2 de junio de 1942
Espero poder
confiártelo todo como aún no lo he podido hacer con nadie, y espero que seas
para mí un gran apoyo.
28 de setiembre de 1942 (Añadido)
Hasta ahora has sido
para mí un gran apoyo, y también Kitty, a quien escribo regularmente. Esta
manera de escribir en mi diario me agrada mucho más y ahora me cuesta esperar
cada vez a que llegue el momento para sentarme a escribir en ti.
¡Estoy tan contenta
de haberte traído conmigo!
Domingo, 14 de junio de 1942
Lo mejor será que
empiece desde el momento en que te recibí, o sea, cuando te vi en la mesa de
los regalos de cumpleaños (porque también presencié el momento de la compra,
pero eso no cuenta).
El viernes 12 de junio,
a las seis de la mañana ya me había despertado, lo que se entiende, ya que era
mi cumpleaños. Pero a las seis todavía no me dejan levantarme, de modo que tuve
que contener mi curiosidad hasta las siete menos cuarto. Entonces ya no pude
más: me levanté y me fui al comedor, donde Moortje[1], el gato, me recibió haciéndome carantoñas.
Poco después de las
siete fui a saludar a papá y mamá y luego al salón, a desenvolver los regalos,
lo primero que vi fuiste tú, y quizá hayas sido uno de mis regalos más bonitos.
Luego un ramo de rosas y dos ramas de peonías. Papá y mamá me regalaron una
blusa azul, un juego de mesa, una botella de zumo de uva que a mi entender sabe
un poco a vino (¿acaso el vino no se hace con uvas?), un rompecabezas, un tarro
de crema, un billete de 2,50 florines y un vale para comprarme dos libros.
Luego me regalaron otro libro, La cámara oscura, de Hildebrand (pero como
Margot ya lo tiene he ido a cambiarlo), una bandeja de galletas caseras (hechas
por mí misma, porque últimamente se me da muy bien eso de hacer galletas),
muchos dulces y una tarta de fresas hecha por mamá. También una carta de la
abuela, que ha llegado justo a tiempo; pero eso, naturalmente, ha sido
casualidad.
Entonces pasó a
buscarme Hanneli y nos fuimos al colegio. En el recreo convidé a galletas a los
profesores y a los alumnos, y luego tuvimos que volver a clase. Llegué a casa a
las cinco, pues había ido a gimnasia (aunque no me dejan participar porque se
me dislocan fácilmente los brazos y las piernas) y como juego de cumpleaños
elegí el voleibol para que jugaran mis compañeras. Al llegar a casa ya me
estaba esperando Sanne Lederman. A Ilse Wagner, Hanneli Goslar y Jacqueline van
Maarsen las traje conmigo de la clase de gimnasia, porque son compañeras mías
del colegio. Hanneli y Sanne eran antes mis mejores amigas, y cuando nos veían
juntas, siempre nos decían: «Ahí van Anne, Hanne y Sanne.» A Jacqueline van
Maarsen la conocí hace poco en el liceo judío y es ahora mi mejor amiga. use es
la mejor amiga de Hanneli, y Sanne va a otro colegio, donde tiene sus amigas.
El club me ha
regalado un libro precioso, Sagas y leyendas neerlandesas, pero por
equivocación me han regalado el segundo tomo, y por eso he cambiado otros dos
libros por el primer tomo. La tía Helene me ha traído otro rompecabezas, la tía
Stephanie un broche muy mono y la tía Leny un libro muy divertido, Las
vacaciones de Daisy en la montaña. Esta mañana, cuando me estaba bañando,
pensé en lo bonito que sería tener un perro como Rin-tintín. Yo también lo
llamaría Rin-tin-tín, y en el colegio siempre lo dejaría con el conserje, o
cuando hiciera buen tiempo, en el garaje para las bicicletas.
Lunes, 15 de junio de 1942
El domingo por la
tarde festejamos mi cumpleaños. Rin-tin-tín gustó mucho a mis compañeros. Me
regalaron dos broches, una señal para libros y dos libros. Ahora quisiera
contar algunas cosas sobre las clases y el colegio, comenzando por los
alumnos.
Betty Bloemendaal
tiene aspecto de pobretona, y creo que de veras lo es, vive en la Jan
Klasenstraat, una calle al oeste de la ciudad, que ninguno de nosotros sabe
dónde queda. En el colegio es muy buena alumna, pero sólo porque es muy
aplicada, pues su inteligencia va dejando que desear. Es una chica bastante
tranquila.
A Jacqueline van
Maarsen la consideran mi mejor amiga, pero nunca he tenido una verdadera amiga.
Al principio pensé que Jacque lo sería, pero me ha decepcionado bastante.
D. Q.[2] es una chica muy nerviosa que siempre se
olvida de las cosas y a la que en el colegio dan un castigo tras otro. Es muy
buena chica, sobre todo con G. Z.
E. S. es una chica
que habla tanto que termina por cansarte. Cuando te pregunta algo, siempre se
pone a tocarte el pelo o los botones. Dicen que no le caigo nada bien, pero
mucho no me importa, ya que ella a mí tampoco me parece demasiado simpática.
Henny Mets es una
chica alegre y divertida, pero habla muy alto y cuando juega en la calle se
nota que todavía es una niña. Es una lástima que tenga una amiga, llamada
Beppy, que influye negativamente en ella, ya que ésta es una marrana y una
grosera.
J. R., a quien
podríamos dedicar capítulos enteros, es una chica presumida, cuchicheadora,
desagradable, que le gusta hacerse la mayor; siempre anda con tapujos y es una
hipócrita. Se ha ganado a Jacqueline, lo que es una lástima. Llora por cualquier
cosa, es quisquillosa y sobre todo muy melindrosa. Siempre quiere que le den
la razón. Es muy rica y tiene el armario lleno de vestidos preciosos, pero que
la hacen muy mayor. La
onta se cree que es
muy guapa, pero es todo lo contrario. Ella y yo no nos soportamos para nada.
Ilse Wagner es una
niña alegre y divertida, pero es una quisquilla y por eso a veces un poco
latosa. use me aprecia mucho. Es muy guapa, pero holgazana.
Hanneli Goslar o
Lies, como la llamamos en el colegio, es una chica un poco curiosa. Por lo
general es tímida, pero en su casa es de lo más fresca. Todo lo que le cuentas
se lo cuenta a su madre. Pero tiene opiniones muy definidas y sobre todo
últimamente le tengo mucho aprecio.
Nannie van
Praag-Sigaar es una niña graciosa, bajita e inteligente. Me cae simpática. Es
bastante guapa. No hay mucho que comentar sobre ella.
Eefje de Jong es muy
maja. Sólo tiene doce años, pero ya es toda una damisela. Me trata siempre como
a un bebé. También es muy servicial, y por eso me cae muy bien.
G. Z. es la más guapa
del curso. Tiene una cara preciosa, pero para las cosas del colegio es bastante
cortita. Creo que tendrá que repetir curso, pero eso, naturalmente, nunca se lo
he dicho. (Añadido)
Para gran sorpresa
mía, G. Z. no ha tenido que repetir curso.
Y la última de las
doce chicas de la clase soy yo, que soy compañera de pupitre de G. Z.
Sobre los chicos hay
mucho, aunque a la vez poco que contar. Maurice Coster es uno de mis muchos
admiradores, pero es un chico bastante pesado.
Sallie Springer es un
chico terriblemente grosero y corre el rumor de que ha copulado. Sin embargo
me cae simpático, porque es muy divertido.
Emiel Bonewit es el
admirador de G. Z., pero ella a él no le hace demasiado caso. Es un chico bastante
aburrido.
Rob Cohen también ha
estado enamorado de mí, pero ahora ya no lo soporto. Es hipócrita, mentiroso,
llorón, latoso, está loco y se da unos humos tremendos.
Max van der Velde es
hijo de unos granjeros de Medemblik, pero es un buen tipo, como diría Margot.
Herman Koopman
también es un grosero, igual que Jopie de Beer, que es un donjuán y un
mujeriego.
Leo Blom es el amigo
del alma de Jopie de Beer pero se le contagia su grosería.
Albert de Mesquita es
un chico que ha venido del colegio Montessori y que se ha saltado un curso. Es
muy inteligente.
Leo Slager ha venido
del mismo colegio pero no es tan inteligente.
Ru Stoppelmon es un
chico bajito y gracioso de Almelo, que ha comenzado el curso más tarde.
C. N. hace todo lo
que está prohibido.
Jacques Kocernoot
está sentado detrás de nosotras con Pam y nos hace morir de risa (a G. y a mí).
Harry Schaap es el
chico más decente de la clase, y es bastante simpático.
Werner Joseph ídem de
ídem, pero por culpa de los tiempos que corren es algo callado, por lo que
parece un chico un tanto aburrido.
Sam Salomon parece
uno de esos pillos arrabaleros, un granuja. (¡Otro admirador!)
Appie Riem es
bastante ortodoxo, pero otro mequetrefe.
Ahora debo terminar.
La próxima vez tendré muchas cosas que escribir en ti, es decir, que contarte.
¡Adiós! ¡Estoy contenta de tenerte!
Sábado, 20 de junio de 1942
Para alguien como yo
es una sensación muy extraña escribir un diario. No sólo porque nunca he
escrito, sino porque me da la impresión de que más tarde ni a mí ni a ninguna
otra persona le interesarán las confidencias de una colegiala de trece años.
Pero eso en realidad da igual, tengo ganas de escribir y mucho más aún de
desahogarme y sacarme de una vez unas cuantas espinas. «El papel es más
paciente que los hombres.» Me acordé de esta frase uno de esos días medio
melancólicos en que estaba sentada con la cabeza apoyada entre las manos,
aburrida y desganada, sin saber si salir o quedarme en casa, y finalmente me
puse a cavilar sin moverme de donde estaba. Sí, es cierto, el papel es
paciente, pero como no tengo intención de enseñarle nunca a nadie este cuaderno
de tapas duras llamado pomposamente «diario», a no ser que alguna vez en mi
vida tenga un amigo o una amiga que se convierta en el amigo o la amiga «del
alma», lo más probable es que a nadie le interese.
He llegado al punto
donde nace toda esta idea de escribir un diario: no tengo ninguna amiga.
Para ser más clara
tendré que añadir una explicación, porque nadie entenderá cómo una chica de
trece años puede estar sola en el mundo. Es que tampoco es tan así: tengo unos
padres muy buenos y una hermana de dieciséis, y tengo como treinta amigas en
total, entre buenas y menos buenas. Tengo un montón de admiradores que tratan
de que nuestras miradas se crucen o que, cuando no hay otra posibilidad,
intentan mirarme durante la clase a través de un espejito roto. Tengo a mis
parientes, a mis tías, que son muy buenas, y un buen hogar. Al parecer no me
falta nada, salvo la amiga del alma. Con las chicas que conozco lo único que
puedo hacer es divertirme y pasarlo bien. Nunca hablamos de otras cosas que no
sean las cotidianas, nunca llegamos a hablar de cosas íntimas. Y ahí está
justamente el quid de la cuestión. Tal vez la falta de confidencialidad sea
culpa mía, el asunto es que las cosas son como son y lamentablemente no se
pueden cambiar. De ahí este diario.
Para realzar todavía
más en mi fantasía la idea de la amiga tan anhelada, no quisiera apuntar en
este diario los hechos sin más, como hace todo el mundo, sino que haré que el
propio diario sea esa amiga, y esa amiga se llamará Kitty.
¡Mi historia! (¡Cómo
podría ser tan tonta de olvidármela!)
Como nadie entendería
nada de lo que fuera a contarle a Kitty si lo hiciera así, sin ninguna
introducción, tendré que relatar brevemente la historia de mi vida, por poco
que me plazca hacerlo.
Mi padre, el más
bueno de todos los padres que he conocido en mi vida, no se casó hasta los
treinta y seis años con mi madre, que tenía veinticinco. Mi hermana Margot
nació en 1926 en Alemania, en Francfort del Meno. El 1 z de junio de 1929 le
seguí yo. Viví en Francfort hasta los cuatro años. Como somos judíos «de pura
cepa», mi padre se vino a Holanda en 1933, donde fue nombrado director de
Opekta, una compañía holandesa de preparación de mermeladas. Mi madre, Edith
Holländer, también vino a Holanda en septiembre, y Margot y yo fuimos a
Aquisgrán, donde vivía mi abuela. Margot vino a Holanda en diciembre y yo en
febrero, cuando me pusieron encima de la mesa como regalo de cumpleaños para
Margot.
Pronto empecé a ir al
jardín de infancia del colegio Montessori, y allí estuve hasta cumplir los seis
años. Luego pasé al primer curso de la escuela primaria. En sexto tuve a la
señora Kuperus, la directora. Nos emocionamos mucho al despedirnos a fin de
curso y lloramos las dos, porque yo había sido admitida en el liceo judío, al
que también iba Margot.
Nuestras vidas
transcurrían con cierta agitación, ya que el resto de la familia que se había
quedado en Alemania seguía siendo víctima de las medidas antijudías decretadas
por Hitler. Tras los pogromos de 1938, mis dos tíos maternos huyeron y
llegaron sanos y salvos a Norteamérica; mi pobre abuela, que ya tenía setenta y
tres años, se vino a vivir con nosotros.
Después de mayo de
1940, los buenos tiempos quedaron definitivamente atrás: primero la guerra,
luego la capitulación, la invasión alemana, y así comenzaron las desgracias
para nosotros los judíos. Las medidas antijudías se sucedieron rápidamente y
se nos privó de muchas libertades. Los judíos deben llevar una estrella de
David; deben entregar sus bicicletas; no les está permitido viajar en tranvía;
no les está permitido viajar en coche, tampoco en coches particulares; los
judíos sólo pueden hacer la compra desde las tres hasta las cinco de la tarde;
sólo pueden ir a una peluquería judía; no pueden salir a la calle desde las
ocho de la noche hasta las seis de la madrugada; no les está permitida la
entrada en los teatros, cines y otros lugares de esparcimiento público; no les
está permitida la entrada en las piscinas ni en las pistas de tenis, de hockey
ni de ningún otro deporte; no les está permitido practicar remo; no les está
permitido practicar ningún deporte en público; no les está permitido estar
sentados en sus jardines después de las ocho de la noche, tampoco en los
jardines de sus amigos; los judíos no pueden entrar en casa de cristianos;
tienen que ir a colegios judíos, y otras cosas por el estilo. Así transcurrían
nuestros días: que si esto no lo podíamos hacer, que si lo otro tampoco. Jacques
siempre me dice: «Ya no me atrevo a hacer nada, porque tengo miedo de que esté
prohibido.»
En el verano de 1941,
la abuela enfermó gravemente. Hubo que operarla y mi cumpleaños apenas lo
festejamos. El del verano de 1940 tampoco, porque hacía poco que había acabado
la guerra en Holanda. La abuela murió en enero de 1942. Nadie sabe lo mucho que
pienso en ella, y cuánto la sigo queriendo. Este cumpleaños de 1942 lo hemos
festejado para compensar los anteriores, y también tuvimos encendida la vela
de la abuela.
Nosotros cuatro
todavía estamos bien, y así hemos llegado al día de hoy, 20 de junio de 1942,
fecha en que estreno mi diario con toda solemnidad.
Sábado, 20 de junio de 1942
¡Querida Kitty!
Empiezo ya mismo. En
casa está todo tranquilo. Papá y mamá han salido y Margot ha ido a jugar al
ping-pong con unos chicos en casa de su amiga Trees. Yo también juego mucho al
pingpong últimamente, tanto que incluso hemos fundado un club con otras cuatro
chicas, llamado «La Osa Menor menos dos». Un nombre algo curioso, que se basa
en una equivocación. Buscábamos un nombre original, y como las socias somos
cinco pensamos en las estrellas, en la Osa Menor. Creíamos que estaba formada
por cinco estrellas, pero nos equivocamos: tiene siete, al igual que la Osa
Mayor. De ahí lo de «menos dos». En casa de use Wagner tienen un juego de
ping-pong, y la gran mesa del comedor de los Wagner está siempre a nuestra
disposición. Como a las cinco jugadoras de ping-pong nos gusta mucho el helado,
sobre todo en verano, y jugando al ping-pong nos acaloramos mucho, nuestras
partidas suelen terminar en una visita a alguna de las heladerías más próximas
abiertas a los judíos, como Oase o Delphi. No nos molestamos en llevar nuestros
monederos, porque Oase está generalmente tan concurrido que entre los
presentes siempre hay algún señor dadivoso perteneciente a nuestro amplio
círculo de amistades, o algún admirador, que nos ofrece más helado del que
podríamos tomar en toda una semana.
Supongo que te
extrañará un poco que a mi edad te esté hablando de admiradores.
Lamentablemente, aunque en algunos casos no tanto, en nuestro colegio parece
ser un mal ineludible. Tan pronto como un chico me pregunta si me puede
acompañar a casa en bicicleta y entablamos una conversación, nueve de cada diez
veces puedes estar segura de que el muchacho en cuestión tiene la maldita
costumbre de apasionarse y no quitarme los ojos de encima. Después de algún
tiempo, el enamoramiento se les va pasando, sobre todo porque yo no hago mucho
caso de sus miradas fogosas y sigo pedaleando alegremente. Cuando a veces la
cosa se pasa de castaño oscuro, sacudo un poco la bici, se me cae la cartera,
el joven se siente obligado a detenerse para recogerla, y cuando me la entrega
yo ya he cambiado completamente de tema. Éstos no son sino los más inofensivos;
también los hay que te tiran besos o que intentan cogerte del brazo, pero conmigo
lo tienen difícil: freno y me niego a seguir aceptando su compañía, o me hago
la ofendida y les digo sin rodeos que se vayan a su casa.
Basta por hoy. Ya
hemos sentado las bases de nuestra amistad. ¡Hasta mañana!
Tu Ana
Domingo, 21 de junio de 1942
Querida Kitty:
Toda la clase
tiembla. El motivo, claro, es la reunión de profesores que se avecina. Media
clase se pasa el día apostando a que si aprueban o no el curso. G. Z. y yo nos
morimos de risa por culpa de nuestros compañeros de atrás, C. N. y Jacques
Kocernoot, que ya han puesto en juego todo el capital que tenían para las
vacaciones. «¡Que tú apruebas!», «¡que no!», «¡que sí!», y así todo el santo
día, pero ni las miradas suplicantes de G. pidiendo silencio, ni las broncas
que yo les suelto, logran que aquellos dos se calmen.
Calculo que la cuarta
parte de mis compañeros de clase deberán repetir curso, por lo zoquetes que
son, pero como los profesores son gente muy caprichosa, quién sabe si ahora, a
modo de excepción, no les da por repartir buenas notas.
En cuanto a mis
amigas y a mí misma no me hago problemas, creo que todo saldrá bien. Sólo las
matemáticas me preocupan un poco. En fin, habrá que esperar. Mientras tanto,
nos damos ánimos mutuamente.
Con todos mis
profesores y profesoras me entiendo bastante bien. Son nueve en total: siete
hombres y dos mujeres. El profesor Keesing, el viejo de matemáticas, estuvo un
tiempo muy enfadado conmigo porque hablaba demasiado. Me previno y me previno,
hasta que un día me castigó. Me mandó hacer una redacción; tema: «La
parlanchina». ¡La parlanchina! ¿Qué se podría escribir sobre ese tema? Ya lo
vería más adelante. Lo apunté en mi agenda, guardé la agenda en la cartera y
traté de tranquilizarme.
Por la noche, cuando
ya había acabado con todas las demás tareas, descubrí que todavía me quedaba
la redacción. Con la pluma en la boca, me puse a pensar en lo que podía
escribir. Era muy fácil ponerse a desvariar y escribir lo más espaciado
posible, pero
dar una prueba
convincente de la necesidad de hablar ya resultaba más difícil. Estuve pensando
y repensando, luego se me ocurrió una cosa, llené las tres hojas que me había
dicho el profe y me quedé satisfecha. Los argumentos que había aducido eran que
hablar era propio de las mujeres, que intentaría moderarme un poco, pero que
lo más probable era que la costumbre de hablar no se me quitara nunca, ya que
mi madre hablaba tanto cómo yo, si no más, y que los rasgos hereditarios eran
muy difíciles de cambiar.
Al profesor Keesing
le hicieron mucha gracia mis argumentos, pero cuando en la clase siguiente
seguí hablando, tuve que hacer una segunda redacción esta vez sobre «La
parlanchina empedernida». También entregué esa redacción, y Keesing no tuvo
motivo de queja durante dos clases. En la tercera, sin embargo, le pareció que
había vuelto a pasarme de la raya. «Ana Frank, castigada por hablar en clase.
Redacción sobre el tema: "Cuacuá, cuacuá, parpaba la pata".»
Todos mis compañeros
soltaron la carcajada. No tuve más remedio que reírme con ellos, aunque ya se
me había agotado la inventiva en lo referente a las redacciones sobre el
parloteo. Tendría que ver si le encontraba un giro original al asunto. Mi amiga
Sanne, poetisa excelsa, me ofreció su ayuda para hacer la redacción en verso
de principio a fin, con lo que me dio una gran alegría. Keesing quería ponerme
en evidencia mandándome hacer una redacción sobre un tema tan ridículo, pero
con mi poema yo le pondría en evidencia a él por partida triple.
Logramos terminar el
poema y quedó muy bonito. Trataba de una pata y un cisne que tenían tres
patitos. Como los patitos eran tan parlanchines, el papá cisne los mató a
picotazos. Keesing por suerte entendió y soportó la broma; leyó y comentó el
poema en clase y hasta en otros cursos. A partir de entonces no se opuso a que
hablara en clase y nunca más me castigó; al contrario, ahora es él el que
siempre está gastando bromas.
Tu Ana
Miércoles, 24 de junio de 1942
Querida Kitty:
¡Qué bochorno! Nos
estamos asando, y con el calor que hace tengo que ir andando a todas partes.
Hasta ahora no me había dado cuenta de lo cómodo que puede resultar un tranvía,
sobre todo los que son abiertos, pero ese privilegio ya no lo tenemos los
judíos: a nosotros nos toca ir en el «coche de San Fernando». Ayer a mediodía
tenía hora con el dentista en la Jan Luykenstraat, que desde el colegio es un
buen trecho. Lógico que luego por la tarde en el colegio casi me durmiera. Menos
mal que la gente te ofrece algo de beber sin tener que pedirlo. La ayudante del
dentista es verdaderamente muy amable.
El único medio de
transporte que nos está permitido coger es el transbordador. El barquero del
canal Jozef Israëlskade nos cruzó nada más pedírselo. De verdad, los holandeses
no tienen la culpa de que los judíos padezcamos tantas desgracias.
Ojalá no tuviera que
ir al colegio. En las vacaciones de Semana Santa me robaron la bici, y la de
mamá, papá la ha dejado en casa de unos amigos cristianos. Pero por suerte ya
se acercan las vacaciones: una semana más y ya todo habrá quedado atrás.
Ayer por la mañana me
ocurrió algo muy cómico. Cuando pasaba por el garaje de las bicicletas, oí que
alguien me llamaba. Me volví y vi detrás de mí a un chico muy simpático que
conocí anteanoche en casa de Wilma, y que es un primo segundo suyo. Wilma es
una chica que al principio me caía muy bien, pero que se pasa el día hablando
nada más que de chicos, y eso termina por aburrirte. El chico se me acercó algo
tímido y me dijo que se llamaba Helio Silberberg. Yo estaba un tanto
sorprendida y no sabía muy bien lo que pretendía, pero no tardó en decírmelo:
buscaba mi compañía y quería acompañarme al colegio. «Ya que vamos en la misma
dirección, podemos ir juntos», le contesté, y juntos salimos. Helio ya tiene
dieciséis años y me cuenta cosas muy entretenidas.
Hoy por la mañana me
estaba esperando otra vez, y supongo que en adelante lo seguirá haciendo.
Tu Ana
Miércoles,1ºi de julio de 194.2
Querida Kitty:
Hasta hoy te aseguro
que no he tenido tiempo para volver a escribirte. El jueves estuve toda la
tarde en casa de unos amigos, el viernes tuvimos visitas y así sucesivamente
hasta hoy.
Helio y yo nos hemos
conocido más a fondo esta semana. Me ha contado muchas cosas de su vida. Es
oriundo de Gelsenkirchen y vive en Holanda en casa de sus abuelos. Sus padres
están en Bélgica, pero no tiene posibilidades de viajar allí para reunirse con
ellos. Helio tenía una novia, Ursula. La conozco, es la dulzura y el aburrimiento
personificado. Desde que me conoció a mí, Helio se ha dado cuenta de que al
lado de Ursula se duerme. O sea, que soy una especie de antisomnífero. ¡Una
nunca sabe para lo que puede llegar a servir!
El sábado por la
noche, Jacque se quedó a dormir conmigo, pero por la tarde se fue a casa de
Hanneli y me aburrí como una ostra.
Helio había quedado
en pasar por la noche, pero a eso de las seis me llamó por teléfono. Descolgué
el auricular y me dijo: -Habla Helmuth Silberberg. ¿Me podría poner con Ana?
-Sí, Helio, soy Ana.
-Hola, Ana. ¿Cómo
estás?
-Bien, gracias.
-Siento tener que
decirte que esta noche no podré pasarme por tu casa, pero quisiera hablarte un
momento. ¿Te parece bien que vaya dentro de diez minutos?
-Sí, está bien.
¡Hasta ahora!
-¡Hasta ahora!
Colgué el auricular y
corrí a cambiarme de ropa y a arreglarme el pelo. Luego me asomé, nerviosa, por
la ventana. Por fin lo vi llegar. Por milagro no me lancé escaleras abajo, sino
que esperé hasta que sonó el timbre. Bajé a abrirle y él fue directamente al
grano:
-Mira, Ana, mi abuela
dice que eres demasiado joven para que esté saliendo contigo. Dice que tengo
que ir a casa de los Löwenbach, aunque quizá sepas que ya no salgo con Ursula.
-No, no lo sabía.
¿Acaso habéis reñido?
-No, al contrario. Le
he dicho a Ursula que de todos modos no nos entendíamos bien y que era mejor
que dejáramos de salir juntos, pero que en casa siempre sería bien recibida, y
que yo esperaba serlo también en la suya. Es que yo pensé que ella se estaba
viendo con otro chico, y la traté como si así fuera. Pero resultó que no era
cierto, y ahora mi tío me ha dicho que le tengo que pedir disculpas, pero yo
naturalmente no quería, y por eso he roto con ella, pero ése es sólo uno de
muchos motivos. Ahora mi abuela quiere que vaya a ver a Ursula y no a ti, pero
yo no opino como ella y no tengo intención de hacerlo. La gente mayor tiene a
veces ideas muy anticuadas, pero creo que no pueden imponérnoslas a nosotros.
Es cierto que necesito a mis abuelos, pero ellos en cierto modo también me
necesitan. Ahora resulta que los miércoles por la noche tengo libre porque se
supone que voy a clase de talla de madera, pero en realidad voy a una de esas
reuniones del partido sionista. Mis abuelos no quieren que vaya porque se oponen
rotundamente al sionismo. Yo no es que sea fanático, pero me interesa, aunque
últimamente están armando tal jaleo que había pensado no ir más. El próximo
miércoles será la última vez que vaya. Entonces podremos vernos los miércoles
por la noche, los sábados por la tarde y por la noche, los domingos por la
tarde, y quizá también otros días.
-Pero si tus abuelos
no quieren, no deberías hacerlo a sus espaldas.
-El amor no se puede
forzar.
En ese momento
pasamos por delante de la librería Blankevoort, donde estaban Peter Schiff y
otros dos chicos. Era la primera vez que me saludaba en mucho tiempo, y me
produjo una gran alegría. El lunes, al final de la tarde, vino Helio a casa a
conocer a papá y mamá. Yo había comprado una tarta y dulces, y además había té
y galletas, pero ni a Helio ni a mí nos apetecía estar sentados en una silla
uno al lado del otro, así que salimos a dar una vuelta, y no regresamos hasta
las ocho y diez. Papá se enfadó mucho, dijo que no podía ser que llegara a casa
tan tarde. Tuve que prometerle que en adelante estaría en casa a las ocho menos
diez a más tardar. Helio me ha invitado a ir a su casa el sábado que viene.
Wilma me ha contado
que un día que Helio fue a su casa le preguntó:
-¿Quién te gusta más,
Ursula o Ana?
Y entonces él le
dijo:
-No es asunto tuyo.
Pero cuando se fue,
después de no haber cambiado palabra con Wilma en toda la noche, le dijo:
-¡Pues Ana! Y ahora
me voy. ¡No se lo digas a nadie!
Y se marchó.
Todo indica que Helio
está enamorado de mí, y a mí, para variar, no me desagrada. Margot diría que
Helio es un buen tipo, y
yo opino igual que
ella, y aún más. También mamá está todo el día alabándolo. Que es un muchacho
apuesto, que es muy corté,' simpático. Me alegro de que en casa a todos les
caiga tan bien, menos a mis amigas, a las que él encuentra muy niñas, y en eso
tiene razón. Jacque siempre me está tomando el pelo por lo de Hello. Yo no es
que esté enamorada, nada de eso. ¿Es que no puedo tener amigos? Con eso no
hago mal a nadie.
Mamá sigue
preguntándome con quién querría casarme, pero creo que ni se imagina que es con
Peter, porque yo lo desmiento una y otra vez sin pestañear. Quiero a Peter como
nunca he querido a nadie, y siempre trato de convencerme de que sólo vive persiguiendo
a todas las chicas para esconder sus sentimientos. Quizá él ahora también crea
que Hello y yo estamos enamorados, pero eso no es cierto. No es más que un
amigo o, como dice mamá, un galán.
Tu Ana
Domingo, f de julio de 1942
Querida Kitty:
El acto de fin de
curso del viernes en el Teatro Judío salió muy bien. Las notas que me han dado
no son nada malas: un solo insuficiente (un cinco en álgebra) y por lo demás
todo sietes, dos ochos y dos seises. Aunque en casa se pusieron contentos, en
cuestión de notas mis padres son muy distintos a otros padres; nunca les
importa mucho que mis notas sean buenas o malas; sólo se fijan en si estoy
sana, en que no sea demasiado fresca y en si me divierto. Mientras estas tres
cosas estén bien, lo demás viene solo.
Yo soy todo lo
contrario: no quiero ser mala alumna. Me aceptaron en el liceo de forma
condicional, ya que en realidad me faltaba ir al séptimo curso del colegio
Montessori, pero cuando a los chicos judíos nos obligaron a ir a colegios
judíos, el señor Elte, después de algunas idas y venidas, a Lies Goslar y a mí
nos dejó matricularnos de manera condicional. Lies también ha aprobado el curso
pero tendrá que hacer un examen de geometría de recuperación bastante difícil.
Pobre Lies, en su
casa casi nunca puede sentarse a estudiar tranquila. En su habitación se pasa
jugando todo el día su hermana pequeña, una niñita consentida que está a punto
de cumplir dos años. Si no hacen lo que ella quiere, se pone a gritar, y si
Lies no se ocupa de ella, la que se pone a gritar es su madre. De esa manera es
imposible estudiar nada, y tampoco ayudan mucho las incontables clases de
recuperación que tiene a cada rato. Y es que la casa de los Goslar es una
verdadera casa de tócame Roque. Los abuelos maternos de Lies viven en la casa
de al lado, pero comen con ellos. Luego hay una criada, la niñita, el
eternamente distraído y despistado padre y la siempre nerviosa e irascible
madre, que está nuevamente embarazada. Con un panorama así, la patosa de Lies
está completamente perdida.
A mi hermana Margot
también le han dado las notas, estupendas como siempre. Si en el colegio
existiera el cum laude, se lo habrían dado. ¡Es un hacha!
Papá está mucho en
casa últimamente; en la oficina no tiene nada que hacer. No debe ser nada
agradable sentirse un inútil. El señor Kleiman se ha hecho cargo de Opekta, y
el señor Kugler, de Gies & Cía., la compañía de los sucedáneos de especias,
fundada hace poco, en 1941.
Hace unos días,
cuando estábamos dando una vuelta alrededor de la plaza, papá empezó a hablar
del tema de la clandestinidad. Dijo que será muy difícil vivir completamente
separados del mundo. Le pregunté por qué me estaba hablando de eso ahora.
-Mira, Ana -me dijo-.
Ya sabes que desde hace más de un año estamos llevando ropa, alimentos y
muebles a casa de otra gente. No queremos que nuestras cosas caigan en manos de
los alemanes, pero menos aún que nos pesquen a nosotros mismos. Por eso, nos
iremos por propia iniciativa y no esperaremos a que vengan por nosotros.
-Pero papá, ¿cuándo
será eso?
La seriedad de las
palabras de mi padre me dio miedo.
-De eso no te
preocupes, ya lo arreglaremos nosotros. Disfruta de tu vida despreocupada
mientras puedas.
Eso fue todo. ¡Ojalá
que estas tristes palabras tarden mucho en cumplirse!
Acaban de llamar al
timbre. Es Hello. Lo dejo.
Tu Ana
Miércoles, 8 de julio de 1942
Querida Kitty:
Desde la mañana del
domingo hasta ahora parece que hubieran pasado años. Han pasado tantas cosas
que es como si de repente el mundo estuviera patas arriba, pero ya ves, Kitty:
aún estoy viva, y eso es lo principal, como dice papá. Sí, es cierto, aún estoy
viva, pero no me preguntes dónde ni cómo. Hoy no debes de entender nada de lo
que te escribo, de modo que empezaré por contarte lo que pasó el domingo por la
tarde.
A las tres de la
tarde -Helio acababa de salir un momento, luego volvería- alguien llamó a la
puerta. Yo no lo oí, ya que estaba leyendo en una tumbona al sol en la
galería. Al rato apareció Margot toda alterada por la puerta de la cocina.
-Ha llegado una
citación de la SS para papá -murmuró-. Mamá ya ha salido para la casa de Van
Daan. (Van Daan es un amigo y socio de papá.)
Me asusté muchísimo.
¡Una citación! Todo el mundo sabe lo que eso significa. En mi mente se me
aparecieron campos de concentración y celdas solitarias. ¿Acaso íbamos a
permitir que a papá se lo llevaran a semejantes lugares?
-Está claro que no
irá -me aseguró Margot cuando nos sentamos a esperar en el salón a que
regresara mamá-. Mamá ha ido a preguntarle a Van Daan si podemos instalarnos en
nuestro escondite mañana. Los Van Daan se esconderán con nosotros. Seremos
siete.
Silencio. Ya no
podíamos hablar. Pensar en papá, que sin sospechar nada había ido al asilo
judío a hacer unas visitas, esperar a que volviera mamá, el calor, la angustia,
todo ello junto hizo que guardáramos silencio.
De repente llamaron
nuevamente a la puerta. -Debe de ser Helio -dije yo.
-No abras -me detuvo
Margot, pero no hacía falta, oímos a mamá y al señor Van Daan abajo hablando
con Helio. Luego entraron y cerraron la puerta. A partir de ese momento, cada
vez que llamaran a la puerta, una de nosotras debía bajar sigilosamente para
ver si era papá; no abriríamos la puerta a extraños. A Margot y a mí nos
hicieron salir del salón; Van Daan quería hablar a solas con mamá.
Una vez en nuestra
habitación, Margot me confesó que la cita
ción no estaba
dirigida a papá, sino a ella. De nuevo me asusté muchísimo y me eché a llorar.
Margot tiene dieciséis años. De modo que quieren llevarse a chicas solas tan
jóvenes como ella... Pero por suerte no iría, lo había dicho mamá, y seguro que
a eso se había referido papá cuando conversaba conmigo sobre el hecho de
escondernos. Escondernos... ¿Dónde nos esconderíamos? ¿En la ciudad, en el
campo, en una casa, en una cabaña, cómo, cuándo, dónde? Eran muchas las preguntas
que no podía hacer, pero que me venían a la mente una y otra vez.
Margot y yo empezamos
a guardar lo indispensable en una cartera del colegio. Lo primero que guardé
fue este cuaderno de tapas duras, luego unas plumas, pañuelos, libros del
colegio, un peine, cartas viejas... Pensando en el escondite, metí en la
cartera las cosas más estúpidas, pero no me arrepiento. Me importan más los
recuerdos que los vestidos.
A las cinco llegó por
fin papá. Llamamos por teléfono al señor Kleiman, pidiéndole que viniera esa
misma tarde. Van Daan fue a buscar a Miep. Miep vino, y en una bolsa se llevó
algunos zapatos, vestidos, chaquetas, ropa interior y medias, y prometió volver
por la noche. Luego hubo un gran silencio en la casa: ninguno de nosotros
quería comer nada, aún hacía calor y todo resultaba muy extraño.
La habitación grande
del piso de arriba se la habíamos alquilado a un tal Goldschmidt, un hombre
divorciado de treinta y pico, que por lo visto no tenía nada que hacer, por lo
que se quedó matando el tiempo hasta las diez con nosotros e4 el salón, sin que
hubiera manera de hacerle entender que se fuera.
A las once llegaron
Miep y Jan Gies. Miep trabaja desde 1933 para papá y se ha hecho íntima amiga
de la familia, al igual que su flamente marido Jan. Nuevamente desaparecieron
zapatos, medias, libros y ropa interior en la bolsa de Miep y en los grandes
bolsillos del abrigo de Jan, y a las once y media también desaparecieron ellos
mismos.
Estaba muerta de
cansancio, y aunque sabía que sería la última noche en que dormiría en mi cama,
me dormí en seguida y no me desperté hasta las cinco y media de la mañana,
cuando me llamó mamá. Por suerte hacía menos calor que el domingo; durante
todo el día cayó una lluvia cálida. Todos nos pusimos tanta ropa que era como
si tuviéramos que pasar la noche en un frigorífico, pero era para poder
llevarnos más prendas de vestir. A
ningún judío que
estuviera en nuestro lugar se le habría ocurrido salir de casa con una maleta
llena de ropa. Yo lleva a puestas dos camisetas, tres pantalones, un vestido,
encima una falda, una chaqueta, un abrigo de verano, dos pares de me 'as,
zapatos cerrados, un gorro, un pañuelo y muchas cosas as; estando todavía en
casa ya me entró asfixia, pero no había' más remedio.
Margot llenó de
libros la cartera del colegio, sacó la bicicleta del garaje para bicicletas y
salió detrás de Miep, con un rumbo para mí desconocido. Y es que yo seguía sin
saber cuál era nuestro misterioso destino.
A las siete y media
también nosotros cerramos la puerta a nuestras espaldas. Del único del que
había tenido que despedirme era de Moortje, mi gatito, que sería acogido en
casa de los vecinos, según le indicamos al señor Goldschmidt en una nota.
Las camas deshechas,
la mesa del desayuno sin recoger, medio kilo de carne para el gato en la
nevera, todo daba la impresión de que habíamos abandonado la casa
atropelladamente. Pero no nos importaba la impresión que dejáramos, queríamos
irnos, sólo irnos y llegar a puerto seguro, nada más.
Seguiré mañana.
Tu Ana
Jueves, 9 de julio de 1942
Querida Kitty:
Así anduvimos bajo la
lluvia torrencial, papá, mamá y yo, cada cual con una cartera de colegio y una
bolsa de la compra, cargadas hasta los topes con una mezcolanza de cosas. Los
trabajadores que iban temprano a trabajar nos seguían con la mirada. En sus
caras podía verse claramente que lamentaban no poder ofrecernos ningún
transporte: la estrella amarilla que llevábamos era elocuente.
Sólo cuando ya
estuvimos en la calle, papá y mamá empezaron a contarme poquito a poco el plan
del escondite. Llevaban meses sacando de la casa la mayor cantidad posible de
muebles y enseres, y habían decidido que entraríamos en la clandesti
nidad
voluntariamente, el i6 de julio. Por causa de la citación, el asunto se había
adelantado diez días, de modo que tendríamos que conformarnos con unos
aposentos menos arreglados y ordenados.
El escondite estaba
situado en el edificio donde tenía las oficinas papá. Como para las personas
ajenas al asunto esto es algo difícil de entender, pasaré a dar una
aclaración. Papá no ha tenido nunca mucho personal: el señor Kugler, Kleiman y
Miep, además de Bep Voskuijl, la secretaria de z3 años. Todos estaban al tanto
de nuestra llegada. En el almacén trabajan el señor Voskuijl, padre de Bep, y
dos mozos, a quienes no les habíamos dicho nada.
