Polvo En Los Objetos - Mateu Nicolau De Las Moras




Este libro contiene cuarenta relatos y microrrelatos independientes. La mayoría de ellos hablan sobre el paso inadvertido del tiempo, que huye sin despedirse transformando la vida irremediablemente, y de como adaptarse a esos cambios es la única manera de ser feliz.



1. MI JERSEY AMARILLO.


Un plato vacío con varios trocitos del borde de lo que había sido una pizza, un tenedor y un cuchillo sucios, un yogur desnatado Hacendado con peladuras de naranja y la cucharilla dentro, migas y restos de agua por la mesa del Ikea donde acababa de comer. Tenía la tele apagada y estaba pensando, escuchaba el tic tac del reloj en la pared y el ruido que hacía la nevera. No recuerdo en qué pensaba, sé que me levanté cuando quise bajar al chino a comprarme unos Donuts porque me había quedado con hambre.
Salí a la calle y atravesé el parque para llegar al chino, de camino me fijé en un mendigo que estaba sentado en un banco, llevaba puesto un jersey amarillo que me hizo sentir algo especial aunque todavía no sabía qué era. Entré en el chino pensativo, fui directo a por unos Donuts del tipo fondant pues esos eran los que me hacían la boca agua. Cuando ya le estaba pagando al chino recordé por qué me había llamado la atención ese jersey, yo había tenido uno igual hacía mucho tiempo. De vuelta a casa mientras atravesaba el parque me fijé con más detenimiento en el jersey, las letras blancas de la parte frontal estaban muy gastadas aunque todavía se reconocían, en el cuello y en las mangas había unas amplias líneas negras, estaba muy desmejorado pero efectivamente era el mismo modelo - ¿qué habrá sido del mío? -me pregunté- ¿cuándo lo perdí? me encantaba ese jersey.
Mientras subía en el ascensor me acordé de Igor, con él me compré aquel jersey amarillo, debíamos tener unos dieciocho años, llevábamos siendo mejores amigos desde los trece, desde que le conocí por primera vez en el colegio. En octavo de E. G. B. llegó con su ropa pija y su carisma de chico espabilado, enseguida nos hicimos amigos al margen de las normas escolares, lo más excitante en aquella época era hacer cosas que estaban prohibidas, que sólo podían hacer los mayores y claro, nosotros ya empezábamos a serlo, queríamos ser los primeros, los más listos.
Llegué a casa y empecé a comerme los Donuts - mmmmmm -estaban deliciosos. Me senté en la mesa de la cocina mientras me los comía y seguí recordando a Igor. Durante el B. U. P estudiar no estaba bien visto, era de tontos, nosotros lo hacíamos lo justo para pasar de curso sin que nos regañaran en casa y también para no quedarnos atrás aunque lo mejor era hacer trampas en los exámenes, hacer chuletas o dar cambiazos en las materias que requerían desarrollar temas largos como historia o historia del arte ¡qué nervios se pasaba! ¡qué excitante y qué satisfacción cuando te salía bien y luego comentabas la gesta con los amigos fuera de clase! había que ser valiente y no un pringado de los que se pasaban muchas horas estudiando. En la hora del recreo nos gustaba escondernos por el colegio para fumar cigarros y lo que no eran cigarros, si te pillaban te castigaban, es verdad,  sin embargo eso eran galones que te ponían en el pecho y eso siempre estaba bien de cara a presumir con los colegas.
 - mmmmm -justo en ese momento le daba el último bocado al último Donut ¡qué buenos estaban! cogí el envase vacío y lo tiré a la papelera relamiéndome por el camino. La primera vez que salí de marcha fue con Igor, él ya lo había hecho pero yo todavía no, era verano y allí donde vivíamos en esa época del año venían muchos turistas, proliferaban las discotecas, pubs, bares y demás locales para el ocio nocturno. Nos compramos una cerveza en una máquina pues teníamos miedo de que no nos la vendieran, teníamos catorce años, paseamos por la calle principal deslumbrados por todo ese mundo de la noche, entramos en una discoteca llamada Rock Island, nos pedimos unos cubatas, la camarera nos sonrió con complicidad y nos los puso, bailamos en la pista las canciones de moda sintiéndonos mayores, soñando con entrarle a alguna piva, cosa que no hicimos. Después seguimos nuestro camino observando con avidez a las chicas y a los chicos malos bebiendo alcohol, borrachos como cubas, prestábamos especial atención a las conversaciones donde nos parecía que hablaban de drogas... y así hasta la madrugada. Luego nos volvimos a casa, esa noche yo me quedaba a dormir en su chalet, uno impresionante en una tranquila urbanización junto al mar. De camino nos paramos en la misma máquina donde nos habíamos comprado la primera cerveza y nos compramos otra cada uno. Antes de llegar nos desviamos a bebérnoslas en un acantilado, práctica que luego repetimos en más de una ocasión, nos sentamos allí con las piernas colgando, viendo cómo se reflejaba la luna en el mar y disfrutando nuestra birra. No recuerdo de lo que hablamos aunque sé que para mi Igor era el mejor amigo que había tenido, teníamos una relación cerrada, íbamos juntos a todas partes lo cual dio pie a que algunos hablaran de algo más que amistad, y es que éramos como una pareja pero sin sexo. Yo le quería, era mi amigo especial, estaba por él y él por mi, no había espacio para la mentira pues nuestra amistad era lo más importante del mundo. A partir de ahí transcurrieron los agitados años de la adolescencia, nuestra cerrada amistad se abrió y dimos cabida a más gente en el grupo, pronto nos convertimos en una pandilla de jóvenes cuya meta era salir de marcha, liarla y pasarlo lo mejor posible. Igor fue el primero en tener una moto, una scooter que parecía de juguete a la que llamábamos La Feber, luego fuimos uno a uno teniendo todos una, los primeros del instituto, los más chulos. En verano marchábamos en escuadrón a las playas y calas más bonitas y por la noche salíamos a vacilar por las discotecas, intentando ligar con alguna estudiante o alguna guiri. Nos bebimos las noches,  jugamos con las drogas como funambulistas ingenuos y devoramos sin piedad todos y cada uno de los placeres que pudimos. Vivimos acampadas, rebeldías con los padres, los primeros amores, amistades que luego duran toda una vida.... y en medio de todo eso, un día Igor me acompañó a comprar ropa a El Corte Inglés y allí fue donde adquirí mi jersey amarillo. No recuerdo por qué vino, creo que le pillaba de paso, seguíamos siendo amigos aunque ya no era lo mismo, tanto él como yo íbamos más con otra gente, él tenía novia y nos veíamos poco, nuestra maravillosa amistad se había quedado sentada en aquel acantilado, no sé cómo ocurrió, simplemente fue pasando sin darnos cuenta.
Salí a la terraza a mirar un poco el paisaje apoyado en la barandilla, desde mi cuarto piso se podía ver el parque que había entre el chino y mi finca. Igor - ¿qué habrá sido de ese pillo? -me pregunté. Cuando acabamos el C. O . U nos separamos definitivamente, él fue a una universidad y yo a otra, habían pasado veinte años ¡qué barbaridad!
Otee el parque buscando al mendigo cuyo jersey me había traído tantos recuerdos, lo encontré en el mismo banco, se le podía divisar lo justo entre los árboles. Por un momento tuve un presentimiento que no me quise creer, salí pitando de casa y volví al parque, me acerqué al mendigo escondido entre los arbustos, llegué a estar lo suficientemente cerca como para verle la cara, el mendigo alzó su cartón de Don Simón para darle un buen trago y entonces desgraciadamente confirmé mi presentimiento, era Igor.
Me quedé paralizado, no sabía que hacer. Después de darle vueltas un rato decidí acercarme a saludar, fui por un costado, indeciso, y cuando ya estaba llegando al banco Igor se levantó y se fue por el lado contrario, me quedé mirando sin decir nada aquel viejo, roto y desgastado jersey amarillo. Quise llamarle... pero el sonido de su nombre murió en mi garganta, así que me di media vuelta hacia el chino a comprarme otros Donuts.



2. EL NIÑATO.


Mi vecino siempre me dio pena, era un desgraciado, se veía venir lo que iba a pasar...
Su madre murió antes de que él supiera decir mama y mucho menos te quiero, su padre había muerto hacía un año aunque él no notó mucho su ausencia, le dejó un chalet en la parte alta de la ciudad, un Lexus LS azul marino, una importante cuenta bancaria y un corazón colmado de carencias.
   Para cuando murió su padre él debía tener unos treinta años, no había conseguido trabajar nunca durante un par de meses seguidos, no es que fuera tonto, se había sacado la carrera de turismo y tenía dos masters aunque según parece era muy vago y no se llevaba bien con sus compañeros, quienes coincidían en calificarlo de egoísta y arrogante. La empresa de su padre había quebrado y él pasaba los días puliéndose su herencia, salía casi a diario por las noches donde se gastaba el dinero en alcohol, drogas y putas. Le merodeaban tipejos que le hacían compañía mientras él invitaba a los vicios, él siempre les llamó ingenuamente, amigos. Y es que mi vecino me daba mucha pena, era frágil y estúpido, juguete manipulable para los malintencionados.
Un día estuvo a punto de estrellarse en mi jardín, apareció cuando amanecía con las ventanas abiertas y la música a tope, dio un volantazo a tiempo y consiguió empotrar el Lexus en la entrada de su casa. El coche era viejo ya, había sido uno de los más lujosos de la urbanización en su tiempo pero en ese momento estaba hecho una pena, tenía el chasis lleno de golpes, roces y ralladuras, en el interior había restos de cajas y envoltorios de comida rápida, colillas de cigarrillos y vasos de tubo de plástico, la tapicería de cuero tenía quemaduras y olía a borrachera y sexo comprado.  Salió del coche dando tumbos, llevaba puesta ropa que había sido de su padre, una cazadora Lacoste que le iba grande y unos zapatos italianos de piel blancos carísimos sucios y medio rotos. Se cayó en el porche, me acerqué a ayudarle, le levanté del suelo y lo metí en casa hasta su habitación.
El día siguiente nos saludamos y no me dijo nada, probablemente no se debía acordar. Me enteré de que llevaba meses sin pagar la hipoteca de su casa, por lo visto el padre le había dejado también unas deudas importantes y en un año ya había derrochado la herencia. Intenté ayudarle, hablé con él sobre el tema, le ofrecí un empleo a cambio de que dejara la mala vida... sin embargo no me quiso hacer caso, creo que buscaba su propia autodestrucción.
El banco no le concedió otro préstamo y tuvo que dejar de salir por las noches, le amenazaron con quitarle la casa y él sólo respondió bebiendo cada vez más. Pronto empezó a tomarla conmigo, yo era el único que se había preocupado de él y supongo que no tenía a nadie más con quien descargar sus frustraciones, me despreció, me insultó, incluso me escupió. También la tomó con la casa, primero rompió los espejos y luego todo lo demás, muebles, ventanas, paredes, suelo...  algunas noches gritaba como un condenado mientras le propinaba puñetazos a las puertas, llegó a hacer una hoguera en el salón con el sofá, unas sillas y la mesa del comedor.
Su fijación conmigo empeoró y un día se puso muy violento, no me vino de frente porque era bastante cobarde pero me atacó por la espalda cuando estaba distraído, me tiró al suelo y me pateó con toda su rabia. No me quedó más remedio que llamar a la policía... pero como me pidió disculpas y me prometió que no lo volvería a hacer retiré la denuncia.
Una noche me pareció escuchar gritar a una mujer, primero pensé que se trataría de algún jueguecito con alguna de sus prostitutas y no quise hacer caso pero la conciencia no me dejó dormir bien y por la mañana me acerqué a investigar. A las ocho de la mañana sabía que él estaría durmiendo la mona, me fue fácil entrar por una ventana rota, crucé el salón para subir a las habitaciones, entré en cada una de ellas y no vi a nadie, volví a bajar y reparé en una puerta junto a las escaleras, debía ser la entrada al sótano y estaba cerrada con candado. Aporree la puerta y pregunté si había alguien, me contestó la voz temblorosa de una chica que me pidió auxilio. Volví a mi casa a por una palanca y luego rompí el candado, salió una chica mirando al suelo, llorando, desnuda, desnutrida, me abrazó implorando ayuda. Mi vecino la había encerrado en el sótano durante tres meses y sólo bajaba a verla para tener sexo, no la dejaba salir porque decía que era muy fea, se avergonzaba de ella y la alimentaba a base de latas de baked beans. La acompañé a mi casa, le di ropa, comida y luego llamé a la policía aunque antes fui a decirle cuatro cosas a ese desgraciado. Me lo encontré durmiendo en su piscina vacía con su chaqueta Lacoste y sus zapatos italianos, había ido rodando hasta el fondo donde se acumulaba algo de agua negra, restos de muebles rotos y ratas muertas.
- Despierta mal nacido -le grité varias veces desde el borde.
Como veía que no se despertaba bajé a por él. La escalera estaba medio rota y se cayeron algunas baldosas, le zarandee hasta que se despertó, le hablé de la chica y se puso a llorar, se compadeció de si mismo, se lamentó de su vida desgraciada. Me dio pena y le ayudé a salir de la piscina, primero salió él y cuando estuvo arriba me dio semejante patada en la cara que me caí al suelo redondo, me quedé inconsciente durante un tiempo y cuando desperté vi su cara mirándome desde arriba gritándome algo así como:
- ¡Ahora sabes como me siento! ¡ahora sabes como me siento!
Después me vomitó encima y se marchó. Ese mismo día tuvo un accidente borracho en la autopista, destrozó el coche de su padre, mató a una familia que se iba de camping y él acabó en el hospital. Pasó mucho tiempo hasta que volví a saber de él, vivía en la calle, una compañía de mimos le había acogido y muchas tardes se le podía ver en la plaza vestido de payaso entreteniendo a los niños. Pasaron los meses y desapareció, nunca más se volvió a saber de él, bebía mucho. Creo que la última vez que lo vi fue durmiendo entre cartones, yo paseaba con mis hijos por la feria, él estaba tirado en la parte trasera del tren de la bruja, estaba cubierto y no pude verle la cara pero le sobresalían los pies, llevaba puestos sus viejos, estropeados y deslucidos zapatos italianos.









3. UNA VETUSTA ERMITA POSADA.


En el camino que recorro regularmente con la bici hay una vetusta ermita posada sobre un montículo de pinar sombrío, es un montículo rodeado de chalets y casas bajas construidas en los setenta, cuando Ibiza empezó a acoger a jóvenes que iban de hippies con cierto poder adquisitivo. La iglesia es pequeñita, imita el estilo románico con arcos de medio punto y piedra escuadrada, un oasis antiguo rodeado de modernidad.
Las primeras veces que pasé por aquella zona me contenté con mirarla de lejos, evocaba en mi pensamientos bonitos relacionados con la belleza y el misterio, pero un día lluvioso vi a una mujer vestida de novia fuera de ella, yo estaba en la parte alta de una cuesta desde donde se ve mejor la iglesia, ella estaba de pie, empapada y me pareció que me miraba.
El día siguiente fui a ver la ermita de cerca, bajé de la bici y la rodee caminando, estaba muy bien conservada, sólo había unos graffitis en una pequeña puerta que tenía en una esquina. Después me entretuve mirando las casas desde el montículo, cuya altura desnudaba la intimidad de muchas de ellas.
- ¿Es alemana? -me preguntó una voz femenina desde atrás.
Me giré y allí estaba ella, aunque no vestía de blanco la reconocí enseguida.
- La bici -apostilló.
- No, creo que no, aunque no estoy seguro me la vendieron de segunda mano... -comenté dubitativo.
- Tienes el reflector roto, si quieres yo te regalo uno a mi me sobran, trabajo alquilando bicis... -se ofreció amablemente.
- No hace falta, ya me compraré uno, no importa...
- Venga, te lo doy ahora, vivo aquí mismo -insistió convincente.
La mujer era mayor, debía tener unos sesenta años aunque todavía conservaba cierto aire juvenil, llevaba un lazo en el pelo, bastante maquillaje y vestía con elegancia. Accedí a su generoso ofrecimiento, su casa estaba realmente allí mismo, era una de las colindantes con la iglesia, un chalet semiredondo de dos pisos, color blanco ennegrecido con grandes espacios donde la pintura estaba desprendida. Atravesamos un patio exterior descuidado y accedimos directamente al segundo piso por una escalera exterior con barandilla de hierro oxidado semidestrozada. Entramos por un gran ventanal corredero que se abrió con dificultad.
- ¿Quieres un poco de limonada fría? es casera -me preguntó amable con un tono fino y delicado.
- Bueno, con este calor... estaría bien -respondí sin darme cuenta.
La mujer bajó a la cocina y yo me quedé en aquella habitación, era muy amplia, supuse que era la parte de la casa donde hacía vida aquella mujer, había televisión, cama, sofá, armario, una mesita con una bandeja que contenía un plato, un vaso y restos de comida, e incluso tenía un tendedero con ropa tendida dentro para protegerla del sol, supuse. Me chocó que estuviera tan desordenada, no le pegaba a una mujer tan fina y elegante. Curiosee moviendo mi cabeza 360 º, parecía una cápsula del tiempo, los muebles, las fotos, la ropa... todo, incluso un aparato de música plateado y un televisor apagado sin mando a distancia parecían de la misma época que la casa, era como un museo setentero. Me asomé a mirar la cama desecha, en la mesilla abundaban los clínex, podía distinguirse una caja de Prozac y en el suelo una botella de ginebra, aquella mujer era toda una Norma Desmond desglamourizada. Había fotos donde se la reconocía a ella, por lo menos treinta años más joven, en la mayoría salía con quien debió haber sido su novio o marido. Ella había sido guapísima y se les veía muy felices, me deleité mirándola en los diferentes escenarios donde se habían hecho las fotos, restaurantes, discotecas, playas... esa había sido la Ibiza mágica, con estilo, todo un paraíso descubierto lleno de sueños por realizar y no la macro discoteca para drogadictos en que se convirtió después.
Entonces subió la mujer con las limonadas, yo me senté en el sofá y ella hizo lo propio a mi lado, no pude evitar fijarme en sus piernas cuando las cruzó al sentarse y creo que ella se dio cuenta de ello.
- Perdona por el desorden... no suelo tener invitados  -dijo para romper el hielo.
- No se preocupe, por cierto la limonada está muy buena.
- Gracias, es de las pocas cosas que todavía me gusta preparar, pero por favor trátame de tú...
Quise preguntarle por el hombre que salía en las fotos, sentía curiosidad aunque me contuve cuando me di cuenta de que hubiera sido una indiscreción. Me acordé enseguida del día anterior y de ella vestida de novia, estaba convencido de que me había mirado así que consideré algo pertinente sacar el tema.
- Oiga... quiero decir, oye ¿no te vi ayer fuera de la iglesia vestida de novia?
Automáticamente se ruborizó y miró para otro lado.
- Bueno, todos tenemos nuestras excentricidades -dijo.
Al ver que le incomodaba el tema intenté pensar en algo rápido que decir, sin embargo no se me ocurrió nada y tuve que soportar un incómodo silencio. Ella parecía esperar que yo hiciera algo.
- Creo que me queda algún reflector abajo... -comentó al comprobar que yo no decía anda.
Pero en ese momento, sin pensarlo, puse mi mano sobre su pierna, la miré a los ojos sin saber que decir ni qué hacer, ella no dijo nada. Luego le pasé la otra mano por el hombro y empecé a besarla, ella se dejaba hacer, subí la mano de la pierna  y se la metí dentro de la blusa, sus pechos eran voluminosos. Después todo se aceleró y cuando me quise dar cuenta ya estaba desnudo encima de aquella mujer, tenía mucho calor aunque estaba muy excitado y fue rápido, eyaculé encima del sofá sudado de cuero. Ella se movió buscando mi cariño, sin embargo en ese momento sentí asco, me pareció ver a mi abuela y me asusté, me vestí como pude y me marché corriendo.
- ¡Espera! ¡me siento tan sola! -suplicó lánguidamente mientras ya bajaba las escaleras.
Pero yo no esperé... y ahora cuando paso por esa zona con la bici procuro no mirar hacía su casa ni hacia la iglesia, hago ver que no existen, me pongo los cascos y voy escuchando música mirando hacia adelante en la carretera.
4. MI AMIGO TONINO.



