que de éste no sabe nada, es cierto que no vine
aquí con el honesto propósito de aclarar la verdad, es cierto que de usted se
puede decir que ha sido condenada antes de ser juzgada, pero este papagayo de
mar, que es como me llama mi ministro, tiene un dolor en el corazón y no sabe
cómo librarse de él, acepte mi consejo, confiese, confiese incluso no teniendo
culpa, el gobierno dirá al pueblo que fue víctima de un caso de hipnosis colectiva
jamás antes visto, que usted es un genio en esas artes, probablemente hasta le
hará gracia a la gente y la vida volverá a los carriles de siempre, usted pasa
unos años en prisión, sus amigos también irán si nosotros queremos, y mientras
tanto, ya sabe, se reforma la ley electoral, se acaba con los votos en blanco o
bien se distribuyen equitativamente entre todos los partidos como votos
expresos, de manera que el porcentaje no sufra alteración, el porcentaje,
señora, es lo que cuenta, en cuanto a los electores que se abstuvieron y no
presentaron certificado médico una buena idea sería publicar sus nombres en los
periódicos de la misma manera que en la antigüedad los criminales eran
exhibidos en la plaza pública, atados a la picota, si le hablo así es porque me
cae bien, y para que vea hasta qué punto llega mi simpatía, sólo le diré que la
mayor felicidad de mi vida, hace cuatro años, suponiendo que no hubiera perdido
a parte de la familia en aquella tragedia, como por desgracia la perdí, habría
sido ir en el grupo que usted protegía, en aquel momento todavía no era comisario,
era un inspector ciego, nada más que un inspector ciego que después de
recuperar la vista posaría en la foto con aquellos a quienes usted salvó del
incendio, y su perro no me habría gruñido cuando me vio entrar, y si todo esto
y mucho más hubiese sucedido yo podría declarar bajo palabra de honor ante el ministro
del interior que él está equivocado, que una experiencia como aquélla y cuatro
años de amistad son más que suficientes para conocer bien a una persona, y al
final, mire, entré en su casa como un enemigo y ahora no sé cómo salir, si yo
solo para confesarle al ministro que he fracasado en la misión, si acompañado
para conducirla a la cárcel. Los últimos pensamientos ya no fueron del
comisario, ahora más preocupado en encontrar un sitio donde aparcar el coche
que en anticipar decisiones sobre el destino de un sospechoso y sobre el suyo
propio. Consultó nuevamente el cuaderno de notas y llamó al timbre del piso
donde vive la ex mujer del hombre que escribió la carta. Llamó una vez y otra,
pero la puerta no se abrió. Alargaba la mano para hacer una nueva tentativa
cuando vio que se abría la ventana del entresuelo y que aparecía la cabeza
emperifollada de bigudíes de una mujer mayor, vestida con una bata de andar por
casa, A quién busca, preguntó, Busco a la señora que vive en el primero
derecha, respondió el comisario, No está, por casualidad la he visto salir,
Sabe cuándo volverá, No tengo ni idea, si quiere dejarle algún recado me lo
puede decir, se ofreció la mujer, Muchas gracias, no merece la pena, volveré
otro día. No imaginaba el comisario que la mujer de los rulos en la cabeza se
iba a quedar pensando que, por lo visto, a la vecina divorciada del primero
derecha le ha dado ahora por recibir visitas de hombres, el que vino esta
mañana, y este que ya tiene edad suficiente para ser su padre. El comisario
echó una ojeada al mapa abierto en el asiento de al lado, puso el coche en
marcha y se dirigió al segundo objetivo. Esta vez no aparecieron vecinas en la
ventana. La puerta de la escalera estaba abierta, por eso pudo subir directamente
al segundo piso, es aquí donde viven el viejo de la venda negra y la chica de
las gafas oscuras, qué extraña pareja, se comprende que el desamparo de la
ceguera los haya aproximado, pero han pasado cuatro años, y si para una mujer
joven cuatro años no son nada para un viejo cuentan el doble. Y siguen juntos,
pensó el comisario. Pulsó el timbre y esperó. Nadie atendía. Acercó el oído a
la puerta y escuchó. Silencio al otro lado. Llamó una vez más por rutina, no
porque esperara que alguien respondiera. Bajó la escalera, entró en el coche y
murmuró, Sé donde están. Si tuviera el teléfono directo en el automóvil y
llamase al ministro diciéndole adónde iba, estaba seguro de que le respondería
más o menos esto, Bravo, papagayo de mar, así se trabaja, pille a esos tíos con
las manos en la masa, pero tenga cuidado, sería mejor que llevara refuerzos, un
hombre contra cinco facinerosos dispuestos a todo vence sólo en las películas,
además usted no sabe karate, no es de su tiempo, Quédese tranquilo, albatros,
no sé karate, pero sé lo que hago, Entre pistola en mano, aterrorícelos, que se
caguen de miedo, Sí, albatros, Yo ya voy a empezar con los trámites de su condecoración,
No tenga prisa, albatros, ni siquiera sabemos si saldré vivo de esta empresa,
Venga ya, son habas contadas, papagayo de mar, deposito en usted toda mi
confianza, sabía de sobra qué hacia cuando lo designé para esta misión, Sí,
albatros.
Las
farolas de las calles se encendieron, el crepúsculo ya se viene deslizando por
la rampa del cielo, dentro de poco principiará la noche. El comisario llamó al
timbre, no hay por qué sorprenderse, la mayor parte de las veces los policías
llaman al timbre, no siempre derrumban las puertas. La mujer del médico
apareció, No lo esperaba hasta mañana, señor comisario, ahora no puedo
atenderlo, dijo, tenemos visita, Sé quiénes son sus visitas, no las conozco
personalmente, pero sé quiénes son, No creo que sea razón suficiente para
dejarlo pasar, Por favor, Mis amigos no tienen nada que ver con el asunto que
le ha traído aquí, Ni siquiera usted sabe qué asunto me ha traído aquí, y ya es
hora de que lo sepa, Entre.
Cuando el comisario llegó a la providencial, s.a.,
pasadas las siete de la tarde, encontró a sus subordinados esperándole. No
parecían satisfechos. Qué tal el día, qué novedades traen, les preguntó en tono
animado, jovial, simulando un interés que, como nosotros sabemos mejor que
nadie, no podía sentir, En cuanto al día, mal, en cuanto a las novedades, peor
aún, respondió el inspector, Más provechoso hubiera sido que nos quedáramos en
la cama durmiendo, dijo el agente, Explíquense, Jamás en mi vida he participado
en una investigación tan disparatada, comenzó el inspector. El comisario podría
haber manifestado su acuerdo, Y no sabes de la misa la mitad, pero prefirió
guardar silencio. El inspector siguió, Eran las diez cuando llegué a la calle
de la ex mujer del tipo que escribió la carta, Perdón, de la mujer, se apresuró
a corregir el agente, no es correcto decir ex mujer en este caso, Por qué,
Porque decir ex mujer significaría que la mujer había dejado de serlo, Y no es
eso lo que ha sucedido, preguntó el inspector, No, la mujer sigue siendo mujer,
ha dejado de ser esposa, Bueno, entonces digo que a las diez llegué a la calle
de la ex esposa del tipo de la carta, Precisamente, Esposa suena ridículo y
pretencioso, cuando presentas a tu mujer, seguro que no dices aquí está mi
esposa. El comisario cortó la discusión, Guarden eso para otro momento, vamos a
lo que importa, Lo que importa, prosiguió el inspector, es que estuve allí
hasta casi mediodía, y ella sin salir de casa, lo que no era de extrañar, la
organización de la ciudad está trastornada, hay empresas que han cerrado o que
trabajan media jornada, personas que no necesitan levantarse temprano, Ya me gustaría
a mi, dijo el agente, Pero salió o no salió, preguntó el comisario comenzando a
impacientarse, Salió a las doce y cuarto, precisamente, Dices precisamente por
alguna razón particular, No, comisario, miré el reloj como es lógico y es lo
que vi, doce y cuarto, Continúa, Siempre con un ojo en los taxis que pasaban,
por si se le ocurría entrar en uno y me dejaba en medio de la calle con cara de
tonto, la seguí, pero pronto comprendí que a donde quería ir, iría a pie, Y adónde
fue, Ahora se va a reír, comisario, Lo dudo, Caminó más de media hora a paso
rápido, nada fácil de acompañar, como si fuese un ejercicio, y de repente, sin
esperármelo, me encontré en la calle donde vive el viejo de la venda negra y la
tal tipa de las gafas oscuras, la prostituta, No es prostituta, inspector, Si
no lo es, lo fue, da lo mismo, Da lo mismo en tu cabeza, no en la mía, y como
es conmigo con quien estás hablando y yo soy tu superior, utiliza las palabras
de modo que pueda entenderte, Entonces digo ex prostituta, Di la mujer del
viejo de la venda negra como acabas de decir de la mujer del tipo de la carta,
como ves estoy usando tu argumentación, Sí señor, Te encontraste en la calle, y
después qué sucedió, Ella entró en la casa donde viven los otros, y allí se
quedó, Y tú qué hacías, le preguntó el comisario al agente, Estaba escondido,
cuando ella entró fui en busca del inspector para concertar la estrategia, Y entonces,
Decidimos trabajar juntos mientras fuera posible, dijo el inspector, y ajustamos
de qué modo actuaríamos si tuviéramos que separarnos otra vez, Y después, Como
llegó la hora de la comida, aprovecharnos la pausa, Fueron a almorzar, No,
comisario, como él había comprado dos bocadillos, me dio uno, fue nuestro
almuerzo. El comisario sonrió finalmente, Mereces una medalla, le dijo al
agente que, ya en confianza, se atrevió a responder, Algunos la habrán ganado
por menos, señor comisario, No puedes ni imaginarte cuánta razón tienes,
Entonces póngame en la lista. Rieron los tres, pero por poco tiempo, la cara
del comisario volvió a nublarse, Qué sucedió después, preguntó, Eran las dos y
media cuando todos salieron, supongo que almorzaron en casa, dijo el inspector,
en seguida nos pusimos en alerta porque no sabíamos si el viejo tiene coche,
pero si lo tiene, no lo usó, quizá esté ahorrando gasolina, nos pusimos a
seguirlos, si era trabajo fácil para uno, imagínese para dos, Y dónde acabó
eso, Acabó en un cine, fueron al cine, Comprobaron si había otra puerta por
donde pudiesen haber salido sin que se dieran cuenta, Había una, pero estaba
cerrada, en todo caso por precaución le dije al agente que vigilara durante
media hora, Por allí no salió nadie, confirmó el agente. El comisario se sentía
cansado de la comedia, Y el resto, resúmanme el resto, ordenó con voz tensa. El
inspector lo miró con sorpresa, El resto, comisario, es nada, salieron juntos
cuando terminó la película, tomaron un taxi, nosotros tomamos otro, le dimos al
conductor la orden clásica Policía, siga a ese coche, fue un recorrido normal,
la mujer del tipo de la carta se bajó la primera, Dónde, En la calle donde
vive, ya le dijimos, comisario, que no traíamos novedades, después el taxi dejó
a los otros en casa, Y ustedes, qué hicieron, Yo me había quedado en la primera
calle, dijo el agente, Yo me quedé en la segunda, dijo el inspector, Y después,
Después nada, ninguno de ellos volvió a salir, todavía estuve casi una hora, al
final tomé un taxi, pasé por la otra calle para recoger a éste y regresamos
aquí juntos, acabábamos de llegar, Un esfuerzo inútil, por tanto, dijo el
comisario, Así parece, dijo el inspector, pero lo más curioso es que esta
historia no había comenzado nada mal, el interrogatorio al tipo de la carta,
por ejemplo, valió la pena, incluso llegó a ser divertido, el pobre diablo que
no sabía dónde se había metido acabó con el rabo entre las piernas, pero
después, no sé cómo, nos atascamos, quiero decir, nos atascamos nosotros, usted
debe saber algo más, puesto que interrogó dos veces a los sospechosos directos,
Quiénes son los sospechosos directos, preguntó el comisario, La mujer del
médico en primer lugar, y después el marido, para mi está claro, si comparten la
cama, también compartirán la culpa, Qué culpa, Usted lo sabe tan bien como yo,
Imaginemos que no lo sé, explícamelo tú, La culpa de la situación en que nos
encontramos, Qué situación, Los votos en blanco, la ciudad en estado de sitio,
la bomba en la estación de metro, Crees sinceramente en lo que estás diciendo,
preguntó el comisario, Para eso hemos venido, para investigar y capturar al
culpable, Es decir, a la mujer del médico, Sí, señor comisario, para mí las
órdenes del ministro del interior a ese respecto fueron bastante explícitas, El
ministro del interior no dijo que la mujer del médico fuera culpable,
Comisario, yo no soy más que un simple inspector de policía que quizá no llegue
nunca a comisario, pero aprendí con la experiencia del oficio que las medias
palabras existen para decir lo que las enteras no pueden, Apoyaré tu ascenso a comisario
en cuanto surja una plaza pero, hasta entonces, la verdad me exige que te
informe de que, para la mujer del médico, la palabra que sirve, y no media,
sino entera, es la de inocente. El inspector miró al agente de refilón
pidiéndole auxilio, pero el otro tenía en la cara la expresión absorta de quien
acaba de ser hipnotizado, que es lo mismo que no poder contar con él.
Cautelosamente, el inspector preguntó, Está insinuando que nos vamos a ir de
aquí con las manos vacías, También podemos irnos con las manos en los bolsillos,
si prefieres esta expresión, Y así nos vamos a presentar ante el ministro, Si
no hay culpable, no lo podemos inventar, Me gustaría que me dijera si esta
frase es suya, o del ministro, No creo que sea del ministro, desde luego no
recuerdo habérsela oído, Yo no la he oído jamás desde que estoy en la policía,
comisario y con esto me callo, no abro más la boca. El comisario se levantó,
miró el reloj y dijo, Vayan a cenar a un restaurante, prácticamente no han almorzado,
tendrán hambre, pero no se olviden de traer la factura para que la firme, Y
usted, preguntó el agente, Yo he comido bien, y si el apetito aprieta siempre está
el recurso del té y las pastas para entretener el hambre. El inspector dijo, Mi
estima por usted, comisario, me obliga a decirle que estoy muy preocupado con
su persona, Por qué, Nosotros somos subalternos, no nos puede suceder nada peor
que una amonestación, pero usted es responsable del éxito de esta diligencia y
parece que está decidido a declarar que ha fracasado, Crees que decir que un
acusado es inocente es fracasar en una diligencia, Sí, si la diligencia fue
diseñada para convertir en culpable a un inocente, Hace poco afirmabas a pies
juntillas que la mujer del médico era culpable, ahora estás a punto de jurar
sobre los evangelios que es inocente, Tal vez lo jurase sobre los evangelios, pero
nunca en presencia del ministro del interior, Lo comprendo, tienes una familia,
una carrera, una vida, Así es, comisario, a eso también se le puede añadir, si
quiere, mi cobardía, También soy humano, no me permitiría llegar tan lejos,
sólo te aconsejo que tomes desde ahora en adelante al agente bajo tu
protección, tengo el presentimiento de que vais a necesitar mucho el uno del
otro. El inspector y el agente dijeron, Bueno, comisario, hasta luego, el
comisario respondió, Que aproveche, no tengáis prisa. La puerta se cerró.
