Este libro contiene cuarenta relatos y microrrelatos independientes. La mayoría de ellos hablan sobre el paso inadvertido del tiempo, que huye sin despedirse transformando la vida irremediablemente, y de como adaptarse a esos cambios es la única manera de ser feliz.
1. MI JERSEY AMARILLO.
Un plato vacío con varios
trocitos del borde de lo que había sido una pizza, un tenedor y un cuchillo
sucios, un yogur desnatado Hacendado con peladuras de naranja y la cucharilla
dentro, migas y restos de agua por la mesa del Ikea donde acababa de comer.
Tenía la tele apagada y estaba pensando, escuchaba el tic tac del reloj en la
pared y el ruido que hacía la nevera. No recuerdo en qué pensaba, sé que me
levanté cuando quise bajar al chino a comprarme unos Donuts porque me había
quedado con hambre.
Salí a la calle y atravesé
el parque para llegar al chino, de camino me fijé en un mendigo que estaba
sentado en un banco, llevaba puesto un jersey amarillo que me hizo sentir algo
especial aunque todavía no sabía qué era. Entré en el chino pensativo, fui
directo a por unos Donuts del tipo
fondant pues esos eran los que me hacían la boca agua. Cuando ya le estaba
pagando al chino recordé por qué me había llamado la atención ese jersey, yo
había tenido uno igual hacía mucho tiempo. De vuelta a casa mientras atravesaba
el parque me fijé con más detenimiento en el jersey, las letras blancas de la
parte frontal estaban muy gastadas aunque todavía se reconocían, en el cuello y
en las mangas había unas amplias líneas negras, estaba muy desmejorado pero
efectivamente era el mismo modelo - ¿qué habrá sido del mío? -me pregunté-
¿cuándo lo perdí? me encantaba ese jersey.
Mientras subía en el
ascensor me acordé de Igor, con él me compré aquel jersey amarillo, debíamos
tener unos dieciocho años, llevábamos siendo mejores amigos desde los trece,
desde que le conocí por primera vez en el colegio. En octavo de E. G. B. llegó
con su ropa pija y su carisma de chico espabilado, enseguida nos hicimos amigos
al margen de las normas escolares, lo más excitante en aquella época era hacer
cosas que estaban prohibidas, que sólo podían hacer los mayores y claro,
nosotros ya empezábamos a serlo, queríamos ser los primeros, los más listos.
Llegué a casa y empecé a
comerme los Donuts - mmmmmm -estaban deliciosos. Me senté en la mesa de la
cocina mientras me los comía y seguí recordando a Igor. Durante el B. U. P
estudiar no estaba bien visto, era de tontos, nosotros lo hacíamos lo justo para
pasar de curso sin que nos regañaran en casa y también para no quedarnos atrás
aunque lo mejor era hacer trampas en los exámenes, hacer chuletas o dar
cambiazos en las materias que requerían desarrollar temas largos como historia
o historia del arte ¡qué nervios se pasaba! ¡qué excitante y qué satisfacción
cuando te salía bien y luego comentabas la gesta con los amigos fuera de clase!
había que ser valiente y no un pringado de los que se pasaban muchas horas
estudiando. En la hora del recreo nos gustaba escondernos por el colegio para
fumar cigarros y lo que no eran cigarros, si te pillaban te castigaban, es
verdad, sin embargo eso eran galones que te ponían en el pecho y eso
siempre estaba bien de cara a presumir con los colegas.
- mmmmm -justo en ese momento le daba el
último bocado al último Donut ¡qué buenos estaban! cogí el envase vacío y lo
tiré a la papelera relamiéndome por el camino. La primera vez que salí de
marcha fue con Igor, él ya lo había hecho pero yo todavía no, era verano y allí
donde vivíamos en esa época del año venían muchos turistas, proliferaban las
discotecas, pubs, bares y demás locales para el ocio nocturno. Nos compramos
una cerveza en una máquina pues teníamos miedo de que no nos la vendieran,
teníamos catorce años, paseamos por la calle principal deslumbrados por todo
ese mundo de la noche, entramos en una discoteca llamada Rock Island, nos
pedimos unos cubatas, la camarera nos sonrió con complicidad y nos los puso,
bailamos en la pista las canciones de moda sintiéndonos mayores, soñando con
entrarle a alguna piva, cosa que no hicimos. Después seguimos nuestro camino
observando con avidez a las chicas y a los chicos malos bebiendo alcohol,
borrachos como cubas, prestábamos especial atención a las conversaciones donde
nos parecía que hablaban de drogas... y así hasta la madrugada. Luego nos
volvimos a casa, esa noche yo me quedaba a dormir en su chalet, uno
impresionante en una tranquila urbanización junto al mar. De camino nos paramos
en la misma máquina donde nos habíamos comprado la primera cerveza y nos
compramos otra cada uno. Antes de llegar nos desviamos a bebérnoslas en un
acantilado, práctica que luego repetimos en más de una ocasión, nos sentamos
allí con las piernas colgando, viendo cómo se reflejaba la luna en el mar y disfrutando
nuestra birra. No recuerdo de lo que hablamos aunque sé que para mi Igor era el
mejor amigo que había tenido, teníamos una relación cerrada, íbamos juntos a
todas partes lo cual dio pie a que algunos hablaran de algo más que amistad, y
es que éramos como una pareja pero sin sexo. Yo le quería, era mi amigo
especial, estaba por él y él por mi, no había espacio para la mentira pues
nuestra amistad era lo más importante del mundo. A partir de ahí transcurrieron
los agitados años de la adolescencia, nuestra cerrada amistad se abrió y dimos
cabida a más gente en el grupo, pronto nos convertimos en una pandilla de
jóvenes cuya meta era salir de marcha, liarla y pasarlo lo mejor posible. Igor
fue el primero en tener una moto, una scooter que parecía de juguete a la que
llamábamos La Feber, luego fuimos uno
a uno teniendo todos una, los primeros del instituto, los más chulos. En verano
marchábamos en escuadrón a las playas y calas más bonitas y por la noche
salíamos a vacilar por las discotecas, intentando ligar con alguna estudiante o
alguna guiri. Nos bebimos las noches, jugamos con las drogas como
funambulistas ingenuos y devoramos sin piedad todos y cada uno de los placeres
que pudimos. Vivimos acampadas, rebeldías con los padres, los primeros amores, amistades
que luego duran toda una vida.... y en medio de todo eso, un día Igor me
acompañó a comprar ropa a El Corte Inglés y allí fue donde adquirí mi jersey
amarillo. No recuerdo por qué vino, creo que le pillaba de paso, seguíamos
siendo amigos aunque ya no era lo mismo, tanto él como yo íbamos más con otra
gente, él tenía novia y nos veíamos poco, nuestra maravillosa amistad se había
quedado sentada en aquel acantilado, no sé cómo ocurrió, simplemente fue
pasando sin darnos cuenta.
Salí a la terraza a mirar
un poco el paisaje apoyado en la barandilla, desde mi cuarto piso se podía ver
el parque que había entre el chino y mi finca. Igor - ¿qué habrá sido de ese
pillo? -me pregunté. Cuando acabamos el C. O . U nos separamos definitivamente,
él fue a una universidad y yo a otra, habían pasado veinte años ¡qué
barbaridad!
Otee el parque buscando al
mendigo cuyo jersey me había traído tantos recuerdos, lo encontré en el mismo
banco, se le podía divisar lo justo entre los árboles. Por un momento tuve un
presentimiento que no me quise creer, salí pitando de casa y volví al parque,
me acerqué al mendigo escondido entre los arbustos, llegué a estar lo
suficientemente cerca como para verle la cara, el mendigo alzó su cartón de Don
Simón para darle un buen trago y entonces desgraciadamente confirmé mi
presentimiento, era Igor.
Me quedé paralizado, no
sabía que hacer. Después de darle vueltas un rato decidí acercarme a saludar,
fui por un costado, indeciso, y cuando ya estaba llegando al banco Igor se
levantó y se fue por el lado contrario, me quedé mirando sin decir nada aquel
viejo, roto y desgastado jersey amarillo. Quise llamarle... pero el sonido de
su nombre murió en mi garganta, así que me di media vuelta hacia el chino a
comprarme otros Donuts.
2. EL NIÑATO.
Mi vecino siempre me dio
pena, era un desgraciado, se veía venir lo que iba a pasar...
Su madre murió antes de que
él supiera decir mama y mucho menos te quiero, su padre había muerto hacía un
año aunque él no notó mucho su ausencia, le dejó un chalet en la parte alta de
la ciudad, un Lexus LS azul marino, una importante cuenta bancaria y un corazón
colmado de carencias.
Para cuando
murió su padre él debía tener unos treinta años, no había conseguido trabajar
nunca durante un par de meses seguidos, no es que fuera tonto, se había sacado
la carrera de turismo y tenía dos masters aunque según parece era muy vago y no
se llevaba bien con sus compañeros, quienes coincidían en calificarlo de
egoísta y arrogante. La empresa de su padre había quebrado y él pasaba los días
puliéndose su herencia, salía casi a diario por las noches donde se gastaba el
dinero en alcohol, drogas y putas. Le merodeaban tipejos que le hacían compañía
mientras él invitaba a los vicios, él siempre les llamó ingenuamente, amigos. Y
es que mi vecino me daba mucha pena, era frágil y estúpido, juguete manipulable
para los malintencionados.
Un día estuvo a punto de
estrellarse en mi jardín, apareció cuando amanecía con las ventanas abiertas y
la música a tope, dio un volantazo a tiempo y consiguió empotrar el Lexus en la
entrada de su casa. El coche era viejo ya, había sido uno de los más lujosos de
la urbanización en su tiempo pero en ese momento estaba hecho una pena, tenía
el chasis lleno de golpes, roces y ralladuras, en el interior había restos de
cajas y envoltorios de comida rápida, colillas de cigarrillos y vasos de tubo
de plástico, la tapicería de cuero tenía quemaduras y olía a borrachera y sexo
comprado. Salió del coche dando tumbos, llevaba puesta ropa que había
sido de su padre, una cazadora Lacoste que le iba grande y unos zapatos
italianos de piel blancos carísimos sucios y medio rotos. Se cayó en el porche,
me acerqué a ayudarle, le levanté del suelo y lo metí en casa hasta su
habitación.
El día siguiente nos
saludamos y no me dijo nada, probablemente no se debía acordar. Me enteré de
que llevaba meses sin pagar la hipoteca de su casa, por lo visto el padre le
había dejado también unas deudas importantes y en un año ya había derrochado la
herencia. Intenté ayudarle, hablé con él sobre el tema, le ofrecí un empleo a
cambio de que dejara la mala vida... sin embargo no me quiso hacer caso, creo
que buscaba su propia autodestrucción.
El banco no le concedió
otro préstamo y tuvo que dejar de salir por las noches, le amenazaron con
quitarle la casa y él sólo respondió bebiendo cada vez más. Pronto empezó a
tomarla conmigo, yo era el único que se había preocupado de él y supongo que no
tenía a nadie más con quien descargar sus frustraciones, me despreció, me
insultó, incluso me escupió. También la tomó con la casa, primero rompió los
espejos y luego todo lo demás, muebles, ventanas, paredes, suelo...
algunas noches gritaba como un condenado mientras le propinaba puñetazos a las
puertas, llegó a hacer una hoguera en el salón con el sofá, unas sillas y la
mesa del comedor.
Su fijación conmigo empeoró
y un día se puso muy violento, no me vino de frente porque era bastante cobarde
pero me atacó por la espalda cuando estaba distraído, me tiró al suelo y me
pateó con toda su rabia. No me quedó más remedio que llamar a la policía...
pero como me pidió disculpas y me prometió que no lo volvería a hacer retiré la
denuncia.
Una noche me pareció
escuchar gritar a una mujer, primero pensé que se trataría de algún jueguecito
con alguna de sus prostitutas y no quise hacer caso pero la conciencia no me
dejó dormir bien y por la mañana me acerqué a investigar. A las ocho de la
mañana sabía que él estaría durmiendo la mona, me fue fácil entrar por una
ventana rota, crucé el salón para subir a las habitaciones, entré en cada una
de ellas y no vi a nadie, volví a bajar y reparé en una puerta junto a las
escaleras, debía ser la entrada al sótano y estaba cerrada con candado. Aporree
la puerta y pregunté si había alguien, me contestó la voz temblorosa de una
chica que me pidió auxilio. Volví a mi casa a por una palanca y luego rompí el
candado, salió una chica mirando al suelo, llorando, desnuda, desnutrida, me
abrazó implorando ayuda. Mi vecino la había encerrado en el sótano durante tres
meses y sólo bajaba a verla para tener sexo, no la dejaba salir porque decía
que era muy fea, se avergonzaba de ella y la alimentaba a base de latas de baked beans. La acompañé a mi casa, le
di ropa, comida y luego llamé a la policía aunque antes fui a decirle cuatro
cosas a ese desgraciado. Me lo encontré durmiendo en su piscina vacía con su
chaqueta Lacoste y sus zapatos italianos, había ido rodando hasta el fondo
donde se acumulaba algo de agua negra, restos de muebles rotos y ratas muertas.
- Despierta mal nacido -le
grité varias veces desde el borde.
Como veía que no se
despertaba bajé a por él. La escalera estaba medio rota y se cayeron algunas
baldosas, le zarandee hasta que se despertó, le hablé de la chica y se puso a
llorar, se compadeció de si mismo, se lamentó de su vida desgraciada. Me dio
pena y le ayudé a salir de la piscina, primero salió él y cuando estuvo arriba
me dio semejante patada en la cara que me caí al suelo redondo, me quedé
inconsciente durante un tiempo y cuando desperté vi su cara mirándome desde arriba
gritándome algo así como:
- ¡Ahora sabes como me
siento! ¡ahora sabes como me siento!
Después me vomitó encima y
se marchó. Ese mismo día tuvo un accidente borracho en la autopista, destrozó
el coche de su padre, mató a una familia que se iba de camping y él acabó en el
hospital. Pasó mucho tiempo hasta que volví a saber de él, vivía en la calle,
una compañía de mimos le había acogido y muchas tardes se le podía ver en la
plaza vestido de payaso entreteniendo a los niños. Pasaron los meses y desapareció,
nunca más se volvió a saber de él, bebía mucho. Creo que la última vez que lo
vi fue durmiendo entre cartones, yo paseaba con mis hijos por la feria, él
estaba tirado en la parte trasera del tren de la bruja, estaba cubierto y no
pude verle la cara pero le sobresalían los pies, llevaba puestos sus viejos,
estropeados y deslucidos zapatos italianos.
3. UNA VETUSTA ERMITA POSADA.
En el camino que recorro
regularmente con la bici hay una vetusta ermita posada sobre un montículo de
pinar sombrío, es un montículo rodeado de chalets y casas bajas construidas en
los setenta, cuando Ibiza empezó a acoger a jóvenes que iban de hippies con
cierto poder adquisitivo. La iglesia es pequeñita, imita el estilo románico con
arcos de medio punto y piedra escuadrada, un oasis antiguo rodeado de
modernidad.
Las primeras veces que pasé
por aquella zona me contenté con mirarla de lejos, evocaba en mi pensamientos
bonitos relacionados con la belleza y el misterio, pero un día lluvioso vi a
una mujer vestida de novia fuera de ella, yo estaba en la parte alta de una
cuesta desde donde se ve mejor la iglesia, ella estaba de pie, empapada y me
pareció que me miraba.
El día siguiente fui a ver
la ermita de cerca, bajé de la bici y la rodee caminando, estaba muy bien
conservada, sólo había unos graffitis en una pequeña puerta que tenía en una
esquina. Después me entretuve mirando las casas desde el montículo, cuya altura
desnudaba la intimidad de muchas de ellas.
- ¿Es alemana? -me preguntó
una voz femenina desde atrás.
Me giré y allí estaba ella,
aunque no vestía de blanco la reconocí enseguida.
- La bici -apostilló.
- No, creo que no, aunque
no estoy seguro me la vendieron de segunda mano... -comenté dubitativo.
- Tienes el reflector roto,
si quieres yo te regalo uno a mi me sobran, trabajo alquilando bicis... -se
ofreció amablemente.
- No hace falta, ya me
compraré uno, no importa...
- Venga, te lo doy ahora,
vivo aquí mismo -insistió convincente.
La mujer era mayor, debía
tener unos sesenta años aunque todavía conservaba cierto aire juvenil, llevaba
un lazo en el pelo, bastante maquillaje y vestía con elegancia. Accedí a su
generoso ofrecimiento, su casa estaba realmente allí mismo, era una de las
colindantes con la iglesia, un chalet semiredondo de dos pisos, color blanco
ennegrecido con grandes espacios donde la pintura estaba desprendida.
Atravesamos un patio exterior descuidado y accedimos directamente al segundo
piso por una escalera exterior con barandilla de hierro oxidado semidestrozada.
Entramos por un gran ventanal corredero que se abrió con dificultad.
- ¿Quieres un poco de
limonada fría? es casera -me preguntó amable con un tono fino y delicado.
- Bueno, con este calor...
estaría bien -respondí sin darme cuenta.
La mujer bajó a la cocina y
yo me quedé en aquella habitación, era muy amplia, supuse que era la parte de
la casa donde hacía vida aquella mujer, había televisión, cama, sofá, armario,
una mesita con una bandeja que contenía un plato, un vaso y restos de comida, e
incluso tenía un tendedero con ropa tendida dentro para protegerla del sol,
supuse. Me chocó que estuviera tan desordenada, no le pegaba a una mujer tan
fina y elegante. Curiosee moviendo mi cabeza 360 º, parecía una cápsula del
tiempo, los muebles, las fotos, la ropa... todo, incluso un aparato de música
plateado y un televisor apagado sin mando a distancia parecían de la misma
época que la casa, era como un museo setentero. Me asomé a mirar la cama
desecha, en la mesilla abundaban los clínex, podía distinguirse una caja de
Prozac y en el suelo una botella de ginebra, aquella mujer era toda una Norma
Desmond desglamourizada. Había fotos donde se la reconocía a ella, por lo menos
treinta años más joven, en la mayoría salía con quien debió haber sido su novio
o marido. Ella había sido guapísima y se les veía muy felices, me deleité
mirándola en los diferentes escenarios donde se habían hecho las fotos,
restaurantes, discotecas, playas... esa había sido la Ibiza mágica, con estilo,
todo un paraíso descubierto lleno de sueños por realizar y no la macro
discoteca para drogadictos en que se convirtió después.
Entonces subió la mujer con
las limonadas, yo me senté en el sofá y ella hizo lo propio a mi lado, no pude
evitar fijarme en sus piernas cuando las cruzó al sentarse y creo que ella se
dio cuenta de ello.
- Perdona por el
desorden... no suelo tener invitados -dijo para romper el hielo.
- No se preocupe, por
cierto la limonada está muy buena.
- Gracias, es de las pocas
cosas que todavía me gusta preparar, pero por favor trátame de tú...
Quise preguntarle por el
hombre que salía en las fotos, sentía curiosidad aunque me contuve cuando me di
cuenta de que hubiera sido una indiscreción. Me acordé enseguida del día
anterior y de ella vestida de novia, estaba convencido de que me había mirado
así que consideré algo pertinente sacar el tema.
- Oiga... quiero decir, oye
¿no te vi ayer fuera de la iglesia vestida de novia?
Automáticamente se ruborizó
y miró para otro lado.
- Bueno, todos tenemos
nuestras excentricidades -dijo.
Al ver que le incomodaba el
tema intenté pensar en algo rápido que decir, sin embargo no se me ocurrió nada
y tuve que soportar un incómodo silencio. Ella parecía esperar que yo hiciera
algo.
- Creo que me queda algún
reflector abajo... -comentó al comprobar que yo no decía anda.
Pero en ese momento, sin
pensarlo, puse mi mano sobre su pierna, la miré a los ojos sin saber que decir
ni qué hacer, ella no dijo nada. Luego le pasé la otra mano por el hombro y
empecé a besarla, ella se dejaba hacer, subí la mano de la pierna y se la
metí dentro de la blusa, sus pechos eran voluminosos. Después todo se aceleró y
cuando me quise dar cuenta ya estaba desnudo encima de aquella mujer, tenía
mucho calor aunque estaba muy excitado y fue rápido, eyaculé encima del sofá
sudado de cuero. Ella se movió buscando mi cariño, sin embargo en ese momento
sentí asco, me pareció ver a mi abuela y me asusté, me vestí como pude y me
marché corriendo.