 Mi amigo Tonino era un ser despreciable, infame, una persona abyecta y repugnante pero era mi amigo. Nos conocimos en la adolescencia cuando teníamos dieciséis años, yo acababa de recibir mi primer rechazo importante de una chica que me gustaba, se había burlado de mi delante de toda la clase, salí al pasillo buscando la soledad, entonces apareció él con sus andares tristes y su rostro sombrío, se sentó conmigo en la escalera, me enseñó a regodearme en la humillación y nos hicimos inseparables.
Me enseñó a morderme las uñas y a angustiarme pensando en el futuro, solíamos ver películas y jugar a videojuegos, nos gustaba ver la tele y pasar el tiempo en casa. Cuando salíamos de fiesta él me enseñaba a apartarme del grupo y a sentirme solo, me acomplejaba con las chicas y siempre acabábamos bebiendo juntos en la barra del bar hasta que perdíamos la razón y olvidábamos nuestros problemas. En los estudios me hacía sentir mediocre, me enseñó a conformarme con aprobar en lugar de ir a por la excelencia, en el trabajo siempre me hizo compañía, gracias a él pude ser vago e inconstante.
Ahora hace tiempo que no le veo, no le echo de menos, creo que no era una buena influencia. Ya no me muerdo las uñas, he conseguido disfrutar con mi trabajo y llevo más de cinco años en la misma empresa, he encontrado el amor en una dulce chica que me quiere mucho y por la que estoy francamente enamorado, vamos a tener un hijo y eso es lo que más me ilusiona del mundo, tengo más vida social, me siento estimado por mis amigos, procuro cuidarlos y pasar tiempo con ellos, me siento realizado, soy feliz. Mi amigo Tonino me dejó algunas aficiones como preocuparme demasiado por el futuro o cierta tendencia a la melancolía. A veces me acuerdo de él... ¿dónde estará? estará amargando a alguien, seguro, eso es lo que más le gustaba, se le daba bien, tengo que reconocerlo... ¡qué bien que se haya ido! ¡espero que no vuelva nunca más! ¡mi amigo Tonino! ¡menudo gilipollas!



5. UN HOMBRE INAPRECIABLE.


¿Quién me iba a decir que las rutinarias compras de los jueves en Mercadona iban a acabar cambiándome la vida? me fijé en él la primera vez cuando yo estaba buscando palomitas y coca-colas Hacendado. Fui a darme media vuelta y allí estaba, hasta ese momento no había reparado en él, era un trabajador silencioso, joven, atípico, parecía un hombre culto, un intelectual en un lugar equivocado. Me quedé intrigado y quise escucharle hablar, quizás sólo era una apariencia que yo me había creado en la cabeza, así que me entretuve observándole de reojo mientras pasaba a comprar fruta. Otros trabajadores pasaron cerca de él, pensé que le dirían algo, sin embargo pasaron de largo como si nada, hablando entre ellos. Me quedé con las ganas de escucharle pues cuando hubo acabado de reponer las peras se marchó.
 El siguiente jueves no me acordaba de él pero enseguida volvió mi interés cuando le vi en la sección de los embutidos.
- Esta vez sí que le escucharé -pensé.
 Y me quedé cerca entreteniéndome con los quesos. El hombre era cuidadoso con su trabajo, parecía perfeccionista, concentrado cuidando los detalles. Otro empleado llegó a la misma sección y se puso a trabajar al lado. Me quedé tanto tiempo allí que me podría haber aprendido de memoria todas las clases de quesos que había en el expositor, sin embargo los currantes no hablaron entre ellos, algunos clientes hicieron preguntas sobre la localización de varios productos aunque todos se las hicieron a su compañero y se volvió a marchar sin abrir la boca, arrastrando su transpaleta naranja, como una sombra, se perdió por los pasillos.
A partir de aquel día los jueves se convirtieron en una odisea para mi, espiaba a aquel hombre entre las secciones, mi interés fue en aumento al comprobar que pasaban las semanas y aquel tipo no hablaba con nadie, no se relacionaba, era como un fantasma que reponía productos, no se saludaba con sus compañeros, pasaba delante de ellos y le ignoraban, los clientes nunca le preguntaban, daba igual donde estuviera, en la carnicería, panadería, pescadería... era algo increíble, caminaba envuelto en un aura de indiferencia y silencio perpetuo.
Un día pensé que iba a tener suerte, le vi haciendo algunas compras pues ya debía haber acabado su turno, le seguí hasta la cola de la caja y me puse en la paralela, a su misma altura. Tal y como esperaba no tuvo contacto con nadie aunque supuse que al llegar a la caja... al llegar a la caja tenía que hablar con la cajera, al menos un hola. Mis peores suposiciones se confirmaron cuando vi que la cajera no le dijo nada, pasó los productos por el escáner sin mirarle a los ojos, pronunció  la cifra del total de la compra mirando al fondo del supermercado, cogió su dinero mirando su mano. Yo no podía dejar de mirar a aquella mujer a los ojos, en algún momento tenía que mirarle al menos... pero no lo hizo. Le dio el cambio sin levantar la cabeza y siguió con el siguiente cliente.
No podía dejarlo pasar por más tiempo, tenía que averiguar quien era ese hombre y cual era el motivo de tanto misterio. Le seguí con el coche, salió de la ciudad y se metió por una zona rural, tomé distancia para que no me viera y estuve a punto de perderlo aunque finalmente pude descubrir cuál era su casa, una vieja finca semiderruida que en su tiempo debió ser una casa de cierto nivel. No tenía vecinos a la vista ni atisbo de civilización, la fachada estaba agrietada, sucia y llena de moho, el jardín era como una pequeña selva llena de malas hierbas con una pequeña estatua de mujer, gris y erosionada en el medio. Esperé a que estuviera dentro para acercarme con sigilo a una ventana, desde allí podía verse un salón antiguo con muebles viejos que debían haber sido de su familia, no llegué a ver ninguno que fuera moderno o que pudiera ser personal de aquel hombre, parecía más bien una casa abandonada, estancada en una época pasada. Apareció en el salón y se sentó en una mecedora de espaldas a la ventana, agaché la cabeza lo más rápido que pude temiendo haber sido descubierto, esperé un tiempo antes de volver a asomarme, él seguía en la mecedora, estaba quieto, muy quieto. Pensé que podría haberse quedado dormido, me quedé allí esperando a que hiciera algo, el tiempo pasó lentamente, fuera sólo podía escuchar el sonido de algún pájaro a lo lejos y el viento agitando algunos árboles, dentro podía escuchar el tica tac de un reloj de cuco que había en la pared. La luz fue tomando una tonalidad anaranjada que cayó sobre el salón, me retiré de la ventana y me quedé sentando en el suelo sin saber que hacer, quería averiguar cuál era el gran misterio que presentía inminente, me quedé en la misma postura no sé cuanto tiempo, luego volví a asomarme a la ventana, la luz estaba dejando oscurecido el salón, había suficiente claridad para distinguir los objetos del interior pero poco a poco se estaba extinguiendo, apagando, muriendo en aquel salón cada vez más tenebroso, y él seguía sentado en la mecedora sin moverse. Se me ocurrió que quizás no estuviera dormido, traté de seguir la que podría haber sido la dirección de su mirada y casi se me salió el corazón del pecho cuando vi que en la pared de enfrente había un pequeño espejo ovalado donde pude ver sus ojos abiertos observándome en la parte baja de la ventana. Salí corriendo de allí lo más rápido que pude y conduje hasta casa con el susto todavía en el cuerpo.
El jueves de la semana siguiente fui a Mercadona con cierto miedo a encontrarme con él aunque quería verle, pues pensaba que ese hombre se merecía una explicación, por extraño que él pudiera ser era yo el que le había seguido y le había espiado en su casa. No le vi en la tienda así que le pregunté a un compañero, al principio no supo de quien le hablaba pero después de pensarlo un rato en silencio me dijo:
- ¡Ah si, el raro!
Por lo visto ese era su mote entre los compañeros, nadie le conocía bien, ni siquiera sabían su nombre, era una especie de paria para ellos e incluso se habían formado algunos rumores burlones a cerca de él. Llevaba una semana sin aparecer por el trabajo, el mismo tiempo que había transcurrido desde que le seguí, no sé porqué me sentí culpable y decidí ir a verle a su casa.
Cuando llegué el coche seguía en el mismo sitio, me asomé a la misma ventana pero él ya no estaba en la mecedora, dije hola a grito pelado en varias ocasiones, era imposible que no me hubiera oído, aun así, nadie contestó, quizás no estaba, quizás tenía miedo o quizás estuviera muerto. Sentía compasión por aquel hombre, vi que la ventana podía levantarse y no me lo pensé dos veces, entré en aquel salón con la sensación de estar profanando algo muy personal, algo hermético. Me quedé parado observando los muebles, los cuadros, las estanterías llenas de libros antiguos... todo estaba recubierto de un polvo denso, inmóvil, sólo se podía escuchar el silencio y el reloj de cuco, pude sentir cómo el tiempo se petrificaba delante mío y por un momento tuve miedo de convertirme en un mueble más de aquel salón si no me movía, así que me fui a la cocina.
La cocina provocaba la misma sensación, parecía abandonada, no había señales de que alguien estuviera viviendo allí, no había nada desordenado, alimentos a la vista, platos en la pica, restos de comida... sólo el ruido de la nevera en una cocina antigua de terrazo, alicatada con pequeñas baldosas blancas y una mesa en el medio con cuatro sillas de madera descoloridas. Me adentré un poco buscando algo, volví la vista hacia un rincón y allí lo vi, sentado en el suelo con la cabeza entre las rodillas, junto a una fregona con un cubo lleno de agua sucia y una escoba repleta de pelusa, las baldosas en aquella zona estaban amarillas, grasientas... al principio no sabía por qué me estaba fijando en ellas pero pronto me di cuenta... ¡aquel hombre estaba desapareciendo! su imagen, translúcida, dejaba ver las baldosas.
Me senté a su lado y empecé a hablar con él, a duras penas podía escuchar el lánguido sonido de su voz, me di cuenta de que aquel hombre no tenía autoestima, estaba profundamente deprimido lo cual estaba afectando seriamente a la composición molecular de su organismo. No podía dejarle en aquel estado así que decidí quedarme con él hasta que estuviera mejor, me propuse alentar algún sueño, alguna ilusión en aquel espíritu derrotado.
Mi compañía rápidamente hizo efecto, su visibilidad se volvía más estable a medida que conversábamos y hacíamos cosas juntos, trabajamos en el huerto de su casa y escuchamos la radio, era difícil arrancarle las palabras pero con paciencia y mucho cariño siempre lo acababa consiguiendo. Fuimos al cine y a cenar fuera, paseamos por el campo, me lo llevé al fútbol y también a la feria. Me gustaba despertarle por las mañanas y planificar actividades para estar activos, desayunábamos, comíamos y cenábamos juntos, me convertí en su amigo, o eso creía.
Una noche me di cuenta de lo equivocado que estaba. Habíamos acabado de cenar, él prácticamente no había probado bocado, dejó los platos sucios encima de la mesa y se fue a su cuarto, de camino se quedó parado en la penumbra de un largo pasillo.
- Quiero que te vayas -me espetó desde la profundidad donde yo no podía verle la cara- cada vez que te veo pienso en lo miserable que es mi vida, lo único que haces es recordarme que existo, quiero que te largues y me dejes desaparecer en paz ¡vete maldito samaritano de mierda!
Me quedé aterrado por tan hirientes palabras, sin embargo yo sabía que desde bien pequeñito sus padres le habían tratado con el mismo afecto con el que habían tratado a los muebles de la casa. Su madre había sido dura, rígida, no le gustaba que la tocaran, era fría como la estatua del jardín, su padre había sido sumiso, no le agradaba que le hablaran, lo que más le gustaba era sentarse a solas en la mecedora del salón con el rostro sombrío y esperar a que se apagara el día. Así que reaccioné como pensé que debía reaccionar, me levanté y fui hacia él, dispuesto a mostrarle comprensión y afecto, me acerqué lo suficiente para darle un abrazo
 - Hay tan poco amor en tu corazón -le dije entre lágrimas cuando ya extendía los brazos hacia él.
Pero su reacción no fue la que esperaba, me dio un puñetazo y se fue corriendo escaleras arriba a esconderse en el desván.
La mañana siguiente me despertó algún ruido en la cocina. Mientras bajaba las escaleras pude distinguir un sonido metálico, él estaba sentado en la mesa, desnudo y con un grado de invisibilidad considerable, utilizaba el cuchillo y el tenedor para cortar comida imaginaria. A medida que me acercaba podía distinguir con más claridad lo que hacía, intentaba atrapar las sombras que se proyectaban encima de la mesa para luego fingir que se las comía. No me dijo nada, ni siquiera se giró para mirarme, me quedé en el marco de la puerta esperando algo, él se levantó y dejó los cubiertos bien ordenados en su sitio, luego abrió la puerta trasera y se marchó caminando, le seguí de cerca, a él pareció no importarle, caminamos campo a través y fue desapareciendo cada vez más, nos adentramos en el bosque y allí se detuvo un momento para mirar atrás. Durante unos segundos nos quedamos en silencio mirándonos a los ojos, después prosiguió su camino hasta que acabó desapareciendo del todo y yo me encontré caminando sólo por el bosque.
Cuando quise avisar al personal de Mercadona sobre que aquel hombre ya no volvería a trabajar nadie sabía de lo que hablaba, incluso me miraron como se mira a un tarado. Nadie se acordaba de él.
 Ahora de vez en cuando creo sentirlo, he notado su aliento en el cogote cuando salgo a correr sólo por el parque. Si voy a darme un baño a las rocas siento su presencia desgraciada sentada detrás mía implorando ayuda, antes de dormirme a veces percibo su compañía infeliz a mi lado, o me despierto a media noche creyendo que sus manos débiles y temblorosas me tocan la cara, incluso en los centros comerciales llenos de gente puedo presentir su espíritu cobarde mirándome, maldiciéndome.




6. LA HUELLA DE EVA.


¡Qué bonita es Barcelona! ¡y qué calurosa en verano! aunque siempre he pensado que pasar el rato sudando en un piso de l'Eixample forma parte de su encanto. En uno de esos, de la antigua burguesía catalana vivía yo, amplio con los techos altos y uno de esos ascensores antiguos que requerían cerrar una puerta metálica antes de utilizarse.
 Ese verano todos mis compañeros de piso se habían marchado de vacaciones, yo tenía que transcribir varias cintas para un documental, lo cual me tenía allí retenido hasta por lo menos finales de Julio, eso sí, era el amo y señor de todo el piso y podía pasearme en bolas si me daba la gana, aunque no por mucho tiempo porque cuando acabó Junio llegó Eva. Ella era la hermana de uno de mis compañeros y como la habitación estaba pagada y él no estaba, la iba a utilizar  durante el verano. Apareció por la puerta dejando entrar un soplo de aire fresco que renovó en un momento la atmósfera del piso. Yo estaba desnudo en la cocina cuando noté la corriente, no esperaba a nadie y me metí como una flecha en el baño, luego salí con una toalla y me la encontré en el pasillo.
- Hola, soy Eva, la hermana de Juan -me dijo con una sonrisa floreciente que me alegró la mañana.
- Hola, yo soy Pedro -respondí tímido sujetándome la toalla.
Y seguidamente fui hacia mi cuarto señalándolo con el dedo mientras Eva daba muestras de asentimiento con la cabeza, dada la situación.
Ella trabajaba por las tardes en un centro comercial en el área infantil donde había una gran piscina de bolas, vigilaba y cuidaba de los niños, pintaba con ellos o les entretenía con juegos divertidos. Por las mañanas estaba en casa y a veces coincidíamos en la cocina o en el salón, poco a poco se fue creando una simpática relación de compañeros de piso, nos caíamos bien, a mi me encantaba hablar con ella, bueno, realmente estaba enamorado hasta las pestañas pero lo disimulaba bien.
  Cuando Eva se iba a trabajar yo empezaba a soñar con ella, me tenía cautivado, era como una chica perfecta que no podía mejorarse, así que una mañana escribí un poema, o algo así:
 - Me gusta porque es delicada y cuidadosa, porque todo lo que hace es encantador, el movimiento de sus manos, su voz, gestos y forma de caminar. Me gusta asomarme a su mirada y quedarme prendado descubriéndola. Imagino que soy todo lo que mira para ser siempre su centro de atención. Me gustan sus formas de mujer deliciosa y sutil, sus silencios llenos de sueños. Me gusta su actitud sencilla, alegre, su sonrisa esplendorosa y espontánea, que me hace feliz.
Empecé a imaginarme maneras de acercarme más a ella, la deseaba y quería que tuviéramos algo, pensé en proponerle ir a algún sitio juntos, al cine, al teatro, a la playa o a un bar a tomar unas cañas. Decidí que primero trataría de buscar alguna señal por su parte que me indicara que la puerta estaba abierta mientras iba averiguando cuales eran sus gustos y aficiones para poder proponerle algo que realmente le apeteciera. Seguimos teniendo nuestras conversaciones amigables cuando nos encontrábamos en las zonas comunes y me enteré de que le gustaba mucho Federico García Lorca, era perfecto porque estaban representando Yerma en el Teatre Nacional pero no me atreví a dar el paso, no veía más química entre los dos que la de unos compañeros de piso que se llevaban bien, así que continuamos con la misma dinámica. Yo creo que disimulaba bastante bien, intentaba no hacerme muchas ilusiones y aceptar la realidad, la respetaba y le dejaba espacio aunque no podía dejar de pensar en ella, me masturbaba una vez al día y así me aliviaba, lo llevaba más o menos bien y no perdía la esperanza, me gustaba pasear por la casa y buscar la estela que dejaba cada día antes de marcharse: una planta que siempre metía en el salón antes de salir de casa, el ambiente húmedo en el baño y el olor a perfume después de ducharse, su taza de café puesta en el fregadero con su cucharita roja preferida...
Un día escuché sonar campanas, era su día libre y yo estaba en casa, me dijo que le apetecía visitar el museo de Picasso y que si yo quería podíamos ir juntos, me faltó tiempo para decir que sí, no pude disimular. Antes de ir puse una excusa para salir de casa y aproveché para llevar el coche a un túnel de lavado, lo limpié por fuera y por dentro, sudé la gota gorda pero me daba igual porque luego me iba a duchar igualmente. Llegué a casa con el tiempo justo y a la hora de partir estaba listo. Me encantó hacer de guía y mostrarle los pocos conocimientos que tenía sobre los cuadros y el autor, a ella parecía que le interesaba bastante lo que decía, después nos fuimos a tomar una caña a un bar y allí me lancé a darle un beso. Dejó que le diera un pico, sin embargo no quiso que continuara, me dijo que le gustaba aunque no quería tener nada conmigo por el momento porque prefería estar sola. Al principio me sentí un poco frustrado porque yo quería más, sin embargo pronto me consolé pensando que me había dicho que le gustaba, estaba convencido que sólo era cuestión de tiempo.
A Eva le gustaba mucho el sol, tanto que muchas veces sacaba a la terraza un pequeño cachivache de hierro que servía para poner macetas y que ella utilizaba para poner un plato y comer sentada en una silla mientras disfrutaba de él. A mi se me ocurrió otro poema al respecto, poema o delirio de enamorado, como se le quiera llamar:
- Eva, eres bella entre las flores, y como ellas, buscas el sol.
Decidí entregarle esa frase y el párrafo que había escrito anteriormente, le gustaron, me lo dijo sonriendo aunque no me dijo nada más, era muy callada, demasiado para lo que yo necesitaba oír. Intenté poner de mi parte todo lo que pude, buscar esa química, hacerla reír, ayudarla en lo que necesitara, cuidarla, tratarla bien... pero no funcionó, los días transcurrieron y ella no dio muestras de querer tener nada conmigo, es más, empezó a dar muestras de estar un poco cansada de mi. Yo empecé a venirme abajo, pensaba en ella más que nunca, deseaba que estuviera en casa para verla y cuando no estaba sentía que vivía en la casa más triste del mundo.
Un día soñé que perseguía su sombra por toda la casa y cuando la encontré en la cocina la llamé y no se quería girar a hablar conmigo, la intenté coger del hombro pero ni aún así se dio la vuelta.
 Me masturbaba más a menudo, me sentía frustrado por no realizar mi deseo e incluso me enfadé con ella, ya no hablábamos tanto, nunca le dije nada pero le eché la culpa por haber dejado que me hiciera ilusiones, por haber sido una calientapollas. En esa etapa escribí unas palabras que afortunadamente nunca le mostré:
- He abrazado el amor y le he metido la lengua, me he comido su hígado y he chupado sus huesos. Me vomitó en la boca y ahora me rebosa bilis negra, sale a borbotones entre las grietas de mi estómago. Quiero gritar, pero tengo la garganta llena de piedras.
Afortunadamente un día cambié el chip, acepté que ella había sentido algo por mi y que eso no había sido suficiente o simplemente no era el momento, comprendí que si de verdad quería a esa chica era conveniente no ser egoísta y respetar su decisión completamente, volví a sentir paz de espíritu y nuestra relación de compañeros de piso mejoró. No hablamos de ello, simplemente volvió el buen rollo.
Esto ocurrió a finales de Julio, más o menos cuando yo ya me iba a marchar de vacaciones, ella se iba a quedar todavía el mes de Agosto, así que me despedí de Eva esperando volver a verla. Cuando salí por la puerta le escribí una nota en las escaleras:
- Eva eres una de las chicas a las que más he querido, aunque puedas pensar que estoy loco, pues a mi los amores platónicos me afectan mucho. He aprendido a quererte sin egoísmos y eso me ha llenado de paz. Deseo que seas feliz por encima de todo, has llenado mi corazón de buenos deseos. Te quiero.
   Le dejé la nota por debajo de la puerta y me marché de vacaciones. Cuando regresé ella ya no estaba. Todavía no había llegado nadie así que me pasee por la casa observando todos los pequeños detalles que había dejado su ausencia, los cojines del sofá todavía olían a ella, todo estaba limpio y bien ordenado, se había dejado un fular en el perchero y uno de esos peluches que te piden que les abraces dentro del armario, en la cocina había varios botes con especias de las que le gustaban  y dos trapos de colores bien doblados, en la terraza se había dejado el cachivache de hierro donde comía mientras disfrutaba del sol...