El
comisario fue a la cocina a beber agua, después entró en el dormitorio. La cama
estaba hecha, en el suelo los calcetines usados, uno aquí, otro allí, la camisa
sucia tirada de cualquier manera sobre una silla, y eso sin hablar del cuarto
de baño, esta cuestión de la limpieza la providencial, s.a., seguros &
reaseguros tendrá que resolverla más pronto o más tarde, si es o no compatible
con el natural sigilo que rodea a un servicio secreto colocar a disposición de
los agentes que se instalan aquí una asistenta que sea, al mismo tiempo,
ecónoma, cocinera y cuerpo de casa. El comisario estiró la sábana y la colcha,
dio dos golpes en la almohada, enrolló la camisa y los calcetines y los metió
en un cajón, el aspecto desolador del dormitorio mejoró un poco, pero,
evidentemente, cualquier mano femenina lo habría hecho mejor. Miró el reloj, la
hora era buena, el resultado ya se sabría. Se sentó, encendió la lámpara de la
mesa y marcó el número. Al cuarto toque atendieron, Diga, Habla papagayo de
mar, Aquí albatros, diga, Quiero dar el parte de las operaciones del día,
albatros, Espero que tenga resultados satisfactorios que comunicar, papagayo de
mar, Depende de lo que se considere satisfactorio, albatros, No tengo tiempo ni
paciencia para matizaciones, papagayo de mar, vaya derecho a lo que importa, Permítame
antes que le pregunte, albatros, si el encargo llegó a su destino, Qué encargo,
El encargo de las nueve de la mañana, puesto seis-norte, Ah, sí, llegó en
perfecto estado, me será muy útil, a su debido tiempo sabrá cuánto, papagayo de
mar, ahora cuénteme lo que han hecho hoy, No hay mucho que decir, albatros,
unas operaciones de seguimiento y un interrogatorio, Vamos por partes, papagayo
de mar, qué resultado tuvieron las vigilancias, Ninguno, prácticamente,
albatros, Por qué, Esos a quienes llamábamos sospechosos de segunda línea
tuvieron, en todas las ocasiones, un comportamiento del todo normal, albatros,
Y el interrogatorio de los sospechosos de primera línea que, según creo
recordar, estaba a su cargo, papagayo de mar, En honor a la verdad, Qué me dice,
En honor a la verdad, albatros, Y a propósito de qué viene eso ahora, papagayo
de mar, Es una manera como otra cualquiera de comenzar la frase, albatros,
Entonces haga el favor de dejar de honrar la verdad y dígame, simplemente, si
ya está en condiciones de afirmar, sin más rodeos ni circunloquios, que la
mujer del médico, cuyo retrato tengo ante mí, es culpable, Se confesó culpable
de un asesinato, albatros, Sabe de sobra que, por muchas razones, incluyendo la
falta del cuerpo del delito, no es eso lo que nos interesa, Sí, albatros,
Entonces vaya directo al asunto y respóndame si puede afirmar que la mujer del
médico tiene responsabilidad en el movimiento organizado del voto en blanco,
que incluso ella es la cabeza de toda la organización, No, albatros, no lo
puedo afirmar, Por qué, papagayo de mar, Porque ningún policía del mundo, y yo
me considero el último de todos ellos,
albatros, encontraría el menor indicio que le permitiese fundamentar una
acusación así, Parece olvidarse de que habíamos acordado que plantearía las pruebas
necesarias, papagayo de mar, Y qué prueba tendrían que ser en un caso así,
albatros, si se permite la pregunta, Eso no es de mi incumbencia, eso lo dejé a
su criterio, papagayo de mar, cuando todavía tenía confianza en que era capaz
de llevar su misión a buen término, Llegar a la conclusión de que un sospechoso
es inocente del crimen que se le imputa me parece el mejor término para una
misión policial, albatros, se lo digo con todo respeto, A partir de este
momento doy por terminada la farsa de los nombres en clave, yo soy el ministro
del interior y usted es un comisario de policía, Sí señor ministro, Para ver si
nos entendemos de una vez, voy a formular de manera diferente la pregunta que
le acabo de hacer, Sí señor ministro, Está dispuesto, al margen de su convicción
personal, a afirmar que la mujer del médico es culpable, responda sí o no, No
señor ministro, Ha medido las consecuencias de lo que acaba de decir, Sí señor
ministro, Muy bien, entonces tome nota de las decisiones que acabo de adoptar,
Estoy oyendo, señor ministro, Les dirá al inspector y al agente que tienen
orden de regresar mañana por la mañana, que a las nueve deberán estar en el
puesto seis-norte de la frontera donde les estará esperando la persona que los
acompañará hasta aquí, un hombre más o menos de su edad con una corbata azul
con pintas blancas, que se traigan el coche que han utilizado para los traslados
y que ya no es necesario, Sí señor ministro, En cuanto a usted, En cuanto a mí,
señor ministro, Se mantendrá en la capital hasta recibir nuevas órdenes, que
ciertamente no tardarán, Y la investigación, Usted mismo ha dicho que no hay nada
que investigar, que la persona sospechosa es inocente, Ésa es, de hecho, mi
convicción, señor ministro, Entonces su caso está resuelto, no podrá quejarse,
Y qué hago mientras esté aquí, Nada, no haga nada, pasee, distráigase, vaya al
cine, al teatro, visite museos, si le gusta, invite a cenar a sus nuevas amistades,
el ministerio paga, No comprendo, señor ministro, Los cinco días que le di para
la investigación todavía no han terminado, quizá desde ahora hasta entonces se
le encienda una luz diferente en la cabeza, No creo, señor ministro, Aun así,
cinco días son cinco días, y yo soy un hombre de palabra, Sí señor ministro,
Buenas noches, duerma bien, comisario, Buenas noches, señor ministro.
El
comisario colgó el teléfono. Se levantó de la silla y fue al cuarto de baño.
Necesitaba ver la cara del hombre al que acababan de despedir sumariamente. La
palabra no había sido dicha, pero se podía destapar, letra por letra, en todas,
incluso en aquellas que le deseaban un buen sueño. No estaba sorprendido, conocía
de sobra a su ministro del interior y sabía que iba a pagar por no haber
acatado las instrucciones recibidas, las expresas, pero sobre todo las
sobreentendidas, éstas finalmente tan claras como las otras, pero le
sorprendió, eso sí, la serenidad de la cara que veía en el espejo, una cara de
donde las arrugas parecían haber desaparecido, una cara donde los ojos se
mostraban límpidos y luminosos, la cara
de un hombre de cincuenta y siete años, de profesión comisario de policía, que
de pasar la prueba de fuego y ha salido de ella como de un baño lustral. Era
una buena idea, tomar un baño. Se desnudó y se metió debajo de la ducha. Dejó
correr el agua tranquilamente, no tenía por qué preocuparse, el ministerio
pagaría la cuenta, después se enjabonó lentamente, y otra vez el agua corrió
para llevarse del cuerpo el resto de la suciedad, entonces la memoria puso su
espalda para transportarlo hasta cuatro años atrás, cuando todos eran ciegos y
vagaban inmundos y hambrientos por la ciudad, dispuestos a todo por un resto de
pan duro cubierto de moho, por cualquier cosa que pudiera ser digerida, al
menos masticada para engañar el hambre con sus pobres jugos, se imaginó a la
mujer del médico guiando por las calles, bajo la lluvia, a su pequeño rebaño de
desgraciados, seis ovejas perdidas, seis pájaros caídos del nido, seis gatitos
ciegos recién nacidos, tal vez en uno de esos días, en una calle cualquiera,
tropezó con ellos, tal vez por miedo lo hubieran repelido, tal vez por miedo
los hubiese repelido él, era el tiempo del sálvese quien pueda, roba antes de
que te roben a ti, pega antes de que a ti te peguen, tu peor enemigo, según la
ley de los ciegos, es siempre aquel que está más cerca de ti, Pero no
necesitamos estar ciegos para no saber adónde vamos, pensó. El agua caliente le
caía rumorosa sobre la cabeza y los hombros, resbalaba por su cuerpo y, limpia,
desaparecía gorgoteando por el sumidero. Salió de la ducha, se secó con la
toalla de baño marcada con el blasón de la policía, recogió la ropa que había
dejado colgada en la percha y regresó al dormitorio. Se puso ropa interior
limpia, la última que le quedaba, el traje tendría que ser el mismo, para una
misión de apenas cinco días no necesitaba más. Miró el reloj, eran casi las
nueve. Fue a la cocina, calentó agua para el té, introdujo dentro el lúgubre
saquito de papel y esperó los minutos que las instrucciones de uso recomiendan.
Las pastas parecían hechas de granito con azúcar. Las mordía con fuerza,
reduciéndolas a trozos fáciles de masticar, después lentamente los deshacía.
Bebía el té a pequeños sorbos, él prefería el verde, pero tenía que contentarse
con éste, negro y casi sin sabor de tan viejo y pasado, ya eran demasiados los
lujos que la providencial, s.a., seguros & reaseguros, condescendía en
facultar a sus huéspedes de paso. Las palabras del ministro le resonaban
sarcásticas en los oídos, Los cinco días que le di para la investigación
todavía no han terminado, hasta entonces pasee, distráigase, vaya al cine, el
ministerio paga, y se preguntaba qué sucedería después, lo harían regresar a la
central, alegando incapacidad para el servicio activo lo sentarían ante una
mesa para ordenar papeles, un comisario rebajado a la condición de chupatintas,
ése sería su destino, o lo jubilaban compulsivamente y se olvidaban de él hasta
que volvieran a pronunciar su nombre cuando muriera y tuviera que ser tachado
del registro de personal. Acabó de comer, tiró el saquito de papel húmedo y frío
al cubo de la basura, lavó la taza y, con el cuchillo en la mano, recogió las migas
que quedaban en la mesa. Actuaba con concentración para mantener los
pensamientos a distancia, para dejarlos pasar sólo de uno en uno, después de
haberles preguntado qué llevaban dentro, es que con los pensamientos todo
cuidado es poco, algunos se nos presentan con un aire de inocencia hipócrita y
luego, pero ya demasiado tarde, manifiestan lo malvados que son. Miró otra vez
el reloj, las diez menos cuarto, cómo pasa el tiempo. De la cocina fue a la
sala, se sentó en un sofá y esperó. Se despertó con el ruido de la cerradura.
El inspector y el agente regresaban, se veía que ambos llegaban bien comidos y
bien bebidos, aunque sin ninguna recriminable exageración. Dieron las buenas
noches, después el inspector, en nombre de los dos, se disculpó por haber llegado
un poco tarde. El comisario miró el reloj, pasaban de las once, No es tarde,
dijo, lo que sucede es que mañana se van a tener que levantar más temprano de
lo que probablemente pensaban, Tenemos otro servicio, preguntó el inspector, colocando
un paquete sobre la mesa, Si así se puede llamar. El comisario hizo una pausa,
volvió a mirar el reloj y prosiguió, A las nueve de la mañana tendréis que
estar en el puesto militar seis-norte con todos vuestros efectos personales,
Para qué, preguntó el agente, Habéis sido apartados del servicio de
investigación que nos trajo aquí, Es una decisión suya, comisario, preguntó el
inspector con expresión seria, Es una decisión del ministro, Por qué, No me lo
ha dicho, pero no os preocupéis, estoy seguro de que no tienen nada contra
vosotros, os harán cantidad de preguntas, pero ya sabréis cómo responder, Quiere
eso decir que usted no viene con nosotros, preguntó el agente, Sí, yo me quedo,
Va a seguir usted solo con la investigación, La investigación está cerrada, Sin
resultados concretos, Ni concretos ni abstractos, Entonces no entiendo por qué
no nos acompaña, dijo el inspector, Orden del ministro, permaneceré aquí hasta
terminar el plazo de cinco días que él marcó, por tanto hasta el jueves, Y
después, Quizá os lo diga cuando interrogue, Interrogar sobre qué, Sobre cómo
ha transcurrido la investigación, sobre cómo la he conducido, Pero si nos acaba
de decir que la investigación ha sido cerrada, Sí, pero también es posible que
prosiga por otros caminos, aunque no conmigo, No entiendo nada, dijo el agente.
El comisario se levantó, entró en el dormitorio y regresó con un mapa que
desplegó sobre la mesa, para lo que tuvo que apartar el paquete a un lado. El
puesto seis-norte está aquí, dijo
poniendo un dedo encima, no se equivoquen, les estará esperando un hombre que
el ministro dice que tiene más o menos mi edad, pero es bastante más joven, lo
identificarán por la corbata que lleva, azul con pintas blancas, cuando ayer me
encontré con él fue necesario que intercambiáramos santo y seña, esta vez
supongo que no es necesario, por lo menos el ministro no me ha dicho nada sobre
eso, No comprendo, dijo el inspector, Pues está claro, ayudó el agente, vamos
al puesto seis-norte, Lo que no comprendo no es eso, lo que no comprendo es por
qué nosotros nos vamos y el comisario se queda, El ministro tendrá sus razones,
Los ministros las tienen siempre, Y nunca las explican. El comisario intervino,
No os canséis discutiendo, la mejor actitud es la de no pedir explicaciones y,
en el improbable caso de que las den, dudar de ellas, casi siempre son mentira.