- ¡Espera! ¡me siento tan
sola! -suplicó lánguidamente mientras ya bajaba las escaleras.
Pero yo no esperé... y
ahora cuando paso por esa zona con la bici procuro no mirar hacía su casa ni
hacia la iglesia, hago ver que no existen, me pongo los cascos y voy escuchando
música mirando hacia adelante en la carretera.
4. MI AMIGO TONINO.
Mi amigo Tonino era un ser despreciable,
infame, una persona abyecta y repugnante pero era mi amigo. Nos conocimos en la
adolescencia cuando teníamos dieciséis años, yo acababa de recibir mi primer
rechazo importante de una chica que me gustaba, se había burlado de mi delante
de toda la clase, salí al pasillo buscando la soledad, entonces apareció él con
sus andares tristes y su rostro sombrío, se sentó conmigo en la escalera, me
enseñó a regodearme en la humillación y nos hicimos inseparables.
Me enseñó a morderme las
uñas y a angustiarme pensando en el futuro, solíamos ver películas y jugar a
videojuegos, nos gustaba ver la tele y pasar el tiempo en casa. Cuando salíamos
de fiesta él me enseñaba a apartarme del grupo y a sentirme solo, me
acomplejaba con las chicas y siempre acabábamos bebiendo juntos en la barra del
bar hasta que perdíamos la razón y olvidábamos nuestros problemas. En los
estudios me hacía sentir mediocre, me enseñó a conformarme con aprobar en lugar
de ir a por la excelencia, en el trabajo siempre me hizo compañía, gracias a él
pude ser vago e inconstante.
Ahora hace tiempo que no le
veo, no le echo de menos, creo que no era una buena influencia. Ya no me muerdo
las uñas, he conseguido disfrutar con mi trabajo y llevo más de cinco años en
la misma empresa, he encontrado el amor en una dulce chica que me quiere mucho
y por la que estoy francamente enamorado, vamos a tener un hijo y eso es lo que
más me ilusiona del mundo, tengo más vida social, me siento estimado por mis
amigos, procuro cuidarlos y pasar tiempo con ellos, me siento realizado, soy
feliz. Mi amigo Tonino me dejó algunas aficiones como preocuparme demasiado por
el futuro o cierta tendencia a la melancolía. A veces me acuerdo de él...
¿dónde estará? estará amargando a alguien, seguro, eso es lo que más le
gustaba, se le daba bien, tengo que reconocerlo... ¡qué bien que se haya ido!
¡espero que no vuelva nunca más! ¡mi amigo Tonino! ¡menudo gilipollas!
5. UN HOMBRE INAPRECIABLE.
¿Quién me iba a decir que
las rutinarias compras de los jueves en Mercadona iban a acabar cambiándome la
vida? me fijé en él la primera vez cuando yo estaba buscando palomitas y
coca-colas Hacendado. Fui a darme media vuelta y allí estaba, hasta ese momento
no había reparado en él, era un trabajador silencioso, joven, atípico, parecía
un hombre culto, un intelectual en un lugar equivocado. Me quedé intrigado y
quise escucharle hablar, quizás sólo era una apariencia que yo me había creado
en la cabeza, así que me entretuve observándole de reojo mientras pasaba a
comprar fruta. Otros trabajadores pasaron cerca de él, pensé que le dirían
algo, sin embargo pasaron de largo como si nada, hablando entre ellos. Me quedé
con las ganas de escucharle pues cuando hubo acabado de reponer las peras se
marchó.
El siguiente jueves no me acordaba de él pero
enseguida volvió mi interés cuando le vi en la sección de los embutidos.
- Esta vez sí que le
escucharé -pensé.
Y me quedé cerca entreteniéndome con los
quesos. El hombre era cuidadoso con su trabajo, parecía perfeccionista,
concentrado cuidando los detalles. Otro empleado llegó a la misma sección y se
puso a trabajar al lado. Me quedé tanto tiempo allí que me podría haber
aprendido de memoria todas las clases de quesos que había en el expositor, sin
embargo los currantes no hablaron entre ellos, algunos clientes hicieron
preguntas sobre la localización de varios productos aunque todos se las
hicieron a su compañero y se volvió a marchar sin abrir la boca, arrastrando su
transpaleta naranja, como una sombra, se perdió por los pasillos.
A partir de aquel día los
jueves se convirtieron en una odisea para mi, espiaba a aquel hombre entre las
secciones, mi interés fue en aumento al comprobar que pasaban las semanas y
aquel tipo no hablaba con nadie, no se relacionaba, era como un fantasma que reponía
productos, no se saludaba con sus compañeros, pasaba delante de ellos y le
ignoraban, los clientes nunca le preguntaban, daba igual donde estuviera, en la
carnicería, panadería, pescadería... era algo increíble, caminaba envuelto en
un aura de indiferencia y silencio perpetuo.
Un día pensé que iba a
tener suerte, le vi haciendo algunas compras pues ya debía haber acabado su
turno, le seguí hasta la cola de la caja y me puse en la paralela, a su misma
altura. Tal y como esperaba no tuvo contacto con nadie aunque supuse que al
llegar a la caja... al llegar a la caja tenía que hablar con la cajera, al
menos un hola. Mis peores suposiciones se confirmaron cuando vi que la cajera
no le dijo nada, pasó los productos por el escáner sin mirarle a los ojos, pronunció
la cifra del total de la compra mirando al fondo del supermercado, cogió su
dinero mirando su mano. Yo no podía dejar de mirar a aquella mujer a los ojos,
en algún momento tenía que mirarle al menos... pero no lo hizo. Le dio el
cambio sin levantar la cabeza y siguió con el siguiente cliente.
No podía dejarlo pasar por
más tiempo, tenía que averiguar quien era ese hombre y cual era el motivo de
tanto misterio. Le seguí con el coche, salió de la ciudad y se metió por una
zona rural, tomé distancia para que no me viera y estuve a punto de perderlo
aunque finalmente pude descubrir cuál era su casa, una vieja finca semiderruida
que en su tiempo debió ser una casa de cierto nivel. No tenía vecinos a la
vista ni atisbo de civilización, la fachada estaba agrietada, sucia y llena de
moho, el jardín era como una pequeña selva llena de malas hierbas con una
pequeña estatua de mujer, gris y erosionada en el medio. Esperé a que estuviera
dentro para acercarme con sigilo a una ventana, desde allí podía verse un salón
antiguo con muebles viejos que debían haber sido de su familia, no llegué a ver
ninguno que fuera moderno o que pudiera ser personal de aquel hombre, parecía
más bien una casa abandonada, estancada en una época pasada. Apareció en el
salón y se sentó en una mecedora de espaldas a la ventana, agaché la cabeza lo
más rápido que pude temiendo haber sido descubierto, esperé un tiempo antes de
volver a asomarme, él seguía en la mecedora, estaba quieto, muy quieto. Pensé
que podría haberse quedado dormido, me quedé allí esperando a que hiciera algo,
el tiempo pasó lentamente, fuera sólo podía escuchar el sonido de algún pájaro
a lo lejos y el viento agitando algunos árboles, dentro podía escuchar el tica
tac de un reloj de cuco que había en la pared. La luz fue tomando una tonalidad
anaranjada que cayó sobre el salón, me retiré de la ventana y me quedé sentando
en el suelo sin saber que hacer, quería averiguar cuál era el gran misterio que
presentía inminente, me quedé en la misma postura no sé cuanto tiempo, luego
volví a asomarme a la ventana, la luz estaba dejando oscurecido el salón, había
suficiente claridad para distinguir los objetos del interior pero poco a poco
se estaba extinguiendo, apagando, muriendo en aquel salón cada vez más
tenebroso, y él seguía sentado en la mecedora sin moverse. Se me ocurrió que
quizás no estuviera dormido, traté de seguir la que podría haber sido la
dirección de su mirada y casi se me salió el corazón del pecho cuando vi que en
la pared de enfrente había un pequeño espejo ovalado donde pude ver sus ojos
abiertos observándome en la parte baja de la ventana. Salí corriendo de allí lo
más rápido que pude y conduje hasta casa con el susto todavía en el cuerpo.
El jueves de la semana
siguiente fui a Mercadona con cierto miedo a encontrarme con él aunque quería
verle, pues pensaba que ese hombre se merecía una explicación, por extraño que
él pudiera ser era yo el que le había seguido y le había espiado en su casa. No
le vi en la tienda así que le pregunté a un compañero, al principio no supo de
quien le hablaba pero después de pensarlo un rato en silencio me dijo:
- ¡Ah si, el raro!
Por lo visto ese era su
mote entre los compañeros, nadie le conocía bien, ni siquiera sabían su nombre,
era una especie de paria para ellos e incluso se habían formado algunos rumores
burlones a cerca de él. Llevaba una semana sin aparecer por el trabajo, el
mismo tiempo que había transcurrido desde que le seguí, no sé porqué me sentí
culpable y decidí ir a verle a su casa.
Cuando llegué el coche
seguía en el mismo sitio, me asomé a la misma ventana pero él ya no estaba en
la mecedora, dije hola a grito pelado en varias ocasiones, era imposible que no
me hubiera oído, aun así, nadie contestó, quizás no estaba, quizás tenía miedo
o quizás estuviera muerto. Sentía compasión por aquel hombre, vi que la ventana
podía levantarse y no me lo pensé dos veces, entré en aquel salón con la
sensación de estar profanando algo muy personal, algo hermético. Me quedé
parado observando los muebles, los cuadros, las estanterías llenas de libros
antiguos... todo estaba recubierto de un polvo denso, inmóvil, sólo se podía
escuchar el silencio y el reloj de cuco, pude sentir cómo el tiempo se
petrificaba delante mío y por un momento tuve miedo de convertirme en un mueble
más de aquel salón si no me movía, así que me fui a la cocina.
La cocina provocaba la
misma sensación, parecía abandonada, no había señales de que alguien estuviera
viviendo allí, no había nada desordenado, alimentos a la vista, platos en la
pica, restos de comida... sólo el ruido de la nevera en una cocina antigua de
terrazo, alicatada con pequeñas baldosas blancas y una mesa en el medio con
cuatro sillas de madera descoloridas. Me adentré un poco buscando algo, volví
la vista hacia un rincón y allí lo vi, sentado en el suelo con la cabeza entre
las rodillas, junto a una fregona con un cubo lleno de agua sucia y una escoba
repleta de pelusa, las baldosas en aquella zona estaban amarillas,
grasientas... al principio no sabía por qué me estaba fijando en ellas pero pronto
me di cuenta... ¡aquel hombre estaba desapareciendo! su imagen, translúcida,
dejaba ver las baldosas.
Me senté a su lado y empecé
a hablar con él, a duras penas podía escuchar el lánguido sonido de su voz, me
di cuenta de que aquel hombre no tenía autoestima, estaba profundamente
deprimido lo cual estaba afectando seriamente a la composición molecular de su
organismo. No podía dejarle en aquel estado así que decidí quedarme con él
hasta que estuviera mejor, me propuse alentar algún sueño, alguna ilusión en
aquel espíritu derrotado.
Mi compañía rápidamente
hizo efecto, su visibilidad se volvía más estable a medida que conversábamos y
hacíamos cosas juntos, trabajamos en el huerto de su casa y escuchamos la
radio, era difícil arrancarle las palabras pero con paciencia y mucho cariño
siempre lo acababa consiguiendo. Fuimos al cine y a cenar fuera, paseamos por
el campo, me lo llevé al fútbol y también a la feria. Me gustaba despertarle
por las mañanas y planificar actividades para estar activos, desayunábamos,
comíamos y cenábamos juntos, me convertí en su amigo, o eso creía.
Una noche me di cuenta de
lo equivocado que estaba. Habíamos acabado de cenar, él prácticamente no había
probado bocado, dejó los platos sucios encima de la mesa y se fue a su cuarto,
de camino se quedó parado en la penumbra de un largo pasillo.
- Quiero que te vayas -me
espetó desde la profundidad donde yo no podía verle la cara- cada vez que te
veo pienso en lo miserable que es mi vida, lo único que haces es recordarme que
existo, quiero que te largues y me dejes desaparecer en paz ¡vete maldito
samaritano de mierda!
Me quedé aterrado por tan
hirientes palabras, sin embargo yo sabía que desde bien pequeñito sus padres le
habían tratado con el mismo afecto con el que habían tratado a los muebles de
la casa. Su madre había sido dura, rígida, no le gustaba que la tocaran, era
fría como la estatua del jardín, su padre había sido sumiso, no le agradaba que
le hablaran, lo que más le gustaba era sentarse a solas en la mecedora del
salón con el rostro sombrío y esperar a que se apagara el día. Así que
reaccioné como pensé que debía reaccionar, me levanté y fui hacia él, dispuesto
a mostrarle comprensión y afecto, me acerqué lo suficiente para darle un abrazo
- Hay tan poco amor en tu corazón -le dije
entre lágrimas cuando ya extendía los brazos hacia él.
Pero su reacción no fue la
que esperaba, me dio un puñetazo y se fue corriendo escaleras arriba a
esconderse en el desván.
La mañana siguiente me
despertó algún ruido en la cocina. Mientras bajaba las escaleras pude
distinguir un sonido metálico, él estaba sentado en la mesa, desnudo y con un
grado de invisibilidad considerable, utilizaba el cuchillo y el tenedor para
cortar comida imaginaria. A medida que me acercaba podía distinguir con más claridad
lo que hacía, intentaba atrapar las sombras que se proyectaban encima de la
mesa para luego fingir que se las comía. No me dijo nada, ni siquiera se giró
para mirarme, me quedé en el marco de la puerta esperando algo, él se levantó y
dejó los cubiertos bien ordenados en su sitio, luego abrió la puerta trasera y
se marchó caminando, le seguí de cerca, a él pareció no importarle, caminamos
campo a través y fue desapareciendo cada vez más, nos adentramos en el bosque y
allí se detuvo un momento para mirar atrás. Durante unos segundos nos quedamos
en silencio mirándonos a los ojos, después prosiguió su camino hasta que acabó
desapareciendo del todo y yo me encontré caminando sólo por el bosque.
Cuando quise avisar al
personal de Mercadona sobre que aquel hombre ya no volvería a trabajar nadie
sabía de lo que hablaba, incluso me miraron como se mira a un tarado. Nadie se
acordaba de él.
Ahora de vez en cuando creo sentirlo, he
notado su aliento en el cogote cuando salgo a correr sólo por el parque. Si voy
a darme un baño a las rocas siento su presencia desgraciada sentada detrás mía
implorando ayuda, antes de dormirme a veces percibo su compañía infeliz a mi
lado, o me despierto a media noche creyendo que sus manos débiles y temblorosas
me tocan la cara, incluso en los centros comerciales llenos de gente puedo
presentir su espíritu cobarde mirándome, maldiciéndome.
6. LA HUELLA DE EVA.
¡Qué bonita es Barcelona!
¡y qué calurosa en verano! aunque siempre he pensado que pasar el rato sudando
en un piso de l'Eixample forma parte
de su encanto. En uno de esos, de la antigua burguesía catalana vivía yo,
amplio con los techos altos y uno de esos ascensores antiguos que requerían
cerrar una puerta metálica antes de utilizarse.
Ese verano todos mis compañeros de piso se
habían marchado de vacaciones, yo tenía que transcribir varias cintas para un
documental, lo cual me tenía allí retenido hasta por lo menos finales de Julio,
eso sí, era el amo y señor de todo el piso y podía pasearme en bolas si me daba
la gana, aunque no por mucho tiempo porque cuando acabó Junio llegó Eva. Ella
era la hermana de uno de mis compañeros y como la habitación estaba pagada y él
no estaba, la iba a utilizar durante el verano. Apareció por la puerta
dejando entrar un soplo de aire fresco que renovó en un momento la atmósfera
del piso. Yo estaba desnudo en la cocina cuando noté la corriente, no esperaba
a nadie y me metí como una flecha en el baño, luego salí con una toalla y me la
encontré en el pasillo.
- Hola, soy Eva, la hermana
de Juan -me dijo con una sonrisa floreciente que me alegró la mañana.
- Hola, yo soy Pedro
-respondí tímido sujetándome la toalla.
Y seguidamente fui hacia mi
cuarto señalándolo con el dedo mientras Eva daba muestras de asentimiento con
la cabeza, dada la situación.
Ella trabajaba por las
tardes en un centro comercial en el área infantil donde había una gran piscina
de bolas, vigilaba y cuidaba de los niños, pintaba con ellos o les entretenía
con juegos divertidos. Por las mañanas estaba en casa y a veces coincidíamos en
la cocina o en el salón, poco a poco se fue creando una simpática relación de
compañeros de piso, nos caíamos bien, a mi me encantaba hablar con ella, bueno,
realmente estaba enamorado hasta las pestañas pero lo disimulaba bien.
Cuando Eva se iba a
trabajar yo empezaba a soñar con ella, me tenía cautivado, era como una chica
perfecta que no podía mejorarse, así que una mañana escribí un poema, o algo
así:
- Me
gusta porque es delicada y cuidadosa, porque todo lo que hace es encantador, el
movimiento de sus manos, su voz, gestos y forma de caminar. Me gusta asomarme a
su mirada y quedarme prendado descubriéndola. Imagino que soy todo lo que mira
para ser siempre su centro de atención. Me gustan sus formas de mujer deliciosa
y sutil, sus silencios llenos de sueños. Me gusta su actitud sencilla, alegre,
su sonrisa esplendorosa y espontánea, que me hace feliz.
Empecé a imaginarme maneras
de acercarme más a ella, la deseaba y quería que tuviéramos algo, pensé en
proponerle ir a algún sitio juntos, al cine, al teatro, a la playa o a un bar a
tomar unas cañas. Decidí que primero trataría de buscar alguna señal por su
parte que me indicara que la puerta estaba abierta mientras iba averiguando
cuales eran sus gustos y aficiones para poder proponerle algo que realmente le
apeteciera. Seguimos teniendo nuestras conversaciones amigables cuando nos
encontrábamos en las zonas comunes y me enteré de que le gustaba mucho Federico
García Lorca, era perfecto porque estaban representando Yerma en el Teatre Nacional
pero no me atreví a dar el paso, no veía más química entre los dos que la de
unos compañeros de piso que se llevaban bien, así que continuamos con la misma
dinámica. Yo creo que disimulaba bastante bien, intentaba no hacerme muchas
ilusiones y aceptar la realidad, la respetaba y le dejaba espacio aunque no
podía dejar de pensar en ella, me masturbaba una vez al día y así me aliviaba,
lo llevaba más o menos bien y no perdía la esperanza, me gustaba pasear por la
casa y buscar la estela que dejaba cada día antes de marcharse: una planta que
siempre metía en el salón antes de salir de casa, el ambiente húmedo en el baño
y el olor a perfume después de ducharse, su taza de café puesta en el fregadero
con su cucharita roja preferida...
Un día escuché sonar campanas,
era su día libre y yo estaba en casa, me dijo que le apetecía visitar el museo
de Picasso y que si yo quería podíamos ir juntos, me faltó tiempo para decir
que sí, no pude disimular. Antes de ir puse una excusa para salir de casa y
aproveché para llevar el coche a un túnel de lavado, lo limpié por fuera y por
dentro, sudé la gota gorda pero me daba igual porque luego me iba a duchar
igualmente. Llegué a casa con el tiempo justo y a la hora de partir estaba
listo. Me encantó hacer de guía y mostrarle los pocos conocimientos que tenía
sobre los cuadros y el autor, a ella parecía que le interesaba bastante lo que
decía, después nos fuimos a tomar una caña a un bar y allí me lancé a darle un
beso. Dejó que le diera un pico, sin embargo no quiso que continuara, me dijo
que le gustaba aunque no quería tener nada conmigo por el momento porque
prefería estar sola. Al principio me sentí un poco frustrado porque yo quería
más, sin embargo pronto me consolé pensando que me había dicho que le gustaba,
estaba convencido que sólo era cuestión de tiempo.