7. ECOS DE UN AMOR LEJANO.


Cuando perdí mi empleo en el supermercado pasé una temporada un poco deprimido, estresado pensando en un futuro incierto, no sabía dónde buscar trabajo, no me gustaba ninguno pero necesitaba el dinero. Me despertaba cada vez más tarde, desmotivado, buscaba trabajo sin obtener resultado alguno y me anclaba en casa, no tenía ganas de salir ni de ver a nadie, me sentía solo, con treinta años nunca había tenido una novia seria y, aunque normalmente eso no me afligía, en esos momentos me hizo sentir la persona más desgraciada del mundo.
Mi suerte cambió el día en que alguien coló un folleto por debajo de mi puerta, era de una escuela de pintura que acababa de abrir en la ciudad. Decidí apuntarme, me gustaba dibujar desde niño, tenía cientos de dibujos en casa y había pensado en numerosas ocasiones asistir a clases para aprender más, sin embargo, no sé por qué, hasta ese día nunca me había decidido a hacerlo, quizás había sido pereza o simplemente no me lo había tomado muy en serio.
Allí conecté con algo muy profundo desde el primer día, tuve la sensación de haber tenido siempre una vocación dormida, disfrutaba con las pinturas con auténtica pasión, me olvidaba de todo, sólo existía el lienzo y lo que mi imaginación proyectaba en él. En la academia también conocí a una chica, estaba a mi lado mientras pintábamos, también había recibido el folleto y se había animado a apuntarse. Al principio nos dejábamos las pinturas, hablábamos de los cuadros, de las clases... de temas impersonales, vamos, pero poco a poco se fue estableciendo una sintonía más que amigable. Quedamos una noche después de clase para tomar algo en un bar de Jazz que había en el centro de la ciudad y allí nos besamos escuchando a Billie Holiday. Empezamos a salir, yo nunca me había sentido tan enamorado y tan correspondido a la vez, normalmente era uno de los dos el que estaba colado mientras el otro no, por eso creo que nunca me funcionó ninguna novia, sin embargo esta vez había sido un flechazo y en cosa de un mes ya estábamos viviendo juntos.
Ella tenía un trabajo peculiar, siniestro a la par que interesante, la empresa para la que trabajaba se dedicaba a recoger los enseres de personas recientemente fallecidas. Era una especie de servicio de mudanzas para muertos que contrataban los familiares, las pertenencias luego iban donde ellos decían, normalmente siempre había algo que se quedaban de recuerdo y del resto no querían saber nada, eso les ayudaba a pasar página, la empresa destruía lo que no querían los familiares en una incineradora y ahí acababa la historia. Este tipo de empresas, que aquí eran tan extrañas, ya funcionaban desde hacía mucho en Japón y sorprendentemente estaban empezando a cuajar aquí.
 Es verdad eso de que a perro flaco todo son pulgas pero igualmente es verdad que cuando viene la suerte también puede venir de golpe, la empresa estaba creciendo y pronto necesitó cubrir un puesto de trabajo, así que mi novia, como no, me propuso a mi y en menos de dos meses tenía una novia, una pasión por la pintura y un trabajo ¡mejor imposible! ¡cómo había cambiado mi vida!
Las primeras veces se me hizo muy extraño entrar en las casas de los muertos, el cadáver ya no estaba cuando entrábamos nosotros, por supuesto, pero siempre quedaba el olor, sobretodo cuando se trataba de algún viejecito solitario que llevaba muerto varios días antes de que algún vecino se hubiera enterado. A menudo también nos encontrábamos con comida podrida, con los restos de una última cena o un desayuno a medio hacer. Lo peor de todo era la limpieza del lugar donde había estado el fiambre, solía haber restos de fluidos corporales, pequeños gusanos y moscas... y esa tarea siempre se la daban al nuevo, claro. A pesar de todo, llegó a gustarme mi trabajo, una vez superadas las primeras impresiones, era muy evocador recoger las pertenencias de los que ya no estaban, tanto mi novia como yo establecíamos una conexión muy íntima con ellos, nunca hablábamos entre nosotros cuando recogíamos enseres, cada uno conectaba con su idea del difunto, pues llegas a conocer a la persona que una vez vivió en esa casa recogiendo sus objetos personales y la imaginación da para mucho.
La señora Pilar cambió mi vida, ella murió en un piso cochambroso de Villaverde aunque debió haber sido una mujer muy limpia y educada pues fue la casa más aseada en la que estuve, su cama estaba hecha, el baño impecable y la cocina recogida lo cual no solía ser habitual. Por otro lado, la señora Pilar murió en un parque mientras paseaba a su perro así que no había olores ni restos de putrefacción en lugar alguno. En un cajón de la cómoda de su dormitorio encontré una hoja escrita por ella, a menudo leía este tipo de escritos, cartas o diarios... era muy curioso, o un cotilla sin vergüenza, según se mire, lo reconozco. Esta hoja parecía una especie de confesión o el inicio de lo que podían haber sido unas memorias o algo así, la señora Pilar había sido monja en un orfanato y lo que empecé a leer me pareció muy interesante, así que doblé la hoja y me la metí en el bolsillo para poder leerla después en casa con tranquilidad. Yo estaba especialmente interesado, pues también había sido huérfano buena parte de mi infancia y aunque no recordaba nada, o casi nada de esa etapa, no podía evitar sentirme identificado.
 Esa misma noche mi novia estaba cansada y se fue a dormir antes, yo me preparé un vaso de leche caliente con miel y me quedé en el sofá escuchando a Charlie Parker. Era el momento perfecto para leer la nota de la señora Pilar:
   ... en los treinta años que pasé como religiosa en el hospicio de Nuestra Señora de la Asunción viví experiencias extraordinarias, algunas trágicas, dolorosas, llenas de sufrimiento y otras llenas de alegría, felicidad y misericordia... algunas me obsesionan, experiencias relacionados con el amor, la mística y el destino, yo lo llamo "el fenómeno de los ecos de amor lejano".  Pude observar en varias ocasiones cómo algunos niños huérfanos cuando se hacían adultos se acercaban inconscientemente a sus padres biológicos, hubo varios casos que acabaron viviendo en la misma calle. Recuerdo particularmente el caso de Clara, su madre había sido una joven toxicómana que murió de sobredosis antes de que ésta dejara el orfanato, cuando Clara fue adolescente coqueteó con la heroína, empezó a salir con un hombre que había sido novio de su madre, vivió en el mismo piso donde lo había hecho ella y murió del mismo modo. Otro caso fue el de Miguel, quien se hizo policía y un día persiguiendo a unos atracadores mató a uno de ellos, su padre. El caso de Marta me conmovió especialmente, su madre contrajo cáncer y ella fue su médico, estuvo a su lado administrándole cuidados paliativos en todo momento hasta el día de su muerte... ¡siempre me arrepentiré de no haberle revelado que era su madre la señora a quien cuidaba ¿y qué pasa conmigo? mi hijo, si todavía vive, tendrá treinta y cinco años ¿debería buscarlo? no lo sé, no me atreví a aceptarlo cuando nació y me refugié en un orfanato... ¿qué le diría? lo siento hijo, no me hice cargo de ti, tu padre fue un rojo que murió en la guerra y mis padres nunca quisieron aceptarte ¡qué cobarde fui hijo! ¡qué mala madre! me he pasado toda la vida expiando la culpa cuidando a los niños de otros pero sé que no me merezco tu comprensión... sólo sé que todavía te quiero y que a veces sueño con que eres alguno de los hombres que me cruzo en la calle, podrías ser cualquiera y no ser nadie ¿dónde estarás? ¿nos habrá juntado el destino y no nos habremos dado cuenta?... ¡qué tontería!... podrías estar en otro país... quien sabe... sólo sé que te quiero... y que lo siento.
Las palabras de la señora Pilar mostraban una sinceridad brutal, me dio pena que hubiera muerto sin conocer a su hijo - el mundo es muy injusto -pensé, y con la canción de All the things you are sonando bajita me quedé dormido.
El día siguiente, cuando ya acabábamos la clase de pintura y limpiábamos nuestros pinceles, no pude evitar fijarme en un cuadro sin terminar que estaba en un rincón de la sala, olvidado en el suelo, entre un taburete manchado de rojo y una papelera, representaba una piedad, una madre sostenía a su hijo muerto en una guerra que bien podría haber sido la guerra civil, era impactante, trágico y hermoso. La sinceridad era inclemente pero el amor y la serenidad que transmitía la madre me hizo sentir tranquilo, relajado, en paz. Me pareció que apuntaba a ser un cuadro de gran nivel.
Le pregunté a la profesora de quien era ese cuadro y me respondió que era de una tal Pilar que no había venido ese día, una señora muy amable y altruista que se había ofrecido a repartir los folletos publicitarios de la escuela ella sola. No había reparado en ella, no sabía quien era ¿cómo era posible que no lo supiera?... entonces la recordé, una señora callada, parecía maja aunque no se relacionaba mucho con el resto de la clase, su caballete estaba detrás del mío, a la derecha, al final de la clase, a penas le presté atención, parecía una mujer común sin mayor interés...






8. ANODINO.


Anodino, ese es mi nombre, mis padres acertaron con él porque la verdad es que siempre me ha gustado sentirme insignificante. En el colegio me gustaba que los chicos me robaran el bocadillo en el recreo, que se rieran de mi, que me dieran collejas... los profesores creían que yo era tonto e incluso me bajaron de curso. A mi me gustaba no saber nada, no quería aprender, no quería hacer amigos, sólo ansiaba ser una mota de polvo en la pared, como las que veía cuando la luz del sol atravesaba las ventanas, podía verlas posarse en los objetos, en los abrigos colgados de los percheros, en las mochilas apoyadas en el suelo... gozaba recostando la cabeza en mi mesa viendo como flotaban lentamente enfrente de mi nariz.
Crecí queriendo ser algo intrascendente, un árbol o una planta para nutrirme del sol, o un copo de nieve en invierno que cayera en todas y en ninguna parte, sin objetivo ni propósito alguno, me gustaba perder el tiempo, sentir cómo se me escapaba mientras mi vida iba a la deriva, ver como mis compañeros estudiaban sus carreras, empezaban sus trabajos y yo no tenía proyecto alguno.
Con los años mis padres me obligaron a trabajar en una fábrica y tengo que reconocer que me gustó la experiencia, era un trabajo en una cadena de montaje para Renault, sólo apretaba tornillos, era algo mecánico, simple, no requería esfuerzo mental, era perfecto, me sentía una pieza ínfima en un sistema grande y poderoso. Sabía que la empresa me explotaba y yo era feliz pero los compañeros se disgustaron conmigo por mi sumisión y provocaron un accidente que me inutilizó una mano para siempre. Me dio pena dejar el trabajo aunque fue muy gratificante sentir el desprecio y la ira de mis compañeros.
Conocí a una mujer que me enseñó a disfrutar del sexo, se llamaba Dómina Zara. Cada vez que la veía me obligaba a ponerme a cuatro patas y a besarla en el zapato, no podía mirarla a la cara y hacía todo lo que me decía, me daba azotes en el culo o me tiraba cera caliente por el cuerpo, me humillaba, me despreciaba, me hacía sentir baladí... era su esclavo y sabía que mi existencia no importaba a su lado, era exigua como la vida de una hormiga que a nadie le importa. Fue más allá y me obligó a darle todo mi dinero, era frívola y egoísta, me encantaba, con los años incluso puse a su nombre el piso que me dejaron mis padres, me quedé en la calle, inútil, esquilmado por aquella mujer y me sentía tan feliz.
Quise imitar a Kaspar Hauser y sentirme frágil, inocente e ignorante como un bebé, me quedaba de pie en medio de la acera esperando a que alguien me dijera o hiciera algo, quería ser como la hojarasca movida por el viento, estar a merced de la voluntad de los hombres. Pude gozar de su maldad, de sus miedos, de su violencia... me insultaron y me patearon en el suelo, me echaron de sus portales, no me querían tener cerca, saboree su repugnancia cuando me escupieron en la cara.
Finalmente acabé en el campo, cavé un hoyo lo más profundo que pude mientras yo estaba dentro, sin comida ni bebida, sólo acompañado por una pala, un lápiz y un papel, me aseguré de hacerlo tan profundo que para cuando se me ocurriera escapar no pudiera hacerlo. Y así ha sido, estoy extenuado, me he desmayado unas cuantas veces, me siento desfallecer, moriré pronto, lloro de felicidad ante mi inminente final, la belleza del momento me corta la respiración, sólo tengo fuerzas para escribir estas memorias...












9. DAFNE.


Habían pasado varios años desde la última vez que había abierto la boca, no recuerdo cuál fue el motivo pero lo cierto es que llevaba mucho tiempo sin hablar con nadie. Me había tenido que buscar un trabajo a medida y afortunadamente encontré uno de mimo en el Parque del Retiro. Llevaba siempre una máscara blanca con dos ojos negros y una sonrisa dibujada, eso me ayudaba a apartarme del mundo, me gustaba sentir distancia con el resto de seres humanos.
Un día vi pasar a una chica fenomenal cerca del palacio de cristal, la reconocí enseguida, habíamos ido juntos a la universidad, yo siempre estuve enamorado de ella, bueno yo y toda la clase, sin duda era la chica más popular, la más inteligente y la más guapa ¡cuántas veces había suspirado por esa chica! y en ese momento estaba allí paseando por el parque. Pensé en acercarme a saludarla, sin embargo, recordé que yo no hablaba, total ¿qué podía decirle? mi vida no era interesante, la suya sin embargo seguro que estaba llena de éxitos. Habría conseguido trabajar en uno de los mejores bufetes de la ciudad, seguro, era la primera de la clase, incluso creo que sus padres le pagaron un master en EEUU. Se habría casado con algún empresario rico o con algún tipo brillante, probablemente ya tendría un hijo y todo, su vida siempre fue perfecta. Estaba más guapa que nunca, con su melena lisa y una diadema negra, una blusa de seda, una minifalda ceñida y... como no, unas manoletinas rojas. Este tipo de zapatilla siempre le apasionó, llegué a contar más de cincuenta tipos diferentes cuando íbamos a la universidad. Me quedé mirando cómo se alejaba, parecía que flotaba envuelta en un aura de mujer feliz.
El día siguiente volví al mismo lugar a la misma hora para ver si volvía a verla y así fue, allí estaba, caminando resuelta y femenina con unas manoletinas negras hacia algún lugar - ¿dónde iría? -me pregunté- ¿a su puesto de trabajo? ¿a su casa? ¿habría quedado con alguien? me quedé pensativo observando como se alejaba otra vez.
El tercer día volvió a aparecer por el mismo sitio con unas manoletinas azul turquesa. Esta vez estaba decidido a hablar con ella, al menos un hola ¿cómo te va la vida? ¿de qué trabajas?¿te casaste? y ese tipo de preguntas... total ¿qué tenía que perder?  la seguí hasta el paseo enfrente del monumento a Alfonso XII pero allí desistí, no encontré el valor, total, si llevaba años sin hablar ¿por qué iba a hacerlo en ese momento?
Me senté en la terraza de un bar a contemplar cómo se alejaba, otra vez.
- ¿Qué quiere tomar? -escuché la voz de la camarera que me hablaba desde atrás.
- Una Coca-Cola, por favor -le respondí.
 ¡No podía creerlo! ¡había hablado! ¡y de la manera más tonta!
- Para beber te quitarás la máscara ¿no? -me preguntó simpática.
- Sí, claro, no suelo hacerlo pero hoy haré una excepción -le respondí devolviéndole la sonrisa mientras me quitaba la máscara.
A partir de ahí empezaron a fluir las palabras entre nosotros y se formó una química que llevaba años sin tener, empecé a ir regularmente por aquel bar, empezamos a salir...