El edificio está
dividido de la siguiente manera: en la planta baja hay un gran almacén, que se
usa para el depósito de mercancías. Este está subdividido en distintos cuartos,
como el que se usa para moler la canela, el clavo y el sucedáneo de la
pimienta, y luego está el cuarto de las provisiones. Al lado de la puerta del
almacén está la puerta de entrada normal de la casa, tras la cual una segunda
puerta da acceso a la escalera. Subiendo las escaleras se llega a una puerta de
vidrio traslúcido, en la que antiguamente ponía «OFICINA» en letras negras. Se
trata de la oficina principal del edificio, muy grande, muy luminosa y muy
llena. De día trabajan allí Bep, Miep y el señor Kleiman. Pasando por un
cuartito donde está la caja fuerte, el guardarropa y un armario para guardar
útiles de escritorio, se llega a una pequeña habitación bastante oscura y húmeda
que da al patio. Éste era el despacho que compartían el señor Kugler y el
señor Van Daan, pero que ahora sólo ocupa el pri
mero. También se
puede acceder al despacho de Kugler desde el pasillo, aunque sólo a través de
una puerta de vidrio que se abre desde dentro y que es difícil de abrir desde
fuera. Saliendo de ese despacho se va por un pasillo largo y estrecho, se pasa
por la carbonera y, después de subir cuatro peldaños, se llega a la habitación
que es el orgullo del edificio: el despacho principal. Muebles oscuros muy
elegantes, el piso cubierto de linóleo y alfombras, una radio, una hermosa
lámpara, todo verdaderamente precioso. Al lado, una amplia cocina con
calentador de agua y dos hornillos, y al lado de la cocina, un retrete. Ése es
el primer piso.
Desde el pasillo de
abajo se sube por una escalera corriente de madera. Arriba hay un pequeño
rellano, al que llamamos normalmente descansillo. A la izquierda y derecha del
descansillo hay dos puertas. La de la izquierda comunica con la casa de
delante,
donde hay almacenes,
un desván y una buhardilla. Al otro extremo de esta parte delantera del
edificio hay una escalera superempinada, típicamente holandesa (de ésas en las
que es fácil romperse la crisma), que lleva a la segunda puerta que da a la
calle.
A la derecha del
descansillo se halla la «casa de atrás». Nunca
nadie sospecharía que
detrás de esta puerta pintada de gris, sin nada de particular, se esconden
tantas habitaciones. Delante de la puerta hay un escalón alto, y por allí se
entra. Justo enfrente de la puerta de entrada, una escalera empinada; a la
izquierda hay un pasillito y una habitación que pasó a ser el cuarto de estar y
dormitorio de los Frank, y al lado otra habitación más pequeña: el dormitorio
y estudio de las señoritas Frank. A la derecha de la escalera, un cuarto sin
ventanas, con un lavabo y un retrete cerrado, y otra puerta que da a la
habitación de Margot y mía. Subiendo las escaleras, al abrir la puerta de
arriba, uno se asombra al ver que en una casa tan antigua de los canales pueda
haber una habitación tan grande, tan luminosa y tan amplia. En este espacio
hay un fogón (esto se lo debemos al hecho de que aquí Kugler tenía antes su
laboratorio) y un fregadero. O sea, que ésa es la cocina, y a la vez también
dormitorio del señor y la señora Van Daan, cuarto de estar general, comedor y
estudio. Luego, una diminuta habitación de paso, que será la morada de Peter
van Daan y, finalmente, al igual que en la casa de delante, un desván y una
buhardilla. Y aquí termina la presentación de toda nuestra hermosa Casa de
atrás.
Tu Ana
Viernes, 10 de julio de 1942
Querida Kitty:
Es muy probable que
te haya aburrido tremendamente con mi tediosa descripción de la casa, pero me
parece importante que sepas dónde he venido a parar. A través de mis próximas
cartas ya te enterarás de cómo vivimos aquí.
Ahora primero
quisiera seguir contándote la historia del otro día, que todavía no he
terminado. Una vez que llegamos al edificio de Prinsengracht 663, Miep nos
llevó en seguida por el largo pasillo, subiendo por la escalera de madera,
directamente hacia arriba,
a la Casa de atrás.
Cerró la puerta detrás de nosotros y nos dejó solos. Margot había llegado mucho
antes en bicicleta y ya nos estaba esperando.
El cuarto de estar y
las demás habitaciones estaban tan atiborradas de trastos que superaban toda
descripción. Las cajas de cartón que a lo largo de los últimos meses habían
sido enviadas a la oficina, se encontraban en el suelo y sobre las camas. El
cuartito pequeño estaba hasta el techo de ropa de cama. Si por la noche queríamos
dormir en camas decentes, teníamos que poner manos a la obra de inmediato. A
mamá y a Margot les era imposible mover un dedo, estaban echadas en las camas
sin hacer, cansadas, desganadas y no sé cuántas cosas más, pero papá y yo, los
dos «ordenalotodo» de la familia, queríamos empezar cuanto antes.
Anduvimos todo el día
desempaquetando, poniendo cosas en los armarios, martilleando y ordenando,
hasta que por la noche caímos exhaustos en las camas limpias. No habíamos
comido nada caliente en todo el día, pero no nos importaba; mamá y Margot estaban
demasiado cansadas y nerviosas como para comer nada, y papá y yo teníamos
demasiado que hacer.
El martes por la
mañana tomamos el trabajo donde lo habíamos dejado el lunes. Bep y Miep
hicieron la compra usando nuestras cartillas de racionamiento, papá arregló los
paneles para oscurecer las ventanas, que no resultaban suficientes, fregamos el
suelo de la cocina y estuvimos nuevamente trajinando de la mañana a la noche.
Hasta el miércoles casi no tuve tiempo de ponerme a pensar en los grandes
cambios que se habían producido en mi vida. Sólo entonces, por primera vez
desde que llegamos a la Casa de atrás, encontré ocasión para ponerte al tanto
de los hechos y al mismo tiempo para darme cuenta de lo que realmente me había
pasado y de lo que aún me esperaba.
Tu Ana
Sábado, 11 de julio de 1942
Querida Kitty:
Papá, mamá y Margot
no logran acostumbrarse a las campanadas de la iglesia del Oeste, que suenan
cada quince minutos anunciando la hora. Yo sí, me gustaron desde el principio,
y sobre todo
por las noches me dan
una sensación de amparo. Te interesará saber qué me parece mi vida de
escondida, pues bien, sólo puedo decirte que ni yo misma lo sé muy bien. Creo
que aquí nunca me sentiré realmente en casa, con lo que no quiero decir en
absoluto que me desagrade estar aquí; más bien me siento como si estuviera
pasando unas vacaciones en una pensión muy curiosa. Reconozco que es una
concepción un tanto extraña de la clandestinidad, pero las cosas son así, y no
las puedo cambiar. Como escondite, la Casa de atrás es ideal; aunque hay humedad
y está toda inclinada, estoy segura de que en todo Amsterdam, y quizás hasta en
toda Holanda, no hay otro escondite tan confortable como el que hemos
instalado aquí.
La pequeña habitación
de Margot y mía, sin nada en las paredes, tenía hasta ahora un aspecto bastante
desolador. Gracias a papá, que ya antes había traído mi colección de tarjetas
postales y mis fotos de estrellas de cine, pude decorar con ellas una pared
entera, pegándolas con cola. Quedó muy, muy bonito, por lo que ahora parece mucho
más alegre. Cuando lleguen los Van Daan, ya nos fabricaremos algún armarito y
otros chismes con la madera que hay en el desván.
Margot y mamá ya se
han recuperado un poco. Ayer mamá quiso hacer la primera sopa de guisantes,
pero cuando estaba abajo charlando, se olvidó de la sopa, que se quemó de tal
manera que los guisantes estaban negros como el carbón y no había forma de
despegarlos del fondo de la olla. '
Ayer por la noche
bajamos los cuatro al antiguo despacho de papá y pusimos la radio inglesa. Yo
tenía tanto miedo de que alguien pudiera oírnos que le supliqué a papá que
volviéramos arriba. Mamá comprendió mi temor y subió conmigo. También con
respecto a otras cosas tenemos mucho miedo de que los vecinos puedan vernos u
oírnos. Ya el primer día tuvimos que hacer cortinas, que en realidad no se
merecen ese nombre, ya que no son más que unos trapos sueltos, totalmente
diferentes entre sí en forma, calidad y dibujo. Papá y yo, que no entendemos
nada del arte de coser, las unimos de cualquier manera con hilo y aguja. Estas
verdaderas joyas las colgamos luego con chinchetas delante de las ventanas, y
ahí se quedarán hasta que nuestra estancia aquí acabe.
A la derecha de
nuestro edificio se encuentra una filial de la compañía Keg, de Zaandam, y a la
izquierda una ebanistería. La
gente que trabaja
allí abandona el recinto cuando termina su horario de trabajo, pero aun así
podrían oír algún ruido que nos delatara. Por eso, hemos prohibido a Margot
que tosa por las noches, pese a que está muy acatarrada, y le damos codeína en
grandes cantidades.
Me hace mucha ilusión
la venida de los Van Daan, que se ha fijado para el martes. Será mucho más
ameno y también habrá menos silencio. Porque es el silencio lo que por las
noches y al caer la tarde me pone tan nerviosa, y daría cualquier cosa por que
alguno de nuestros protectores se quedara aquí a dormir.
La vida aquí no es
tan terrible, porque podemos cocinar nosotros mismos y abajo, en el despacho
de papá, podemos escuchar la radio. El señor Kleiman y Miep y también Bep
Voskuijl nos han ayudado muchísimo. Nos han traído ruibarbo, fresas y cerezas,
y no creo que por el momento nos vayamos a aburrir. Tenemos suficientes cosas
para leer, y aún vamos a comprar un montón de juegos. Está claro que no podemos
mirar por la ventana ni salir fuera. También está prohibido hacer ruido, porque
abajo no nos deben oír.
Ayer tuvimos mucho
trabajo; tuvimos que deshuesar dos cestas de cerezas para la oficina. El señor
Kugler quería usarlas para hacer conservas.
Con la madera de las
cajas de cerezas haremos estantes para libros.
Me llaman.
Tu Ana
28 de setiembre de 1942. (Añadido)
Me angustia
más de lo que puedo expresar el que nunca podamos salir fuera, y tengo mucho
miedo de que nos descubran y nos fusilen. Eso no es, naturalmente, una
perspectiva demasiado halagüeña.
Domingo, 12 de julio de 1942
Hoy hace un mes todos
fueron muy buenos conmigo, cuando era mi cumpleaños, pero ahora siento cada día
más cómo me voy distanciando de mamá y Margot. Hoy he estado trabajando duro, y
todos me han elogiado enormemente, pero a los cinco minutos ya se pusieron a
regañarme.
Es muy clara la
diferencia entre cómo nos tratan a Margot y a mí. Margot, por ejemplo, ha roto
la aspiradora, y ahora nos hemos quedado todo el día sin luz. Mamá le dijo:
-Pero Margot, se nota
que no estás acostumbrada a trabajar, si no habrías sabido que no se debe
desenchufar una aspiradora tirando del cable.
Margot respondió algo
y el asunto no pasó de ahí.
Pero hoy por la tarde
yo quise pasar a limpio la lista de la compra de mamá, que tiene una letra
bastante ilegible, pero no quiso que lo hiciera y en seguida me echó una
tremenda regañina en la que se metió toda la familia.
Estos últimos días
estoy sintiendo cada vez más claramente que no encajo en mi familia. Se ponen
tan sentimentales cuando están juntos, y yo prefiero serlo cuando estoy sola. Y
luego hablan de lo bien que estamos y que nos llevamos los cuatro, y de que
somos una familia tan unida, pero en ningún momento se les ocurre pensar en
que yo no lo siento así.
Sólo papá me
comprende de vez en cuando, pero por lo general está del lado de mamá y Margot.
Tampoco soporto que en presencia de extraños hablen de que he estado llorando
o de lo sensata e inteligente que soy. Lo aborrezco. Luego también a veces
hablan de Moortje, y me sabe muy mal, porque ése es precisamente mi punto flaco
y vulnerable. Echo de menos a Moortje a cada momento, y nadie sabe cuánto
pienso en él. Siempre que pienso en él se me saltan las lágrimas. Moortje es
tan bueno, y lo quiero tanto... Sueño a cada momento con su vuelta.
Aquí siempre tengo
sueños agradables, pero la realidad es que tendremos que quedarnos aquí hasta
que termine la guerra. Nunca podemos salir fuera, y tan sólo podemos recibir la
visita de Miep, su marido Jan, Bep Voskuijl, el señor Voskuijl, el señor
Kugler, el señor Kleiman y la señora Kleiman, aunque ésta nunca viene porque le
parece muy peligroso.
Setiembre de 1942. (Añadido)
Papá siempre es muy
bueno. Me comprende de verdad, y a veces me gustaría poder hablar con él en
confianza, sin ponerme a llorar en seguida. Pero eso parece tener que ver con
la edad. Me gustaría escribir todo el tiempo, pero se haría muy aburrido.
Hasta ahora casi lo
único que he escrito en mi libro son pensamientos, y no he tenido ocasión de
escribir historias divertidas para poder leérselas a alguien más tarde. Pero a
partir de ahora intentaré no ser sentimental, o serlo menos, y atenerme más a
la realidad.
Viernes, 14 de agosto de 1942
Querida Kitty:
Durante todo un mes
te he abandonado, pero es que tampoco hay tantas novedades como para contarte
algo divertido todos los días. Los Van Daan llegaron el 13 de julio. Pensamos
que vendrían el 14, pero como entre el 13 y el 16 de julio los alemanes empezaron
a poner nerviosa cada vez a más gente, enviando citaciones a diestro y
siniestro, pensaron que era más seguro adelantar un día la partida, antes de
que fuera demasiado tarde.
A las nueve y media
de la mañana -aún estábamos desayunando- llegó Peter van Daan, un muchacho
desgarbado, bastante soso y tímido que no ha cumplido aún los dieciséis años, y
de cuya compañía no cabe esperar gran cosa. El señor y la señora Van Daan
llegaron media hora más tarde. Para gran regocijo nuestro, la señora traía una
sombrerera con un enorme orinal -dentro.
-Sin orinal no me
siento en mi casa en ninguna parte -sentenció, y el orinal fue lo primero a lo
que le asignó un lugar fijo: debajo del diván. El señor Van Daan no traía
orinal, pero sí una mesa de té plegable bajo el brazo.
El primer día de
nuestra convivencia comimos todos juntos, y al cabo de tres días los siete nos
habíamos hecho a la idea de que nos habíamos convertido en una gran familia.
Como es natural, los Van Daan tenían mucho que contar de lo que había sucedido
durante la última semana que habían pasado en el mundo exterior. Entre otras
cosas nos interesaba mucho saber lo que había sido de nuestra casa y del señor
Goldschmidt.
El señor Van Daan nos
contó lo siguiente:
-El lunes por la
mañana, a las 9, Goldschmidt nos telefoneó y me dijo si podía pasar por ahí un
momento. Fui en seguida y lo encontré muy alterado. Me dio a leer una nota que
le habían dejado los Frank y, siguiendo las indicaciones de la misma, quería
llevar al gato a casa de los vecinos, lo que me pareció estupendo. Temía que
vinieran a registrar la casa, por lo que recorrimos todas las habitaciones,
ordenando un poco aquí y allá, y también recogimos la mesa. De repente, en el
escritorio de la señora Frank encontré un bloc que tenía escrita una dirección
en Maastricht. Aunque sabía que ella lo había hecho adrede, me hice el sorprendido
y asustado y rogué encarecidamente a Goldschmidt que quemara ese papel, que
podía ser causante de alguna desgracia. Seguí haciendo todo el tiempo como si
no supiera nada de que ustedes habían desaparecido, pero al ver el papelito se
me ocurrió una buena idea. «Señor Goldschmidt -le dije-, ahora que lo pienso,
me parece saber con qué puede tener que ver esa dirección. Recuerdo muy bien
que hace más o menos medio año vino a la oficina un oficial de alta
graduación, que resultó ser un gran amigo
de infancia del señor
Frank. Prometió ayudarle en caso de necesidad, y precisamente residía en
Maastricht. Se me hace que este oficial ha mantenido su palabra y que ha
ayudado al señor Frank a pasar a Bélgica y de allí a Suiza. Puede decirle esto
a los amigos de los Frank que pregunten por ellos. Claro que no hace falta que
mencione lo de Maastricht.» Dicho esto, me retiré. La mayoría de los amigos y
conocidos ya lo saben, porque en varias oportunidades ya me ha tocado oír esta
versión.
La historia nos causó
mucha gracia, pero todavía nos hizo reír más la fantasía de la gente cuando Van
Daan se puso a contar lo que algunos decían. Una familia de la Merwedeplein
aseguraba que nos había visto pasar a los cuatro temprano por la mañana en
bicicleta, y otra señora estaba segurísima de que en medio de la noche nos
habían cargado en un furgón militar.
Tu Ana
Viernes, 21 de agosto de 1942
Querida Kitty:
Nuestro escondite
sólo ahora se ha convertido en un verdadero
escondite. Al señor
Kugler le pareció que era mejor que delante de la puerta que da acceso a la
Casa de atrás colocáramos una estantería, ya que los alemanes están
registrando muchas casas en busca de bicicletas escondidas. Pero se trata
naturalmente de una estantería giratoria, que se abre como una puerta. La ha
fabricado el señor Voskuijl. (Le hemos puesto al corriente de los siete escondidos,
y se ha mostrado muy servicial en todos los aspectos.)
Ahora, cuando
queremos bajar al piso de abajo, tenemos que agacharnos primero y luego saltar.
Al cabo de tres días, todos teníamos la frente llena de chichones de tanto
chocarnos la cabeza al pasar por la puerta, demasiado baja. Para amortiguar los
golpes en lo posible, Peter ha colocado un paño con virutas de madera en el
umbral. ¡Veremos si funciona!
Estudiar, no estudio
mucho. Hasta septiembre he decidido que tengo vacaciones. Papá me ha dicho que
luego él me dará clases, pero primero tendremos que comprar todos los libros
del nuevo curso.
Nuestra vida no
cambia demasiado. Hoy le han lavado la cabeza a Peter, lo que no tiene nada de
particular. El señor Van Daan y yo siempre andamos discutiendo. Mamá siempre me
trata como a una niñita, y a mí eso me da mucha rabia. Por lo demás, estamos
algo mejor. Peter sigue sin caerme más simpático que antes; es un chico latoso,
que está todo el día ganduleando en la cama, luego se pone a martillear un poco
y cuando acaba se vuelve a tumbar. ¡Vaya un tonto!
Esta mañana mamá me
ha vuelto a soltar un soberano sermón. Nuestras opiniones son diametralmente
opuestas. Papá es un cielo, aunque a veces se enfada conmigo durante cinco
minutos.
Afuera hace buen
tiempo, y pese a todo tratamos de aprovecharlo en lo posible, tumbándonos en
el catre que tenemos en el desván.
Tu Ana
21 de setiembre de 1942. (Añadido)
El señor Van Daan
está como una malva conmigo últimamente. Yo le dejo hacer, sin oponerme.
Miércoles, z de setiembre de 1942
Querida Kitty:
Los Van Daan han
tenido una gran pelea. Nunca he presenciado una cosa igual, ya que a papá y
mamá ni se les ocurriría gritarse de esa manera. El motivo fue tan tonto que
ni merece la pena mencionarlo. En fin, allá cada uno.
Claro que es muy
desagradable para Peter, que está en medio de los dos, pero a Peter ya nadie lo
toma en serio, porque es tremendamente quisquilloso y vago. Ayer andaba
bastante preocupado porque tenía la lengua de color azul en lugar de rojo. Este
extraño fenómeno, sin embargo, desapareció tan rápido como se había producido.
Hoy anda con una gran bufanda al cuello, ya que tiene tortícolis, y por lo
demás el señor Van Daan se queja de que tiene lumbago. También tiene unos
dolores en la zona del corazón, los riñones y el pulmón. ¡Es un verdadero
hipocondríaco! (Se les llama así, ¿verdad?)
Mamá y la señora Van
Daan no hacen muy buenas migas. Motivos para la discordia hay de sobra. Por
poner un ejemplo: la señora ha sacado del ropero común todas sus sábanas,
dejando sólo tres. ¡Si se cree que toda la familia va a usar la ropa de mamá,
se llevará un buen chasco cuando vea que mamá ha seguido su ejemplo!
Además, la señora
está de mala uva porque no usamos nuestra vajilla, y sí la suya. Siempre está
tratando de averiguar dónde hemos metido nuestros platos; están más cerca de
lo que ella supone: en el desván, metidos en cajas de cartón, detrás de un montón
de material publicitario de Opekta. Mientras estemos escondidos, los platos
estarán fuera de alcance. ¡Tanto mejor!
A mí siempre me
ocurren toda clase de desgracias. Ayer rompí en mil pedazos un plato sopero de
la señora.
-i Ay! -exclamó
furiosa-. Ten más cuidado con lo que haces, que es lo uno que me queda.
Por favor ten en
cuenta, Kitty, que las dos señoras de la casa hablan un holandés macarrónico
(de los señores no me animo a decir nada, se ofenderían mucho). Si vieras cómo
mezclan y confunden todo, te partirías de risa. Ya ni prestamos atención al
asunto, ya que no tiene sentido corregirlas. Cuando te escriba sobre alguna de
ellas, no te citaré textualmente lo que dicen, sino que lo pondré en holandés
correcto.
La semana pasada
ocurrió algo que rompió un poco la monotonía: tenía que ver con un libro sobre
mujeres y Peter. Has de saber que a Margot y Peter les está permitido leer casi
todos los libros que nos presta el señor Kleiman, pero este libro en concreto
sobre un tema de mujeres, los adultos prefirieron reservárselo para ellos. Esto
despertó en seguida la curiosidad de Peter. ¿Qué cosas prohibidas contendría
ese libro? Lo cogió a escondidas de donde lo tenía guardado su madre mientras
ella estaba abajo charlando, y se llevó el botín a la buhardilla. Este método
funcionó bien durante dos días; la señora Van Daan sabía perfectamente lo que
pasaba, pero no decía nada, hasta que su marido se enteró. Este se enojó, le
quitó el libro a Peter y pensó que la cosa terminaría ahí. Sin embargo, había
subestimado la curiosidad de su hijo, que no se dejó impresionar por la
enérgica actuación de su padre. Peter se puso a rumiar las posibilidades de
seguir con la lectura de este libro tan interesante.
Su madre, mientras
tanto, consultó a mamá sobre lo que pensaba del asunto. A mamá le pareció que
éste no era un libro muy recomendable para Margot, pero los otros no tenían
nada de malo, según ella.
-Entre Margot y
Peter, señora Van Daan -dijo mamá-, hay una gran diferencia. En primer lugar,
Margot es una chica, y las mujeres siempre son más maduras que los varones; en
segundo lugar, Margot ya ha leído bastantes libros serios y no anda buscando
temas que ya no le están prohibidos, y en tercer lugar, Margot es más seria y
está mucho más adelantada, puesto que ya ha ido cuatro años al liceo.
La señora Van Daan
estuvo de acuerdo, pero de todas maneras consideró que en principio era
inadecuado dar a leer a los jóvenes libros para adultos.
Entretanto, Peter
encontró el momento indicado en el que nadie se preocupara por el libro ni le
prestara atención a él: a las siete y media de la tarde, cuando toda la familia
se reunía en el antiguo despacho de papá para escuchar la radio, se llevaba el
tesoro a la buhardilla. A las ocho y media tendría que haber vuelto de nuevo
abajo, pero como el libro lo había cautivado tanto, no se fijó en la hora y
justo estaba bajando la escalera del desván cuando su padre entraba en el
cuarto de estar. Lo que siguió es fácil de imaginar: un cachete, un golpe, un
tirón, el libro tirado sobre la mesa y Peter de vuelta en la buhardilla.
Así estaban las cosas
cuando la familia se reunió para cenar. Peter se quedó arriba, nadie le hacía
caso, tendría que irse a la cama sin comer. Seguimos comiendo, conversando
alegremente, cuando de repente se oyó un pitido penetrante. Todos soltamos los
tenedores y miramos con las caras pálidas del susto.
Entonces oímos la voz
de Peter por el tubo de la chimenea:
-¡No os creáis que
bajaré!
El señor Van Daan se
levantó de un salto, se le cayó la servilleta al suelo, y con la cara de un
rojo encendido exclamó: -¡Hasta aquí hemos llegado!
Papá lo cogió del
brazo, temiendo que algo malo pudiera pasarle, y juntos subieron al desván.
Tras muchas protestas y pataleo, Peter fue a parar a su habitación, la puerta
se cerró y nosotros seguimos comiendo.
La señora Van Daan
quería guardarle un bocado a su niñito, pero su marido fue terminante.
-Si no se disculpa
inmediatamente, tendrá que dormir en la buhardilla.
Todos protestamos;
mandarlo a la cama sin cenar ya nos parecía castigo suficiente. Si Peter
llegaba a acatarrarse, no podríamos hacer venir a ningún médico.
Peter no se disculpó,
y volvió a instalarse en la buhardilla. El señor Van Daan no intervino más en
el asunto, pero por la mañana descubrió que la cama de Peter había sido usada.
Éste había vuelto a subir al desván a las siete, pero papá lo convenció con
buenas palabras para que bajara. Al cabo de tres días de ceños fruncidos y de
silencios obstinados, todo volvió a la normalidad.
Tu Ana
Lunes, 21 de
setiembre de 1942
Querida Kitty:
Hoy te comunicaré las
noticias generales de la Casa de atrás. Por encima de mi diván hay una
lamparita para que pueda tirar de una cuerda en caso de que haya disparos. Sin
embargo, de momento esto no es posible, ya que tenemos la ventana entornada
día y noche.
La sección masculina
de la familia Van Daan ha fabricado una despensa muy cómoda, de madera
barnizada y provista de mosquiteros de verdad. Al principio habían instalado
el armatoste en el cuarto de Peter, pero para que esté más fresco lo han
trasladado al desván. En su lugar hay ahora un estante. Le he recomendado a Peter
que allí ponga la mesa, con un bonito mantel, y que cuelgue el armarito en la
pared, donde ahora tiene la mesa. Así, aún puede convertirse en un sitio
acogedor, aunque a mí no me gustaría dormir ahí.
La señora Van Daan es
insufrible. Arriba me regañan continua
mente porque hablo
sin parar, pero yo no les hago caso. Una novedad es que a la señora ahora le ha
dado por negarse a fregar las ollas. Cuando queda un poquitín dentro, en vez de
guardarlo en una fuente de vidrio deja que se pudra en la olla. Y si luego a
Margot le toca fregar muchas ollas, la señora le dice:
-Ay Margot,
Margotita, ¡cómo trabajas!
El señor Kleiman me
trae cada quince días algunos libros para niñas. Me encanta la serie de libros
sobre Joop ter Heul, y los de Cissy van Marxveldt por lo general también me
gustan mucho. Locura de verano me lo he leído ya cuatro veces, pero me siguen
divirtiendo mucho las situaciones tan cómicas que describe.
Con papá estamos
haciendo un árbol genealógico de su familia, y sobre cada uno de sus miembros
me va contando cosas.
Ya hemos empezado
otra vez los estudios. Yo hago mucho francés, y cada día me machaco la
conjugación de cinco verbos irregulares. Sin embargo, he olvidado mucho de lo
que aprendí en el colegio.
Peter ha encarado con
muchos suspiros su tarea de estudiar inglés. Algunos libros acaban de llegar;
los cuadernos, lápices, gomas de borrar y etiquetas me los he traído de casa en
grandes cantidades. Pim (así llamo cariñosamente a papá) quiere que le demos
clases de holandés. A mí no me importa dárselas, en compensación por la ayuda
que me da en francés y otras asignaturas. Pero no te imaginas los errores
garrafales que comete. ¡Son increíbles!
A veces me pongo a
escuchar Radio Orange[1]; hace poco habló el príncipe Bernardo, que
contó que para enero esperan el nacimiento de un niño. A mí me encanta la
noticia, pero en casa no entienden m¡ afición por la Casa de Orange[2].
Hace días estuvimos
hablando de que todavía soy muy ignorante, por lo que al día siguiente me puse
a estudiar como loca, porque no me apetece para nada tener que volver al primer
curso cuando tenga catorce o quince años. En esa conversación también se habló
de que casi no me permiten leer nada. Mamá de momento está leyendo Hombres,
mujeres y criados, pero a mí por supuesto no me lo dejan leer (¡a Margot sí!);
primero tengo que tener más cultura, como la sesuda de mi hermana. Luego hablamos
de mi ignorancia en temas de filosofía, psicología y fisiología (estas palabras
tan difíciles he tenido que buscarlas en el diccionario), y es cierto que de
eso no sé nada. ¡Tal vez el año que viene ya sepa algo!
He llegado a la
aterradora conclusión de que no tengo más que un vestido de manga larga y tres
chalecos para el invierno. Papá me ha dado permiso para que me haga un jersey
de lana blanca. La lana que tengo no es muy bonita que digamos, pero el calor
que me dé me compensará de sobras. Tenemos algo de ropa en casa de otra gente,
pero lamentablemente sólo podremos ir a recogerla cuando termine la guerra, si
es que para entonces todavía sigue allí.
Hace poco, justo
cuando te estaba escribiendo algo sobre ella, apareció la señora Van Daan. ¡Plaf!,
tuve que cerrar el cuaderno de golpe.
-Oye, Ana, ¿no me
enseñas algo de lo que escribes? -No, señora, lo siento.
-¿Tampoco la última
página?
-No, señora, tampoco.
Menudo susto me
llevé, porque lo que había escrito sobre ella justo en esa página no era muy
halagüeño que digamos.
Así, todos los días
pasa algo, pero soy demasiado perezosa y estoy demasiado cansada para
escribírtelo todo.
Tu Ana
Viernes, 25 de setiembre de 1942
Querida Kitty:
Papá tiene un antiguo
conocido, el señor Dreher, un hombre de unos setenta y cinco años, bastante
sordo, enfermo y pobre, que tiene a su lado, a modo de apéndice molesto, a una
mujer veintisiete años menor que él, igualmente pobre, con los brazos llenos
de brazaletes y anillos falsos y de verdad, que le han quedado de otras épocas.
Este señor Dreher ya le ha causado a papá muchas molestias, y siempre he
admirado su inagotable paciencia cuando atendía a este pobre tipo al teléfono.
Cuando aún vivíamos en casa, mamá siempre le recomendaba a papá que colocara el
auricular al lado de un gramófono, que a cada tres minutos dijera «sí señor
Dreher, no señor Dreher», porque total el viejo no entendía ni una palabra de
las largas respuestas de papá.
Hoy el señor Dreher
telefoneó a la oficina y le pidió a Kugler que pasara un momento a verle. A
Kugler no le apetecía y quiso enviar a Miep. Miep llamó por teléfono para
disculparse. Luego la señora de Dreher telefoneó tres veces, pero como
presuntamente Miep no estaba en toda la tarde, tuvo que imitar al teléfono la
voz de Bep. En el piso de abajo, en las oficinas, y también arriba hubo grandes
carcajadas, y ahora, cada vez que suena el teléfono, dice Bep: «¿Debe de ser la
señora Dreher!» por lo que a Miep ya le da la risa de antemano y atiende el
teléfono entre risitas muy poco corteses. Ya ves, seguro que en el mundo no
hay otro negocio como el nuestro, en el que los directores y las secretarias se
divierten horrores.
Por las noches me
paso a veces por la habitación de los Van Daan a charlar un rato. Comemos una
«galleta apolillada» con melaza (la caja de galletas estaba guardada en el
ropero atacado por las polillas) y lo pasamos bien. Hace poco hablamos de
Peter. Yo les conté que Peter me acaricia a menudo la mejilla y que eso a mí no
me gusta. Ellos me preguntaron de forma muy paternalista si yo no podía querer
a Peter, ya que él me quería mucho. Yo pensé «¡huy!» y contesté que no.
¡Figúrate! Entonces le dije que Peter era un poco torpe y que me parecía que
era tímido. Eso les pasa a todos los chicos cuando no están acostumbrados a
tratar con chicas.
Debo decir que la
Comisión de Escondidos de la Casa de atrás (sección masculina) es muy
inventiva. Fíjate lo que han ideado para hacerle llegar al señor Broks,
representante de la Cía.
Opekta, conocido
nuestro y depositario de algunos de nuestros bienes escondidos, un mensaje de
nuestra parte: escriben una carta a máquina dirigida a un tendero que es
cliente indirecto de Opekta en la provincia de Zelanda, pidiéndole que rellene
una nota adjunta y nos la envíe a vuelta de correo en el sobre también adjunto.
El sobre ya lleva escrita la dirección en letra de papá. Cuando llega todo a
Zelanda, reemplazan la nota por una señal de vida manuscrita de papá. Así,
Broks la lee sin albergar sospechas. Han escogido precisamente Zelanda porque
al estar cerca de Bélgica la carta puede haber pasado la frontera de manera
clandestina y porque nadie puede viajar allí sin permiso especial. Un representante
corriente como Broks seguro que nunca recibiría un permiso así.
Anoche papá volvió a
hacer teatro. Estaba muerto de cansancio y se fue a la cama tambaleándose. Como
tenía frío en los pies, le puse mis escarpines para dormir. A los cinco minutos
ya se le habían caído al suelo. Luego tampoco quería luz y metió la cabeza
debajo de la sábana. Cuando se apagó la luz fue sacando la cabeza lentamente.
Fue algo de lo más cómico. Luego, cuando estábamos hablando de que Peter trata
de «tía» a Margot, se oyó de repente la voz cavernosa de papá, diciendo: «tía
María».
El gato Mouschi está
cada vez más bueno y simpático conmigo, pero yo sigo teniéndole un poco de
miedo.
Tu Ana
Domingo, 27 de setiembre de 1942
Querida Kitty:
Hoy he tenido lo que
se dice una «discusión» con mamá, pero lamentablemente siempre se me saltan en
seguida las lágrimas, no lo puedo evitar. Papá siempre es bueno conmigo, y
también mucho más comprensivo. En momentos así, a mamá no la soporto, y es que
se le nota que soy una extraña para ella, ni siquiera sabe lo que pienso de las
cosas más cotidianas.
Estábamos hablando de
criadas, de que habría que llamarlas «asistentas domésticas», y de que después
de la guerra seguro que será obligatorio llamarlas así. Yo no estaba tan segura
de ello, y entonces me dijo que yo muchas veces hablaba de lo que pasará «más
adelante», y que pretendía ser una gran dama, pero eso no es cierto; ¿acaso yo
no puedo construirme mis propios castillitos en el aire? Con eso no hago mal a
nadie, no hace falta que se lo tomen tan en serio. Papá al menos me defiende;
si no fuera por él, seguro que no aguantaría seguir aquí, o casi.
Con Margot tampoco me
llevo bien. Aunque en nuestra familia nunca hay enfrentamientos como el que te
acabo de describir, para mí no siempre es agradable ni mucho menos formar parte
de ella. La manera de ser de Margot y de mamá me es muy extraña. Comprendo
mejor a mis amigas que a mi propia madre. Una lástima, ¿verdad?
La señora Van Daan
está de mala uva por enésima vez. Está muy malhumorada y va escondiendo cada
vez más pertenencias personales. Lástima que mamá, a cada ocultación vandaaniana,
no responda con una ocultación frankiana.
Hay algunas personas
a las que parece que les diera un placer especial educar no sólo a sus propios
hijos, sino también participar en la educación de los hijos de sus amigos. Tal
es el caso de Van Daan. A Margot no hace falta educarla, porque es la bondad,
la dulzura y la sapiencia personificada; a mí, en cambio, me ha tocado en
suerte ser maleducada por partida doble. Cuando estamos todos comiendo, las
recriminaciones y las respuestas insolentes van y vienen más de una vez. Pápa y
mamá siempre me defienden a capa y espada, si no fuera por ellos no podría
entablar la lucha tantas veces sin pestañear. Aunque una y otra vez me dicen
que tengo que hablar menos, no meterme en lo que no me importa y ser más modesta,
mis esfuerzos no tienen demasiado éxito. Si papá no tuviera tanta paciencia, yo
ya habría perdido hace mucho las esperanzas de llegar a satisfacer las
exigencias de mis propios padres, que no son nada estrictas.
Cuando en la mesa me
sirvo poco de alguna verdura que no me gusta nada, y como patatas en su lugar,
el señor Van Daan, y sobre todo su mujer, no soportan que me consientan tanto.
No tardan en dirigirme un «¿Anda, Ana, sírvete más verdura!»
-No, gracias, señora
-le contesto-. Me basta con las patatas.
-La verdura es muy
sana, lo dice tu propia madre. Anda, sírvete -insiste, hasta que intercede
papá y confirma mi negativa.
Entonces, la señora
empieza a despotricar:
-Tendrían que haber
visto cómo se hacía en mi casa. Allí por lo menos se educaba a los niños. A
esto no lo llamo yo educar. Ana es una niña terriblemente malcriada. Yo nunca
lo permitiría. Si Ana fuese mi hija...
Así siempre empiezan
y terminan todas sus peroratas: «Si Ana fuera mi hija...» ¡Pues por suerte no
lo soy!
Pero volviendo a nuestro
tema de la educación, ayer, tras las palabras elocuentes de la señora, se
produjo un silencio. Entonces papá contestó:
-A mí me parece que
Ana es una niña muy bien educada, al menos ya ha aprendido a no contestarle a
usted cuando le suelta sus largas peroratas. Y en cuanto a la verdura, no puedo
más que contestarle que a lo dicho, viceversa.
La señora estaba
derrotada, y bien. El «viceversa» de papá estaba dirigido directamente a ella,
ya que por las noches nunca come judías ni coles, porque le produce
«ventosidad». Pero eso también podría decirlo yo. ¡Qué mujer más idiota! Por lo
menos, que no se meta conmigo.
Es muy cómico ver la
facilidad con que se pone colorada. Yo por suerte no, y se ve que eso a ella,
secretamente, le da mucha rabia.
Tu Ana
Lunes, z8 de septiembre de 1942
Querida Kitty:
Cuando todavía
faltaba mucho para terminar mi carta de ayer, tuve que interrumpir la
escritura. No puedo reprimir las ganas de informarte sobre otra disputa, pero
antes de empezar debo contarte otra cosa: me parece muy curioso que los
adultos se peleen tan fácilmente y por cosas pequeñas. Hasta ahora siempre he
pensado que reñir era cosa de niños, y que con los años se pasaba. Claro que a
veces hay motivo para pelearse en serio, pero las rencillas de aquí no son más
que riñas de poca monta. Como están a la orden del día, en realidad ya debería
estar acostumbrada a ellas. Pero no es el caso, y no lo será nunca, mientras
sigan hablando de mí en casi todas las discusiones (ésta es la palabra que usan
en lugar de riña, lo que por supuesto no está mal, pero la confusión es por el
alemán). Nada, pero absolutamente nada de lo que yo hago les cae bien: mi
comportamiento, mi carácter, mis modales, todos y cada uno de mis actos son
objeto de un tremendo chismorreo y de continuas habladurías, y las duras
palabras y gritos que me sueltan, dos cosas a las que no estaba acostumbrada,
me los tengo que tragar alegremente, según me ha recomendado una autoridad en
la materia. ¡Pero yo no puedo! Ni pienso permitir que me insulten de esa
manera. Ya les enseñaré que Ana Frank no es ninguna tonta, se quedarán muy
sorprendidos y deberán cerrar sus bocazas cuando les haga ver que antes de
ocuparse tanto de mi educación, deberían ocuparse de la suya propia. ¡Pero qué
se han creído! ¡Vaya unos zafios! Hasta ahora siempre me ha dejado perpleja
tanta grosería y, sobre todo, tanta estupidez (de la señora Van Daan). Pero tan
pronto como esté acostumbrada, y ya no falta mucho, les pagaré con la misma
moneda. ¡Ya no volverán a hablar del mismo modo! ¿Es que realmente soy tan
maleducada, tan terca, tan caprichosa, tan poco modesta, tan tonta, tan haragana,
etc., etc., corno dicen los de arriba? Claro que no. Ya sé que tengo muchos
defectos y que hago muchas cosas mal, ¡pero tampoco hay que exagerar tanto! Si
supieras, Kitty, cómo a veces me hierve la sangre cuando todos se ponen a
gritar y a insultar de ese modo. Te aseguro que no falta mucho para que toda mi
rabia contenida estalle.