A Eva le gustaba mucho el
sol, tanto que muchas veces sacaba a la terraza un pequeño cachivache de hierro
que servía para poner macetas y que ella utilizaba para poner un plato y comer
sentada en una silla mientras disfrutaba de él. A mi se me ocurrió otro poema
al respecto, poema o delirio de enamorado, como se le quiera llamar:
- Eva, eres bella entre las flores, y como ellas, buscas el sol.
Decidí entregarle esa frase
y el párrafo que había escrito anteriormente, le gustaron, me lo dijo sonriendo
aunque no me dijo nada más, era muy callada, demasiado para lo que yo
necesitaba oír. Intenté poner de mi parte todo lo que pude, buscar esa química,
hacerla reír, ayudarla en lo que necesitara, cuidarla, tratarla bien... pero no
funcionó, los días transcurrieron y ella no dio muestras de querer tener nada
conmigo, es más, empezó a dar muestras de estar un poco cansada de mi. Yo
empecé a venirme abajo, pensaba en ella más que nunca, deseaba que estuviera en
casa para verla y cuando no estaba sentía que vivía en la casa más triste del
mundo.
Un día soñé que perseguía
su sombra por toda la casa y cuando la encontré en la cocina la llamé y no se
quería girar a hablar conmigo, la intenté coger del hombro pero ni aún así se
dio la vuelta.
Me masturbaba más a menudo, me sentía
frustrado por no realizar mi deseo e incluso me enfadé con ella, ya no
hablábamos tanto, nunca le dije nada pero le eché la culpa por haber dejado que
me hiciera ilusiones, por haber sido una calientapollas. En esa etapa escribí
unas palabras que afortunadamente nunca le mostré:
- He abrazado el amor y le he metido la lengua, me he comido su hígado y
he chupado sus huesos. Me vomitó en la boca y ahora me rebosa bilis negra, sale
a borbotones entre las grietas de mi estómago. Quiero gritar, pero tengo la
garganta llena de piedras.
Afortunadamente un día
cambié el chip, acepté que ella había sentido algo por mi y que eso no había
sido suficiente o simplemente no era el momento, comprendí que si de verdad
quería a esa chica era conveniente no ser egoísta y respetar su decisión
completamente, volví a sentir paz de espíritu y nuestra relación de compañeros
de piso mejoró. No hablamos de ello, simplemente volvió el buen rollo.
Esto ocurrió a finales de
Julio, más o menos cuando yo ya me iba a marchar de vacaciones, ella se iba a
quedar todavía el mes de Agosto, así que me despedí de Eva esperando volver a
verla. Cuando salí por la puerta le escribí una nota en las escaleras:
- Eva eres una de las chicas a las que más he querido, aunque puedas
pensar que estoy loco, pues a mi los amores platónicos me afectan mucho. He
aprendido a quererte sin egoísmos y eso me ha llenado de paz. Deseo que seas
feliz por encima de todo, has llenado mi corazón de buenos deseos. Te quiero.
Le dejé la
nota por debajo de la puerta y me marché de vacaciones. Cuando regresé ella ya
no estaba. Todavía no había llegado nadie así que me pasee por la casa
observando todos los pequeños detalles que había dejado su ausencia, los
cojines del sofá todavía olían a ella, todo estaba limpio y bien ordenado, se
había dejado un fular en el perchero y uno de esos peluches que te piden que
les abraces dentro del armario, en la cocina había varios botes con especias de
las que le gustaban y dos trapos de colores bien doblados, en la terraza
se había dejado el cachivache de hierro donde comía mientras disfrutaba del
sol...
7. ECOS DE UN AMOR LEJANO.
Cuando perdí mi empleo en
el supermercado pasé una temporada un poco deprimido, estresado pensando en un
futuro incierto, no sabía dónde buscar trabajo, no me gustaba ninguno pero
necesitaba el dinero. Me despertaba cada vez más tarde, desmotivado, buscaba
trabajo sin obtener resultado alguno y me anclaba en casa, no tenía ganas de
salir ni de ver a nadie, me sentía solo, con treinta años nunca había tenido
una novia seria y, aunque normalmente eso no me afligía, en esos momentos me
hizo sentir la persona más desgraciada del mundo.
Mi suerte cambió el día en
que alguien coló un folleto por debajo de mi puerta, era de una escuela de
pintura que acababa de abrir en la ciudad. Decidí apuntarme, me gustaba dibujar
desde niño, tenía cientos de dibujos en casa y había pensado en numerosas
ocasiones asistir a clases para aprender más, sin embargo, no sé por qué, hasta
ese día nunca me había decidido a hacerlo, quizás había sido pereza o
simplemente no me lo había tomado muy en serio.
Allí conecté con algo muy
profundo desde el primer día, tuve la sensación de haber tenido siempre una
vocación dormida, disfrutaba con las pinturas con auténtica pasión, me olvidaba
de todo, sólo existía el lienzo y lo que mi imaginación proyectaba en él. En la
academia también conocí a una chica, estaba a mi lado mientras pintábamos,
también había recibido el folleto y se había animado a apuntarse. Al principio
nos dejábamos las pinturas, hablábamos de los cuadros, de las clases... de
temas impersonales, vamos, pero poco a poco se fue estableciendo una sintonía
más que amigable. Quedamos una noche después de clase para tomar algo en un bar
de Jazz que había en el centro de la ciudad y allí nos besamos escuchando a
Billie Holiday. Empezamos a salir, yo nunca me había sentido tan enamorado y
tan correspondido a la vez, normalmente era uno de los dos el que estaba colado
mientras el otro no, por eso creo que nunca me funcionó ninguna novia, sin
embargo esta vez había sido un flechazo y en cosa de un mes ya estábamos
viviendo juntos.
Ella tenía un trabajo
peculiar, siniestro a la par que interesante, la empresa para la que trabajaba
se dedicaba a recoger los enseres de personas recientemente fallecidas. Era una
especie de servicio de mudanzas para muertos que contrataban los familiares,
las pertenencias luego iban donde ellos decían, normalmente siempre había algo
que se quedaban de recuerdo y del resto no querían saber nada, eso les ayudaba
a pasar página, la empresa destruía lo que no querían los familiares en una
incineradora y ahí acababa la historia. Este tipo de empresas, que aquí eran
tan extrañas, ya funcionaban desde hacía mucho en Japón y sorprendentemente
estaban empezando a cuajar aquí.
Es verdad eso de que a perro flaco todo son
pulgas pero igualmente es verdad que cuando viene la suerte también puede venir
de golpe, la empresa estaba creciendo y pronto necesitó cubrir un puesto de
trabajo, así que mi novia, como no, me propuso a mi y en menos de dos meses
tenía una novia, una pasión por la pintura y un trabajo ¡mejor imposible! ¡cómo
había cambiado mi vida!
Las primeras veces se me
hizo muy extraño entrar en las casas de los muertos, el cadáver ya no estaba
cuando entrábamos nosotros, por supuesto, pero siempre quedaba el olor,
sobretodo cuando se trataba de algún viejecito solitario que llevaba muerto
varios días antes de que algún vecino se hubiera enterado. A menudo también nos
encontrábamos con comida podrida, con los restos de una última cena o un
desayuno a medio hacer. Lo peor de todo era la limpieza del lugar donde había
estado el fiambre, solía haber restos de fluidos corporales, pequeños gusanos y
moscas... y esa tarea siempre se la daban al nuevo, claro. A pesar de todo,
llegó a gustarme mi trabajo, una vez superadas las primeras impresiones, era
muy evocador recoger las pertenencias de los que ya no estaban, tanto mi novia
como yo establecíamos una conexión muy íntima con ellos, nunca hablábamos entre
nosotros cuando recogíamos enseres, cada uno conectaba con su idea del difunto,
pues llegas a conocer a la persona que una vez vivió en esa casa recogiendo sus
objetos personales y la imaginación da para mucho.
La señora Pilar cambió mi
vida, ella murió en un piso cochambroso de Villaverde aunque debió haber sido
una mujer muy limpia y educada pues fue la casa más aseada en la que estuve, su
cama estaba hecha, el baño impecable y la cocina recogida lo cual no solía ser
habitual. Por otro lado, la señora Pilar murió en un parque mientras paseaba a
su perro así que no había olores ni restos de putrefacción en lugar alguno. En
un cajón de la cómoda de su dormitorio encontré una hoja escrita por ella, a
menudo leía este tipo de escritos, cartas o diarios... era muy curioso, o un
cotilla sin vergüenza, según se mire, lo reconozco. Esta hoja parecía una
especie de confesión o el inicio de lo que podían haber sido unas memorias o
algo así, la señora Pilar había sido monja en un orfanato y lo que empecé a
leer me pareció muy interesante, así que doblé la hoja y me la metí en el
bolsillo para poder leerla después en casa con tranquilidad. Yo estaba
especialmente interesado, pues también había sido huérfano buena parte de mi
infancia y aunque no recordaba nada, o casi nada de esa etapa, no podía evitar
sentirme identificado.
Esa misma noche mi novia estaba cansada y se
fue a dormir antes, yo me preparé un vaso de leche caliente con miel y me quedé
en el sofá escuchando a Charlie Parker. Era el momento perfecto para leer la
nota de la señora Pilar:
... en los treinta años que pasé como
religiosa en el hospicio de Nuestra Señora de la Asunción viví experiencias
extraordinarias, algunas trágicas, dolorosas, llenas de sufrimiento y otras llenas
de alegría, felicidad y misericordia... algunas me obsesionan, experiencias
relacionados con el amor, la mística y el destino, yo lo llamo "el
fenómeno de los ecos de amor lejano". Pude observar en varias
ocasiones cómo algunos niños huérfanos cuando se hacían adultos se acercaban
inconscientemente a sus padres biológicos, hubo varios casos que acabaron
viviendo en la misma calle. Recuerdo particularmente el caso de Clara, su madre
había sido una joven toxicómana que murió de sobredosis antes de que ésta
dejara el orfanato, cuando Clara fue adolescente coqueteó con la heroína,
empezó a salir con un hombre que había sido novio de su madre, vivió en el
mismo piso donde lo había hecho ella y murió del mismo modo. Otro caso fue el
de Miguel, quien se hizo policía y un día persiguiendo a unos atracadores mató
a uno de ellos, su padre. El caso de Marta me conmovió especialmente, su madre
contrajo cáncer y ella fue su médico, estuvo a su lado administrándole cuidados
paliativos en todo momento hasta el día de su muerte... ¡siempre me arrepentiré
de no haberle revelado que era su madre la señora a quien cuidaba ¿y qué pasa
conmigo? mi hijo, si todavía vive, tendrá treinta y cinco años ¿debería
buscarlo? no lo sé, no me atreví a
aceptarlo cuando nació y me refugié en un orfanato... ¿qué le diría? lo siento
hijo, no me hice cargo de ti, tu padre fue un rojo que murió en la guerra y mis
padres nunca quisieron aceptarte ¡qué cobarde fui hijo! ¡qué mala madre! me he
pasado toda la vida expiando la culpa cuidando a los niños de otros pero sé que
no me merezco tu comprensión... sólo sé que todavía te quiero y que a veces
sueño con que eres alguno de los hombres que me cruzo en la calle, podrías ser
cualquiera y no ser nadie ¿dónde estarás? ¿nos habrá juntado el destino y no
nos habremos dado cuenta?... ¡qué tontería!... podrías estar en otro país...
quien sabe... sólo sé que te quiero... y que lo siento.
Las palabras de la señora
Pilar mostraban una sinceridad brutal, me dio pena que hubiera muerto sin
conocer a su hijo - el mundo es muy injusto -pensé, y con la canción de All the things you are sonando bajita
me quedé dormido.
El día siguiente, cuando ya
acabábamos la clase de pintura y limpiábamos nuestros pinceles, no pude evitar
fijarme en un cuadro sin terminar que estaba en un rincón de la sala, olvidado
en el suelo, entre un taburete manchado de rojo y una papelera, representaba
una piedad, una madre sostenía a su hijo muerto en una guerra que bien podría
haber sido la guerra civil, era impactante, trágico y hermoso. La sinceridad
era inclemente pero el amor y la serenidad que transmitía la madre me hizo
sentir tranquilo, relajado, en paz. Me pareció que apuntaba a ser un cuadro de
gran nivel.
Le pregunté a la profesora
de quien era ese cuadro y me respondió que era de una tal Pilar que no había
venido ese día, una señora muy amable y altruista que se había ofrecido a
repartir los folletos publicitarios de la escuela ella sola. No había reparado
en ella, no sabía quien era ¿cómo era posible que no lo supiera?... entonces la
recordé, una señora callada, parecía maja aunque no se relacionaba mucho con el
resto de la clase, su caballete estaba detrás del mío, a la derecha, al final
de la clase, a penas le presté atención, parecía una mujer común sin mayor
interés...
8. ANODINO.
Anodino, ese es mi nombre,
mis padres acertaron con él porque la verdad es que siempre me ha gustado
sentirme insignificante. En el colegio me gustaba que los chicos me robaran el
bocadillo en el recreo, que se rieran de mi, que me dieran collejas... los
profesores creían que yo era tonto e incluso me bajaron de curso. A mi me
gustaba no saber nada, no quería aprender, no quería hacer amigos, sólo ansiaba
ser una mota de polvo en la pared, como las que veía cuando la luz del sol
atravesaba las ventanas, podía verlas posarse en los objetos, en los abrigos
colgados de los percheros, en las mochilas apoyadas en el suelo... gozaba
recostando la cabeza en mi mesa viendo como flotaban lentamente enfrente de mi
nariz.
Crecí queriendo ser algo
intrascendente, un árbol o una planta para nutrirme del sol, o un copo de nieve
en invierno que cayera en todas y en ninguna parte, sin objetivo ni propósito
alguno, me gustaba perder el tiempo, sentir cómo se me escapaba mientras mi
vida iba a la deriva, ver como mis compañeros estudiaban sus carreras,
empezaban sus trabajos y yo no tenía proyecto alguno.
Con los años mis padres me
obligaron a trabajar en una fábrica y tengo que reconocer que me gustó la
experiencia, era un trabajo en una cadena de montaje para Renault, sólo
apretaba tornillos, era algo mecánico, simple, no requería esfuerzo mental, era
perfecto, me sentía una pieza ínfima en un sistema grande y poderoso. Sabía que
la empresa me explotaba y yo era feliz pero los compañeros se disgustaron conmigo
por mi sumisión y provocaron un accidente que me inutilizó una mano para
siempre. Me dio pena dejar el trabajo aunque fue muy gratificante sentir el
desprecio y la ira de mis compañeros.
Conocí a una mujer que me
enseñó a disfrutar del sexo, se llamaba Dómina Zara. Cada vez que la veía me
obligaba a ponerme a cuatro patas y a besarla en el zapato, no podía mirarla a
la cara y hacía todo lo que me decía, me daba azotes en el culo o me tiraba
cera caliente por el cuerpo, me humillaba, me despreciaba, me hacía sentir
baladí... era su esclavo y sabía que mi existencia no importaba a su lado, era
exigua como la vida de una hormiga que a nadie le importa. Fue más allá y me
obligó a darle todo mi dinero, era frívola y egoísta, me encantaba, con los
años incluso puse a su nombre el piso que me dejaron mis padres, me quedé en la
calle, inútil, esquilmado por aquella mujer y me sentía tan feliz.
Quise imitar a Kaspar
Hauser y sentirme frágil, inocente e ignorante como un bebé, me quedaba de pie
en medio de la acera esperando a que alguien me dijera o hiciera algo, quería
ser como la hojarasca movida por el viento, estar a merced de la voluntad de
los hombres. Pude gozar de su maldad, de sus miedos, de su violencia... me
insultaron y me patearon en el suelo, me echaron de sus portales, no me querían
tener cerca, saboree su repugnancia cuando me escupieron en la cara.
Finalmente acabé en el
campo, cavé un hoyo lo más profundo que pude mientras yo estaba dentro, sin
comida ni bebida, sólo acompañado por una pala, un lápiz y un papel, me aseguré
de hacerlo tan profundo que para cuando se me ocurriera escapar no pudiera
hacerlo. Y así ha sido, estoy extenuado, me he desmayado unas cuantas veces, me
siento desfallecer, moriré pronto, lloro de felicidad ante mi inminente final,
la belleza del momento me corta la respiración, sólo tengo fuerzas para
escribir estas memorias...
9. DAFNE.
Habían pasado varios años
desde la última vez que había abierto la boca, no recuerdo cuál fue el motivo
pero lo cierto es que llevaba mucho tiempo sin hablar con nadie. Me había
tenido que buscar un trabajo a medida y afortunadamente encontré uno de mimo en
el Parque del Retiro. Llevaba siempre una máscara blanca con dos ojos negros y
una sonrisa dibujada, eso me ayudaba a apartarme del mundo, me gustaba sentir
distancia con el resto de seres humanos.
Un día vi pasar a una chica
fenomenal cerca del palacio de cristal, la reconocí enseguida, habíamos ido
juntos a la universidad, yo siempre estuve enamorado de ella, bueno yo y toda
la clase, sin duda era la chica más popular, la más inteligente y la más guapa
¡cuántas veces había suspirado por esa chica! y en ese momento estaba allí
paseando por el parque. Pensé en acercarme a saludarla, sin embargo, recordé
que yo no hablaba, total ¿qué podía decirle? mi vida no era interesante, la
suya sin embargo seguro que estaba llena de éxitos. Habría conseguido trabajar
en uno de los mejores bufetes de la ciudad, seguro, era la primera de la clase,
incluso creo que sus padres le pagaron un master en EEUU. Se habría casado con
algún empresario rico o con algún tipo brillante, probablemente ya tendría un
hijo y todo, su vida siempre fue perfecta. Estaba más guapa que nunca, con su
melena lisa y una diadema negra, una blusa de seda, una minifalda ceñida y...
como no, unas manoletinas rojas. Este tipo de zapatilla siempre le apasionó,
llegué a contar más de cincuenta tipos diferentes cuando íbamos a la
universidad. Me quedé mirando cómo se alejaba, parecía que flotaba envuelta en
un aura de mujer feliz.
El día siguiente volví al
mismo lugar a la misma hora para ver si volvía a verla y así fue, allí estaba,
caminando resuelta y femenina con unas manoletinas negras hacia algún lugar -
¿dónde iría? -me pregunté- ¿a su puesto de trabajo? ¿a su casa? ¿habría quedado
con alguien? me quedé pensativo observando como se alejaba otra vez.
El tercer día volvió a
aparecer por el mismo sitio con unas manoletinas azul turquesa. Esta vez estaba
decidido a hablar con ella, al menos un hola ¿cómo te va la vida? ¿de qué
trabajas?¿te casaste? y ese tipo de preguntas... total ¿qué tenía que
perder? la seguí hasta el paseo enfrente del monumento a Alfonso XII pero
allí desistí, no encontré el valor, total, si llevaba años sin hablar ¿por qué
iba a hacerlo en ese momento?
Me senté en la terraza de
un bar a contemplar cómo se alejaba, otra vez.
- ¿Qué quiere tomar?
-escuché la voz de la camarera que me hablaba desde atrás.
- Una Coca-Cola, por favor
-le respondí.
¡No podía creerlo! ¡había hablado! ¡y de la
manera más tonta!
- Para beber te quitarás la
máscara ¿no? -me preguntó simpática.
- Sí, claro, no suelo
hacerlo pero hoy haré una excepción -le respondí devolviéndole la sonrisa
mientras me quitaba la máscara.
A
partir de ahí empezaron a fluir las palabras entre nosotros y se formó una
química que llevaba años sin tener, empecé a ir regularmente por aquel bar,
empezamos a salir...