Dobló el mapa cuidadosamente y, como si se le acabara de ocurrir, dijo, Os
lleváis el coche, También se va a quedar sin coche, preguntó el inspector, En
la ciudad no faltan autobuses y taxis, además caminar es bueno para la salud,
Cada vez entiendo menos, No hay nada que entender, querido inspector, recibo
órdenes y las cumplo, y vosotros os tenéis que limitar a hacer lo mismo,
análisis y consideraciones no alteran ni un milímetro esta realidad. El
inspector empujó el paquete hacia delante, Traíamos esto, dijo, Qué hay dentro,
Lo que nos dejaron aquí para desayunar es tan malo que decidimos comprar unos
bollos diferentes, tiernos, un poco de queso, mantequilla de la buena, fiambre
y pan de molde, Pues os lo lleváis, o lo dejáis, dijo el comisario sonriendo,
Mañana, si está de acuerdo, desayunaremos juntos y lo que sobre se queda,
sonrió también el inspector. Todos habían sonreído, el agente acompañando a los
otros, y ahora estaban serios los tres y no sabían qué decir. Por fin el
comisario se despidió, Me voy a acostar, dormí mal la noche pasada, el día ha
sido agitado, comenzó con eso del puesto seis-norte, Eso qué, comisario,
preguntó el inspector, no sabemos nada del puesto seis-norte, Sí, no os
informé, no tuve ocasión, por orden del ministro fui a entregarle la fotografía
del grupo al hombre de la corbata azul con pintas blancas, el mismo con el que
os encontraréis mañana, Y para qué quiere el ministro la fotografía, Usando sus
propias palabras, a su tiempo lo sabremos, Me huele a chamusquina. El comisario
asintió con la cabeza, como quien concuerda, y siguió, Después quiso la
casualidad que me encontrara en la calle a la mujer del médico, almorcé con
ellos en su casa y para rematar tuve una conversación con el ministro, A pesar
de toda la estima que sentimos por usted, dijo el inspector, hay una cosa que
jamás le perdonaremos, hablo en nombre de los dos porque ya lo habíamos
comentado antes, De qué se trata, No ha querido nunca que fuésemos a casa de
esa mujer, Tú llegaste a entrar, Sí, para ser inmediatamente despachado, Es
verdad, reconoció el comisario, Por qué, Porque tuve miedo, Miedo de qué, no
somos ningunas fieras, Miedo de que la obsesión de descubrir a un culpable a
toda costa os impidiese ver realmente a la persona que teníais delante, Tan
poca confianza le merecemos, señor comisario, No se trata de una cuestión de
confianza, de tenerla o no tenerla, era más bien como si hubiera descubierto un
tesoro y quisiera guardarlo para mí solo, no, qué ocurrencia, no se trata de
una cuestión de sentimientos, no es lo que probablemente estáis pensando, es
que llegué a tener miedo por la seguridad de la mujer, pensé que cuantas menos
personas la interrogásemos, más segura estaría, Con palabras más simples y
dando menos vueltas a la lengua, con perdón por el atrevimiento, dijo el
agente, no ha tenido. confianza en nosotros, Sí, es cierto, lo confieso, me ha
faltado confianza, No necesita pedir que le perdonemos, dijo el inspector, de
antemano está disculpado, sobre todo porque es posible que tenga razón en sus
temores, es posible que lo hubiéramos estropeado todo, habríamos entrado como
un par de elefantes en una cacharrería. El comisario abrió el paquete, sacó dos
rebanadas de pan de molde, metió entre ellas dos lonchas de fiambre y sonrió
justificándose, Confieso que tengo hambre, sólo he tomado un té y casi me he
partido los dientes con esas malditas pastas. El agente fue a la cocina y trajo
una lata de cerveza y un vaso, Aquí tiene, señor comisario, así el pan pasará
mejor. El comisario se sentó a masticar deleitándose con el sándwich de fiambre,
se bebió la cerveza como si se lavara el alma y cuando terminó, dijo, Ahora sí,
voy a acostarme, dormid bien, gracias por la cena. Se encaminó hasta la puerta
que daba al dormitorio, ahí se detuvo y se volvió, Os voy a echar de menos.
Hizo una pausa y añadió, No os olvidéis de lo que os dije antes de cenar, A qué
se refiere, comisario, preguntó el inspector, Que tengo el presentimiento de
que vais a necesitaros el uno al otro, no os dejéis engañar con hablas mansas
ni con promesas de ascenso rápido en la carrera, el responsable del resultado
de la investigación soy yo y nadie más, no me traicionaréis cuando digáis la
verdad, pero negaros a repetir mentiras en nombre de una verdad que no sea la
vuestra, Sí señor comisario, prometió el inspector, Que os ayudéis mutuamente,
dijo el comisario, y después, Es todo lo que os puedo desear, y todo cuanto os
pido.
El comisario no quiso aprovecharse de la pródiga munificencia
del ministro del interior. No fue a buscarse distracción a teatros o cines, no
visitó museos, cuando salía de la providencial, s.a., seguros & reaseguros,
era sólo para almorzar y cenar y, después de pagar la cuenta, siempre dejaba
las facturas sobre la mesa con la propina. No volvió a casa del médico ni al
jardín donde hizo las paces con el perro de las lágrimas, Constante es su
nombre oficial, y donde, ojos en los ojos, espíritu con espíritu, departió con
su dueña sobre culpa e inocencia. Tampoco fue a espiar las idas y venidas de la
chica de las gafas oscuras y del viejo de la venda negra, o a la divorciada del
que fuera el primer ciego. En cuanto a éste, autor de la repugnante carta de
denuncia y hacedor de desgracias, no tenía la menor duda, cruzaría de acera si
me lo encontrara, pensó. El resto del tiempo, horas y horas seguidas, mañana,
tarde y noche, lo pasaba sentado al lado del teléfono, esperando, e incluso
cuando dormía, el oído velaba. Estaba seguro de que el ministro acabaría
llamando por teléfono, de lo contrario no se entendería por qué quiso agotar,
hasta los últimos minutos, o, con más propiedad significativa, hasta las
últimas heces, los cinco días de plazo marcados para la investigación. Lo más
lógico hubiera sido que le ordenaran regresar al servicio para allí ajustar las
cuentas pendientes, jubilación apremiante o destitución, pero la experiencia le
había demostrado que lo lógico era demasiado simple para la sinuosa mente del
ministro del interior. Recordaba las palabras del inspector, vulgares, pero
expresivas, Me huele a chamusquina, dijo él cuando le habló de la fotografía
que tuvo que entregar al hombre de la corbata azul con pintas blancas en el
puesto militar seis-norte, y pensaba que lo esencial de esta cuestión debería
encontrarse realmente ahí, en la fotografía, pese a que no era capaz de
imaginar de qué manera ni para qué. En esta espera lenta que tenía sus límites
a la vista, que no sería, como es habitual decir cuando se quiere enriquecer la
expresión, interminable, y con estos pensamientos, que muchas veces no eran
nada más que una continuada e irreprimible somnolencia de la que la conciencia
medio vigilante lo arrancaba de vez en cuando con sobresalto, pasaron los tres días
que faltaban para que se completara el plazo, martes, miércoles, jueves, tres
hojas de calendario a las que les costaba desprenderse de la costura de la
medianoche y que después se quedaban como pegadas a los dedos, transformadas en
una masa pegajosa e informe de tiempo, en una pared blanda que se le resistía y
al mismo tiempo lo aspiraba. Finalmente el miércoles, a las once y media de la
noche, el ministro del interior telefoneó. No saludó, no dio las buenas noches,
no le preguntó al comisario cómo se encontraba de salud, cómo se las componía
con la soledad, no le dijo si ya había interrogado al inspector y al agente,
juntos o separados, en amena conversación o con severas amenazas, sólo sugirió
como de paso, como si no viniera a propósito, Supongo que le interesará leer
los periódicos de mañana, Los leo todos los días, señor ministro, Le felicito,
es un hombre informado, de cualquier manera le recomiendo vivamente que no deje
de leer los de mañana, le van a gustar, Así lo haré, señor ministro, Y vea
también el informativo de televisión, no se lo pierda por nada del mundo, No
tenemos televisión en la providencial, s.a., señor ministro, Es una pena, sin
embargo me parece bien, para que no se le distraiga el cerebro de los arduos
problemas de investigación que tiene encargados, en todo caso le recuerdo que
podrá verlo en casa de cualquiera de sus recientes amigos, propóngales que se reúna
todo el grupo y disfruten con el espectáculo. El comisario no respondió. Podría
haberle preguntado cuál sería su situación disciplinaria a partir del día
siguiente, pero prefirió callarse, si era verdad que su suerte estaba en manos
del ministro, que fuese él quien pronunciara la sentencia, además tenía la
certeza de que recibiría una frase seca como respuesta, del tipo No tenga
prisa, mañana lo sabrá. En este momento el comisario tuvo conciencia de que el
silencio estaba durando más de lo que se puede considerar natural en un diálogo
telefónico, donde las pausas o descansos entre las frases son, por lo general,
breves o brevísimos. No había reaccionado ante la malintencionada sugerencia
del ministro del interior y daba la impresión de que no le hubiera molestado.
Dijo cautelosamente, Señor ministro. Los impulsos eléctricos condujeron las dos
palabras a lo largo de la línea, pero del otro lado no llegó señal de vida.
Albatros había cortado. El comisario colgó el teléfono y salió del dormitorio.
Fue a la cocina, se bebió un vaso de agua, no era la primera vez que se daba
cuenta de que hablar con el ministro del interior le causaba una sed casi
angustiosa, era como si durante el tiempo de la conversación se hubiera estado
quemando por dentro y ahora acudiese a apagar su propio incendio. Se sentó en el
sofá de la sala, pero no se quedó mucho tiempo, el casi letargo en que viviera
estos tres días había desaparecido, se esfumó con la primera palabra del ministro,
ahora las cosas, esa vaguedad a que solemos dar el genérico y perezoso nombre
de cosas cuando necesitaríamos demasiado tiempo y ocuparía demasiado espacio
explicarlas o simplemente enunciarlas, iban precipitándose y no se detendrían
hasta el final, qué final, cuándo, cómo, dónde. De algo estaba seguro, no era
necesario llamarse maigret, poirot o sherlock holmes para saber qué iban a
publicar los periódicos al día siguiente. Su espera había acabado, el ministro
del interior no le volvería a telefonear, la orden que hubiese dado llegaría a
través de un secretario o directamente del comando de la policía, cinco días y
cinco noches, no más, fueron suficientes para pasar de comisario encargado de
una difícil investigación a juguete roto que se tira a la basura. Entonces
pensó que tenía una obligación que cumplir. Buscó el nombre en la guía de teléfonos,
confrontó mentalmente la dirección y marcó el número. Le respondió la mujer del
médico, Diga, Buenas noches, soy yo, el comisario, perdone que llame a esta
hora de la noche, No tiene importancia, nunca nos vamos a la cama temprano,
Recuerda que le dije, cuando hablamos en el jardín, que el ministro del
interior me había exigido la foto de su grupo, Sí, lo recuerdo, Pues tengo
razones para pensar que esa fotografía va a ser publicada mañana en los
periódicos y mostrada en televisión, No le pregunto por qué, aunque recuerdo
que me dijo que el ministro no la querría para nada bueno, Sí, de todos modos
no esperaba que la utilizara de esta forma, Y qué pretenderá, Mañana veremos lo
que dicen los periódicos además de publicar la fotografía, pero supongo que la
van a estigmatizar ante la opinión pública, Por no haberme quedado ciega hace
cuatro años, Bien sabe que para el ministro es altamente sospechoso que no
cegara cuando todo el mundo estaba perdiendo la visión, ahora ese hecho resulta
más que suficiente, desde ese punto de vista, para considerarla responsable, en
todo o en parte, de lo que está sucediendo, Se refiere al voto en blanco, Sí,
al voto en blanco, Es absurdo, es completamente absurdo, He aprendido en este
oficio que los que mandan no sólo no se detienen ante lo que nosotros llamamos
absurdos, sino que se sirven de ellos para entorpecer la consciencia y
aniquilar la razón, Qué le parece que debemos hacer, Desaparezcan, escóndanse,
pero nunca en casa de sus amigos, ahí no estarán seguros, no tardarán en
ponerlos bajo vigilancia, si es que no lo están ya, Tiene razón, pero, sea como
sea, nunca nos permitiríamos poner en riesgo la seguridad de una persona que
decidiera acogernos, ahora mismo, por ejemplo, estoy pensando si no habrá hecho
mal en llamarnos por teléfono, No se preocupe, esta línea es segura, no hay
muchas en el país tan seguras como ésta, Señor comisario, Dígame, Hay una
pregunta que me gustaría hacerle, aunque no sé si me atrevo, Pregunte, no lo
dude, Por qué hace esto por nosotros, por qué nos ayuda, Simplemente por una pequeña
frase que encontré en un libro, hace muchos años, y de la que me había
olvidado, pero que ha regresado a mi memoria en estos días, Qué frase, Nacemos,
y en ese momento es como si hubiéramos firmado un pacto para toda la vida, pero
puede llegar el día en que nos preguntemos Quién ha firmado esto por mí, Realmente
son unas hermosas palabras, de esas que hacen pensar, cómo se llama el libro,
Confieso, con vergüenza, que soy incapaz de recordarlo, Déjelo, aunque no pueda
recordar nada más, ni siquiera el título, Ni siquiera el nombre del autor, Esas
palabras que, probablemente, tal como se le presentaron, nadie las había dicho
antes, esas palabras han tenido la fortuna de no perderse unas de las otras,
han tenido quien las reuniera, quién sabe si este mundo no sería un poco más
decente si supiéramos cómo juntar unas cuantas palabras que andan por ahí sueltas,
Dudo de que alguna vez las pobres abandonadas se encuentren, También yo, pero
soñar es barato, no cuesta dinero, Vamos a ver lo que dicen mañana los
periódicos, Vamos a ver, estoy preparada para lo peor, Traiga lo que traiga el
futuro inmediato, piense en lo que le he dicho, escóndanse, desaparezcan,
Hablaré con mi marido, Ojalá él la convenza, Buenas noches, y gracias por todo,
No hay nada que agradecer, Tenga cuidado. Después de colgar el teléfono, el
comisario se preguntó si no habría sido una estupidez afirmar, como si fuese
cosa suya, que la línea era segura, que en todo el país no existían muchas tan
seguras como ésta. Se encogió de hombros y murmuró, Qué más da, nada es seguro,
nadie está seguro.