Pero basta ya de
hablar de este asunto. Ya te he aburrido bastante con mis disputas, y sin
embargo no puedo dejar de relatarte una discusión de sobremesa harto
interesante.
A raíz de no sé qué
tema llegamos a hablar sobre la gran modestia de Pim. Dicha modestia es un
hecho indiscutible, que hasta el más idiota no puede dejar de admitir. De
repente, la señora Van Daan, que siempre tiene que meterse en todas las
conversaciones, dijo:
-Yo también soy muy
modesta, mucho más modesta que mi marido.
¡Habráse visto! ¡Pues
en esta frase sí que puede apreciarse claramente toda su modestia! El señor
Van Daan, que creyó necesario aclarar aquello de «que mi marido», replicó muy
tranquilamente:
-Es que yo no quiero
ser modesto. Toda mi vida he podido ver que las personas que no son modestas
llegan mucho más lejos que las modestas.
Y dirigiéndose a mí,
dijo:
-No te conviene ser
modesta, Ana. No llegarás a ninguna parte siendo modesta.
Mamá estuvo
completamente de acuerdo con este punto de vista, pero la señora Van Daan, como
de costumbre, tuvo que añadir su parecer a este tema educacional. Por esta
única vez, no se dirigió directamente a mí, sino a mis señores padres, pronunciando
las siguientes palabras:
-¡Qué concepción de
la vida tan curiosa la suya, al decirle a Ana una cosa semejante! En mis
tiempos no era así, y ahora seguro que tampoco lo es, salvo en una familia
moderna como la suya.
Esto último se
refería al método educativo moderno, tantas veces defendido por mamá. La
señora Van Daan estaba coloradísima de tanto sulfurarse. Una persona que se
pone colorada se altera cada vez más por el acaloramiento y por consiguiente
lleva todas las de perder frente a su adversario.
La madre no colorada,
que quería zanjar el asunto lo antes posible, recapacitó tan sólo un instante,
y luego respondió:
-Señora Van Daan,
también yo opino ciertamente que en la vida es mucho mejor no ser tan modesta.
Mi marido, Margot y Peter son todos tremendamente modestos. A su marido, a Ana,
a usted y a mí no nos falta modestia, pero tampoco permitimos que se nos dé de
lado.
La señora Van Daan:
-¡Pero señora, no la
entiendo! De verdad que soy muy, pero que muy modesta. ¡Cómo se le ocurre
llamarme poco modesta a mí!
Mamá:
-Es cierto que no le
falta modestia, pero nadie la consideraría verdaderamente modesta.
La señora:
-Me gustaría saber en
qué sentido soy poco modesta. ¡Si yo aquí no cuidara de mí misma, nadie lo
haría, y entonces tendría que morirme de hambre, pero eso no significa que no
sea igual de modesta que su marido!
Lo único que mamá
pudo hacer con respecto a esta autodefensa tan ridícula fue reírse. Esto irritó
a la señora Van Daan, que continuó su maravillosa perorata soltando una larga
serie de hermosas palabras germano-holandesas y holando-germanas, hasta que la
oradora nata se enredó tanto en su propia palabrería, que finalmente se levantó
de su silla y quiso abandonar la habitación, pero entonces sus ojos se clavaron
en mí. ¡Deberías haberlo visto! De safortunadamente, en el mismo momento en
que la señora nos había vuelto la espalda, yo meneé burlonamente la cabeza, no
a propósito, sino de manera más bien involuntaria, por haber estado siguiendo
la conversación con tanta atención. La señora se volvió y empezó a reñirme en
voz alta, en alemán, de manera soez y grosera, como una verdulera gorda y
colorada. Daba gusto verla. Si supiera dibujar, ¡cómo me habría gustado dibujar
a esa mujer bajita y tonta en esa posición tan cómica! De todos modos, he
aprendido una cosa, y es lo siguiente: a la gente no se la conoce bien hasta
que no se ha tenido una verdadera pelea con ella. Sólo entonces puede uno
juzgar el carácter que tienen.
Tu Ana
Martes, 29 de setiembre de 1942
Querida Kitty:
A los escondidos les
pasan cosas muy curiosas. Figúrate que como no tenemos bañera, nos bañamos en
una pequeña tina, y como sólo la oficina (con esta palabra siempre me refiero a
todo el piso de abajo) dispone de agua caliente, los siete nos turnamos para
bajar y aprovechar esta gran ventaja. Pero como somos todos tan distintos y la
cuestión del pudor y la vergüenza está más desarrollada en unos que en otros, cada
miembro de la familia se ha buscado un lugar distinto para bañarse. Peter se
baña en la cocina, pese a que ésta tiene una puerta de cristal. Cuando va a
darse un baño, pasa a visitarnos a todos por separado para comunicarnos que
durante la próxima media hora no debemos transitar por la cocina. Esta medida
le parece suficiente. El señor Van Daan se baña en el piso de arriba. Para él
la seguridad del baño tomado en su propia habitación le compensa la molestia de
subir toda el agua caliente tantos pisos. La señora, de momento, no se baña en
ninguna parte; todavía está buscando el mejor sitio para hacerlo. Papá se baña
en su antiguo despacho, mamá en la cocina, detrás de una mampara, y Margot y yo
hemos elegido para nuestro chapoteo la oficina grande. Los sábados por la tarde
cerramos las cortinas y nos aseamos a oscuras. Mientras una está en la tina, la
otra espía por la ventana por entre las cortinas cerradas y curiosea a la gente
graciosa que pasa.
Desde la semana
pasada ya no me agrada este lugar para bañarme y me he puesto a buscar un
sitio más confortable. Fue Peter quien me dio la idea de instalar la tina en el
amplio lavabo de las oficinas. Allí puedo sentarme, encender la luz, cerrar la
puerta con el pestillo, vaciar la tina yo sola sin la ayuda de nadie, y además
estoy a cubierto de miradas indiscretas. El domingo fue el día en que estrené
mi hermoso cuarto de baño, y por extraño que suene, me gusta más que cualquier
otro sitio.
El miércoles vino el
fontanero, y en el lavabo de las oficinas quitó las cañerías que nos abastecen
de agua y las volvió a instalar en el pasillo. Este cambio se ha hecho pensando
en un invierno frío, para evitar que el agua de la cañería se congele. La
visita del fontanero no fue nada placentera. No sólo porque durante el día no
podíamos dejar correr el agua, sino porque tampoco podíamos ir al retrete. Ya
sé que no es muy educado contarte lo que hemos hecho para remediarlo, pero no
soy tan pudorosa como para no hablar de estas cosas. Ya al principio de nuestro
período de escondidos, papá y yo improvisamos un orinal; al no disponer de uno
verdadero, sacrificamos para este fin un frasco de los de hacer conservas.
Durante la visita del fontanero, pusimos dichos frascos en la habitación y allí
guardamos nuestras necesidades de ese día. Esto me pareció mucho menos
desagradable que el hecho de tener que pasarme todo el día sentada sin moverme
y sin hablar. No puedes imaginarte lo difícil que le resultó esto a la señorita
Cuacua-cuá. Habitualmente ya debemos hablar en voz baja, pero no poder abrir
la boca ni moverse es mil veces peor.
Después de estar tres
días seguidos pegada a la silla, tenía el trasero todo duro y dolorido. Con
unos ejercicios de gimnasia vespertina pude hacer que se me quitara un poco el
dolor.
Tu Ana
Jueves, 1º de octubre de 1942
Querida Kitty:
Ayer me di un susto
terrible. A las ocho alguien tocó el timbre muy fuerte. Pensé que serían ya
sabes quiénes. Pero cuando todos aseguraron que serían unos gamberros o el
cartero, me calmé.
Los días transcurren
en silencio. Levinsohn, un farmacéutico y químico judío menudo que trabaja para
Kugler en la cocina, conoce muy bien el edificio y por eso tenemos miedo de
que se le ocurra ir a echar un vistazo al antiguo laboratorio. Nos mantenemos
silenciosos como ratoncitos bebés. ¡Quién iba a decir hace tres meses que «doña
Ana puro nervio» debería y podría estar sentada quietecita horas y horas!
El 29 cumplió años la
señora Van Daan. Aunque no hubo grandes festejos, se la agasajó con flores,
pequeños obsequios y buena comida. Los claveles rojos de su señor esposo
parecen una tradición familiar.
Volviendo a la señora
Van Daan, puedo decirte que una fuente permanente de irritación y disgusto para
mí es cómo coquetea con papá. Le acaricia la mejilla y el pelo, se sube muchísimo
la falda, dice cosas supuestamente graciosas y trata de atraer de esta manera
la atención de Pim. Por suerte a Pim ella no le gusta ni la encuentra
simpática, de modo que no hace caso de sus coqueteos. Como sabes, yo soy
bastante celosa por naturaleza, así que todo esto me sabe muy mal. ¿Acaso mamá
hace esas cosas delante de su marido? Eso mismo se lo he dicho a la señora en
la cara.
Peter tiene alguna
ocurrencia divertida de vez en cuando. Al menos una de sus aficiones que hace
reír a todos, la comparte conmigo: le gusta disfrazarse. Un día aparecimos él
metido en un vestido negro muy ceñido de su madre, y yo vestida con un traje
suyo; Peter llevaba un sombrero y yo una gorra. Los mayores se partían de risa
y nosotros no nos divertimos menos.
Bep ha comprado unas
faldas nuevas para Margot y para mí en los grandes almacenes Bijenkorf. Son de
una tela malísima, parece yute, como aquella tela de la que hacen sacos para
meter patatas. Una falda que las tiendas antes ni se hubieran atrevido a
vender, vale ahora 7,75 florines o 24 florines, respectivamente. Otra cosa que
se avecina: Bep ha encargado a una academia unas clases de taquigrafía por
correspondencia para Margot, para Peter y para mí. Ya verás en qué maravillosos
taquígrafos nos habremos convertido el año que viene. A mí al menos me parece
superinteresante aprender a dominar realmente esa escritura secreta.
Tengo un dolor
terrible en el índice izquierdo, con lo que no puedo planchar. ¡Por suerte!
El señor Van Daan
quiso que yo me sentara a su lado a la mesa, porque a su gusto Margot no come
suficiente; a mí no me desagrada cambiar por un tiempo. En el jardín ahora
siempre hay un gatito negro dando vueltas, que me
recuerda a mi querido Moortje, pobrecillo.
Mamá siempre tiene algo que objetar, sobre todo cuando estamos comiendo, por eso también me gusta el
cambio que hemos hecho. Ahora la que tiene que soportarla es Margot, o mejor dicho no tiene que soportarla
nada, porque total a ella mamá no le hace esos comentarios tan ponzoñosos, la niña ejemplar. Con eso de la niña ejemplar
ahora me paso el día haciéndola rabiar, y ella no lo soporta. Quizá así aprenda a dejar de
serlo. ¡Buena hora
sería!
Para terminar esta serie de noticias variadas, un chiste muy divertido del
señor Van Daan: ¿Sabes lo que hace 99 veces «clic» y una vez «clac»? ¡Un ciempiés con una pata de palo!
Tu Ana
Sábado, 3 de octubre de 1942
Querida Kitty:
Ayer me estuvieron gastando bromas por haber estado tumbada en la cama
junto al señor Van Daan. «¡A esta edad! ¡Qué escándalo!» y todo tipo de
comentarios similares. ¡Qué tontos son! Nunca me acostaría con Van Daan, en el
sentido general de la palabra, naturalmente.
Ayer hubo otro encontronazo; mamá empezó a despotricar y le contó a
papá todos mis pecados, y entonces se puso a llorar, y yo también, claro, y eso
que ya tenía un dolor de cabeza horrible. Finalmente le conté a papaíto que lo
quiero mucho más a él que a mamá. Entonces él dijo que ya me pasaría, pero no
le creo. Es que a mamá no la puedo soportar y me tengo que esforzar muchísimo
para no estar siempre soltándole bufidos y calmarme. A veces me gustaría darle
una torta, no sé de dónde sale esta enorme antipatía que siento por ella. Papá
me ha dicho que cuando mamá no se siente bien o tiene dolor de cabeza, yo debería
tomar la iniciativa para ofrecerme a hacer algo por ella, pero yo no lo hago,
porque no la quiero y sencillamente no me sale. También puedo imaginarme que
algún día mamá se morirá, pero me parece que nunca podría superar que se
muriera papá. Espero que mamá nunca lea esto ni lo demás.
Últimamente me dejan leer más libros para adultos. Ahora es toy
leyendo La niñez de Eva, de Nico van Suchtelen. No veo que haya mucha
diferencia entre las novelas para chicas y esto. Eva pensaba que los niños
crecían en los árboles, como las manzanas, y que la cigüeña los recoge cuando
están maduros y se los lleva a las madres. Pero la gata de su amiga tuvo cría y
los gatitos salían de la madre gata. Ella pensaba que la gata ponía huevos,
igual que las gallinas, y que se ponía a empollarlos, y también que las madres
que tienen un niño, unos días antes suben a poner un huevo y luego lo empollan.
Cuando viene el niño, las madres todavía están debilitadas de tanto estar en
cuclillas. Eva también quería tener un niño. Cogió un chal de lana y lo
extendió en el suelo, donde caería el huevo. Entonces se puso de cuclillas a
hacer fuerza. Al mismo tiempo empezó a cacarear, pero no le vino ningún huevo.
Por fin, después de muchos esfuerzos, salió algo que no era ningún huevo, sino
una salchichita. Eva sintió mucha vergüenza. Pensó que estaba enferma. ¿Verdad
que es cómico? La niñez de Eva también habla de mujeres que venden sus cuerpos
en unos callejones por un montón de dinero. A mí me daría muchísima vergüenza
algo así. Además también habla de que a Eva le vino la regla. Es algo que
quisiera que también me pasara a mí, así al menos sería adulta.
Papá anda refunfuñando y amenaza con quitarme el diario. ¡Por favor,
no! ¡Vaya un susto! En lo sucesivo será mejor que lo esconda.
Tu Ana
Miércoles, 7 de octubre de 1942
Me imagino que...
viajo a Suiza. Papá y yo dormimos en la misma habitación, mientras que
el cuarto de estudio de los chicos[3] pasa a ser mi cuarto
privado, en el que recibo a las visitas. Para darme una sorpresa me han comprado
un juego de muebles nuevos, con mesita de té, escritorio, sillones y un diván,
todo muy, pero muy bonito. Después de unos días, papá me da 150 florines, o el
equivalente en moneda suiza, pero digamos que son florines, y dice que me compre
todo lo que me haga falta, sólo para mí. (Después, todas las semanas me da un
florín, con el que también puedo comprarme lo que se me antoje.) Salgo con
Bernd y me compro:
3 blusas de verano, a razón de o,5o = 1,50
3 pantalones de verano, a razón de 0,50 = 1,50
3 blusas de invierno, a razón de 0,75 = 2,25
3 pantalones de invierno, a razón de 0,75 = 2,25
2 enaguas, a razón de o, 5o = 1,oo
2 sostenes (de la talla más pequeña), a razón de o,5o = 1,00
5 pijamas, a razón de 1,oo = 5,00
1 salto de cama de verano, a razón de 2,50 = 2,50
1 salto de cama de invierno a razón de 3,00 = 3,00
2 mañanitas, a razón de 0,75 = 1,50
1 cojín, a razón de 1,00 = 1,00
1 par de zapatillas de verano, a razón de 1,00 = 1,00
1 par de zapatillas de invierno, a razón de 1,50 = 1,50
1 par de zapatos de verano (colegio), a razón de 1,50 = 1,50
1 par de zapatos de verano (vestir), a razón de 2,oo = 2,00
1 par de zapatos de invierno (colegio), a razón de 2,50 = 2,50
1 par de zapatos de invierno (vestir), a razón de 3,00 = 3,00
2 delantales, a razón de 0,50 = 1,00
25 pañuelos, a razón de 0,05 = 1,25
4 pares de medias de seda, a razón de 0,75 = 3,00
4 pares de calcetines largos hasta la rodilla, a razón de 0,50 = 2,00
4 pares de calcetines cortos, a razón de 0,25 = 1,00
2 pares de medias de lana, a razón de 1,00 = 2,00
3 ovillos de lana blanca (pantalones, gorro) = 1,50
3 ovillos de lana azul (jersey, falda) = 1,50
3 ovillos de lana de colores (gorro, bufanda) = 1,50
chales, cinturones, cuellos, botones = 1,25
También 2 vestidos para el colegio (verano), 2 vestidos para el colegio
(invierno), 2 vestidos de vestir (verano), a vestidos de vestir (invierno), 1
falda de verano, 1 falda de invierno de vestir, 1 falda de invierno para el
colegio, 1 gabardina, 1 abrigo de verano, i abrigo de invierno, 2 sombreros, z
gorros. Todo junto son 10 florines.
2 bolsos, i traje para patinaje sobre hielo, 1 par de patines con
zapatos, 1 caja (con polvos, pomadas, crema desmaquilladora, aceite
bronceador, algodón, gasas y esparadrapos, colo
rete, barra de labios, lápiz de cejas, sales de baño, talco, agua de
colonia, jabones, borla).
Luego cuatro jerseys a razón de 1,50, 4 blusas a razón de 1,oo, objetos
varios por un valor total de 1o,oo, regalos por valor de 4,50
Viernes, 9 de octubre de 1942
Querida Kitty:
Hoy no tengo más que noticias desagradables y desconsoladoras para
contarte. A nuestros numerosos amigos y conocidos judíos se los están llevando
en grupos. La Gestapo no tiene la mínima consideración con ellos, los cargan
nada menos que en vagones de ganado y los envían a Westerbork, el gran campo de
concentración para judíos en la provincia de Drente. Miep nos ha hablado de
alguien que logró fugarse de allí. Debe de ser un sitio horroroso. A la gente
no le dan casi de comer y menos de beber. Sólo hay agua una hora al día, y no
hay más que un retrete y un lavabo para varios miles de personas. Hombres y
mujeres duermen todos juntos, y a estas últimas y a los niños a menudo les
rapan la cabeza. Huir es prácticamente imposible. Muchos llevan la marca inconfundible
de su cabeza rapada o también la de su aspecto judío.
Si ya en Holanda la situación es tan desastrosa, ¿cómo vivirán en las
regiones apartadas y bárbaras adonde los envían? Nosotros suponemos que a la
mayoría los matan. La radio inglesa dice que los matan en cámaras de gas, quizá
sea la forma más rápida de morir.
Estoy tan confusa por las historias de horror tan sobrecogedoras que
cuenta Miep y que también a ella la estremecen. Hace poco, por ejemplo, delante
de la puerta de su casa se había sentado una viejecita judía entumecida
esperando a la Gestapo, que había ido a buscar una furgoneta para llevársela.
La pobre vieja estaba muy atemorizada por los disparos dirigidos a los aviones
ingleses que sobrevolaban la ciudad, y por el relampagueo de los reflectores.
Sin embargo, Miep no se atrevió a hacerla entrar en su casa. Nadie lo haría.
Sus señorías alemanas no escatiman medios para castigar.
También Bep está muy callada; al novio lo mandan a Alemania.
Cada vez que los aviones sobrevuelan nuestras casas, ella tiene miedo
de que suelten sus cargas explosivas de hasta mil toneladas en la cabeza de su
Bertus. Las bromas del tipo «seguro que no le caerán mil toneladas» y «con una
sola bomba basta» me parece que están un tanto fuera de lugar. Bertus no es el
único, todos los días salen trenes llenos de muchachos holandeses que van a
trabajar a Alemania. En el camino, cuando paran en alguna pequeña estación,
algunos se bajan a escondidas e intentan buscar refugio. Una pequeña parte de
ellos quizá lo consiga.
Todavía no he terminado con mis lamentaciones.
¿Sabes lo que es un rehén? Es el último método que han impuesto como
castigo para los saboteadores. Es los más horrible que te puedas imaginar.
Detienen a destacados ciudadanos inocentes y anuncian que los ejecutarán en
caso de que alguien realice un acto de sabotaje. Cuando hay un sabotaje y no
encuentran a los responsables, la Gestapo sencillamente pone a cuatro o cinco
rehenes contra el paredón. A menudo los periódicos publican esquelas
mortuorias sobre estas personas, calificando sus muertes de «accidente fatal».
¡Bonito pueblo el alemán, y pensar que en realidad yo también
pertenezco a él! Pero no, hace mucho que Hitler nos ha convertido en
apátridas. De todos modos no hay enemistad más grande en el mundo que entre los
alemanes y los judíos.
Tu Ana
Miércoles, 14 de octubre de 1942
Querida Kitty:
Estoy atareadísima. Ayer, primero traduje un capítulo de La beIle
Nivernaise e hice un glosario. Luego resolví un problema de matemáticas
dificilísimo y traduje tres páginas de gramática francesa. Hoy tocaba
gramática francesa e historia. Me niego a hacer problemas tan difíciles todos
los días. Papá también dice que son horribles. Yo casi los sé hacer mejor que
él, pero en realidad no nos salen a ninguno de los dos, de modo que siempre
tenemos que recurrir a Margot. También estoy muy afanada con la taquigrafía,
que me encanta. Soy la que va más adelantada de los tres.
He leído Los exploradores. Es un libro divertido, pero no tiene
ni punto de comparación con Joop ter Heul. Por otra parte, aparecen a
menudo las mismas palabras, pero eso se entiende al ser de la misma escritora.
Cissy van Marxveldt escribe de miedo. Fijo que luego se los daré a leer a mis
hijos.
Además he leído un montón de obras de teatro de Körner. Me gusta cómo
escribe. Por ejemplo: Eduviges, El primo de Bremen, La gobernanta, El dominó
verde y otras más.
Mamá, Margot y yo hemos vuelto a ser grandes amigas, y en realidad me
parece que es mucho mejor así. Anoche estábamos acostadas en mi cama Margot y
yo. Había poquísimo espacio, pero por eso justamente era muy divertido. Me
pidió que le dejara leer mi diario.
-Sólo algunas partes -le contesté, y le pedí el suyo. Me dejó que lo
leyera.
Así llegamos al tema del futuro, y le pregunté qué quería ser cuando
fuera mayor. Pero no quiso decírmelo, se lo guarda como un gran secreto. Yo he
captado algo así como que le interesaría la enseñanza. Naturalmente, no sé si
le convendrá, pero sospecho que tirará por ese lado. En realidad no debería ser
tan curiosa.
Esta mañana me tumbé en la cama de Peter, después de ahuyentarlo.
Estaba furioso, pero me importa un verdadero bledo. Podría ser más amable
conmigo, porque sin ir más lejos, anoche le regalé una manzana.
Le pregunté a Margot si yo le parecía muy fea. Me contestó que tenía un
aire gracioso, y que tenía unos ojos bonitos. Una respuesta un tanto vaga, ¿no
te parece?
¡Hasta la próxima!
Ana Frank
P. D. Esta mañana todos hemos pasado por la balanza. Margot pesa 6o
kilos, mamá 6z, papá 701/2, Ana 431/2, Peter 67, la señora Van Daan 53, el
señor Van Daan 75. En los tres meses que llevo aquí, he aumentado 81/2 kilos.
¡Cuánto!, ¿no?
Martes, 20 de octubre de 1942
Querida Kitty:
Todavía me tiembla la mano, a pesar de que ya han pasado dos horas
desde el enorme susto que nos dimos. Debes saber que en el edificio hay cinco
aparatos Minimax contra incendios. Los de abajo fueron tan inteligentes de no
avisarnos que venía el carpintero, o como se le llame, a rellenar estos
aparatos. Por consiguiente, no estábamos para nada tratando de no hacer ruido,
hasta que en el descansillo (frente a nuestra puerta-armario) oí golpes de
martillo. En seguida pensé que sería el carpintero y avisé a Bep, que estaba comiendo,
que no podría bajar a la oficina. Papá y yo nos apostamos junto a la puerta
para oír cuándo el hombre se iba. Tras haber estado unos quince minutos
trabajando, depositó el martillo y otras herramientas sobre nuestro armario
(por lo menos, así nos pareció) y golpeó a la puerta. Nos pusimos blancos.
¿Habría oído algún ruido y estaría tratando de investigar el misterioso mueble?
Así parecía, porque los golpes, tirones y empujones continuaban.
Casi me desmayo del susto, pensando en lo que pasaría si aquel perfecto
desconocido lograba desmantelar nuestro hermoso escondite. Y justo cuando
pensaba que había llegado el fin de mis días, oímos la voz del señor Kleiman,
diciendo:
-Abridme, soy yo.
Le abrimos inmediatamente. ¿Qué había pasado? El gancho con el que se
cierra la puerta-armario se había atascado, con lo que nadie nos había podido
avisar de la venida del carpintero. El hombre ya había bajado y Kleiman vino a
buscar a Bep, pero no lograba abrir el armario. No te imaginas lo aliviada que
me sentí. El hombre que yo creía que quería entrar en nuestra casa, había ido
adoptando en mi fantasía proporciones cada vez más gigantescas, pasando a ser
un fascista monstruoso como ninguno. ¡Ay!, por suerte esta vez todo acabó bien.
El lunes nos divertimos mucho. Miep y Jan pasaron la noche con
nosotros. Margot y yo nos fuimos a dormir una noche con papá y mamá, para que
los Gies pudieran ocupar nuestro lugar. La cena de honor estuvo deliciosa. Hubo
una pequeña interrupción originada por la lámpara de papá, que causó un
cortocircuito y nos dejó a oscuras. ¿Qué hacer? Plomos nuevos había, pero había
que ir a cambiarlos al almacén del fondo, y eso de noche no era una tarea muy
agradable. Igualmente, los hombres de la casa hicie
ron un intento y a los diez minutos pudimos volver a guardar nuestras
velas iluminatorias.
Esta mañana me levanté temprano. Jan ya estaba vestido. Tenía que
marcharse a las ocho y media, de modo que a las ocho ya estaba arriba
desayunando. Miep se estaba vistiendo, y sólo tenía puesta la enagua cuando
entré. Usa las mismas bragas de lana que yo para montar en bicicleta. Margot y
yo también nos vestimos y subimos al piso de arriba mucho antes que de
costumbre. Después de un ameno desayuno, Miep bajó a la oficina. Llovía a
cántaros, y se alegró de no tener que pedalear al trabajo bajo la lluvia. Hice
las camas con papá y luego me aprendí la conjugación irregular de cinco verbos
franceses. ¡Qué aplicada soy!, ¿verdad?
Margot y Peter estaban leyendo en nuestra habitación, y Mouschi se
había instalado junto a Margot en el diván. Al acabar con mis irregularidades
francesas yo también me sumé al grupo, y me puse a leer El canto eterno de los
bosques. Es un libro muy bonito, pero muy particular, y ya casi lo he
terminado.
La semana que viene también Bep nos hará una visita nocturna.
Tu Ana
Jueves, 29 de octubre de 1942
Querida Kitty:
Estoy muy preocupada; papá se ha puesto malo. Tiene mucha fiebre y le
han salido granos. Parece que tuviera viruela. ¡Y ni siquiera podemos llamar a
un médico! Mamá le hace sudar, quizá con eso le baje la fiebre.
Esta mañana Miep nos contó que han «desmueblado» la casa de los Van
Daan, en la Zuider-Amstellaan. Todavía no se lo hemos dicho a la señora, porque
últimamente anda bastante nerviosa y no tenemos ganas de que nos suelte otra
jeremiada sobre su hermosa vajilla de porcelana y las sillas tan elegantes que
debió abandonar en su casa. También nosotros hemos tenido que abandonar casi
todas nuestras cosas bonitas. ¿De qué nos sirve ahora lamentarnos?
Papá quiere que empiece a leer libros de Hebbel y de otros escritores
alemanes famosos. Leer alemán ya no me resulta tan difícil, sólo que por lo
general leo bisbiseando, en vez de leer para mis adentros. Pero ya se me
pasará. Papá ha sacado los dramas de Goethe y de Schiller de la biblioteca
grande, y quiere leerme unos párrafo; todas las noches. Ya hemos empezado con
DON CARLOS. Siguiendo el buen ejemplo de papá, mamá me ha dado su libro de
oraciones. Para no contrariarla he leído algunos rezos en alemán. Me parecen
bonitos, pero no me dicen nada. ¿Por qué me obliga a ser tan beata y religiosa?
Mañana encenderemos la estufa por primera vez. Seguro que se nos
llenará la casa de humo, porque hace mucho que no han deshollinado la
chimenea. ¡Esperemos que tire!
Tu Ana
Lunes, 2 de noviembre de 194.2
Querida Kitty:
El viernes estuvo con nosotros Bep. Pasamos un rato agradable, pero no
durmió bien porque había bebido vino. Por lo demás, nada de particular. Ayer
tuve mucho dolor de cabeza y me fui a la cama temprano. Margot está nuevamente
latosa.
Esta mañana empecé a ordenar un fichero de la oficina, que se había
caído y que tenía todas las fichas mezcladas. Como era para volverme loca, les
pedí a Margot y Peter que me ayudaran, pero los muy haraganes no quisieron. Así
que lo guardé tal cual, porque sola no lo voy a hacer. ¡Soy tonta pero no
tanto!
Tu Ana
P. D. He olvidado comunicarte la importante noticia de que es muy
probable que muy pronto me venga la regla. Lo noto porque a cada rato tengo una
sustancia pegajosa en las bragas y mamá ya me lo anticipó. Apenas puedo esperar.
¡Me parece algo tan importante! Es una lástima que ahora no pueda usar
compresas, porque ya no se consiguen, y los palitos que usa mamá sólo son para
mujeres que ya han tenido hijos alguna voz.
22 de enero de 1944. (Añadido)
Ya no podría escribir una cosa así.
Ahora que releo mi diario después de un año y medio, me sorprendo de
que alguna vez haya sido tan cándida e ingenua. Me doy cuenta de que, por más
que quisiera, nunca más podré ser así. Mis estados de ánimo, las cosas que
digo sobre Margot, mamá y papá, todavía lo comprendo como si lo hubiera
escrito ayer. Pero esa manera desvergonzada de escribir sobre ciertas cosas ya
no me las puedo imaginar. De verdad me avergüenzo de leer algunas páginas que
tratan de temas que preferiría imaginármelos más bonitos. Los he descrito de
manera tan poco elegante... ¡Pero ya basta de lamentarme!
Lo que también comprendo muy bien es la añoranza de Moortje y el deseo
de tenerlo conmigo. A menudo conscientemente, pero mucho más a menudo de
manera insconciente, todo el tiempo que he estado y que estoy aquí he tenido
un gran deseo de confianza, afecto y cariño. Este deseo es fuerte a veces, y
menos fuerte otras veces, pero siempre está ahí.
Jueves, 5 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Por fin los ingleses han tenido algunas victorias en África, y
Stalingrado aún no ha caído, de modo que los señores de la casa están muy
alegres y contentos, así que esta mañana sirvieron café y té. Por lo demás,
nada de particular.
Esta semana he leído mucho y he estudiado poco. Así han de hacerse las
cosas en este mundo, y así seguro que se llega lejos...
Mamá y yo nos entendemos bastante mejor últimamente, aunque nunca
llegamos a tener una verdadera relación de confianza, y papá, aunque hay algo
que me oculta, no deja de ser un cielo.
La estufa lleva varios días encendida, y la habitación está inundada
de humo. Yo realmente prefiero la calefacción central, y supongo que no soy la
única. A Margot no puedo calificarla más que de detestable; me crispa
terriblemente los nervios de la noche a la mañana.
Ana Frank
Sábado, 7 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Mamá anda muy nerviosa, y eso para mí siempre es muy peligroso. ¿Puede
ser casual que papá y mamá nunca regañen a Margot, y siempre sea yo la que
cargue con la culpa de todo? Anoche, por ejemplo, pasó lo siguiente: Margot
estaba leyendo un libro con ilustraciones muy bonitas. Se levantó y dejó de
lado el libro con intención de seguir leyéndolo más tarde. Como yo en ese
momento no tenía nada que hacer, lo cogí y me puse a mirar las ilustraciones.
Margot volvió, vio «su» libro en mis manos, frunció el ceño y me pidió que se
lo devolviera, enfadada. Yo quería seguir leyéndolo un poco más. Margot se
enfadó más y más, y mamá se metió en el asunto diciendo:
-Ese libro lo estaba leyendo Margot, así que dáselo a ella. En eso
entró papá sin saber siquiera de qué se trataba, pero al ver lo que pasaba, me
gritó:
-¡Ya quisiera ver lo que harías tú si Margot se pusiera a hojear tu
libro!
Yo en seguida cedí, solté el libro y salí de la habitación, «ofendida»
según ellos. No estaba ofendida ni enfadada, sino triste.
Papá no estuvo muy bien al juzgar sin conocer el objeto de la
controversia. Yo sola le habría devuelto el libro a Margot, e incluso mucho
antes, de no haberse metido papá y mamá en el asunto para proteger a Margot,
como si de la peor injusticia se tratara.
Que mamá salga a defender a Margot es normal, siempre se andan
defendiendo mutuamente. Yo ya estoy tan acostumbrada, que las regañinas de mamá
ya no me hacen nada, igual que cuando Margot se pone furiosa. Las quiero sólo
porque son mi madre y Margot; como personas, por mí que se vayan a freír
espárragos. Con papá es distinto. Cuando hace distinción entre las dos, aprobando
todo lo que hace Margot, alabándola y haciéndole cariños, yo siento que algo me
carcome por dentro, porque a papá yo lo adoro, es mi gran ejemplo, no quiero a
nadie más en el mundo sino a él. No es consciente de que a Margot la trata de
otra manera que a mí. Y es que Margot es la más lista, la más buena, la más bonita
y la mejor. ¿Pero acaso no tengo yo derecho a que se me trate un poco en serio?
Siempre he sido la payasa y la traviesa de la familia, siempre he tenido que
pagar dos veces por las cosas que hacía: por un lado, las regañinas, y por el
otro, la desesperación den
tro de mí misma. Ahora esos mismos frívolos ya no me satisfacen, como
tampoco las conversaciones presuntamente serias. Hay algo que quisiera que papá
me diera que él no es capaz de darme. No tengo celos de Margot, nunca los he
tenido. No ansío ser tan lista y bonita como ella, tan sólo desearía sentir el
amor verdadero de papá, no solamente como su hija, sino también como
Ana-en-sí-misma.
Intento aferrarme a papá, porque cada día desprecio más a mamá, y
porque papá es el único que todavía hace que conserve mis últimos sentimientos
de familia. Papá no entiende que a veces necesito desahogarme sobre mamá. Pero
él no quiere hablar, y elude todo lo que pueda hacer referencia a los errores
de mamá.
Y sin embargo es ella, con todos sus defectos, la carga más pesada. No
sé qué actitud adoptar; no puedo refregarle debajo de las narices su dejadez,
su sarcasmo y su dureza, pero tampoco veo por qué habría de buscar la culpa de
todo en mí.
Soy exactamente opuesta a ella en todo, y eso, naturalmente, choca. No
juzgo su carácter porque no sé juzgarlo, sólo la observo como madre. Para mí,
mamá no es mi madre. Yo misma tengo que ser mi madre. Me he separado de ellos,
ahora navego sola y ya veré dónde voy a parar. Todo tiene que ver sobre todo
con el hecho de que veo en mí misma un gran ejemplo de cómo ha de ser una madre
y una mujer, y no encuentro en ella nada a lo que pueda dársele el nombre de
madre.
Siempre me propongo no mirar los malos ejemplos que ella me da; tan
sólo quiero ver su lado bueno, y lo que no encuentre en ella, buscarlo en mí
misma. Pero no me sale, y lo peor es que ni papá ni mamá son conscientes de que
están fallando en cuanto a mi educación, y de que yo se lo tomo a mal. ¿Habrá
gente que pueda satisfacer plenamente a sus hijos?
A veces creo que Dios me quiere poner a prueba, tanto ahora como más
tarde. Debo ser buena sola, sin ejemplos y sin hablar, sólo así me haré más
fuerte.
¿Quién sino yo leerá luego todas estas cartas? ¿Quién sino yo misma me
consolará? Porque a menudo necesito consuelo; muchas veces no soy lo
suficientemente fuerte y fallo más de lo que acierto. Lo sé, y cada vez intento
mejorar, todos los días.
Me tratan de forma poco coherente. Un día Ana es una chica seria, que
sabe mucho, y al día siguiente es una borrica que no sabe nada y cree haber
aprendido de todo en los libros. Ya no soy el bebé ni la niña mimada que causa
gracia haciendo cualquier
cosa. Tengo mis propios ideales, mis ideas y planes, pero aún no sé
expresarlos.
¡Ah!, me vienen tantas cosas a la cabeza cuando estoy sola por las
noches, y también durante el día, cuando tengo que soportar a todos los que ya
me tienen harta y siempre interpretan mal mis intenciones. Por eso, al final
siempre vuelvo a mi diario: es mi punto de partida y mi destino, porque Kitty
siempre tiene paciencia conmigo. Le prometeré que, a pesar de todo,
perseveraré, que me abriré mi propio camino y me tragaré mis lágrimas. Sólo que
me gustaría poder ver los resultados, o que alguien que me quisiera me animara
a seguir.
No me juzgues, sino considérame como alguien que a veces siente que
está rebosando.
Tu Ana
Lunes, 9 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Ayer fue el cumpleaños de Peter. Cumplió dieciséis años. A las ocho ya
subí a saludarlo y a admirar sus regalos. Le han regalado, entre otras cosas,
un juego de la Bolsa, una afeitadora y un encendedor. No es que fume mucho; al
contrario, pero es por motivos de elegancia.
La mayor sorpresa nos la dio el señor Van Daan, cuando nos informó que
los ingleses habían desembarcado en Túnez, Argel, Casablanca y Orán.
«Es el principio del fin», dijeron todos, pero Churchill, el primer
ministro inglés, que seguramente oyó la misma frase en Inglaterra, dijo: «Este
desembarco es una proeza, pero no se debe pensar que sea el principio del fin.
Yo más bien diría que significa el fin del principio.» ¿Te das cuenta de la
diferencia? Sin embargo, hay motivos para mantener el optimismo. Stalingrado,
la ciudad rusa que ya llevan tres meses defendiendo, aún no ha sido entregada
a los alemanes.
Para darte una idea de otro aspecto de nuestra vida en la Casa de
atrás, tendré que escribirte algo sobre nuestra provisión de alimentos. (Has
de saber que los del piso de arriba son unos verdaderos golosos.)
El pan nos lo proporciona un panadero muy amable, un conocido de
Kleiman. No conseguimos tanto pan como en casa, naturalmente, pero nos
alcanza. Los cupones de racionamiento también los compramos de forma
clandestina. El precio aumenta continuamente; de 27 florines ha subido ya a 33.
¡Y eso sólo por una hoja de papel impresa!
Para tener más víveres no perecederos, aparte de los cien botes de
comida que tenemos, hemos comprado 13 S kilos de legumbres. Esto no es para
nosotros solos; una parte es para los de la oficina. Los sacos de legumbres
estaban colgados con ganchos en el pasillo que hay detrás de la puerta-armario.
Algunas costuras de los sacos se abrieron debido al gran peso. Decidimos que
era mejor llevar nuestras provisiones de invierno al desván, y encomendamos
la tarea a Peter. Cuando cinco de los seis sacos ya se encontraban arriba
sanos y salvos y Peter estaba subiendo el sexto, la costura de debajo se soltó
y una lluvia, mejor dicho un granizo, de judías pintas voló por el aire y rodó
por la escalera. En el saco había unos 25 kilos, de modo que fue un ruido
infernal. Abajo pensaron que se les venía el viejo edifico encima. Peter se
asustó un momento, pero soltó una carcajada cuando me vio al pie de la escalera
como una especie de isla en medio de un mar de judías, que me llegaba hasta los
tobillos. En seguida nos pusimos a recogerlas, pero las judías son tan pequeñas
y resbaladizas que se meten en todos los rincones y grietas posibles e
imposibles. Cada vez que ahora alguien sube la escalera, se agacha para recoger
un puñado de judías, que seguidamente entrega a la señora Van Daan.