10. TRENES QUE PASAN.
Era una noche perfecta, mi
amigo Michael daba una fiesta en su chalet de la playa y estaban todos mis
viejos amigos y mucha otra gente que no conocía, yo me estaba entreteniendo
buscando las caras de mis amigos y cuando los encontraba intentaba recordar el
mejor momento que habíamos vivido juntos. Tenía buenos recuerdos con cada uno
de ellos aunque no pude evitar experimentar un sentimiento de melancolía cuando
me di cuenta de que algunos se iban a casar pronto y otros, sencillamente,
parecían diferentes. El tiempo pasaba, todavía nos juntábamos pero ya no era lo
mismo, esas noches mágicas llenas de ilusión donde todo estaba por descubrir
llegaban a su fin.
Mi atención se posó en
Sara, habíamos sido novios desde el instituto, ella había sido mi primer amor y
yo el suyo, siempre juntos, nunca habíamos estado con otras personas, ni tan
siquiera una infidelidad de una noche... bueno, hasta donde yo sé. Puede
decirse que la noche de la fiesta no estábamos juntos, nos habíamos dado un
tiempo desde hacía unos tres meses, yo no estaba bien, sentía que ya no era lo
mismo y me apetecía estar libre así que le propuse dejarlo durante una
temporada, sin embargo esa noche me había dado cuenta de lo desacertado que
había estado. Yo estaba enamorado de esa chica y lo que habíamos tenido era
algo muy importante, algo que se daba en pocas ocasiones, no podía dejarlo
escapar, hablaría con ella, lo arreglaríamos y le pediría que se casara
conmigo. En ese momento ella estaba hablando con unas amigas, lucía
esplendorosa con su melena morena llena de tirabuzones, llevaba puesta una
pulsera de oro que le había regalado yo hacía tiempo por su decimosexto
cumpleaños, se la vi cuando levantó su copa para brindar con sus amigas. Decidí
esperar a que estuviera sola para acercarme y, mientras, busqué a otra persona
que también era importante para mi, era Agustín, el más inteligente de todos,
sin duda. Había tenido la idea de inventar una moneda virtual que sólo servía
para utilizarse en internet, Bitcoin la llamaba. Necesitaba un socio con
cincuenta mil euros y yo los tenía, mi madre había muerto hacía poco y me había
dejado algo de dinero, llevaba tiempo dándole largas porque no lo veía claro,
una moneda virtual, es decir, que no existía físicamente... lo veía muy raro,
no es que desconfiara de Agustín pero era muy arriesgado y si fracasábamos mis
cincuenta mil euros se irían al traste, por eso no me decidía, sin embargo esa
noche opté por lanzarme. Agustín era un fenómeno y seguro que el negocio
funcionaría, invertiría cincuenta mil euros y recuperaría por lo menos el
doble. En ese momento le vi hablando con una chica y no quise molestarle, el
sexo femenino nunca fue su punto fuerte y no era cuestión de dejar escapar
oportunidades.
Entonces se me acercó Dylan
y me propuso ir a pillar perico por los viejos tiempos, yo, que llevaba ya unas
copas encima le dije que sí, nos montamos en su BMW rojo y nos fuimos al
poblado gitano de Son Banya, pillamos cuatro gramos porque también habían
puesto dinero otros en la fiesta y un amigo suyo de Palma. Cuando salimos del
poblado nos detuvimos en un callejón oscuro a probarlo, dejamos la radio encendida
y encendimos la luz del coche, recordamos todas las veces que habíamos hecho
eso y nos pusimos alegremente nostálgicos. Una vez más, la noche era nuestra,
fuimos primero a Palma a entregarle un gramo a su amigo, éste a su vez
celebraba una fiesta en su piso y nos invitó a quedarnos. Yo quería volver a la
fiesta de la playa para ver a Agustín y sobretodo a Sara pero por no hacerle el
feo nos quedamos un rato, nos tomamos unos rones y nos pusimos unas rayas. Más
tarde me entró la prisa, así que insistí a Dylan hasta que nos fuimos. Cuando
llegamos al chalet los otros que habían puesto dinero para su perico estaban un
poco enfadados por nuestra tardanza aunque se les pasó rápido cuando nos
hicimos unas rayas en el dormitorio de Michael, quien había pillado un gramo
para él sólo. Busqué a Sara y la vi hablando con un desconocido, ella me miró y
volvió la vista rápido como si no me hubiera visto, eso me molestó, la
indiferencia se me clavó como un puñal. Me fui a hablar con Agustín pero me lo
encontré enrollándose con la chica de antes, me alegré por él, levanté la copa
para saludarle y luego le mostré el pulgar hacia arriba, él hizo lo mismo y
siguió a lo suyo.
Estuve hablando con
Michael, Dylan, Dani y Tolo sobre un montón de asuntos intrascendentes pero como
íbamos los cuatro enfarlopados nos parecía todo apasionante. Entonces me vino
Mari y me pidió que la acompañara a casa, el día siguiente trabajaba de tarde y
quería estar fresca, en realidad estaba echa polvo porque Michael, que había
sido su novio durante cuatro años no la hacía caso y estaba tonteando con
varias. Accedí a llevarla en mi coche, iba colocado pero bien, así que conduje
yo. Tuvimos la mala suerte de pinchar la rueda en medio del campo, encendí
todas las luces que pude y le dije a Mari que encendiera una linterna un poco
alejada del vehículo por seguridad, cambié la rueda sin sentir cansancio alguno
aunque pensaba en Agustín y sobretodo en Sara. Después le puse una raya a Mari,
que le gustaba más que a mi el perico y se metía unas clenchas de campeonato,
como tres de las mías. Mientras la acompañaba a casa hablamos de la pandilla,
de los cambios y de los viejos tiempos, después de dejarlo con Michael a ella
le apetecía cambiar de aires, se iba a ir a la península a estudiar moda porque
quería ser diseñadora. La dejé en su casa y me volví a la fiesta.
Cuando ya estaba aparcando
salieron Tolo y Dani con Iván en brazos, tenía la cara llena de sangre y le
llevamos al hospital, se había peleado con uno de la fiesta que yo no conocía,
por lo visto le había dicho alguna tontería y rápidamente le había soltado la
mano, Ivan siempre fue dado a pelearse. Tolo y Dani también intervinieron en la
pelea aunque con mayor fortuna, pues a Iván le rompieron una botella en la
cabeza. En el coche les dije que a mi esas cosas no me gustaban, ese tipo de
movidas arruinaban la noche y creaban mucho mal rollo. Antes de entrar en
urgencias Iván pidió que le pusiéramos una raya y nos hicimos cuatro, quedamos
los tres en la sala de espera haciendo tiempo, yo quería ver a Sara, dentro de
poco iba a amanecer y no quería esperar, esa noche era perfecta aunque ya iba
bastante colocado. Dani comentó que lo que había ocurrido con Iván era una de
esas anécdotas que se cuentan entre risas cuando la peña se vuelve a juntar,
nos reímos los tres aunque en ese momento a mi no me hacía nada de gracia estar
allí. Luego comentamos lo que haríamos después del verano, Dani había
conseguido un trabajo como comercial en Coca-Cola y se iba a casar con Jenny,
Tolo iba a abrir un negocio de cría de pollos en un pueblo del interior, yo no
quise comentar nada de Sara ni del negocio que tenía pensado montar con
Agustín.
Salió Ivan con la cabeza
vendada y nos fuimos hacia la fiesta pero de camino paramos en una gasolinera a
comprar litronas. Cuando llegamos estaba amaneciendo, la mayoría de la gente se
había marchado, Sara no estaba, Agustín dormía la mona en una hamaca al lado de
la piscina, por lo visto se había emborrachado demasiado y la chica se había
ido. Nos juntamos con Michael, Dylan y otros y nos fuimos a ver amanecer en la
playa con nuestras litronas. Nos las bebimos con ansia y volcamos toda la mota
que nos quedaba, Michael se iba a ir un año a Alemania para mejorar el idioma,
Iván no tenía ni idea de qué iba a hacer y Dylan se iba a ir a vivir a León
después de casarse con Rebeca. Cuando se nos acabó todo nos fuimos a dormir al
chalet. Me desperté por la tarde, Agustín ya se había ido y yo iba a hacer lo
propio cuando Michael me mostró la pulsera de oro que le regalé a Sara, se la
había encontrado tirada en el suelo, estaba rota en un extremo y ponía Sara en
el reverso, le dije que me la diera porque tenía que verla.
Tardé dos días en hablar
con Agustín pero para entonces ya había conseguido un socio para su negocio, un
amigo de un amigo que conoció en la fiesta, a Sara tardé más tiempo en
llamarla, me habían llegado rumores de que se había liado con alguien en la
fiesta, quizás con el tipo con quien la había visto hablando. Cuando la llamé
la noté distante, quise expresarle lo que sentía pero no me sentí
correspondido, hubiera sido tan inútil como buscar algo que ya no existía. Con
los años Agustín se forró con su empresa, Sara se fue a Londres, allí se casó
con un inglés y yo me quedé con su pulsera.
11. DONDE EL CORAZÓN SE ENVILECE.
Pau y yo habíamos sido
amigos desde tercero de E.G.B. Siempre recordaré la primera vez que habló
conmigo, estábamos en clase y la profesora no sé por qué nos hablaba de los
políticos a cerca de cuál debía ser su trabajo ideal ayudando a crear una
sociedad mejor y de cómo muchas veces se corrompían y se desviaban del camino
ético, Pau se giró ingenuo y con cara de sorprendido me dijo:
- ¡Qué tontos! yo sería
bueno y ayudaría a crear un mundo mejor.
Claro que a esa edad todos
pensábamos lo mismo, no comprendíamos cómo alguien podría renunciar a mejorar
la sociedad por un interés egoísta.
Luego crecimos y Pau llegó
a ser alcalde, acabó en la cárcel condenado por cohecho y tráfico de
influencias.
12. EL CUENTO DE MI PADRE.
Mi padre era todo un
personaje, un tipo fascinante, alocado y divertido. Durante el día trabajaba
como yesero, le apodaban el tigre
porque era una máquina pegando yeso, hacía en un día el trabajo que otros
hacían en tres y además salía todas las noches. Fue un hippie chulo, fuerte y
brioso con melenas y bigotazo que inauguro la marcha mallorquina en los
sesenta. Él y sus colegas fueron de los primeros en ligar con suecas y demás
guiris en las primeras zonas de marcha que empezaban a crecer en la Playa de
Palma, cuando las playas eran vírgenes, casi todo era bosque y todavía pasaban
los payeses con sus burros y demás animales al lado de los chiringuitos llenos
de guiris, música y fiesta. Fumaban porros de buen hachís, tomaban tripis,
coca, anfetas y otras drogas, eran hippies descubriendo un nuevo estilo de
vida, más libre, más hedonista, más loco... y entre tanta noche y tanta fiesta
un día conoció a mi madre y se enamoraron.
Cuando yo nací mis padres
se querían mucho, cumplí un año en Menorca, mi padre tenía mucho trabajo allí
enyesando casas, mi madre siempre me dijo que esa fue una de las etapas más
felices de su vida, mi hermano vino tres años y tres meses después de nacer
yo... y ya estábamos toda la familia.
Mi padre tenía mucha
imaginación y una gran creatividad para los negocios, montó primero un
chiringuito llamado La Barraca en un solar donde no había nada, allí empezó a
ganar su primer dinero como empresario y conoció a quien por entonces se hizo
uno de sus mejores amigos y quien más adelante tendría que convertirse en uno
de sus principales enemigos, pero su gran negocio vino unos años después. Montó
una cafetería debajo de una finca de pisos donde no había ningún negocio porque
no pasaba gente y sin embargo fue un exitazo, se llamaba La Terraza porque como
su propio nombre indica tenía una gran terraza y era una cafetería especial, se
podía comer, cenar y tomar copas. Por las noches era cuando más se llenaba, mi
padre hacía que fuera un show cada día, disfrazaba a los camareros y hacía que
los guiris se lo pasaran genial entre sangría y sangría, recuerdo que incluso
tuvieron un burro con un sombrero en el bosque de al lado y llevaban a los
guiris contentos a hacerse fotos con él. La etapa más feliz de mi infancia fue
cuando mis padres tuvieron aquella cafetería y los recuerdos más divertidos con
mi padre son de cuando jugábamos a luchas en el sofá junto con mi hermano, o
cuando veíamos documentales de animales y él nos hablaba sobre ellos con pasión
y épica, o cuando nos hablaba de los budistas y de lo que se podía llegar a
hacer con la meditación y las artes marciales, o cuando íbamos a las peñas, una explanada de rocas
escondida en medio de acantilados donde no había nadie (había servido en el
pasado a los contrabandistas para llevar el tabaco, alcohol, ropa o medicinas a
tierra), allí te podías bañar en pelotas si querías, bucear, coger lapas o
comerte un buen trampó.
Mi padre
no era tan bueno conservando el dinero como ganándolo, tenía malos vicios. Un
día le pillaron con drogas en Marruecos y acabó en la cárcel, eso dio al traste
con La Terraza, que se tuvo que vender. Estuvo allí dentro más de tres años,
justo cuando yo empezaba la adolescencia, quería ser como él y esperaba que
saliera para que me enseñara cosas de la vida.
Cuando mi padre volvió a
casa yo tenía dieciocho años, para mi era como una especie de héroe que podía
hacer cualquier cosa. Volvió a su antiguo oficio de yesero con cincuenta años,
empezó desde abajo, trabajando mucho y cobrando poco. Yo estuve con él una
temporada y pronto creó su primera empresa de yeso y escayola, cogió la época
completa de la burbuja inmobiliaria y llegó a ganar mucho dinero, en poco
tiempo se compró un cochazo y montó otra empresa. Le gustaba rodearse de
pícaros y borrachines porque así podía sentirse el rey entre ellos, le
encantaba vacilar en el bar delante de todos y que le hicieran la pelota.
Pero la cabeza de mi padre
no estaba hecha para la conservación, ni para la serenidad, ni para la razón...
fue una persona autodestructiva, con casi sesenta años seguía haciendo la misma
vida de hippie alocado y fiestero que había hecho de joven, salía mucho por las
noches y bebía en exceso. Cuando llegó la crisis le pilló muy desprevenido, le
dejaron a deber tanto dinero que tuvo que cerrar y se arruinó. Uno de sus en
teoría mejores amigos (aquel con quien había trabajado en La Barraca) le
intentó estafar con una finca y en pocos meses le diagnosticaron cáncer en el
hígado. Los excesos le pasaron factura, murió en un hospital para enfermos
terminales situado en un lugar privilegiado de La Serra de la Tramuntana con
unas vistas espectaculares.
A veces paso delante de
algunos bares que solía frecuentar y me acuerdo de él, le imagino bravuconeando
en la barra tomando sus birras, feliz y contento entre su gente con una de sus
chaquetas holgadas que tanto le gustaban, sintiéndose el rey. Yo le saludo
desde fuera y él se alegra mucho de verme, sé que le hacía muy feliz estar
conmigo.
13. LA SEÑORITA HEREDIA.
Los días de la señorita
Heredia transcurrían grises como la tristeza que trata de olvidarse, se
levantada lo más tarde posible, no tenía prisa por empezar el día pues para
ella vivir era algo pesado y molesto. Su habitación estaba oscura, las
persianas y las cortinas siempre permanecían cerradas, el olor hermético se
mezclaba con el de sus perfumes caros. Lo primero que hacía por las mañanas era
mirarse al espejo y maquillarse, se veía muy bella, pensaba que tanta belleza
era envidiada por el resto de las mujeres y que en cierto modo eso también era
una maldición que la hacía infeliz pero lo soportaba estoicamente pues ese
pensaba que era su destino. La realidad era muy distinta, con apenas treinta
años su cuerpo y su rostro estaban demacrados por la anorexia, tan consumida
estaba que era cuestión de tiempo que muriera.
La señorita Heredia era una
persona muy desgraciada, no había conoció a su padre y su madre había sido una
mujer neurótica consumida por el miedo. Cuando era pequeña no la dejaba salir
de casa porque pensaba que fuera había muchos peligros, le decía que la gente
era hostil y quería hacerla daño, por eso desde su viejo caserón de antigua
burguesía barcelonesa la señorita Heredia fue cultivando un miedo atroz a la
gente que debilitó su autoestima hasta quedar en algo tan raquítico como su
cuerpo que trataba de disimular con grandes dosis de soberbia. Cada tarde se
ponía un abrigo de plumas rosas, uno ancho, pomposo y enorme que la hacía
sentir importante y unas gafas negras con cristales grandes como platos antes
de salir a pasear por su jardín. El viejo caserón era ya una reliquia que
empezaba a estar cochambroso y el jardín era un espacio sucio de naturaleza
salvaje, a ella le gustaba pasear por allí con elegancia, altiva, imaginando
que era una reina. A veces se sentaba en una silla de hierro modernista oxidada
a mirar el sol, se quitaba las gafas y descubría su rostro cadavérico mientras
abría sus enormes ojos verdes, luego volvía a su cuarto y se quitaba el abrigo,
le gustaba mirar su cuerpo demacrado frente al espejo, se daba una ducha y se volvía
a la cama.
14. AFERRADO A MI PASADO.
En un mundo tan dominado
por la tecnología nadie podía esperarse que el ordenador que predecía las
mareas fallara. El pueblo en el que vivía quedó literalmente sumergido y no sé
si alguien llegó a sobrevivir, me encontré a la deriva aferrado a una vieja
cómoda de madera que había sido de mi abuela, el paisaje era desolador, agua y
restos de escombros, nadie con quien hablar.
- Menuda mierda de destino
-pensé- ¿qué sentido había tenido mi vida?
No me había realizado, no
había triunfado ni en el trabajo ni en el amor aunque por otro lado creo que
había sido más o menos moderadamente feliz.
Me entretuve abriendo los
cajones de la cómoda, en el primero vi algunas joyas de mi madre que habían
pertenecido primero a mi abuela, en otro vi fotos de la familia, de mi madre,
de mi padre, de mi hermano y de mis abuelos, en otro había una cajita donde mi
padre había guardado los dientes de leche de mi hermano y míos, en otro sábanas
y manteles con bordados a mano que habían sido de mi bisabuela y en el último
vi unas canicas, un rollo de celo casi gastado, un pegamento arrugado y algunos
sugus rancios.
La cómoda empezó a
hundirse, a mi lado pasó un mueble del Ikea que flotaba bien, al principio me
agarré más fuerte a la cómoda con resignación esperando morir con ella pero
pronto la mandé al carajo y me pasé al mueble del Ikea.
15. EL ALMOHADON DE PLUMAS.
El día que enfermé se me cayó el mundo a los
pies, pasé casi cuatro meses metido en casa, la mayoría del tiempo estaba en la
cama, viendo series, películas, escuchando tertulias políticas o leyendo, mi
vida social consistía en wasapear con los amigos y con Sofía, especialmente me
gustaba hacerlo con ella. Iba de la cama al sofá y del sofá a la cama, no sabía
si lo superaría y quería estar solo, algunas noches sentía mucho miedo y lo
único que me tranquilizaba era abrazar un almohadón de plumas desgastado de
color verde que tenía en casa desde tiempos inmemoriales. Fueron malos tiempos.
Empecé a salir de casa para hacer ejercicio, los martes y los jueves iba a
correr, los lunes y miércoles cogía la bici y los viernes me iba a nadar a las
rocas. Lo que más me gustaba era la bici, no había montado regularmente desde
que era pequeño y de repente descubrí una actividad que me proporcionaba mucho
placer, sobretodo me encantaba alejarme de la civilización y meterme en el
campo, no escuchar coches, sólo a los animales y ver el panorama que iba
dejando el sol cuando se iba. Me aficioné a hacer fotos de paisajes bonitos y luego
se los mandaba a Sofía, a ella también le gustaba mucho escaparse de la ciudad
y buscar el silencio y la fascinación de la naturaleza.
Un día vino Agustín a verme
a casa y disfrutamos de una buena conversación, me convenció para que saliera
un poco, me pegué una ducha y salimos a dar un paseo, nos paramos en una
cafetería a tomar una caña y cuando nos fuimos quedamos en vernos pronto. El
fin de semana siguiente me dijo un amigo si quería salir un poco de marcha,
fuimos a un local donde había música en directo y me lo pasé muy bien, bailé
observando cómo la gente se divertía y me gustó. Cuando llegué a mi casa
observé mi cama desecha, llevaba semanas sin cambiar las sábanas y el almohadón
arrugado coronaba el cabezal, lo cogí, olía a sudor así que lo aparté encima de
una silla y me caí redondo en la cama.