No
durmió bien, soñó con una nube de palabras que huían y se dispersaban mientras
él las iba persiguiendo con una red de atrapar mariposas y les rogaba Deteneos,
por favor, no os mováis, esperadme. Entonces, de repente, las palabras se
detuvieron y se juntaron, se amontonaron unas sobre otras como un enjambre de
abejas a la espera de una colmena donde dejarse caer, y él, con una exclamación
de alegría, lanzó la red. Había atrapado un periódico. Fue un sueño malo, pero
peor sería si albatros hubiera regresado para picotear los ojos de la mujer del
médico. Se despertó temprano. Se arregló sumariamente y bajó. Ya no pasaba por
el garaje, por la puerta de los caballeros, ahora salía por el portal común, el
de los peatones, saludaba al portero con un gesto de cabeza cuando lo veía
dentro de su nicho, le decía una palabra si lo encontraba fuera, más, no era
necesario, de algún modo estaba allí de prestado, él, no el portero. Las
farolas de las calles todavía estaban encendidas, las tiendas tardarían más de
dos horas en abrir. Buscó y encontró un quiosco de prensa, de los grandes, de
los que reciben todos los periódicos, y ahí se quedó a la espera. Felizmente no
llovía. Las farolas se apagaron dejando la ciudad inmersa durante unos momentos
en una última y breve oscuridad, en seguida disipada cuando los ojos se acomodaron
a la mudanza y la azulada claridad de la primera mañana bajó a las calles. La
furgoneta de reparto llegó, descargó los paquetes y siguió su ruta. El
quiosquero comenzó a abrirlos y a ordenar los periódicos según la cantidad de
ejemplares recibidos, de izquierda a derecha, de mayor a menor. El comisario se
aproximó, dio los buenos días, dijo, Deme uno de cada. Mientras el quiosquero
los introducía en una bolsa de plástico, echó una mirada a las primeras páginas
expuestas en fila, con excepción de los dos últimos, todos los demás traían la
fotografía en primera bajo enormes titulares. La mañana comenzaba bien para el
quiosco, un cliente curioso y con posibles, y el resto del día, ya lo
adelantamos, no iba a ser diferente, todos los periódicos se van a vender, con
la excepción de los dos montoncitos de la derecha, de donde no saldrán nada más
que los habituales. El comisario ya no estaba allí, salió corriendo para tomar
un taxi que apareció por la esquina próxima, y ahora, nerviosamente, tras dar
la dirección de la providencial, s.a., y pedir disculpas por la brevedad del
trayecto, sacaba los diarios de la bolsa, los desdoblaba, además de la
fotografía del grupo, con una flecha que señalaba a la mujer del médico, al lado,
dentro de un círculo, se mostraba una ampliación de su cara. Y los títulos
eran, en negro y rojo, Descubierto finalmente el rostro de la conspiración, Esta
mujer no cegó hace cuatro años, Resuelto el enigma del voto en blanco, La
investigación policial da los primeros frutos. La todavía escasa luz y la trepidación
del coche sobre el empedrado de la calzada no permitían la lectura de la letra
pequeña. En menos de cinco minutos el taxi paraba ante la puerta del edificio.
El comisario pagó, dejó la vuelta en la mano del taxista y entró rápidamente. Como
un soplo pasó ante el portero sin dirigirle la palabra, se metió en el
ascensor, el nerviosismo casi le hace mover los pies de impaciencia, vamos,
vamos, pero la máquina, que llevaba toda la vida subiendo y bajando gente,
oyendo conversaciones, monólogos inacabados, fragmentos de canciones mal tatareadas,
algún incontenible suspiro, algún perturbador murmullo, hacía como que no iba
con ella, tanto tiempo para subir, tanto tiempo para bajar, como el destino, si
tiene mucha prisa, vaya por la escalera. El comisario metió por fin la llave en
la puerta de la providencial, s.a., seguros & reaseguros, encendió la luz y
se precipitó hacia la mesa donde extendiera el mapa de la ciudad y donde tomó
el último desayuno con sus auxiliares ausentes. Le temblaban las manos. Forzándose
a ir despacio, a no saltarse líneas, yendo palabra por palabra, leyó una tras
otra las noticias de los cuatro periódicos que publicaban la fotografía. Con
pequeños arreglos de estilo, con ligeras diferencias de vocabulario, la información
e igual en todos y sobre ella podría calcularse una especie de media aritmética
que se ajustaría a la perfección a la fuente original, elaborada por los
asesores de escritura del ministro del interior. La prosa primitiva rezaría más
o menos así, Cuando pensábamos que el gobierno había dejado entregado a la acción
del tiempo, a ese tiempo que todo lo desgasta y todo lo reduce, el trabajo de
circunscribir y secar el tumor maligno inopinadamente nacido en la capital del
país bajo la abstrusa y aberrante forma de una votación en blanco que, como
nuestros lectores conocen, sobrepasó ampliamente la de todos los partidos políticos
democráticos juntos, he aquí que llega a nuestra redacción la más inesperada y
grata de las noticias. El genio investigador y la persistencia del instinto
policial, sustanciados en las personas de un comisario, de un inspector y de un
agente de segundo grado, cuyos nombres, por razones de seguridad, no estamos
autorizados a revelar, lograron sacar a la luz lo que es, con alta probabilidad,
la cabeza de la tenia cuyos anillos ha mantenido paralizada, atrofiándola peligrosamente,
la conciencia cívica de la mayoría de los habitantes de esta ciudad en edad de
votar. Cierta mujer, casada con un médico oftalmólogo y que, asombro entre los
asombros, fue, según testigos dignos de suficiente crédito, la única persona
que hace cuatro años escapó a la terrible epidemia que hizo de nuestra patria
un país de ciegos, esa mujer está considerada por la policía como la presunta
culpable de la nueva ceguera, esta vez felizmente limitada al ámbito de la
capital, que ha introducido en la vida política y en nuestro sistema
democrático el más peligroso germen de perversión y corrupción. Sólo un cerebro
diabólico, como el que tuvieron en el
pasado los mayores criminales de la humanidad, podría haber concebido lo que,
según fuente fidedigna, mereció de su excelencia el señor presidente de la
república el expresivo calificativo de torpedo disparado bajo la línea de
flotación contra la majestuosa nave de la democracia. Así es. Si llega a probarse,
sin el más ligero resquicio de duda, como todo indica, que la tal mujer del
médico es culpable, los ciudadanos respetuosos del orden y del derecho tendrán
que exigir que el máximo rigor de la justicia caiga sobre su cabeza. Y véase
cómo son las cosas. Esta mujer, que, dada la singularidad de su caso de hace
cuatro años, podría constituir un importantísimo elemento de estudio para
nuestra comunidad científica, y que, como tal sería merecedora de un lugar
relevante en el historial clínico de la especialidad de oftalmología, está
ahora sujeta a la execración pública como enemiga de su patria y de su pueblo. Sin
duda se puede afirmar que más le habría valido quedarse ciega.
La
última frase, claramente amenazadora, sonaba ya como una condena, lo mismo que
si se hubiera escrito Más le valía no haber nacido. El primer impulso del
comisario fue telefonear a la mujer del médico, preguntarle si ya había leído
los periódicos, reconfortarla en lo poco que fuera posible, pero lo retuvo la
idea de que las probabilidades de que el teléfono de ella estuviera intervenido
pasaban a ser, de la noche a la mañana, del cien por cien. En cuanto a los
teléfonos de la providencial, s.a., el rojo o el gris, de ésos no valía la pena
hablar, están directamente conectados a la red privada del estado. Hojeó los
otros dos periódicos, no traían ni una palabra sobre el asunto. Qué debo hacer
ahora, se preguntó en voz alta. Volvió a la noticia, la releyó, encontró
extraño que no se identificara a las personas que aparecían en la imagen, especialmente
a la mujer del médico y al marido. Fue entonces cuando se percató del pie de
foto, redactado en estos términos, La sospechosa está señalada con una flecha.
Al parecer, aunque este dato no haya sido todavía totalmente confirmado, la
mujer del médico mantuvo al grupo bajo su protección durante la epidemia de
ceguera. Según fuentes oficiales la identificación completa de estas personas
se encuentra en fase adelantada y deberá hacerse pública mañana. El comisario
murmuró, Deben de estar indagando dónde vive el niño, como si eso les sirviese
de algo. Después, reflexionando, A primera vista la publicación de la fotografía,
sin venir acompañada de otras medidas, no parece tener ningún sentido, Puesto
que da a todos ellos, como yo mismo les aconsejé, una ocasión para desaparecer
del paisaje, pero el ministro adora el espectáculo, una caza del hombre bien
llevada le dará más peso político, más influencia en el gobierno y en el partido,
en cuanto a las otras medidas, lo más probable es que las casas de esa gente
estén siendo vigiladas durante las veinticuatro horas del día, el ministerio ha
tenido tiempo suficiente para infiltrar agentes en la ciudad y montar los respectivos
dispositivos. Pero nada de esto, por muy cierto que sea, me responde a la
pregunta Qué debo hacer ahora. Podía, telefonear al ministro del interior con
el pretexto de saber, ya que estamos en jueves, qué decisión se había tomado
sobre su situación disciplinaria, pero sería inútil, estaba seguro de que el
ministro no lo atendería, un secretario cualquiera le diría que se pusiese en
contacto con el comandante de la policía, los tiempos de compadreo entre
albatros y papagayo de mar se terminaron, señor comisario. Qué hago entonces,
volvió a preguntarse, quedarme aquí pudriéndome hasta que alguien se acuerde de
mí y mande retirar el cadáver, intentar salir de la ciudad cuando es más que
seguro que se hayan dado órdenes rigurosas en todos los puestos de frontera para
no dejarme pasar, qué hago. Miró nuevamente la fotografía, el médico y la mujer
en el centro, la chica de las gafas oscuras y el viejo de la venda negra a la
izquierda, el tipo de la carta y la mujer a la derecha, el niño estrábico de
rodillas como un jugador de fútbol, el perro sentado a los pies de la dueña.
Releyó el pie de foto, La identificación
completa deberá hacerse pública mañana, deberá hacerse pública mañana,
mañana, mañana. En ese momento una súbita decisión se apoderó de él, aunque en
el momento siguiente la cautela argumentaba que sería una locura rematada, Prudente,
decía, es no despertar al dragón que duerme, estúpido es acercarse a él cuando
está despierto. El comisario se levantó de la silla, dio dos vueltas a la sala,
volvió a la mesa donde estaban los periódicos, miró otra vez la cabeza de la
mujer del médico dentro de una circunferencia blanca que ya era como una horca,
a esta hora media ciudad lee los periódicos y la otra media se sienta delante
de la televisión para oír lo que dice el locutor del primer informativo o
escucha la voz de la radio avisando que el nombre de la mujer se hará público
mañana, y no sólo el nombre, también la dirección, para que toda la ciudad
quede sabiendo dónde anida la maldad. Entonces el comisario fue a por la
máquina de escribir y se la trajo a esta mesa. Cerró los diarios, los apartó
hacia un lado y se sentó a trabajar. El papel de que se servía tenía el
membrete de la providencial, s.a., seguros & reaseguros, y podría, no
mañana, aunque sí pasado mañana, ser presentado por la acusación del estado
como prueba de su segunda culpabilidad, es decir, utilizar para uso privado
material de la administración pública, con las circunstancias agravantes de la
naturaleza reservada de ese material y de las características conspiradoras de
su utilización. Lo que el comisario estaba escribiendo era nada más y nada menos
que un relato pormenorizado de los acontecimientos de los últimos cinco días,
desde la madrugada del sábado, cuando con sus dos auxiliares atravesó
clandestinamente el bloqueo de la capital, hasta el día de hoy, hasta este momento
en que le escribo. Como es obvio, la providencial, s.a., está pertrechada de
fotocopiadora, pero al comisario no le parece de buena educación entregarle a alguien
una carta original y a una segunda persona una simple y descalificada copia,
por mucho que las modernas técnicas de reprografía nos aseguren que ni los ojos
de un halcón notarían la diferencia entre una y otra. El comisario pertenece a
la generación más antigua de las que todavía comen pan en este mundo, conserva
por eso un resto de respeto por las formas, lo que significa que, terminada la
primera carta, comenzó, atentamente, a copiarla en una nueva hoja de papel.
Copia va a ser, sin duda, pero no de la misma manera. Terminado el trabajo,
dobló e introdujo cada carta en su sobre, igualmente timbrado, los cerró y escribió
las direcciones respectivas. Es cierto que las va a entregar en mano, pero sus
destinatarios comprenderán, nada más que por la discreta elegancia del gesto, que
las cartas que les están llegando de la firma providencial, s.a., seguros &
reaseguros, tratan de asuntos importantes y merecedores de toda la atención
informativa.
Ahora
el comisario va a salir otra vez. Se guardó las dos cartas en los bolsillos
interiores de la chaqueta, se puso la gabardina, aunque el tiempo está de lo
más apacible que se puede desear para estas alturas del año, según se puede
comprobar abriendo la ventana y viendo las espaciadas y lentas nubes blancas
que pasan allá arriba. Es posible que otra fuerte razón le haya pesado, la
gabardina, sobre todo en la modalidad trinchera, con cinturón, es una especie
de señal distintiva de los detectives de la era clásica, por lo menos desde que
raymond chandler creó la figura de marlowe, hasta tal punto de que si se ve
pasar a un sujeto que lleva bajadas las alas del sombrero y subidas las solapas
de la gabardina se puede jurar de inmediato que por ahí va humphrey bogart
lanzando su mirada penetrante entre la fimbria de la solapa y la fimbria del
sombrero, ciencia esta al alcance de cualquier lector de novelas policiacas,
apartado muerte. Este comisario no usa sombrero, lleva la cabeza descubierta,
así lo ha determinado el uso de una modernidad que aborrece lo pintoresco y,
como se suele decir, tira a matar antes de preguntar si todavía estás vivo. Ya
ha bajado en el ascensor, ya ha pasado ante el portero que le hizo un gesto
desde su nicho, y ahora está en la calle para cumplir los tres objetivos de la
mañana, a saber, tomarse el tardío desayuno, pasar por la calle donde vive la
mujer del médico y llevar las cartas a sus destinos. El primero lo resuelve en
esta cafetería, un café con leche, unas tostadas con mantequilla, no tan
blandas y untuosas como la las del otro día, pero no hay que extrañarse, la
vida es así, unas cosas se ganan, otras se pierden, y para las tostadas con
mantequilla ya quedan pocos cultivadores, tanto en lo que respecta a la
preparación como al consumo. Perdonadas le sean estas banalísimas
consideraciones gastronómicas a un hombre que lleva una bomba en el bolsillo. Ya
ha terminado, ya ha pagado, ahora camina con pasos enérgicos hacia el segundo
objetivo. Tardó casi veinte minutos en llegar. Ablandó el paso cuando entró en
la calle, adoptó el aire de quien va de paseo, sabe que si hay policías
vigilando lo más probable es que lo reconozcan, pero eso no le importa. Si
alguno de éstos llega a informar de que ha visto a su jefe directo, y si ése
pasa la información al superior inmediato, y éste al director de la policía, y
éste al ministro del interior, es más que sabido que albatros graznará con su
tono de voz más cortante, No merece la pena que me cuenten lo que ya sé, díganme
lo que necesito saber, qué está tramando ese comisario de mala muerte. La calle
está más concurrida que de costumbre. Hay pequeños grupos frente al edificio
donde vive la mujer del médico, son personas del barrio que, movidas por un
fisgoneo en ciertos casos inocente, aunque de mal augurio en otros, se
acercaron, periódico en mano, al lugar donde habita la acusada, a quien más o menos
conocen de vista o de ocasional trato, dándose la inevitable coincidencia de
que en los ojos de algunas de esas personas ha empleado su saber el marido
oftalmólogo. El comisario ya ha localizado a los vigías, uno de ellos se ha
unido a uno de los grupos más numerosos, el otro, apoyado con simulada indolencia
en la pared, lee una revista de deportes como si para él no existiera, en el
mundo de las letras, nada más importante. Que esté leyendo una revista y no un
periódico tiene fácil explicación, una revista, siendo protección suficiente,
roba mucho menos espacio al campo visual del vigilante y se guarda sin
problemas en el bolsillo si de repente es necesario seguir a alguien. Los
policías saben estas cosas, se las enseñan desde pequeñitos. Ora bien, sucede
que estos de aquí no están al corriente de las tormentosas relaciones entre el
comisario que se acerca y el ministerio de que dependen, por eso piensan que él
también forma parte de la operación y pretende comprobar si todo marcha de
acuerdo con los planes. No es de extrañar. Aunque en ciertos niveles
corporativos ya se haya comenzado a murmurar que el ministro no está satisfecho
con el trabajo del comisario, y la prueba es que ha mandado regresar a los
ayudantes, dejándolo a él en barbecho, otros dicen stand-by, la murmuración
todavía no ha llegado a las capas inferiores a las que pertenecen estos
agentes. Hay que aclarar, antes de que se olvide, que los susodichos
murmuradores no tienen ninguna idea precisa acerca del trabajo del comisario en
la capital, lo que demuestra que el inspector y el agente, allá donde se
encuentren, han mantenido la boca cerrada. Lo interesante, aunque nada
divertido, fue ver cómo los policías se aproximaban al comisario con aire
conspirador para decirle en voz baja por la comisura de la boca, Sin novedad.