Casi me olvidaba de decirte que a papá ya se le ha pasado totalmente
la enfermedad que tenía.
Tu Ana
P. D. Acabamos de oír por radio la noticia de que ha caído Argel.
Marruecos, Casablanca y Orán ya hace algunos días que están en manos de los
ingleses. Ahora sólo falta Túnez.
Martes, 1o de noviembre de 1942
Querida Kitty:
¡Gran noticia! ¡Vamos a acoger a otro escondido!
Sí, es cierto. Siempre habíamos dicho que en la casa en realidad aún
había lugar y comida para una persona más, pero no queríamos que Kugler y
Kleiman cargaran con más responsabilidad. Pero como nos llegan noticias cada
vez más atroces respecto de lo que está pasando con los judíos, papá consultó a
los dos principales implicados y a ellos les pareció un plan excelente. «El
peligro es tan grande para ocho como lo es para siete», dijeron muy acertadamente.
Cuando nos habíamos puesto de acuerdo, pasamos revista mentalmente a todos
nuestros amigos y conocidos en busca de una persona soltera o sola que encajara
bien en nuestra familia de escondidos. No fue difícil dar con alguien así:
después de que papá había descartado a todos los parientes de los Van Daan, la
elección recayó en un dentista llamado Alfred Dussel. Vive con una mujer
cristiana muy agradable y mucho más joven que él, con la que seguramente no
está casado, pero ése es un detalle sin importancia. Tiene fama de ser una
persona tranquila y educada, y a juzgar por la presentación, aunque
superficial, tanto a Van Daan como a nosotros nos pareció simpático. También
Miep lo conoce, de modo que ella podrá organizar el plan de su venida al escondite.
Cuando venga Dussel, tendrá que dormir en mi habitación en la cama de Margot,
que deberá conformarse con el catre[4] bién le pediremos que
traiga algo para engañar el estómago.
Tu Ana
Jueves, 12 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Vino Miep a informarnos que había estado con el doctor Dussel, quien al
verla entrar en su consulta le había preguntado en seguida si no sabía de un
escondite. Se había alegrado muchísimo cuando Miep le contó que sabía de uno y
que tendría que ir allí lo antes posible, mejor ya el mismo sábado. Pero eso le
hizo entrar en la duda, ya que todavía tenía que ordenar su fichero, atender a
dos pacientes y hacer la caja. Esta fue la noticia que nos trajo Miep esta
mañana. No nos pareció bien esperar tanto tiempo. Todos esos preparativos
significan dar explicaciones a un montón de gente que preferiríamos no implicar
en el asunto. Miep le iba a preguntar si no podía organizar las cosas de tal
manera que pudiera venir el sábado, pero Dussel dijo que no, y ahora llega el
lunes.
Me parece muy curioso que no haya aceptado inmediatamente nuestra
propuesta. Si lo detienen en la calle tampoco podrá ordenar el fichero ni
atender a sus pacientes. ¿Por qué retrasar el asunto entonces? Creo que papá ha
hecho mal en ceder.
Ninguna otra novedad.
Tu Ana
Martes, 17 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Ha llegado Dussel. Todo ha salido bien. Miep le había dicho que a las
once de la mañana estuviera en un determinado lugar frente a la oficina de
correos, y que allí un señor lo pasaría a buscar. A las once en punto, Dussel
se encontraba en el lugar convenido. Se le acercó el señor Kleiman,
informándole que la persona en cuestión todavía no podía venir y que si no
podía pasar un momento por la oficina de Miep. Kleiman volvió a la oficina en
tranvía y Dussel hizo lo propio andando.
A las once y veinte Dussel tocó a la puerta de la oficina. Miep le
ayudó a quitarse el abrigo procurando que no se le viera la estrella, y lo
condujo al antiguo despacho de papá, donde Kleiman lo entretuvo hasta que se
fuera la asistenta. Esgrimiendo la excusa de que ya el despacho estaba ocupado,
Miep acompañó a Dussel arriba, abrió la estantería giratoria y, para gran
sorpresa de éste, entró en nuestra Casa de atrás.
Los siete estábamos sentados alrededor de la mesa con coñac y café,
esperando a nuestro futuro compañero de escondite. Miep primero le enseñó el
cuarto de estar; Dussel en seguida reconoció nuestros muebles, pero no pensó ni
remotamente en que nosotros pudiéramos encontrarnos encima de su cabeza.
Cuando Miep se lo dijo, casi se desmaya del asombro. Pero por suerte, Miep no
le dejó tiempo de seguir asombrándose y lo condujo hacia arriba. Dussel se dejó
caer en un sillón y se nos quedó mirando sin decir
palabra, como si primero quisiera enterarse de lo ocurrido a través de
nuestras caras. Luego tartamudeó:
-Perro... ¿entonces ustedes no son en la Bélgica? ¿El militar no es
aparrecido? ¿El coche? ¿El huida no es logrrado?[5]
Le explicamos cómo había sido todo, cómo habíamos difundido la
historia del militar y el coche a propósito, para despistar a la gente y a los
alemanes que pudieran venir a buscarnos. Dussel no tenía palabras para
referirse a tanta ingeniosidad, y no pudo más que dar un primer recorrido por
nuestra querida casita de atrás, asombrándose de lo superpráctico que era todo.
Comimos todos juntos, Dussel se echó a dormir un momento y luego tomó el té con
nosotros, ordenó sus poquitas cosas que Miep había traído de antemano y muy
pronto se sintió como en su casa. Sobre todo cuando se le entregaron las
siguientes normas de la Casaescondite de atrás (obra de Van Daan):
PROSPECTO Y GUÍA DE LA CASA DE ATRÁS
Establecimiento especial para la permanencia temporal de judíos y
similares.
Abierto todo el año.
Convenientemente situado, en zona tranquila y boscosa en el corazón de
Amsterdam. Sin vecinos particulares (sólo empresas). Se puede llegar en las
líneas 13 y 17 del tranvía municipal, en automóvil y en bicicleta. En los
casos en que las autoridades alemanas no permiten el uso de estos últimos
medios de transporte, también andando. Disponibilidad permanente de pisos y
habitaciones, con pensión incluida o sin ella.
Alquiler: gratuito.
Dieta: sin grasas.
Agua corriente: en el cuarto de baño (sin bañera, lamentablemente) y
en varias paredes y muros. Estufas y hogares de calor agradable.
Amplios almacenes: para el depósito de mercancías de todo tipo. Dos
grandes y modernas cajas de seguridad.
Central de radio propia: con enlace directo desde Londres, Nueva York,
Tel Aviv y muchas otras capitales. Este aparato está a disposición de todos los
inquilinos a partir de las seis de la tarde, no existiendo emisoras prohibidas,
con la salvedad de que las emisoras alemanas sólo podrán escucharse a modo de
excepción, por ejemplo audiciones de música clásica y similares. Queda terminantemente
prohibido escuchar y difundir noticias alemanas (indistintamente de donde
provengan).
Horario de descanso: desde las so de la noche hasta las 7.3o de la
mañana, los domingos hasta las 10.15. Debido a las circunstancias reinantes, el
horario de descanso también regirá durante el día, según indicaciones de la
dirección. ¡Se ruega encarecidamente respetar estos horarios por razones de
seguridad!
Tiempo libre: suspendido hasta nueva orden por lo que respecta a
actividades fuera de casa.
Uso del idioma: es imperativo hablar en voz baja a todas horas;
admitidas todas las lenguas civilizadas; o sea, el alemán no.
Lectura y entretenimiento: no se podrán leer libros en alemán, excepto
los científicos y de autores clásicos; todos los demás, a discreción.
Ejercicios de gimnasia: a diario.
Canto: en voz baja exclusivamente, y sólo después de las 18 horas.
Cine: funciones a convenir.
Clases: de taquigrafía, una clase semanal por correspondencia; de
inglés, francés, matemáticas e historia, a todas horas; retribución en forma
de otras clases, de idioma neerlandés, por ejemplo.
Sección especial: para animales domésticos pequeños, con atención
esmerada (excepto bichos y alimañas, que requieren un permiso especial).
Reglamento de comidas:
Desayuno: todos los días, excepto domingos y festivos, a las 9 de la
mañana; domingos y festivos, a las 11.30 horas, aproximadamente.
Almuerzo: parcialmente completo. De 13.15 a 13.45 horas.
Cena: fría y/o caliente; sin horario fijo, debido a los partes informativos.
Obligaciones con respecto a la brigada de aprovisionamiento: es
tar siempre dispuestos a asistir en las tareas de oficina.
Aseo personal: los domingos a partir de las 9 de la mañana, los
inquilinos pueden disponer de la tina; posibilidad de usarla en el lavabo, la
cocina, el despacho o la oficina principal, según preferencias de cada uno.
Bebidas fuertes: sólo por prescripción médica. Fin.
Tu Ana
Jueves, 19 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Como todos suponíamos, Dussel es una persona muy agradable. Por
supuesto, le pareció bien compartir la habitación conmigo; yo sinceramente no
estoy muy contenta de que un extraño vaya a usar mis cosas, pero hay que hacer
algo por la causa común, de modo que es un pequeño sacrificio que hago de buena
gana. «Con tal que podamos salvar a alguno de nuestros conocidos, todo lo demás
es secundario», ha dicho papá, y tiene toda la razón.
El primer día de su estancia aquí, Dussel empezó a preguntarme en
seguida toda clase de cosas, por ejemplo cuándo viene la asistenta, cuáles son
las horas de uso del cuarto de baño, cuándo se puede ir al lavabo, etc. Te
reirás, pero todo esto no es tan fácil en un escondite. Durante el día no
podemos hacer ruido, para que no nos oigan desde abajo, y cuando hay otra
persona, como por ejemplo la asistenta, tenemos que prestar más atención aún
para no hacer ruido. Se lo expliqué prolijamente a Dussel, pero hubo una cosa
que me sorprendió; que es un poco duro de entendederas, porque pregunta todo
dos veces y aun así no lo retiene.
Quizá se le pase, y sólo es que está aturdido por la sorpresa. Por lo
demás todo va bien.
Dussel nos ha contado mucho de lo que está pasando fuera, en ese mundo
exterior que tanto echamos de menos. Todo lo que nos cuenta es triste. A
muchísimos de nuestros amigos y conocidos se los han llevado a un horrible
destino. Noche tras noche pasan los coches militares verdes y grises. Llaman a
todas las puertas, preguntando si allí viven judíos. En caso afirmativo, se
llevan en el acto a toda la familia. En caso negativo continúan su recorrido.
Nadie escapa a esta suerte, a no ser que se esconda. A menudo pagan un precio
por persona que se llevan: tantos florines por cabeza. ¡Como una cacería de
esclavos de las que se hacían antes! Pero no es broma, la cosa es demasiado
dramática para eso.
Por las noches veo a menudo a esa pobre gente inocente desfilando en
la oscuridad, con niños que lloran, siempre en marcha, cumpliendo las órdenes
de esos individuos, golpeados y maltratados hasta casi no poder más. No
respetan a nadie: ancianos, niños, bebés, mujeres embarazadas, enfermos, todos
sin excepción marchan camino de la muerte.
Qué bien estamos aquí, qué bien y qué tranquilos. No necesitaríamos
tomarnos tan a pecho toda esta miseria, si no fuera que tememos por lo que les
está pasando a todos los que tanto queremos y a quienes ya no podemos ayudar.
Me siento mal, porque mientras yo duermo en una cama bien abrigada, mis amigas
más queridas quién sabe dónde estarán tiradas.
Me da mucho miedo pensar en todas las personas con quienes me he
sentido siempre tan íntimamente ligada y que ahora están en manos de los más
crueles verdugos que hayan existido jamás.
Y todo por ser judíos.
Tu Ana
Viernes, 2o de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Ninguno de nosotros sabe muy bien qué actitud adoptar. Hasta ahora
nunca nos habían llegado tantas noticias sobre la suerte de los judíos y nos
pareció mejor conservar en lo posible el buen humor. Las pocas veces que Miep
ha soltado algo sobre las cosas terribles que le sucedieron a alguna conocida
o amiga, mamá y la señora Van Daan se han puesto cada vez a llorar, de modo
que Miep decidió no contarles nada más. Pero a Dussel en seguida lo acribillaron
a preguntas, y las historias que contó eran tan terribles y bárbaras que no
eran como para entrar por un oído y salir por el otro. Sin embargo, cuando ya
no tengamos las noticias tan frescas en nuestras memorias, seguramente volveremos
a contar chistes y a gastarnos bromas. De nada sirve seguir tan apesadumbrados
como ahora. A los que están fuera de todos modos no podemos ayudarlos. ¿Y qué
sentido tiene hacer de la Casa de atrás una «casa melancolía»?
En todo lo que hago me acuerdo de todos los que están ausentes. Y
cuando alguna cosa me da risa, me asusto y dejo de reír, pensando en que es una
vergüenza que esté tan alegre. ¿Pero es que tengo que pasarme el día llorando?
No, no puedo hacer eso, y esta pesadumbre ya se me pasará.
A todos estos pesares se les ha sumado ahora otro más, pero de tipo
personal, y que no es nada comparado con la desgracia que acabo de relatar. Sin
embargo, no puedo dejar de contarte que últimamente me estoy sintiendo muy
abandonada, que hay un gran vacío demasiado grande a mi alrededor. Antes nunca
pensaba realmente en estas cosas; mis alegrías y mis amigas ocupaban todos mis
pensamientos. Ahora sólo pienso en cosas tristes o acerca de mí misma. Y
finalmente he llegado a la conclusión de que papá, por más bueno que sea, no
puede suplantar él solo a mi antiguo mundo. Mamá y Margot ya no cuentan para
nada en cuanto a mis sentimientos.
¿Pero por qué molestarte con estas tonterías, Kitty? Soy muy ingrata,
ya lo sé, ¡pero la cabeza me da vueltas cuando no hacen más que reñirme, y
además, sólo me vienen a la mente todas estas cosas tristes!
Tu Ana
Sábado, 28 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Hemos estado usando mucha luz, excediéndonos de la cuota de
electricidad que nos corresponde. La consecuencia ha sido una economía
exagerada en el consumo de luz y la perspectiva de un corte en el suministro.
¡Quince días sin luz! ¿Qué te parece? Pero quizá no lleguemos a tanto. A las
cuatro o cuatro y media de la tarde ya está demasiado oscuro para leer, y
entonces matamos el tiempo haciendo todo tipo de tonterías. Adivinar acertijos,
hacer gimnasia a oscuras, hablar inglés o francés, reseñar libros, pero a la
larga todo te aburre. Ayer descubrí algo nuevo: espiar con un catalejo las
habitaciones bien iluminadas de los vecinos de atrás. Durante el día no
podemos correr las cortinas ni un centímetro, pero cuando todo está tan oscuro
no hay peligro.
Nunca antes me había dado cuenta de lo interesante que podían resultar
los vecinos, al menos los nuestros. A unos los encontré sentados a la mesa
comiendo, una familia estaba haciendo una proyección y el dentista de aquí
enfrente estaba atendiendo a una señora mayor muy miedica.
El señor Dussel, el hombre del que siempre decían que se entendía tan
bien con los niños y que los quería mucho a todos, ha resultado ser un educador
de lo más chapado a la antigua, a quien le gusta soltar sermones interminables
sobre buenos modales y buen comportamiento. Dado que tengo la extraordinaria
dicha (!) de compartir mi lamentablemente muy estrecha habitación con este
archidistinguido y educado señor, y dado que por lo general se me considera la
peor educada de los tres jóvenes de la casa, tengo que hacer lo imposible para
eludir sus reiteradas regañinas y recomendaciones de viejo y hacerme la sueca.
Todo esto no sería tan terrible si el estimado señor no fuera tan soplón y,
para colmo de males, no hubiera elegido justo a mamá para irle con el cuento.
Cada vez que me suelta un sermón, al poco tiempo aparece mamá y la historia se
repite. Y cuando estoy realmente de suerte, a los cinco minutos me llama la
señora Van Daan para pedirme cuentas, y ¡vuelta a empezar!
De veras, no creas que es tan fácil ser el foco maleducado de la
atención de una familia de escondidos entrometidos.
Por las noches, cuando me pongo a repensar los múltiples pecados y
defectos que se me atribuyen, la gran masa de cosas que debo considerar me
confunde de tal manera que o bien me echo a reír, o bien a llorar, según cómo
esté de humor. Y entonces me duermo con la extraña sensación de querer otra
cosa de la que soy, o de ser otra cosa de la que quiero, o quizá también de
hacer otra cosa de la que quiero o soy.
¡Santo cielo!, ahora también te voy a confundir a ti, perdóname, pero
no me gusta hacer tachones, y tirar papel en épocas de gran escasez está
prohibido. De modo que sólo puedo recomendarte que no releas la frase de arriba
y sobre todo que no te pongas a analizarla, porque de cualquier modo no
llegarás a comprenderla.
Tu Ana
Lunes, 7 de diciembre de 1942
Querida Kitty:
Este año Januká[6] y San Nicolás[7] coinciden; hay un
solo día de diferencia. Januká no lo festejamos con tanto bombo, sólo unos
pequeños regalitos y luego las velas. Como hay escasez de velas, no las tenemos
encendidas más que diez minutos, pero si va acompañado del cántico, con eso
basta. El señor Van Daan ha fabricado un candelabro de madera, así que eso
también lo tenemos.
La noche de San Nicolás, el sábado, fue mucho más divertida. Bep y Miep
habían despertado nuestra curiosidad cuchicheando todo el tiempo con papá entre
las comidas, de modo que ya intuíamos que algo estaban tramando. Y así fue: a
las ocho de la noche todos bajamos por la escalera de madera, pasando por el
pasillo superoscuro (yo estaba aterrada y hubiese querido estar nuevamente
arriba, sana y salva), hasta llegar al pequeño cuarto del medio. Allí pudimos
encender la luz, ya que este cuartito no tiene ventanas. Entonces papá abrió la
puerta del armario grande.
-¡Oh, qué bonito! -exclamamos todos.
En el rincón había una enorme cesta adornada con papel especial de San
Nicolás y con una careta de su criado Pedro el negro.
Rápidamente nos llevamos la cesta arriba. Había un regalo para cada
uno, acompañado de un poema alusivo. Ya sabrás cómo son los poemas de San
Nicolás, de modo que no te los voy a copiar.
A mí me regalaron un muñeco, a papá unos sujetalibros, etc. Lo
principal es que todo era muy ingenioso y divertido, y como ninguno de los
ocho escondidos habíamos festejado jamás San Nicolás, este estreno estuvo muy
acertado.
Tu Ana
P. D. Para los de abajo por supuesto también había regalos, todos
procedentes de otras épocas mejores, y además algún dinero, que a Miep y Bep
siempre les viene bien.
Hoy supimos que el cenicero que le regalaron al señor Van Daan, el
portarretratos de Dussel y los sujetalibros de papá, los hizo todos el señor
Voskuijl en persona. ¡Es asombroso lo que ese hombre sabe fabricar con las
manos!
Jueves, 10 de diciembre de 1942
Querida Kitty:
El señor Van Daan ha trabajado toda su vida en el ramo de los embutidos,
las carnes y las especias. En el negocio de papá se le contrató por sus
cualidades de especiero, pero ahora está mostrando su lado de charcutero, lo
que no nos viene nada mal.
Habíamos encargado mucha carne (clandestinamente, claro) para conservar
en frascos para cuando tuviéramos que pasar tiempos difíciles. Van Daan quería
hacer salchicha, longaniza y salchichón. Era gracioso ver cómo iba pasando
primero por la picadora los trozos de carne, dos o tres veces, y cómo iba
introduciendo en la masa de carne todos los aditivos y llenando las tripas a
través de un embudo. Las salchichas nos las comimos en seguida al mediodía con
el chucrut, pero las longanizas, que eran para conservar, primero debían
secarse bien, y para ello las colgamos de un palo que pendía del techo con dos
cuerdas. Todo el que entraba en el cuarto y veía la exposición de embutidos, se
echaba a reír. Es que era todo un espectáculo.
En el cuarto reinaba un gran ajetreo. Van Daan tenía puesto un delantal
de su mujer y estaba, todo lo gordo que era (parecía más gordo de lo que es en
realidad) atareadísimo preparando la carne. Las manos ensangrentadas, la cara
colorada y las manchas en el delantal le daban el aspecto de un carnicero de
verdad. La señora hacía de todo a la vez: aprender holandés de un librito,
remover la sopa, mirar la carne, suspirar y lamentarse por su costilla pectoral
superior rota. ¡Eso es lo que pasa cuando las señoras mayores (!) se ponen a
hacer esos ejercicios de gimnasia tan ridículos para rebajar el gran trasero
que tienen!
Dussel tenía un ojo inflamado y se aplicaba compresas de manzanilla
junto a la estufa. Pim estaba sentado en una silla justo donde le daba un rayo
de sol que entraba por la ventana; le pedían que se hiciera a un lado
continuamente. Seguro que de nuevo le molestaba el reúma, porque torcía
bastante el cuerpo y miraba lo que hacía Van Daan con un gesto de fastidio en
la cara. Parecía clavado uno de esos viejecitos inválidos de un asilo de
ancianos.
Peter se revolcaba por el suelo con el gato Mouschi, y mamá, Margot y
yo estábamos pelando patatas. Pero finalmente nadie hacía bien su trabajo,
porque todos estábamos pendientes de lo que hacía Van Daan.
Dussel ha abierto su consulta de dentista. Para que te diviertas, te
contaré cómo ha sido el primer tratamiento.
Mamá estaba planchando la ropa y la señora Van Daan, la primera
víctima, se sentó en un sillón en el medio de la habitación. Dussel empezó a
sacar sus cosas de una cajita con mucha parsimonia, pidió agua de colonia para
usar como desinfectante, y vaselina para usar como cera. Le miró la boca a la
señora y le tocó un diente y una muela, lo que hizo que se encogiera del dolor
como si se estuviera muriendo, emitiendo al mismo tiempo sonidos
ininteligibles. Tras un largo reconocimiento (según le pareció a ella, porque
en realidad no duró más que dos minutos), Dussel empezó a escarbar una caries.
Pero ella no se lo iba a permitir. Se puso a agitar frenéticamente brazos y
piernas, de modo que en determinado momento Dussel soltó el escarbador... ¡que
a la señora se le quedó clavado en un diente! ¡Ahí sí que se armó la gorda! La
señora empezó a hacer aspavientos, lloraba (en la medida en que eso es posible
con un instrumento así en la boca), intentaba sacarse el escarbador de la
boca, pero en vez de salirse, se le iba metiendo más. Dussel observaba el
espectáculo con toda la calma del mundo, con las manos en la cintura. Los demás
espectadores nos moríamos de risa, lo que estaba muy mal, porque estoy segura
de que yo misma hubiera gritado más fuerte aún. Después de mucho dar vueltas,
patear, chillar y gritar, la señora logró quitarse el escarbador y Dussel, sin
inmutarse, continuó su trabajo. Lo hizo tan rápido que a la señora ni le dio
tiempo de volver a la carga. Es que Dussel contaba con más ayuda de la que
había tenido jamás: el señor Van Daan y yo éramos sus dos asistentes, lo cual
no era poco. La escena parecía una estampa de la Edad Media, titulada
«curandero en acción». Entretanto, la señora no se mostraba muy paciente, ya
que tenía que hacerse cargo de su tarea de vigilar la sopa y la comida. Lo que
es seguro, es que la señora dejará pasar algún tiempo antes de pedir que le
hagan otro tratamiento.
Tu Ana
Domingo, 13 de diciembre de 1942
Querida Kitty:
Estoy cómodamente instalada en la oficina principal, mirando por la
ventana a través de la rendija del cortinaje. Estoy en la penumbra, pero aún
hay suficiente luz para escribirte.
Es curioso ver pasar a la gente, parece que todos llevaran muchísima
prisa y anduvieran pegando tropezones. Y las bicicletas, bueno, ¡ésas sí que
pasan a ritmo vertiginoso! Ni siquiera puedo ver qué clase de individuo va
montado en ellas. La gente del barrio no tiene muy buen aspecto, y sobre todo
los niños están tan sucios que da asco tocarlos. Son verdaderos barriobajeros,
con los mocos colgándoles de la nariz. Cuando hablan, casi no entiendo lo que
dicen.
Ayer por la tarde, Margot y yo estábamos aquí bañándonos y le dije:
- ¿Qué pasaría si con una caña de pescar pescáramos a los niños que
pasan por aquí y los metiéramos en la tina, uno por uno, les laváramos y
arregláramos la ropa y volviéramos a soltarlos?
A lo que Margot respondió:
-Mañana estarían igual de mugrientos y con la ropa igual de rota que
antes.
Pero basta ya de tonterías, que también se ven otras cosas: coches,
barcos y la lluvia. Oigo pasar el tranvía y a los niños, y me divierto.
Nuestros pensamientos varían tan poco como nosotros mismos. Pasan de
los judíos a la comida y de la comida a la política, como en un tiovivo. Entre
paréntesis, hablando de judíos: ayer, mirando por entre las cortinas, y como si
se tratara de una de las maravillas del mundo, vi pasar a dos judíos. Fue una
sensación tan extraña... como si los hubiera traicionado y estuviera espiando
su desgracia.
Justo enfrente de aquí hay un barco vivienda en el que viven el patrón
con su mujer y sus hijos. Tienen uno de esos perritos ladradores, que aquí
todos conocemos por sus ladridos y por el rabo en alto, que es lo único que
sobresale cuando recorre el barco.
¡Uf!, ha empezado a llover-y la mayoría de la gente se ha escondido
bajo sus paraguas. Ya no veo más que gabardinas y a veces la parte de atrás de
alguna cabeza con gorro. En realidad no hace falta ver más. A las mujeres ya
casi me las conozco de memoria:
hinchadas de tanto comer patatas, con un abrigo rojo o verde, con
zapatos de tacones desgastados, un bolso colgándoles del brazo, con un aire
furioso o bonachón, según cómo estén de humor sus maridos.
Tu Ana
Martes, 22 de diciembre de 1942
Querida Kitty:
La Casa de atrás ha recibido la buena nueva de que para Navidad
entregarán a cada uno un cuarto de kilo de mantequilla extra. En el periódico
dice un cuarto de kilo, pero eso es sólo para los mortales dichosos que reciben
sus cupones de racionamiento del Estado, y no para judíos escondidos, que a
causa de lo elevado del precio compran cuatro cupones en lugar de ocho, y
clandestinamente. Con la mantequilla todos pensamos hacer alguna cosa de
repostería. Yo esta mañana he hecho galletas y dos tartas. En el piso de arriba
todos andan trajinando como locos, y mamá me ha prohibido que vaya a estudiar o
a leer hasta que no hayan terminado de hacer todas las tareas domésticas.
La señora Van Daan guarda cama a causa de su costilla contusionada, se
queja todo el día, pide que le cambien los vendajes a cada rato y no se
conforma con nada. Daré gracias cuando vuelva a valerse por sí misma, porque
hay que reconocer una cosa: es extraordinariamente hacendosa y ordenada y
también alegre, siempre y cuando esté en forma, tanto física como
anímicamente.
Como si durante el día no me estuvieran insistiendo bastante con el
«ichis, chis!» para que no haga ruido, a mi compañero de habitación ahora se le
ha ocurrido chistarme también por las noches a cada rato. O sea que, según él,
ni siquiera puedo volverme en la cama. Me niego a hacerle caso, y la próxima
vez le contestaré con otro «ichis!».
Cada día que pasa está más fastidioso y egoísta. De las galletas que
tan generosamente me prometió, después de la primera semana no volví a ver ni
una. Sobre todo los domingos me pone furiosa que encienda la luz tempranísimo
y se ponga a hacer gimnasia durante diez minutos.
A mí, pobre víctima, me parece que fueran horas, porque las silías que
hacen de prolongación de mi cama se mueven continuamente bajo mi cabeza, medio
dormida aún. Cuando acaba con sus ejercicios, haciendo unos enérgicos
movimientos de brazos, el caballero comienza con su rito indumentario. Los
calzoncillos cuelgan de un gancho, de modo que primero va hasta allí a
recogerlos, y luego vuelve adonde estaba. La corbata está sobre la mesa, y para
ir hasta allí tiene que pasar junto a las sillas, a empujones y tropezones.
Pero mejor no te molesto con mis lamentaciones sobre viejos latosos, ya
que de todos modos no cambian nada, y mis pequeñas venganzas, como
desenroscarle la lámpara, cerrar la puerta con el pestillo o esconderle la
ropa, debo suprimirlas, lamentablemente, para mantener la paz.
¡Qué sensata me estoy volviendo! Aquí todo debe hacerse con sensatez:
estudiar, obedecer, cerrar el pico, ayudar, ser buena, ceder y no sé cuántas
cosas más. Temo que mi sensatez, que no es muy grande, se esté agotando
demasiado rápido y que no me quede nada para después de la guerra.
Tu Ana
Miércoles, 13 de enero de 1943
Querida Kitty:
Esta mañana me volvieron a interrumpir en todo lo que hacía, por lo que
no he podido acabar nada bien.
Tenemos una nueva actividad: llenar paquetes con. salsa de carne (en
polvo), un producto de Gies & Cía.
El señor Kugler no encuentra gente que se lo haga, y haciéndolo
nosotros también resulta mucho más barato. Es un trabajo como el que hacen en
las cárceles, muy aburrido, y que a la larga te marea y hace que te entre la
risa tonta.
Afuera es terrible. Día y noche se están llevando a esa pobre gente,
que no lleva consigo más que una mochila y algo de dinero. Y aun estas
pertenencias se las quitan en el camino. A las familias las separan sin
clemencia: hombres, mujeres y niños van a parar a sitios diferentes. Al volver
de la escuela, los niños ya no encuentran a sus padres. Las mujeres que salen
a hacer la compra, al volver a sus casas se encuentran con la puerta sellada y
con que sus familias han desaparecido. Los holandeses cristianos también empiezan
a tener miedo, pues se están llevando a sus hijos varones a Alemania a
trabajar. Todo el mundo tiene miedo. Y todas las noches cientos de aviones
sobrevuelan Holanda, en dirección a Alemania, donde las bombas que tiran
arrasan con las ciudades, y en Rusia y África caen cientos o miles de soldados
cada hora. Nadie puede mantenerse al margen. Todo el planeta está en guerra, y
aunque a los aliados les va mejor, todavía no se logra divisar el final.
¿Y nosotros? A nosotros nos va bien, mejor que a millones de otras
personas. Estamos en un sitio seguro y tranquilo y todavía nos queda dinero
para mantenernos. Somos tan egoístas que hablamos de lo que haremos «después
de la guerra», de que nos compraremos ropa nueva y zapatos, mientras que
deberíamos ahorrar hasta el último céntimo para poder ayudar a esa gente cuando
acabe la guerra, e intentar salvar lo que se pueda.
Los niños del barrio andan por la calle vestidos con una camisa finita,
los pies metidos en zuecos, sin abrigos, sin gorros, sin medias, y no hay
nadie que haga algo por ellos. Tienen la panza vacía, pero van mordiendo una
zanahoria, dejan sus frías casas, van andando por las calles aún más frías y
llegan a las aulas igualmente frías. Holanda ya ha llegado al extremo de que
por las calles muchísimos niños paran a los transeúntes para pedirles un pedazo
de pan.
Podría estar horas contándote sobre las desgracias que trae la guerra,
pero eso haría que me desanimara aún más. No nos queda más remedio que esperar
con la mayor tranquilidad posible el final de toda esta desgracia. Tanto los
judíos como los cristianos están esperando, todo el planeta está esperando, y
muchos están esperando la muerte.
Tu Ana
Sábado, 3o de enero de 1943
Querida Kitty:
Me hierve la sangre y tengo que ocultarlo. Quisiera patalear, gritar,
sacudir con fuerza a mamá, llorar y no sé qué más, por todas las palabras
desagradables, las miradas burlonas, las recriminaciones que como flechas me
lanzan todos los días con sus arcos tensados y que se clavan en mi cuerpo sin
que pueda sacármelas. A mamá, Margot, Van Daan, Dussel y también a papá me
gustaría gritarles: «iDejadme en paz, dejadme dormir por fin una noche sin que
moje de lágrimas la almohada, me ardan los ojos y me latan las sienes!
¡Dejadme que me vaya lejos, muy lejos, lejos del mundo si fuera posible!». Pero
no puedo. No puedo mostrarles mi desesperación, no puedo hacerles ver las
heridas que han abierto en mí. No soportaría su compasión ni sus burlas bienintencionadas.
En ambos casos me daría por gritar.
Todos dicen que hablo de manera afectada, que soy ridícula cuando
callo, descarada cuando contesto, taimada cuando tengo una buena idea,
holgazana cuando estoy cansada, egoísta cuando como un bocado de más, tonta,
cobarde, calculadora, etc. Todo el santo día me están diciendo que soy una tipa
insoportable, y aunque me río de ello y hago como que no me importa, en verdad
me afecta, y me gustaría pedirle a Dios que me diera otro carácter, uno que no
haga que la gente siempre descargue su furia sobre mí.
Pero no es posible, mi carácter me ha sido dado tal cual es, y siento
en mí que no puedo ser mala. Me esfuerzo en satisfacer los deseos de todos, más
de lo que se imaginan aun remotamente. Arriba trato de reír, pues no quiero
mostrarles mis penas.
Más de una vez, después de recibir una sarta de recriminaciones injustas,
le he dicho a mamá: «No me importa lo que digas. No te preocupes más por mí,
que soy un caso perdido.» Naturalmente, en seguida me contestaba que era una
descarada, me ignoraba más o menos durante dos días y luego, de repente, se
olvidaba de todo y me trataba como a cualquier otro.
Me es imposible ser toda melosa un día, y al otro día dejar que me
echen a la cara todo su odio. Prefiero el justo medio, que de justo no tiene
nada, y no digo nada de lo que pienso, y alguna vez trato de ser tan
despreciativa con ellos como ellos lo son conmigo. ¡Ay, si sólo pudiera!
Tu Ana
Viernes, 5 de febrero de 1943
Querida Kitty:
Hace mucho que no te escribo nada sobre las riñas, pero de todos
modos, nada ha cambiado al respecto. El señor Dussel al principio se tomaba
nuestras desavenencias, rápidamente olvidadas, muy en serio, pero está
empezando a acostumbrarse a ellas y ya no intenta hacer de mediador.
Margot y Peter no son para nada lo que se dice «jóvenes»; los dos son
tan aburridos y tan callados... Yo desentono muchísimo con ellos, y siempre me
andan diciendo «Margot y Peter tampoco hacen eso, fíjate en cómo se porta tu
hermana.» ¡Estoy harta!
Te confesaré que yo no quiero ser para nada como Margot. La encuentro
demasiado blandengue e indiferente, se deja convencer por todo el mundo y cede
en todo. ¡Yo quiero ser más firme de espíritu! Pero estas teorías me las guardo
para mí, se reirían mucho de mí si usara estos argumentos para defenderme.
En la mesa reina por lo general un clima tenso. Menos mal que los «soperos»
cada tanto evitan que se llegue a un estallido. Los soperos son todos los que
suben de la oficina a tomar un plato de sopa.
Esta tarde el señor Van Daan volvió a hablar de lo poco que come
Margot: «Seguro que lo hace para guardar la línea», prosiguió en tono de
burla.
Mamá, que siempre sale a defenderla, dijo en voz bien alta: -Ya estoy
cansada de oír las sandeces que dice.
La señora se puso colorada como un tomate; el señor miró al frente y no
dijo nada.
Pero muchas veces también nos reímos de algo que dice alguno de
nosotros. Hace poco la señora soltó un disparate muy cómico cuando estaba
hablando del pasado, de lo bien que se entendía con su padre y de sus múltiples
coqueteos:
-Y saben ustedes que cuando a un caballero se le va un poco la mano -prosiguió-,
según mi padre, había que decirle: «Señor, que soy una dama», y él sabría a qué
atenerse.
Soltamos la carcajada como si se tratara de un buen chiste.
Aun Peter, pese a que normalmente es muy callado, de tanto en tanto nos
hace reír. Tiene la desgracia de que le encantan las palabras extranjeras,
pero que no siempre conoce su significado. Una tarde en la que no podíamos ir
al retrete porque había visitas en la
oficina, Peter tuvo gran necesidad de ir, pero no pudo tirar de la
cadena. Para prevenirnos del olor, sujetó un cartel en la puerta del lavabo,
que ponía «svp[8] gas». Naturalmente, había
querido poner «Cuidado, gas», pero «svp» le pareció más fino. No tenía la más
mínima idea de que eso significa «por favor».
Tu Ana
Sábado, 27 de febrero de 1943
Querida Kitty:
Según Pim, la invasión se producirá en cualquier momento. Churchill ha
tenido una pulmonía, pero se está restableciendo. Gandhi, el independentista
indio, hace su enésima huelga de hambre.
La señora asegura que es fatalista. ¿Pero a quién le da más miedo
cuando disparan? Nada menos que a Petronella van Daan.
Jan Gies nos ha traído una copia de la carta pastoral de los obispos
dirigida a la grey católica. Es muy bonita y está escrita en un estilo muy
exhortativo. «¡Holandeses, no permanezcáis pasivos! ¡Que cada uno luche con sus
propias armas por la libertad del país, por su pueblo y por su religión!
¡Ayudad, dad, no dudéis!» Esto lo exclaman sin más ni más desde el púlpito.
¿Servirá de algo? Decididamente no servirá para salvar a nuestros correligionarios.
No te imaginas lo que nos acaba de pasar: el propietario del edificio
ha vendido su propiedad sin consultar a Kugler ni a Kleiman. Una mañana se
presentó el nuevo dueño con un arquitecto para ver la casa. Menos mal que
estaba Kleiman, que les enseñó todo el edificio, salvo nuestra casita de atrás.
Supuestamente había olvidado la llave de la puerta de paso en su casa. El
nuevo casero no insistió. Esperemos que no vuelva para ver la Casa de atrás,
porque entonces sí que nos veremos en apuros.
Papá ha vaciado un fichero para que lo usemos Margot y yo, y lo ha
llenado de fichas con una cara todavía sin escribir. Será nuestro fichero de
libros, en el que las dos apuntaremos qué libros hemos leído, el nombre de los
autores y la fecha. He aprendido dos palabras nuevas: «burdel» y «cocotte». He
comprado una libreta especial para apuntarlas.
Tenemos un nuevo sistema para la distribución de la mantequilla y la
margarina. A cada uno se le da su ración en el plato, pero la distribución es
bastante injusta. Los Van Daan, que son los que se encargan de hacer el
desayuno, se dan a sí mismos casi el doble de lo que nos ponen a nosotros. Mis
viejos no dicen nada porque no quieren pelea. Lástima, porque pienso que a esa
gente hay que pagarle con la misma moneda.
Tu Ana
Jueves, 4 marzo de 1943
Querida Kitty:
La señora tiene un nuevo nombre; la llamamos la Sra. Beaverbrook.
Claro, no comprenderás el porqué. Te explico: en la radio inglesa habla a
menudo un tal míster Beaverbrook, sobre que se bombardea demasiado poco a
Alemania. La señora Van Daan siempre contradice a todo el mundo, hasta a
Churchill y al servicio informativo, pero con míster Beaverbrook está completamente
de acuerdo. Por eso, a nosotros nos pareció lo mejor que se casara con este
Beaverbrook, y como se sintió halagada, en lo sucesivo la llamaremos Sra.
Beaverbrook.
Vendrá a trabajar un nuevo mozo de almacén. Al viejo lo mandan a
trabajar a Alemania. Lo lamentamos por él, pero a nosotros nos conviene porque
el nuevo no conoce el edificio. Los mozos del almacén todavía nos tienen
bastante preocupados.
Gandhi ha vuelto a comer.