Marta había empezado a
salir con Dani, un día fui con ellos a comer, hablamos de cómo nos iba la vida
y me alegré mucho por ellos, aunque no durante mucho tiempo porque en menos de
un mes ella se enamoró de otro y le dejó. Empecé a llamar a mi amigo Joaquín
para hacer excursiones por la montaña porque era un auténtico experto, hicimos
unas cuantas, también vino Esteban la mayoría de las veces y a alguna también
Paloma a quien había conocido en las clases de inglés y que salía con Joaquín.
El veintiuno de junio nos
juntamos toda la vieja guardia para celebrar la llegada del verano, fuimos a
comer a Ca'n Torrat, la comida estaba sobrevalorada pero la compañía fue lo
realmente importante, hacía años que no veía a algunos de mis amigos, casados,
con hijos. Chema vino con un brazo escayolado, se había caído con la moto
aunque bromeamos con la posibilidad de que se lo hubiera hecho su mujer. Cuando
llegué a casa mi cama estaba desecha, como siempre, cambié las sábanas e hice
la cama, el almohadón estaba en la silla, en la misma posición en la que lo
había dejado hacía semanas, lo cogí y lo metí en el armario.
El día siguiente quedé con
Agustín para ir al cine, vimos la última de los X-men porque a él le encantaba el
cine más comercial, unos días después me enteré de que había conocido a una
chica a través del E-Darling, una cordobesa con quien empezó a tener muy buena
sintonía. Agustín fue un fin de semana para allá y el siguiente vino ella, en
menos de un mes ya tenía novia oficial. Yo la conocí en una cena de amigos que
hicimos cerca de un club náutico.
En medio del verano me fui
a Barcelona, allí había gente a la que tenía ganas de ver: Patri, mi compañera
de piso, tan simpática como siempre, Tomás, que no estaba pasando por una buena
racha económica y por supuesto... también estaba Sofía. Quedamos para tomar un
café, luego salimos por la noche y acabamos en la cama, en poco tiempo se vino
a vivir conmigo y Patri se tubo que buscar otro piso donde vivir..
En otoño volví a Cullera a
vender una propiedad, mi cama estaba hecha y las sábanas limpias, me acordé del
almohadón, estaba en el armario, en la misma posición en la que lo había
dejado, lo cogí y lo tiré a la basura.
16. LA TROMPETA.
Lázaro estaba triste, su
novia le había dejado y se encontraba un poco perdido, sus amigos estaban
muchos casados, tenían trabajo, una vida estable, él no trabajaba, no sabía lo
que quería, estaba atravesando por una de esas épocas de transición, también
llamadas de crisis. Pasaba mucho tiempo en casa sólo, se aburría y se regodeaba
en la melancolía, le gustaba salir por las tardes a pasear y sentarse cerca del
mar a ver el atardecer. A veces se llevaba el móvil y escuchaba el
Spotify, le gustaba el jazz y así un día escuchando a Miles Davis se le ocurrió
una idea: aprendería a tocar la trompeta.
Subió a la ciudad y entró
en una tienda de instrumentos musicales, no tardó en verla, una brillante Bach
dorada en un estuche negro con interior de terciopelo rojo. Se gastó una pasta,
pues no era barata pero salió con una sonrisa de oreja a oreja de la tienda, se
compró varios dvds para aprender y se apuntó a clases particulares todos los
días, le encantaba practicar en su piso del casco antiguo de la ciudad entre
las ocho y las nueve y media, cuando caía el sol. Se sentaba en su ventana y
tocaba mirando al mar, mimaba su trompeta con paños suaves, limpiaba
detenidamente la boquilla, pistones y bomba.
Los vecinos en un principio
fueron reacios pero pronto se acostumbraron al sonido y disfrutaban tanto de él
que algunos esperaban a que fuera la hora para escucharlo desde sus casas.
Lázaro fue aprendiendo y cuanto más aprendía mejor se sentía, notaba como su
melancolía se transformaba a medida que sonaban las melodías, era su catarsis, su
transformación mágica de la tristeza en belleza musical. Y así, tocando When you're smiling a todo pulmón
sentado en su ventana es como le recuerdo la última vez que le vi...
17. NARCISO.
Narciso gozaba los domingos
en el campo, le gustaba acercarse al lago y contemplar su imagen, le tarareaba
canciones mientras la observaba con disimulo. Cuando llegaba a casa pensaba
mucho en ella, creía que le aguardaba en el fondo del lago, que le esperaba
aburrida, sola, así que decidió cantarle canciones nuevas todas las semanas.
18. UN JAPONÉS EN MOSTOLES.
Miguel estaba fascinado con
Japón, no había estado nunca pero había visto muchas películas, animes y
documentales, visitaba mucho una página web donde sólo se podía ver cine
japonés, así que conocía numerosos títulos y directores, Hirokazu Kore-Eda,
Sion Sono, Takeshi Kitano... y por supuesto los clásicos, Akira Kurosawa, Kenji
Mizoguchi, o Yasujiro Ozu. Cuando era más jovencito le apasionaban los
videojuegos, tenía una Megadrive con la que empezó a jugar al Sonic y más
adelante empezó con el ordenador. Le apasionaban los animes, sobretodo Hayao
Miyazaki, a quien consideraba un verdadero artista y soñaba con ir a Japón
algún día, pasear por Shibuya y Akihabara, cantar en un karaoke, comer sushi en
la lonja o jugar a pachinko.
Un día conoció a un
internauta misterioso que no escribía muy bien el español en el foro de cine
donde de vez en cuando escribía comentarios, hablando y hablando se dieron el
Facebook y Miguel descubrió que se trataba de un japonés llamado Hiroshi, era
un otaku asiduo a pasear por Akihabara y rápidamente congenió con él. Hacía
unos años que estaba estudiando español porque se sentía atraído por el país,
tenía la idea de que en España se trabajaba para vivir y no se vivía para
trabajar. Hiroshi era una persona solitaria que a penas tenía amigos y nunca
había tenido una novia, se sentía sólo e incómodo en su ciudad, tenía
curiosidad por la fiesta y el espíritu alegre y extrovertido de los españoles,
así que Miguel le ofreció su casa en Móstoles por si quería pasar unas
vacaciones. A Hiroshi al principio le pareció una locura, él no era el tipo de
personas que hacían esa clase de cosas pero de repente los astros se alinearon,
encontró una confianza en si mismo que hacía tiempo que no sentía y en menos de
un mes se plantó en Barajas, o mejor dicho, en el aeropuerto Adolfo Suárez
Madrid-Barajas.
Miguel fue a buscarle con
el coche, sabía que probablemente reconocería al nipón pero por si acaso llevó
uno de esos papeles con su nombre escrito y lo levantó mientras le esperaba. No
tuvo que esperar mucho porque fue de los primeros en aparecer por la puerta,
llevaba una gorra ladeada y unas gafas con cristales azules, una camisa de
cuadros abotonada hasta arriba y una chaquetilla color verde fluorescente.
Miguel vivía en una de esas
fincas con toldos azules que había en Móstoles, en la zona de Estoril II, cerca
de la universidad Rey Juan Carlos I, una zona de lo más normalita aunque al
japonés le pareció fascinante. Una vez en casa Miguel le enseñó su cuarto,
Hiroshi abrió su maleta y sacó un regalo para él, una maqueta espectacular de El castillo en el cielo, una película
de Hayao Miyazaki que era la preferida de Miguel. Cuando la vio no supo qué
decir, pues una maqueta de esa calidad sabía que era carísima y al principio no
se atrevió a aceptarla, sin embargo Hiroshi insistió y se la acabó quedando.
Ese mismo día por la tarde,
salieron por Madrid con unos amigos y se fueron de cañas y tapas. El japonés
estuvo muy tímido pero disfrutó del buen ambiente que vio allí, le gustaba ver
divertirse a la gente, encontró a los amigos de Miguel extraordinariamente
simpáticos, afectuosos, algo que no se estilaba en Japón y que le ponía un poco
nervioso.
El día siguiente llovió y
se lo pasaron frente al ordenador, jugaron a videojuegos y vieron animes
japoneses, por la noche planificaron el día siguiente porque Hiroshi quería ir
de museos y fueron al Prado, al Reina Sofía y al Thyssen, para comer visitaron
el Museo del Jamón, bocadillos baratos y cañas, le llamó la atención el local,
lleno de papeles en el suelo y la barra con restos de comida y mojada de las
cañas goteantes, pero por otro lado le pareció todo muy auténtico.
Volvieron a quedar con los
amigos, esta vez el nipón se soltó y empezó a integrarse, cayó bien en el
grupo, era diferente, friki, gracioso. Juan, que era de Pamplona, les invitó a
su casa por San Fermín y ambos aceptaron, se compraron el traje blanco, los
pañuelos rojos y el seis de julio cogieron el tren para plantarse en Pamplona.
Entonces empezó la experiencia más excitante que había tenido Hiroshi en su
vida, nunca había conocido algo parecido, nunca había bebido tanto, nunca se
había perdido entre la multitud varias veces, nunca había sentido tanto miedo
corriendo delante de los toros pero sobretodo, nunca se había divertido tanto.
Vivió la amistad con una intensidad hasta entonces desconocida para él, le
gustó soltarse, se apasionó, se abrazó con la gente, algo muy poco común en
Japón y tuvo la sensación de que nunca había sido tan feliz.
Llegaron a Móstoles el
quince de julio y la semana siguiente se la pasaron descansando en casa entre
lecturas, ordenador y televisión, pues ambos eran personas en el fondo muy
caseros y ansiaban tener esos momentos de soledad. La última semana de julio
hicieron varias visitas a la ciudad para ver lo más emblemático y viajaron a
Toledo y Aranjuez. En otra reunión de cañas y tapas José les invitó a las
fiestas de su pueblo en la primera semana de agosto.
El pueblo era Castroverde de
Cerrato, tenía escasos cien habitantes cuando no había fiestas, estaba situado
en el Valle de Esgueva, en la provincia de Valladolid. A Hiroshi le enamoró el
paisaje llano y dorado del cual ya había leído en Campos de Castilla. José les
alojó en la casa que había sido de sus abuelos, un caserón antiguo de dos
plantas con un patio interior donde guardaban un tractor y un agujero en la
cocina llamado gloria para encender fuego y calentar el suelo, sus habitaciones
eran austeras, dos camas, armario, mesillas de noche, dos vírgenes y un
crucifijo en la pared.
Primero fueron todos al bar
a reunirse con el resto de amigos de José, allí les dieron un pañuelo de su
peña a cada uno, amarillo con unas letras negras que ponía Marranines con dos cerdos dibujados. Se lo pusieron en el cuello
como todos y se fueron a la peña, un garaje en las afueras, rústico, sin
decoración pero con música y mucho alcohol. Fueron llegando otros miembros de
la peña, entre ellos Teresa, la prima de José una morena resultona muy simpática
que encandiló enseguida al japonés y empezaron las fiestas. Hiroshi no había
conocido a tanta gente en su vida, se iban formando grupos diferentes todos los
días, no hubo una sola noche que durmieran en la misma casa, iban de peña en
peña, de bar en bar, de casa en casa. Miguel se fijaba en cómo congeniaban
Teresa e Hiroshi, a menudo les veía juntos hablando, hasta que el último día
les vio más acaramelados que de costumbre y cuando volvió de pedir unos cubatas
en la barra ya estaban besándose, ese día se marcharon Teresa e Hiroshi por el
camino de la era a dormir juntos.
En el autobús de vuelta a
Móstoles los dos tortolitos se despidieron con lágrimas en los ojos y quedaron
en verse pronto, Hiroshi estuvo todo el camino de vuelta absorto en sus
pensamientos y Miguel durmió casi todo el trayecto. Una vez en casa se
volvieron a coger una semana sabática para estar en casa ociosos a su bola,
aunque pronto llegó Teresa y empezaron a salir los tres a la piscina
durante el día y a menudo salían por una zona de terrazas a tomar algo por la
noche.
Los últimos días de agosto
fueron los más tristes que había tenido el japonés en su vida, le tocó
despedirse de Teresa y aunque quedaron en verse algún día, en Tokio o en
Madrid, los dos sabían que probablemente ese era el final. También le tocó
despedirse de Miguel y se le empañaron los ojos en lágrimas, sin duda era su
mejor amigo. Ya en el avión, Hiroshi recordó con una sonrisa en los labios su
estancia en España, recordó la amistad, el amor, la alegría y la fiesta y supo
que había sido la etapa más feliz de su vida. Miguel, en casa, entró en el
cuarto que había ocupado su amigo con el ánimo todavía triste por la despedida,
allí encontró el pañuelo rojo que había llevado en San Fermín y se alegró al
pensar que algún día viajaría a Tokio y se lo entregaría.
19. EL ESTANQUE.
Lo primero que vi cuando
regresé al hogar fue el estanque de piedra, llamado en Mallorca safareig, que había junto a la entrada.
Lo coronaba un antiguo molino derruido que había perdido las aspas, sus paredes
estaban llenas de grietas y huecos oscuros habitados por palomas y ratas. Las
piedras viejas, consumidas por el tiempo, sorprendentemente todavía lo
contenían lleno, el agua estancada, quieta, silenciosa, negra con nenúfares
verdes mohínos llenos de mosquitos, provocó en mi un efecto sobrecogedor que me
hizo pensar rápidamente en La caída de la
casa Usher.
Nunca me gustó vivir en el
campo, tan alejado de todo, sin vecinos, mi infancia fueron grandes extensiones
de tierra sembradas de aburrimiento. Entré en la casa con la urna que contenía
las cenizas de mi abuela bajo el brazo, la vivienda estaba bien conservada por
dentro, mi abuela siempre fue una persona cuidadosa con sus cosas, austera y
conservadora. No había sentido mucho su muerte, me hubiera gustado pero la
realidad es que cuando me llamó el notario yo estaba en Madrid tan ricamente,
al fin y al cabo a ella nunca le gustó mucho hablar conmigo.
Dejé a mi abuela en un
rincón y me pasee por la casa con calma e indiferencia, calculando con frialdad
de contable cuánto podría sacar por ella, subí las escaleras y llegué al que
había sido mi cuarto, allí dejé de hacer cuentas, había pasado gran parte de mi
vida entre esas cuatro paredes. Lamentablemente el primer recuerdo que me vino
a la mente fue triste, recordé cómo había echado de menos a mis padres cuando
murieron en el accidente siendo yo todavía niño y me entró la melancolía, sin
embargo rápidamente empecé a pensar en todos los momentos de diversión que
había tenido en esa habitación. Recordé especialmente mi caballo de madera, uno
de esos antiguos con forma de balancín que ya había sido de mi bisabuelo y
había ido pasando de generación en generación. Montado encima de él había
disfrutado con mucha ilusión imaginando historias entre indios y vaqueros, sin
embargo no estaba allí, después fui a buscarlo al trastero y tampoco lo
encontré, miré en todas las habitaciones pero ni rastro, salí por detrás y
entré en el cuarto de las herramientas, allí también tuve recuerdos bonitos
pues una de las maneras de matar el tiempo había sido trabajar en el campo,
aprendí a labrar la tierra y mi abuela, como pasaba de todo, no me exigía
mucho.
Decepcionado por no haber
encontrado mi caballo de madera volví a mi cuarto, me di cuenta de que no sólo
era el caballo, no había nada mío allí, ni mis libros del colegio, ni mi
ordenador, ni mis posters de tías macizas y grupos de rock... yo dejé las
paredes empapeladas de iconos pop y ahora estaban blancas e inmaculadas. Me
tumbé en la cama y me puse a pensar... recordé que en el cabezal había escrito
algunas frases poéticas sobre Isabelita cuando estaba enamorado de ella, me
giré y vi el cabezal impoluto y bien barnizado, salté de la cama y eché otra
mirada con detenimiento a mi habitación...ese cuarto podría haber estado vacío
toda la vida ¿pero por qué mi abuela no había conservado nada mío? ¿tan poco le
importaba que había decidido borrarme de su casa? me sentí enfadado pero la
casa era mía en ese momento y no quería abandonarla tan fácilmente.
Salí a caminar fumando un
cigarro y me acerqué al estanque, subí encima de unas piedras para verlo mejor,
había algo inquietante en esas aguas ponzoñosas, quizás fuera verlas tan
quietas, petrificadas, o quizás su oscuridad, o el miasma infecto que te
revolvía el estómago... no lo sabía pero automáticamente fui a buscar las
cenizas de mi abuela y las arrojé de un golpe dentro del estanque. Luego volví
al cuarto de las herramientas, cogí el pico y empecé a trabajar la tierra, no
tenía muy claro qué quería hacer pero a falta de ideas decidí emplear mi tiempo
en algo, se me hizo de noche y me fui a dormir sin cenar.
A la mañana siguiente fui
al pueblo a comprar víveres y una buena botella de ron Flor de caña, seguí trabajando la tierra, planté semillas, me
pasee por las habitaciones recordando mi vida allí, por la noche me emborraché
y me dormí contento, y con esa dinámica se fueron sucediendo los días, no
comprendía qué hacía allí, me acordaba mucho de mis padres, mi madre había sido
muy protectora, me había querido mucho pero también había sido una mujer
ansiosa que me había transmitido mucha inseguridad y no sabía por qué demonios
sólo me acordaba de esa lamentable parte de mi relación con ella, mi padre
había sido una persona divertida pero que también tenía momentos agresivos y
curiosamente mi memoria, frágil y desconsolada, sólo recordaba esos penosos
momentos. Pasaron dos semanas, mi ropa olía mal, debería haber vuelto a Madrid,
tenía un negocio que atender y una familia allí, sin embargo volví al pueblo a
comprar más ron, había encontrado el viejo gramófono de mi abuela en el
trastero y tenía ganas de escuchar algún disco antiguo mientras me pillaba un
buen pedo.
Después de haber estado
trabajando todo el día cogí una pastilla de jabón Marsella y me tiré algunos cubos de agua del pozo por encima, cené
en la cocina un poco de queso y jamón serrano con unas buenas rebanadas de pan
moreno, sal, aceite de oliva virgen y tomate de ramellet, luego me fui a mi habitación y encendí las velas, me
puse un copazo, encendí un cigarro, le di cuerda al gramófono y me puse a
escuchar a Antonio Machín a todo trapo. Primero me sentí contento y excitado
cantando a grito pelado pero a medida que el alcohol iba haciendo efecto me
invadió una melancolía incomprensible, me senté en la cama y me puse a llorar
¿qué estaba haciendo allí? ¿qué me afligía? ¿por qué no me iba? entonces me
levanté corriendo y mire por la ventana, desde esa altura, la luna llena dejaba
ver el estanque ¡sí, eso era! ¡el estanque! ¡ese maldito estanque! ¡había algo
diabólico en él! bajé aterrado y fui corriendo al cuarto de las herramientas,
cogí el pico y empecé a golpear la parte baja de una de las paredes de él,
golpee con toda la fuerza que tuve, grité asustado y lleno de ira, recordé mi
triste infancia, maldije la ausencia de mis padres, y a mi abuela a quien todo
le importaba una higa, todas esas experiencias habían dejado en mi un corazón
lleno de bilis negra durante demasiado tiempo, piqué y piqué hasta que empezó a
salir agua, seguí golpeando hasta quedar exhausto, hice un boquete
considerable, el agua venenosa me mojó los pies, me marché a mi cuarto y me
tumbé en la cama con los zapatos y los pantalones empapados oliendo a
putrefacción.
Cuando desperté por la
mañana lo primero que hice fue mirar desde mi cuarto el estanque vacío, allí
estaba mi caballo de madera y dos esqueletos alrededor de él. Abrí la ventana,
apenado pero sin lágrimas en los ojos, para despedirme de mis padres por última
vez, aquellos cuerpos que una vez me abrazaron no eran más que un conjunto de
huesos mojados cubiertos de suciedad, como fósiles perdidos en el tiempo, como
si nunca hubieran existido. Recogí mis cosas y salí de casa tranquilo con una
sonrisa en los labios, me encendí un cigarro satisfecho y caminé pisando el
terreno empantanado hasta la entrada donde tenía el coche, saqué el móvil y
llamé a mi hijo, me emocioné al oír su voz, con el dinero que iba a sacar por
la casa le compraría un piso a él en Madrid.