10. TRENES QUE PASAN.



Era una noche perfecta, mi amigo Michael daba una fiesta en su chalet de la playa y estaban todos mis viejos amigos y mucha otra gente que no conocía, yo me estaba entreteniendo buscando las caras de mis amigos y cuando los encontraba intentaba recordar el mejor momento que habíamos vivido juntos. Tenía buenos recuerdos con cada uno de ellos aunque no pude evitar experimentar un sentimiento de melancolía cuando me di cuenta de que algunos se iban a casar pronto y otros, sencillamente, parecían diferentes. El tiempo pasaba, todavía nos juntábamos pero ya no era lo mismo, esas noches mágicas llenas de ilusión donde todo estaba por descubrir llegaban a su fin.
Mi atención se posó en Sara, habíamos sido novios desde el instituto, ella había sido mi primer amor y yo el suyo, siempre juntos, nunca habíamos estado con otras personas, ni tan siquiera una infidelidad de una noche... bueno, hasta donde yo sé. Puede decirse que la noche de la fiesta no estábamos juntos, nos habíamos dado un tiempo desde hacía unos tres meses, yo no estaba bien, sentía que ya no era lo mismo y me apetecía estar libre así que le propuse dejarlo durante una temporada, sin embargo esa noche me había dado cuenta de lo desacertado que había estado. Yo estaba enamorado de esa chica y lo que habíamos tenido era algo muy importante, algo que se daba en pocas ocasiones, no podía dejarlo escapar, hablaría con ella, lo arreglaríamos y le pediría que se casara conmigo. En ese momento ella estaba hablando con unas amigas, lucía esplendorosa con su melena morena llena de tirabuzones, llevaba puesta una pulsera de oro que le había regalado yo hacía tiempo por su decimosexto cumpleaños, se la vi cuando levantó su copa para brindar con sus amigas. Decidí esperar a que estuviera sola para acercarme y, mientras, busqué a otra persona que también era importante para mi, era Agustín, el más inteligente de todos, sin duda. Había tenido la idea de inventar una moneda virtual que sólo servía para utilizarse en internet, Bitcoin la llamaba. Necesitaba un socio con cincuenta mil euros y yo los tenía, mi madre había muerto hacía poco y me había dejado algo de dinero, llevaba tiempo dándole largas porque no lo veía claro, una moneda virtual, es decir, que no existía físicamente... lo veía muy raro, no es que desconfiara de Agustín pero era muy arriesgado y si fracasábamos mis cincuenta mil euros se irían al traste, por eso no me decidía, sin embargo esa noche opté por lanzarme. Agustín era un fenómeno y seguro que el negocio funcionaría, invertiría cincuenta mil euros y recuperaría por lo menos el doble. En ese momento le vi hablando con una chica y no quise molestarle, el sexo femenino nunca fue su punto fuerte y no era cuestión de dejar escapar oportunidades.
Entonces se me acercó Dylan y me propuso ir a pillar perico por los viejos tiempos, yo, que llevaba ya unas copas encima le dije que sí, nos montamos en su BMW rojo y nos fuimos al poblado gitano de Son Banya, pillamos cuatro gramos porque también habían puesto dinero otros en la fiesta y un amigo suyo de Palma. Cuando salimos del poblado nos detuvimos en un callejón oscuro a probarlo, dejamos la radio encendida y encendimos la luz del coche, recordamos todas las veces que habíamos hecho eso y nos pusimos alegremente nostálgicos. Una vez más, la noche era nuestra, fuimos primero a Palma a entregarle un gramo a su amigo, éste a su vez celebraba una fiesta en su piso y nos invitó a quedarnos. Yo quería volver a la fiesta de la playa para ver a Agustín y sobretodo a Sara pero por no hacerle el feo nos quedamos un rato, nos tomamos unos rones y nos pusimos unas rayas. Más tarde me entró la prisa, así que insistí a Dylan hasta que nos fuimos. Cuando llegamos al chalet los otros que habían puesto dinero para su perico estaban un poco enfadados por nuestra tardanza aunque se les pasó rápido cuando nos hicimos unas rayas en el dormitorio de Michael, quien había pillado un gramo para él sólo. Busqué a Sara y la vi hablando con un desconocido, ella me miró y volvió la vista rápido como si no me hubiera visto, eso me molestó, la indiferencia se me clavó como un puñal. Me fui a hablar con Agustín pero me lo encontré enrollándose con la chica de antes, me alegré por él, levanté la copa para saludarle y luego le mostré el pulgar hacia arriba, él hizo lo mismo y siguió a lo suyo.
Estuve hablando con Michael, Dylan, Dani y Tolo sobre un montón de asuntos intrascendentes pero como íbamos los cuatro enfarlopados nos parecía todo apasionante. Entonces me vino Mari y me pidió que la acompañara a casa, el día siguiente trabajaba de tarde y quería estar fresca, en realidad estaba echa polvo porque Michael, que había sido su novio durante cuatro años no la hacía caso y estaba tonteando con varias. Accedí a llevarla en mi coche, iba colocado pero bien, así que conduje yo. Tuvimos la mala suerte de pinchar la rueda en medio del campo, encendí todas las luces que pude y le dije a Mari que encendiera una linterna un poco alejada del vehículo por seguridad, cambié la rueda sin sentir cansancio alguno aunque pensaba en Agustín y sobretodo en Sara. Después le puse una raya a Mari, que le gustaba más que a mi el perico y se metía unas clenchas de campeonato, como tres de las mías. Mientras la acompañaba a casa hablamos de la pandilla, de los cambios y de los viejos tiempos, después de dejarlo con Michael a ella le apetecía cambiar de aires, se iba a ir a la península a estudiar moda porque quería ser diseñadora. La dejé en su casa y me volví a la fiesta.
Cuando ya estaba aparcando salieron Tolo y Dani con Iván en brazos, tenía la cara llena de sangre y le llevamos al hospital, se había peleado con uno de la fiesta que yo no conocía, por lo visto le había dicho alguna tontería y rápidamente le había soltado la mano, Ivan siempre fue dado a pelearse. Tolo y Dani también intervinieron en la pelea aunque con mayor fortuna, pues a Iván le rompieron una botella en la cabeza. En el coche les dije que a mi esas cosas no me gustaban, ese tipo de movidas arruinaban la noche y creaban mucho mal rollo. Antes de entrar en urgencias Iván pidió que le pusiéramos una raya y nos hicimos cuatro, quedamos los tres en la sala de espera haciendo tiempo, yo quería ver a Sara, dentro de poco iba a amanecer y no quería esperar, esa noche era perfecta aunque ya iba bastante colocado. Dani comentó que lo que había ocurrido con Iván era una de esas anécdotas que se cuentan entre risas cuando la peña se vuelve a juntar, nos reímos los tres aunque en ese momento a mi no me hacía nada de gracia estar allí. Luego comentamos lo que haríamos después del verano, Dani había conseguido un trabajo como comercial en Coca-Cola y se iba a casar con Jenny, Tolo iba a abrir un negocio de cría de pollos en un pueblo del interior, yo no quise comentar nada de Sara ni del negocio que tenía pensado montar con Agustín.
Salió Ivan con la cabeza vendada y nos fuimos hacia la fiesta pero de camino paramos en una gasolinera a comprar litronas. Cuando llegamos estaba amaneciendo, la mayoría de la gente se había marchado, Sara no estaba, Agustín dormía la mona en una hamaca al lado de la piscina, por lo visto se había emborrachado demasiado y la chica se había ido. Nos juntamos con Michael, Dylan y otros y nos fuimos a ver amanecer en la playa con nuestras litronas. Nos las bebimos con ansia y volcamos toda la mota que nos quedaba, Michael se iba a ir un año a Alemania para mejorar el idioma, Iván no tenía ni idea de qué iba a hacer y Dylan se iba a ir a vivir a León después de casarse con Rebeca. Cuando se nos acabó todo nos fuimos a dormir al chalet. Me desperté por la tarde, Agustín ya se había ido y yo iba a hacer lo propio cuando Michael me mostró la pulsera de oro que le regalé a Sara, se la había encontrado tirada en el suelo, estaba rota en un extremo y ponía Sara en el reverso, le dije que me la diera porque tenía que verla.
Tardé dos días en hablar con Agustín pero para entonces ya había conseguido un socio para su negocio, un amigo de un amigo que conoció en la fiesta, a Sara tardé más tiempo en llamarla, me habían llegado rumores de que se había liado con alguien en la fiesta, quizás con el tipo con quien la había visto hablando. Cuando la llamé la noté distante, quise expresarle lo que sentía pero no me sentí correspondido, hubiera sido tan inútil como buscar algo que ya no existía. Con los años Agustín se forró con su empresa, Sara se fue a Londres, allí se casó con  un inglés y yo me quedé con su pulsera.












11. DONDE EL CORAZÓN SE ENVILECE.


Pau y yo habíamos sido amigos desde tercero de E.G.B. Siempre recordaré la primera vez que habló conmigo, estábamos en clase y la profesora no sé por qué nos hablaba de los políticos a cerca de cuál debía ser su trabajo ideal ayudando a crear una sociedad mejor y de cómo muchas veces se corrompían y se desviaban del camino ético, Pau se giró ingenuo y con cara de sorprendido me dijo:
- ¡Qué tontos! yo sería bueno y ayudaría a crear un mundo mejor.
Claro que a esa edad todos pensábamos lo mismo, no comprendíamos cómo alguien podría renunciar a mejorar la sociedad por un interés egoísta.
Luego crecimos y Pau llegó a ser alcalde, acabó en la cárcel condenado por cohecho y tráfico de influencias.











12. EL CUENTO DE MI PADRE.


Mi padre era todo un personaje, un tipo fascinante, alocado y divertido. Durante el día trabajaba como yesero, le apodaban el tigre porque era una máquina pegando yeso, hacía en un día el trabajo que otros hacían en tres y además salía todas las noches. Fue un hippie chulo, fuerte y brioso con melenas y bigotazo que inauguro la marcha mallorquina en los sesenta. Él y sus colegas fueron de los primeros en ligar con suecas y demás guiris en las primeras zonas de marcha que empezaban a crecer en la Playa de Palma, cuando las playas eran vírgenes, casi todo era bosque y todavía pasaban los payeses con sus burros y demás animales al lado de los chiringuitos llenos de guiris, música y fiesta. Fumaban porros de buen hachís, tomaban tripis, coca, anfetas y otras drogas, eran hippies descubriendo un nuevo estilo de vida, más libre, más hedonista, más loco... y entre tanta noche y tanta fiesta un día conoció a mi madre y se enamoraron.
Cuando yo nací mis padres se querían mucho, cumplí un año en Menorca, mi padre tenía mucho trabajo allí enyesando casas, mi madre siempre me dijo que esa fue una de las etapas más felices de su vida, mi hermano vino tres años y tres meses después de nacer yo... y ya estábamos toda la familia.
Mi padre tenía mucha imaginación y una gran creatividad para los negocios, montó primero un chiringuito llamado La Barraca en un solar donde no había nada, allí empezó a ganar su primer dinero como empresario y conoció a quien por entonces se hizo uno de sus mejores amigos y quien más adelante tendría que convertirse en uno de sus principales enemigos, pero su gran negocio vino unos años después. Montó una cafetería debajo de una finca de pisos donde no había ningún negocio porque no pasaba gente y sin embargo fue un exitazo, se llamaba La Terraza porque como su propio nombre indica tenía una gran terraza y era una cafetería especial, se podía comer, cenar y tomar copas. Por las noches era cuando más se llenaba, mi padre hacía que fuera un show cada día, disfrazaba a los camareros y hacía que los guiris se lo pasaran genial entre sangría y sangría, recuerdo que incluso tuvieron un burro con un sombrero en el bosque de al lado y llevaban a los guiris contentos a hacerse fotos con él. La etapa más feliz de mi infancia fue cuando mis padres tuvieron aquella cafetería y los recuerdos más divertidos con mi padre son de cuando jugábamos a luchas en el sofá junto con mi hermano, o cuando veíamos documentales de animales y él nos hablaba sobre ellos con pasión y épica, o cuando nos hablaba de los budistas y de lo que se podía llegar a hacer con la meditación y las artes marciales, o cuando íbamos a las peñas, una explanada de rocas escondida en medio de acantilados donde no había nadie (había servido en el pasado a los contrabandistas para llevar el tabaco, alcohol, ropa o medicinas a tierra), allí te podías bañar en pelotas si querías, bucear, coger lapas o comerte un buen trampó.
    Mi padre no era tan bueno conservando el dinero como ganándolo, tenía malos vicios. Un día le pillaron con drogas en Marruecos y acabó en la cárcel, eso dio al traste con La Terraza, que se tuvo que vender. Estuvo allí dentro más de tres años, justo cuando yo empezaba la adolescencia, quería ser como él y esperaba que saliera para que me enseñara cosas de la vida.
Cuando mi padre volvió a casa yo tenía dieciocho años, para mi era como una especie de héroe que podía hacer cualquier cosa. Volvió a su antiguo oficio de yesero con cincuenta años, empezó desde abajo, trabajando mucho y cobrando poco. Yo estuve con él una temporada y pronto creó su primera empresa de yeso y escayola, cogió la época completa de la burbuja inmobiliaria y llegó a ganar mucho dinero, en poco tiempo se compró un cochazo y montó otra empresa. Le gustaba rodearse de pícaros y borrachines porque así podía sentirse el rey entre ellos, le encantaba vacilar en el bar delante de todos y que le hicieran la pelota. 
Pero la cabeza de mi padre no estaba hecha para la conservación, ni para la serenidad, ni para la razón... fue una persona autodestructiva, con casi sesenta años seguía haciendo la misma vida de hippie alocado y fiestero que había hecho de joven, salía mucho por las noches y bebía en exceso. Cuando llegó la crisis le pilló muy desprevenido, le dejaron a deber tanto dinero que tuvo que cerrar y se arruinó. Uno de sus en teoría mejores amigos (aquel con quien había trabajado en La Barraca) le intentó estafar con una finca y en pocos meses le diagnosticaron cáncer en el hígado. Los excesos le pasaron factura, murió en un hospital para enfermos terminales situado en un lugar privilegiado de La Serra de la Tramuntana con unas vistas espectaculares.
A veces paso delante de algunos bares que solía frecuentar y me acuerdo de él, le imagino bravuconeando en la barra tomando sus birras, feliz y contento entre su gente con una de sus chaquetas holgadas que tanto le gustaban, sintiéndose el rey. Yo le saludo desde fuera y él se alegra mucho de verme, sé que le hacía muy feliz estar conmigo.

13. LA SEÑORITA HEREDIA.


Los días de la señorita Heredia transcurrían grises como la tristeza que trata de olvidarse, se levantada lo más tarde posible, no tenía prisa por empezar el día pues para ella vivir era algo pesado y molesto. Su habitación estaba oscura, las persianas y las cortinas siempre permanecían cerradas, el olor hermético se mezclaba con el de sus perfumes caros. Lo primero que hacía por las mañanas era mirarse al espejo y maquillarse, se veía muy bella, pensaba que tanta belleza era envidiada por el resto de las mujeres y que en cierto modo eso también era una maldición que la hacía infeliz pero lo soportaba estoicamente pues ese pensaba que era su destino. La realidad era muy distinta, con apenas treinta años su cuerpo y su rostro estaban demacrados por la anorexia, tan consumida estaba que era cuestión de tiempo que muriera.
La señorita Heredia era una persona muy desgraciada, no había conoció a su padre y su madre había sido una mujer neurótica consumida por el miedo. Cuando era pequeña no la dejaba salir de casa porque pensaba que fuera había muchos peligros, le decía que la gente era hostil y quería hacerla daño, por eso desde su viejo caserón de antigua burguesía barcelonesa la señorita Heredia fue cultivando un miedo atroz a la gente que debilitó su autoestima hasta quedar en algo tan raquítico como su cuerpo que trataba de disimular con grandes dosis de soberbia. Cada tarde se ponía un abrigo de plumas rosas, uno ancho, pomposo y enorme que la hacía sentir importante y unas gafas negras con cristales grandes como platos antes de salir a pasear por su jardín. El viejo caserón era ya una reliquia que empezaba a estar cochambroso y el jardín era un espacio sucio de naturaleza salvaje, a ella le gustaba pasear por allí con elegancia, altiva, imaginando que era una reina. A veces se sentaba en una silla de hierro modernista oxidada a mirar el sol, se quitaba las gafas y descubría su rostro cadavérico mientras abría sus enormes ojos verdes, luego volvía a su cuarto y se quitaba el abrigo, le gustaba mirar su cuerpo demacrado frente al espejo, se daba una ducha y se volvía a la cama.



14. AFERRADO A MI PASADO.


En un mundo tan dominado por la tecnología nadie podía esperarse que el ordenador que predecía las mareas fallara. El pueblo en el que vivía quedó literalmente sumergido y no sé si alguien llegó a sobrevivir, me encontré a la deriva aferrado a una vieja cómoda de madera que había sido de mi abuela, el paisaje era desolador, agua y restos de escombros, nadie con quien hablar.
- Menuda mierda de destino -pensé- ¿qué sentido había tenido mi vida?
No me había realizado, no había triunfado ni en el trabajo ni en el amor aunque por otro lado creo que había sido más o menos moderadamente feliz.
Me entretuve abriendo los cajones de la cómoda, en el primero vi algunas joyas de mi madre que habían pertenecido primero a mi abuela, en otro vi fotos de la familia, de mi madre, de mi padre, de mi hermano y de mis abuelos, en otro había una cajita donde mi padre había guardado los dientes de leche de mi hermano y míos, en otro sábanas y manteles con bordados a mano que habían sido de mi bisabuela y en el último vi unas canicas, un rollo de celo casi gastado, un pegamento arrugado y algunos sugus rancios.
La cómoda empezó a hundirse, a mi lado pasó un mueble del Ikea que flotaba bien, al principio me agarré más fuerte a la cómoda con resignación esperando morir con ella pero pronto la mandé al carajo y me pasé al mueble del Ikea.






15. EL ALMOHADON DE PLUMAS.



 El día que enfermé se me cayó el mundo a los pies, pasé casi cuatro meses metido en casa, la mayoría del tiempo estaba en la cama, viendo series, películas, escuchando tertulias políticas o leyendo, mi vida social consistía en wasapear con los amigos y con Sofía, especialmente me gustaba hacerlo con ella. Iba de la cama al sofá y del sofá a la cama, no sabía si lo superaría y quería estar solo, algunas noches sentía mucho miedo y lo único que me tranquilizaba era abrazar un almohadón de plumas desgastado de color verde que tenía en casa desde tiempos inmemoriales. Fueron malos tiempos. Empecé a salir de casa para hacer ejercicio, los martes y los jueves iba a correr, los lunes y miércoles cogía la bici y los viernes me iba a nadar a las rocas. Lo que más me gustaba era la bici, no había montado regularmente desde que era pequeño y de repente descubrí una actividad que me proporcionaba mucho placer, sobretodo me encantaba alejarme de la civilización y meterme en el campo, no escuchar coches, sólo a los animales y ver el panorama que iba dejando el sol cuando se iba. Me aficioné a hacer fotos de paisajes bonitos y luego se los mandaba a Sofía, a ella también le gustaba mucho escaparse de la ciudad y buscar el silencio y la fascinación de la naturaleza.
Un día vino Agustín a verme a casa y disfrutamos de una buena conversación, me convenció para que saliera un poco, me pegué una ducha y salimos a dar un paseo, nos paramos en una cafetería a tomar una caña y cuando nos fuimos quedamos en vernos pronto. El fin de semana siguiente me dijo un amigo si quería salir un poco de marcha, fuimos a un local donde había música en directo y me lo pasé muy bien, bailé observando cómo la gente se divertía y me gustó. Cuando llegué a mi casa observé mi cama desecha, llevaba semanas sin cambiar las sábanas y el almohadón arrugado coronaba el cabezal, lo cogí, olía a sudor así que lo aparté encima de una silla y me caí redondo en la cama.
Marta había empezado a salir con Dani, un día fui con ellos a comer, hablamos de cómo nos iba la vida y me alegré mucho por ellos, aunque no durante mucho tiempo porque en menos de un mes ella se enamoró de otro y le dejó. Empecé a llamar a mi amigo Joaquín para hacer excursiones por la montaña porque era un auténtico experto, hicimos unas cuantas, también vino Esteban la mayoría de las veces y a alguna también Paloma a quien había conocido en las clases de inglés y que salía con Joaquín.
El veintiuno de junio nos juntamos toda la vieja guardia para celebrar la llegada del verano, fuimos a comer a Ca'n Torrat, la comida estaba sobrevalorada pero la compañía fue lo realmente importante, hacía años que no veía a algunos de mis amigos, casados, con hijos. Chema vino con un brazo escayolado, se había caído con la moto aunque bromeamos con la posibilidad de que se lo hubiera hecho su mujer. Cuando llegué a casa mi cama estaba desecha, como siempre, cambié las sábanas e hice la cama, el almohadón estaba en la silla, en la misma posición en la que lo había dejado hacía semanas, lo cogí y lo metí en el armario.
El día siguiente quedé con Agustín para ir al cine, vimos la última de los X-men porque a él le encantaba el cine más comercial, unos días después me enteré de que había conocido a una chica a través del E-Darling, una cordobesa con quien empezó a tener muy buena sintonía. Agustín fue un fin de semana para allá y el siguiente vino ella, en menos de un mes ya tenía novia oficial. Yo la conocí en una cena de amigos que hicimos cerca de un club náutico.
En medio del verano me fui a Barcelona, allí había gente a la que tenía ganas de ver: Patri, mi compañera de piso, tan simpática como siempre, Tomás, que no estaba pasando por una buena racha económica y por supuesto... también estaba Sofía. Quedamos para tomar un café, luego salimos por la noche y acabamos en la cama, en poco tiempo se vino a vivir conmigo y Patri se tubo que buscar otro piso donde vivir..
En otoño volví a Cullera a vender una propiedad, mi cama estaba hecha y las sábanas limpias, me acordé del almohadón, estaba en el armario, en la misma posición en la que lo había dejado, lo cogí y lo tiré a la basura.