El comisario asintió con la cabeza, miró las ventanas del cuarto piso y se
apartó, pensando, Mañana, cuando los nombres y las direcciones se hayan
publicado, habrá aquí mucha más gente. Vio Pasar un taxi libre y lo llamó.
Entró, dio los buenos días y, sacándose los sobres del bolsillo, le leyó las direcciones
al taxista y le preguntó, Cuál queda más cerca, La segunda, Lléveme entonces
allí, por favor. En el asiento de al lado del conductor había un periódico
doblado, el que sobre la noticia, con letras de sangre, llevaba el impactante
título de Descubierto finalmente el rostro de la conspiración. El comisario
tuvo la tentación de preguntarle al taxista cuál era su opinión sobre la
sensacional noticia publicada en los periódicos de hoy, pero desistió de la
idea con miedo a que un tono de voz inquisitorio en exceso delatase su oficio,
A esto se llama, pensó, padecer una excesiva conciencia de la propia
deformación profesional. Fue el conductor quien entró en materia, No sé lo que
usted piensa, pero esta historia de la
mujer que dicen que no se quedó ciega me parece una trola de marca mayor inventada
para vender periódicos, si yo me quedé ciego, si todos nos quedamos ciegos,
cómo esa mujer siguió viendo, es una patraña que no cabe en ninguna cabeza, Y
dicen que ella es la causante del voto en blanco, Ésa es otra, una mujer es una
mujer, no se mete en esas cosas, todavía si fuese un hombre, vaya que vaya,
podría ser, pero una mujer, pffff, veremos cómo termina todo esto, Cuando a la historia
se le acabe el jugo, inventarán otra, es lo que pasa siempre, usted no sabe lo
que se aprende agarrado a este volante, y todavía le digo una cosa más, Diga,
diga, Al contrario de lo que la gente cree, el espejo retrovisor no sirve sólo
para controlar los coches que vienen detrás, también sirve para ver el alma de
los pasajeros, apuesto a que nunca lo había pensado, Me deja asombrado,
realmente no lo había pensado nunca, Pues es como se lo digo, este volante
enseña mucho. Después de semejante revelación el comisario creyó más prudente dejar
el dialogo. Sólo cuando el taxista paró el coche y dijo, Aquí estamos, se animó
a preguntar si eso del espejo retrovisor y del alma se aplicaba a todos los
vehículos y a todos los conductores, pero el taxista fue perentorio, Sólo en
los taxis, señor mío, sólo en los taxis.
El
comisario entró en el edificio, se dirigió al mostrador de recepción y dijo,
Buenos días, represento a la firma la providencial, s.a., seguros &
reaseguros, desearía hablar con el director, Si el asunto es de seguros, creo
que sería preferible que hablara con un administrador, En principio, si, tiene
razón, pero lo que me trae aquí no es de naturaleza técnica, de manera que sería
mejor que hablara con el director, El director no está, supongo que llegará a media
tarde, Con quién le parece entonces que debo hablar, cuál es la persona más
indicada, Creo que con el redactor jefe, Siendo así, haga el favor de
anunciarme, recuerde, la firma providencial, s.a., seguros & reaseguros, Me
dice su nombre, Providencial bastará, Ah, comprendo, la firma tiene su nombre,
Exactamente. El recepcionista hizo la llamada, explicó el caso y dijo, tras
haber colgado el teléfono, Ya vienen a buscarlo, señor Providencial. Pocos
minutos después apareció una mujer, Soy la secretaria del redactor jefe, quiere
hacer el favor de acompañarme. La siguió por un pasillo, iba calmo, tranquilo,
pero, de súbito, sin preverlo, la consciencia
del temerario paso que estaba a punto de dar le cortó la respiración como si
hubiese sido golpeado de lleno en el diafragma. Todavía podía dar marcha atrás,
mascullar una disculpa cualquiera, qué fastidio, he olvidado un documento
importante si el que no seré capaz de hablar con el redactor jefe, pero no era
verdad, el documento estaba en el bolsillo interior de la chaqueta, el vino
está servido, comisario, ahora no te queda más remedio que bebértelo. La
secretaria lo hizo pasar a una salita modestamente amueblada, unos sillones
usados traídos a este lugar para
terminar en razonable paz su larga vida, sobre una mesa unos cuantos
periódicos, una estantería con libros mal colocados, Puede sentarse, el
redactor jefe le pide por favor que espere un poco, en este momento está ocupado, Muy bien, dijo
el comisario, esperaré. Era su segunda oportunidad. Si saliese de allí, si
deshiciera el camino que lo ha traído hasta esta trampa, quedaría a salvo, como
si habiendo visto su propia alma en un espejo retrovisor encuentra que ésta es
una insensata, que las almas no pueden andar por ahí arrastrando a lo personas
hacia los mayores desastres, por el contrario deben apartarlas de los peligros
y comportarse bien, porque las almas, si salen del cuerpo, casi siempre están
perdidas, no saben adónde ir, no sólo detrás del volante de un taxi se aprenden
estas cosas. El comisario no salió, había llegado el tiempo de que el vino
servido, etcétera, etcétera. El redactor jefe entró, Perdone que le haya hecho
esperar tanto, pero tenía un asunto entre manos y no podía interrumpirlo, No
tiene que disculparse, soy yo quien le agradece que me reciba, Dígame entonces,
señor Providencial, en qué puedo serle útil, aunque me parece, por lo que me ha
sido dicho, que el asunto tiene que ver con la administración. El comisario se
llevó la mano al bolsillo y sacó el primer sobre, Le agradecería que leyera la
carta que contiene, Ahora, preguntó el redactor jefe, Sí, por favor, pero antes
es mi deber informarle de que no me llamo Providencial, Pero su nombre, Cuando
haya leído comprenderá. El redactor jefe rasgó el sobre, desdobló el folio, y
comenzó a leer. Suspendió la lectura en las primeras líneas, miró perplejo al
hombre que tenía delante, como preguntándole si no era más sensato dejarlo ahí.
El comisario hizo un gesto de que continuara. Hasta el final el redactor jefe
no levantó más la cabeza, muy al contrario, parecía que se iba hundiendo en
cada palabra, que no podría regresar a la superficie con la misma cara de
redactor jefe después de haber visto las pavorosas criaturas que habitan la profundidad
abisal. Era un hombre trastornado el que finalmente miró al comisario y dijo,
Disculpe la rudeza de la pregunta, quién es usted, Mi nombre está en la firma
de la carta, Sí, ya lo veo, aquí hay un nombre, pero un nombre es nada más que
una palabra, no explica quién es la persona, Preferiría no tener que decírselo,
pero comprendo perfectamente que necesite saberlo, En ese caso, dígame, No
mientras no me dé su palabra de que la carta será publicada, En ausencia del
director no estoy autorizado a asumir ese compromiso, En recepción me han dicho
que vendrá por la tarde, Así es, alrededor de las cuatro, Entonces regresaré a
esa hora, sin embargo mi obligación es avisarlo desde ya que traigo una carta
igual a ésta que entregaré a su destinatario en el caso de que el asunto no
interese aquí, Una carta dirigida a otro periódico, supongo, Sí, pero no a
ninguno de los que han publicado la fotografía, Comprendo, de todos modos no
puede tener la seguridad de que ese otro periódico esté dispuesto a aceptar los
riesgos que inevitablemente resultarán de la divulgación de los hechos que
describe, No tengo ninguna seguridad, en esta situación apuesto a dos caballos
y me arriesgo a perder con ambos, Va a arriesgar mucho más en caso de ganar,
Como ustedes, si deciden publicarla. El comisario se levanto, Vendré a las
cuatro y cuarto, Aquí tiene su carta, no habiendo todavía acuerdo entre
nosotros no puedo ni debo quedarme con ella, Gracias por haberme evitado
pedírsela. El redactor jefe se sirvió del teléfono de la salita para llamar a
la secretaria, Acompañe a este señor a la salida, dijo, y tome nota de que
regresará a las cuatro y cuarto, lo recibirá y lo acompañará al despacho del
director, Sí señor. El comisario dijo, Entonces, hasta luego, el otro
respondió, Hasta luego, estrechándose las manos. La secretaria abrió la puerta para
dejar pasar al comisario, Me sigue, señor Providencial, dijo, y ya en el
pasillo, Si me permite la observación, es la primera vez en mi vida que me
encuentro a una persona con ese apellido, ni siquiera sabía que existiera,
Ahora ya lo sabe, Debe de ser bonito llamarse Providencial, Por qué, Por eso
mismo, por ser Providencial, ésa es la mejor respuesta. Ya estaban en la
recepción, Estaré aquí a la hora acordada, dijo la secretaria, Gracias, Hasta
luego, señor Providencial, Hasta luego.
El
comisario miró el reloj, aún no era la una de la tarde, demasiado pronto para
almorzar, aparte de que no tenía apetito, el café y las tostadas con
mantequilla todavía se hacían recordar en el estómago. Tomó un taxi y pidió que
le llevara al jardín donde el lunes se encontró con la mujer del médico, que
una primera idea no tiene que ser seguida al pie de la letra por siempre jamás.
No pensaba volver al jardín, pero aquí lo tenemos. Después seguiría a pie como
un comisario de policía que anda tranquilamente haciendo su ronda, verá la
afluencia de gentío en la calle y tal vez intercambie unas cuantas impresiones
profesionales con los dos vigilantes. Atravesó el jardín, se detuvo un momento
para mirar la estatua de la mujer con el cántaro vacío, Me dejaron aquí, parecía
decir ella, y hoy no sirvo nada más que para contemplar estas aguas muertas,
hubo una época, cuando la piedra de que estoy hecha aún era blanca, en que un
manantial fluía día y noche de este cántaro, nunca me dijeron de dónde procedía
tanta agua, yo sólo estaba aquí para inclinar el cántaro, ahora ni una gota
escurre de él, y tampoco nadie ha venido a decirme por qué se acabó. El
comisario murmuró, Es como la vida, hija mía, comienza no se sabe para qué,
termina no se sabe por qué. Se mojó las puntas de los dedos de la mano derecha
y se los llevó a la boca. No pensó que el gesto pudiera tener ningún significado,
sin embargo, alguien que estuviera en el otro lado observando lo que hacía
podría jurar que había besado aquella agua que ni limpia estaba, verde de limosidades,
con cieno en el fondo del estanque, impura como la vida. El reloj no avanzaba
mucho, tenía tiempo para sentarse en una de estas sombras, pero no lo hizo.
Repitió el camino recorrido con la mujer del médico, entró en la calle, el
espectáculo era distinto, ahora apenas se podía avanzar, ya no son pequeños
grupos sino una masa que impide el tráfico de automóviles, parece que todos los
vecinos de las proximidades han salido de sus casas para presenciar alguna
anunciada aparición. El comisario reunió a los dos agentes en el portal de un
edificio y les preguntó si se había producido alguna novedad en su ausencia.
Dijeron que no, que nadie había salido, que las ventanas estuvieron siempre
cerradas, y contaron que dos personas desconocidas, un hombre y una mujer,
llamaron al cuarto piso para preguntar si los de la casa necesitaban algo, pero
desde arriba les respondieron que no y les agradecieron la amabilidad. Nada
más, preguntó el comisario, Que nosotros sepamos, nada más, respondió uno de
los agentes, el informe va a ser fácil de escribir. Lo dijo a tiempo, cortó las
alas de la imaginación del comisario, ya extendidas llevándolo escaleras
arriba, llamando a la puerta, anunciándose, Soy yo y entrando, narrando los
últimos acontecimientos, las cartas que había escrito, la conversación con el
redactor jefe del periódico, y después la mujer del médico le diría Almuerce con
nosotros, y él almorzaría, y el mundo estaría en paz. Sí, en paz, y los agentes
escribirían en el informe, Estuvo con nosotros un comisario que subió al cuarto
piso y bajó una hora después, no nos dijo nada de lo que pasó arriba, pero nos
quedamos con la impresión de que volvía almorzado. El comisario se fue a comer a
otro sitio, poco y sin ninguna atención al plato que le pusieron delante, a las
tres se encontraba otra vez en el jardín mirando la estatua de la mujer con el
cántaro inclinado como quien aún espera el milagro de la renovación de las
aguas. Pasaban de las tres y media cuando se levantó del banco donde estuvo
sentado y se fue a pie al periódico. Tenía tiempo, no necesitaba utilizar un
taxi en el que, incluso sin querer, no podría evitar mirarse en el espejo
retrovisor, lo que sabía de su alma le bastaba y cualquier otra imagen que el
espejo le devolviera no estaba seguro de que le gustara del todo. No eran las
cuatro y cuarto cuando entró en el periódico. La secretaria estaba en la recepción,
El director le espera, dijo. No añadió las palabras señor Providencial, tal vez
le hubieran dicho que el nombre no era ése y se sentía ofendida por la estafa
en que de buena fe había caído. Pasaron por el pasillo de antes, pero esta vez giraron
por la esquina del fondo, la segunda puerta a la derecha tenía una pequeña placa
que decía Dirección. La secretaria llamó discretamente, desde dentro respondieron
Adelante. Ella entró primero y sostuvo la puerta para que el comisario pasase.