20. CERAS PLASTIDECOR.
Encima de la mesa quedaban
para elegir una cajita de ceras Plastidecor, otra de lápices de colores Alpino
y un estuche de rotuladores Carioca. De entre todas, Manuel escogió las ceras
porque le gustaba más cómo pintaban, repartió pinturas entre sus compañeros de
pupitres, él se quedó la de color negro y empezó a pintar a su madre. El
profesor les había dicho que pintaran algo que les gustara mucho, pintó el pelo
y el círculo de la cabeza, los ojos, la nariz y la boca, luego dibujó piernas,
brazos y un vestido, pidió la cera de color carne, su preferida, pensaba que
era más bonita y especial que las otras y coloreó el cuerpo y la cara.
Finalmente con la cera roja pintó su vestido, acabó muy orgulloso, enamorado de
su pintura, se la quiso llevar a casa pero el profesor no le dejó, así que
cuando volvió a poner las ceras en su sitio, se guardó en el bolsillo la negra,
la roja y la de color carne.
Pasaron los años y un día
Manuel decidió comprarle un sofá nuevo a su madre, vinieron los de la tienda a
llevarse el viejo y cuando lo levantaron se cayeron al suelo las tres ceras
Plastidecor negra, roja y carne. Manuel las vio caer, se agachó a recogerlas y
las sostuvo en la mano un rato, las miró como si recordara algo y luego las
tiró a la basura.
21. CRISTINA ROMAN.
Cuando le dejaron en casa
ya era de noche, había estado con los amigos en la playa todo el día y se
habían quedado hasta la puesta de sol. Antes de subir al piso quiso pararse a
pedir un kebab, tenía hambre y no quería cocinar. Mientras hablaba con Ahmet
sobre cosas del barrio vio pasar a una mujer que le llamó la atención, una
morena de unos treinta y tantos con un vestido rojo que paseaba con una señora
que podría ser su madre, al principio no la reconoció pero rápidamente cayó en
la cuenta, era Cristina Román.
Habían ido juntos durante
la E.G.B y el B.U.P, primero fue la niña más guapa y luego la tía más buena.
Recordaba que la fruta que más le gustaba era la sandía y su color favorito era
el rosa, sabía que había sido una chica muy pudorosa porque una vez dieron un
streeptesae de un hombre en la televisión y ella dijo que menos mal que no se
había quitado el bañador porque eso habría sido muy poco estético. Durante la
E.G.B ambos se quedaban a comer en el colegio y a él le encantaba coincidir en
la misma mesa, luego ella se iba con sus amigas a sentarse en un murito cerca
del campo de fútbol donde él jugaba con sus amigos y de vez en cuando le
gustaba mirar allí donde estaban las niñas. En B.U.P le ilusionaba enormemente
coincidir en gimnasia, hacer cosas en equipo o juntarse en los grupos de
filosofía a hablar sobre la inmigración, el aborto o la eutanasia, ella siempre
fue tan tradicional...
Ahmet había acabado el
kebab y se lo estaba poniendo en una bolsa de plástico, Cristina Román ya había
pasado y no se había fijado en él ¿por qué no se habrá casado todavía? se
preguntaba mientras la veía alejarse, la había visto en E-darling hacía poco
más de un año y pensó que podría ser un buen momento para saludarla...
22. VEGETA.
Estaba haciendo limpieza en
su habitación, abrió los cajones de lo que un día había sido su escritorio y
encontró papeles y recuerdos varios, de entre todos le llamaron especialmente
la atención unos dibujos de Vegeta que había hecho cuando era casi un
adolescente. Le encantaba ese personaje porque era fuerte, orgulloso y
antisocial, recordó cómo se había identificado con él, siempre le gustó
mantener la distancia con su grupo de amigos, se sentía diferente, mejor y
aunque a esa edad no era consciente, también tenía un gran resentimiento con la
vida que le había colmado de carencias. Hizo la mayoría de dibujos un verano
cuando Brasil ganó el mundial, sus amigos le fueron a buscar a casa unas
cuantas veces y él no quiso salir, les observó por la ventana, quería estar
sólo. Afortunadamente todo eso había cambiado, estaba casado, tenía hijos, muy
buenos amigos... dobló los dibujos e hizo aviones de papel, encendió el
ordenador, buscó a Elvis Presley en Youtube y fue lanzando los aviones uno a
uno por la ventana.
23. UNA ENTRADA DE CINE.
Manuel estaba sentado en su
escritorio leyendo los diarios por internet cuando se cayó un papelito encima,
era una vieja entrada de cine perteneciente a la película Olvídate de mi. Había colgado esa entrada en el corcho encima del
escritorio porque le había dejado huella ya hacía muchos años, sostuvo la
entrada entre sus dedos, hacía tiempo que no iba al cine, mucho tiempo. Las
primeras salas que conoció fueron la Metropolitan y los cines Chaplin, en la
primera se coló con un amigo a ver instinto básico porque sabían que tenía
contenido erótico, les pilló el acomodador y les echó a la calle. Ambas salas
estaban cerradas ya. Luego abrieron grandes centros comerciales con salas de
cine, como los Multicines Porto Pi donde había visto Steamboy o 2046, los
cines Ocimax donde había visto mucho cine comercial que ya no recordaba, o el
Festival Park de donde guardaba muy buenos recuerdos:
Había ido con algunas
chicas y las había besado por primera vez, había comido hamburguesas en el Foster's Hollywood y jugado a bolos en
el centro de juegos. También había trabajado allí de acomodador y sirviendo
coca-colas y palomitas, pudo ver las películas gratis y conoció a gente
interesante, entre ellos a una chica algo alocada que le gustaba mucho, se la
fue encontrando en diferentes lugares a lo largo de su vida, en una biblioteca,
en una tienda y en una parada de autobús. Recordó con placer el momento de
volver a casa después del trabajo, cuando era casi de madrugada y estaba todo
muy tranquilo, llegaba cansado al coche, ponía la música, se fumaba un cigarro
y emprendía el camino de vuelta.
Los cines Renoir fueron
también especiales, por aquella época tenía un muy buen amigo llamado Pablo,
era poeta y un apasionado del séptimo arte, disfrutaban viendo cine de autor y
hablando de las películas después en la terraza de un bar tomando cañas...
24. CAROLINA.
Se la encontró en un bar de toda la vida,
primero un local de fumetas pero en ese momento era más una marisquería que un
bar, estaba al lado de un club náutico, venían extranjeros con pasta y demás
gente acomodada a comer pero la barra pertenecía a la gente del barrio.
Carolina había sido su primera novia cuando ambos tenían entre diez y doce
años, la primera vez que se dieron un beso fue en el parque infantil del
colegio, ambos entraron por diferentes extremos dentro de un tubo de color
verde, se quedaron mirando un rato sonrientes y luego se besaron.
No se veían desde aquella etapa en sus vidas
así que se alegraron mucho de verse, Carolina era una mujer hermosa, se había
casado y tenía una niña. Después de conversar un poco ella volvió con su
familia, estaba con sus padres y él se quedó con sus amigos tomando unas cañas
en la barra, de vez en cuando le gustaba mirar donde estaba ella, sentía
curiosidad por saber quien era su marido pero no apareció. Pasaron las horas y
Carolina se acercó a pagar donde estaba él, allí volvieron a entablar
conversación ambos iban un poco chispados y se animaron a tomarse una juntos,
los padres de ella se llevaron a la niña a casa, justo al lado de la
marisquería donde habían vivido toda la vida.
- La verdad es que estoy
divorciada -le confesó cuando ya estaban solos, intentando disimular un gesto
amargo con una sonrisa- simplemente no funcionó.
- Vaya, lo siento -le
contestó medio sincero porque también se alegraba de que estuviera libre.
- Por eso he vuelto con mis
padres... he vuelto al hogar -dijo, y volvió a reír.
- Recuerdo tu casa, sólo he
estado una vez en un cumpleaños tuyo pero recuerdo perfectamente esa terraza
magnífica desde donde se ve la bahía perfectamente -dijo señalando su chalet
desde la barra.
- Pues vamos a tomar la
última allí, en la terraza -dijo entusiasmada.
Entraron
en casa y se encontraron con su padre, le recordaba de haber ido a buscar a su
hija al colegio cuando todavía tenía pelo, se saludaron y luego fueron a la
terraza con una botella de vino. Vieron el atardecer y fue bastante romántico,
se cogieron de la mano y se besaron, luego fueron a su cuarto e hicieron el
amor. Por la mañana desayunaron juntos, se despidió de Carolina, de la niña y
se fue a trabajar.
25. ARBOLES QUE DANZAN.
Existe un lugar donde los
árboles bailan, está en Mallorca, concretamente una zona escondida en la Serra
de la Tramuntana. Las noches de verano son particularmente sensibles,
reaccionan a la música y a las caricias, les gusta especialmente el jazz, se
contonean emocionados escuchando a Charlie Parker y se retuercen cariñosos con
la voz femenina de Ella Fitzgerald. No les gustan las multitudes y el govern tiene prohibido el paso a
cualquiera, sólo se pueden visitar pidiendo autorización y hay una lista muy
larga de espera.
Marcos y Anabel habían
tenido suerte, la noche que les tocaba a ellos era verano y había luna llena,
entraron en el bosque pidiendo permiso a los árboles que les abrieron el paso
saludándolos, pasearon por la playa cogidos de la mano mirando cómo la luna
coloreaba de plata las olas del mar, se sentaron en la arena y se dieron unos
arrumacos. Volvieron al bosque y cenaron con una botella de vino, encendieron
el Ipod y empezó a cantar Billie Holiday, la piel se les ponía de gallina entre
besos y abrazos, hicieron el amor y el bosque vibró en éxtasis hasta el
amanecer.
26. MI PROFESOR DE HISTORIA.
Mi profesor de historia era un hombre callado,
silencioso, en ocasiones le gustaba pasear sólo a la hora del recreo. Le
recuerdo sentado en su mesa mirando por la ventana cuando hacíamos exámenes,
había sido alumno también en el mismo colegio desde muy pequeñito, de hecho fue
de los que lo inauguró, una foto de su clase cuando debían tener unos ocho años
podía verse en la entrada. En sus momentos más parlanchines le gustaba
contarnos cómo había cambiado el colegio, nos decía que antes sólo estaba el
edificio principal y un gran descampado de tierra donde jugaban a fútbol. Había
cambiado mucho porque cuando yo fui alumno teníamos piscina, pista de
baloncesto, de fútbol sala, de tenis, por supuesto de fútbol y también se
habían construido dos edificios más.
La época en que le recuerdo
más feliz fue cuando llegó la señorita Alicia, la profesora de literatura. Ella
también había sido una antigua alumna del colegio aunque no de la misma clase
que mi profesor porque era algo más joven, se les veía a menudo hablando en el
patio y enseguida corrió el rumor de que estaban enamorados, antes incluso de
que lo estuvieran realmente, al menos de modo oficial porque hasta que no
empezó el siguiente año no dijeron públicamente que eran novios. Se compraron
un coche nuevo y mi profesor empezó a venir más arreglado y sonriente a clase,
con ropa nueva y otro corte de pelo, claro que eso duró unos años porque luego
volvió a ser el de siempre y eso que se había casado con la profesora de
literatura.
Recuerdo que una vez cuando
yo ya estaba en el último curso entré en clase y me lo encontré allí sólo de
pie mirando por la ventana, cuando me vio se puso un poco nervioso le había
sorprendido e hizo ademán de tocarse los ojos, entonces me di cuenta de que los
tenía enrojecidos, le pregunté si estaba bien y me respondió que sí pero que de
vez en cuando le entraba la conciencia de que el tiempo pasaba, eso me hizo
pensar en cómo debía contemplar la vida una persona que se había pasado más de
cuarenta años en el mismo colegio viendo, año a año, crecer a los alumnos. Él
también lo había sido y también creció pero se quedó en el mismo sitio... creo
que en ocasiones debía tener la sensación de estar en un espacio cerrado donde
el tiempo no pasaba para él.
27. EL DUEÑO DEL MOLINO.
El dueño del molino siempre fue objeto de todo
tipo de habladurías, las mujeres del pueblo le criticaban cuando pasaba
taciturno delante de ellas mientras éstas estaban sentadas en la calle en
verano tomando el fresco. En el pueblo llegaron a decir que le gustaban los
niños porque sólo le habían visto con una mujer, por eso mi madre siempre me
prohibió acercarme a él, lo cual producía en mi y en mis amigos un efecto
contrario de atracción. Le seguíamos con las bicis cuando sacaba su rebaño de ovejas
a pastar al campo, nos escondíamos detrás de matorrales y le observábamos, nos
habían dicho que también le gustaba montárselo con las ovejas aunque nosotros
nunca vimos nada. Todos los días comía en una especie de posada antigua
apartada del pueblo regentada por dos hermanos igual de raros que en verano
siempre iban sin camiseta mostrando su enorme panza, se decía que allí tramaban
cosas malas, asesinatos y perversiones sexuales. Cuando pasaba cerca de la zona
pantanosa donde abundaban los juncos, los mosquitos y las libélulas le gustaba
meterse entre la maleza para, según decían, masturbarse si veía pasar alguna
niña. Cada tarde visitaba la tumba de su esposa en el cementerio del pueblo,
había muerto de un ataque al corazón aunque todos creían que la había
envenenado él, también se rumoreaba que no estaba enterrada allí y que donde
estaba realmente era en el molino abandonado, mucha gente había visto salir una
luz roja de madrugada de allí y decían haberle oído recitar palabras extrañas,
como si hiciera algún ritual satánico, otros decían que podría haber más
cadáveres allí dentro, sospechaban que tenía la afición de desenterrar muertos
del cementerio y luego llevárselos al molino para darse placeres necrófilos.
El viejo molino abandonado
se convirtió en nuestra obsesión, no nos atrevíamos a entrar allí pues los
mayores nos hablaban de él como del infierno aunque nos parábamos cerca cuando
íbamos con las bicis y un día empezamos a picarnos para ver quien tenía huevos
de entrar, así que una noche quedamos para ir todos juntos. Nos acercamos
sigilosos andando por el bosque, en el campo no había sonido alguno excepto el
de un generador que tenía en su casa al lado del molino, le vimos trabajando en
el huerto y nos quedamos espiándole. Cuando acabó con las lechugas se metió en
su casa y apagó el generador, esperamos, se hizo la media noche y finalmente
salió de su casa y entró en el molino. Empezó a llover y los caballos que tenía
en un corral se agitaron nerviosos, vimos la luz roja y escuchamos un sonido de
fondo que no conseguíamos diferenciar, estábamos cagados pero como estábamos
juntos nos llenamos de valor y fuimos hacía el molino, la lluvia fue a más y
pronto se presentó una tormenta embravecida, intentamos acercarnos con sigilo
pero los caballos relincharon y se pusieron muy violentos, alguien de la
pandilla dijo muy asustado que estábamos en peligro, tuvimos miedo y nos fuimos
para casa.
La mañana siguiente nos
juntamos todos en la plaza del pueblo, era mejor ir de día cuando él estuviera
fuera con sus ovejas, ya no llovía así que ese era el momento perfecto. Cogimos
las bicis y fuimos a toda velocidad, los caballos estaban calmados, nos
acercamos temerosos al molino pero entramos, había velas y libros de poesía, un
gramófono antiguo con discos de jazz y una ventana en lo alto con un cristal
rojo.
28. OSCAR.
Le recuerdo en verano cuando a penas tenía
cinco años y todavía era Oscaret, se
escondía detrás de grandes pacas redondas de paja que estaban dispersas
adornando el campo amarillo, al caer la tarde yo pasaba con la bicicleta y me
saludaba sonriente mientras se agarraba un sombrerito redondo de paja que
siempre llevaba puesto, otras veces me saludaba cuando iba subido en el tractor
de su padre mientras dejaban una abundante polvareda tras ellos.
Una mañana le llevó su
madre al colegio con las manos vendadas, por lo visto se le había caído
plastilina dentro de una cacerola con agua hirviendo y cuando la fue a coger se
quemó las manos, le salieron ampollas pero con el tiempo se le curaron bien las
heridas y no le dejaron marca. En clase era un chico muy movido, le costaba
prestar atención y prefería jugar con sus compañeros, era un chico extravertido
y alegre, llegó a ser una persona muy valorada y querida por sus compañeros, un
líder carismático con el que todos querían estar y que pese a sus mejorables
notas caía muy bien a sus profesoras.
Las peripecias de la vida
le llevaron a tener una adolescencia complicada, problemas familiares y un
espíritu rebelde le alejaron del colegio y pasó unos años un poco perdido. Me
alegré mucho cuando me lo encontré un día en el bar y me dijo que había
decidido estudiar literatura en Madrid, se mudó a la capital y vivió
compartiendo casa en uno de esos pisos enormes de Chamberí, salió mucho de
fiesta, hizo muchos amigos, tuvo varios ligues... y pese a emplear bastante
tiempo disfrutando de la vida y haciendo extras de camarero también se sacó la
carrera a tiempo. El primer año de licenciado encontró trabajo en un instituto,
fue de los poco de su promoción que lo hizo en tan poco tiempo porque por
aquellas fechas había una crisis tremenda en el país que llevó a los gobiernos
regionales a hacer recortes en educación.
La última vez que le vi fue
en la playa del pueblo, me lo encontré con su novia y su perro Pluto, estaba
guapo y sonriente como siempre lo había recordado aunque un poco fondón.
- La buena vida -me dijo
tocándose la panza.
29. CLARA SE ESTA PEINANDO.
La pequeña Clara se está
peinando frente al espejo del baño, trata de deshacer sus nudos con calma y sin
hacerse daño aunque algunos le cuestan un poco más, está enfadada con su madre
porque siente que no la hace tanto caso como antes. Su madre entra en el baño y
la hace cosquillas, le cuenta algo gracioso y se la come a besos, ambas se
miran en el espejo y se ríen, Clara desata sus nudos con facilidad y se
acaricia el cabello.
30. ENTRE LAS PALMERAS.
La conocí todavía en
primavera, a finales de mayo en un bar de Deyá, un pequeño pueblo de pescadores
en el norte de Mallorca. El local era de principio de siglo y conservaba su
esencia, el dueño que también era anticuario había hecho varias reparaciones
pero siempre procuraba cambiar lo mínimo, ella era su hija, se llamaba María
tenía veinticinco años y era una morenaza de olé de la cabeza a los pies.
Cuando la vi por primera vez me costó articular las palabras para pedir mi
menú, tenía una belleza clásica de mujer mediterránea con curvas y un andar muy
seductor. Empecé a ir todos los días por allí, sobretodo cuando había poca
gente y podía hablar con ella en la barra, le tiré rápido los trastos, a ella
le gustó, fuimos a la playa y nos enrollamos.
Fue todo muy intenso, yo
tenía una casa en lo alto de la montaña un poco alejada del pueblo que había
sido de mis abuelos, antigua y fresca en verano, con los techos altos y un
trabajo de yeso de los que duraban un siglo, dos plantas, suelo con baldosas
modernistas y un pozo de piedra en el patio. Nos pasamos todo el mes de junio
allí metidos, desde el dormitorio en la segunda planta se podía ver el mar,
casi la totalidad de la playa y una pequeña península con forma de acantilado y
un gran agujero circular en un extremo, los mallorquines conocen ese agujero
como Sa foradada. El tiempo pasaba
como pasa cuando eres muy feliz, rápido y sin darte cuenta, comíamos, dormíamos
y follábamos, llegamos a perder la noción del tiempo, no sabíamos en qué día
estábamos y nos reíamos de ello, la casa era como una especie de spa rebosante de amor y sexo, me
encantaba despertarme y mirar su cara por las mañanas, era más guapa al
natural, una belleza deliciosa y sensual.