El mercado negro funciona a las mil maravillas. Podríamos comer todo
lo que quisiéramos si tuviéramos el dinero para pagar los precios prohibitivos
que piden. El verdulero le compra las patatas a la «Wehrmacht» y las trae en
sacos al antiguo despacho de papá. Sabe que estamos escondidos, y por eso
siempre se las arregla para venir al mediodía, cuando los del almacén se van a
sus casas a comer.
Cada vez que respiramos, nos vienen estornudos o nos da la tos, de
tanta pimienta que estamos moliendo. Todos los que suben a visitarnos, nos
saludan con un «iachís!». La señora afirma que no baja porque se enfermeraría
si sigue aspirando tanta pimienta.
No me gusta mucho el negocio de papá; no vende más que gelatinizantes y
pimienta. ¡Un comerciante en productos alimenticios debería vender por lo menos
alguna golosina!
Esta mañana ha vuelto a caer sobre mí una tormenta de palabras. Hubo
rayos y centellas de tal calibre que todavía me zumban los oídos. Que esto y
que aquello, que «Ana mal» y que «Van Daan bien», que patatín y que patatán.
Tu Ana
Miércoles, 1o de marzo de 1943
Querida Kitty:
Anoche se produjo un cortocircuito. Además, hubo tiros a granel.
Todavía no le he perdido el miedo a todo lo que sea metrallas o aviones y casi
todas las noches me refugio en la cama de papá para que me consuele. Te
parecerá muy infantil, pero ¡si supieras lo horrible que es! No puedes oír ni
tus propias palabras, de tanto que truenan los cañones. La Sra. Beaverbrook, la
fatalista, casi se echó a llorar y dijo con un hilito de voz:
-iAy, por Dios, qué desagradable! ¡Ay, qué disparos tan fuertes!
Lo que viene a significar: ¡Estoy muerta de miedo!
A la luz de una vela no parecía tan terrible como cuando todo estaba
oscuro. Yo temblaba como una hoja y le pedí a papá que volviera a encender la
vela. Pero él fue implacable y no la encendió. De repente empezaron a disparar
las ametralladoras, que son diez veces peor que los cañones. Mamá se levantó de
la cama de un salto y, con gran disgusto de Pim, encendió la vela. Cuando Pim
protestó, mamá 1e contestó resueltamente:
-¡Ana no es soldado viejo!
Y sanseacabó.
¿Te he contado sobre los demás miedos de la señora? Creo que no. Para
que estés al tanto de todas las aventuras y desventuras de la Casa de atrás,
debo contarte lo siguiente. Una noche, la señora creyó que había ladrones en el
desván. De verdad oyó pasos fuertes, según ella, y sintió tanto miedo que
despertó a su marido.
Justo en ese momento, los ladrones desaparecieron y el único ruido que
oyó el señor fue el latido del corazón temeroso de la fatalista.
-¡Ay, Putti (el apodo cariñoso del señor), seguro que se han llevado
las longanizas y todas nuestras legumbres! ¡Y Peter! ¡Oh!, ¿estará todavía en
su cama?
-A Peter difícilmente se lo habrán llevado, no temas. Y ahora, déjame
dormir.
Pero fue imposible. La señora tenía tanto miedo que ya no se pudo
dormir.
Algunas noches más tarde, toda la familia del piso de arriba se
despertó a causa de un ruido fantasmal. Peter subió al desván con una linterana
y itrrrr!, vio cómo un ejército de ratas se daba a la fuga.
Cuando nos enteramos de quiénes eran los ladrones, dejamos que Mouschi
durmiera en el desván, y los huéspedes inoportunos ya no regresaron. Al menos,
no por las noches.
Hace algunos días, Peter subió a la buhardilla a buscar unos periódicos
viejos. Eran las siete y media de la tarde y aún había luz. Para poder bajar
por la escalera, tenía que agarrarse de la trampilla. Apoyó la mano sin mirar
y... ¡casi se cae del susto! Sin saberlo había apoyado la mano en una enorme
rata, que le dio un gran mordisco en el brazo. La sangre se le pasaba por la
tela del pijama cuando llegó tambaleándose y más blanco que el papel donde
estábamos nosotros. No era para menos: acariciar una rata no debe ser nada
agradable, y recibir una mordedura encima, menos aún.
Tu Ana
Viernes, 12 de marzo de 1943
Querida Kitty:
Permíteme que te presente: Mamá Frank, defensora de los niños. Más
mantequilla para los jóvenes, los problemas de la juventud moderna: en todo
sale a la defensa de los jóvenes y, tras una buena dosis de disputas, casi
siempre se sale con la suya.
Mofe aún es un desconocido para ti. Sin embargo, ya pertenecía al
edificio antes de que nos instaláramos aquí. Es el gato del almacén y de la
oficina, que ahuyenta a las ratas en los depósitos de mercancías. Su nombre
político es fácil de explicar. Durante una época, la firma Gies & Cía.
tenía dos gatos, uno para el almacén y otro para el desván. A veces sucedía que
los dos se encontraban, lo que acababa en grandes peleas. El que atacaba era
generalmente el almacenero, aunque luego fuera el desvanero el que ganara.
Igual que en la política. Por eso, el gato del almacén pasó a ser el alemán o
Mofe, y el del desván, el inglés o Tommie[10]. Tommie ya no está, pero
Mofe hace las delicias de todos nosotros cuando bajamos al piso de abajo.
Hemos comido tantas habas y judías pintas que ya no las puedo ni ver.
Con sólo pensar en ellas se me revuelve el estómago.
Hemos tenido que suprimir el suministro de pan por las noches.
Papá acaba de anunciar que está de mal humor. Otra vez tiene los ojos
tan tristes, pobre ángel.
Estoy completamente enganchada con el libro El golpe en la puerta, de
Ina Boudier-Bakker. La parte que describe la historia de la familia está muy
bien, pero las partes sobre la guerra, los escritores y la emancipación de la
mujer son menos buenas, y en realidad tampoco me interesan demasiado.
Bombardeos terribles en Alemania. El señor Van Daan está de mal humor.
El motivo: la escasez de tabaco.
La discusión sobre si debemos abrir o no las latas de conservas para
comerlas la hemos ganado nosotros.
Ya no me entra ningún zapato, salvo los de esquiar, que son poco
prácticos para andar dentro de la casa. Un par de sandalias de esparto de 6,5o
florines sólo pude usarlas durante una semana, luego ya no me sirvieron. Quizá
Miep consiga algo en el mercado negro.
Todavía tengo que cortarle el pelo a papá. Pim dice que lo hago tan
bien que cuando termine la guerra nunca más irá a un peluquero. ¡Ojalá no le
cortara tantas veces en la oreja!
Tu Ana
Jueves, 18 de marzo de 1943
Querida Kitty:
Turquía ha entrado en guerra. Gran agitación. Esperamos con gran
ansiedad las noticias de la radio.
Viernes, 19 de marzo de 1943
Querida Kitty:
La alegría dio paso a la decepción en menos de una hora. Turquía aún no
ha entrado en guerra; el ministro de allí sólo mencionó la supresión inminente
de la neutralidad. Un vendedor de periódicos de la plaza del Dam exclamaba:
«¿Turquía del lado de Inglaterra!» La gente le arrebataba los ejemplares de las
manos. Así fue cómo la grata noticia llegó también a nuestra casa.
Los billetes de mil florines serán declarados sin valor, lo que supondrá
un gran chasco para los estraperlistas y similares, pero aún más para los que
tienen dinero negro y para los escondidos. Los que quieran cambiar un billete
de mil florines, tendrán que explicar y demostrar cómo lo consiguieron
exactamente. Para pagar los impuestos todavía se pueden utilizar, pero la
semana que viene eso habrá acabado. Y para esa misma fecha, también los
billetes de quinientos florines habrán perdido su validez. Gies & Cía. aún
tenía algunos billetes de mil en dinero negro, pero los han usado para pagar
un montón de impuestos por adelantado, con lo que ha pasado a ser dinero
limpio.
A Dussel le han traído un pequeño taladro a pedal. Supongo que en poco
tiempo más me tocará hacerme una revisión a fondo.
Hablando de Dussel, no acata para nada las reglas del escondite. No
sólo le escribe cartas a la mujer, sino que también mantiene una asidua
correspondencia con varias otras personas. Las cartas se las da a Margot, la
profe de holandés de la Casa de atrás, para que se las corrida. Papá le ha
prohibido terminantemente a Dussel que siga con sus cartas. La tarea de
corregir de Margot ha terminado, pero supongo que Dussel no estará mucho
tiempo sin escribir.
El «Führer de todos los alemanes» ha hablado con los soldados heridos.
Daba pena oírlo. El juego de preguntas y respuestas era más o menos el
siguiente:
-Me llamo Heinrich Scheppel.
-¿Lugar donde fue herido?
-Cerca de Stalingrado.
-¿Tipo de heridas?
-Pérdida de los dos pies por congelamiento y rotura de la articulación
del brazo izquierdo.
Exactamente así nos transmitía la radio este horrible teatro de
marionetas. Los heridos parecían estar orgullosos de sus heridas. Cuantas más
tenían, mejor. Uno estaba tan emocionado de poder estrecharle la mano al Führer
(si es que aún la tenía), que casi no podía pronunciar palabra.
Se me ha caído la pastilla de jabón de Dussel, y como luego la pisé, se
le ha quedado en la mitad. Ya le he pedido a papá una indemnización por
adelantado, sobre todo porque a Dussel no le dan más que una pastilla de jabón
al mes.
Tu Ana
Jueves, 25 de marzo de 1943
Querida Kitty:
Mamá, papá, Margot y yo estábamos sentados placenteramente en la
habitación, cuando de repente entró Peter y le dijo algo al oído a papá. Oí
algo así como «un barril volcado en el almacén» y «alguien forcejeando la
puerta».
También Margot había entendido eso, pero trató de tranquilizarme un
poco, porque ya me había puesto más blanca que el papel y estaba muy nerviosa,
naturalmente. Las tres nos quedamos esperando a ver qué pasaba, mientras papá
bajó con Peter. No habían pasado dos minutos cuando la señora Van Daan, que
había estado escuchando la radio abajo, subió para decir que Pim le había
pedido que apagara la radio y que se fuera para arriba sin hacer ruido. Pero
como suele pasar cuando uno no quiere hacer ruido: los escalones de una vieja
escalera crujen más que nunca. A los cinco minutos volvieron Peter y Pim
blancos hasta la punta de las narices, y nos contaron sus vicisitudes.
Se habían apostado a esperar al pie de la escalera, pero sin resultado.
Pero de repente escucharon dos fuertes golpes, como si dentro de la casa se
hubieran cerrado con violencia dos puertas. Pim había subido de un salto, pero
Peter había ido antes a avisar a Dussel, que haciendo muchos aspavientos y
estruendo llegó también por fin arriba. Luego todos subimos en calcetines al
piso de los Van Daan. El señor estaba muy acatarrado y ya se había acostado,
de modo que nos reunimos alrededor de su lecho y le susurramos nuestras
sospechas. Cada vez que se ponía a toser fuerte, a su mujer y a mí nos daba un
susto tremendo. Esto sucedió unas cuantas veces, hasta que a alguien se le
ocurrió darle codeína. La tos se le pasó en seguida.
Esperamos y esperamos, pero no se oyó nada más. Entonces en realidad
todos supusimos que los ladrones, al oír pasos en la casa que por lo demás
estaba tan silenciosa, se habrían largado. Pero el problema era que la radio de
abajo aún estaba sintonizada en la emisora inglesa, con las sillas en hilera a
su alrededor. Si alguien forzaba la puerta y los de la defensa antiaérea se
enteraban y avisaban a la Policía, las consecuencias podrían ser muy
desagradables para nosotros. El señor Van Daan se levantó, se puso los pantalones
y la chaqueta, se caló el sombrero y siguió a papá escaleras abajo,
cautelosamente, con Peter detrás, que para mayor seguridad iba armado con un
gran martillo. Las mujeres (incluidas Margot y yo) nos quedamos arriba
esperando con gran ansiedad, hasta que a los cinco minutos los hombres
volvieron diciendo que en toda la casa reinaba la calma. Convinimos en que no
dejaríamos correr el agua ni tiraríamos de la cadena, pero como el revuelo nos
había trastocado el estómago, te podrás imaginar el aroma que había en el
retrete cuando fuimos uno tras otro a depositar nuestras necesidades.
Cuando pasa algo así, siempre hay varias cosas que coinciden. Lo mismo
que ahora: en primer lugar, las campanas de la iglesia no tocaban, lo que
normalmente siempre me tranquiliza. En segundo lugar, el señor Voskuijl se
había retirado la tarde anterior un rato antes de lo habitual, sin que nosotros
supiéramos a ciencia cierta si Bep se había hecho con la llave a tiempo o si
había olvidado cerrar con llave.
Pero no importaban los detalles. Lo cierto es que aún era de noche y
no sabíamos a qué atenernos, aunque por otro lado ya estábamos algo más
tranquilos, ya que desde las ocho menos cuarto, aproximadamente, hora en que el
ladrón había entrado en la casa, hasta las diez y media no oímos más ruidos.
Pensándolo bien, nos pareció bastante poco probable que un ladrón hubiera
forzado una puerta a una hora tan temprana, cuando todavía podía haber gente
andando por la calle. Además, a uno de nosotros se le ocurrió que era posible
que el jefe de almacén de nuestros vecinos, la compañía Keg, aún estuviera
trabajando, porque con tanta agitación y dadas nuestras paredes tan finitas,
uno puede equivocarse fácilmente en los ruidos, y en momentos tan angustiantes
también la imaginación suele jugar un papel importante.
Por lo tanto nos acostamos, pero ninguno podía conciliar el sueño.
Tanto papá como mamá, y también el señor Dussel estuvieron mucho rato
despiertos, y exagerando un poco puedo asegurarte que tampoco yo pude pegar
ojo. Esta mañana los hombres bajaron hasta la puerta de entrada, controlaron si
aún estaba cerrada y vieron que no había ningún peligro.
Los acontecimientos por demás desagradables les fueron relatados,
naturalmente, con pelos y señales a todos los de la oficina, ya que pasado el
trance es fácil reírse de esas cosas, y sólo Bep se tomó el relato en serio.
Tu Ana
P. D. El retrete estaba esta mañana atascado, y papá ha tenido que
sacar de la taza con un palo todas las recetas de fresas (nuestro actual papel
higiénico) junto con unos cuantos kilos de caca. El palo luego lo quemamos.
Sábado, 27 de marzo de 1943
Querida Kitty:
El curso de taquigrafía ha terminado. Ahora empezamos a practicar la
velocidad. ¡Seremos unas hachas! Te voy a contar algo más sobre nuestras «asignaturas
matarratos», que llamamos así porque las estudiamos para que los días
transcurran lo más rápido posible, y de ese modo hacer que el fin de nuestra
vida de escondidos llegue pronto. Me encanta la mitología, sobre todo los
dioses griegos y romanos. Aquí piensan que son afi-
ciones pasajeras, ya que nunca han sabido de ninguna jovencita con
inclinaciones deístas. ¡Pues bien, entonces seré yo la primera!
El señor Van Daan está acatarrado, o mejor dicho: le pica un poco la
garganta. A causa de eso se hace el interesante: hace gárgaras con manzanilla,
se unta el paladar con tintura de mirra, se pone bálsamo mentolado en el pecho,
la nariz, los dientes y la lengua y aun así está de mal humor.
Rauter, un pez gordo alemán, ha dicho en un discurso que para el i de
julio todos los judíos deberán haber abandonado los países germanos. Del i de
abril al i de mayo se hará una purga en la provincia de Utrecht (como si de
cucarachas se tratara), y del i de mayo al i de junio en las provincias de
Holanda Septentrional y Holanda Meridional. Como si fueran ganado enfermo y
abandonado, se llevan a esa pobre gente a sus inmundos mataderos. Pero será
mejor no hablar de ello, que de sólo pensarlo me entran pesadillas.
Una buena nueva es que ha habido un incendio en la sección alemana de
la Bolsa de trabajo, por sabotaje. Unos días más tarde le tocó el turno al
Registro civil. Unos hombres en uniformes de la Policía alemana amordazaron a
los guardias e hicieron desaparecer un montón de papeles importantes.
Tu Ana
Jueves, r de abril de 1943
Querida Kitty:
No te creas que estoy para bromas (fíjate en la fecha[11]) contrario, hoy
más bien podría citar aquel refrán que dice: «Las desgracias nunca vienen
solas.»
En primer lugar, el señor Kleiman, que siempre nos alegra la vida,
sufrió ayer una gran hemorragia estomacal y tendrá que guardar cama por lo
menos durante tres semanas. Has de saber que estas hemorragias le vienen a
menudo, y que al parecer no tienen remedio. En segundo lugar, Bep está con
gripe. En tercer lugar, al señor Voskuijl lo internan en el hospital la semana
que viene. Según parece, tiene una úlcera y lo tienen que operar. Y en cuarto
lugar iban a venir los directores de la fábrica Pomosin, de Francfort, para
negociar las nuevas entregas de mercancías de Opekta. Todos los puntos de las
negociaciones los había conversado papá con Kleiman, y no había suficiente
tiempo para informar bien de todo a Kugler.
Vendrían los señores de Francfort y papá temblaba pensando en los
resultados de la reunión.
-¡Ojalá pudiera estar yo presente, ojalá pudiera estar yo allí abajo!
-decía.
-Pues échate en el suelo con el oído pegado al linóleo. Los señores se
reunirán en tu antiguo despacho, de modo que podrás oírlo todo.
A papá se le iluminó la cara, y ayer a las diez y media de la mañana,
Margot y Pim (dos oyen más que uno) tomaron sus posiciones en el suelo. A
mediodía la reunión no había terminado, pero papá no estaba en condiciones de
continuar con su campaña de escuchas por la tarde. Estaba molido por la
posición poco acostumbrada e incómoda. A las dos y media de la tarde, cuando
oímos voces en el pasillo, yo ocupé su lugar. Margot me hizo compañía. La
conversación era en-parte tan aburrida y tediosa que de repente me quedé
dormida en el suelo frío y duro de linóleo. Margot no se atrevía a tocarme por
miedo a que nos oyeran abajo, y menos aún podía llamarme. Dormí una buena media
hora, me desperté medio asustada y había olvidado todo lo referente a la
importante conversación. Menos mal que Margot había prestado más atención.
Tu Ana
Viernes, z de abril de 1943
Querida Kitty:
Nuevamente se ha ampliado mi extensa lista de pecados. Anoche estaba
acostada en la cama esperando que viniera papá a rezar conmigo y darme las
buenas noches, cuando entró mamá y, sentándose humildemente en el borde de la
cama, me preguntó:
-Ana, papá todavía no viene, ¿quieres que rece yo contigo?
Mamá se levantó, se quedó de pie junto a la cama y luego se dirigió
lentamente a la puerta. De repente se volvió, y con un gesto de amargura en la
cara me dijo:
-No quiero enfadarme contigo. El amor 4o se puede forzar.
Salió de la habitación con lágrimas en las mejillas.
Me quedé quieta en la cama y en seguida me pareció mal de mi parte
haberla rechazado de esa manera tan pida, pero al mismo tiempo sabía que no
habría podido contestarlo de otro modo. No puedo fingir y rezar con ella en
contra de mi voluntad. Sencillamente no puedo. Sentí compasión por ella, una
gran compasión, porque por primera vez en mi vida me di cuenta de que mi actitud
fría no le es indiferente. Pude leer tristeza en su cara, cuando decía que el
amor no se puede forzar. Es duro decirla verdad, y sin embargo es verdad
cuando digo que es ella la que me ha rechazado, ella la que me ha hecho
insensible a cualquier amor de su parte, con sus comentarios tan faltos de
tacto y sus bromas burdas sobre cosas que yo difícilmente podía encontrar
graciosas. De la misma manera que siento que me enojo cuando me suelta sus
duras palabras, se encogió su corazón cuando-le dio cuenta de que nuestro amor
realmente había desaparecido.
Lloró casi toda la noche y toda la noche durmió mal. Papá ni me mira, y
cuando lo hace sólo un momento, leo en sus ojos las siguientes palabras:
«¡Cómo puedes ser así, cómo te atreves a causarle tanta pena a tu madre!»
Todos se esperan que le pida perdón, pero se trata de un asunto en el
que no puedo pedir perdón, sencillamente porque lo que he dicho es cierto y es
algo que mamá tarde o temprano tenía que saber. Parezco indiferente a las
lágrimas de mamá y a las miradas de papá, y lo soy, porque es la primera vez
que sienten algo de lo que yo me doy cuenta continuamente. Mamá sólo me inspira
compasión. Ella misma tendrá que buscar cómo recomponerse. Yo, por mi parte,
seguiré con mi actitud fría y silenciosa, y tampoco en el futuro le tendré
miedo a la verdad, puesto que cuanto más se la pospone, tanto más difícil es
enfrentarla.
Tu Ana
Martes, 27 de abril de 1943
Querida Kitty:
La casa entera retumba por las disputas. Mamá y yo, Van Daan y papá, mamá
y la señora, todos están enojados con todos. Bonito panorama, ¿verdad? Como de
costumbre, sacaron a relucir toda la lista de pecados de Ana.
El sábado pasado volvieron a pasar los señores extranjeros. Se quedaron
hasta las seis de la tarde. Estábamos todos arriba inmóviles, sin apenas
respirar. Cuando no hay nadie trabajando en todo el edificio ni en los
aledaños, en el despacho se oye cualquier ruidito. De nuevo me ha dado la
fiebre sedentaria: no es nada fácil tener que estar sentada tanto tiempo sin
moverme y en el más absoluto silencio.
El señor Voskuijl ya está en el hospital, y el señor Kleiman ha vuelto
a la oficina, ya que la hemorragia estomacal se le ha pasado antes que otras
veces. Nos ha contado que el Registro civil ha sido dañado de forma adicional
por los bomberos, que en vez de limitarse a apagar el incendio, inundaron todo
de agua. ¡Me gusta!
El Hotel Cariton ha quedado destruido. Dos aviones ingleses que
llevaban un gran cargamento de bombas incendiarias cayeron justo sobre el
Centro de oficiales alemán. Toda la esquina del Singel y la calle Vijzelstraat
se ha quemado. Los ataques aéreos a las ciudades alemanas son cada día más
intensos. Por las noches ya no dormimos; tengo unas ojeras terribles por falta
de sueño.
La comida que comemos es una calamidad. Para el desayuno, pan seco con
sucedáneo de café. El almuerzo ya hace quince días que consiste en espinacas o
lechuga. Patatas de veinte centímetros de largo, dulces y con sabor a podrido.
¡Quien quiera adelgazar, que pase una temporada en la Casa de atrás! Los del
piso de arriba viven quejándose, pero a nosotros no nos parece tan trágico.
Todos los hombres que pelearon contra los alemanes o que estuvieron
movilizados en 1940, se han tenido que presentar en los campos de prisioneros
de guerra para trabajar para el Führer. ¡Seguro que es una medida preventiva
para cuando sea la invasión!
Sábado, 1ºde mayo de 1943
Querida Kitty:
Fue el cumpleaños de Dussel. Antes de que llegara el día se hizo el
desinteresado, pero cuando vino Miep con una gran bolsa de la compra llena de
regalos, se puso como un niño de contento. Su mujer Lotje le ha enviado huevos,
mantequilla, galletas, limonada, pan, coñac, pastel de especias, flores,
naranjas, chocolate, libros y papel de cartas. Instaló una mesa de regalos de
cumpleaños, que estuvieron expuestos nada menos que tres días. ¡Viejo loco!
No vayas a pensar que pasa hambre; en su armario hemos encontrado pan,
queso, mermelada y huevos. Es un verdadero escándalo que tras acogerlo con
tanto cariño para salvarlo de una desgracia segura, se llene el estómago a
escondidas sin darnos nada a nosotros. ¿Acaso nosotros no hemos compartido todo
con él? Pero peor aún nos pareció lo miserable que es con Kleiman, Voskuijl y
Bep, a quienes tampoco ha dado nada. Las naranjas que tanta falta le hacen a
Kleiman para su estómago enfermo, Dussel las considera más sanas para su propio
estómago.
Anoche recogí cuatro veces todas mis pertenencias, a causa de los
fuertes disparos. Hoy he hecho una pequeña maleta, en la que he puesto mis
cosas de primera necesidad en caso de huida. Pero mamá, con toda la razón, me
ha preguntado: «¿Adónde piensas
huir?»
Toda Holanda ha sido castigada por la huelga de tantos trabajadores.
Han declarado el estado de sitio y a todos les van a dar un cupón de
mantequilla menos. ¡Eso les pasa por portarse mal!
Al final de la tarde le lavé la cabeza a mamá, lo que en estos tiempos
no resulta nada fácil. Como no tenemos champú, debemos arreglarnos con un jabón
verde todo pegajoso, y en segundo lugar Mansa no puede peinarse bien, porque al
peine de la familia sólo le quedan diez dientes.
Tu Ana
Domingo, 2 de mayo de 1943
Querida Kitty:
A veces me pongo a reflexionar sobre la vida que llevamos aquí, y
entonces por lo general llego a la conclusión de que, en comparación con otros
judíos que no están escondidos, vivimos como en un paraíso. De todos modos,
algún día, cuando todo haya vuelto a la normalidad, me extrañaré de cómo
nosotros, que en casa éramos tan pulcros y ordenados, hayamos venido tan a menos,
por así decirlo. Venido a menos por lo que se refiere a nuestro modo de vida.
Desde que llegamos aquí, por ejemplo, tenemos la mesa cubierta con un hule que,
como lo usamos tanto, por lo general no está demasiado limpio. A veces trato de
adecentarlo un poco, pero con un trapo que es puro agujero y que ya es de mucho
antes de que nos instaláramos aquí; por mucho que frote, no consigo quitarle
toda la suciedad. Los Van Daan llevan todo el invierno durmiendo sobre una
franela que aquí no podemos lavar por el racionamiento del jabón en polvo, que
además es de pésima calidad. Papá lleva unos pantalones deshilachados y tiene
la corbata toda desgastada. El corsé de mamá hoy se ha roto de puro viejo, y
ya no se puede arreglar, mientras que Margot anda con un sostén que es dos
tallas más pequeño del que necesitaría. Mamá y Margot han compartido tres
camisetas durante todo el invierno, y las mías son tan pequeñas que ya no me
llegan ni al ombligo. Ya sé que son todas cosas de poca importancia, pero a
veces me asusta pensar: si ahora usamos cosas gastadas, desde mis bragas hasta
la brocha de afeitar de papá, ¿cómo tendremos que hacer para volver a
pertenecer a nuestra clase social de antes de la guerra?
Tu Ana
Domingo, 2 de mayo de 1943
Apreciaciones sobre la guerra de los moradores de la Casa de atrás.
El señor Van Daan: En opinión de todos, este honorable caballero
entiende mucho de política. Sin embargo, nos predice que tendremos que
permanecer aquí hasta finales del 43. Aunque me parece mucho tiempo, creo que
aguantaremos. ¿Pero quién nos garantiza que esta guerra, que no nos ha traído
más que penas y dolores, habrá acabado para esa fecha? ¿Y quién nos puede asegurar
que a nosotros y a nuestros cómplices del escondite no nos habrá pasado nada? ¡Absolutamente
nadie! Y por eso vivimos tan angustiados día a día. Angustiados tanto por la
espera y la esperanza, como por el miedo cuando se oyen ruidos dentro o fuera
de la casa, cuando suenan los terribles disparos o cuando publican en los
periódicos nuevos «comunicados», porque también es posible que en cualquier
momento algunos de nuestros cómplices tengan que esconderse aquí ellos mismos.
La palabra escondite se ha convertido en un término muy corriente. ¡Cuánta
gente no habrá refugiada en un escondite! En proporción no serán tantos, naturalmente,
pero seguro que cuando termine la guerra nos asombraremos cuando sepamos
cuánta gente buena en Holanda ha á dado
cobijo en su casa a judíos y también a cristianos que debían huir, con o sin
dinero. Y también es increíble la cantidad de gente de la que dicen que tiene
un carnet de identidad falsificado.
La señora Van Daan: Cuando esta bella dama (en palabras de ella misma)
se enteró de que ya no era tan difícil como antes conseguir un carnet de
identidad falsificado, inmediatamente propuso que nos mandáramos hacer uno cada
uno. Como si fueran gratis,
o como si a papá y al señor Van Daan el dinero les lloviera del
cielo. Cuando la señora Van Daan profiere las tonterías más increíbles,
Putti a menudo pega un salto de exasperación. Pero es lógico, porque un día
Kerli[1], dice: «Cuando todo
esto acabe, haré
que me bauticen», y al otro día afirma: ¡Siempre he querido ir a Jerusalén,
porque sólo me siento en mi casa cuando estoy rodeada
de judíos!»
Pim es un gran optimista, pero es que siempre encuentra motivo para
serlo.
El señor Dussel no hace más que inventar todo lo que dice, y cuando
alguien osa contradecir a su excelencia, luego las tiene que pagar. En casa del
señor Alfred Dussel supongo que la norma es que él siempre tiene la última
palabra, pero a Ana Frank eso no le va para nada.
Lo que piensan sobre la guerra los demás integrantes de la Casa de
atrás no tiene ningún interés. Sólo las cuatro personas mencionadas pintan
algo en materia de política; en verdad tan sólo dos, pero doña Van Daan y
Dussel consideran que sus opiniones tam
bién cuentan.
Tu Ana
Martes, r8 de mayo de 1943
Querida Kitty:
He sido testigo de un feroz combate aéreo entre aviadores ingleses y
alemanes. Algunos aliados han tenido que saltar de sus aviones en llamas,
lamentablemente. El lechero, que vive en Halfweg, ha visto a cuatro canadienses
sentados a la vera del camino, uno de los cuales hablaba holandés fluido. Este
le pidió fuego al lechero para encender un cigarrillo y le contó que la
tripulación del avión estaba compuesta por seis personas. El piloto se había
quemado y el quinto hombre estaba escondido en alguna parte. A los otros
cuatro, que estaban vivitos y coleando, se los llevó la «policía verde[2] alemana». ¡Qué
increilAe que después de un salto tan impresionante en paracaídas todavía
tuvieran tanta presencia de ánimo!
Aunque ya va haciendo calor, tenemos que encender la lumbre un día sí y
otro no para quemar los desechos y la basura. No podemos usar los cubos,
porque eso despertaría las sospechas del mozo de almacén. La menor imprudencia
nos delataría.
Todos los estudiantes tienen que firmar una lista del Gobierno,
declarando que «simpatizan con. todos los alemanes y con el nuevo orden
político». El ochenta por ciento se ha negado a traicionar su conciencia y a
renegar de sus convicciones, pero las consecuencias no tardaron en hacerse
sentir. A los estudiantes que no firmaron los envían a campos de trabajo en
Alemania. ¿Qué quedará de la juventud holandesa si todos tienen que trabajar
tan duramente en Alemania?
Anoche mamá cerró la ventana a causa de los fuertes estallidos. Yo
estaba en la cama de Pim. De repente, oímos cómo en el piso de arriba la señora
saltó de la cama, como mordida por Mouschi, a lo que inmediatamente siguió otro
golpe. Sonó como si hubiera caído una bomba incendiaria junto a mi cama. Grité:
-¡La luz, la luz!
Pim encendió la luz. No me esperaba otra cosa sino que en pocos
minutos estuviera la habitación en llamas. No pasó nada. Todos nos precipitamos
por la escalera al piso de arriba para ver lo que pasaba. Los Van Daan habían
visto por la ventana abierta un resplandor de color rosa. El señor creía que
había fuego por aquí cerca, y la señora pensaba que la que se había prendido
fuego era nuestra casa. Cuando se oyó el golpe, la señora estaba temblando de
pie. Dussel se quedó arriba fumando un cigarrillo, mientras nosotros volvíamos
a nuestras camas. Cuando aún no habían pasado quince minutos, volvimos a oír
tiros. La señora se levantó en seguida y bajó la escalera a la habitación de
Dussel, para buscar junto a él la tranquilidad que no le era dada junto a su
cónyuge. Dussel la recibió pronunciando las palabras «Acuéstate aquí conmigo,
hija mía», lo que hizo que nos desternilláramos de risa. El tronar de los
cañones ya no nos preocupaba: nuestro temor había desaparecido.
Tu Ana
Domingo, 13 de junio de 1943
Querida Kitty:
El poema de cumpleaños que me ha hecho papá es tan bonito que no
quisiera dejar de enseñártelo.
Como papá escribe en alemán, Margot ha tenido que ponerse a traducir.
Juzga por ti misma lo bien que ha cumplido su tarea de voluntaria. Tras el
habitual resumen de los acontecimientos del año, pone lo siguiente:
Siendo la más pequeña, aunque ya no una niña, no lo tienes fácil; todos
quieren ser un poco tu maestro, y no te causa placer. «¡Tenemos experiencia!»
«¡Sé lo que te digo!» «Para nosotros no es la primera vez, sabemos muy bien lo
que hay que hacer.» Sí, sí, es siempre la misma historia y todos tienen muy
mala memoria. Nadie se fija en sus propios defectos, sólo miran los errores
ajenos; a todos les resulta muy fácil regañar y lo hacen a menudo sin
pestañear. A tus padres nos resulta difícil ser justos, tratando de que no haya
mayores disgustos; regañar a tus mayores es algo que está mal por mucho que te
moleste la gente de edad, como una píldora has de tragar sus regañinas para que
haya paz. Los meses aquí no pasan en vano aprovéchalos bien con tu estudio
sano, que estudiando y leyendo libros por cientos se ahuyenta el tedio y el aburrimiento.
La pregunta más difícil es sin duda: «¿Qué me pongo? No tengo ni una muda, todo
me va chico, pantalones no tengo, mi camisa es un taparrabo, pero es lo de
menos. Luego están los zapatos: no puedo ya decir los dolores inmensos que me
hacen sufrir.» Cuando creces 10 cm no hay nada que hacer: ya no tienes ni un
trapo que te puedas poner.
Margot no logró traducir con rima la parte referida al tema de la
comida, así que esa parte no la he copiado. Pero el resto es muy bonito,
¿verdad?
Por lo demás me han malcriado mucho con los hermosos regalos que me
han dado; entre otras cosas, un libro muy gordo sobre mitología griega y
romana, mi tema favorito. Tampoco puedo quejarme de las golosinas, ya que todos
me han dado algo de sus respectivas últimas provisiones. Como benjamina de la
familia de escondidos me han mimado verdaderamente mucho más de lo que merezco.
Tu Ana
Martes, 15 de junio de 1943
Querida Kitty:
Han pasado cantidad de cosas, pero muchas veces pienso que todas mis
charlas poco interesantes te resultarán muy aburridas y que te alegrarás de no
recibir tantas cartas. Por eso, será mejor que te resuma brevemente las
noticias.
Al señor Voskuijl no lo han operado del estómago. Cuando lo tenían
tumbado en la mesa de operaciones con el estómago abierto, los médicos vieron
que tenía un cáncer mortal en un estado tan avanzado, que ya no había nada que
operar. Entonces le cerraron nuevamente el estómago, le hicieron guardar cama
durante tres semanas y comer bien, y luego lo mandaron a su casa. Pero
cometieron la estupidez imperdonable de decirle exactamente en qué estado se
encuentra. Ya no está en condiciones de trabajar, está en casa rodeado de sus
ocho hijos y cavila sobre la muerte que se avecina. Me da muchísima lástima, y
también me da mucha rabia no poder salir a la calle, porque si no iría muchas
veces a visitarlo para distraerlo. Para nosotros es una calamidad que el bueno
de Voskuijl ya no esté en el almacén para informarnos sobre todo lo que pasa
allí o todo lo que oye. Era nuestra mayor ayuda y apoyo en materia de
seguridad, y lo echamos mucho de menos.
El mes que viene nos toca a nosotros entregar la radio. Kleiman tiene
en su casa una radio miniatura clandestina, que nos dará para reemplazar
nuestra Philips grande. Es una verdadera lástima que haya que entregar ese
mueble tan bonito, pero una casa en la que hay escondidos no debe, bajo ningún
concepto, despertar las sospechas de las autoridades. La radio pequeñita nos
la llevaremos arriba, naturalmente. Entre judíos clandestinos y dinero negro,
qué mas da una radio clandestina.
Todo el mundo trata de conseguir una radio vieja para entregar en lugar
de su «fuente de ánimo». De veras es cierto que a medida que las noticias de
fuera van siendo peores, la radio con su voz maravillosa nos ayuda a que no
perdamos las esperanzas y digamos cada vez. «¡Adelante, ánimo, ya vendrán
tiempos mejores!»
Tu Ana
Domingo, 11 de julio de 1943
Querida Kitty:
Volviendo por enésima vez al tema de la educación, te diré que hago
unos esfuerzos tremendos para ser cooperativa, simpática y buena y para hacer
todo de tal manera que el torrente de comentarios se reduzca a una leve
llovizna. Es endiabladamente difícil tener un comportamiento tan ejemplar ante
personas que no soportas, sobre todo al ser tan fingido. Pero veo que
realmente se llega más lejos con un poco de hipocresía que manteniendo mi vieja
costumbre de decirle a cada uno sin vueltas lo que pienso (aunque nunca nadie
me pida mi opinión ni le dé importancia). Por supuesto que a menudo me salgo
de mi papel y no puedo contener la ira ante una injusticia, y durante cuatro
semanas no hacen más que hablar de la chica más insolente del mundo. ¿No te
parece que a veces deberías compadecerme? Menos mal que no soy tan refunfuñona,
porque terminaría agriándome y perdería mi buen sentido del humor. Por lo
general me tomo las regañinas con humor, pero me sale mejor cuando es otra
persona a la que ponen como un trapo, y no cuando esa persona soy yo misma.
Por lo demás, he decidido abandonar un poco la taquigrafía, aunque me
lo he tenido que pensar bastante. En primer lugar quisiera dedicar más tiempo
a mis otras asignaturas, y en segundo lugar a causa de la vista, que es lo que
más me tiene preocupada. Me he vuelto bastante miope y hace tiempo que necesito
gafas. (¡Huy, qué cara de lechuza tendré!) Pero ya sabes que a los escondidos
no les está permitido (etc.).
Ayer en toda la casa no se habló más que de la vista de Ana, porque
mamá sugirió que la señora Kleiman me llevara al oculista. La noticia me hizo
estremecer, porque no era ninguna tontería. ¡Salir a la calle! ¡A la calle,
figúrate! Cuesta imaginárselo. Al principio me dio muchísimo miedo, pero luego
me puse contenta. Sin embargo, la cosa no era tan fácil, porque no todos los
que tienen que tomar la decisión se ponían de acuerdo tan fácilmente. Todos los
riesgos y dificultades debían ponerse en el platillo de la balanza, aunque
Miep quería llevarme inmediatamente. Lo primero que hice fue sacar del ropero
mi abrigo gris, que me quedaba tan pequeño que parecía el abrigo de mi hermana
menor. Se le salía el dobladillo y, además, ya no podía abotonármelo. Realmente
tengo gran curiosidad por saber lo que pasará, pero no creo que el plan se
lleve a cabo, porque mientras tanto los ingleses han desembarcado en Sicilia y
papá tiene la mira puesta en un «desenlace inminente».
Bep nos da mucho trabajo de oficina a Margot y a mí. A las dos nos da
la sensación de estar haciendo algo muy importante, y para Bep es una gran
ayuda. Archivar la correspondencia y hacer los asientos en el libro de ventas
es algo que puede hacer todo el mundo, pero nosotras lo hacemos con gran
minuciosidad.
Miep parece un verdadero burro de carga, siempre llevando y trayendo
cosas. Casi todos los días encuentra verdura en alguna parte y la trae en su
bicicleta, en grandes bolsas colgadas del manillar. También nos trae todos los
sábados cinco libros de la biblioteca. Siempre esperamos con gran ansiedad que
llegue el sábado, porque entonces nos traen los libros. Como cuando les traen
regalitos a los niños. Es que la gente corriente no sabe lo que significa un
libro para un escondido. La lectura, el estudio y las audiciones de radio son
nuestra única distracción.
Tu Ana
Martes, 13 de julio de 1943
El mejor escritorio.