16. LA TROMPETA.


Lázaro estaba triste, su novia le había dejado y se encontraba un poco perdido, sus amigos estaban muchos casados, tenían trabajo, una vida estable, él no trabajaba, no sabía lo que quería, estaba atravesando por una de esas épocas de transición, también llamadas de crisis. Pasaba mucho tiempo en casa sólo, se aburría y se regodeaba en la melancolía, le gustaba salir por las tardes a pasear y sentarse cerca del mar a ver el atardecer. A veces se llevaba el móvil  y escuchaba el Spotify, le gustaba el jazz y así un día escuchando a Miles Davis se le ocurrió una idea: aprendería a tocar la trompeta.
Subió a la ciudad y entró en una tienda de instrumentos musicales, no tardó en verla, una brillante Bach dorada en un estuche negro con interior de terciopelo rojo. Se gastó una pasta, pues no era barata pero salió con una sonrisa de oreja a oreja de la tienda, se compró varios dvds para aprender y se apuntó a clases particulares todos los días, le encantaba practicar en su piso del casco antiguo de la ciudad entre las ocho y las nueve y media, cuando caía el sol. Se sentaba en su ventana y tocaba mirando al mar, mimaba su trompeta con paños suaves, limpiaba detenidamente la boquilla, pistones y bomba.
Los vecinos en un principio fueron reacios pero pronto se acostumbraron al sonido y disfrutaban tanto de él que algunos esperaban a que fuera la hora para escucharlo desde sus casas. Lázaro fue aprendiendo y cuanto más aprendía mejor se sentía, notaba como su melancolía se transformaba a medida que sonaban las melodías, era su catarsis, su transformación mágica de la tristeza en belleza musical. Y así, tocando When you're smiling a todo pulmón sentado en su ventana es como le recuerdo la última vez que le vi...






17. NARCISO.


Narciso gozaba los domingos en el campo, le gustaba acercarse al lago y contemplar su imagen, le tarareaba canciones mientras la observaba con disimulo. Cuando llegaba a casa pensaba mucho en ella, creía que le aguardaba en el fondo del lago, que le esperaba aburrida, sola, así que decidió cantarle canciones nuevas todas las semanas.















18. UN JAPONÉS EN MOSTOLES.


Miguel estaba fascinado con Japón, no había estado nunca pero había visto muchas películas, animes y documentales, visitaba mucho una página web donde sólo se podía ver cine japonés, así que conocía numerosos títulos y directores, Hirokazu Kore-Eda, Sion Sono, Takeshi Kitano... y por supuesto los clásicos, Akira Kurosawa, Kenji Mizoguchi, o Yasujiro Ozu. Cuando era más jovencito le apasionaban los videojuegos, tenía una Megadrive con la que empezó a jugar al Sonic y más adelante empezó con el ordenador. Le apasionaban los animes, sobretodo Hayao Miyazaki, a quien consideraba un verdadero artista y soñaba con ir a Japón algún día, pasear por Shibuya y Akihabara, cantar en un karaoke, comer sushi en la lonja o jugar a pachinko.
Un día conoció a un internauta misterioso que no escribía muy bien el español en el foro de cine donde de vez en cuando escribía comentarios, hablando y hablando se dieron el Facebook y Miguel descubrió que se trataba de un japonés llamado Hiroshi, era un otaku asiduo a pasear por Akihabara y rápidamente congenió con él. Hacía unos años que estaba estudiando español porque se sentía atraído por el país, tenía la idea de que en España se trabajaba para vivir y no se vivía para trabajar. Hiroshi era una persona solitaria que a penas tenía amigos y nunca había tenido una novia, se sentía sólo e incómodo en su ciudad, tenía curiosidad por la fiesta y el espíritu alegre y extrovertido de los españoles, así que Miguel le ofreció su casa en Móstoles por si quería pasar unas vacaciones. A Hiroshi al principio le pareció una locura, él no era el tipo de personas que hacían esa clase de cosas pero de repente los astros se alinearon, encontró una confianza en si mismo que hacía tiempo que no sentía y en menos de un mes se plantó en Barajas, o mejor dicho, en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas.
Miguel fue a buscarle con el coche, sabía que probablemente reconocería al nipón pero por si acaso llevó uno de esos papeles con su nombre escrito y lo levantó mientras le esperaba. No tuvo que esperar mucho porque fue de los primeros en aparecer por la puerta, llevaba una gorra ladeada y unas gafas con cristales azules, una camisa de cuadros abotonada hasta arriba y una chaquetilla color verde fluorescente.
Miguel vivía en una de esas fincas con toldos azules que había en Móstoles, en la zona de Estoril II, cerca de la universidad Rey Juan Carlos I, una zona de lo más normalita aunque al japonés le pareció fascinante. Una vez en casa Miguel le enseñó su cuarto, Hiroshi abrió su maleta y sacó un regalo para él, una maqueta espectacular de El castillo en el cielo, una película de Hayao Miyazaki que era la preferida de Miguel. Cuando la vio no supo qué decir, pues una maqueta de esa calidad sabía que era carísima y al principio no se atrevió a aceptarla, sin embargo Hiroshi insistió y se la acabó quedando.
Ese mismo día por la tarde, salieron por Madrid con unos amigos y se fueron de cañas y tapas. El japonés estuvo muy tímido pero disfrutó del buen ambiente que vio allí, le gustaba ver divertirse a la gente, encontró a los amigos de Miguel extraordinariamente simpáticos, afectuosos, algo que no se estilaba en Japón y que le ponía un poco nervioso.
El día siguiente llovió y se lo pasaron frente al ordenador, jugaron a videojuegos y vieron animes japoneses, por la noche planificaron el día siguiente porque Hiroshi quería ir de museos y fueron al Prado, al Reina Sofía y al Thyssen, para comer visitaron el Museo del Jamón, bocadillos baratos y cañas, le llamó la atención el local, lleno de papeles en el suelo y la barra con restos de comida y mojada de las cañas goteantes, pero por otro lado le pareció todo muy auténtico.
Volvieron a quedar con los amigos, esta vez el nipón se soltó y empezó a integrarse, cayó bien en el grupo, era diferente, friki, gracioso. Juan, que era de Pamplona, les invitó a su casa por San Fermín y ambos aceptaron, se compraron el traje blanco, los pañuelos rojos y el seis de julio cogieron el tren para plantarse en Pamplona. Entonces empezó la experiencia más excitante que había tenido Hiroshi en su vida, nunca había conocido algo parecido, nunca había bebido tanto, nunca se había perdido entre la multitud varias veces, nunca había sentido tanto miedo corriendo delante de los toros pero sobretodo, nunca se había divertido tanto. Vivió la amistad con una intensidad hasta entonces desconocida para él, le gustó soltarse, se apasionó, se abrazó con la gente, algo muy poco común en Japón y tuvo la sensación de que nunca había sido tan feliz.
Llegaron a Móstoles el quince de julio y la semana siguiente se la pasaron descansando en casa entre lecturas, ordenador y televisión, pues ambos eran personas en el fondo muy caseros y ansiaban tener esos momentos de soledad. La última semana de julio hicieron varias visitas a la ciudad para ver lo más emblemático y viajaron a Toledo y Aranjuez. En otra reunión de cañas y tapas José les invitó a las fiestas de su pueblo en la primera semana de agosto.
El pueblo era Castroverde de Cerrato, tenía escasos cien habitantes cuando no había fiestas, estaba situado en el Valle de Esgueva, en la provincia de Valladolid. A Hiroshi le enamoró el paisaje llano y dorado del cual ya había leído en Campos de Castilla. José les alojó en la casa que había sido de sus abuelos, un caserón antiguo de dos plantas con un patio interior donde guardaban un tractor y un agujero en la cocina llamado gloria para encender fuego y calentar el suelo, sus habitaciones eran austeras, dos camas, armario, mesillas de noche, dos vírgenes y un crucifijo en la pared.
Primero fueron todos al bar a reunirse con el resto de amigos de José, allí les dieron un pañuelo de su peña a cada uno, amarillo con unas letras negras que ponía Marranines con dos cerdos dibujados. Se lo pusieron en el cuello como todos y se fueron a la peña, un garaje en las afueras, rústico, sin decoración pero con música y mucho alcohol. Fueron llegando otros miembros de la peña, entre ellos Teresa, la prima de José una morena resultona muy simpática que encandiló enseguida al japonés y empezaron las fiestas. Hiroshi no había conocido a tanta gente en su vida, se iban formando grupos diferentes todos los días, no hubo una sola noche que durmieran en la misma casa, iban de peña en peña, de bar en bar, de casa en casa. Miguel se fijaba en cómo congeniaban Teresa e Hiroshi, a menudo les veía juntos hablando, hasta que el último día les vio más acaramelados que de costumbre y cuando volvió de pedir unos cubatas en la barra ya estaban besándose, ese día se marcharon Teresa e Hiroshi por el camino de la era a dormir juntos.
En el autobús de vuelta a Móstoles los dos tortolitos se despidieron con lágrimas en los ojos y quedaron en verse pronto, Hiroshi estuvo todo el camino de vuelta absorto en sus pensamientos y Miguel durmió casi todo el trayecto. Una vez en casa se volvieron a coger una semana sabática para estar en casa ociosos a su bola, aunque pronto llegó Teresa y empezaron a  salir los tres a la piscina durante el día y a menudo salían por una zona de terrazas a tomar algo por la noche.
Los últimos días de agosto fueron los más tristes que había tenido el japonés en su vida, le tocó despedirse de Teresa y aunque quedaron en verse algún día, en Tokio o en Madrid, los dos sabían que probablemente ese era el final. También le tocó despedirse de Miguel y se le empañaron los ojos en lágrimas, sin duda era su mejor amigo. Ya en el avión, Hiroshi recordó con una sonrisa en los labios su estancia en España, recordó la amistad, el amor, la alegría y la fiesta y supo que había sido la etapa más feliz de su vida. Miguel, en casa, entró en el cuarto que había ocupado su amigo con el ánimo todavía triste por la despedida, allí encontró el pañuelo rojo que había llevado en San Fermín y se alegró al pensar que algún día viajaría a Tokio y se lo entregaría.


















19. EL ESTANQUE.


Lo primero que vi cuando regresé al hogar fue el estanque de piedra, llamado en Mallorca safareig, que había junto a la entrada. Lo coronaba un antiguo molino derruido que había perdido las aspas, sus paredes estaban llenas de grietas y huecos oscuros habitados por palomas y ratas. Las piedras viejas, consumidas por el tiempo, sorprendentemente todavía lo contenían lleno, el agua estancada, quieta, silenciosa, negra con nenúfares verdes mohínos llenos de mosquitos, provocó en mi un efecto sobrecogedor que me hizo pensar rápidamente en La caída de la casa Usher. 
Nunca me gustó vivir en el campo, tan alejado de todo, sin vecinos, mi infancia fueron grandes extensiones de tierra sembradas de aburrimiento. Entré en la casa con la urna que contenía las cenizas de mi abuela bajo el brazo, la vivienda estaba bien conservada por dentro, mi abuela siempre fue una persona cuidadosa con sus cosas, austera y conservadora. No había sentido mucho su muerte, me hubiera gustado pero la realidad es que cuando me llamó el notario yo estaba en Madrid tan ricamente, al fin y al cabo a ella nunca le gustó mucho hablar conmigo.
Dejé a mi abuela en un rincón y me pasee por la casa con calma e indiferencia, calculando con frialdad de contable cuánto podría sacar por ella, subí las escaleras y llegué al que había sido mi cuarto, allí dejé de hacer cuentas, había pasado gran parte de mi vida entre esas cuatro paredes. Lamentablemente el primer recuerdo que me vino a la mente fue triste, recordé cómo había echado de menos a mis padres cuando murieron en el accidente siendo yo todavía niño y me entró la melancolía, sin embargo rápidamente empecé a pensar en todos los momentos de diversión que había tenido en esa habitación. Recordé especialmente mi caballo de madera, uno de esos antiguos con forma de balancín que ya había sido de mi bisabuelo y había ido pasando de generación en generación. Montado encima de él había disfrutado con mucha ilusión imaginando historias entre indios y vaqueros, sin embargo no estaba allí, después fui a buscarlo al trastero y tampoco lo encontré, miré en todas las habitaciones pero ni rastro, salí por detrás y entré en el cuarto de las herramientas, allí también tuve recuerdos bonitos pues una de las maneras de matar el tiempo había sido trabajar en el campo, aprendí a labrar la tierra y mi abuela, como pasaba de todo, no me exigía mucho.
Decepcionado por no haber encontrado mi caballo de madera volví a mi cuarto, me di cuenta de que no sólo era el caballo, no había nada mío allí, ni mis libros del colegio, ni mi ordenador, ni mis posters de tías macizas y grupos de rock... yo dejé las paredes empapeladas de iconos pop y ahora estaban blancas e inmaculadas. Me tumbé en la cama y me puse a pensar... recordé que en el cabezal había escrito algunas frases poéticas sobre Isabelita cuando estaba enamorado de ella, me giré y vi el cabezal impoluto y bien barnizado, salté de la cama y eché otra mirada con detenimiento a mi habitación...ese cuarto podría haber estado vacío toda la vida ¿pero por qué mi abuela no había conservado nada mío? ¿tan poco le importaba que había decidido borrarme de su casa? me sentí enfadado pero la casa era mía en ese momento y no quería abandonarla tan fácilmente.
Salí a caminar fumando un cigarro y me acerqué al estanque, subí encima de unas piedras para verlo mejor, había algo inquietante en esas aguas ponzoñosas, quizás fuera verlas tan quietas, petrificadas, o quizás su oscuridad, o el miasma infecto que te revolvía el estómago... no lo sabía pero automáticamente fui a buscar las cenizas de mi abuela y las arrojé de un golpe dentro del estanque. Luego volví al cuarto de las herramientas, cogí el pico y empecé a trabajar la tierra, no tenía muy claro qué quería hacer pero a falta de ideas decidí emplear mi tiempo en algo, se me hizo de noche y me fui a dormir sin cenar.
A la mañana siguiente fui al pueblo a comprar víveres y una buena botella de ron Flor de caña, seguí trabajando la tierra, planté semillas, me pasee por las habitaciones recordando mi vida allí, por la noche me emborraché y me dormí contento, y con esa dinámica se fueron sucediendo los días, no comprendía qué hacía allí, me acordaba mucho de mis padres, mi madre había sido muy protectora, me había querido mucho pero también había sido una mujer ansiosa que me había transmitido mucha inseguridad y no sabía por qué demonios sólo me acordaba de esa lamentable parte de mi relación con ella, mi padre había sido una persona divertida pero que también tenía momentos agresivos y curiosamente mi memoria, frágil y desconsolada, sólo recordaba esos penosos momentos. Pasaron dos semanas, mi ropa olía mal, debería haber vuelto a Madrid, tenía un negocio que atender y una familia allí, sin embargo volví al pueblo a comprar más ron, había encontrado el viejo gramófono de mi abuela en el trastero y tenía ganas de escuchar algún disco antiguo mientras me pillaba un buen pedo.
Después de haber estado trabajando todo el día cogí una pastilla de jabón Marsella y me tiré algunos cubos de agua del pozo por encima, cené en la cocina un poco de queso y jamón serrano con unas buenas rebanadas de pan moreno, sal, aceite de oliva virgen y tomate de ramellet, luego me fui a mi habitación y encendí las velas, me puse un copazo, encendí un cigarro, le di cuerda al gramófono y me puse a escuchar a Antonio Machín a todo trapo. Primero me sentí contento y excitado cantando a grito pelado pero a medida que el alcohol iba haciendo efecto me invadió una melancolía incomprensible, me senté en la cama y me puse a llorar ¿qué estaba haciendo allí? ¿qué me afligía? ¿por qué no me iba? entonces me levanté corriendo y mire por la ventana, desde esa altura, la luna llena dejaba ver el estanque ¡sí, eso era! ¡el estanque! ¡ese maldito estanque! ¡había algo diabólico en él! bajé aterrado y fui corriendo al cuarto de las herramientas, cogí el pico y empecé a golpear la parte baja de una de las paredes de él, golpee con toda la fuerza que tuve, grité asustado y lleno de ira, recordé mi triste infancia, maldije la ausencia de mis padres, y a mi abuela a quien todo le importaba una higa, todas esas experiencias habían dejado en mi un corazón lleno de bilis negra durante demasiado tiempo, piqué y piqué hasta que empezó a salir agua, seguí golpeando hasta quedar exhausto, hice un boquete considerable, el agua venenosa me mojó los pies, me marché a mi cuarto y me tumbé en la cama con los zapatos y los pantalones empapados oliendo a putrefacción.
Cuando desperté por la mañana lo primero que hice fue mirar desde mi cuarto el estanque vacío, allí estaba mi caballo de madera y dos esqueletos alrededor de él. Abrí la ventana, apenado pero sin lágrimas en los ojos, para despedirme de mis padres por última vez, aquellos cuerpos que una vez me abrazaron no eran más que un conjunto de huesos mojados cubiertos de suciedad, como fósiles perdidos en el tiempo, como si nunca hubieran existido. Recogí mis cosas y salí de casa tranquilo con una sonrisa en los labios, me encendí un cigarro satisfecho y caminé pisando el terreno empantanado hasta la entrada donde tenía el coche, saqué el móvil y llamé a mi hijo, me emocioné al oír su voz, con el dinero que iba a sacar por la casa le compraría un piso a él en Madrid.