En julio
empezamos a salir un poco, bajábamos a la playa y nos pasábamos el día entero
allí, veíamos el atardecer, nos hacíamos
selfies y nos bañábamos en pelotas, algunas noches nos emborrachábamos con
vino tinto y música de Joe Hisaishi en la terraza mientras el mar estaba en
calma. También vinieron algunos amigos a cenar alguna vez, nos gustaba fumar un
poco de marihuana después del postre y hablar de la vida intrascendente y
pasajera entre risas. Fuimos a verbenas, siempre había alguna fiesta en algún
pueblo, estuvimos en Selva, Algaida, Felanitx y Valldemossa, bailamos, bebimos,
nos abrazamos... nos amamos.
En agosto todo se fue a la
mierda, mi padre falleció y tuve que hacerme cargo de un negocio de venta de
palmeras que tenía cerca de Es Pil:larí, un pueblo próximo a la Playa de Palma
pero en el interior. Mi padre tenía una finca entera plantada de palmeras,
habían estado muy descuidadas, tenían hojas amarillentas, mustias, era como una
selva triste donde no pasaba mucha luz y desde fuera no podía verse ni la casa
que estaba en la parte central. Se endeudó mucho para comprarlas y era
necesario sacarle partido al negocio, así que nos fuimos a vivir allí... pero
ya no era lo mismo, empezamos a sentirnos distanciados, la química había
cambiado.
Cuando aún no llevábamos
tan siquiera una semana tuvimos una discusión fuerte por la noche y ella se
marchó a dormir a otro cuarto, fue una noche muy calurosa y de las más húmedas
de todo el verano, no se movía aire alguno y yo no podía dormir. Muy de
madrugada escuché pasos fuera, me asomé a la ventana y vi a alguien entre las
palmeras, a pesar de que había una gran luna llena que proyectaba mucha luz era
muy difícil ver debido a la espesura aunque conseguí atisbarla entre los
troncos, estaba cerca en el safareig
que usábamos como piscina, se estaba quitando la ropa para darse un baño. Fui
hacia allí sin pensarlo, cuando me vio nadaba desnuda, no dijo nada, yo me
desnudé también y me metí con ella, follamos en el agua como salvajes ebrios de
lujuria varias veces hasta que amaneció.
Me desperté pasado el medio
día y ella ya no estaba, la estuve esperando durante todo el día pero no
apareció, apenas pude dormir por la noche, el ventilador sólo movía aire
caliente y las sábanas estaban empapadas en sudor. Al amanecer escuché ruidos
fuera, la vi entre la frondosidad de las palmeras, estaba lejos y no estaba
sola, no quería creer lo que veía pero me pareció que se estaba besando con
alguien, después ese tipo se alejó y ella vino hacia la casa, me agaché para
que no me viera y me tumbé en la cama, entró en casa pero fue al otro
dormitorio, esperé un tiempo y luego fui tras ella. Antes de entrar en su cuarto
miré por la cerradura, se estaba masturbando y sollozaba de placer.
- Te has quedado con las
ganas ¿eh? -le pregunté entrando en la habitación.
- Mentiría si te dijera que
no me gusta que me espíes -me contestó tranquila y se echó a reír.
- No te rías -le espeté
enfadado- te he visto con él.
- ¿Qué dices? he venido
sola ¿estás loco? -y se volvió a reír.
- No te rías -le volví a
decir.
- Tú sólo quieres poseerme,
te lo noto en la mirada -me dijo con cierto tono lánguido y resignado.
Y tenía razón, en esos momentos
sólo podía pensar en hacerla mía, quería marcar territorio, poseer a mi hembra.
Me acerqué a la cama y la agarré de los brazos, al principio me apartó la boca
pero luego se dejó, me quité la ropa y la di la vuelta, la agarré por la nuca y
empecé a penetrarla con fuerza, satisfice mi deseo y ella no dijo nada, luego
me quedé dormido y cuando desperté ella ya no estaba. Pasé el día esperándola y
no apareció, el día siguiente tampoco supe nada de ella, la llamé al móvil en
varias ocasiones pero no contestó, por la tarde salí a dar una vuelta, pasé
enfrente del vecino que criaba caballos, yo sabía que él la deseaba, lo había
notado en su mirada, quizás había sido él quien la había traído a casa aquella
mañana. Más adelante pasé por la caseta del pintor, una casucha de madera que
se aguantaba en pie de milagro y que un día u otro se vendría abajo con alguna
tormenta, él estaba fuera tumbado en la hamaca tomando una birra, nos
saludamos, quizás era él el amante, un perroflauta que se las daba de artista,
a lo mejor estaba metida en su casa en ese momento porque se había escondido al
verme. Llegué hasta el final del camino donde dos hermanos tenían una especie
de posada-restaurante, antigua y cochambrosa, me paré a tomar una cerveza, a
ellos también les ponía cachondos mi novia, lo sabía pero eran demasiado poco
agraciados y demasiado lelos como para haberla seducido. Salí y me encontré con
un rebaño de ovejas que se alejaba levantando una polvareda, pasó un coche con
los faros encendidos y decidí volver a casa antes de que se hiciera de noche.
Una vez allí me tumbé en la cama y cogí el
móvil, me entretuve mirando algunas fotos,
selfies que nos habíamos hecho desnudos en la playa, sonreí ingenuo
pensando que habían pasado escasos dos meses desde aquellos momentos de amor y
felicidad donde ella me había dicho que nunca había sentido algo así por nadie
y que yo era el hombre de su vida, todavía no me había dado cuenta de que había
pasado una eternidad, María había sido bonita y fugaz. No la volví a ver.
31. NURIA.
El verano que regresó Nuria
al pueblo yo estaba leyendo un libro en el parque bajo la sombra de una
chumbera, habíamos ido juntos al colegio y no había vuelto a saber de ella
desde entonces, sabía que estudiaba psicología en una universidad de Madrid y
poco más, me acerqué a saludarla y también a sus padres.
- Ya era
hora de que te dejaras caer por aquí -le dije risueño.
Otro día la vi en el huerto de su abuela
cogiendo limones, pasé dentro y me ofrecí a ayudarla, llevaba un vestido de tela
fina que marcaba un pecho exuberante y unas prominentes caderas, no sé cómo
pasó, sólo recuerdo el olor fuerte de los limones y su piel muy cerca, la
agarré por detrás y puse mi boca en su cuello.
- Tú estás muy lanzado -me
dijo.
Y se apartó enseguida, caminando con calma
hacia la casa con la cesta llena.
El día siguiente le
pregunté si quería ir a la playa, no sé cómo estaba tan atrevido pues
normalmente era un chico bastante apocado, me dijo que sí y me encendí como un
colibrí. Preparé la nevera y pasé a buscarla con la bici, pedaleamos por una
carretera llena de curvas hasta la playa, nos bañamos primero y luego hablamos
de qué habíamos hecho desde el colegio, ella había ido a un instituto en la
capital y había sacado buenas notas, le encantaba la psicología infantil, tenía
pensado abrir una consulta y trabajar con adopciones, yo le dije que todavía no
sabía qué quería hacer con mi futuro y que mientras, contemplaba la vida y
escribía poemas. Después comimos y antes de acabar el postre le comí toda la boca
llena de sandía, me arrimé a ella y tuve una erección, empecé a meterle mano
pero ella quiso parar, así que paramos y yo me fui al agua a refrescarme.
La mañana siguiente se fue
con sus padres a otro pueblo, yo estuve todo el día pensando en ella y cuando
regresó por la tarde fui a buscarla, salimos a dar una vuelta y nos metimos en
el campo, paseamos cogidos de la mano entre melocotoneros, hablamos de nuestras
experiencias amorosas, yo sólo había estado con una chica y ella me dijo que
también había estado sólo con uno, ninguno de los dos éramos de rollos de una
noche, nos gustaba conocer a la persona y tener algo más que sólo sexo, la
agarré y nos empezamos a besar, nos tumbamos en la tierra y nos amamos bajo las
líneas redondas de los melocotones. El cuerpo de Nuria me excitaba tanto que
eyaculé enseguida pero después continuamos y lo hicimos dos veces.
Pasamos un verano muy
unidos lleno de amor y fantasía, soñábamos y hacíamos planes con qué haríamos
después en septiembre, yo iba a ir a Madrid y allí buscaría un trabajo para
poder estar con ella mientras se sacaba la carrera, pasábamos mucho tiempo en
mi casa porque muchos días no estaban mis padres, me gustaba verla desnuda
sobre las sábanas blancas y pasearle cerezas despacio sobre su piel.
Su padre no estaba muy
contento con nuestra relación, nos veía demasiado fogosos, no lo podíamos
disimular y creo que se sintió incómodo en varias ocasiones hasta que un día se
sintió incómodo del todo. Yo había ido a su casa, sus padres en teoría estaban
fuera y no tenían que volver hasta tarde, estuvimos bañándonos en la piscina y
comimos fruta fresca, en un arrebato en la mesa nos pusimos cachondos con el
sabor de las ciruelas, la tumbé encima y dimos al traste con un frutero lleno
de albaricoques que cayeron como granizo en el suelo. Cuando entró su padre en
el salón yo tenía sus piernas apoyadas en mis hombros, la situación fue
vergonzosamente indescriptible, la prohibió verme y me hubiera dado una paliza
si no hubiera escapado por una ventana.
Pronto empezó el curso y se
volvió a Madrid, yo fui a la capital también y encontré trabajo de camarero,
nos continuamos viendo durante un tiempo pero poco a poco se fue acabando lo
nuestro, con los años ella se casó y formó una familia, yo tuve la idea de
montar una frutería cerca de una parada de metro y fue un éxito. La última vez
que supe de Nuria fue a través de la televisión, ella acudía como psicóloga a
un programa sobre niños y la presentadora la entrevistaba.
32. UNA OBRA FENOMENAL.
Había quedado en la parada
de Chueca con mi gente del club de lectura para ir al teatro, la tarde se había
nublado y empezaron a caer gotas así que aceleramos el paso. Llegamos corriendo
al María Guerrero porque empezó a llover con fuerza, nos acomodamos en un palco
a la derecha del escenario, nos quitamos los abrigos mojados y aguardamos en
silencio a que empezara la función.
Peter Pan había sido uno de los libros que más
me habían ilusionado siempre, más de mayor que de pequeño, pues algunas
características que brillantemente describió James Barrie sobre el niño que no
quería crecer, como el egocentrismo de quien sólo le gustaban las canciones que
hablaban de él o su problemática relación con su madre, me habían pasado
desapercibidas cuando era niño y las había apreciado con los años. La compañía
de teatro que lo representaba no había escatimado en gastos de decoración y
vestuarios, así que pudimos ver el país de nunca jamás como nunca lo habíamos
visto. De entre todo el maravilloso espectáculo que estábamos viendo un
personaje acaparó toda mi atención, Campanilla, la actriz era una chica
fenomenal tan guapa y risueña que parecía un hada de verdad capaz de conceder
los deseos más hermosos, yo no podía apartar la mirada de ella, se movía como
si bailara con el espacio y su voz era una caricia para los oídos y el corazón.
La ilusión y el ensimismamiento que tenía me hicieron creer inocente de
mi que a veces me miraba, en el fondo sabía que cuando se dirigía hacia nuestro
palco no lo hacía a nadie en concreto pero me gustaba imaginar que me miraba a
mi.
- ¡Oh fama, fama, brillante
baratija! -comentó el capitán Garfio hacia el final de la obra y casi sin darme
cuenta ya se había acabado la función y todos nos pusimos a aplaudir.
La semana siguiente fue
bastante monótona aunque cada día de vez en cuando pensaba un poco en mi
Campanilla, me hubiera gustado bajar a los camerinos a felicitarla e intentar
entablar una conversación - ¿Quién sabe? -pensé, a lo mejor nos podríamos haber
dado el número de teléfono y haber quedado algún día pero sabía que era un
soñador sin remedio y que eso sólo pasaba en las películas aunque no obstante
me gustaba fantasear con la posibilidad y... ¿por qué no? sólo me hubiera hecho
falta ser más decidido.
El sábado siguiente volví a
Chueca con los del club, habíamos quedado para cenar en el restaurante El
Principito, nos sentamos en una mesa que tenía dibujada una serpiente que se
había comido un elefante y pedimos la cena, pasamos una velada de lo más
divertida pues mis amigos del club eran muy simpáticos a parte de buena gente
aunque lo mejor de todo estaba por llegar. Cuando trajeron el postre, un trozo
de tarta de chocolate delicioso con
fondant, se me ocurrió levantar la vista y mirar hacia una de las mesas que
estaban al lado de un pequeño planeta ¡allí estaba Campanilla! tan bella como
un sueño del que no quieres despertar, parecía estar con sus compañeros del
teatro, tuve ganas de hacer algo pero no se me ocurrió nada... bueno, pensé en
ir a la mesa y felicitarles por la obra sin embargo no me atreví además eso no
me habría propiciado quedar con ella o conseguir su número, también pensé en
proponer a mis compañeros esperar a que acabaran de cenar los del teatro y
luego seguirles donde fueran de marcha pero me pareció demasiado friki y pasé
de todo.
La semana siguiente también
pensé en ella un poco todos los días, incluso un día subí al centro y me puse a
pasear por Chueca ¡y yo vivía en Aranjuez! pasé delante de El Principito y
seguí callejeando con la ingenua esperanza de encontrármela en algún sitio, llegué
al teatro María Guerrero y pensé en entrar a volver a ver la obra aunque luego
me dije a mi mismo que eso no serviría de nada, pues llegado el momento no
bajaría a los camerinos a hablar con ella así que me volví a Aranjuez.
Pasaron los meses y llegó
la primavera, un día metí la bici en el coche y me fui a la Sierra del Rincón a
montar un poco ya que me encanta ir sólo a veces, me gustaba la sintonía que
cogía con la naturaleza cuando llevaba un buen rato pedaleando. Comencé a
rodar, me alejé un poco del camino principal, el cielo estaba nublado y
empezaron a caer cuatro gotas pero las nubes negras acabaron pronto así que
pensé que si seguía pedaleando llegaría pronto a un sitio despejado. Yo
disfrutaba contemplando a los animales y los paisajes mientras escuchaba
canciones de Joe Hisaishi, estaba emocionado con tanta belleza y pensé en la
posibilidad de encontrarme a Campanilla allí, montando en bici como yo o
haciendo una excursión.
- Posibilidad imposible
-pensé- aunque, por otro lado, las hadas existen si crees en ellas.
Seguí avanzando más de una hora y la lluvia
rompió con fuerza, llegó de golpe y por sorpresa pues no había nubes negras en
el cielo, me di la vuelta y busqué desesperadamente cobijo en el pueblo de
Gulliver. La casa más cercana tenía un porche muy acogedor, me metí pensando
que el dueño de la casa entendería la situación aunque allí no había nadie, me
quedé en el porche esperando hasta que vi un libro encima de un taburete, era
Alicia en el país de las maravillas, no pude evitar hojearlo un poco pues ese
libro era sin duda mi preferido, el más mágico y creativo de todos. Empecé a
leer las peripecias de la niña Alicia, cuyos comentarios infantiles arrasaban
brillantemente con la razón de los adultos, cuando llegó un coche rojo con los
faros encendidos y se bajó una chica vestida de verde, era Campanilla con las
bolsas de la compra ¡no me lo podía creer! se me quedó mirando entre asustada y
sorprendida, le expliqué lo sucedido y poco a poco lo fue entendiendo, le dije
que si quería me marcharía aunque estuviera lloviendo pero no le importó que me
quedara allí hasta que escampara. Me ofreció algo de beber y hablamos sobre el
libro que yo todavía sostenía entre las manos, su compañía de teatro iba a
representar la obra en breve y ella haría de Alicia, le hice saber que también
me gustaba el teatro y que estaba deseando ver la representación aunque no le
dije nada de Peter Pan ni de que sabía quien era ella. Dejó de llover y me
ofreció una camiseta seca, le pedí su teléfono con la excusa de devolvérsela y
me marché tan contento que parecía que flotara en lugar de ir sobre dos ruedas.
El día siguiente me armé de
valor y la invité al cine, estrenaban Kaze Tachinu, la última película del
maestro Miyazaki y tenía la intuición de que a ella le gustaría ese director,
me dijo que sí y sentí como mi vida se ponía muy interesante.
- El viento se levanta, hay
que intentar vivir -repitió en más de una ocasión el protagonista de la
película, haciendo alusión a que había que aprovechar las oportunidades que te brindaba
la vida. Yo me sentí completamente identificado, ese era mi momento y no iba a
dejarlo escapar así que me lancé y nos besamos en el cine por primera vez.
Con el paso de los días le
confesé que había visto la obra de Peter Pan y que me había enamorado de ella
al instante.
- A veces los sueños
también se cumplen -me dijo mientras se reía, con esa facilidad que tenía para
hacerme feliz.
33. EL CIELO DESPUES DE HABER LLOVIDO.
Le encantaba mirar fumar a
su abuelo, a éste le gustaba ponerse una copa de coñac y sentarse en la butaca
frente a la chimenea en invierno, encender una lamparita y leer algún libro
clásico mientras se fumaba un buen habano. María le miraba sin que él se
diera cuenta, veía el placer en sus ojos, en los músculos relajados de su cara
cuando le daba una chupada al puro, aspiraba y expulsaba el humo con calma y
deleite. Le gustaba vivir en el campo, estaba acostumbrada desde pequeña, mirar
el cielo por la mañana y al atardecer, ver la tierra en verano, en otoño, en
invierno y en primavera, estar con los animales, tenían un gato y un perro,
gallinas y patos en un corral y cerdos en la cochinera. Le agradaba ir a por
leche fresca donde el vecino, ver cómo ordeñaba las vacas y el olor que hacía
al hervir.
Cada mañana salía caminando
hacia la parada de autobús más cercana que estaba a media hora de su casa más o
menos, allí se encontraba con otros jóvenes del pueblo, todos se conocían desde
pequeños y quien más quien menos habían jugado todos juntos alguna vez pero con
dieciséis años las cosas habían cambiado, se habían formado grupitos y ella
sólo se juntaba con la hija de la carnicera, su mejor amiga. María era muy
tímida, la compañía de su amiga la apreciaba mucho pero estaba enamorada de
Marcelo desde la primaria, por aquellos tiempos llegaron a hacer muchas cosas
juntos, como bajar las cuestas más empinadas del pueblo en bicicleta, sin
embargo hacía mucho tiempo de aquello y de adolescentes a penas se trataban. El
momento del autobús para ir y venir del instituto era la única vez que le veía
pues luego allí él iba a otra clase, se juntaba con los más rebeldes y trataba
a otras chicas que María pensaba eran más guapas y mejores que ella.
Le había visto cambiar con los años en el
autobús, de pequeño era un chico muy simpático y extrovertido, además de guapo
era un líder carismático para los otros niños y le gustaba a todas las de la
clase, siempre estaba riendo. Ella recordaba especialmente su risa, abierta y
espontánea, inocente y llena de vida que la enamoraba pero también tuvo problemas
en casa y con la edad se volvió chulo y algo agresivo, su risa espectacular se
había apagado y sólo reía cuando iba fumado, no parecía ser una persona feliz
aunque seguía siendo un líder, esta vez de los más rebeldes y marginados del
instituto.
Un día de lluvia María se había olvidado el
paraguas y su amiga estaba con gripe en casa, al bajar del autobús le quedaba
media hora mojándose hasta su casa, entonces escuchó que alguien la llamaba
desde atrás:
- ¡María! ¡espera! -era
Marcelo que se acercaba hacia ella- te acompaño.
María estaba sorprendida
pues él vivía en la dirección opuesta.
- ¿Y dónde vas tú? -le
preguntó.
- No lo sé, pero no quiero
ir a casa -respondió.
Y seguidamente se quitó la chaqueta de cuero y
se la puso a María sobre la cabeza.
- Así te mojarás menos -le
dijo sonriendo.
A María le dio apuro que él se mojara y ella
no pero le gustó el gesto caballeroso y sólo dijo – gracias.
Durante el camino por la
carretera hasta la bifurcación que llevaba directamente a su casa estuvieron
los dos callados, ella esperaba que él dijera algo pero no abrió la boca,
supuso que estaría pensando en sus problemas con sus padres. Al llegar a la
bifurcación empezó a llover con más fuerza.