Ayer por la tarde le pregunté a Dussel, con permiso de papá (y de forma
bastante educada, me parece), si por favor estaría de acuerdo en que dos veces
por semana, de cuatro a cinco y media de la tarde, yo hiciera uso del pequeño
escritorio de nuestra habitación. Ya escribo ahí todos los días de dos y media
a cuatro mientras Dussel duerme la siesta; a otras horas la habitación y el
escritorio son zona prohibida para mí. En el cuarto de estar común hay
demasiado alboroto por las tardes; ahí uno no se puede concentrar, y además
también a papá le gusta sentarse a escribir en el escritorio grande por las
tardes.
Por lo tanto, el motivo era bastante razonable y mi ruego una mera
cuestión de cortesía. Pero, ¿a que no sabes lo que contestó el distinguido
señor Dussel?
-No.
¡Dijo lisa y llanamente que no!
Yo estaba indignada y no lo dejé ahí. Le pregunté cuáles eran sus
motivos para decirme que no y me llevé un chasco. Fíjate cómo arremetió contra
mí:
-Yo también necesito el escritorio. Si no puedo disponer de él por la
tarde no me queda nada de tiempo. Tengo que poder escribir mi cuota diaria, si
no todo mi trabajo habrá sido en balde. De todos modos, tus tareas no son
serias. La mitología, qué clase de tarea es ésa, y hacer punto y leer tampoco
son tareas serias. De modo que el escritorio lo seguiré usando yo.
Mi respuesta fue:
-Señor Dussel, mis tareas sí que son serias. En el cuarto de estar,
por las tardes no me puedo concentrar, así que le ruego encarecidamente que
vuelva a considerar mi petición.
Tras pronunciar estas palabras, Ana se volvió ofendida e hizo como si
el distinguido doctor no existiera. Estaba fuera de mí de rabia. Dussel me
pareció un gran maleducado (lo que en verdad era) y me pareció que yo misma
había estado muy cortés Por la noche, cuando logré hablar un momento con Pim,
le conté cómo había terminado todo y le pregunté qué debía hacer ahora, porque
no quería darme por vencida y prefería arreglar la cuestión yo sola. Pim me
explicó más o menos cómo debía encarar el asunto, pero me recomendó que
esperara hasta el otro día, dado mi estado de exaltación. Desoí este último
consejo, y después de fregar los platos me senté a esperar a Dussel. Pim
estaba en la habitación contigua, lo que me daba una gran tranquilidad.
Empecé diciendo:
-Señor Dussel, creo que a usted no le ha parecido que valiera la pena
hablar con más detenimiento sobre el asunto; sin embargo, le ruego que lo haga.
Entonces, con su mejor sonrisa, Dussel comentó:
-Siempre y en todo momento estaré dispuesto a hablar sobre este asunto
ya zanjado.
Seguí con la conversación, interrumpida continuamente por Dussel:
-Al principio, cuando usted vino aquí, convinimos en que esta
habitación sería de los dos. Si el reparto fuera equitativo, a usted le
corresponderían las mañanas y a mí todas las tardes. Pero yo ni siquiera le
pido eso, y por lo tanto me parece que dos tardes a la semana es de lo más
razonable.
En ese momento Dussel saltó como pinchado por un alfiler:
-¿De qué reparto equitativo me estás hablando? ¿Adónde he de irme
entonces? Tendré que pedirle al señor Van Daan que me construya una caseta en
el desván, para que pueda sentarme allí. ¡Será posible que no pueda trabajar
tranquilo en ninguna parte, y que uno tenga que estar siempre peleándose
contigo! Si la que me lo pidiera fuera tu hermana Margot, que tendría más
motivos que tú para hacerlo, ni se me ocurriría negárselo, pero tú...
Y luego siguió la misma historia sobre la mitología y el hacer punto, y
Ana volvió a ofenderse. Sin embargo, hice que no se me notara y dejé que Dussel
acabara:
-Pero ya está visto que contigo no se puede hablar. Eres una tremenda
egoísta. Con tal de salirte con la tuya, los demás que revienten. Nunca he
visto una niña igual. Pero al final me veré obligado a darte el gusto; si no,
en algún momento me dirán que a Ana Frank la suspendieron porque el señor
Dussel no le quería ceder el escritorio.
El hombre hablaba y hablaba. Era tal la avalancha de palabras que al
final me perdí. Había momentos en que pensaba: «¡Le voy a j dar un sopapo que
va a ir a parar con todas sus mentiras contra la pared!», y otros en que me
decía a mí misma: «Tranquilízate. Ese tipo no se merece que te sulfures tanto
por su culpa.»
Por fin Dussel terminó de desahogarse y, con una cara en la que se leía
el enojo y el triunfo al mismo tiempo, salió de la habitación con su abrigo
lleno de alimentos.
Corrí a ver a papá y a contarle toda la historia, en la medida en que
no la había oído ya. Pim decidió hablar con Dussel esa misma noche, y así fue.
Estuvieron más de media hora hablando. Primero hablaron sobre si Ana debía
disponer del escritorio o no. Papá le dijo que ya habían hablado sobre el tema,
pero que en aquella ocasión le había dado supuestamente la razón a Dussel para
no dársela a una niña frente a un adulto, pero que tampoco en ese momento a papá
le había parecido razonable. Dussel respondió que yo no debía hablar como si él
fuera un intruso que tratara de apoderarse de todo, pero aquí papá le
contradijo con firmeza, porque en ningún momento me había oído a mí decir eso.
Así estuvieron un tiempo discutiendo: papá defendiendo mi egoísmo y mis
«tareítas», y Dussel refunfuñando todo el tiempo.
Finalmente Dussel tuvo que ceder, y se me concedieron dos tardes por
semana para dedicarme a mis tareas sin ser molestada. Dussel puso cara de
mártir, no habló durante dos días y, como un 1 niño, fue a ocupar el escritorio
de cinco a cinco y media, antes de la hora de cenar.
A una persona de 14 años que todavía tiene hábitos tan pedan- 1 tes y
mezquinos, la naturaleza la ha hecho así, y ya nunca se le quitarán.
Viernes, 16 de julio de 1943
Querida Kitty:
Nuevamente han entrado ladrones, pero esta vez ladrones de verdad. Esta
mañana a las siete, como de costumbre, Peer bajó al almacén y en seguida vio
que tanto la puerta del almacén como la de la calle estaban abiertas. Se lo
comunicó en seguida a Pim, que en su antiguo despacho sintonizó la radio
alemana y cerró la puerta con llave. Entonces subieron los dos. La consigna
habitual para estos casos, «no lavarse, guardar silencio, estar listos a las
ocho y no usar el retrete», fue acatada rigurosamente como de costumbre. Todos
nos alegrábamos de haber dormido muy bien y de no haber oído nada durante la
noche. Pero también estábamos un poco indignados de que en toda la mañana no se
le viera el pelo a ninguno de los de la oficina, y de que el señor Kleiman nos
dejara hasta las once y media en ascuas. Nos contó que los ladrones habían
abierto la puerta de la calle con una palanca de hierro y luego habían forzado
la del almacén. Pero como en el almacén no encontraron mucho para llevarse,
habían probado suerte un piso más arriba. Robaron dos cajas con cuarenta
florines, talonarios en blanco de la caja postal y del banco, y lo peor: todos
nuestros cupones de racionamiento del azúcar, por un total de 150 kilos. No
será fácil conseguir nuevos cupones.
El señor Kugler cree que el ladrón pertenece a la misma banda que el
que estuvo aquí hace seis semanas y que intentó entrar por las tres puertas (la
del almacén y las dos puertas de la calle), pero que en aquel momento no tuvo
éxito.
El asunto nos ha estremecido a todos, y casi se diría que la Casa de
atrás no puede pasarse sin estos sobresaltos. Naturalmente nos alegramos de que
las máquinas de escribir y la caja fuerte estuvieran a buen recaudo en nuestro
ropero.
Tu Ana
P. D. Desembarco en Sicilia. Otro paso más que nos acerca a...
Lunes, 19 de julio de 1943
Querida Kitty:
El domingo hubo un terrible bombardeo en el sector norte de Amsterdam.
Los destrozos parece que son enormes. Calles enteras han sido devastadas, y
tardarán mucho en rescatar a toda la gente sepultada bajo los escombros. Hasta
ahora se han contado 200 muertos y un sinnúmero de heridos. Los hospitales
están llenos hasta los topes. Se dice que hay niños que, perdidos entre las
ruinas incandescentes, van buscando a sus padres muertos. Cuando pienso en los
estruendos que se oían en la lejanía, que para nosotros eran una señal de la
destrucción que se avecina, me da escalofríos.
Tu Ana
Viernes, 23 de julio de 1943
Querida Kitty:
De momento, Bep ha vuelto a conseguir cuadernos, sobre todo diarios y
libros mayores, que son los que necesita mi hermana la contable. Otros
cuadernos también se consiguen, pero no me preguntes de qué tipo y por cuánto
tiempo. Los cuadernos llevan actualmente el siguiente rótulo: «Venta sin
cupones». Como todo lo que se puede comprar sin cupones, son un verdadero
desastre. Un cuaderno de éstos consiste en doce páginas de papel grisáceo de
líneas torcidas y estrechas. Margot tiene pensado seguir un curso de
caligrafía. Yo se lo he recomendado encarecidamente. Mamá me prohíbe que yo
también participe, por no arruinarme la vista, pero me parece una tontería. Lo
mismo da que haga eso u otra cosa.
Como tú nunca has vivido una guerra, Kitty, y como a pesar de mis
cartas tampoco te haces una idea clara de lo que es vivir escondido, pasaré a
escribirte cuál es el deseo más ferviente de cada uno de nosotros para cuando
volvamos a salir de aquí:
Lo que más anhelan Margot y el señor Van Daan es un baño de agua
caliente hasta el cogote, durante por lo menos media hora. La señora Van Daan
quisiera irse en seguida a comer pasteles, Dussel en lo único que piensa es en
su Charlotte, y mamá en ir a
algún sitio a tomar café. Papá iría a visitar al señor Voskuijl, Peter
iría al centro y al cine, y yo de tanta gloria no sabría por dónde empezar.
Lo que más anhelo yo es una casa propia, poder moverme libremente y
que alguien me ayude en las tareas, o sea, ¡volver al colegio!
Bep nos ha ofrecido fruta, pero cuesta lo suyo, ¡y cómo! Uvas a f
florines el kilo, grosellas a 70 céntimos el medio kilo, un melocotón a So
céntimos, melón a 1,5o, el kilo. Y luego ponen en el periódico en letras
enormes: «¡El alza de los precios es usura!»
Lunes, 26 de julio de 1943
Querida Kitty:
Ayer fue un día de mucho alboroto, y todavía estamos exaltados. No me
extrañaría que te preguntaras si es que pasa algún día sin sobresaltos.
Por la mañana, cuando estábamos desayunando, sonó la primera
prealarma, pero no le hacemos mucho caso, porque sólo significa que hay aviones
sobrevolando la costa. Después de desayunar fui a tumbarme un rato en la cama
porque me dolía mucho la cabeza. Luego bajé a la oficina. Era alrededor de las
dos de la tarde. A las dos y media, Margot había acabado con su trabajo de
oficina. No había terminado aún de recoger sus bártulos cuando empezaron a
sonar las sirenas, de modo que la seguí al piso de arriba. Justo a tiempo,
porque menos de cinco minutos después de llegar arriba comenzaron los disparos
y tuvimos que refugiarnos en el pasillo. Yo tenía mi bolsa para la huida bien
apretada entre los brazos, más para tener algo a qué aferrarme que para huir
realmente, porque de cualquier modo no nos podemos ir, o en caso extremo la
calle implica el mismo riesgo de muerte que un bombardeo. Después de media hora
se oyeron menos aviones, pero dentro de casa la actividad aumentó. Peter volvió
de su atalaya en el desván de la casa de delante. Dussel estaba en la oficina
principal, la señora se sentía más segura en el antiguo despacho de papá, el
señor Van Daan había observado la acción por la ventana de la buardilla, y
también los que habíamos esperado en el descansillo nos dispersamos para ver
las columnas de humo que se elevaban en la zona del puerto. Al poco tiempo todo
olía a incendio y afuera parecía que hubiera una tupida bruma.
A pesar de que un incendio de esa magnitud no es un espectáculo
agradable, para nosotros el peligro felizmente había pasado y todos volvimos a
nuestras respectivas ocupaciones. Al final de la tarde, a la hora de la comida:
alarma aérea. La comida era deliciosa, pero al oír la primera sirena se me
quitó el apetito. Sin embargo, no pasó nada y a los cuarenta y cinco minutos ya
no había peligro. Cuando habíamos fregado los platos: alarma aérea, tiros,
muchísimos aviones. «Dos veces en un mismo día es mucho», pensamos todos, pero
fue inútil, porque nuevamente cayeron bombas a raudales, esta vez al otro lado
de la ciudad, en la zona del aeropuerto. Los aviones caían en picado, volvían a
subir, había zumbidos en el aire y era terrorífico. A cada momento yo pensaba:
«¡Ahora cae, ha llegado tu hora!»
Puedo asegurarte que cuando me fui a la cama a las nueve de la noche,
todavía no podía tenerme en pie sin que me temblaran las piernas. A medianoche
me desperté: ¡más aviones! Dussel se estaba desvistiendo, pero no me importó:
al primer tiro salté de la cama totalmente despabilada. Hasta la una estuve
metida en la cama de papá, a la una y media vuelta a mi propia cama, a las dos
otra vez en la de papá, y los aviones volaban y seguían volando. Por fin
terminaron los tiros y me pude volver «a casa». A las dos y media me dormí.
Las siete. Me desperté de un sobresalto y me quedé sentada en la cama.
Van Daan estaba con papá. «Otra vez ladrones», fue lo primero que pensé. Oí que
Van Daan pronunciaba la palabra «todo» y pensé que se lo habían llevado todo.
Pero no, era una noticia gratísima, quizá la más grata que hayamos tenido
desde que comenzó la guerra. Ha renunciado Mussolini. El rey-emperador de
Italia se ha hecho cargo del gobierno.
Pegamos un grito de alegría. Tras los horrores de ayer, por fin algo
bueno y... ¡nuevas esperanzas! Esperanzas de que todo termine, esperanzas de
que haya paz.
Kugler ha pasado un momento y nos ha contado que en los bombardeos del
aeropuerto han causado grandes daños a la fábrica de aviones Fokker. Mientras
tanto, esta mañana tuvimos una nueva alarma aérea con aviones sobrevolándonos y
otra vez prealarma. Estoy de alarmas hasta las narices, he dormido mal y no me
puedo concentrar, pero la tensión de lo que pasa en Italia ahora
nos mantiene despiertos y la esperanza por lo que pueda ocurrir de aquí
a fin de año...
Tu Ana
Jueves, 29 de julio de 1943
Querida Kitty:
La señora Van Daan, Dussel y yo estábamos fregando los platos y yo
estaba muy callada, cosa poco común en mí y que seguramente les debería llamar
la atención. A fin de evitar preguntas molestas busqué un tema neutral de
conversación, y pensé que el libro Enrique, el de la acera de enfrente cumplía
con esa exigencia.
Pero me equivoqué de medio a medio. Cuando no me regaña la señora Van
Daan, me regaña el señor Dussel. El asunto era el siguiente: Dussel nos había
recomendado este libro muy especialmente por ser una obra excelente. Pero a
Margot y a mí no nos pareció excelente para nada. El niño estaba bien
caracterizado, pero el resto... mejor no decir nada. Al fregar los platos hice
un comentario de este tenor, y eso me sirvió para que toda la artillería se
volviera contra mí.
-i¿Cómo quieres tú comprender la psiquis de un hombre?! La de un niño,
aún podría ser. Eres demasiado pequeña para un libro así. Aun para un hombre de
veinte años sería demasiado difícil.
Me pregunto por qué nos habrá recomendado entonces el libro tan
especialmente a Margot y a mí. Ahora Dussel y la señora arremetieron los dos
juntos:
-Sabes demasiado de cosas que no son adecuadas para ti. Te han educado
de manera totalmente equivocada. Más tarde, cuando seas mayor, ya no sabrás
disfrutar de nada. Dirás que lo has leído todo en los libros hace veinte años.
Será mejor que te apresures en conseguir marido o en enamorarte, porque seguro
que nada te satisfará. En teoría ya lo sabes todo, sólo te falta la práctica.
No resulta nada difícil imaginarse cómo me sentí en aquel momento. Yo
misma me sorprendí de que pudiera guardar la calma para responder: «Quizá
ustedes opinen que he tenido una educación equivocada, pero no todo el mundo
opina como ustedes.»
¿Acaso es de buena educación sembrar cizaña todo el tiempo entre mis
padres y yo (porque eso es lo que hacen muchas veces) y hablarle de esas cosas
a una chica de mi edad? Los resultados de una educación semejante están a la
vista.
En ese momento hubiera querido darles un bofetón a los dos, por ponerme
en ridículo. Estaba fuera de mí de la rabia y realmente me hubiera gustado
contar los días que faltaban para librarme de esa gente, de haber sabido dónde
terminar.
¡La señora Van Daan es un caso serio! Es un modelo de conducta...
¡pero de qué conducta! A la señora Van Daan se la conoce por su falta de
modestia, su egoísmo, su astucia, su actitud calculadora y porque nunca nada
le satisface. A esto se suman su vanidad y su coquetería. No hay más vueltas
que darle, es una persona desagradable como ninguna. Podría escribir libros
enteros de ella, y puede que alguna vez lo haga. Cualquiera puede aplicarse un
bonito barniz exterior. La señora es muy amable con los extraños, sobre todo
si son hombres, y eso hace que uno se equivoque cuando la conoce poco.
Mamá la considera demasiado tonta para gastar saliva en ella, Margot la
considera demasiado insignificante y Pim, demasiado fea (tanto por dentro como
por fuera) y yo, tras un largo viaje -porque nunca me dejo llevar por los
prejuicios- he llegado a la conclusión de que es las tres cosas a la vez, y
muchísimo más. Tiene tantas malas cualidades, que no sabría con cuál quedarme.
Tu Ana
P. D. No olvide el lector que cuando fue escrito este relato, la ira de
la autora todavía no se había disipado.
Martes, 3 de agosto de 1943
Querida Kitty:
La política marcha viento en popa. En Italia, el partido fascista ha
sido prohibido. En muchos sitios el pueblo lucha contra los fascistas, y
algunos militares participan en la lucha. ¿Cómo un país así puede seguir
haciéndole la guerra a Inglaterra?
La semana pasada entregamos nuestra hermosa radio. Dussel estaba muy
enfadado con Kugler porque la entregó en la fecha estipulada. Mi respeto por
Dussel se reduce cada día más; ya debe de andar por debajo de cero. Son tales
las sandeces que dice en materia de política, historia, geografía o cualquier
otro tema, que .casi no me atrevo a citarlas. «Hitler desaparece en la
historia. El puerto de Rotterdam es más grande que el de Hamburgo. Los ingleses
son idiotas porque no bombardean Italia de arriba abajo, etc., etc.»
Ha habido un tercer bombardeo. He apretado los dientes, tratando de
armarme de valor.
La señora Van Daan, que siempre ha dicho «dejadlos que vengan» y «más
vale un final con susto que ningún final», es ahora la más cobarde de todos.
Esta mañana se puso a temblar como una hoja y hasta se echó a llorar. Su
marido, con quien acaba de hacer las paces después de estar reñidos durante una
semana, la consolaba. De sólo verlo casi me emociono.
Mouschi ha demostrado de forma patente que el tener gatos en la casa no
sólo trae ventajas: todo el edificio está infestado de pulgas, y la plaga se
extiende día a día. El señor Kugler ha echado polvo amarillo en todos los
rincones, pero a las pulgas no les hace nada. A todos nos pone muy nerviosos;
todo el tiempo creemos que hay algo arañándonos un brazo, una pierna u otra
parte del cuerpo. De ahí que muchos integrantes de la familia estén siempre
haciendo ejercicios gimnásticos para mirarse la parte trasera de la pierna o la
nuca. Ahora pagamos la falta de ejercicio: tenemos el cuerpo demasiado
entumecido como para poder torcer bien el cuello. La gimnasia propiamente dicha
hace mucho que no la practicamos.
Tu Ana
Miércoles, 4 de agosto de 1943
Querida Kitty:
Ahora que llevamos más de un año de reclusión en la Casa de atrás, ya
estás bastante al tanto de cómo es nuestra vida, pero nunca puedo informarte de
todo realmente. ¡Es todo tan extremadamente distinto de los tiempos normales y
de la gente normal! Pero para que te hagas una idea de la vida que llevamos
aquí, a partir de ahora describiré de tanto en tanto una parte de un día cualquiera.
Hoy empiezo por la noche.
A las nueve de la noche comienza en la Casa de atrás el ajetreo de la
hora de acostarse, y te aseguro que siempre es un verdadero alboroto. Se
apartan las sillas, se arman las camas, se extienden las mantas, y nada queda
en el mismo estado que durante el día. Yo duermo en el pequeño diván, que no
llega a medir un metro y medio de largo, por lo que hay que colocarle un
añadido en forma de sillas. De la cama de Dussel, donde están guardados durante
el día, hay que sacar plumón, sábanas, almohadas y mantas.
En la habitación de al lado se oye un chirrido: es el catre tipo
armónica de Margot. Nuevamente hay que extraer mantas y almohadas del sofá:
todo sea por hacer un poco más confortables las tablitas de madera del catre.
Arriba parece que se hubiera desatado una tormenta, pero no es más que la cama
de la señora. Es que hay que arrimarla junto a la ventana, para que el aire
pueda estimular los pequeños orificios nasales de Su Alteza con la mañanita
rosa.
Las nueve de la noche: Cuando sale Peter entro en el cuarto de baño y
me someto a un tratamiento de limpieza a fondo. No pocas veces -sólo en los
meses, semanas o días de gran calorocurre que en el agua del baño se queda
flotando alguna pequeña pulga. Luego toca lavarme los dientes, rizarme el pelo,
tratarme las uñas, preparar los algodones con agua oxigenada -que son para
teñir los pelillos negros del bigote- y todo esto en media hora.
Las nueve y media: Me pongo el albornoz. Con el jabón en una mano y el orinal,
las horquillas, las bragas, los rulos y el algodón en la otra, me apresuro en
dejar libre el cuarto de baño, pero por lo general después me llaman para que
vuelva y quite la colección de pelos elegantemente depositados en el lavabo,
pero que no son del agrado del usuario siguiente.
Las diez de la noche: Colgamos los paneles de oscurecimiento y...
¡buenas noches! En la casa aún se oyen durante un cuarto de hora los crujidos
de las camas y el rechinar de los muelles rotos, pero luego reina el silencio;
al menos, cuando los de arriba no tienen una disputa de lecho conyugal.
Las once y media: Se oye el chirrido de la puerta del cuarto de baño.
En la habitación entra un diminuto haz de luz. Unos zapatos que crujen, un
gran abrigo, más grande que la persona que lo lleva puesto... Dussel vuelve de
su trabajo nocturno en el despacho de Kugler. Durante diez minutos se le oye
arrastrar los pies, hacer ruido de papeles -son los alimentos que guarda- y
hacer la cama. Luego, la figura vuelve a desaparecer y sólo se oye venir a cada
rato un ruidito sospechoso del lavabo.
A eso de las tres de la madrugada: Debo levantarme para hacer aguas
menores en la lata que guardo debajo de la cama y que para mayor seguridad está
colocada encima de una esterilla de goma contra las posibles pérdidas. Cuando
me encuentro en este, trance, siempre contengo la respiración, porque en la
latita se oye como el gorgoteo de un arroyuelo en la montaña. Luego devuelvo la
lata a su sitio y la figura del camisón blanco, que a Margot le arranca cada
noche la exclamación: «¡Ay, qué camisón tan indecente!», se mete de nuevo en la
cama. Entonces, alguien que yo sé permanece unos quince minutos atenta a los
ruidos de la noche. En primer lugar, a los que puedan venir de algún ladrón en
los pisos de abajo; luego, a los procedentes de las distintas camas de la
habitación de arriba, la de al lado y la propia, de los que por lo general se
puede deducir cómo está durmiendo cada uno de los convecinos, o si están
pasando la noche medio desvelados. Esto último no es nada agradable, sobre todo
cuando se trata de un miembro de la familia que responde al nombre de doctor
Dussel. Primero oigo un ruidito como de un pescado que se ahoga. El ruido se
repite unas diez veces, y luego, con mucho aparato, pasa a humedecerse los
labios, alternando con otros ruiditos como si estuviera masticando, a lo que
siguen innumerables vueltas en la cama y reacomodamientos de las almohadas.
Luego hay cinco minutos de tranquilidad absoluta, y toda la secuencia se repite
tres veces como mínimo, tras lo cual el doctor seguramente se habrá adormilado
por un rato.
También puede ocurrir que de noche, variando entre la una y las cuatro,
se oigan disparos. Nunca soy realmente consciente hasta el momento en que, por
costumbre, me veo de pie junto a la cama. A veces estoy tan metida en algún
sueño, que pienso en los verbos franceses irregulares o en las riñas de arriba.
Cuando termino de pensar, me doy cuenta de que ha habido tiros y de que me he
quedado en silencio en mi habitación. Pero la mayoría de las veces pasa como te
he descrito arriba. Cojo rápidamente un pañuelo y una almohada, me pongo el
albornoz, me calzo las zapatillas y voy corriendo donde papá, tal como lo
describió Margot en el siguiente poema con motivo de mi cumpleaños:
Por las noches, al primerísimo disparo, se oye una puerta crujir y
aparecen un pañuelo, un cojín y una chiquilla...
Una vez instalada en la cama grande, el mayor susto ya ha pasado,
salvo cuando los tiros son muy fuertes.
Las siete menos cuarto: ¡Trrrrr..! Suena el despertador, que puede
elevar su vocecita a cada hora del día, bien por encargo, bien sin él.
¡Crac...! ¡Paf...! La señora lo ha hecho callar. ¡Cric...! Se ha levantado el
señor. Pone agua a hervir y se traslada rápidamente al cuarto de baño.
Las siete y cuarto: La puerta cruje nuevamente. Ahora Dussel puede ir
al cuarto de baño. Una vez que estoy sola, quito los paneles de
oscurecimiento, y comienza un nuevo día en la Casa de atrás.
Tu Ana
Jueves, f de agosto de 1943
Querida Kitty:
Tomemos hoy la hora de la comida, a mediodía.
Son las doce y media. Toda la compañía respira aliviada. Por fin Van
Maaren, el hombre del oscuro pasado, y De Kok se han ido a sus casas. Arriba se
oye el traqueteo de la aspiradora que la señora le pasa a su hermosa y única
alfombra. Margot coge unos libros y se los lleva bajo el brazo a la clase «para
alumnos que no avanzan», porque así se podría llamar a Dussel. Pim se instala
en un rincón con su inseparable Dickens, buscando un poco de tranquilidad. Mamá
se precipita hacia el piso de arriba para ayudar a la hacendosa ama de casa y
yo me encierro en el cuarto de baño para adecentarlo un poco, haciendo lo
propio conmigo misma.
La una menos cuarto: Gota a gota se va llenando el cubo. Primero llega
el señor Gies; luego Kleiman o Kugier, Bep y a veces también un rato Miep.
La una: Todos escuchan atentos las noticias de la BBC, formando corro
en torno a la radio miniatura. Éstos son los únicos momentos del día en que los
miembros de la Casa de atrás no se interrumpen todo el tiempo mutuamente,
porque está hablando alguien al que ni siquiera el señor Van Daan puede llevar
la contraria.
La una y cuarto: Comienza el gran reparto. A todos los de abajo se les
da un tazón de sopa, y cuando hay algún postre, también se les da. El señor
Gies se sienta satisfecho en el diván o se reclina en el escritorio. Junto a
él, el periódico, el tazón y, la mayoría de veces, el gato. Si le falta alguno
de estos tres, no dejará de protestar. Kleiman cuenta las últimas novedades de
la ciudad; para eso es realmente una fuente de información estupenda. Kugler
sube la escalera con gran estrépito, da un golpe seco y firme en la puerta y
entra frotándose las manos, de buen humor y haciendo aspavientos, o de mal
humor y callado, según los ánimos.
Las dos menos cuarto: Los comensales se levantan y cada uno retoma sus
actividades. Margot y mamá se ponen a fregar los platos, el señor y la señora
Van Daan vuelven al diván, Peter al desván, papá al otro diván, Dussel también,
y Ana a sus tareas.
Ahora comienza el horario más tranquilo. Cuando todos duermen, no se
molesta a nadie. Dussel sueña con una buena comida, se le nota en la cara,
pero no me detengo a observarlo porque el tiempo corre y a las cuatro ya lo
tengo al doctor pedante a mi lado, con el reloj en la mano, instándome a
desocupar el escritorio que he ocupado un minuto de más.
Tu Ana
Sábado, 7 de agosto de 1943
Querida Kitty:
Unas semanas atrás me puse a escribir un relato, algo que fuera pura
fantasía, y me ha dado tanto gusto hacerlo que mi producción literaria ya va
formando una verdadera pila de papel.
Tu Ana
Lunes, 9 de agosto de 1943
Querida Kitty:
Sigo con la descripción del horario que tenemos en la Casa de atrás.
Tras la comida del mediodía, ahora le toca a la de la tarde.
El señor Van Daan. Comencemos por él. Es el primero en ser atendido a
la mesa, y se sirve bastante de todo cuando la comida es de su gusto. Por lo
general participa en la conversación, dando siempre su opinión, y cuando así
sucede, no hay quien le haga cambiar de parecer, porque cuando alguien osa
contradecirle, se pone bastante violento. Es capaz de soltarte un bufido como
un gato, y la verdad es que es preferible evitarlo. Si te pasa una vez, haces
lo posible para que no se repita. Tiene la mejor opinión, es el que más sabe de
todo. De acuerdo, sabe mucho, pero también su presunción ha alcanzado altos
niveles.
Madame: En verdad sería mejor no decir nada. Ciertos días,
especialmente cuando se avecina alguna tormenta, más vale no mirarla a la cara.
Bien visto, es ella la culpable de todas las discusiones, ¡pero no el tema!
Todos prefieren no hablar de él; pero tal vez pudiera decirse que ella es la
iniciadora. Azuzar, eso es lo que le gusta. Azuzar a la señora Frank y a Ana.
Azuzar a Margot y al señor Frank no es tan fácil.
Pero ahora volvamos a la mesa. La señora siempre recibe lo que le
corresponde, aunque ella a veces piensa que no es así. Escoger para ella las
patatas más pequeñas, el bocado más sabroso, lo más tierno de todo, ésa es su
consigna. «A los demás ya les tocará lo suyo, primero estoy yo.» (Exactamente
así piensa ella que piensa Ana.) Lo segundo es hablar, siempre que haya alguien
escuchando, le interese o no, eso al parecer le da igual. La señora Van Daan
seguramente piensa que a todo cl mundo le interesa lo que ella dice.
Las sonrisas coquetas, el hacer como si entendiera de cualquier tema,
el aconsejar a todos o el dárselas de madraza, se supone que dejan una buena
impresión. Pero si uno mira más allá, lo bueno se acaba en seguida. En primer
lugar hacendosa, luego alegre, luego coqueta y a veces una cara bonita. Esa es
Petronella van Daan.
El tercer comensal: No dice gran cosa. Por lo general, el joven Van
Daan es muy callado y no se hace notar. Por lo que respecta a su apetito: un
pozo sin fondo, que no se llena nunca. Aun después de la comida más
sustanciosa, afirma sin inmutarse que podría comerse el doble.
En cuarto lugar está Margot. Come como un pajarito, no dice ni una
palabra. Lo único que toma son frutas y verduras. <,Consentida», en opinión
de Van Daan. «Falta de aire y deporte», en opinión nuestra.
Luego está mamá: un buen apetito, una buena lengua. No da la impresión
de ser el ama de casa, como es el caso de la señora Van Daan. ¿La diferencia?
La señora cocina y mamá friega.
En sexto y séptimo lugar: De papá y yo será mejor que no diga mucho. El
primero es el más modesto de toda la mesa. Siempre se fija en primer lugar si
todos los demás ya tienen. No necesita nada, lo mejor es para los jóvenes. Es
la bondad personificada, y a su lado se sienta el terremoto de la Casa de
atrás.
Dussel: Se sirve, no mira, come, no habla. Y cuando hay que hablar,
que sea sobre la comida, así no hay disputa, sólo presunción. Deglute raciones
enormes y nunca dice que no: tanto en las buenas como también bastante poco en
las malas.
Pantalones que le llegan hasta el pecho, chaqueta roja, zapatillas
negras de charol y gafas de concha: así se lo puede ver sentado frente al
pequeño escritorio, eternamente atareado, no avanzando nunca, interrumpiendo su
labor sólo para dormirse su siestecita, comer y... acudir a su lugar preferido:
el retrete. Tres, cuatro, cinco veces al día hay alguien montando guardia
delante de la puerta, conteniéndose, impaciente, balanceándose de una pierna a
otra, casi sin aguantar más. ¿Se da por enterado? En absoluto. De las siete y
cuarto a las siete y media, de las doce y media a la una, de las dos a las dos
y cuarto, de las cuatro a las cuatro y cuarto, de las seis a las seis y cuarto
y de las once y media a las doce. Es como para apuntárselo, porque son sus
«horas fijas de sesión», de las que no se aparta. Tampoco hace caso de la voz
implorante al otro lado de la puerta, que presagia una catástrofe inminente.
La novena no forma parte de la familia de la Casa de atrás, pero sí es
una convecina y comensal. Bep tiene un buen apetito. No deja nada, no es
quisquillosa. Todo lo come con gusto, y eso justamente nos da gusto a
nosotros. Siempre alegre y de buen humor, bien dispuesta y bonachona: ésos son
sus rasgos caracterís
ticos.
Martes, 10 de agosto de 1943
Querida Kitty.
Una nueva idea: en la mesa hablo más conmigo misma que con los demás,
lo cual resulta ventajoso en dos aspectos. En primer lugar, a todos les agrada
que no esté charlando continuamente, y en segundo lugar no necesito estar
irritándome a causa de las opiniones de los demás. Mi propia opinión a mí no
me parece estúpida, y a otros sí, de modo que mejor me la guardo para mí. Lo
mismo hago con la comida que no me gusta: pongo el plato delante de mí, me
imagino que es una comida deliciosa, la miro lo menos posible y me la como sin
darme cuenta. Por las mañanas, al levantarme -otra de esas cosas nada
agradables-, salgo de la cama de un salto, pienso «en seguida puedes volver a
meterte en tu camita», voy hasta la ventana, quito los paneles de
oscurecimiento, me quedo aspirando el aire que entra por la rendija y me despierto.
Deshago la cama lo más rápido posible, para no poder caer en la tentación.
¿Sabes cómo lo llama mamá? «El arte de vivir.» ¿No te parece graciosa la
expresión?
Desde hace una semana todos estamos un poco desorientados en cuanto a
la hora, ya que por lo visto se han llevado nuestra querida y entrañable
campana de la iglesia para fundirla, por lo que ya no sabemos exactamente qué
hora es, ni de día, ni de noche. Todavía tengo la esperanza de que inventen
algo que a los del barrio nos haga recordar un poco nuestra campana, como por
ejemplo un artefacto de estaño, de cobre o de lo que sea.
Vaya a donde vaya, ya sea al piso de arriba o al de abajo, todo el
mundo me mira extrañado los pies, que llevan un par de zapatos verdaderamente
hermosos para los tiempos que corren. Miep los ha encontrado en una tienda por
27,50 florines. Color vino, de piel de ante y cuero y con un tacón bastante
alto. Me siento como si anduviera con zancos y parezco mucho más alta de lo que
soy.
Ayer fue un día de mala suerte. Me pinché el pulgar derecho con la
punta gruesa de una aguja. En consecuencia, Margot tuvo que pelar las patatas
por mí (su lado bueno debía tener) y yo casi no podía escribir. Luego, con la
cabeza me llevé por delante la puerta del armario y por poco me caigo, pero me
cayó una regañina por hacer tanto ruido y no podía hacer correr el agua para
mojarme la frente, por lo que ahora tengo un chichón gigantesco
encima del ojo derecho. Para colmo de males, me enganché el dedo
pequeño del pie derecho en el extremo de la aspiradora. Me salía sangre y me
dolía, pero no tenía n¡ punto de comparación con mis otros males. Ahora
lamento que haya sido así, porque el dedo del pie se me ha infectado, y tengo
que ponerme basilicón y gasas y esparadrapo, y no puedo ponerme mis preciosos
zapatos.
Dussel nos ha puesto en peligro de muerte por enésima vez. Créase o no,
Miep le trajo un libro prohibido, lleno de injurias dirigidas a Mussolini. En
el camino la rozó una moto de la SS. Perdió los estribos, les gritó
«¡miserables!» y siguió pedaleando. No quiero ni pensar en lo que hubiera
pasado si se la llevaban a la comisaría.
Tu Ana
La tarea del día en la comunidad: ¡pelar patatas!
Uno trae las hojas de periódico, otro los pelapatatas (y se queda con
el mejor, naturalmente), el tercero las patatas y el cuarto el agua.
El que empieza es el señor Dussel. No siempre pela bien, pero lo hace
sin parar, mirando a diestro y siniestro para ver s¡ todos lo hacen como él.
¡Pues no!
-Ana, mírrame, ¡o cojo el cuchillo en mi mano de este manerra, y pelo
de arriba abajo. ¡Nein! Así no... ¡así!
-Pues a mí me parece más fácil así, señor Dussel -le digo tímidamente.
-Perro el mejor manerra es éste. Haz lo que te digo. En fin, tú sabrrás
lo que haces, a mí no me imporrta.
Seguimos pelando. Como quien no quiere la cosa, miro lo que está
haciendo mi vecino. Sumido en sus pensamientos, menea la cabeza (por mi culpa,
seguramente), pero ya no dice nada.
Sigo pelando. Ahora miro hacia el otro lado, donde está sentado papá.
Para papá, pelar patatas no es una tarea cualquiera, sino un trabajo minucioso.
Cuando lee, frunce el ceño con gesto de gravedad, pero cuando ayuda a preparar
patatas, judías u otras verduras, no parece enterarse de nada. Pone cara de
pelar patatas y nunca entregará una patata que no esté bien pelada. Eso es
sencillamente imposible.
Sigo con la tarea y levanto un momento la mirada. Con eso me basta: la
señora trata de atraer la atención de Dussel. Primer lo mira un momento, Dussel
se hace el desentendido. Luego le guiña el ojo, pero Dussel sigue trabajando.
Después sonríe, pero Dussel no levanta la mirada. Entonces también mamá ríe,
pero Dussel no hace caso. La señora no ha conseguido nada, de modo que tendrá
que utilizar otros métodos. Se produce un silencio, y luego:
-Pero, Putti, ¿por qué no te has puesto un delantal? Ya veo que mañana
tendré que quitarte las manchas del traje.
-No me estoy ensuciando.
De nuevo un silencio, y luego:
-Putti, ¿por qué no te sientas?
-Estoy bien así, prefiero estar de pie. Pausa.
-iPutti, fíjate cómo estás salpicando!
-Sí, mamita, tendré cuidado.
La señora saca otro tema de conversación:
-Dime, Putti, ¿por qué los ingleses no tiran bombas ahora? -Porque hace
muy mal tiempo, Kerli. -Pero ayer hacía buen tiempo y tampoco salieron a volar.
-No hablemos más de ello.
-¿Por qué no? ¿Acaso no es un tema del que se puede hablar y dar una
opinión?
-No.
-¿Por qué no?
-¿Acaso el señor Frank no responde siempre a lo que le pregunta la
señora?
El señor lucha, éste es su talón de Aquiles, no lo soporta, y la señora
arremete una y otra vez:
-¡Pues esa invasión no llegará nunca!
El señor se pone blanco; la señora, al notarlo, se pone colorada, pero
igual sigue con lo suyo:
-¡Esos ingleses no hacen nada!
Estalla la bomba.
-¡Cierra el pico, maldita sea!
Mamá casi no puede contener la risa, yo trato de no mirar.
La escena se repite casi a diario, salvo cuando los señores acaban de
tener alguna disputa, porque entonces tanto él como ella no dicen palabra.