20. CERAS PLASTIDECOR.


Encima de la mesa quedaban para elegir una cajita de ceras Plastidecor, otra de lápices de colores Alpino y un estuche de rotuladores Carioca. De entre todas, Manuel escogió las ceras porque le gustaba más cómo pintaban, repartió pinturas entre sus compañeros de pupitres, él se quedó la de color negro y empezó a pintar a su madre. El profesor les había dicho que pintaran algo que les gustara mucho, pintó el pelo y el círculo de la cabeza, los ojos, la nariz y la boca, luego dibujó piernas, brazos y un vestido, pidió la cera de color carne, su preferida, pensaba que era más bonita y especial que las otras y coloreó el cuerpo y la cara. Finalmente con la cera roja pintó su vestido, acabó muy orgulloso, enamorado de su pintura, se la quiso llevar a casa pero el profesor no le dejó, así que cuando volvió a poner las ceras en su sitio, se guardó en el bolsillo la negra, la roja y la de color carne.
Pasaron los años y un día Manuel decidió comprarle un sofá nuevo a su madre, vinieron los de la tienda a llevarse el viejo y cuando lo levantaron se cayeron al suelo las tres ceras Plastidecor negra, roja y carne. Manuel las vio caer, se agachó a recogerlas y las sostuvo en la mano un rato, las miró como si recordara algo y luego las tiró a la basura.








21. CRISTINA ROMAN.


Cuando le dejaron en casa ya era de noche, había estado con los amigos en la playa todo el día y se habían quedado hasta la puesta de sol. Antes de subir al piso quiso pararse a pedir un kebab, tenía hambre y no quería cocinar. Mientras hablaba con Ahmet sobre cosas del barrio vio pasar a una mujer que le llamó la atención, una morena de unos treinta y tantos con un vestido rojo que paseaba con una señora que podría ser su madre, al principio no la reconoció pero rápidamente cayó en la cuenta, era Cristina Román.
Habían ido juntos durante la E.G.B y el B.U.P, primero fue la niña más guapa y luego la tía más buena. Recordaba que la fruta que más le gustaba era la sandía y su color favorito era el rosa, sabía que había sido una chica muy pudorosa porque una vez dieron un streeptesae de un hombre en la televisión y ella dijo que menos mal que no se había quitado el bañador porque eso habría sido muy poco estético. Durante la E.G.B ambos se quedaban a comer en el colegio y a él le encantaba coincidir en la misma mesa, luego ella se iba con sus amigas a sentarse en un murito cerca del campo de fútbol donde él jugaba con sus amigos y de vez en cuando le gustaba mirar allí donde estaban las niñas. En B.U.P le ilusionaba enormemente coincidir en gimnasia, hacer cosas en equipo o juntarse en los grupos de filosofía a hablar sobre la inmigración, el aborto o la eutanasia, ella siempre fue tan tradicional...
Ahmet había acabado el kebab y se lo estaba poniendo en una bolsa de plástico, Cristina Román ya había pasado y no se había fijado en él ¿por qué no se habrá casado todavía? se preguntaba mientras la veía alejarse, la había visto en E-darling hacía poco más de un año y pensó que podría ser un buen momento para saludarla...




22. VEGETA.


Estaba haciendo limpieza en su habitación, abrió los cajones de lo que un día había sido su escritorio y encontró papeles y recuerdos varios, de entre todos le llamaron especialmente la atención unos dibujos de Vegeta que había hecho cuando era casi un adolescente. Le encantaba ese personaje porque era fuerte, orgulloso y antisocial, recordó cómo se había identificado con él, siempre le gustó mantener la distancia con su grupo de amigos, se sentía diferente, mejor y aunque a esa edad no era consciente, también tenía un gran resentimiento con la vida que le había colmado de carencias. Hizo la mayoría de dibujos un verano cuando Brasil ganó el mundial, sus amigos le fueron a buscar a casa unas cuantas veces y él no quiso salir, les observó por la ventana, quería estar sólo. Afortunadamente todo eso había cambiado, estaba casado, tenía hijos, muy buenos amigos... dobló los dibujos e hizo aviones de papel, encendió el ordenador, buscó a Elvis Presley en Youtube y fue lanzando los aviones uno a uno por la ventana.











23. UNA ENTRADA DE CINE.


Manuel estaba sentado en su escritorio leyendo los diarios por internet cuando se cayó un papelito encima, era una vieja entrada de cine perteneciente a la película Olvídate de mi. Había colgado esa entrada en el corcho encima del escritorio porque le había dejado huella ya hacía muchos años, sostuvo la entrada entre sus dedos, hacía tiempo que no iba al cine, mucho tiempo. Las primeras salas que conoció fueron la Metropolitan y los cines Chaplin, en la primera se coló con un amigo a ver instinto básico porque sabían que tenía contenido erótico, les pilló el acomodador y les echó a la calle. Ambas salas estaban cerradas ya. Luego abrieron grandes centros comerciales con salas de cine, como los Multicines Porto Pi donde había visto Steamboy o 2046, los cines Ocimax donde había visto mucho cine comercial que ya no recordaba, o el Festival Park de donde guardaba muy buenos recuerdos:
Había ido con algunas chicas y las había besado por primera vez, había comido hamburguesas en el Foster's Hollywood y jugado a bolos en el centro de juegos. También había trabajado allí de acomodador y sirviendo coca-colas y palomitas, pudo ver las películas gratis y conoció a gente interesante, entre ellos a una chica algo alocada que le gustaba mucho, se la fue encontrando en diferentes lugares a lo largo de su vida, en una biblioteca, en una tienda y en una parada de autobús. Recordó con placer el momento de volver a casa después del trabajo, cuando era casi de madrugada y estaba todo muy tranquilo, llegaba cansado al coche, ponía la música, se fumaba un cigarro y emprendía el camino de vuelta.
Los cines Renoir fueron también especiales, por aquella época tenía un muy buen amigo llamado Pablo, era poeta y un apasionado del séptimo arte, disfrutaban viendo cine de autor y hablando de las películas después en la terraza de un bar tomando cañas...





24. CAROLINA.



 Se la encontró en un bar de toda la vida, primero un local de fumetas pero en ese momento era más una marisquería que un bar, estaba al lado de un club náutico, venían extranjeros con pasta y demás gente acomodada a comer pero la barra pertenecía a la gente del barrio. Carolina había sido su primera novia cuando ambos tenían entre diez y doce años, la primera vez que se dieron un beso fue en el parque infantil del colegio, ambos entraron por diferentes extremos dentro de un tubo de color verde, se quedaron mirando un rato sonrientes y luego se besaron.
 No se veían desde aquella etapa en sus vidas así que se alegraron mucho de verse, Carolina era una mujer hermosa, se había casado y tenía una niña. Después de conversar un poco ella volvió con su familia, estaba con sus padres y él se quedó con sus amigos tomando unas cañas en la barra, de vez en cuando le gustaba mirar donde estaba ella, sentía curiosidad por saber quien era su marido pero no apareció. Pasaron las horas y Carolina se acercó a pagar donde estaba él, allí volvieron a entablar conversación ambos iban un poco chispados y se animaron a tomarse una juntos, los padres de ella se llevaron a la niña a casa, justo al lado de la marisquería donde habían vivido toda la vida.
- La verdad es que estoy divorciada -le confesó cuando ya estaban solos, intentando disimular un gesto amargo con una sonrisa- simplemente no funcionó.
- Vaya, lo siento -le contestó medio sincero porque también se alegraba de que estuviera libre.
- Por eso he vuelto con mis padres... he vuelto al hogar -dijo, y volvió a reír.
- Recuerdo tu casa, sólo he estado una vez en un cumpleaños tuyo pero recuerdo perfectamente esa terraza magnífica desde donde se ve la bahía perfectamente -dijo señalando su chalet desde la barra.
- Pues vamos a tomar la última allí, en la terraza -dijo entusiasmada.
Entraron en casa y se encontraron con su padre, le recordaba de haber ido a buscar a su hija al colegio cuando todavía tenía pelo, se saludaron y luego fueron a la terraza con una botella de vino. Vieron el atardecer y fue bastante romántico, se cogieron de la mano y se besaron, luego fueron a su cuarto e hicieron el amor. Por la mañana desayunaron juntos, se despidió de Carolina, de la niña y se fue a trabajar.





25. ARBOLES QUE DANZAN.


Existe un lugar donde los árboles bailan, está en Mallorca, concretamente una zona escondida en la Serra de la Tramuntana. Las noches de verano son particularmente sensibles, reaccionan a la música y a las caricias, les gusta especialmente el jazz, se contonean emocionados escuchando a Charlie Parker y se retuercen cariñosos con la voz femenina de Ella Fitzgerald. No les gustan las multitudes y el govern tiene prohibido el paso a cualquiera, sólo se pueden visitar pidiendo autorización y hay una lista muy larga de espera.
Marcos y Anabel habían tenido suerte, la noche que les tocaba a ellos era verano y había luna llena, entraron en el bosque pidiendo permiso a los árboles que les abrieron el paso saludándolos, pasearon por la playa cogidos de la mano mirando cómo la luna coloreaba de plata las olas del mar, se sentaron en la arena y se dieron unos arrumacos. Volvieron al bosque y cenaron con una botella de vino, encendieron el Ipod y empezó a cantar Billie Holiday, la piel se les ponía de gallina entre besos y abrazos, hicieron el amor y el bosque vibró en éxtasis hasta el amanecer. 









26. MI PROFESOR DE HISTORIA.



 Mi profesor de historia era un hombre callado, silencioso, en ocasiones le gustaba pasear sólo a la hora del recreo. Le recuerdo sentado en su mesa mirando por la ventana cuando hacíamos exámenes, había sido alumno también en el mismo colegio desde muy pequeñito, de hecho fue de los que lo inauguró, una foto de su clase cuando debían tener unos ocho años podía verse en la entrada. En sus momentos más parlanchines le gustaba contarnos cómo había cambiado el colegio, nos decía que antes sólo estaba el edificio principal y un gran descampado de tierra donde jugaban a fútbol. Había cambiado mucho porque cuando yo fui alumno teníamos piscina, pista de baloncesto, de fútbol sala, de tenis, por supuesto de fútbol y también se habían construido dos edificios más.
La época en que le recuerdo más feliz fue cuando llegó la señorita Alicia, la profesora de literatura. Ella también había sido una antigua alumna del colegio aunque no de la misma clase que mi profesor porque era algo más joven, se les veía a menudo hablando en el patio y enseguida corrió el rumor de que estaban enamorados, antes incluso de que lo estuvieran realmente, al menos de modo oficial porque hasta que no empezó el siguiente año no dijeron públicamente que eran novios. Se compraron un coche nuevo y mi profesor empezó a venir más arreglado y sonriente a clase, con ropa nueva y otro corte de pelo, claro que eso duró unos años porque luego volvió a ser el de siempre y eso que se había casado con la profesora de literatura.
Recuerdo que una vez cuando yo ya estaba en el último curso entré en clase y me lo encontré allí sólo de pie mirando por la ventana, cuando me vio se puso un poco nervioso le había sorprendido e hizo ademán de tocarse los ojos, entonces me di cuenta de que los tenía enrojecidos, le pregunté si estaba bien y me respondió que sí pero que de vez en cuando le entraba la conciencia de que el tiempo pasaba, eso me hizo pensar en cómo debía contemplar la vida una persona que se había pasado más de cuarenta años en el mismo colegio viendo, año a año, crecer a los alumnos. Él también lo había sido y también creció pero se quedó en el mismo sitio... creo que en ocasiones debía tener la sensación de estar en un espacio cerrado donde el tiempo no pasaba para él.
27. EL DUEÑO DEL MOLINO.



 El dueño del molino siempre fue objeto de todo tipo de habladurías, las mujeres del pueblo le criticaban cuando pasaba taciturno delante de ellas mientras éstas estaban sentadas en la calle en verano tomando el fresco. En el pueblo llegaron a decir que le gustaban los niños porque sólo le habían visto con una mujer, por eso mi madre siempre me prohibió acercarme a él, lo cual producía en mi y en mis amigos un efecto contrario de atracción. Le seguíamos con las bicis cuando sacaba su rebaño de ovejas a pastar al campo, nos escondíamos detrás de matorrales y le observábamos, nos habían dicho que también le gustaba montárselo con las ovejas aunque nosotros nunca vimos nada. Todos los días comía en una especie de posada antigua apartada del pueblo regentada por dos hermanos igual de raros que en verano siempre iban sin camiseta mostrando su enorme panza, se decía que allí tramaban cosas malas, asesinatos y perversiones sexuales. Cuando pasaba cerca de la zona pantanosa donde abundaban los juncos, los mosquitos y las libélulas le gustaba meterse entre la maleza para, según decían, masturbarse si veía pasar alguna niña. Cada tarde visitaba la tumba de su esposa en el cementerio del pueblo, había muerto de un ataque al corazón aunque todos creían que la había envenenado él, también se rumoreaba que no estaba enterrada allí y que donde estaba realmente era en el molino abandonado, mucha gente había visto salir una luz roja de madrugada de allí y decían haberle oído recitar palabras extrañas, como si hiciera algún ritual satánico, otros decían que podría haber más cadáveres allí dentro, sospechaban que tenía la afición de desenterrar muertos del cementerio y luego llevárselos al molino para darse placeres necrófilos.
El viejo molino abandonado se convirtió en nuestra obsesión, no nos atrevíamos a entrar allí pues los mayores nos hablaban de él como del infierno aunque nos parábamos cerca cuando íbamos con las bicis y un día empezamos a picarnos para ver quien tenía huevos de entrar, así que una noche quedamos para ir todos juntos. Nos acercamos sigilosos andando por el bosque, en el campo no había sonido alguno excepto el de un generador que tenía en su casa al lado del molino, le vimos trabajando en el huerto y nos quedamos espiándole. Cuando acabó con las lechugas se metió en su casa y apagó el generador, esperamos, se hizo la media noche y finalmente salió de su casa y entró en el molino. Empezó a llover y los caballos que tenía en un corral se agitaron nerviosos, vimos la luz roja y escuchamos un sonido de fondo que no conseguíamos diferenciar, estábamos cagados pero como estábamos juntos nos llenamos de valor y fuimos hacía el molino, la lluvia fue a más y pronto se presentó una tormenta embravecida, intentamos acercarnos con sigilo pero los caballos relincharon y se pusieron muy violentos, alguien de la pandilla dijo muy asustado que estábamos en peligro, tuvimos miedo y nos fuimos para casa.
La mañana siguiente nos juntamos todos en la plaza del pueblo, era mejor ir de día cuando él estuviera fuera con sus ovejas, ya no llovía así que ese era el momento perfecto. Cogimos las bicis y fuimos a toda velocidad, los caballos estaban calmados, nos acercamos temerosos al molino pero entramos, había velas y libros de poesía, un gramófono antiguo con discos de jazz y una ventana en lo alto con un cristal rojo.














28. OSCAR.



 Le recuerdo en verano cuando a penas tenía cinco años y todavía era Oscaret, se escondía detrás de grandes pacas redondas de paja que estaban dispersas adornando el campo amarillo, al caer la tarde yo pasaba con la bicicleta y me saludaba sonriente mientras se agarraba un sombrerito redondo de paja que siempre llevaba puesto, otras veces me saludaba cuando iba subido en el tractor de su padre mientras dejaban una abundante polvareda tras ellos.
Una mañana le llevó su madre al colegio con las manos vendadas, por lo visto se le había caído plastilina dentro de una cacerola con agua hirviendo y cuando la fue a coger se quemó las manos, le salieron ampollas pero con el tiempo se le curaron bien las heridas y no le dejaron marca. En clase era un chico muy movido, le costaba prestar atención y prefería jugar con sus compañeros, era un chico extravertido y alegre, llegó a ser una persona muy valorada y querida por sus compañeros, un líder carismático con el que todos querían estar y que pese a sus mejorables notas caía muy bien a sus profesoras.
Las peripecias de la vida le llevaron a tener una adolescencia complicada, problemas familiares y un espíritu rebelde le alejaron del colegio y pasó unos años un poco perdido. Me alegré mucho cuando me lo encontré un día en el bar y me dijo que había decidido estudiar literatura en Madrid, se mudó a la capital y vivió compartiendo casa en uno de esos pisos enormes de Chamberí, salió mucho de fiesta, hizo muchos amigos, tuvo varios ligues... y pese a emplear bastante tiempo disfrutando de la vida y haciendo extras de camarero también se sacó la carrera a tiempo. El primer año de licenciado encontró trabajo en un instituto, fue de los poco de su promoción que lo hizo en tan poco tiempo porque por aquellas fechas había una crisis tremenda en el país que llevó a los gobiernos regionales a hacer recortes en educación.
La última vez que le vi fue en la playa del pueblo, me lo encontré con su novia y su perro Pluto, estaba guapo y sonriente como siempre lo había recordado aunque un poco fondón.
- La buena vida -me dijo tocándose la panza.




















29. CLARA SE ESTA PEINANDO.


La pequeña Clara se está peinando frente al espejo del baño, trata de deshacer sus nudos con calma y sin hacerse daño aunque algunos le cuestan un poco más, está enfadada con su madre porque siente que no la hace tanto caso como antes. Su madre entra en el baño y la hace cosquillas, le cuenta algo gracioso y se la come a besos, ambas se miran en el espejo y se ríen, Clara desata sus nudos con facilidad y se acaricia el cabello.