Gracias, ahora no la necesitamos, dijo el redactor jefe a la secretaria, que
inmediatamente salió. Le agradezco que haya accedido a hablar conmigo, señor director,
comenzó el comisario, Con toda franqueza confesarle que veo las mayores
dificultades para una divulgación eficaz del caso que el redactor jefe me ha
resumido, de cualquier manera, innecesario parece decirlo, tendré mucho gusto
en conocer el documento completo, Aquí está, señor director, dijo el comisario
entregándole el sobre, Sentémonos dijo el director, y denme dos minutos, por favor.
La lectura no le hizo doblegar tanto la cabeza como sucediera con el redactor
jefe, pero sin duda era un hombre confuso y preocupado cuando levantó la vista,
Quién es usted, preguntó, ignorando que el redactor jefe había hecho la misma
pregunta, Si el periódico acepta hacer público el escrito, sabrán quién soy, si no acepta, recuperaré la carta y
me iré sin una palabra más, salvo para agradecerles el tiempo que han perdido
conmigo, Le he informado a mi director de que usted tiene una carta igual para
entregar en otro periódico, dijo el redactor jefe, Exactamente, respondió el
comisario, la tengo aquí, y será entregada hoy mismo si no llegamos a un
acuerdo, es absolutamente necesario que esto se publique mañana, Por qué,
Porque mañana tal vez consigamos llegar a tiempo de evitar que se cometa una
injusticia, Se refiere a la mujer del médico, Sí señor director, se pretende,
de la manera que sea, hacer de ella el chivo expiatorio de la situación
política en que el país se encuentra, Pero eso es un disparate, No me lo diga a
mí, dígaselo al gobierno, dígaselo al ministerio del interior, dígaselo a sus colegas
que escriben lo que les ordenan. El director intercambio una mirada con el
redactor jefe y dijo, Como debe de suponer, es imposible publicar su
declaración tal como se encuentra redactada, con todos estos pormenores, Por
qué, No se olvide de que estamos viviendo en estado de sitio, la censura tiene
los ojos puestos sobre la prensa, en particular en un diario como el nuestro,
Publicar esto equivaldría a ver cerrado el periódico el mismo día, dijo el
redactor jefe, Entonces no hay nada que hacer, preguntó el comisario, Podemos
intentarlo, pero no sé si dará resultado, Cómo, volvió a preguntar el
comisario. Después de un nuevo y rápido intercambio de miradas con el redactor
jefe, el director dijo, Es el momento de que nos diga de una vez quién es
usted, hay un nombre en la carta, es cierto, pero puede ser falso, usted puede,
simplemente, ser un provocador mandado aquí por la policía para ponernos a
prueba y comprometernos, no estoy diciendo que eso sea lo que pase, fíjese
bien, lo que quiero dejar claro es que no hay ninguna manera de seguir adelante
con esta conversación si no se identifica ahora mismo. El comisario metió la
mano en el bolsillo, sacó la cartera, Aquí tiene, dijo, y entregó al director
su carnet de comisario de policía. La expresión de la cara del director paso instantáneamente
de la reserva a la estupefacción, Qué, usted es comisario de policía, preguntó,
Comisario de policía, repitió pasmado el redactor jefe a quien el director le
pasó el documento, Sí, fue la serena respuesta, y ahora creo que ya podemos seguir
adelante con nuestra conversación, Si me permite la curiosidad, preguntó el
director, qué le ha inducido a dar un paso así, Razones personales, Dígame al
menos una para que me convenza de que no estoy soñando, Cuando nacemos, cuando
entramos en este mundo, es como si firmásemos un pacto para toda la vida, pero
puede suceder que un día tengamos que preguntarnos Quién ha firmado esto por
mí, yo me lo he preguntado y la respuesta es este papel, Es consciente de lo que
puede llegar a sucederle, Sí, he tenido tiempo para pensar en eso. Hubo un
silencio, que el comisario rompió, Dijeron que se podía intentar, Habíamos
pensado un pequeño truco, dijo el director, e hizo un gesto al redactor jefe
para que continuase, La idea, dijo éste, sería publicar, en términos obviamente
diferentes, sin retóricas de mal gusto, lo que ha salido hoy, y en la parte
final entremeter la información que nos ha traído, no es fácil, en todo caso no
es imposible, es una cuestión de habilidad y suerte, Se trataría de apostar por
la distracción o incluso por la pereza del funcionario de la censura, añadió el
director, rezar para que piense que puesto que ya conoce la noticia no merece
la pena llegar hasta el final, Cuántas posibilidades tendríamos a nuestro
favor, preguntó el comisario, Hablando francamente, no muchas, reconoció el
redactor jefe, tendremos que contentarnos con escasas posibilidades, Y si el
ministerio del interior quiere saber cuál es la fuente de la información, En
ese caso comenzaremos acogiéndonos al secreto profesional, aunque eso nos va a servir
de poco en esta situación de estado de sitio, Y si insisten, y si amenazan,
Entonces, por mucho que nos cueste, no habrá otro remedio que revelarla,
evidentemente seremos sancionados, pero la carga más pesada de las
consecuencias caerá sobre su cabeza, dijo el director, Muy bien, respondió el
comisario, ahora que ya todos sabemos con lo que contamos, sigamos adelante, y
si rezar sirve de algo, yo rezaré para que los lectores no hagan lo mismo que
esperamos que haga el censor, es decir, que lean la noticia hasta el final,
Amén dijeron a coro el director y el redactor jefe.
Pasaba
un poco de las cinco cuando el comisario salió. Podría haber aprovechado el
taxi que en ese exacto momento dejaba a una persona en la puerta del periódico,
pero prefirió caminar. Curiosamente, se sentía leve, sereno, como si le
hubieran extraído de un órgano vital el cuerpo extraño que poco a poco lo
estaba carcomiendo, la espina en la garganta, el clavo en el estómago, el
veneno en el hígado. Mañana todas las cartas de la baraja estarán sobre la
mesa, el juego del escondite terminará, porque no cabía la menor duda de que el
ministro, en caso de que la noticia saliera a la luz, e, incluso sin salir,
alguien se la comunique, sabrá contra quién apuntar inmediatamente el dedo acusador.
La imaginación parecía dispuesta a ir más allá, hasta llegó a dar un primer
paso inquietante, pero el comisario la sostuvo por el cuello, Hoy es hoy,
señora mía, mañana ya veremos, dijo. Había decidido volver a la providencial,
s.a., pero sintió que de repente las piernas le pesaban, los nervios flojos
eran como un elástico que hubiese permanecido en tensión demasiado tiempo, una
urgente necesidad de cerrar los ojos y de dormir le reclamó. Tomo el primer
taxi que aparezca, pensó. Todavía tuvo que andar bastante, los taxis pasaban
ocupados, uno ni siquiera oyó que lo llamaban, y finalmente, cuando ya apenas
conseguía arrastrar los pies, una chalupa de socorro recogió al náufrago a
punto de ahogarse. El ascensor lo izó caritativamente hasta el piso catorce, la
puerta se dejó abrir sin resistencia, el sofá lo recibió como a un amigo, en
pocos minutos el comisario, a pierna suelta, dormía como un tronco, o con el
sueño de los justos, como también solía decirse en el tiempo en que se creía
que pudieran existir. Reconfortado en el maternal regazo de la providencial,
s.a., seguros & reaseguros, cuyo sosiego hacia justicia a los nombres y
atributos que le habían sido conferidos, el comisario durmió una buena hora, al
cabo de la cual se despertó, así lo parecía, con nuevos bríos. Al desperezarse
sintió en el bolsillo interior de la chaqueta el segundo sobre, el que no llegó
a ser entregado, Tal vez haya cometido un error apostando todo a un único
caballo, pensó, pero rápidamente comprendió que le habría sido imposible
mantener dos veces la misma conversación, ir de un periódico a otro contando la
misma historia y, al repetirla, desgastándole veracidad, Lo que está hecho,
hecho está, pensó, no adelanto nada dándole vueltas. Entró en el dormitorio y
vio brillar la luz intermitente del contestador de llamadas. Alguien había
telefoneado y dejado un mensaje. Pulsó el botón, primero salió la voz de la
telefonista, después la del director de la policía, Tome nota de que mañana, a
las nueve, repito, a las nueve, no a las nueve y veintiuna, le estarán
esperando en el puesto seis-norte el inspector y el agente de segundo grado que
trabajaron con usted, debo decirle que, además de que su misión ha caducado por
incapacidad técnica y científica del respectivo responsable, su presencia en la
capital ha pasado a ser considerada inconveniente, tanto por el ministro del interior
como por mí, añado también que el inspector y el agente están oficialmente
encargados de traerlo ante mi presencia, pudiendo detenerle si se resiste. El
comisario se quedó mirando el contestador, y después, lentamente, como quien se
está despidiendo de alguien que ya va lejos, extendió la mano y accionó el
botón de borrar. Luego entró en la cocina, se sacó el sobre del bolsillo, lo
empapó de alcohol y, doblándolo en forma de V invertida dentro del fregadero,
le prendió fuego. Un chorro de agua se llevó las cenizas cañería abajo. Hecho
esto, regresó a la sala, encendió todas las luces y se dedicó a la lectura pausada
de los periódicos, prestando especial atención al que, o a quien, de alguna
manera, había dejado entregado su destino. Llegada la hora, miró en el
frigorífico por si se pudiera preparar algo parecido a una cena, pero desistió,
lo escaso no era sinónimo de frescura ni de calidad, Deberían poner aquí un
frigorífico nuevo, pensó, éste ya ha dado lo que tenía que dar. Salió, cenó
rápidamente en el primer restaurante que encontró en el camino y regresó a la
providencial, s.a. Tenía que levantarse temprano al día siguiente.
El comisario estaba despierto cuando sonó el
teléfono. No se levantó para responder, sabía que sería alguien de la dirección
de la policía recordándole la orden de presentarse a las nueve, atención, no a
las nueve y veintiuna, en el puesto militar seis-norte. Lo más seguro es que no
vuelvan a telefonear y se comprende fácilmente el porqué, en su vida
profesional, y quién sabe si también en la vida particular, los policías hacen
gran consumo del proceso mental a que llamamos deducción, también conocido como
inferencia lógica del raciocinio, Si no responde, dirán, es porque ya viene de
camino. Cuánto se equivocaban. Es cierto que el comisario está levantado, es
cierto que ha entrado en el cuarto de baño para los necesarios alivios y aseos
del cuerpo, es cierto que se ha vestido y va a salir, pero no para llamar al
primer taxi que se encuentre y decirle al conductor que le mira expectante por
el espejo retrovisor, Lléveme al puesto seis-norte, Puesto seis-norte, perdone,
pero no sé dónde está eso, será una calle nueva, Es un puesto militar, si tiene
ahí un mapa, se lo señalo. No, este diálogo no sucederá jamás, ni ahora ni
nunca, lo que el comisario va a hacer es comprar los periódicos, con esa idea
se fue anoche pronto a la cama, no para descansar lo que necesitaba y llegar al
encuentro en el puesto seis-norte. Las farolas de la calle todavía están
encendidas, el quiosquero acaba de subir las persianas, comienza a colocar las
revistas de la semana, y cuando termina este trabajo, como una señal, las
farolas se apagan y la furgoneta de reparto aparece. El comisario se aproxima
mientras el quiosquero dispone los periódicos según el orden que ya conocemos
pero, esta vez, de uno de los de menor venta se ven casi tantos ejemplares como
los que habitualmente tienen los de mayor tirada. Al comisario se le antoja
buen augurio, aunque esta agradable sensación de esperanza sufrió un choque
violento, los titulares de los primeros periódicos de la fila eran siniestros,
inquietantes, esta vez todos en rojo intenso, Asesina, Esta mujer mató, Otro crimen
de la mujer sospechosa, Un asesinato hace cuatro años. En el otro extremo, el
periódico donde el comisario estuvo ayer preguntaba, Qué más nos falta por
saber. El título era ambiguo, podía significar esto, aquello y también sus
contrarios, pero el comisario prefirió verlo como una pequeña linterna colocada
en el valle de las sombras para guiarle los atribulados pasos. Démelos todos,
dijo. El quiosquero sonrió al mismo tiempo que pensaba que, por lo visto, había
ganado un buen cliente para el futuro y le entregó una bolsa de plástico con
todos los periódicos dentro. El comisario miró alrededor en busca de taxi, en vano
esperó casi cinco minutos, por fin se decidió a ir andando hasta la
providencial, s.a., ya sabemos que no está lejos de aquí, pero la carga es
pesada, nada menos que una bolsa de plástico abarrotada de palabras, más fácil sería
llevar el mundo a las espaldas. Quiso la suerte que, habiéndose metido por una
calle estrecha con la intención de atajar camino, se le deparase un modesto
café a la antigua usanza, de esos que abren temprano porque el dueño no tiene
nada más que hacer y donde los clientes entran para cerciorarse de que las
cosas, allí, siguen en los lugares de siempre y el sabor del bollo de arroz
emana de la eternidad. Eligió una mesa, pidió un café con leche, preguntó si
hacían tostadas, con mantequilla, claro, margarina ni olerla. Vino el café con
leche, y era sólo pasable, pero las tostadas llegaron directamente de las manos
del alquimista que si no descubrió la piedra filosofal fue porque no consiguió
traspasar la fase de la putrefacción. Ya había abierto el periódico que más le interesaba,
lo hizo apenas se acababa de sentar, y una ojeada le bastó para percatarse de
que el ardid resultó, el censor se dejó engañar por la confirmación de lo que
ya conocía, sin pasarle por la cabeza que hay que tener mucho cuidado con lo
que se cree saber, porque por detrás se oculta una cadena interminable de
incógnitas, la última de ellas, probablemente, sin solución. De cualquier modo,
no merecía la pena hacerse ilusiones, el periódico no iba a estar durante todo
el día en los quioscos, podía imaginarse al ministro del interior bramando
poseso de furia y gritando, Retiren esa mierda inmediatamente, a ver si
averiguan quién dio esas informaciones, la última parte de la frase acudió al
discurso por arrastramiento automático, de sobra sabía él que sólo de una
persona podrían haber partido esta filtración y esta traición. Fue entonces
cuando el comisario decidió hacer la ronda de los quioscos hasta donde las
fuerzas le alcanzaran para observar si el periódico se estaba vendiendo mucho o
poco, para ver las caras de las personas que lo compraban y si directamente
iban a la noticia o si se entretenían en futilidades. Echó un vistazo rápido a
los cuatro periódicos grandes, groseramente elemental, aunque eficaz, el
trabajo de intoxicación del público proseguía, dos y dos son cuatro, y siempre
serán cuatro, si ayer hiciste aquello, hoy harás esto, y quien tenga el descaro
de dudar de que una cosa lleve forzosamente a la otra está en contra de la
legalidad y del orden. Agradecido, pagó su cuenta y salió. Comenzó por el
quiosco donde compró los periódicos y tuvo la satisfacción de ver que la pila
que le interesaba ya era mucho más baja. Interesante, no, preguntó al
quiosquero, está vendiéndose mucho, Parece que alguna radio ha hablado de un
articulo que trae, Una mano lava la otra y las dos lavan el rostro, dijo
misteriosamente el comisario, Tiene razón, respondió el quiosquero, sin ver la
relación. Para no perder tiempo buscando quioscos se informaba en cada uno dónde
quedaba el más próximo, tal vez gracias a su aspecto respetable siempre le
respondían, aunque claramente se veía que a cada empleado le habría gustado
preguntarle Qué tiene el otro que yo no tenga aquí. Pasaron horas, ya el
inspector y el agente, en el puesto seis-norte, se cansaron de esperar y
pidieron instrucciones a la dirección de la policía, ya el director habló con
el ministro, ya el ministro dio conocimiento de la situación al jefe del
gobierno, ya el jefe del gobierno le respondió, El problema no es mío, es suyo,
revuélvalo. Entonces aconteció lo inevitable, llegando al décimo quiosco el
comisario no encontró el periódico. Lo pidió haciendo como que iba a comprarlo,
pero el quiosquero le dijo, Ha llegado tarde, hace menos de cinco minutos que
se los han llevado. Se los llevaron, por qué, Están retirándolos de todas
partes, Retirándolos, Es otra manera de decir que han secuestrado la edición, Y
por qué, qué traía el periódico para que lo secuestraran, Era algo relacionado
con la mujer de la conspiración, mire en ésos, ahora parece que mató a un
hombre, No podría conseguirme un periódico, me haría un gran favor, No tengo,
pero incluso teniendo no se lo vendería, Por qué, Quién me dice a mi que usted
no es un policía que va por ahí viendo si caemos en la trampa, Tiene toda la
razón, cosas peores se han visto en este mundo, dijo el comisario y se alejó.