Me mandan a buscar más patatas. Subo al desván, donde está Peter
quitándole las pulgas al gato. Levanta la mirada, el gato se da cuenta y izas!,
se escapa por la ventana, desapareciendo en el canalón.
Peter suelta un taco, yo me río y también desaparezco.
La libertad en la Casa de atrás
Las cinco y media: Sube Bep a concedernos la libertad vespertina. En
seguida comienza el trajín. Primero suelo subir con Bep al piso de arriba,
donde por lo general le dan por adelantado el postre que nosotros comeremos más
tarde. En cuanto Bep se instala, la señora empieza a enumerar todos sus
deseos, diciendo por ejemplo:
-Ay, Bep, quisiera pedirte una cosita...
Bep me guiña el ojo; la señora no desaprovecha ninguna oportunidad
para transmitir sus deseos y ruegos a cualquier persona que suba a verla. Debe
ser uno de los motivos por los que a nadie le gusta demasiado subir al piso de
arriba.
Las seis menos cuarto: Se va Bep. Bajo dos pisos para ir a echar un vistazo.
Primero la cocina, luego el despacho de papá, y de ahí a la carbonera para
abrirle la portezuela a Mouschi.
Tras un largo recorrido de inspección, voy a parar al territorio de
Kugler. Van Daan está revisando todos los cajones y archivadores, buscando la
correspondencia del día. Peter va a buscar la llave del almacén y a Moffie. Pim
carga con máquinas de escribir para llevarlas arriba. Margot se busca un
rinconcito tranquilo para hacer sus tareas de oficina. La señora pone a
calentar agua. Mamá baja las escaleras con una cacerola llena de patatas. Cada
uno sabe lo que tiene que hacer.
Al poco tiempo vuelve Peter del almacén. Lo primero que le preguntan es
dónde está el pan: lo ha olvidado. Delante de la puerta de la oficina principal
se encoge lo más que puede y se arrastra a gatas hasta llegar al armario de
acero, coge el pan y se va; al menos, eso es lo que quiere hacer, pero antes de
percatarse de lo que ocurre, Mouschi le salta por encima y se mete debajo del
escritorio.
Peter busca por todas partes y por fin descubre al gato. Entra otra vez
a gatas en la oficina y le tira de la cola. Mouschi suelta un bufido, Peter
suspira. ¿Qué es lo que ha conseguido? Ahora Mouschi se ha instalado junto a la
ventana y se lame, contento de
haber escapado de las manos de Peter. Y ahora Peter, como último
recurso para atraer al animal, le tiende un trozo de pan y... ¡sí!, Mouschi
acude a la puerta y ésta se cierra.
He podido observarlo todo por la rendija de la puerta.
El señor Van Daan está furioso, da un portazo. Margot y yo nos miramos,
pensamos lo mismo: seguro que se ha sulfurado a causa de alguna estupidez
cometida por Kugler, y no piensa en Keg.
Se oyen pasos en el pasillo. Entra Dussel. Se dirige a la ventana con
aire de propietario, husmea... tose, estornuda y vuelve a toser. Es pimienta,
no ha tenido suerte. Prosigue su camino hacia la oficina principal. Las
cortinas están abiertas, lo que implica que no habrá papel de cartas.
Desaparece con cara de enfado.
Margot y yo volvemos a mirarnos. Oigo que me dice:
-Tendrá que escribirle una hoja menos a su novia mañana.
Asiento con la cabeza.
De la escalera nos llega el ruido de un paso de elefante; es Dussel,
que va a buscar consuelo en su lugar más entrañable. Seguimos trabajando. ¡Tic,
tic, tic...! Tres golpes: ¡a comer!
Lunes, 23 de agosto de 1943
Cuando el reloj da las ocho y media...
Margot y mamá están nerviosas. «¡Chis, papá! ¡Silencio, Otto! ¡Chis,
Pim! ¡Que ya son las ocho y media! ¡Vente ya, que no puedes dejar correr el
agua! ¡No hagas ruido al andar!» Así son las distintas exclamaciones dirigidas
a papá en el cuarto de bañó. A las ocho y media en punto tiene que estar de
vuelta en la habitación. Ni una gota de agua, no usar el retrete, no andar,
silencio absoluto. Mientras no está el personal de oficina, en el almacén los
ruidos se oyen mucho más.
A las ocho y veinte abren la puerta los del piso de arriba, y al poco
tiempo se oyen tres golpecitos en el suelo: la papilla de avena para Ana. Subo
trepando por las escaleras y recojo mi platillo para perros.
De vuelta abajo, termino de hacer mis cosas corriendo: cepillarme el
pelo, guardar el orinal, volver a colocar la cama en su sitio. ¡Silencio! El
reloj da la hora. La señora cambia de calzado: comienza a desplazarse por la
habitación en pantuflas; también el
señor Charlie Chaplin se calza sus zapatillas; tranquilidad absoluta.
La imagen de familia ideal llega a su apogeo: yo me pongo a leer o a
estudiar, Margot también, al igual que papá y mamá. Papá -con Dickens y el
diccionario en el regazo, naturalmente- está sentado en el borde de la cama
hundida y crujiente, que ni siquiera cuenta con colchones como Dios manda. Dos
colchonetas superpuestas también sirven. «No me hacen falta, me arreglo
perfectamente sin ellas.»
Una vez sumido en la lectura se olvida de todo, sonríe de tanto en
tanto, trata por todos los medios de hacerle leer algún cuento a mamá, que le
contesta;
-¡Ahora no tengo tiempo!
Por un momento pone cara de desencanto, pero luego sigue leyendo. Poco
después, cuando otra vez encuentra algo divertido, vuelve a intentarlo:
-¡Ma, no puedes dejar de leer esto!
Mamá está sentada en la cama plegable, leyendo, cosiendo, haciendo
punto o estudiando, según lo que toque en ese momento. De repente se le ocurre
algo, y no tarda en decir:
-Ana, ¿te acuerdas...? Margot, apunta esto...
Al rato vuelve la tranquilidad. Margot cierra su libro de un golpe,
papá frunce el ceño y se le forma un arco muy gracioso, reaparece la «arruga de
la lectura» y ya está otra vez sumido en el libro, mamá empieza a charlar con
Margot, la curiosidad me hace escucharlas. Envolvemos a Pim en el asunto y...
¡Las nueve! ¡A desayunar!
Viernes, 1o de setiembre de 1943
Querida Kitty:
Cada vez que te escribo ha pasado algo especial, pero la mayoría de las
veces se trata de cosas más bien desagradables. Ahora, sin embargo, ha pasado
algo bonito.
El miércoles 8 de setiembre a las siete de la tarde estábamos escuchando
la radio, y lo primero que oímos fue lo siguiente: Here follows the best news
from whole the war: Italy has capitulated! ¡Ita lia ha capitulado
incondicionalmente! A las ocho y cuarto empezó a transmitir Radio Orange:
«Estimados oyentes: hace una hora y quince minutos, cuando acababa de redactar
la crónica del día, llegó a la redacción la muy grata noticia de la capitulación
de Italia. ¡Puedo asegurarles que nunca antes me ha dado tanto gusto ti
rar mis papeles a la papelera!»
Se tocaron los himnos nacionales de Inglaterra y de Estados Unidos y la
Internacional rusa. Como de costumbre, Radio Orange levantaba los ánimos, aun
sin ser demasiado optimista.
Los ingleses han desembarcado en Nápoles. El norte de Italia ha sido
ocupado por los alemanes. El viernes 3 de setiembre ya se había firmado el
armisticio, justo el día en que se produjo el desembarco de los ingleses en
Italia. Los alemanes maldicen a Badoglio y al emperador italiano en todos los
periódicos, por traidores.
Sin embargo, también tenemos nuestras desventuras. Se trata del señor
Kleiman. Como sabes, todos' le queremos mucho, y aunque siempre está enfermo,
tiene muchos dolores y no puede comer ni andar mucho, anda siempre de buen
humor y tiene una valentía admirable. «Cuando viene el señor Kleiman, sale el
sol», ha dicho mamá hace poco, y tiene razón.
Resulta que deben internarlo en el hospital para una operación muy
delicada de estómago, y que tendrá que quedarse allí por lo menos cuatro
semanas. Tendrías que haber visto cómo se despidió de nosotros: como si fuera
a hacer un recado, así sin más.
Tu Ana
Jueves, 16 de setiembre de 1943
Querida Kitty:
Las relaciones entre los habitantes de la Casa de atrás empeoran día a
día. En la mesa nadie se atreve a abrir la boca -salvo para deslizar en ella un
bocado-, por miedo a que lo que diga resulte hiriente o se malinterprete. El
señor Voskuijl nos visita de vez en cuando. Es una pena que esté tan malo. A su
familia tampoco se lo pone fácil, ya que anda siempre con la idea de que se va
a morir pronto, y entonces todo le es indiferente. No resulta difícil hacerse
una idea de la atmósfera que debe reinar en la casa de los Voskuijl, basta
pensar en lo susceptibles que ya son todos aquí.
Todos los días tomo valeriana contra el miedo y la depresión, pero esto
no logra evitar que al día siguiente esté todavía peor de ánimo. Poder reír
alguna vez con gusto y sin inhibiciones: eso me ayudaría más que diez
valerianas, pero ya casi nos hemos olvidado de lo que es reír. A veces temo que
de tanta seriedad se me estirará la cara y la boca se me arqueará hacia abajo.
Los otros no lo tienen mejor; todos miran con malos presentimientos la mole que
se nos viene encima y que se llama invierno.
Otro hecho nada alentador es que Van Maaren, el mozo de almacén, tiene
sospechas relacionadas con el edificio de atrás. A una persona con un mínimo de
inteligencia le tiene que llamar la atención la cantidad de veces que Miep
dice que va al laboratorio, Bep al archivo y Kleiman al almacén de Opekta, y
que Kugler sostenga que la Casa de atrás no pertenece a esta parcela, sino que
forma parte del edificio de al lado.
No nos importaría lo que Van Maaren pudiera pensar del asunto, si no
fuera porque tiene fama de ser poco fiable y porque es tremendamente curioso, y
que no se contenta con vagas explicaciones.
Un día, Kugler quería ser en extremo cauteloso: a las doce y veinte del
mediodía se puso el abrigo y se fue a la droguería de la esquina. Volvió antes
de que hubieran pasado cinco minutos, subió las escaleras de puntillas y entró
en nuestra casa. A la una y cuarto quiso marcharse, pero en el descansillo se
encontró con Bep, que le previno que Van Maaren estaba en la oficina. Kugler
dio media vuelta y se quedó con nosotros hasta la una y media. Entonces se
quitó los zapatos y así, a pesar de su catarro, fue hasta la puerta del desván
de la casa de delante, bajó la escalera lenta y sigilosamente, y después de
haberse balanceado en los escalones durante quince minutos para evitar
cualquier crujido, llegó a la oficina como si viniera de la calle.
Bep, que mientras tanto se había librado un momento de Van Maaren, vino
a buscar a Kugler a casa, pero Kugler ya se había marchado hacía rato, y
todavía andaba descalzo por las escaleras. ¿Qué habrá pensado la gente en la
calle al ver al señor director poniéndose los zapatos fuera?
Tu Ana
Miércoles, z9 de setiembre de 1943
Querida Kitty:
Hoy cumple años la señora Van Daan. Aparte de un cupón de racionamiento
para comprar queso, carne y pan, tan sólo le hemos regalado un frasco de
mermelada. También el marido, Dussel y el personal de la oficina le han
regalado flores y alimentos exclusivamente. ¡Los tiempos no dan para más!
El otro día a Bep casi le da un ataque de nervios, de tantos recados
que le mandaban hacer. Diez veces al día le encargaban cosas, insistiendo en
que lo hiciera rápido, en que volviera a salir o en que había traído alguna
cosa equivocada. Si te pones a pensar en que abajo tiene que terminar el
trabajo de oficina, que Kleiman está enfermo, que Miep está en su casa con
catarro, que ella misma se ha torcido el tobillo, que tiene mal de amores y en
casa un padre que se lamenta continuamente, te puedes imaginar cuál es su
estado. La hemos consolado y le hemos dicho que si nos dijera unas cuantas
veces que no tiene tiempo, las listas de los recados se acortarían
automáticamente.
El sábado tuvimos un drama, cuya intensidad superó todo lo vivido aquí
hasta el momento. Todo empezó con Van Maaren y terminó en una disputa general
con llanto. Dussel se quejó ante mamá de que lo tratamos como a un paria, de
que ninguno de nosotros es amable con él, de que él no nos ha hecho nada, y le
largó toda una sarta de halagos y lisonjas de los que mamá felizmente no hizo
caso. Le contestó que él nos había decepcionado mucho a todos y que más de una
vez nos había causado disgustos. Dussel le prometió el oro y el moro, pero como
siempre, hasta ahora nada ha cambiado.
Con los Van Daan el asunto va a acabar mal, ya me lo veo venir. Papá
está furioso, porque nos engañan. Esconden carne y otras cosas. ¡Ay, qué
desgracia nos espera! ¡Cuánto daría por no verme metida en todas estas
trifulcas! ¡Ojalá pudiera escapar! ¡Nos van a volver locos!
Tu Ana
Sábado, 17 de setiembre de 1943
Querida Kitty:
Ha vuelto Kleiman. ¡Menos mal! Todavía se le ve pálido, pero sale a la
calle de buen humor a vender ropa para Van Daan.
Es un hecho desagradable el que a Van Daan se le haya acabado
completamente el dinero. Los últimos cien florines los ha perdido en el
almacén, lo que nos ha traído problemas. ¿Cómo es posible que un lunes por la
mañana vayan a parar cien florines al almacén? Todos motivos de sospecha.
Entretanto, los cien florines han volado. ¿Quién es el ladrón?
Pero te estaba hablando de la escasez de dinero. La señora no quiere
desprenderse de ninguno de sus abrigos, vestidos ni zapatos; el traje del
señor es difícil de vender, y la bicicleta de Peter ha vuelto de la subasta, ya
que nadie la quiso comprar. No se sabe cómo acabará todo esto. Quiera o no, la
señora tendrá que renunciar a su abrigo de piel. Según ella, la empresa
debería mantenernos a todos, pero no logrará imponer su punto de vista. En el
piso de arriba han armado una tremenda bronca al respecto, aunque ahora ya han
entrado en la fase de reconciliación, con los respectivos «¡Ay, querido
Putti!» y «¡Kerli preciosa!».
Las palabrotas que han volado por esta honorable casa durante el último
mes dan vértigo. Papá anda por la casa con los labios apretados. Cuando alguien
lo llama se espanta un poco, por miedo a que nuevamente lo necesiten para
resolver algún asunto delicado. Mamá tiene las mejillas rojas de lo exaltada
que está, Margot se queja del dolor de cabeza, Dussel no puede dormir, la
señora se pasa el día lamentándose y yo misma no sé dónde tengo la cabeza.
Honestamente, a veces ya ni sé con quién estamos reñidos o con quién ya hemos
vuelto a hacer las paces.
Lo único que me distrae es estudiar, así que estudio mucho.
Tu Ana
Viernes, z9 de octubre de 1943
Querida Kitty:
El señor Kleiman se ha tenido que retirar del trabajo nuevamente. Su
estómago no lo deja tranquilo. Ni él mismo sabe si la hemorragia ha parado. Nos
vino a decir que se sentía mal y que se marchaba para su casa. Es la primera
vez que lo vi tan de capa caída.
Aquí ha vuelto a haber ruidosas disputas entre el señor y la señora.
Fue así: se les ha acabado el dinero. Quisieron vender un abrigo de invierno y
un traje del señor, pero nadie quería comprarlos. El precio que pedían era
demasiado alto.
Un día, hace ya algún tiempo, Kleiman comentó algo sobre un peletero
amigo. De ahí surgió la idea del señor de vender el abrigo de piel de su mujer.
Es un abrigo de pieles de conejo que ya tiene diecisiete años. Le dieron 325
florines por él, una suma enorme. La señora quería quedarse con el dinero para
poder comprarse ropa nueva después de la guerra, y no fue nada fácil
convencerla de que ese dinero era más que necesario para los gastos de la casa.
No puedes ni imaginarte los gritos, los chillidos, los golpes y las
palabrotas. Fue algo espeluznante. Los de mi familia estábamos aguardando al
pie de la escalera conteniendo la respiración, listos para separar a los
contrincantes en caso de necesidad. Todas esas peleas, llantos y nerviosísimos
provocan tantas tensiones y esfuerzos, que por las noches caigo en la cama
llorando, dando gracias al cielo de que por fin tengo media hora para mí sola.
A mí me va bien, salvo que no tengo ningún apetito. Viven repitiéndome:
«¡Qué mal aspecto tienes!» Debo admitir que se es- . fuerzan mucho por
mantenerme más o menos a nivel, recurriendo a la dextrosa, el aceite de hígado
de bacalao, a las tabletas de levadura y de calcio. Mis nervios no siempre
consigo dominarlos, sobre todo los domingos me siento muy desgraciada. Los
domingos reina aquí en casa una atmósfera deprimente, aletargada y pesada;
fuera no se oye cantara ningún pájaro; un silencio sofocante y de muerte lo
envuelve todo, y esa pesadez se aferra a mí como si quisiera arrastrarme hasta
los infiernos. Papá, mamá y Margot me son indiferentes de tanto en tanto, y yo
deambulo por las habitaciones, bajando y subiendo las escaleras, y me da la
sensación de ser un pájaro enjaulado al que le han arrancado las alas
violentamente, j y que en la más absoluta penumbra choca contra los barrotes de
su estrecha jaula al querer volar. Oigo una voz dentro de mí que me grita:
«¡Sal fuera, al aire, a reír!» Ya ni le contesto;. me tumbo , en uno de los
divanes y duermo para acortar el tiempo, el silencio, y también el miedo atroz,
ya que es imposible matarlos.
Tu Ana
Miércoles, 3 de noviembre de 1943
Querida Kitty:
Para proporcionarnos un poco de distracción y conocimientos, papá ha
pedido un folleto de los cursos por correspondencia de Leiden. Margot estuvo
hojeando el voluminoso librito como tres veces, sin encontrar nada que le
interesara y a la medida de su presupuesto. Papá fue más rápido en decidirse, y
quiso recibir a la institución para solicitar una clase de prueba de «Latín elemental».
Dicho y hecho. La clase llegó, Margot se puso a estudiar con buenos ánimos y
el cursillo, aunque caro, se encargó. Para mí es demasiado difícil, aunque me
encantaría aprender latín.
Para que yo también empezara con algo nuevo, papá le pidió a Kleiman
una biblia para jóvenes, para que por fin me entere de algunas cosas del Nuevo
Testamento.
- ¿Le vas a regalar a Ana una biblia para Januká? -preguntó Margot algo
desconcertada.
-Pues... en fin, crea que será mejor que se la regale para San Nicolás
-contestó papá. Y es que Jesús y Januká no tienen nada que ver.
Como se ha roto la aspiradora, todas las noches me toca cepillar la
alfombra con un viejo cepillo. Cierro la ventana, enciendo la luz, también la
estufa, y paso el escobón. «Esto no puede acabar bien -pensé ya la primera
vez-. Seguro que habrá quejas.» Y así fue: a mamá las espesas nubes de polvo
que quedaban flotando en la habitación le dieron dolor de cabeza, el nuevo
diccionario de latín de Margot se cubrió de suciedad, y Pim hasta se quejó de
que el suelo no había cambiado en absoluto de aspecto. «A buen servicio mal
galardón», como dice el refrán.
La última consigna de la Casa de atrás es que los domingos la estufa se
encienda a las siete y media, y no a las cinco y media de la mañana, como
antes. Me parece una cosa peligrosa. ¿Qué van a pensar los vecinos del humo que
eche nuestra chimenea?
Lo mismo pasa con las cortinas. Desde que nos instalamos aquí, siempre
han estado herméticamente cerradas. Pero a veces, a alguno de los señores o a
alguna de las señoras le viene el antojo de mirar hacia fuera un momento. El
efecto: una lluvia de reproches.
La respuesta: «¡Pero si no lo ve nadie!» Por ahí empiezan todos los
descuidos. Que esto no lo ve nadie, que aquello no lo oye nadie, que a lo de
más allá nadie le presta atención. Es muy fácil decirlo, ¿pero se
corresponderá con la verdad? De momento las i disputas tempestuosas han
amainado, sólo Dussel está reñido con J Van Daan. Cuando habla de la señora, no
hace más que repetir las palabras «vaca idiota», «morsa» y «yegua»; viceversa,
la señora ca- l lifica al estudioso infalible de «vieja solterona», «damisela
susceptible», etcétera. Dijo la sartén al cazo: ¡Apártate, que me tiznas!
Tu Ana
Noche del lunes 8 de noviembre de 1943
Querida Kitty:
Si pudieras leer mi pila de cartas una detrás de otra, seguramente te
llamarían la atención los distintos estados de ánimo en que fueron escritas. Yo
misma lamento que aquí, en la Casa de atrás, dependa tanto de los estados de
ánimo. En verdad, no sólo a ! mí me pasa; nos pasa a todos. Cuando leo un libro
que me causa una impresión profunda, tengo que volver a ordenar bien toda mi
cabeza antes de mezclarme con los demás, si no podrían llegar a pensar que me
ocurre algo extraño. De momento, como podrás apreciar, estoy en una fase
depresiva. De verdad no sabría explicarte a qué se debe, pero creo que es mi
cobardía, con la que tropiezo una y otra vez.
Hace un rato, cuándo aún estaba con nosotros Bep, se oyó un timbre
fuerte, largo y penetrante. En ese momento me puse blanca, me vino dolor de
estómago y taquicardia, y todo por la mieditis.
Por las noches, en sueños, me veo en un calabozo, sin papá y mamá. A
veces deambulo por la carretera, o se quema nuestra Casa de atrás, o nos vienen
a buscar de noche y me escondo debajo de la cama, desesperada. Veo todo como
si lo estuviera viviendo en mi propia carne. ¡Y encima tengo la sensación de
que todo esto me puede suceder en cualquier momento!
Miep dice a menudo que nos envidia tal como estamos aquí, por la
tranquilidad que tenemos. Puede ser, pero se olvida de nuestro enorme miedo.
No puede imaginarse que para nosotros el mundo vuelva a ser alguna vez
como era antes. Es cierto que a veces hablo de «después de la guerra», pero es
como si hablara de un castillo en el aire, algo que nunca podrá ser realidad.
Nos veo a los ocho y a la Casa de atrás, como si fuéramos un trozo de
cielo azul, rodeado de nubes de lluvia negras, muy negras. La isla redonda en
la que nos encontramos aún es segura, pero las nubes se van acercando, y el
anillo que nos separa del peligro inminente se cierra cada vez más. Ya estamos
tan rodeados de peligros y de oscuridad, que la desesperación por buscar una
escapatoria nos hace tropezar unos con otros. Miramos todos hacia abajo, donde
la gente está peleándose entre sí, miramos todos hacia arriba, donde todo está
en calma y es hermoso, y entretanto estamos aislados por esa masa oscura, que
nos impide ir hacia abajo o hacia arriba, pero que se halla frente a nosotros
como un muro infranqueable, que quiere aplastarnos, pero que aún no lo logra.
No puedo hacer otra cosa que gritar e implorar: «¡Oh, anillo, anillo,
ensánchate y ábrete, para que podamos pasar!»
Tu Ana
Jueves, 11 de noviembre de 1943
Querida Kitty:
Se me acaba de ocurrir un buen título para este capítulo:
Oda a la estilográfica «In memoriam»
La estilográfica había sido siempre para mí un preciado tesoro; la
apreciaba mucho, sobre todo por la punta gruesa que tenía, porque sólo con la
punta gruesa de una estilográfica sé hacer una letra realmente bonita. Mi
estilográfica ha tenido una larga e interesante vida de estilográfica, que
pasaré a relatar brevemente.
Cuando tenía nueve años, mi estilográfica me llegó en un paquete,
envuelta en algodón, catalogada como «muestra sin valor», procedente de
Aquisgrán, la ciudad donde reside mi abuela, la generosa remitente. Yo estaba
en cama con gripe, mientras el viento frío de febrero bramaba alrededor de la
casa. La maravillosa estilográfica venía en un estuche de cuero rojo y fue
mostrada a todas mis amigas el mismísimo día del obsequio. ¡Yo, Ana Frank,
orgullosa poseedora de una estilográfica!
Cuando tenía diez años, me permitieron llevar la estilográfica al
colegio, y la señorita consintió que la usara para escribir. A los once años,
sin embargo, tuve que guardarla, ya que la señorita del sexto curso sólo
permitía que se usaran plumas y tinteros del colegio como útiles de escritura.
Cuando cumplí los doce y pasé al liceo judío, mi estilográfica, para mayor
gloria, fue a dar a un nuevo estuche, en el que también cabía un lápiz y que,
además, parecía mucho más auténtico, ya que cerraba con cremallera. A los trece
la traje conmigo a la Casa de atrás, donde me acompañó a través de un sinnúmero
de diarios y otros escritos. El año en que cumplí los catorce, fue el último
año que mi estilográfica y yo pasamos juntas, y ahora...
Fue un viernes por la tarde después de las cinco; salí de mi habitación
y quise sentarme a la mesa a escribir, pero Margot y papá me obligaron
bruscamente a cederles el lugar para poder dedicarse a su clase de latín. La
estilográfica quedó sobre la mesa, sin utilizar; suspirando, su propietaria
tuvo que contentarse con un pequeñísimo rincón de la mesa y se puso a pulir
judías. «Pulir judías» significa aquí dentro adecentar las judías pintas
enmohecidas. A las seis menos cuarto me puse a barrer el suelo, y la basura,
junto con las judías malas, la tiré en la estufa, envuelta en un periódico. Se
produjo una tremenda llamarada, y me puse contenta, porque el fuego estaba
aletargado y se restableció.
Había vuelto la tranquilidad, los latinistas habían desaparecido y yo
me senté a la mesa para volver a la escritura, pero por más que buscara en
todas partes, la estilográfica no aparecía. Busqué otra vez, Margot también
buscó, y mamá, y también papá, y Dussel, pero la pluma había desaparecido sin
dejar rastro.
-Quizá se haya caído en la estufa, junto con las judías -sugirió
Margot.
-¡Cómo se te ocurre! -le contesté.
Sin embargo, cuando por la noche mi estilográfica aún no había
aparecido, todos supusimos que se había quemado, sobre todo porque el celuloide
arde que es una maravilla. Mi triste presentimiento se confirmó a la mañana
siguiente cuando papá, al vaciar la estufa, encontró el clip con el que se
sujeta una estilográfica en medio de las cenizas. De la plumilla de oro no
encontramos el menor rastro.
-Debe de haberse adherido a alguna piedra al arder -opinó papá.
Al menos me queda un consuelo, aunque sea pequeño: mi estilográfica ha
sido incinerada, tal como quiero que hagan conmigo llegado el momento.
Tu Ana
Miércoles, 17 de noviembre de 1943
Querida Kitty:
Están ocurriendo hechos estremecedores. En casa de Bep hay difteria, y
por eso tiene que evitar el contacto con nosotros durante seis semanas.
Resulta muy molesto, tanto para la comida como para los recados, sin mencionar
la falta que nos hace su compañía. Kleiman sigue postrado y lleva tres semanas
ingiriendo leche y finas papillas únicamente. Kugler está atareadísimo.
Las clases de Latín enviadas por Margot vuelven corregidas por un
profesor. Margot las envía usando el nombre de Bep. El profesor es muy amable
y muy gracioso además. Debe de estar contento de que le haya caído una alumna
tan inteligente.
Dussel está totalmente confuso, y nadie sabe por qué. Todo comenzó con
que cuando estábamos arriba no abría la boca y no intercambiaba ni una sola
palabra con el señor Van Daan .ni con la señora. Esto llamó la atención a
todos. Como la situación se prolongaba, mamá aprovechó la ocasión para
prevenirle que de esta manera la señora ciertamente podía llegar a causarle
muchos disgustos. Dussel dijo que el que había empezado a no decir nada era
Van Daan, y que por lo tanto no tenía intención de romper su silencio. Debes
saber que ayer fue 16 de noviembre, día en que se cumplió un año de su venida a
la Casa de atrás. Con ocasión de ello, le regaló a mamá un jarrón de flores,
pero a la señora Van Daan, que durante semanas había estado haciendo alusión a
la fecha en varias oportunidades, sin ocultar en lo más mínimo su opinión de
que Dussel tendría que convidarnos a algo, no le regaló nada. En vez de
expresar de una buena vez su agradecimiento por la desinteresada acogida, no
dijo ni una palabra. Y cuando el dieciséis por la mañana le pregunté si debía
darle la enhorabuena o el pésame, contestó que podía decirle cualquier cosa.
Mamá, que quería hacer el noble papel de paloma de la paz, no avanzó ni un
milímetro y al final la situación se mantuvo igual.
No exagero si te digo que en la mente de Dussel hay algo que no
funciona. A menudo nos mofamos en silencio de su falta de memoria, opinión y
juicio, y más de una vez nos reímos cuando transmite, de forma totalmente
tergiversada y mezclándolo todo, los mensajes que acaba de recibir. Por otra
parte, ante cada reproche o acusación esgrime una bella promesa, que en
realidad nunca cumple.
.. Der Mann hat einen grossen Geist
Tu Ana
Sábado, 27 de noviembre de 1943
Querida Kitty:
Anoche, antes de dormirme, se me apareció de repente Hanneli. La vi
delante de mí, vestida con harapos, con el rostro demacrado. Tenía los ojos
muy grandes y me miraba de manera tan triste y con tanto reproche, que en sus
ojos pude leer: «Oh, Ana, ¿por qué me has abandonado? ¡Ayúdame, oh, ayúdame a
salir de este infierno!»
Y yo no puedo ayudarla, sólo puedo mirar cómo otras personas sufren y
mueren, y estar de brazos cruzados, y sólo puedo pedirle a Dios que nos la
devuelva. Es nada menos que a Hanneli a quien vi, nadie sino Hanneli... y
comprendí. La juzgué mal, era yo demasiado niña para comprender sus problemas.
Ella estaba muy encariñada con su amiga y era como si yo quisiera quitársela.
¡Cómo se habrá sentido la pobre! Lo sé, yo también conozco muy bien ese
sentimiento. A veces, como un relámpago, veía cosas de su vida, para luego, de
manera muy egoísta, volver a dedicarme a mis propios placeres y problemas.
No hice muy bien en tratarla así, y ahora me miraba con su cara pálida
y su mirada suplicante, tan desamparada. ¡Ojalá pudiera ayudarla! ¡Dios mío,
cómo es posible que yo tenga aquí todo lo que se me antoja, y que el cruel
destino a ella la trate tan mal! Era tan piadosa como yo, o más, y quería hacer
el bien, igual que yo; entonces, ¿por qué fui yo elegida para vivir y ella tal
vez haya tenido que morir? ¿Qué diferencia había entre nosotras? ¿Por qué
estamos tan lejos una de otra?
A decir verdad, hacía meses, o casi un año, que la había olvidado. No
del todo, pero tampoco la tenía presente con todas sus desgracias.
Ay, Hanneli, espero que si llegas a ver el final de la guerra y a
reunirte con nosotros, pueda acogerte para compensarte en parte el mal que te
he hecho.
Pero cuando vuelva a estar en condiciones de ayudarla, no precisará mi
ayuda tanto como ahora. ¿Pensará alguna vez en mí? ¿Qué sentirá?
Dios bendito, apóyala, para que al menos no esté sola. ¡Si pudieras
decirle que pienso en ella con amor y compasión, quizá eso le dé fuerzas para
seguir aguantando!
No debo seguir pensando, porque no encuentro ninguna salida. Siempre
vuelvo a ver sus grandes ojos, que no me sueltan. Me pregunto si la fe de
Hanneli es suya propia, o si es una cosa que le han inculcado desde fuera. Ni
siquiera lo sé, nunca me he tomado la molestia de preguntárselo.
Hanneli, Hanneli, ojalá pudiera sacarte de donde estás, ojalá pudiera
compartir contigo todas las cosas que disfruto. Es demasiado tarde. No puedo
ayudar ni remediar todo lo que he hecho mal. ¡Pero nunca la olvidaré y siempre
rezaré por ella!
Tu Ana
Lunes, 6 de diciembre de 1943
Querida Kitty:
Cuando se acerca el día de San Nicolás, sin quererlo todos pensamos en
la cesta del año pasado, tan hermosamente decorada, y sobre todo a mí me
pareció horrible tener que saltárnoslo todo este año. Estuve mucho tiempo
pensando hasta que encontré
algo, algo que nos hiciera reír. Lo consulté con Pim, y la semana
pasada pusimos manos a la obra para escribir un poema para cada uno.
El domingo por la noche a las ocho y cuarto aparecimos en el piso de
arriba llevando el canasto de la colada entre los dos, adornado con pequeñas
figuras y lazos de papel cebolla de color celeste y rosa. El canasto estaba
cubierto de un gran papel de envolver color marrón, que llevaba una nota
adherida. Arriba todos estaban un tanto asombrados por el gran volumen del paquete
sorpresa. Cogí la nota y me puse a leer:
PRÓLOGO:
Como todos los años, San Nicolás ha venido y a la Casa dé atrás regalos
ha traído. Lamentablemente la celebración de este año no puede ser tan
divertida como antaño, cuando teníamos tantas esperanzas y creíamos que
conservando el optimismo' triunfaríamos, que la guerra acabaría y que sería
posible festejar San Nicolás estando ya libres. De todas maneras, hoy lo
queremos celebrar y aunque ya no queda nada para regalar podemos echar mano de
un último recurso que se encuentra en el zapato de cada uno...
Cuando todos sacaron sus zapatos del canasto, hubo carcajada general.
En cada uno de ellos había un paquetito envuelto en papel de envolver, con la
dirección de su respectivo dueño.
Tu Ana
Miércoles, 22 de diciembre de 1943
Querida Kitty:
Una fuerte gripe ha impedido que te escribiera antes. Es un suplicio
caer enfermo aquí; cuando me venía latos, me metía debajo de las sábanas y
mantas lo más rápido posible y trataba de acallar mi garganta lo más que podía,
lo que por lo general tenía como consecuencia que la picazón no se me iba en
absoluto y que había que recurrir a la leche con miel, al azúcar o a las
pastillas. Me da vértigo pensar en todas las curas por las que me hicieron
pasar: sudación, compresas, paños húmedos y secos en el pecho, bebidas
calientes, gargarismos, pinceladas de yodo, reposo, almohada térmica, bolsas
de agua caliente, limón exprimido y el termómetro cada dos horas. ¿Puede uno
curarse realmente de esa manera? Lo peor de todo me pareció cuando el señor
Dussel se puso a hacer de médico y apoyó su cabeza engominada en mi pecho
desnudo para auscultar los sonidos que había dentro. No sólo me hacía
muchísimas cosquillas su pelo, sino que me daba vergüenza, a pesar de que en
algún momento, hace treinta años, estudió para médico y tiene el título. ¿Por
qué tiene que estar ese hombre posando su cabeza en mi pecho desnudo? ¿Acaso
se cree mi amante? Además, lo que pueda haber de bueno o de malo allí dentro,
él no lo oye, y debería lavarse las orejas, porque es bastante duro de oído.
Pero basta ya de hablar de enfermedades. Ahora me siento como nueva, he crecido
un centímetro, he aumentado un kilo de peso, estoy pálida y deseosa de ponerme
a estudiar.
Ausnahmsweise[2] -no cabe emplear otra palabra-,
reina en la casa un buen entendimiento, nadie está reñido con nadie, pero no
creo que dure mucho, porque hace como seis meses que no disfrutábamos de esta
paz hogareña.
Bep sigue separada de nosotros, pero esta hermana nuestra no tardará en
librarse de todos sus bacilos.
Para Navidad nos darán una ración extra de aceite, de dulces y de
melaza. Para Januká, Dussel les ha regalado a la señora Van Daan y a mamá un
hermoso pastel, hecho por Miep a petición suya. Con todo el trabajo que tiene,
encima ha tenido que hacer eso. A Margot y a mí nos ha regalado un broche,
fabricado con una moneda de un céntimo lustrada y brillante. En fin, no te lo
puedo describir, es sencillamente muy bonito.
Para Miep y Bep también tengo unos regalitos de Navidad, y es que
durante un mes he estado ahorrando azúcar que era para echar en la papilla de
avena. Kleiman la ha usado para mandar hacer unos dulces para la Navidad.
Hace un tiempo feo y lluvioso, la estufa despide mal olor y la comida
nos cae muy pesada a todos, lo que produce unos «truenos» tremendos por todos
los rincones. Tregua en la guerra, humor de perros.
Tu Ana
Viernes, 24 de diciembre de 1943
Querida Kitty:
Ya te he escrito en otras oportunidades sobre lo mucho que todos aquí
dependemos de los estados de ánimo, y creo que este mal está aumentando mucho
últimamente, sobre todo en mí. Aquello de Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt[3], ciertamente es
aplicable en mi caso. En la más alta euforia me encuentro cuando pienso en lo
bien que estamos aquí, comparado con la suerte que corren otros chicos judíos,
y «la más profunda aflicción» me viene, por ejemplo, cuando ha venido de visita
la señora Kleiman y nos ha hablado del club de hockey de Jopie, de sus paseos
en piragua, de sus representaciones teatrales y los tés con sus amigas.
No creo que la envidie a Jopie, pero lo que sí me da es un ansia enorme
de poder salir a divertirme como una loca y reírme hasta que me duela la tripa.
Sobre todo ahora, en invierno, con las fiestas de Navidad y Año Nuevo, estamos
aquí encerrados como parias, aunque ya sé que en realidad no debo escribir
estas palabras, porque parecería que soy una desagradecida, pero no puedo guardármelo
todo, y prefiero citar mis palabras del principio: «El papel es paciente.»
Cuando alguien acaba de venir de fuera, con el viento entre la ropa y
el frío en el rostro, querría esconder la cabeza debajo de las sábanas para no
pensar en el momento en que nos sea dado volver '' a oler el aire puro. Pero
como no me está permitido esconder la cabeza debajo de las sábanas, sino que,
al contrario, debo mantenerla firme y erguida, mis pensamientos me vuelven a
la cabeza una y otra vez, innumerables veces.
Créeme, cuando llevas un año y medio encerrada, hay días en que ya no
puedes más. Entonces ya no cuentan la justicia ni la ingratitud; los
sentimientos no se dejan ahuyentar. Montar en bicicleta, bailar, silbar, mirar
el mundo, sentirme joven, saber que soy libre, eso es lo que anhelo, y sin
embargo no puedo dejar que se me note, porque imagínate que todos empezáramos a
lamentarnos o pusiéramos caras largas... ¿Adónde iríamos a parar? A veces me
pongo a pensar: ¿no habrá nadie que pueda entenderme, que pueda ver más allá de
esa ingratitud, más allá del ser o no ser judío, y ver en mí tan sólo a esa
chica de catorce años, que tiene una inmensa necesidad de divertirse un rato
despreocupadamente? No lo sé, y es algo de lo que no podría hablar con nadie,
porque sé que me pondría a llorar. El llanto es capaz de proporcionar alivio,
pero tiene que haber alguien con quien llorar. A pesar de todo, a pesar de las
teorías y los esfuerzos, todos los días echo de menos a esa madre que me
comprenda. Por eso, en todo lo que hago y escribo, pienso que cuando tenga
hijos querría ser para ellos la mamá que me imagino. La mamá que no se toma tan
en serio las cosas que se dicen por ahí, pero que sí se toma en serio las cosas
que digo yo. Me doy cuenta de que... (me cuesta describirlo) pero la palabra
«mamá» ya lo dice todo. ¿Sabes lo que se me ha ocurrido para llamar a mi madre
usando una palabra parecida a «mamá»? A menudo la llamo Mansa, y de ahí se
derivan Mans o Man. Es como si dijésemos una mamá imperfecta, a la que me
gustaría honrar cambiándole un poco las letras al nombre que le he puesto. Por
suerte, Mans no sabe nada de esto, porque no le haría ninguna gracia si lo
supiera.
Ahora ya basta. Al escribirte se me ha pasado un poco mi «más profunda
aflicción».