30. ENTRE LAS PALMERAS.


La conocí todavía en primavera, a finales de mayo en un bar de Deyá, un pequeño pueblo de pescadores en el norte de Mallorca. El local era de principio de siglo y conservaba su esencia, el dueño que también era anticuario había hecho varias reparaciones pero siempre procuraba cambiar lo mínimo, ella era su hija, se llamaba María tenía veinticinco años y era una morenaza de olé de la cabeza a los pies. Cuando la vi por primera vez me costó articular las palabras para pedir mi menú, tenía una belleza clásica de mujer mediterránea con curvas y un andar muy seductor. Empecé a ir todos los días por allí, sobretodo cuando había poca gente y podía hablar con ella en la barra, le tiré rápido los trastos, a ella le gustó, fuimos a la playa y nos enrollamos.
Fue todo muy intenso, yo tenía una casa en lo alto de la montaña un poco alejada del pueblo que había sido de mis abuelos, antigua y fresca en verano, con los techos altos y un trabajo de yeso de los que duraban un siglo, dos plantas, suelo con baldosas modernistas y un pozo de piedra en el patio. Nos pasamos todo el mes de junio allí metidos, desde el dormitorio en la segunda planta se podía ver el mar, casi la totalidad de la playa y una pequeña península con forma de acantilado y un gran agujero circular en un extremo, los mallorquines conocen ese agujero como Sa foradada. El tiempo pasaba como pasa cuando eres muy feliz, rápido y sin darte cuenta, comíamos, dormíamos y follábamos, llegamos a perder la noción del tiempo, no sabíamos en qué día estábamos y nos reíamos de ello, la casa era como una especie de spa rebosante de amor y sexo, me encantaba despertarme y mirar su cara por las mañanas, era más guapa al natural, una belleza deliciosa y sensual.
    En julio empezamos a salir un poco, bajábamos a la playa y nos pasábamos el día entero allí, veíamos el atardecer, nos hacíamos selfies y nos bañábamos en pelotas, algunas noches nos emborrachábamos con vino tinto y música de Joe Hisaishi en la terraza mientras el mar estaba en calma. También vinieron algunos amigos a cenar alguna vez, nos gustaba fumar un poco de marihuana después del postre y hablar de la vida intrascendente y pasajera entre risas. Fuimos a verbenas, siempre había alguna fiesta en algún pueblo, estuvimos en Selva, Algaida, Felanitx y Valldemossa, bailamos, bebimos, nos abrazamos... nos amamos.
En agosto todo se fue a la mierda, mi padre falleció y tuve que hacerme cargo de un negocio de venta de palmeras que tenía cerca de Es Pil:larí, un pueblo próximo a la Playa de Palma pero en el interior. Mi padre tenía una finca entera plantada de palmeras, habían estado muy descuidadas, tenían hojas amarillentas, mustias, era como una selva triste donde no pasaba mucha luz y desde fuera no podía verse ni la casa que estaba en la parte central. Se endeudó mucho para comprarlas y era necesario sacarle partido al negocio, así que nos fuimos a vivir allí... pero ya no era lo mismo, empezamos a sentirnos distanciados, la química había cambiado.
Cuando aún no llevábamos tan siquiera una semana tuvimos una discusión fuerte por la noche y ella se marchó a dormir a otro cuarto, fue una noche muy calurosa y de las más húmedas de todo el verano, no se movía aire alguno y yo no podía dormir. Muy de madrugada escuché pasos fuera, me asomé a la ventana y vi a alguien entre las palmeras, a pesar de que había una gran luna llena que proyectaba mucha luz era muy difícil ver debido a la espesura aunque conseguí atisbarla entre los troncos, estaba cerca en el safareig que usábamos como piscina, se estaba quitando la ropa para darse un baño. Fui hacia allí sin pensarlo, cuando me vio nadaba desnuda, no dijo nada, yo me desnudé también y me metí con ella, follamos en el agua como salvajes ebrios de lujuria varias veces hasta que amaneció.
Me desperté pasado el medio día y ella ya no estaba, la estuve esperando durante todo el día pero no apareció, apenas pude dormir por la noche, el ventilador sólo movía aire caliente y las sábanas estaban empapadas en sudor. Al amanecer escuché ruidos fuera, la vi entre la frondosidad de las palmeras, estaba lejos y no estaba sola, no quería creer lo que veía pero me pareció que se estaba besando con alguien, después ese tipo se alejó y ella vino hacia la casa, me agaché para que no me viera y me tumbé en la cama, entró en casa pero fue al otro dormitorio, esperé un tiempo y luego fui tras ella. Antes de entrar en su cuarto miré por la cerradura, se estaba masturbando y sollozaba de placer.
- Te has quedado con las ganas ¿eh? -le pregunté entrando en la habitación.
- Mentiría si te dijera que no me gusta que me espíes -me contestó tranquila y se echó a reír.
- No te rías -le espeté enfadado- te he visto con él.
- ¿Qué dices? he venido sola ¿estás loco? -y se volvió a reír.
- No te rías -le volví a decir.
- Tú sólo quieres poseerme, te lo noto en la mirada -me dijo con cierto tono lánguido y resignado.
Y tenía razón, en esos momentos sólo podía pensar en hacerla mía, quería marcar territorio, poseer a mi hembra. Me acerqué a la cama y la agarré de los brazos, al principio me apartó la boca pero luego se dejó, me quité la ropa y la di la vuelta, la agarré por la nuca y empecé a penetrarla con fuerza, satisfice mi deseo y ella no dijo nada, luego me quedé dormido y cuando desperté ella ya no estaba. Pasé el día esperándola y no apareció, el día siguiente tampoco supe nada de ella, la llamé al móvil en varias ocasiones pero no contestó, por la tarde salí a dar una vuelta, pasé enfrente del vecino que criaba caballos, yo sabía que él la deseaba, lo había notado en su mirada, quizás había sido él quien la había traído a casa aquella mañana. Más adelante pasé por la caseta del pintor, una casucha de madera que se aguantaba en pie de milagro y que un día u otro se vendría abajo con alguna tormenta, él estaba fuera tumbado en la hamaca tomando una birra, nos saludamos, quizás era él el amante, un perroflauta que se las daba de artista, a lo mejor estaba metida en su casa en ese momento porque se había escondido al verme. Llegué hasta el final del camino donde dos hermanos tenían una especie de posada-restaurante, antigua y cochambrosa, me paré a tomar una cerveza, a ellos también les ponía cachondos mi novia, lo sabía pero eran demasiado poco agraciados y demasiado lelos como para haberla seducido. Salí y me encontré con un rebaño de ovejas que se alejaba levantando una polvareda, pasó un coche con los faros encendidos y decidí volver a casa antes de que se hiciera de noche.
 Una vez allí me tumbé en la cama y cogí el móvil, me entretuve mirando algunas fotos, selfies que nos habíamos hecho desnudos en la playa, sonreí ingenuo pensando que habían pasado escasos dos meses desde aquellos momentos de amor y felicidad donde ella me había dicho que nunca había sentido algo así por nadie y que yo era el hombre de su vida, todavía no me había dado cuenta de que había pasado una eternidad, María había sido bonita y fugaz. No la volví a ver.



31. NURIA.



El verano que regresó Nuria al pueblo yo estaba leyendo un libro en el parque bajo la sombra de una chumbera, habíamos ido juntos al colegio y no había vuelto a saber de ella desde entonces, sabía que estudiaba psicología en una universidad de Madrid y poco más, me acerqué a saludarla y también a sus padres.
    - Ya era hora de que te dejaras caer por aquí -le dije risueño.
 Otro día la vi en el huerto de su abuela cogiendo limones, pasé dentro y me ofrecí a ayudarla, llevaba un vestido de tela fina que marcaba un pecho exuberante y unas prominentes caderas, no sé cómo pasó, sólo recuerdo el olor fuerte de los limones y su piel muy cerca, la agarré por detrás y puse mi boca en su cuello.
- Tú estás muy lanzado -me dijo.
 Y se apartó enseguida, caminando con calma hacia la casa con la cesta llena.
El día siguiente le pregunté si quería ir a la playa, no sé cómo estaba tan atrevido pues normalmente era un chico bastante apocado, me dijo que sí y me encendí como un colibrí. Preparé la nevera y pasé a buscarla con la bici, pedaleamos por una carretera llena de curvas hasta la playa, nos bañamos primero y luego hablamos de qué habíamos hecho desde el colegio, ella había ido a un instituto en la capital y había sacado buenas notas, le encantaba la psicología infantil, tenía pensado abrir una consulta y trabajar con adopciones, yo le dije que todavía no sabía qué quería hacer con mi futuro y que mientras, contemplaba la vida y escribía poemas. Después comimos y antes de acabar el postre le comí toda la boca llena de sandía, me arrimé a ella y tuve una erección, empecé a meterle mano pero ella quiso parar, así que paramos y yo me fui al agua a refrescarme.
La mañana siguiente se fue con sus padres a otro pueblo, yo estuve todo el día pensando en ella y cuando regresó por la tarde fui a buscarla, salimos a dar una vuelta y nos metimos en el campo, paseamos cogidos de la mano entre melocotoneros, hablamos de nuestras experiencias amorosas, yo sólo había estado con una chica y ella me dijo que también había estado sólo con uno, ninguno de los dos éramos de rollos de una noche, nos gustaba conocer a la persona y tener algo más que sólo sexo, la agarré y nos empezamos a besar, nos tumbamos en la tierra y nos amamos bajo las líneas redondas de los melocotones. El cuerpo de Nuria me excitaba tanto que eyaculé enseguida pero después continuamos y lo hicimos dos veces.
Pasamos un verano muy unidos lleno de amor y fantasía, soñábamos y hacíamos planes con qué haríamos después en septiembre, yo iba a ir a Madrid y allí buscaría un trabajo para poder estar con ella mientras se sacaba la carrera, pasábamos mucho tiempo en mi casa porque muchos días no estaban mis padres, me gustaba verla desnuda sobre las sábanas blancas y pasearle cerezas despacio sobre su piel.
Su padre no estaba muy contento con nuestra relación, nos veía demasiado fogosos, no lo podíamos disimular y creo que se sintió incómodo en varias ocasiones hasta que un día se sintió incómodo del todo. Yo había ido a su casa, sus padres en teoría estaban fuera y no tenían que volver hasta tarde, estuvimos bañándonos en la piscina y comimos fruta fresca, en un arrebato en la mesa nos pusimos cachondos con el sabor de las ciruelas, la tumbé encima y dimos al traste con un frutero lleno de albaricoques que cayeron como granizo en el suelo. Cuando entró su padre en el salón yo tenía sus piernas apoyadas en mis hombros, la situación fue vergonzosamente indescriptible, la prohibió verme y me hubiera dado una paliza si no hubiera escapado por una ventana.
Pronto empezó el curso y se volvió a Madrid, yo fui a la capital también y encontré trabajo de camarero, nos continuamos viendo durante un tiempo pero poco a poco se fue acabando lo nuestro, con los años ella se casó y formó una familia, yo tuve la idea de montar una frutería cerca de una parada de metro y fue un éxito. La última vez que supe de Nuria fue a través de la televisión, ella acudía como psicóloga a un programa sobre niños y la presentadora la entrevistaba.



32. UNA OBRA FENOMENAL.


Había quedado en la parada de Chueca con mi gente del club de lectura para ir al teatro, la tarde se había nublado y empezaron a caer gotas así que aceleramos el paso. Llegamos corriendo al María Guerrero porque empezó a llover con fuerza, nos acomodamos en un palco a la derecha del escenario, nos quitamos los abrigos mojados y aguardamos en silencio a que empezara la función.
 Peter Pan había sido uno de los libros que más me habían ilusionado siempre, más de mayor que de pequeño, pues algunas características que brillantemente describió James Barrie sobre el niño que no quería crecer, como el egocentrismo de quien sólo le gustaban las canciones que hablaban de él o su problemática relación con su madre, me habían pasado desapercibidas cuando era niño y las había apreciado con los años. La compañía de teatro que lo representaba no había escatimado en gastos de decoración y vestuarios, así que pudimos ver el país de nunca jamás como nunca lo habíamos visto. De entre todo el maravilloso espectáculo que estábamos viendo un personaje acaparó toda mi atención, Campanilla, la actriz era una chica fenomenal tan guapa y risueña que parecía un hada de verdad capaz de conceder los deseos más hermosos, yo no podía apartar la mirada de ella, se movía como si bailara con el espacio y su voz era una caricia para los oídos y el corazón. La ilusión y el ensimismamiento que tenía  me hicieron creer inocente de mi que a veces me miraba, en el fondo sabía que cuando se dirigía hacia nuestro palco no lo hacía a nadie en concreto pero me gustaba imaginar que me miraba a mi.
- ¡Oh fama, fama, brillante baratija! -comentó el capitán Garfio hacia el final de la obra y casi sin darme cuenta ya se había acabado la función y todos nos pusimos a aplaudir.
La semana siguiente fue bastante monótona aunque cada día de vez en cuando pensaba un poco en mi Campanilla, me hubiera gustado bajar a los camerinos a felicitarla e intentar entablar una conversación - ¿Quién sabe? -pensé, a lo mejor nos podríamos haber dado el número de teléfono y haber quedado algún día pero sabía que era un soñador sin remedio y que eso sólo pasaba en las películas aunque no obstante me gustaba fantasear con la posibilidad y... ¿por qué no? sólo me hubiera hecho falta ser más decidido.
El sábado siguiente volví a Chueca con los del club, habíamos quedado para cenar en el restaurante El Principito, nos sentamos en una mesa que tenía dibujada una serpiente que se había comido un elefante y pedimos la cena, pasamos una velada de lo más divertida pues mis amigos del club eran muy simpáticos a parte de buena gente aunque lo mejor de todo estaba por llegar. Cuando trajeron el postre, un trozo de tarta de chocolate delicioso con fondant, se me ocurrió levantar la vista y mirar hacia una de las mesas que estaban al lado de un pequeño planeta ¡allí estaba Campanilla! tan bella como un sueño del que no quieres despertar, parecía estar con sus compañeros del teatro, tuve ganas de hacer algo pero no se me ocurrió nada... bueno, pensé en ir a la mesa y felicitarles por la obra sin embargo no me atreví además eso no me habría propiciado quedar con ella o conseguir su número, también pensé en proponer a mis compañeros esperar a que acabaran de cenar los del teatro y luego seguirles donde fueran de marcha pero me pareció demasiado friki y pasé de todo.
La semana siguiente también pensé en ella un poco todos los días, incluso un día subí al centro y me puse a pasear por Chueca ¡y yo vivía en Aranjuez! pasé delante de El Principito y seguí callejeando con la ingenua esperanza de encontrármela en algún sitio, llegué al teatro María Guerrero y pensé en entrar a volver a ver la obra aunque luego me dije a mi mismo que eso no serviría de nada, pues llegado el momento no bajaría a los camerinos a hablar con ella así que me volví a Aranjuez.
Pasaron los meses y llegó la primavera, un día metí la bici en el coche y me fui a la Sierra del Rincón a montar un poco ya que me encanta ir sólo a veces, me gustaba la sintonía que cogía con la naturaleza cuando llevaba un buen rato pedaleando. Comencé a rodar, me alejé un poco del camino principal, el cielo estaba nublado y empezaron a caer cuatro gotas pero las nubes negras acabaron pronto así que pensé que si seguía pedaleando llegaría pronto a un sitio despejado. Yo disfrutaba contemplando a los animales y los paisajes mientras escuchaba canciones de Joe Hisaishi, estaba emocionado con tanta belleza y pensé en la posibilidad de encontrarme a Campanilla allí, montando en bici como yo o haciendo una excursión.
- Posibilidad imposible -pensé- aunque, por otro lado, las hadas existen si crees en ellas.
 Seguí avanzando más de una hora y la lluvia rompió con fuerza, llegó de golpe y por sorpresa pues no había nubes negras en el cielo, me di la vuelta y busqué desesperadamente cobijo en el pueblo de Gulliver. La casa más cercana tenía un porche muy acogedor, me metí pensando que el dueño de la casa entendería la situación aunque allí no había nadie, me quedé en el porche esperando hasta que vi un libro encima de un taburete, era Alicia en el país de las maravillas, no pude evitar hojearlo un poco pues ese libro era sin duda mi preferido, el más mágico y creativo de todos. Empecé a leer las peripecias de la niña Alicia, cuyos comentarios infantiles arrasaban brillantemente con la razón de los adultos, cuando llegó un coche rojo con los faros encendidos y se bajó una chica vestida de verde, era Campanilla con las bolsas de la compra ¡no me lo podía creer! se me quedó mirando entre asustada y sorprendida, le expliqué lo sucedido y poco a poco lo fue entendiendo, le dije que si quería me marcharía aunque estuviera lloviendo pero no le importó que me quedara allí hasta que escampara. Me ofreció algo de beber y hablamos sobre el libro que yo todavía sostenía entre las manos, su compañía de teatro iba a representar la obra en breve y ella haría de Alicia, le hice saber que también me gustaba el teatro y que estaba deseando ver la representación aunque no le dije nada de Peter Pan ni de que sabía quien era ella. Dejó de llover y me ofreció una camiseta seca, le pedí su teléfono con la excusa de devolvérsela y me marché tan contento que parecía que flotara en lugar de ir sobre dos ruedas.
El día siguiente me armé de valor y la invité al cine, estrenaban Kaze Tachinu, la última película del maestro Miyazaki y tenía la intuición de que a ella le gustaría ese director, me dijo que sí y sentí como mi vida se ponía muy interesante.
- El viento se levanta, hay que intentar vivir -repitió en más de una ocasión el protagonista de la película, haciendo alusión a que había que aprovechar las oportunidades que te brindaba la vida. Yo me sentí completamente identificado, ese era mi momento y no iba a dejarlo escapar así que me lancé y nos besamos en el cine por primera vez.
Con el paso de los días le confesé que había visto la obra de Peter Pan y que me había enamorado de ella al instante.
- A veces los sueños también se cumplen -me dijo mientras se reía, con esa facilidad que tenía para hacerme feliz.


33. EL CIELO DESPUES DE HABER LLOVIDO.


Le encantaba mirar fumar a su abuelo, a éste le gustaba ponerse una copa de coñac y sentarse en la butaca frente a la chimenea en invierno, encender una lamparita y leer algún libro clásico mientras se fumaba un buen habano. María le miraba sin que él se  diera cuenta, veía el placer en sus ojos, en los músculos relajados de su cara cuando le daba una chupada al puro, aspiraba y expulsaba el humo con calma y deleite. Le gustaba vivir en el campo, estaba acostumbrada desde pequeña, mirar el cielo por la mañana y al atardecer, ver la tierra en verano, en otoño, en invierno y en primavera, estar con los animales, tenían un gato y un perro, gallinas y patos en un corral y cerdos en la cochinera. Le agradaba ir a por leche fresca donde el vecino, ver cómo ordeñaba las vacas y el olor que hacía al hervir.
Cada mañana salía caminando hacia la parada de autobús más cercana que estaba a media hora de su casa más o menos, allí se encontraba con otros jóvenes del pueblo, todos se conocían desde pequeños y quien más quien menos habían jugado todos juntos alguna vez pero con dieciséis años las cosas habían cambiado, se habían formado grupitos y ella sólo se juntaba con la hija de la carnicera, su mejor amiga. María era muy tímida, la compañía de su amiga la apreciaba mucho pero estaba enamorada de Marcelo desde la primaria, por aquellos tiempos llegaron a hacer muchas cosas juntos, como bajar las cuestas más empinadas del pueblo en bicicleta, sin embargo hacía mucho tiempo de aquello y de adolescentes a penas se trataban. El momento del autobús para ir y venir del instituto era la única vez que le veía pues luego allí él iba a otra clase, se juntaba con los más rebeldes y trataba a otras chicas que María pensaba eran más guapas y mejores que ella.
 Le había visto cambiar con los años en el autobús, de pequeño era un chico muy simpático y extrovertido, además de guapo era un líder carismático para los otros niños y le gustaba a todas las de la clase, siempre estaba riendo. Ella recordaba especialmente su risa, abierta y espontánea, inocente y llena de vida que la enamoraba pero también tuvo problemas en casa y con la edad se volvió chulo y algo agresivo, su risa espectacular se había apagado y sólo reía cuando iba fumado, no parecía ser una persona feliz aunque seguía siendo un líder, esta vez de los más rebeldes y marginados del instituto.
 Un día de lluvia María se había olvidado el paraguas y su amiga estaba con gripe en casa, al bajar del autobús le quedaba media hora mojándose hasta su casa, entonces escuchó que alguien la llamaba desde atrás:
- ¡María! ¡espera! -era Marcelo que se acercaba hacia ella- te acompaño.
María estaba sorprendida pues él vivía en la dirección opuesta.
- ¿Y dónde vas tú? -le preguntó.
- No lo sé, pero no quiero ir a casa -respondió.
 Y seguidamente se quitó la chaqueta de cuero y se la puso a María sobre la cabeza.
- Así te mojarás menos -le dijo sonriendo.
 A María le dio apuro que él se mojara y ella no pero le gustó el gesto caballeroso y sólo dijo – gracias.
Durante el camino por la carretera hasta la bifurcación que llevaba directamente a su casa estuvieron los dos callados, ella esperaba que él dijera algo pero no abrió la boca, supuso que estaría pensando en sus problemas con sus padres. Al llegar a la bifurcación empezó a llover con más fuerza.
- ¿Dónde vas a ir ahora con la que está cayendo? ven a mi casa hasta que deje de llover -le dijo convencida.
Él pareció aceptar tácitamente con un gesto en la mirada aunque no parecía muy convencido, estaba dubitativo, meditabundo, algo que no era muy normal en él. Se pusieron a correr los dos hacia su casa pero en medio del camino Marcelo se paró a mirar el cielo.
- ¡Está precioso! -gritó esta vez mostrando mucho aplomo.
A María también le pareció muy bonito aunque no se esperaba esa reacción de Marcelo, no le imaginaba tan sensible y pensó que él también estaba guapísimo bajo a lluvia.
Llegaron los dos a casa empapados, el abuelo le dejó algo de ropa a Marcelo que luego se reía cuando se miraba en el espejo, María se fue a su cuarto a cambiarse y luego se pusieron los tres frente a la chimenea, el abuelo pronto les dejó solos y cenaron juntos en el comedor.
- ¿Por qué ya no vamos nunca juntos? -le preguntó a María.
-  No lo sé, ya no vamos a la misma clase y nos juntamos con otra gente... la vida supongo -contestó intentando ocultar que a ella le gustaría pasar más tiempo con él.
Después de cenar se quedaron hablando de los viejos tiempos, todo parecía tan lejano... Marcelo se dio cuenta de que a ella le gustaba, así que se acercó y puso su cara frente a la suya, María se sonrojó y seguidamente se le quedó mirando a los ojos, Marcelo se acercó más y se besaron, luego se abrazaron y se fueron a dormir a su cuarto, María no quería acostarse con él pero sí dormir abrazados, se tumbaron en la cama y Marcelo se durmió enseguida. Por la mañana María pensaba que había sido bonito aunque distante. Marcelo se despidió de ella, le dijo que volvería por la tarde a buscar su ropa, ya no llovía y el cielo estaba limpio y claro, María se asomó a la ventana y vio a Marcelo alejarse por el camino, pensó que estaba gracioso vestido con la ropa de su abuelo. Ese mismo día Marcelo tuvo una pelea con su Padre y se marchó de casa así que no se pasó a buscar su ropa, ella la lavó y la guardó en un armario no sabía en ese momento que nunca más volvería a ver a Marcelo. 
Con cuarenta años María estaba casada y con dos niñas, un día de lluvia volvió a casa de su abuelo y se encontró con la ropa de Marcelo al abrir un armario, cogió la chaqueta de cuero entre sus manos y miró por la ventana, sonrió, había dejado de llover y el cielo estaba precioso después de haber llovido.