No quería encerrarse en la providencial, s.a., seguros & reaseguros, para
escuchar la llamada de la mañana y probablemente algunas otras que exigirían
saber dónde rayos se había metido, por qué motivo no respondía al teléfono, por
qué no cumplió la orden que le habían dado de estar a las nueve en el puesto
seis-norte, pero la verdad es que no tenía adónde ir, ante la casa de la mujer
del médico habría ahora un mar de personas gritando, unos a favor, otros en
contra, lo más seguro es que la mayoría estén a favor, los otros son minoría,
no querrán arriesgarse a ser vejados o algo peor. Tampoco podría ir al periódico
que publicó la noticia, si no hay policías de civil en la entrada, estarán muy
cerca, ni siquiera puede telefonear porque tiene la certeza de que las
comunicaciones estarán intervenidas, y al pensar esto comprendió, por fin, que
también la providencial, s.a., seguros & reaseguros, estará vigilada, que
los hoteles estarán alertados, que no hay en la ciudad una sola alma que lo
pueda acoger, aunque quisiera. Adivina que el periódico ha recibido la visita
de la policía, adivina que el director ha sido forzado, por las buenas o por
las malas, a identificar a la persona que facilitó las informaciones
subversivas publicadas, quizá haya tenido la debilidad de mostrar la carta con
el sello de la providencial, s.a., firmada de puño y letra por el comisario en
fuga. Se sentía cansado, arrastraba los pies, tenía el cuerpo bañado en sudor,
pese a que el calor no fuera para tanto. No podía andar todo el día por estas
calles haciendo tiempo sin saber para qué, de súbito sintió un deseo enorme de
ir al jardín de la mujer del cántaro inclinado, sentarse en el borde de la
fuente, acariciar el agua verde con las puntas de los dedos y llevárselos a la
boca. Y después, qué haré después, preguntó. Después, nada, volver al laberinto
de las calles, desorientarse, perderse y volver atrás, caminar, caminar, comer
sin apetito, sólo para poder sostener el cuerpo, entrar en un cine dos horas,
distraerse viendo las aventuras de una expedición a marte en aquel tiempo en
que aún existían los hombrecillos verdes, y salir pestañeando ante la brillante
luz de la tarde, pensar en entrar en otro cine y gastar otras dos horas navegando
veinte mil leguas en el submarino del capitán nemo, y luego desistir de la idea
porque algo extraño ha sucedido en la ciudad, estos hombres y estas mujeres que
van distribuyendo pequeños papeles que los transeúntes se detienen para leer y
después se guardan en los bolsillos, ahora mismo acaban de entregarle uno al
comisario, es la fotocopia del artículo del periódico secuestrado, ese que
lleva el titular Qué más nos falta por saber, ese que cuenta entre líneas la
verdadera historia de los cinco días, entonces el comisario no consigue
reprimirse, y allí mismo, como un niño, rompe a llorar convulsivamente, una
mujer de su edad se le acerca y le pregunta si se siente mal, si necesita
ayuda, y él sólo puede gesticular que no, que está bien, que no se preocupe,
muchas gracias, y, como el azar a veces hace bien las cosas, alguien desde un
piso alto de este edificio lanza un puñado de papeles, y otro, y otro, y aquí abajo,
la gente levanta los brazos para alcanzarlos, y los papeles vuelan como palomas
y uno descansa un momento en el hombro del comisario y luego se desliza hasta
el suelo. Resulta que no todo está perdido, la ciudad ha tomado el asunto en
sus manos, ha puesto en marcha cientos de máquinas fotocopiadoras, y ahora son
grupos animados de chicas y chicos los que van metiendo los papeles en los
buzones de las casas o los entregan en las puertas, alguien pregunta si es
publicidad y ellos responden que sí señor, y de la mejor que hay. Estos felices
sucesos dieron nueva alma al comisario, como por arte de magia, de la blanca,
no de la negra, le desapareció la fatiga, es otro hombre este que avanza por
las calles, es otra la cabeza que va pensando, viendo claro lo que antes era
oscuro, enmendando conclusiones que antes parecían de hierro y ahora se
deshacen entre los dedos que las palpan y ponderan, por ejemplo, no es nada
probable que la providencial, s.a., seguros & reaseguros, siendo como es
una base reservada, haya sido sometida a vigilancia, colocar allí policías al
acecho podría hacer que se levantaran sospechas sobre la importancia del local,
lo que, por otro lado, tampoco sería tan grave, trasladando la providencial,
s.a., a otro lugar, el asunto quedaba resuelto. Esta nueva y negativa
conclusión volvió a lanzar densas sombras de tempestad sobre el ánimo del
comisario, pero la conclusión siguiente, aunque no tranquilizadora en todos los
aspectos, le sirvió, al menos, para solventar el grave problema de habitación
o, dicho de otra manera, la duda de saber dónde dormiría esta noche. El caso se
explica en pocas palabras. Que el ministerio del interior o la dirección de la
policía hayan visto con justificado desagrado cómo su funcionario cortó los
contactos de forma unilateral no quiere decir que les hayan dejado de interesar
sus andanzas y su paradero habitual y, por tanto, en caso de imperiosa necesidad,
cómo poder encontrarlo. Si el comisario decidiera perderse en esta ciudad, si
se escondiera en algún antro tenebroso como hacen los forajidos y los fugitivos,
sería el mayor de los esfuerzos dar con él, sobre todo si hubiera llegado a
establecer una red de complicidades con los medios de la subversión, operación
que, por otro lado, dada su complejidad, no se monta en media docena de días,
que tantos son los que hemos pasado aquí. De modo que nada de vigilancia en las
dos entradas de la providencial, s.a., dejar, por el contrario, el camino libre
para que la querencia natural, que no es sólo cosa de toros, haga regresar al
lobo a su cubil, al papagayo de mar a su agujero de la roca. Cama conocida y
acogedora podrá tener el comisario, suponiendo que no vengan a despertarlo a
medianoche, abierta la puerta con sutiles ganzúas y rendido él ante la amenaza
de tres pistolas que le apuntan. Es bien cierto que, como algunas veces ya
habremos dicho, hay ocasiones tan nefastas en la vida que si a un lado llueve,
al otro hace viento, así en esta situación se encuentra el comisario, obligado
a escoger entre pasar una mala noche debajo de un árbol del jardín, a la vista
de la mujer del cántaro, como un vagabundo, o confortablemente consolado por
las mantas ya usadas y por las sábanas arrugadas de la providencial, s.a.,
seguros & reaseguros. Al final la explicación no fue tan sucinta como
habíamos prometido arriba, sin embargo, y esperamos que se comprenda, no podíamos
abandonar sin la debida ponderación ninguna de las variables en juego,
menudeando con imparcialidad los diversos y contradictorios factores de
seguridad y de riesgo, para terminar concluyendo lo que desde el principio ya
sabíamos, que no vale la pena correr a bagdad tratando de evitar la cita que
teníamos marcada en samarra. Puesto todo en la balanza y desistiendo de emplear
más tiempo en aferir los pesos hasta el último miligramo, hasta la última
posibilidad, hasta la última hipótesis, el comisario tomó un taxi para la
providencial, s.a., esto era ya al final de la tarde, cuando las sombras
refrescan el sendero de enfrente y el sonido del agua cayendo en las fuentes
cobra aliento y se torna súbitamente perceptible para sorpresa de quien pasa.
No se veía ni un papel abandonado en las calles. A pesar de todo, se nota que
el comisario va un tanto aprensivo y verdaderamente no le faltan motivos. Que
su propio razonamiento y el conocimiento adquirido a lo largo del tiempo sobre
las mañas policiales lo hayan inducido a pensar que ningún peligro le estará
acechando en la providencial, s.a., o lo asaltará durante la noche, no
significa que la ciudad de samarra no esté donde está. Esta reflexión indujo al
comisario a llevarse la mano a la pistola y pensar, Por si acaso, aprovecho la
subida en el ascensor para quitarle el seguro. El taxi se detuvo, Llegamos,
dijo el conductor, y en ese instante el comisario vio, pegada al parabrisas,
una fotocopia del artículo. A pesar del miedo, sus angustias y sus temores habían
merecido la pena. El portal del edificio estaba desierto, el portero ausente,
el escenario era perfecto para el crimen perfecto, la puñalada directa en el
corazón, el golpe sordo del cuerpo cayendo sobre el pavimento, la puerta que se
cierra, el automóvil con matriculas falsas que se aproxima y parte llevándose
al asesino, no hay nada más simple que matar y ser muerto. El ascensor estaba
abajo, no necesitó llamarlo. Ahora sube, va a dejar la carga en el piso
catorce, dentro una serie de inconfundibles chasquidos dice que un arma está
dispuesta para disparar. En el pasillo no se ve ni un alma, a esta hora las oficinas
ya están todas cerradas. La llave se deslizó suavemente en la cerradura, casi
sin ruido la puerta se dejó abrir. El comisario la empujó con la espalda,
encendió la luz, ahora va a recorrer todas las dependencias, abrir los armarios
donde puede caber una persona, mirar debajo de las camas, apartar las cortinas.
Nadie. Se sintió vagamente ridículo, un fierabrás de pistola en puño apuntando
a la nada, pero el que se asegura, dicen, muere de viejo, deben de saberlo en
esta providencial, s.a., siendo como es de seguros y de reaseguros. En el
dormitorio la luz del contestador está encendida, indica que hay dos llamadas,
una tal vez sea del inspector pidiéndole que tenga cuidado, otra será de un
secretario de albatros, o las dos son del director de la policía, desesperado
por la traición de un hombre de confianza y preocupado por su propio futuro,
aunque la responsabilidad de la elección no le pertenezca. El comisario se puso
ante sí el papel con los nombres y direcciones del grupo, al que había añadido
el número de teléfono del médico, y marcó. Nadie le respondió. Volvió a marcar.
Marcó una tercera vez, pero ahora como si fuera una señal, dejó que sonaran
tres toques y colgó. Marcó por cuarta vez y por fin respondieron, Diga, dijo
secamente la mujer del médico, Soy yo, el comisario, Ah, buenas noches, hemos
esperado su llamada. Qué tal están, Nada bien, en veinticuatro horas han
conseguido hacer de mi una especie de enemigo público número uno, Lamento la
parte que tuve en que eso haya sucedido, No ha sido usted quien escribió lo que
ha aparecido en los periódicos, Hasta eso no he llegado, Quizá lo que ha
publicado hoy uno de ellos y los miles de copias que se han repartido ayuden a
aclarar este asunto, Ojalá, No parece muy esperanzado, Tengo esperanzas, claro,
pero necesitan tiempo, la situación no se resolverá de un momento a otro, No
podemos seguir viviendo así, encerrados en esta casa, estamos como en la
cárcel, He hecho cuanto estaba a mi alcance, es lo que le puedo decir, No va a
volver por aquí, La misión que tenía encomendada ha terminado, tengo orden de
regresar, Espero que volvamos a vernos alguna vez, y en días más felices, si
los hubiera, Por lo visto se han perdido por el camino, Quiénes, Los días
felices, Me va a dejar más desanimada de lo que ya estaba, Hay personas que
continúan de pie incluso cuando son derrumbadas, y usted es una de ellas, Pues
en estos momentos bien que agradecería que me ayudaran a levantarme, Lamento no
estar en situación de poderle dar esa ayuda, Creo que ha ayudado mucho más de
lo que quiere que se sepa, Eso es sólo una impresión suya, recuerde que está
hablando con un policía, No lo he olvidado, pero es cierto que he dejado de
considerarlo como tal, Gracias por esas palabras, ahora sólo me queda
despedirme hasta cualquier día de éstos, Hasta cualquier día, Cuídese, Lo mismo
le digo, Buenas noches, Buenas noches. El comisario colgó el teléfono. Tenía
ante sí una larga noche y ninguna manera de pasarla a no ser durmiendo, si el insomnio
no decide entrar en su cama. Mañana, probablemente, vendrán a buscarlo. No se
presentó en el puesto seis-norte como le habían ordenado, por eso vendrán a
buscarlo. Quizá dijera esto mismo una de las llamadas que ha borrado, quizá le
avisaban de que los enviados llegarán aquí a las siete de la mañana y que
cualquier intento de resistencia sólo empeorará de forma irremediable el mal ya
hecho. Y, claro, no necesitan ganzúas para entrar porque traerán la llave. El
comisario devanea. Tiene al alcance de la mano un arsenal de armas dispuestas para
disparar, podrá resistir hasta el último cartucho, o, bueno, por lo menos,
hasta la primera bomba de gas lacrimógeno que le suelten dentro de la
fortaleza. El comisario devanea. Se ha sentado en la cama, después se deja
caer, cierra los ojos e implora que el sueño no tarde, Ya sé que la noche no ha
comenzado, piensa, que todavía queda claridad en el cielo, pero quiero dormir
como parece que duerme la piedra, sin los engaños del sueño, encerrado para
siempre en un bloque de piedra negra, al menos, por favor, si otra cosa no
puede ser, hasta mañana, cuando vengan a despertarme a las siete. El sueño oyó
la desolada invocación, vino corriendo y se quedó unos instantes, después se retiró
para que el comisario se desnudara y se metiese en la cama, pero luego volvió,
presto, para quedarse toda la noche a su lado, ahuyentando los sueños bien
lejos, hasta la tierra de los fantasmas, allí donde, uniéndose el fuego y el
agua, nacen y se multiplican.