- ¿Dónde vas a ir ahora con
la que está cayendo? ven a mi casa hasta que deje de llover -le dijo
convencida.
Él pareció aceptar
tácitamente con un gesto en la mirada aunque no parecía muy convencido, estaba
dubitativo, meditabundo, algo que no era muy normal en él. Se pusieron a correr
los dos hacia su casa pero en medio del camino Marcelo se paró a mirar el
cielo.
- ¡Está precioso! -gritó
esta vez mostrando mucho aplomo.
A María también le pareció
muy bonito aunque no se esperaba esa reacción de Marcelo, no le imaginaba tan
sensible y pensó que él también estaba guapísimo bajo a lluvia.
Llegaron los dos a casa
empapados, el abuelo le dejó algo de ropa a Marcelo que luego se reía cuando se
miraba en el espejo, María se fue a su cuarto a cambiarse y luego se pusieron
los tres frente a la chimenea, el abuelo pronto les dejó solos y cenaron juntos
en el comedor.
- ¿Por qué ya no vamos
nunca juntos? -le preguntó a María.
- No lo sé, ya no
vamos a la misma clase y nos juntamos con otra gente... la vida supongo
-contestó intentando ocultar que a ella le gustaría pasar más tiempo con él.
Después de cenar se
quedaron hablando de los viejos tiempos, todo parecía tan lejano... Marcelo se
dio cuenta de que a ella le gustaba, así que se acercó y puso su cara frente a
la suya, María se sonrojó y seguidamente se le quedó mirando a los ojos,
Marcelo se acercó más y se besaron, luego se abrazaron y se fueron a dormir a
su cuarto, María no quería acostarse con él pero sí dormir abrazados, se
tumbaron en la cama y Marcelo se durmió enseguida. Por la mañana María pensaba
que había sido bonito aunque distante. Marcelo se despidió de ella, le dijo que
volvería por la tarde a buscar su ropa, ya no llovía y el cielo estaba limpio y
claro, María se asomó a la ventana y vio a Marcelo alejarse por el camino,
pensó que estaba gracioso vestido con la ropa de su abuelo. Ese mismo día
Marcelo tuvo una pelea con su Padre y se marchó de casa así que no se pasó a
buscar su ropa, ella la lavó y la guardó en un armario no sabía en ese momento
que nunca más volvería a ver a Marcelo.
Con cuarenta años María
estaba casada y con dos niñas, un día de lluvia volvió a casa de su abuelo y se
encontró con la ropa de Marcelo al abrir un armario, cogió la chaqueta de cuero
entre sus manos y miró por la ventana, sonrió, había dejado de llover y el
cielo estaba precioso después de haber llovido.
34. UN TIPO INTELIGENTE.
Fue en la fiesta del Vermar en Binissalem, una noche de
septiembre un poco fresca, las calles del pueblo estaban iluminadas llenas de
mesas rectangulares y gente de todas las edades comiendo fideos. Cuando
acabamos de comer nos fuimos a la plaza del pueblo porque allí había un poco de
fiesta, en una acera había tres guiris tocando la guitarra y otros instrumentos
(se comentaba que eran ya residentes en el pueblo), pronto se fue formando
alrededor de ellos una aglomeración de gente entre los cuales estábamos mis
amigos y yo, sosteníamos una cerveza en la mano y mirábamos el espectáculo.
Junto a los músicos había
un chico bailando, era el único que lo hacía pues nadie más se atrevía a
ponerse allí en medio, tenía síndrome de down quizás por eso no sentía
vergüenza, se notaba que no le importaba una higa lo que pudieran pensar de él,
se le veía feliz, disfrutando con una pasión casi infantil moviéndose
desenfrenadamente, como si en ese momento no hubiera nada en el mundo capaz de
mejorar la situación, de vez en cuando miraba hacia el público y se reía como
un niño ilusionado que hubiera visto a los reyes magos. Pensé en ese momento
que él era sin duda el más inteligente de todos los que habíamos allí.
35. ANDRES ESTA JUGANDO.
El pequeño Andrés está
jugando a carreras de coches encima de su alfombra, escucha discutir a sus
padres y deja de hacerlo, empieza a tocarse una herida que se hizo en la
rodilla jugando en la calle, le gusta quitarse la costra poco a poco, su padre
se marcha a trabajar y cesa la discusión, al pequeño Andrés le gustaría volver
a jugar con los coches en la alfombra sin embargo sigue rascándose su costra,
se entretiene toqueteando su herida hasta que se hace sangre.
36. EX-TAXISTA.
Hola, me llamo Miguel, fui
taxista en Madrid en los buenos tiempos antes de que apareciera la endemoniada
aplicación Uber. Los primeros años de mi trayectoria profesional fueron muy
interesantes, me gustaba poner la música en el coche y pasear tranquilamente,
conocer a gente interesante y pasar un buen rato parloteando. Mi vida empezó a
cambiar cuando me dieron el trayecto que llegaba hasta el congreso, empecé a
llevar políticos todos los días, de derechas, de izquierdas, de centro y hasta
anti sistema también. A mi nunca me había gustado la política hasta ese momento
pero el tratar tanto con ellos me entró el gusanillo, pasé de oír música a
escuchar las tertulias radiofónicas y como no tenía inclinación política las
escuchaba de derechas, de izquierdas, de centro y hasta anti sistema. Con los
políticos me pasaba lo mismo, me convencían, encontraba que todos tenían su
parte de razón y al principio me gustaba escucharles pero luego me fui
complicando la vida, empecé a tener conflictos conmigo mismo porque no me
situaba políticamente, no tenía clara mi ideología, mi vida pasó a ser más
estresante y empecé a gritar a otros conductores.
Una mañana un político, no
diré de que partido, me preguntó si podía correr más de lo habitual, pues
llegaba tarde al congreso porque se había quedado dormido. Le metí caña al
coche y en un paso de cebra casi mato a un peatón, afortunadamente pude
esquivarle aunque yo me empotré contra un coche aparcado, mi airbag no saltó y
acabé en el hospital, el de mi cliente sí lo hizo y no le pasó nada, pudo
llegar a tiempo al congreso. Después de aquello decidí dejar el taxi y montar
una floristería, he vuelto a escuchar música, ya no me interesa la política.
37. EL JERSEY QUE PICABA.
Su madre le había obligado a ponerse el jersey
que picaba, uno de lana verde con rombos rojos, no hubo camisetas interiores de
manga larga y David tubo que sufrir su tacto en los brazos. Ese día empezaba a
hacer calor y los rayos de sol se colaban enfadados por la ventana durante la
clase de matemáticas, aunque no le importaba demasiado porque Isabelita había
venido a clase y todo lo demás le daba igual. Pasó el tiempo y siguió haciendo
más calor, el profesor empezó a hacer parejas para la posterior clase de
gimnasia, Isabelita estaba de pie y hacía falta un voluntario, David quiso
ofrecerse pero le subió la temperatura y el jersey le picó más que nunca así
que iba a quedarse sentado, sudando, sin embargo Isabelita le miró a los ojos,
entonces se levantó como un resorte, se quitó el jersey, lo tiró al suelo y
dijo:
- ¡Yo seré su compañero!
38. SUEÑOS DE BARRO.
Cuando se durmió sentado en
su escritorio había dejado escritas unas palabras tristes:
La vida es un cementerio de ideales. Me sumerjo en
el agua y el sol se esconde, y la luz desaparece dejando una inmensidad de
oscuridad líquida. Nado hacia el fondo, sin remedio, y poco a poco sin darme
cuenta como una piedra voy cayendo. Escucho a lo lejos el grito de un artista
solitario que pide auxilio y de repente el grito estalla y se expande, formando
ondas colosales de ego necesitado que va buscando a alguien. Veo pasar hacia la
superficie ideales y sueños cabalgando en caballos pardos que huyen
despavoridos y los intento tocar, y no quieren. Pero yo sigo cayendo, y miro
mis manos y mi cuerpo desnudo y veo que el color de mi piel está
desapareciendo, toda mi pureza va quedando atrás formando una estela blanca de
deseo insatisfecho. Sólo veo oscuridad ¡aunque todavía me siento! y como
un bebe en el útero adopto posición fetal y me abrazo fuerte intentando no
dejar escapar mi último aliento. Pero sigo cayendo. Escucho a la soledad
escondida en las profundidades que me llama lentamente, en voz baja
despiadada, letal. Finalmente toco fondo, llego a un lecho de algas antiguas,
sin esperanzas ¡aunque todavía estoy vivo! puedo escuchar el latido del corazón
afligido, me dirijo donde hay más sufrimiento, donde robaron el beso, la
ilusión y el abrazo, y desgarro la piel con las manos, libero la sangre
envenenada ¡que fluya! ¡que se exprese y corra! y luego lamo la herida..
y poco a poco va cicatrizando... siempre es de noche en el corazón de un niño
abandonado.
Cuando despertó era un niño
y estaba desnudo en un bosque tenebroso, estaba rodeado por unos acantilados
que formaban un círculo perfecto tan alto que su fin no se podía divisar por
mucho que mirara hacia arriba. Tenía mucho frío, pasó días hambriento
escondiéndose en cuevas, cazando conejos como un animal para comérselos vivos
hasta que una mañana le despertó un rayo de sol. Escuchó el sonido del agua
correr y descubrió un arroyo, lo siguió y llegó a la parte central de aquel
círculo, donde no había árboles, el sol brillaba y mostraba un claro de hierba
con un gran lago y una casita blanca posada en una pequeña cima.
Se acercó a aquella pequeña
casa y cuando llegó hasta las mismas paredes blancas escuchó un sonido que
venía de dentro, un sonido continuo como de madera que crujía, se asomó a la
ventana y vio a una mujer sentada en una mesa adaptada a uno de esos tornos de
alfarería antiguos, llamados de volante, que se movían con el pie. Estaba dando
forma a un trozo de fango, le llamó la atención lo que hacía con sus manos, era
como si aquella masa marrón y mojada que se movía y adoptada formas extrañas
tuviera vida. Contempló ensimismado cómo empezaba una nueva pieza, como ponía
un trozo de arcilla, se mojaba las manos, movía el pie para hacer girar la
rueda, se sentaba hacia delante con el rostro ensombrecido, la mirada fija,
concentrada en el barro... y lo transformaba. Toda la energía de ese lugar se
concentraba entre sus manos, el objeto subía, luego bajaba, se ensanchaba y
formaba un agujero negro en lo alto con apariencia de círculo perfecto que
giraba sobre si mismo. Observaba hechizado aquel orificio oscuro, como sus
manos acariciaban el barro, entonces empezó a sentir un calor reconfortante,
imaginó el tacto suave y cálido en su piel y de repente quiso ser ese objeto de
barro y estar entre sus manos.
El día
siguiente la mujer estaba tendiendo ropa fuera de casa, llevaba puesto un
camisón blanco, por su aspecto debía tener unos cincuenta años, todavía era
hermosa tenía esa belleza serena, equilibrada y armoniosa que tienen las
flores, esplendorosa, recatada y esbelta como una dama modernista. Lentamente
él salió del bosque y empezó a acercarse a esa mujer que le tenía fascinado.
Cuando ya se encontró a pocos metros de ella la mujer se giró y palideció del
susto, vio a un niño desnudo, herido, sucio, que se acercaba caminando a cuatro
patas hacia ella. Rápidamente se quedó enganchada mirando su cara, le
sobrecogió, tenía la misma expresión en la mirada que la de un perro maltratado
pidiendo ayuda, se quedó petrificada, esperando. El niño llegó hasta el mismo
lugar donde se encontraba ella, entonces hizo un gesto con su cabeza buscando
su mano, la mano de la mujer se movió lentamente, sin querer y encontró la cara
del niño suavemente, con delicadeza, el niño apoyó su cabeza en su palma, ella
le acarició, él sonrió.
Después de darle de comer y
bañarle el niño durmió todo el día, por la noche después de cenar, la mujer se
sentó en el sofá en frente de la chimenea y el niño se acostó en su regazo,
mientras le acariciaba el pelo empezó a cantarle una nana con voz dulce y
aterciopelada, ese sonido se deslizaba en los oídos del niño, notaba la calidez
del fuego y las caricias en el cabello, sintió un calor que le recorrió el
cuerpo, cerró los ojos e imaginó la mano de aquella mujer transformada en luz
penetrándole en el pecho, moviendo los dedos como quien tocara el arpa, poco a
poco, primero el menique, luego el anular, el corazón, el índice y vuelta a
empezar. Notó sus dedos acariciándole el corazón... y esbozó una sonrisa.
Por la mañana se despertó y
no estaba la mujer, él intentó moverse pero no pudo porque se había convertido
en una estatua de barro, entonces empezó a preguntarse por su madre:
¿Dónde está mi madre?
-movió la cabeza de lado a lado y no la vio- ¿quién soy? no recuerdo nada, sólo
a mi madre, la recuerdo creando esos objetos mágicos que cobraban vida en sus
manos, recuerdo su voz y sus caricias que me hacían sentir bien. No puedo
moverme, necesito a mi madre, si pudiera mover las piernas podría salir a
buscarla... en fin, ahora vendrá... pero ¿por qué no está aquí? yo quiero
verla, quiero que me acaricie con esas manos que me protegen, necesito verla
¿dónde estará?... ¡qué oscura está la casa, no parece que sea de día!
tengo frío, el fuego está apagado, siento las paredes heladas a mi alrededor,
si pudiera moverme... me gustaría estirar las piernas ¡me gustaría correr!
¡maldita sea! si pudiera al menos mover un dedo ¡sólo uno! lo que daría por
sentir el movimiento, ni siquiera me acuerdo de esa sensación... respiro con
dificultad, mis pulmones están duros en este cuerpo rígido, me gustaría
respirar profundamente, me sentiría más tranquilo... ¿y mi madre? ¿se habrá ido
para siempre? ¿me ha dejado? ¡oh no, por favor! ¡madre no me abandones! ¡te
necesito! ¡no me abandones!... ¡ah! no se me había ocurrido, la llamaré,
gritaré fuerte así a lo mejor me oye y viene... ¡oh! ¡Dios! ¡no puedo hablar!
intento abrir la boca pero está cerrada, es inamovible y yo siento las palabras
en mi estómago que quieren salir, noto como trepan hasta la garganta, luego
caen y mueren... soy como una estatua que sufre, quiero llorar, quiero sentir
las lágrimas corriendo por mis mejillas ¿y si mi madre me ha dejado por algo
que he hecho? ¿soy yo el culpable madre? ¿en qué te he fallado? ¿qué he hecho
mal? ¡lo siento! ¡no lo volveré a hacer! ¡perdóname por favor! me he portado
mal, he sido malo y ahora mi madre no me quiere ¡no me quiere! el día se
oscurece más, creo que se va a apagar definitivamente, llega el final... se
forman sombras extrañas en la casa. Estoy solo y abandonado, nadie me protege,
el viento me rodea susurrando, escucho ruidos que se transforman en voces,
llega mi fin...
En ese
momento abrió la puerta la mujer y se encontró al niño de carne y hueso
llorando lágrimas de barro pero en cuanto la vio se levantó de un salto y
corrieron ambos a abrazarse. Inmediatamente entró el sol con fuerza por la
ventana, la luz iluminó la cara del niño, los rayos abrieron sus pupilas y
penetraron en su interior. Pudo sentir toda esa energía entrando en tromba
dentro de él, de arriba a abajo tocando cada milímetro de su cuerpo y cuanto
más fuerte abrazaba más energía sentía, entonces miró a aquella mujer a los
ojos y se puso a reír con ganas a lo que la mujer respondió:
- Toda la felicidad del
mundo está ahora en tu risa.
A partir de aquel día
vivieron juntos mucho tiempo, a él le gustaba tumbarse en la alfombra de pelo
largo en frente de la chimenea por las noches mientras ella trabajaba en el
torno rodeada de velas, le gustaba dormirse sintiendo el calor del fuego,
escuchando el sonido lejano del aparato mientras se imaginaba, agradecido, cómo
aquella mujer acariciaba el barro igual que acariciaba su corazón.
Una noche, mientras la
alfarera dormía, el niño escuchó una melodía que entraba por la ventana, era
una canción lejana de guitarra española que venía de lo profundo del bosque.
Atraído por tan hermosa cadencia salió de casa y marchó hacia el lago, había
luna llena, el prado estaba iluminado de un color verde fluorescente y el lago
brillaba como plata líquida, se detuvo al lado de la zona fangosa donde su
madre extraía el barro para después trabajarlo, el sonido venía de un extremo
donde estaban los acantilados. Como no se atrevía a meterse de noche en el
bosque se quedó allí, la temperatura era cálida, así que decidió desnudarse y
meterse en el lago, se lanzó de cabeza y nadó un poco, el agua estaba tibia,
luego volvió a la zona fangosa y se tumbó boca arriba dejando la mitad de su
cuerpo dentro del agua. La melodía era muy bella, eran canciones de Paco de
Lucía, puso las manos en su tripa y sintió un calor reconfortante en toda la
zona abdominal, cogió fango y se lo untó por todo el cuerpo, miró la luna y se
sintió hechizado, sintió el efecto nutritivo del barro por toda su piel, eso le
hizo sonreír y tener sueños dulces.
Por la mañana cuando llegó
a su casa la alfarera no estaba y la casa estaba vacía, como si hubiera estado
abandonada desde tiempos remotos. El niño se puso a llorar desconsoladamente
mientras caminaba por la casa y cuando llegó a la parte de arriba leyó una
frase escrita en la pared:
Ahora tu llanto concentra toda la tristeza del
mundo, no llores más volveremos a estar juntos.
Pero el niño lloró más
fuerte todavía y salió corriendo de la casa, el cielo se nubló y empezó a caer
una gran tormenta, corrió hacia el lugar de los acantilados donde había
escuchado la melodía la noche anterior pero la lluvia le dificultaba el
trayecto, era tan intensa que parecía que se estuviera volcando un mar en aquel
círculo. Llegó al acantilado y vio una escalera de cuerdas y madera que llegaba
a una cueva en una gran altura, subió y cuando llegó se tumbó en el suelo
adoptando posición fetal para seguir llorando hasta que se durmió.
Cuando despertó ya no
llovía y él no sentía tristeza, en las paredes de la cueva había escritas unas
frases:
Búscame en los primeros rayos de luz cuando amanece, donde saborean el
aliento cálido los enamorados, donde la madre alimenta y protege a su hijo, en
la risa de un niño que descubre el mundo, en los aplausos del público cuando
acaba la función, en los ojos emocionados del que contempla una obra de arte,
en las risas felices de los amigos que se reencuentran.
El niño se asomó para mirar
el círculo y el agua lo cubría todo, no se veía ni un árbol del bosque, ni el
claro, ni la casita blanca, todo había quedado sumergido debajo de un gran lago
y los acantilados se habían erosionado hasta llegar a la altura del agua. El
niño se desnudó y se lanzó de cabeza.
Cuando despertó en su
escritorio se sintió feliz, sus días como huérfano habían acabado hacía mucho
tiempo, su madre y su padre adoptivos le querían y formaban una familia, así
que cogió el papel que había escrito la noche anterior, lo dobló formando un
avión de papel y lo lanzó por la ventana.
39. UN SUEÑO DE ARENA.
El pequeño Pablo se ha ido
a dormir un poco preocupado, ha visto discutir a su padre por teléfono, le ha
escuchado asustado y enfadado así que luego ha tenido un mal sueño. Estaba en
un desierto y no había nadie excepto él, mirara donde mirara no se veía nada,
sólo cielo y arena. De repente se formó un gran remolino bajo sus pies, uno
enorme donde se caía y daba vueltas. El remolino se levantó convirtiéndose en
un gran tornado, uno colosal, él estaba en la parte más alta donde fue cogiendo
forma una cabeza monstruosa, ciclópea con la cara de su padre. Ésta gritaba con
una potencia descomunal, lloraba arena y bramaba un dolor insoportable, Pablo
sufría porque quería ayudarle pero no podía hacer nada ya que sólo era un grano
de arena en medio de aquella tormenta.
40. AMOR BAJO LOS DRAGONES.