34. UN TIPO INTELIGENTE.


Fue en la fiesta del Vermar en Binissalem, una noche de septiembre un poco fresca, las calles del pueblo estaban iluminadas llenas de mesas rectangulares y gente de todas las edades comiendo fideos. Cuando acabamos de comer nos fuimos a la plaza del pueblo porque allí había un poco de fiesta, en una acera había tres guiris tocando la guitarra y otros instrumentos (se comentaba que eran ya residentes en el pueblo), pronto se fue formando alrededor de ellos una aglomeración de gente entre los cuales estábamos mis amigos y yo, sosteníamos una cerveza en la mano y mirábamos el espectáculo.
Junto a los músicos había un chico bailando, era el único que lo hacía pues nadie más se atrevía a ponerse allí en medio, tenía síndrome de down quizás por eso no sentía vergüenza, se notaba que no le importaba una higa lo que pudieran pensar de él, se le veía feliz, disfrutando con una pasión casi infantil moviéndose desenfrenadamente, como si en ese momento no hubiera nada en el mundo capaz de mejorar la situación, de vez en cuando miraba hacia el público y se reía como un niño ilusionado que hubiera visto a los reyes magos. Pensé en ese momento que él era sin duda el más inteligente de todos los que habíamos allí.










35. ANDRES ESTA JUGANDO.


El pequeño Andrés está jugando a carreras de coches encima de su alfombra, escucha discutir a sus padres y deja de hacerlo, empieza a tocarse una herida que se hizo en la rodilla jugando en la calle, le gusta quitarse la costra poco a poco, su padre se marcha a trabajar y cesa la discusión, al pequeño Andrés le gustaría volver a jugar con los coches en la alfombra sin embargo sigue rascándose su costra, se entretiene toqueteando su herida hasta que se hace sangre.














36. EX-TAXISTA.


Hola, me llamo Miguel, fui taxista en Madrid en los buenos tiempos antes de que apareciera la endemoniada aplicación Uber. Los primeros años de mi trayectoria profesional fueron muy interesantes, me gustaba poner la música en el coche y pasear tranquilamente, conocer a gente interesante y pasar un buen rato parloteando. Mi vida empezó a cambiar cuando me dieron el trayecto que llegaba hasta el congreso, empecé a llevar políticos todos los días, de derechas, de izquierdas, de centro y hasta anti sistema también. A mi nunca me había gustado la política hasta ese momento pero el tratar tanto con ellos me entró el gusanillo, pasé de oír música a escuchar las tertulias radiofónicas y como no tenía inclinación política las escuchaba de derechas, de izquierdas, de centro y hasta anti sistema. Con los políticos me pasaba lo mismo, me convencían, encontraba que todos tenían su parte de razón y al principio me gustaba escucharles pero luego me fui complicando la vida, empecé a tener conflictos conmigo mismo porque no me situaba políticamente, no tenía clara mi ideología, mi vida pasó a ser más estresante y empecé a gritar a otros conductores.
Una mañana un político, no diré de que partido, me preguntó si podía correr más de lo habitual, pues llegaba tarde al congreso porque se había quedado dormido. Le metí caña al coche y en un paso de cebra casi mato a un peatón, afortunadamente pude esquivarle aunque yo me empotré contra un coche aparcado, mi airbag no saltó y acabé en el hospital, el de mi cliente sí lo hizo y no le pasó nada, pudo llegar a tiempo al congreso. Después de aquello decidí dejar el taxi y montar una floristería, he vuelto a escuchar música, ya no me interesa la política.





37. EL JERSEY QUE PICABA.



 Su madre le había obligado a ponerse el jersey que picaba, uno de lana verde con rombos rojos, no hubo camisetas interiores de manga larga y David tubo que sufrir su tacto en los brazos. Ese día empezaba a hacer calor y los rayos de sol se colaban enfadados por la ventana durante la clase de matemáticas, aunque no le importaba demasiado porque Isabelita había venido a clase y todo lo demás le daba igual. Pasó el tiempo y siguió haciendo más calor, el profesor empezó a hacer parejas para la posterior clase de gimnasia, Isabelita estaba de pie y hacía falta un voluntario, David quiso ofrecerse pero le subió la temperatura y el jersey le picó más que nunca así que iba a quedarse sentado, sudando, sin embargo Isabelita le miró a los ojos, entonces se levantó como un resorte, se quitó el jersey, lo tiró al suelo y dijo:
- ¡Yo seré su compañero!










38. SUEÑOS DE BARRO.



Cuando se durmió sentado en su escritorio había dejado escritas unas palabras tristes:
La vida es un cementerio de ideales. Me sumerjo en el agua y el sol se esconde, y la luz desaparece dejando una inmensidad de oscuridad líquida. Nado hacia el fondo, sin remedio, y poco a poco sin darme cuenta como una piedra voy cayendo. Escucho a lo lejos el grito de un artista solitario que pide auxilio y de repente el grito estalla y se expande, formando ondas colosales de ego necesitado que va buscando a alguien. Veo pasar hacia la superficie ideales y sueños cabalgando en caballos pardos que huyen despavoridos y los intento tocar, y no quieren. Pero yo sigo cayendo, y miro mis manos y mi cuerpo desnudo y veo que el color de mi piel está desapareciendo, toda mi pureza va quedando atrás formando una estela blanca de deseo insatisfecho. Sólo veo  oscuridad ¡aunque todavía me siento! y como un bebe en el útero adopto posición fetal y me abrazo fuerte intentando no dejar escapar mi último aliento. Pero sigo cayendo. Escucho a la soledad escondida en las profundidades que  me llama lentamente, en voz baja despiadada, letal. Finalmente toco fondo, llego a un lecho de algas antiguas, sin esperanzas ¡aunque todavía estoy vivo! puedo escuchar el latido del corazón afligido, me dirijo  donde hay más sufrimiento, donde robaron el beso, la ilusión y el abrazo, y desgarro la piel con las manos, libero la sangre envenenada ¡que fluya! ¡que se exprese y corra!  y luego lamo la herida.. y poco a poco va cicatrizando... siempre es de noche en el corazón de un niño abandonado.
Cuando despertó era un niño y estaba desnudo en un bosque tenebroso, estaba rodeado por unos acantilados que formaban un círculo perfecto tan alto que su fin no se podía divisar por mucho que mirara hacia arriba. Tenía mucho frío, pasó días hambriento escondiéndose en cuevas, cazando conejos como un animal para comérselos vivos hasta que una mañana le despertó un rayo de sol. Escuchó el sonido del agua correr y descubrió un arroyo, lo siguió y llegó a la parte central de aquel círculo, donde no había árboles, el sol brillaba y mostraba un claro de hierba con un gran lago y una casita blanca posada en una pequeña cima.
Se acercó a aquella pequeña casa y cuando llegó hasta las mismas paredes blancas escuchó un sonido que venía de dentro, un sonido continuo como de madera que crujía, se asomó a la ventana y vio a una mujer sentada en una mesa adaptada a uno de esos tornos de alfarería antiguos, llamados de volante, que se movían con el pie. Estaba dando forma a un trozo de fango, le llamó la atención lo que hacía con sus manos, era como si aquella masa marrón y mojada que se movía y adoptada formas extrañas tuviera vida. Contempló ensimismado cómo empezaba una nueva pieza, como ponía un trozo de arcilla, se mojaba las manos, movía el pie para hacer girar la rueda, se sentaba hacia delante con el rostro ensombrecido, la mirada fija, concentrada en el barro... y lo transformaba. Toda la energía de ese lugar se concentraba entre sus manos, el objeto subía, luego bajaba, se ensanchaba y formaba un agujero negro en lo alto con apariencia de círculo perfecto que giraba sobre si mismo. Observaba hechizado aquel orificio oscuro, como sus manos acariciaban el barro, entonces empezó a sentir un calor reconfortante, imaginó el tacto suave y cálido en su piel y de repente quiso ser ese objeto de barro y estar entre sus manos.
    El día siguiente la mujer estaba tendiendo ropa fuera de casa, llevaba puesto un camisón blanco, por su aspecto debía tener unos cincuenta años, todavía era hermosa tenía esa belleza serena, equilibrada y armoniosa que tienen las flores, esplendorosa, recatada y esbelta como una dama modernista. Lentamente él salió del bosque y empezó a acercarse a esa mujer que le tenía fascinado. Cuando ya se encontró a pocos metros de ella la mujer se giró y palideció del susto, vio a un niño desnudo, herido, sucio, que se acercaba caminando a cuatro patas hacia ella. Rápidamente se quedó enganchada mirando su cara, le sobrecogió, tenía la misma expresión en la mirada que la de un perro maltratado pidiendo ayuda, se quedó petrificada, esperando. El niño llegó hasta el mismo lugar donde se encontraba ella, entonces hizo un gesto con su cabeza buscando su mano, la mano de la mujer se movió lentamente, sin querer y encontró la cara del niño suavemente, con delicadeza, el niño apoyó su cabeza en su palma, ella le acarició, él sonrió.
Después de darle de comer y bañarle el niño durmió todo el día, por la noche después de cenar, la mujer se sentó en el sofá en frente de la chimenea y el niño se acostó en su regazo, mientras le acariciaba el pelo empezó a cantarle una nana con voz dulce y aterciopelada, ese sonido se deslizaba en los oídos del niño, notaba la calidez del fuego y las caricias en el cabello, sintió un calor que le recorrió el cuerpo, cerró los ojos e imaginó la mano de aquella mujer transformada en luz penetrándole en el pecho, moviendo los dedos como quien tocara el arpa, poco a poco, primero el menique, luego el anular, el corazón, el índice y vuelta a empezar. Notó sus dedos acariciándole el corazón... y esbozó una sonrisa.
Por la mañana se despertó y no estaba la mujer, él intentó moverse pero no pudo porque se había convertido en una estatua de barro, entonces empezó a preguntarse por su madre:
¿Dónde está mi madre? -movió la cabeza de lado a lado y no la vio- ¿quién soy? no recuerdo nada, sólo a mi madre, la recuerdo creando esos objetos mágicos que cobraban vida en sus manos, recuerdo su voz y sus caricias que me hacían sentir bien. No puedo moverme, necesito a mi madre, si pudiera mover las piernas podría salir a buscarla... en fin, ahora vendrá... pero ¿por qué no está aquí? yo quiero verla, quiero que me acaricie con esas manos que me protegen, necesito verla ¿dónde estará?...  ¡qué oscura está la casa, no parece que sea de día! tengo frío, el fuego está apagado, siento las paredes heladas a mi alrededor, si pudiera moverme... me gustaría estirar las piernas ¡me gustaría correr! ¡maldita sea! si pudiera al menos mover un dedo ¡sólo uno! lo que daría por sentir el movimiento, ni siquiera me acuerdo de esa sensación... respiro con dificultad, mis pulmones están duros en este cuerpo rígido, me gustaría respirar profundamente, me sentiría más tranquilo... ¿y mi madre? ¿se habrá ido para siempre? ¿me ha dejado? ¡oh no, por favor! ¡madre no me abandones! ¡te necesito! ¡no me abandones!... ¡ah! no se me había ocurrido, la llamaré, gritaré fuerte así a lo mejor me oye y viene... ¡oh! ¡Dios! ¡no puedo hablar! intento abrir la boca pero está cerrada, es inamovible y yo siento las palabras en mi estómago que quieren salir, noto como trepan hasta la garganta, luego caen y mueren... soy como una estatua que sufre, quiero llorar, quiero sentir las lágrimas corriendo por mis mejillas ¿y si mi madre me ha dejado por algo que he hecho? ¿soy yo el culpable madre? ¿en qué te he fallado? ¿qué he hecho mal? ¡lo siento! ¡no lo volveré a hacer! ¡perdóname por favor! me he portado mal, he sido malo y ahora mi madre no me quiere ¡no me quiere! el día se oscurece más, creo que se va a apagar definitivamente, llega el final... se forman sombras extrañas en la casa. Estoy solo y abandonado, nadie me protege, el viento me rodea susurrando, escucho ruidos que se transforman en voces, llega mi fin...
    En ese momento abrió la puerta la mujer y se encontró al niño de carne y hueso llorando lágrimas de barro pero en cuanto la vio se levantó de un salto y corrieron ambos a abrazarse. Inmediatamente entró el sol con fuerza por la ventana, la luz iluminó la cara del niño, los rayos abrieron sus pupilas y penetraron en su interior. Pudo sentir toda esa energía entrando en tromba dentro de él, de arriba a abajo tocando cada milímetro de su cuerpo y cuanto más fuerte abrazaba más energía sentía, entonces miró a aquella mujer a los ojos y se puso a reír con ganas  a lo que la mujer respondió:
- Toda la felicidad del mundo está ahora en tu risa.
A partir de aquel día vivieron juntos mucho tiempo, a él le gustaba tumbarse en la alfombra de pelo largo en frente de la chimenea por las noches mientras ella trabajaba en el torno rodeada de velas, le gustaba dormirse sintiendo el calor del fuego, escuchando el sonido lejano del aparato mientras se imaginaba, agradecido, cómo aquella mujer acariciaba el barro igual que acariciaba su corazón.
Una noche, mientras la alfarera dormía, el niño escuchó una melodía que entraba por la ventana, era una canción lejana de guitarra española que venía de lo profundo del bosque. Atraído por tan hermosa cadencia salió de casa y marchó hacia el lago, había luna llena, el prado estaba iluminado de un color verde fluorescente y el lago brillaba como plata líquida, se detuvo al lado de la zona fangosa donde su madre extraía el barro para después trabajarlo, el sonido venía de un extremo donde estaban los acantilados. Como no se atrevía a meterse de noche en el bosque se quedó allí, la temperatura era cálida, así que decidió desnudarse y meterse en el lago, se lanzó de cabeza y nadó un poco, el agua estaba tibia, luego volvió a la zona fangosa y se tumbó boca arriba dejando la mitad de su cuerpo dentro del agua. La melodía era muy bella, eran canciones de Paco de Lucía, puso las manos en su tripa y sintió un calor reconfortante en toda la zona abdominal, cogió fango y se lo untó por todo el cuerpo, miró la luna y se sintió hechizado, sintió el efecto nutritivo del barro por toda su piel, eso le hizo sonreír y tener sueños dulces.
Por la mañana cuando llegó a su casa la alfarera no estaba y la casa estaba vacía, como si hubiera estado abandonada desde tiempos remotos. El niño se puso a llorar desconsoladamente mientras caminaba por la casa y cuando llegó a la parte de arriba leyó una frase escrita en la pared:
Ahora tu llanto concentra toda la tristeza del mundo, no llores más volveremos a estar juntos.
Pero el niño lloró más fuerte todavía y salió corriendo de la casa, el cielo se nubló y empezó a caer una gran tormenta, corrió hacia el lugar de los acantilados donde había escuchado la melodía la noche anterior pero la lluvia le dificultaba el trayecto, era tan intensa que parecía que se estuviera volcando un mar en aquel círculo. Llegó al acantilado y vio una escalera de cuerdas y madera que llegaba a una cueva en una gran altura, subió y cuando llegó se tumbó en el suelo adoptando posición fetal para seguir llorando hasta que se durmió.
Cuando despertó ya no llovía y él no sentía tristeza, en las paredes de la cueva había escritas unas frases:
  Búscame en los primeros rayos de luz cuando amanece, donde saborean el aliento cálido los enamorados, donde la madre alimenta y protege a su hijo, en la risa de un niño que descubre el mundo, en los aplausos del público cuando acaba la función, en los ojos emocionados del que contempla una obra de arte, en las risas felices de los amigos que se reencuentran.
El niño se asomó para mirar el círculo y el agua lo cubría todo, no se veía ni un árbol del bosque, ni el claro, ni la casita blanca, todo había quedado sumergido debajo de un gran lago y los acantilados se habían erosionado hasta llegar a la altura del agua. El niño se desnudó y se lanzó de cabeza.
Cuando despertó en su escritorio se sintió feliz, sus días como huérfano habían acabado hacía mucho tiempo, su madre y su padre adoptivos le querían y formaban una familia, así que cogió el papel que había escrito la noche anterior, lo dobló formando un avión de papel y lo lanzó por la ventana.



39. UN SUEÑO DE ARENA.



El pequeño Pablo se ha ido a dormir un poco preocupado, ha visto discutir a su padre por teléfono, le ha escuchado asustado y enfadado así que luego ha tenido un mal sueño. Estaba en un desierto y no había nadie excepto él, mirara donde mirara no se veía nada, sólo cielo y arena. De repente se formó un gran remolino bajo sus pies, uno enorme donde se caía y daba vueltas. El remolino se levantó convirtiéndose en un gran tornado, uno colosal, él estaba en la parte más alta donde fue cogiendo forma una cabeza monstruosa, ciclópea con la cara de su padre. Ésta gritaba con una potencia descomunal, lloraba arena y bramaba un dolor insoportable, Pablo sufría porque quería ayudarle pero no podía hacer nada ya que sólo era un grano de arena en medio de aquella tormenta. 











40. AMOR BAJO LOS DRAGONES.



El pequeño Pablo tampoco se fue a dormir a gusto ayer, escuchó discutir a sus padres y se sintió preocupado. Soñó que su padre tenía un corral lleno de dragones de Komodo, les cortaba carne con un hacha y se la lazaba dentro. A él le repugnaban esos bichos pero sabía que tenía que meterse en el corral, así que saltó la valla y se metió, fue hasta el centro y allí encontró una argolla escondida entre el barro y las heces, tiró de ella y abrió una compuerta, entró en un túnel estrecho que le llevó hasta una mesa camilla donde había una foto de sus padres contentos abrazándole. Cogió la foto entre sus manos y se sintió feliz.