Eran
las nueve cuando el comisario se despertó. No estaba llorando, señal de que los
invasores no habían utilizado gases lacrimógenos, no tenía las muñecas
esposadas ni pistolas apuntándole a la sien, cuántas veces los temores vienen a
amargarnos la vida y al final resulta que no tenían ni fundamento ni razón de
ser. Se levantó, se afeitó, se aseó como de costumbre y salió con la idea fija
de tomar un café donde la víspera había desayunado. De paso compraría los
periódicos, Ya pensaba que no vendría hoy, dijo el quiosquero con la
cordialidad de un viejo conocido, Falta aquí uno, observó el comisario, No ha
salido, y la distribuidora no sabe cuándo volverá a publicarse, quizá la
próxima semana, parece que le ha caído encima una buena multa, Y por qué, Por
culpa del artículo, del que se hicieron las fotocopias, Ah, bueno, Aquí tiene
su bolsa, hoy se lleva nada más que cinco, va a tener menos que leer. El
comisario agradeció y se fue en busca del café. No se acordaba bien dónde
quedaba la calle y el apetito aumentaba a cada paso, al pensar en las tostadas
se le hacía la boca agua, perdonemos a este hombre lo que a primera vista
parece deplorable golosía impropia de su edad y condición, pero hay que
recordar que ayer ya llevaba el estomago vacío cuando se fue a la cama.
Encontró por fin la calle y el café, ahora está sentado ante una mesa, mientras
espera pasa los ojos por los periódicos, he aquí los titulares, en negro y
rojo, para que nos hagamos una idea aproximada de los respectivos contenidos,
Nueva acción subversiva de los enemigos de la patria, Quién puso a funcionar
las fotocopiadoras, Los peligros de la información oblicua, De dónde salió el
dinero para pagar las fotocopias. El comisario desayunó lentamente, saboreando
hasta la última migaja, incluso el café con leche está mejor que el de la
víspera, y cuando llegó al final, estando ya el cuerpo rehecho, el espíritu le
recordó que desde ayer se encuentra en deuda con el jardín y con la fuente, con
el agua verde y con la mujer del cántaro inclinado, Sentiste el deseo de ir y
sin embargo no fuiste, Pues ahora mismo voy, respondió el comisario. Pagó,
reunió los periódicos y se puso en camino. Podría haber tomado un taxi, pero
prefirió ir a pie. No tenía nada que hacer y era una manera de emplear el
tiempo. Cuando llegó al jardín, se sentó en el banco donde estuvo con la mujer
del médico y conoció de verdad al perro de las lágrimas. Desde allí veía la fuente
y a la mujer del cántaro inclinado. Debajo del árbol aún hacía un poco de
fresco. Se tapó las piernas con los faldones de la gabardina y se acomodó suspirando
de satisfacción. El hombre de la corbata azul con pintas blancas vino por
detrás y le disparó un tiro en la cabeza.
Dos
horas después el ministro del interior daba una conferencia de prensa. Vestía
camisa blanca y corbata negra, y traía en la cara una expresión compungida, de
pesar profundo. La mesa estaba cubierta de micrófonos y tenía por único adorno
un vaso de agua. Detrás, pendiendo, la bandera de la patria meditaba. Señoras y
señores, buenas tardes, dijo el ministro, les he convocado para comunicarles la
infausta noticia de la muerte del comisario al que le encargué que averiguara
la red conspiradora cuya cabeza, como saben, ya fue denunciada. Desgraciadamente
no se trata de un fallecimiento natural, sino de un homicidio deliberado y con
premeditación, sin duda obra de un profesional de la peor delincuencia si
tenemos en cuenta que una sola bala ha sido suficiente para consumar el
atentado. Parece obvio decir que todos los indicios apuntan a que se trata de
una nueva acción criminal de los elementos subversivos que continúan en nuestra
antigua e infeliz capital, minando la estabilidad del correcto funcionamiento
del sistema democrático, y, por tanto, operando fríamente contra la integridad
política, social y moral de nuestra patria. No creo que sea necesario subrayar
que el ejemplo de dignidad suprema que nos acaba de ofrecer el comisario asesinado
deberá ser objeto, para siempre jamás, no sólo de nuestro total respeto, sino también
de nuestra más profunda veneración, por cuanto su sacrificio le otorga, a
partir de este día, a todo título funesto, un lugar de honor en el panteón de
los mártires de la patria que, allá donde se encuentren, tienen en nosotros continuamente
puestos los ojos. El gobierno de la nación, que aquí estoy representando, se suma al luto y a la tristeza de cuantos
conocieron a la extraordinaria figura humana que acabamos de perder, y al mismo
tiempo le asegura a todos los ciudadanos y ciudadanas de este país que no
descuidará la lucha que viene manteniendo contra la maldad de los conspiradores
y la irresponsabilidad de quienes los apoyan. Todavía dos notas más, la primera
para decirles que el inspector y el agente de segundo grado que colaboraban en
la investigación con el comisario asesinado, a petición de éste, apartados de
la misión para salvaguarda de sus vidas, la segunda para informar de que al
hombre íntegro, al ejemplar servidor de la patria que desgraciadamente acabamos
de perder, el gobierno examinará todas las posibilidades legales para que muy
en breve le sea concedida, con carácter excepcional y a título póstumo, la mas
alta condecoración con que la patria distingue a los hijos e hijas que más la
honraron. Hoy, señoras y señores, un día triste para las personas de bien, pero
nuestras responsabilidades exigen que clamemos sursum corda, es decir,
corazones en alto, Un periodista levantó la mano para hacer una pregunta, pero
el ministro del interior ya se retiraba, en la mesa sólo había quedado el vaso
de agua intacto, los micrófonos grababan el silencio respetuoso que se debe a
los difuntos, y la bandera, atrás, proseguía incansable, en su meditación. Las
dos horas siguientes las pasó el ministro elaborando con sus asesores más
cercanos un plan de acción inmediata que consistiría, básicamente, en mandar a
la ciudad de manera subrepticia una parte importante de los efectivos policiales,
los cuales, por ahora, trabajarían vestidos de paisano, sin ninguna señal
externa que pudiese denunciar la corporación a la que pertenecían. Así
implícitamente se reconocía que había sido un error gravísimo dejar a la
antigua capital sin vigilancia. No es demasiado tarde para deshacer el yerro,
dijo el ministro. En este preciso momento entró un secretario, venía a
comunicar que el primer ministro deseaba hablar inmediatamente con el ministro
del interior y que le pedía que fuera a su despacho. El ministro murmuró que el
jefe del gobierno bien podría haber elegido otra ocasión, pero no tuvo más
remedio que obedecer la orden. Dejó a los asesores dando los últimos toques
logísticos al plan y salió. El automóvil, con batidores delante y detrás, lo
llevó al edificio donde se encontraba instalada la presidencia del consejo, en
esto tardó diez minutos, a los quince el ministro entraba en el despacho del
jefe del gobierno, Buenas tardes, señor primer ministro, Buenas tardes, haga el
favor de sentarse, Me ha llamado cuando estaba trabajando en un plan de
rectificación de la decisión que tomamos de retirar de la capital a la policía,
pienso que se lo podré traer mañana, No me lo traiga, Por qué, señor primer
ministro, Porque no va a tener tiempo, El plan está prácticamente terminado,
sólo le faltan unos cuantos retoques, Sospecho que no me ha comprendido, cuando
digo que no va a tener tiempo, quiero decir que mañana ya no será ministro del
interior, Qué, la interjección le salió así, explosiva y poco respetuosa, Ha
oído perfectamente lo que he dicho, no necesita que lo repita, Pero señor
primer ministro, Ahorrémonos un dialogo inútil, sus funciones han cesado a
partir de este momento, Es una violencia inmerecida, señor primer ministro, y,
permítame que se lo diga, es una extraña y arbitraria manera de recompensar los
servicios que he prestado al país, tiene que haber una razón, y espero que me
la dé, para esta destitución brutal, brutal, sí, no retiro la palabra, Sus
servicios durante esta crisis fueron una secuencia continua de errores que me
dispenso de enumerar, soy capaz de comprender que la necesidad hace ley, que
los fines justifican los medios, pero siempre con la condición de que los fines
sean alcanzados y la ley de la necesidad se cumpla, y usted no ha cumplido ni
ha alcanzado ninguno, ahora mismo esta muerte del comisario, Fue asesinado por
nuestros enemigos, No me venga con arias de ópera, por favor, estoy en esto
hace demasiado tiempo para creer en cuentos de maricastaña, esos enemigos de
los que habla tenían, por el contrario, todos los motivos para hacer del
comisario su héroe y ninguno para matarlo, Señor primer ministro, no había otra
salida, ese hombre se había convertido en un elemento peligroso, Ajustaríamos
cuentas con él más tarde, no ahora, esa muerte ha sido una estupidez sin disculpa,
y ahora, como si todavía fuera poco, tenemos esas manifestaciones en las
calles, Insignificantes, señor primer ministro, mis informaciones, Sus
informaciones no valen nada, la mitad de la población está en la calle y la
otra mitad no tardará, Tengo la certeza de que el futuro me dará la razón, señor
primer ministro, De poco le va a servir si el presente se la niega, y ahora
punto final, retírese, esta conversación ha terminado, Debo transmitir los
asuntos en curso a mi sucesor, Le mandaré a alguien que se ocupe de eso, Pero
mi sucesor, Su sucesor soy yo, quien ya es ministro de justicia bien puede ser
ministro del interior, todo queda en casa, yo me encargaré.
A las diez de la mañana de este día en que estamos,
dos policías de paisano subieron al cuarto piso y llamaron al timbre. Les abrió
la mujer del médico, que preguntó, Quiénes son ustedes, qué desean, Somos
agentes de policía y traemos orden de llevarnos a su marido para un interrogatorio,
no se moleste diciéndonos que ha salido, la casa está vigilada, por eso no tenemos
dudas de que está aquí, No tienen ninguna razón para interrogarlo, la acusada
de todos los crímenes, por lo menos hasta ahora, soy yo, Ese asunto no es de
nuestra incumbencia, las órdenes que recibimos son estrictas, llevarnos al médico,
no a la mujer del médico, por tanto, si no quiere que entremos a la fuerza,
vaya a llamarlo, y ate al perro, no le vaya a ocurrir un accidente. La mujer cerró
la puerta. La volvió a abrir poco después, el marido venía con ella, Qué
desean, Conducirlo a un interrogatorio, ya se lo hemos dicho a su mujer, no nos
vamos a pasar el resto del día repitiéndolo, Traen credenciales, un mandato, El
mandato no es necesario, la ciudad está en estado de sitio, en cuanto a las
credenciales, aquí están nuestras identificaciones, vea si le sirven, Tendré
que cambiarme de ropa primero, Uno de nosotros lo acompañará, Tiene miedo de
que huya, de que me suicide, Sólo cumplimos órdenes, nada más, Uno de los
policías entró, la tardanza no fue grande. Yo voy con mi marido a donde él
vaya, dijo la mujer, Ya le he dicho que usted no va, usted se queda, no me obligue
a ser desagradable, No puede serlo más de lo que está siendo, Puedo, claro que
puedo, ni se imagina hasta qué punto, y al médico, Va esposado, extienda las
manos, Le pido que no me ponga eso, por favor, le doy mi palabra de honor de
que no intentaré escapar, Vamos, extienda las manos y déjese de palabras de
honor, muy bien, así es mejor, va mas seguro. La mujer se abrazó al marido, lo
besó llorando, No me dejan ir contigo, Quédate tranquila, verás como antes de
la noche estaré en casa, Vuelve pronto, Volveré, mi amor, volveré. El ascensor
comenzó a bajar.
A las
once el hombre de la corbata azul con, pintas blancas subió a la terraza de un
edificio fronterizo con la fachada posterior de la casa donde viven la mujer
del médico y el marido. Lleva una caja de madera barnizada, de forma
rectangular. Dentro hay un arma desmontada, un fusil automático con mira
telescópica, que no será utilizada porque a una distancia de éstas es imposible
que un buen tirador falle el objetivo. Tampoco usará el silenciador, pero, en
este caso, por motivos de orden ético, al hombre de la corbata azul con pintas
blancas siempre le ha parecido una grosera deslealtad para con la víctima el
uso de tal aparato. El arma ya está montada y cargada, cada pieza en su lugar,
un instrumento perfecto para el fin a que se destina. El hombre de la corbata
azul con pintas blancas elige el sitio desde donde disparará y se pone a la
espera. Es una persona paciente, lleva en esto muchos años y siempre hace bien
su trabajo. Más pronto o más tarde la mujer del médico tendrá que asomarse a la
terraza. Sin embargo, para el caso de que la espera se prolongue demasiado, el
hombre de la corbata azul con pintas blancas lleva consigo otra arma, un
tirachinas común, de esos que lanzan piedras y están especializados en romper
los cristales de las ventanas. No hay nadie que oiga que se le parte un cristal
y no acuda corriendo a ver quién ha sido el vándalo infantil. Pasó una hora y
la mujer del médico no ha aparecido, ha estado llorando, la pobre, pero ahora
vendrá a respirar un poco, no abre una ventana de las que dan a la calle porque
siempre hay gente mirando, prefiere las de atrás, mucho más tranquilas desde
que existe la televisión. La mujer se aproxima a la barandilla de hierro, pone
las manos encima y siente la frescura del metal. No podemos preguntarle si oyó
los dos tiros sucesivos, yace muerta en el suelo y la sangre corre y gotea hasta
el piso de abajo. El perro viene corriendo desde dentro, olfatea y lame la cara
de la dueña, después estira el cuello hacia arriba y suelta un aullido
escalofriante que otro tiro inmediatamente corta. Entonces un ciego preguntó,
Has oído algo, Tres tiros, respondió el otro, Pero había también un perro dando
aullidos, Ya se ha callado, habrá sido el tercer tiro, Menos mal, detesto oír
los perros aullando.