Tu Ana
En estos días, ahora que hace sólo un día que pasó la Navidad, estoy
todo el tiempo pensando en Pim y en lo que me dijo el año pasado. El año
pasado, cuando no comprendí el significado de sus palabras tal como las
comprendo ahora. ¡Ojalá hablara otra vez, para que yo pudiera hacerle ver que
lo comprendo!
Creo que Pim me ha hablado de ello porque él, que conoce tantos
secretos íntimos de otros, también tenía que desahogarse alguna vez; porque
Pim normalmente no dice nada de sí mismo, y no creo que Margot sospeche las
cosas por las que ha pasado. Pobre Pim, yo no me creo que la haya olvidado.
Nunca olvidará lo ocurrido. Se ha vuelto indulgente, porque también él ve los
defectos de mamá. ¡Espero llegar a parecerme un poco a él, sin tener que pasar
por lo que ha pasado!
Ana
Lunes, 27 de diciembre de 1943
El viernes por la noche, por primera vez en mi vida, me regalaron algo
por Navidad. Las chicas, Kleiman y Kugler prepararon otra vez una hermosa
sorpresa. Miep hizo un delicioso pastel de Navidad, que llevaba la inscripción
de «Paz 1944». Bep nos trajo medio kilo de galletas de una calidad que ya no
se ve desde que empezó la guerra.
Para Peter, para Margot y para mí hubo un tarro de yogur, y a los
mayores les dieron una botellita de cerveza a cada uno. Todo venía envuelto en
un papel muy bonito, con estampas pegadas en los distintos paquetes. Por lo demás,
los días de Navidad han pasado rápido.
Ana
Miércoles, 29 de diciembre de 1943
Querida Kitty:
Anoche me sentí nuevamente muy triste. Volvieron a mi mente la abuela y
Hanneli. Abuela, mi querida abuela, ¡qué poco nos dimos cuenta de lo que sufrió,
qué buena fue siempre con nosotros, cuánto interés ponía en todo lo que tuviera
que ver con nosotros! Y pensar que siempre guardó cuidadosamente el terrible
secreto del que era portadora[4]
¡Qué buena y leal fue siempre la abuela! Jamás hubiera dejado en la
estacada a alguno de nosotros. Hiciera lo que hiciera, me portara como me
portara, la abuela siempre me perdonaba. Abuela, ¿me quisiste o acaso tampoco
me comprendiste? No lo sé. ¡Qué sola se debe haber sentido la abuela, pese a
que nos tenía a nosotros! El ser humano puede sentirse solo a pesar del amor de
muchos, porque para nadie es realmente el «más querido».
¿Y Hanneli? ¿Vivirá aún? ¿Qué estará haciendo? ¡Dios querido,
protégela y haz que vuelva a estar con nosotros! Hanneli, en ti veo siempre
cómo podría haber sido mi suerte, siempre me veo a mí misma en tu lugar. ¿Por
qué entonces estoy tan triste a menudo por lo que pasa aquí? ¿No debería estar
siempre alegre, feliz y contenta, salvo cuando pienso en ella y en los que han
corrido su misma suerte? ¡Qué egoísta y cobarde soy! ¿Por qué sueño y pienso
siempre en las peores cosas y quisiera ponerme a gritar de tanto miedo que
tengo? Porque a pesar de todo no confío lo suficientemente en Dios. Él me ha
dado tantas cosas que yo todavía no merecía, y pese a ello, sigo haciendo
tantas cosas mal...
Cuando uno se pone a pensar en sus semejantes, podría echarse a llorar;
en realidad podría pasarse el día llorando. Sólo le queda a uno rezar para que
Dios quiera que ocurra un milagro y salve a algunos de ellos. ¡Espero estar
rezando lo suficiente!
Ana
Jueves, 3o de diciembre de 1943
Querida Kitty:
Después de las últimas grandes peleas, todo ha seguido bien, tanto
entre nosotros, Dussel y los del piso de arriba, como entre el señor y la
señora. Pero ahora se acercan nuevos nubarrones, que tienen que ver con... ¡la
comida! A la señora se le ocurrió la desafortunada idea de freír menos patatas
por la mañana y mejor guardarlas. Mamá y Dussel y hasta nosotros no estuvimos
de acuerdo, y ahora también hemos dividido las patatas. Pero ahora se está
repartiendo de manera injusta la manteca, y mamá ha tenido que intervenir. Si
el desenlace resulta ser más o menos interesante, te lo relataré. En el
transcurso de los últimos tiempos hemos estado separando: la carne (ellos con
grasa, nosotros sin grasa); ellos sopa, nosotros no; las patatas (ellos para
mondar, nosotros para pelar). Ello supone tener que comprar dos clases de
patatas, a lo que ahora se añaden las patatas para freír.
¡Ojalá estuviéramos otra vez separados del todo!
Tu Ana
P. D. Bep ha mandado hacer por encargo mío una postal de toda la
familia real, en la que Juliana aparece muy joven, al igual que la reina. Las
tres niñas son preciosas. Creo que Bep ha sido muy buena conmigo, ¿no te
parece?
Domingo, z de enero de 1944
Querida Kitty:
Esta mañana, como no tenía nada que hacer, me pu-e a hojear en mi
diario y me topé varias veces con cartas que tratan el tema de la madre con
tanta vehemencia, que me asusté y me pregunté: «Ana, ¿eres tú la que hablabas de
odio? Oh, Ana, ¿cómo has podido escribir una cosa así?»
Me quedé con el diario abierto en la mano, y me puse a pensar en cómo
había podido ser que estuviera tan furiosa y tan verdaderamente llena de odio,
que tenía que confiártelo todo. He intentado comprender a la Ana de hace un
año y de perdonarla, porque no tendré la conciencia tranquila mientras deje que
sigas cargando con estas acusaciones, y sin que te haya explicado cómo fue que
me puse así. He padecido y padezco estados de ánimo que me mantenían con la
cabeza bajo el agua -en sentido figurado, se entiende- y que sólo me dejaban
ver las cosas de manera subjetiva, sin que intentara detenerme a analizar
tranquilamente las palabras de los demás, para luego poder actuar conforme al
espíritu de aquellas personas a las que, por mi temperamento efervescente, haya
podido ofender o causado algún dolor.
Me he recluido en mí misma, me he mirado sólo a mí misma, y he escrito
en mi diario de modo imperturbable todas mis alegrías, mofas y llantos. Para mí
este diario tiene valor, ya que a menudo se ha convertido en el libro de mis
memorias, pero en muchas páginas ahora podría poner: «Pertenece al ayer.»
Estaba furiosa con mamá, y a menudo lo sigo estando. Ella no me
comprendía, es cierto, pero yo tampoco la comprendía a ella. Como me quería,
era cariñosa conmigo, pero como también se vio envuelta en muchas situaciones
desagradables por mi culpa, y a raíz de ello y de muchas otras circunstancias
tristes estaba nerviosa o irascible, es de entender que me tratara como me
trató.
Yo me lo tomaba demasiado en serio, me ofendía, me insolentaba y la
trataba mal, lo que a su vez la hacía sufrir. Era entonces, en realidad, un ir
y venir de cosas desagradables y tristes. De ningún modo fue placentero, para
ninguna de las dos, pero todo pasa. El que yo no quisiera verlo y me tuviera
mucha compasión, también es comprensible.
Las frases tan violentas sólo son manifestaciones de enfado, que en la
vida normal hubiera podido ventilar dando cuatro patadas en el suelo, encerrada
en una habitación o maldiciendo a mamá a sus espaldas.
El período en que condeno a mamá bañada en lágrimas ha quedado atrás;
ahora soy más sensata, y los nervios de mamá se han calmado. Por lo general me
callo la boca cuando algo me irrita, y ella hace lo mismo, por lo que todo
parece marchar mejor. Pero sentir un verdadero amor filial por mamá, es algo
que no me sale.
Tranquilizo mi conciencia pensando en que los insultos más vale
confiárselos al papel, y no que mamá tenga que llevarlos consigo en el corazón.
Tu Ana
Jueves, 6 de enero de 1944
Querida Kitty:
Hoy tengo que confesarte dos cosas que llevarán mucho tiempo, pero que
debo contarle a alguien, y entonces lo mejor será que te lo cuente a ti, porque
sé a ciencia cierta que callarás siempre y bajo cualquier concepto.
Lo primero tiene que ver con mamá. Bien sabes que muchas veces me he
quejado de ella, pero que luego siempre me he esforzado por ser amable con
ella. De golpe me he dado cuenta por fin de cuál es el defecto que tiene. Ella
misma nos ha contado que nos ve más como amigas que como hijas. Eso es muy
bonito, naturalmente, pero sin embargo una amiga no puede ocupar el lugar de
una madre. Siento la necesidad de tomar a mi madre como ejemplo, y de
respetarla; es cierto que en la mayoría de los casos mi madre es un ejemplo
para mí, pero más bien un ejemplo a no seguir. Me da la impresión de que Margot
piensa muy distinto a mí en todas estas cosas, y que nunca entendería esto que
te acabo de escribir. Y papá evita toda conversación que pueda tratar sobre
mamá.
A una madre me la imagino como una mujer que en primer lugar posee
mucho tacto, sobre todo con hijos de nuestra edad, y no como Mansa, que cuando
lloro -no a causa de algún dolor, sino por otras cosas- se burla de mí.
Hay una cosa que podrá parecerte insignificante, pero que nunca le he
perdonado. Fue un día en que tenía que ir al dentista. Mamá y Margot me iban a
acompañar y les pareció bien que llevara la bicicleta. Cuando habíamos acabado
en el dentista y salimos a la calle, Margot y mamá me dijeron sin más ni más
que se iban de tiendas a mirar o a comprar algo, ya no recuerdo exactamente
qué. Yo, naturalmente, quería ir con ellas, pero no me dejaron porque llevaba
conmigo la bicicleta. Me dio tanta rabia, que los ojos se me llenaron de
lágrimas, y Margot y mamá se echaron a reír. Me enfurecí, y en plena calle les
saqué la lengua. Una viejecita que pasaba casualmente nos miró asustada. Me
monté en la bicicleta y me fui a casa, donde estuve llorando un rato largo. Es
curioso que de mis innumerables heridas, justo ésta vuelva a enardecerme cuando
pienso en lo enfadada que estaba en ese momento.
Lo segundo es algo que me cuesta muchísimo contártelo, porque se trata
de mí misma. No soy pudorosa, Kitty, pero cuando aquí en casa a menudo se ponen
a hablar con todo detalle sobre lo que hacen en el retrete, siento una especie
de repulsión en todo mi cuerpo.
Resulta que ayer leí un artículo de Sis Heyster sobre por qué nos
sonrojamos. En ese artículo habla como si se estuviera dirigiendo sólo a mí.
Aunque yo no me sonrojo tan fácilmente, las otras cosas que menciona sí son
aplicables a mí. Escribe más o menos que una chica, cuando entra en la
pubertad, se vuelve muy callada y empieza a reflexionar acerca de las cosas
milagrosas que se producen en su cuerpo. También a mí me está ocurriendo eso, y
por eso últimamente me da la impresión de que siento vergüenza frente a
Margot, mamá y papá. Sin embargo Margot, que es mucho más tímida que yo, no
siente ninguna vergüenza.
Me parece muy milagroso lo que me está pasando, y no sólo lo que se
puede ver del lado exterior de mi cuerpo, sino también lo que se desarrolla en
su interior. Justamente al no tener a nadie con quien hablar de mí misma y
sobre todas estas cosas, las converso conmigo misma. Cada vez que me viene la
regla -lo que hasta ahora sólo ha ocurrido tres veces- me da la sensación de
que, a pesar de todo el dolor, el malestar y la suciedad, guardo un dulce
secreto y por eso, aunque sólo me trae molestias y fastidio, en cierto modo me
alegro cada vez que llega el momento en que vuelvo a sentir en mí ese secreto.
Otra cosa que escribe Sis Heyster es que a esa edad las adolescentes
son muy inseguras y empiezan a descubrir que son personas con ideas,
pensamientos y costumbres propias. Como yo vine aquí cuando acababa de cumplir
los trece años, empecé a reflexionar sobre mí misma y a descubrir que era una
.persona por mí misma» mucho antes. A veces, por las noches, siento una
terrible necesidad de palparme los pechos y de oír el latido tranquilo y seguro
de mi corazón.
Inconscientemente, antes de venir aquí ya había tenido sensaciones
similares, porque recuerdo una vez en que me quedé a dormir en casa de Jacque y
que no podía contener la curiosidad de conocer su cuerpo, que siempre me había
ocultado, y que nunca había llegado a ver. Le pedí que, en señal de nuestra
amistad, nos tocáramos mutuamente los pechos. Jacque se negó. También ocurrió
que sentí una terrible necesidad de besarla, y lo hice. Cada vez que veo una
figura de una mujer desnuda, como por ejemplo la Venus en el manual de
historia de arte de Springer, me quedo extasiada contemplándola. A veces me
parece de una belleza tan maravillosa, que tengo que contenerme para que no se
me salten las lágrimas. ¡Ojalá tuviera una amiga!
Jueves, 6
de enero de 1944
Querida Kitty:
Mis deseos de hablar con alguien se han vuelto tan grandes que de
alguna manera muy extraña se me ha ocurrido escoger a Peter para ello. Antes,
cuando de tanto en tanto entraba de día en la pequeña habitación de Peter, me
parecía siempre un sitio muy acogedor, pero como Peter es tan modesto y nunca
echaría a una persona que se pusiera latosa de su habitación, nunca me atreví
a quedarme mucho tiempo, temiendo que mi visita le resultara aburrida. Buscaba
la ocasión de quedarme en su habitación sin que se diera cuenta, charlando, y
esa ocasión se presentó ayer. Y es que a Peter le ha entrado de repente la
manía de resolver crucigramas, y ya no hace otra cosa. Me puse a ayudarle, y al
poco tiempo estábamos sentados uno a cada lado de su escritorio, uno frente al
otro, él en la silla y yo en el diván.
Me dio una sensación muy extraña mirarlo a los ojos, de color azul
oscuro, y ver lo cohibido que estaba por la inusual visita. Todo me transmitía
su mundo interior; en su rostro vi aún ese desamparo y esa actitud de
inseguridad, y al mismo tiempo un asomo de conciencia de su masculinidad. Al
ver esa actitud tan tímida, sentí que me derretía por dentro. Hubiera querido
pedirle que me contara algo sobre sí mismo; que viera más allá de ese eterno
afán mío de charlar. Sin embargo, me di cuenta de que ese tipo de peticiones
son más fáciles de pensar que de llevar a la práctica.
El tiempo transcurría y no pasaba nada, salvo que le conté aquello de
que se ruborizaba. Por supuesto que no le dije lo mismo que he escrito aquí,
pero sí que con los años ganaría más seguridad.
Por la noche, en la cama, lloré. Lloré, y sin embargo nadie debía
oírme. La idea de que debía suplicar los favores de Peter me repelía. Una hace
cualquier cosa para satisfacer sus deseos, como podrás apreciar, porque me
propuse ir a sentarme más a menudo con él para hacer que, de una u otra manera,
se decidiera a hablar.
No vayas a creer que estoy enamorada de Peter, ¡nada de eso! Si los Van
Daan hubieran tenido una niña en vez de un hijo varón, también habría intentado
trabar amistad con ella.
Esta mañana me desperté a eso de las siete menos cinco y en seguida
recordé con gran seguridad lo que había soñado. Estaba sentada en una silla, y
frente a mí estaba sentado Peter... Schiff. Estábamos hojeando un libro
ilustrado por Mary Bos. Mi sueño era tan nítido que aún recuerdo en parte las
ilustraciones. Pero aquello no era todo, el sueño seguía. De repente, los ojos
de Peter se cruzaron con los míos, y durante algún tiempo me detuve a mirar
esos hermosos ojos de color pardo aterciopelado. Entonces, Peter me dijo
susurrando:
-De haberlo sabido, habría ido a tu encuentro mucho antes.
Me volví bruscamente, porque sentía una emoción demasiado grande.
Después sentí una mejilla suave y deliciosa rozando la mía, y todo estuvo tan
bien, tan bien...
En ese momento me desperté, mientras seguía sintiendo su me - ¡¡¡la
contra la mía y sus ojos mirándome en lo más profundo de mi corazón, tan
profundamente que él había podido leer allí dentro cuánto lo había amado y
cuánto seguía amándolo. Los ojos se me
volvieron a llenar de lágrimas, y me sentí muy triste por haberlo
perdido, pero al mismo tiempo también contenta, porque sabía con seguridad que
Peter seguía siendo mi elegido. Es curioso que a veces tenga estos sueños tan
nítidos. La primera vez fue cuando, una noche, vi a mi abuela Omi[5] de forma tan clara,
que pude distinguir perfectamente su piel gruesa y suave, como de terciopelo.
Luego se me apareció Oma como si fuera mi ángel de la guarda, y luego Hanneli,
que me sigue pareciendo el símbolo de la miseria que pasan todos mis amigos y
todos los judíos; cuando rezo por ella, rezo por todos los judíos y por toda
esa pobre gente.
Y ahora Peter, mi querido Peter, que nunca antes se me ha aparecido
tan claramente; no necesito una foto suya: así lo veo bien, muy bien.
Tu Ana
Viernes,
7 de enero de 1944
Querida Kitty:
¡Idiota de mí, que no me di cuenta en absoluto de que nunca te había
contado la historia de mi gran amor!
Cuando era aún muy pequeña, pero ya iba al jardín de infancia, mi
simpatía recayó en Sally Kimmel. Su padre había muerto y vivía con su madre en
casa de una tía. Un primo de Sally, Appy, era un chico guapo, esbelto y moreno
que más tarde tuvo todo el aspecto de un perfecto actor de cine y que cada vez
despertaba más admiración que el gracioso, bajito y rechoncho de Sally.
Durante algún tiempo anduvimos mucho juntos, aunque mi amor nunca fue correspondido,
hasta que se cruzó Peter en mi camino y me entró un amor infantil el triple de
fuerte. Yo también le gustaba, y durante todo un verano fuimos inseparables.
En mis pensamientos aún nos veo cogidos de la mano, caminando por la Zuider
Amstelaan, él con su traje de algodón blanco y yo con un vestido corto de
verano. Cuando acabaron las vacaciones de verano, él pasó a primero de la
secundaria y yo a sexto de primaria. Me pasaba a recoger al colegio o yo a él.
Peter era un muchacho hermoso, alto, guapo, esbelto, de aspecto serio, sereno e
inteligente. Tenía el pelo oscuro y hermosos ojos castaños, mejillas
marrón-rojizas y la nariz respingona. Me encantaba sobre todo su sonrisa, que
le daba un aire pícaro y travieso.
En las vacaciones me fui afuera y al volver no encontré a Peter en su
antigua dirección; se había mudado de casa y vivía con un muchacho mucho mayor
que él. Éste le hizo ver seguramente que yo no era más que una chiquilla tonta,
y Peter me dejó. Yo lo amaba tanto que no quería ver la realidad y me seguía
aferrando a él, hasta que llegó el día en que me di cuenta de que si seguía detrás
de él, me tratarían de «perseguidora de chicos».
Pasaron los años. Peter salía con chicas de su edad y ya ni me
saludaba. Empecé a ir al liceo judío, muchos chicos de mi curso se enamoraron
de mí, a mí eso me gustó, me sentí honrada, pero por lo demás no me hizo nada.
Más adelante, Hello estuvo loco por mí, pero como ya te he dicho, nunca más me
enamoré.
Hay un refrán que dice: «El tiempo lo cura todo.» Así también me pasó a
mí. Me imaginaba que había olvidado a Peter y que ya no me gustaba nada. Pero
su recuerdo seguía tan latente en mí, que a veces me confesaba a mí misma que
estaba celosa de las otras chicas, y que por eso él ya no me gustaba. Esta
mañana comprendí que nada en mí ha cambiado; al contrario, mientras iba creciendo
y madurando, también mi amor crecía en mí. Ahora puedo entender muy bien que yo
le pareciera a Peter una chiquilla, pero de cualquier manera siempre me hirió
el que se olvidara de mí de ese modo. Su rostro se me aparece de manera tan
nítida, que ahora sé que nunca llevaré grabada en mi mente la imagen de otro
chico como la de él.
Por eso, hoy estoy totalmente confusa. Esta mañana, cuando papá me
besó, casi exclamé: «¡Ojalá fueras Peter!» Todo me recuerda a él, y todo el
día no hago más que repetir la frase: «¡Oh, Petel[6], mi querido Petel!»
No hay nada que pueda ayudarme. Tengo que seguir viviendo y pedirle a
Dios que si llego a salir de aquí, ponga a Peter en mi camino y que, mirándome
a los ojos y leyendo mas sentimientos, me diga: «¡Ana, de haberlo sabido, me
habría ido a tu lado hace tiempo!»
Una vez, cuando hablábamos de la sexualidad, papá me dijo que en ese
momento yo no podía entender lo que era el deseo, pero yo siempre supe que lo
entendía, y ahora lo entiendo del todo. ¡Nada me es tan querido como él, mi
Petel!
He visto mi cara en el espejo, y ha cambiado tanto... Tengo una mirada
bien despierta y profunda; mis mejillas están teñidas de color de rosa, algo
que hacía semanas que no sucedía; tengo la boca mucho menos tirante, tengo
aspecto de ser feliz, y sin embargo tengo una expresión triste, y la sonrisa
se me desliza de los labios. No soy feliz, porque aun sabiendo que no estoy en
los pensamientos de Petel, siento una y otra vez sus hermosos ojos clavados en
mí, y su mejilla suave y fresca contra la mía. ¡Oh, Petel, Petel! ¿Cómo haré
para desprenderme de tu imagen? A tu lado, ¿no son todos los demás un mísero
sucedáneo? Te amo, te quiero con un amor tan grande, que era ya imposible que
siguiera creciendo en mi corazón, y en cambio debía saltar a la superficie y
revelarse repentinamente en toda su magnitud.
Hace una semana, hace un día, si me hubieras preguntado a cuál de mis
amigos elegiría para casarme, te habría contestado que a SaIly, porque a su
lado todo es paz, seguridad y armonía. Pero ahora te diría que a Petel, porque
a él lo amo con toda mi alma y a él me entrego con todo mi corazón. Pero sólo
hay una cosa: no quiero que me toque más que la cara.
Esta mañana, en mis pensamientos estaba sentada con Petel en el desván
de delante, encima de unos maderos frente a la ventana, y después de conversar
un rato, los dos nos echamos a llorar. Y luego sentí su boca y su deliciosa
mejilla. ¡Oh, Petel, ven conmigo, piensa en mí, mi propio y querido Petel!
Miércoles,
12 de enero de 1944
Querida Kitty:
Bep ya ha vuelto a la oficina hace quince días, aunque a su hermana no
la dejan ir al colegio hasta dentro de una semana. Ahora Bep ha estado dos días
en cama con un fuerte catarro. Tampoco Miep y Jan han podido acudir a sus
puestos de trabajo; los dos tenían el estómago mal.
De momento me ha dado por el baile y la danza y todas las noches
practico pasos de baile con mucho empeño. Con una enagua de color violeta claro
de Mansa me he fabricado un traje de baile supermoderno. Arriba tiene un lazo que
cierra a la altura del pecho. Una cinta rosa ondulada completa el conjunto. En
vano he intentado transformar mis zapatos de deporte en verdaderas zapatillas
de baile. Mis endurecidos miembros van camino de recuperar su antigua
flexibilidad. Un ejercicio que me encanta hacer es sentarme en el suelo y
levantar las piernas en el aire cogiéndolas con las manos por los talones. Sólo
que debo usar un cojín para sentarme encima, para no maltratar demasiado la
rabadilla.
En casa están leyendo un libro titulado Madrugada sin nubes. A mamá le
pareció un libro estupendo porque describe muchos problemas de los jóvenes.
Con cierta ironía pensé que sería bueno que primero se ocupara de sus propias
jóvenes...
Creo que mamá piensa que la relación que tenemos Margot y yo con
nuestros padres es de lo mejor, y que nadie se ocupa más de la vida de 'sus
hijos que ellos. Con seguridad entonces que sólo se fija en Margot, porque creo
que ella nunca tiene los mismos problemas o pensamientos que yo. De ningún modo
quiero que mamá piense que para uno' de sus retoños las cosas son totalmente
distintas de lo que ella se imagina, porque se quedaría estupefacta y de todas
formas no sabría de qué otra manera encarar el asunto; quisiera evitarle el
dolor que ello le supondría, sobre todo porque sé que para mí nada cambiaría.
Mamá se da perfecta cuenta de que Margot la quiere mucho más que yo, pero cree
que son rachas.
Margot se ha vuelto más buena; me parece muy distinta a como era antes.
Ya no es tan arisca y se está convirtiendo en una verdadera amiga. Ya no me
considera para nada una pequeñaja a la que no es necesario tener en cuenta.
Es muy raro eso de que a veces yo misma me vea como a través de los
ojos de otra persona. Observo lo que le pasa a una tal Ana Frank con toda parsimonia
y me pongo a hojear en el libro de mi vida como si fuera ajeno.
Antes, en mi casa, cuando aún no pensaba tanto, de vez en cuando me
daba la sensación de no pertenecer a la misma familia que Mansa, Pim y Margot,
y que siempre sería una extraña. Entonces, a veces me hacía la huérfana como
medio año, hasta que me castigaba a mí misma, reprochándome que sólo era culpa
mía el que me hiciera la víctima, pese a encontrarme tan bien en realidad. A
eso seguía un período en el que me obligaba a ser amable.
Todas las mañanas, cuando oía pasos en la escalera, esperaba que fuera
mamá que venía a darme los buenos días, y yo la saludaba con buenas maneras,
ya que de verdad me alegraba de que me mirara con buenos ojos. Después, a raíz
de algún comentario, me soltaba un bufido y yo me iba al colegio con los
ánimos por el suelo. En el camino de vuelta a casa la perdonaba, pensaba que
tal vez tuviera problemas, llegaba a casa alegre, hablando hasta por los
codos, hasta que se repetía lo ocurrido por la mañana y yo salía de casa con
la cartera del colegio, apesadumbrada. A veces me proponía seguir enfadada,
pero al volver del colegio tenía tantas cosas que contar, que se me olvidaba
lo que me había propuesto y mamá no tenía más remedio que prestar atención a
los relatos de mis andanzas. Hasta que volvían los tiempos en que por la mañana
no me ponía a escuchar los pasos en la escalera, me sentía sola y por las
noches bañaba de lágrimas la almohada.
Aquí las cosas son aún peores; en fin, ya lo sabes. Pero ahora Dios me
ha enviado una ayuda para soportarlas: Peter. Cojo mi colgante, lo palpo, le
estampo un beso y pienso en que nada han de importarme las cosas, porque Petel
está conmigo y sólo yo lo sé. Así podré hacer frente a cualquier bufido. ¿Sabrá
alguien en esta casa todo lo que le puede pasar por la mente a una
adolescente?
Sábado,
15 de enero de 1944
Mi querida Kitty:
No tiene sentido que te describa una y otra vez con- todo detalle
nuestras peleas y disputas. Me parece suficiente contarte que hay muchas cosas
que ya no compartimos, como la manteca y la carne, y que comemos nuestras
propias patatas fritas. Hace algún tiempo que comemos un poco de pan de centeno
extra, porque a eso de las cuatro ya estábamos todos esperando ansiosamente que
llegara la hora de la comida y casi no podíamos controlar nuestros estómagos.
El cumpleaños de mamá se acerca a pasos agigantados. Kugler le ha
regalado algo de azúcar adicional, lo que ha suscitado la envidia de los Van
Daan, ya que para el cumpleaños de la señora nos hemos saltado los regalos.
Pero de qué serviría real-
mente aburrirte con palabras duras, llantos y conversaciones acres;
basta con que sepas que P nosotros nos aburren aún más.
Mamá ha manifestado el deseo, por ahora irrealizable, de no tener que
verle la cara a Van Daan durante quince días. Me pregunto si uno siempre acaba
reñido con toda la gente con la que convive durante tanto tiempo. ¿O es que
hemos tenido mala suerte? Cuándo Dussel, mientras estamos a la mesa, se sirve
la cuarta parte de la salsa que hay en la salsera, dejándonos a todos los demás
sin salsa, así como así, a mí se me quita el apetito, y me levantaría de la
mesa para abalanzarme sobre él y echarlo de la habitación a empujones.
¿Acaso el género humano es tan tremendamente egoísta y avaro en su
mayoría? Me parece muy bien haber adquirido aquí algo de mundología, pero me
parece que ya basta. Peter dice lo mismo.
Sea como sea, a la guerra no le importan nuestras rencillas o nuestros
deseos de aire y libertad, y por lo tanto tenemos que tratar de que nuestra
estancia aquí sea lo más placentera posible.
Estoy sermoneando, pero es que creo que si sigo mucho más tiempo aquí
encerrada, me convertiré en una vieja avinagrada. ¡Cuánto me gustaría poder
-seguir comportándome como una chica de mi edad!
Tu Ana
Noche del
miércoles, 19 de enero de 1944
Querida Kitty:
No sé de qué se trata, pero cada vez que me despierto después de haber
soñado, me doy cuenta de que estoy cambiada. Entre paréntesis, anoche soñé
nuevamente con Peter y volví a ver su mirada penetrante clavada en la mía,
pero este sueño no era tan hermoso ni tan claro como los anteriores.
Tú sabes que yo siempre le he tenido envidia a Margot en lo que
respecta a papá. Pues bien, de eso ya no queda ni rastro. Eso sí, me sigue
doliendo cuando papá, cuando se pone nervioso, me trata mal y de manera poco
razonable, pero igualmente pienso que no les puedo tomar nada a mal. Hablan
mucho de lo que piensan los niños y los jóvenes, pero no entienden un rábano
del asunto.
Mis deseos van más allá de los besos de papá o de sus caricias. ¡Qué
terrible soy, siempre ocupándome de mí misma! Yo que aspiro a ser buena y
bondadosa, ¿no debería perdonarlos en primer lugar? Pero si es que mamá la
perdono... Sólo que casi no puedo contenerme cuando se pone tan sarcástica y se
ríe de mí una y otra vez.
Ya lo sé, aún me falta mucho para ser como debería ser. ¿Acaso llegaré
a serlo?
Ana Frank
Sábado,
22 de enero de 1944
Querida Kitty:
¿Serías capaz de decirme por qué todo el mundo esconde con tanto recelo
lo que tiene dentro? ¿Por qué será que cuando estoy en compañía me comporto de
manera tan distinta de como debería hacerlo? ¿Por qué las personas se tienen
tan poca confianza? Sí, ya sé, algún motivo habrá, pero a veces me parece muy
feo que en ninguna parte, aun entre los seres más queridos, una encuentre tan
poca confianza.
'Es como si desde aquella noche del sueño me sintiera mayor, como si
fuera mucho más-una-persona por mí misma. Te sorprenderá mucho que te diga que
hasta los Van Daan han pasado a ocupar un lugar distinto para mí. De repente,
todas esas discusiones, disputas y demás, ya no las miro con la misma
predisposición que antes. ¿Por qué será que estoy tan cambiada? Verás, de
repente pensé que si mamá fuera distinta, una verdadera madre, nuestra relación
también habría sido muy, pero muy distinta. Naturalmente, es cierto que la
señora Van Daan no es una mujer demasiado agradable, pero sin embargo pienso
que si mamá no fuera una persona tan difícil de tratar cada vez que sale algún
tema espinoso, la mitad de las peleas podrían haberse evitado. Y es que la
señora Van Daan tiene un lado bueno: con ella siempre se puede hablar. Pese a
todo su egoísmo, su avaricia y su hipocresía, es fácil convencerla de que ceda,
siempre que no se la irrite ni se le lleve la contraria. Esto no dura hasta la
siguiente vez, pero si se es paciente, se puede volver a intentar y ver hasta
dónde se llega.
Todo lo relacionado con nuestra educación, con los mimos que recibimos
de nuestros padres, con la comida: todo, absolutamente todo habría tomado otro
cauce si se hubieran encarado las cosas de manera abierta y amistosa, en vez de
ver siempre sólo el lado malo de las cosas.
Sé- perfectamente lo que dirás, Kitty: «Pero Ana, ¿son estas palabras
realmente tuyas? ¡Tú que has tenido que tragarte tantos : reproches
provenientes del piso de arriba, y que has sido testigo de tantas injusticias!»
En efecto, son palabras mías. Quiero volver a examinarlo todo a fondo,
sin dejarme guiar por lo que opinen mis padres. Quiero analizar a los Van Daan
por mí misma y ver qué hay de cierto y qué de exagerado. Si yo también acabo
decepcionada, podré seguirle los pasos a papá y mamá; de lo contrario, tendré
que tratar de quitarles de la cabeza en primer lugar la idea equivocada que
tienen, y si no resulta, mantendré de todos modos mi propia opinión y mi
propio parecer. Aprovecharé cualquier ocasión para hablar abiertamente con la
señora sobre muchos puntos controvertidos, y a pesar de mi fama de sabihonda,
no tendré miedo de decir mi opinión neutral. Tendré que callarme lo que vaya en
contra de los míos, pero a partir de ahora, el cotilleo por mi parte pertenece
al pasado, aunque eso no significa que en algún momento dejaré de defenderlos
contra quien sea.
Hasta ahora estaba plenamente convencida de que toda la culpa de las
peleas la tenían ellos, pero es cierto que gran parte de la culpa también la
teníamos nosotros. Nosotros teníamos razón en lo que respecta a los temas, pero
de las personas razonables (¡y creemos que lo somos!) se podía esperar un mejor
criterio en cuanto a cómo tratar a los demás.
Espero haber adquirido una pizca de ese criterio y encontrar la
oportunidad de ponerlo en práctica.
Tu Ana
Lunes, 24
de enero de 1944
Querida Kitty:
Me ha ocurrido una cosa -aunque en realidad no debería de hablar de
«ocurrir»- que me parece muy curiosa.
Antes, en el colegio y en casa, se hablaba de los asuntos sexuales de
manera misteriosa o repulsiva. Las palabras que hacían referencia al sexo se
decían en voz baja, y si alguien no estaba enterado de algún asunto, a menudo
se reían de él. Esto siempre me ha parecido extraño, y muchas veces me he
preguntado por qué estas cosas se comentan susurrando o de modo desagradable.
Pero como de todas formas no se podía cambiar nada, yo trataba de hablar lo
menos posible al respecto o le pedía información a mis amigas.
Cuando ya estaba enterada de bastantes cosas, mamá una vez me dijo:
-Ana, te voy a dar un consejo. Nunca hables del tema con los chicos y
no contestes cuando ellos te hablen de él.
Recuerdo perfectamente cuál fue mi respuesta:
-¡No, claro que no, faltaba más!
Y ahí quedó todo.
Al principio de nuestra estancia en el escondite, papá a menudo me
contaba cosas que hubiera preferido oír de boca de mamá, y el resto lo supe por
los libros o por las conversaciones que oía.
Peter Van Daan nunca fue tan fastidioso en cuanto a estos asuntos como
mis compañeros de colegio; al principio quizás alguna vez, pero nunca para
hacerme hablar. La señora nos contó una vez que ella nunca había hablado con
Peter sobre esas cosas, y según sabía, su marido tampoco. Al parecer no sabía
de qué manera se había informado Peter, ni sobre qué.
Ayer, cuando Margot, Peter y yo estábamos pelando patatas, la
conversación derivó sola hacia Mofe.
-Seguimos sin saber de qué sexo es Moffie, ¿no? -pregunté.
-Sí que lo sabemos -contestó Peter-. Es macho.
Me eché a reír.
-Si va a tener cría, ¿cómo puede ser macho?
Peter y Margot también se rieron. Hacía unos dos meses que Peter había
comprobado que Moffie no tardaría en tener cría, porque se le estaba hinchando
notablemente la panza. Pero la hinchazón resultó ser fruto del gran número de
huesecillos que robaba, y las crías no siguieron creciendo, y nacer, menos todavía.
Peter se vio obligado a defenderse de mis acusaciones:
-Tú misma podrás verlo si vienes conmigo. Una vez, cuando estaba
jugando con él, vi muy bien que era macho.
No pude contener mi curiosidad y fui con él al almacén. Pero no era la
hora de recibir visitas de Moffie, y no se le veía por ninguna parte.
Esperamos un rato, nos entró frío y volvimos a subir todas las escaleras.
Un poco más avanzada la tarde, oí que Peter bajaba por segunda vez las
escaleras. Me envalentoné para recorrer sola el silencioso edificio y fui a
parar al almacén. En la mesa de embalaje estaba Moffie jugando con Peter, que
justo lo estaba poniendo en la balanza para controlar su peso.
-¿Hola! ¿Quieres verlo?
Sin mayores preparativos, levantó con destreza al animal, cogiéndolo
por las patas y por la cabeza, y manteniéndolo boca arriba comenzó la lección:
-Éste es el genital masculino, éstos son unos pelitos sueltos y ése es
el culito.
El gato volvió a darse la vuelta y se quedó apoyado en sus cuatro
patas blancas.
A cualquier otro chico que me hubiera indicado el «genital masculino»,
no le habría vuelto a dirigir la palabra. Pero Peter siguió hablando como si
nada sobre este tema siempre tan delicado, sin ninguna mala intención, y al
final me tranquilizó, en el sentido de que a mí también me terminó pareciendo
un tema normal. Jugamos con Moffie, nos divertimos, charlamos y finalmente nos
encaminamos hacia la puerta del amplio almacén.
-¿Tú viste cómo castraron a Mouschi?
-Sí. Fue muy rápido. Claro que primero lo anestesiaron.
- ¿Le quitaron algo?
-No, el veterinario sólo corta el conducto deferente. Por fuera no se
ve nada.
Me armé de valor, porque finalmente la conversación no me resultaba tan
«normal».
-Peter, lo que llamamos «genitales», también tiene un nombre más
específico para el macho y para la hembra.
-Sí, ya lo sé.
-El de las hembras se llama vagina, según tengo entendido, y el de los
machos ya no me acuerdo.
-Sí.
-En fin -añadí-. Cómo puede uno saber todos estos nombres. Por lo
general uno los descubre por casualidad.
-No hace falta. Se lo preguntaré a mis padres. Ellos saben más que yo y
tienen más experiencia.
Ya habíamos llegado a la escalera y me callé.
Te aseguro que con una chica jamás hubiera hablado del tema de un modo
tan normal. Estoy segura de que mamá nunca se refería a esto cuando me
prevenía de los chicos.
Pese a todo, anduve todo el día un tanto desorientada; cada vez que
recordaba nuestra conversación, me parecía algo curiosa. Pero hay un aspecto en
el que al menos he aprendido algo: también hay jóvenes, y nada menos que del
otro sexo, que son capaces de conversar de forma natural y sin hacer bromas
pesadas respecto al tema.
¿Le preguntará Peter realmente muchas cosas a sus padres? ¿Será en
verdad tal como se mostró ayer?
En fin, ¡yo qué sé!
Tu Ana
Viernes,
28 de enero de 1944
Querida Kitty:
Últimamente he desarrollado una fuerte afición por los árboles
genealógicos y las genealogías de las casas reales y he llegado a la conclusión
de que, una vez comenzada la investigación, hay que hurgar cada vez más en el
pasado y así descubrir las cosas más interesantes.
Aunque pongo muchísimo esmero en el estudio de mis asignaturas del
colegio y ya puedo seguir bastante bien las audiciones de la radio inglesa,
todavía me paso muchos domingos seleccionando y ordenando mi gran colección de
estrellas de cine, que ya está adquiriendo proporciones más que respetables.
El señor Kugler me da una gran alegría todos los lunes, cuando me trae la
revista Cinema & Theater. Aunque los menos mundanos de entre mis convecinos
opinan que estos obsequios son un despilfarro y que con ellos se me malcría, se
quedan cada vez más sorprendidos por la exactitud con que, después de un año,
recuerdo todos y cada uno de los nombres de las figuras que actúan en una
determinada película. Los sábados, Bep, que a menudo pasa sus días libres en
el cine en compañía de su novio, me dice el título de la película que piensa ir
a ver, y yo le nombro de un tirón tanto la lista completa de los actores
principales, como las críticas publicadas. No hace mucho, mamá dijo que más
tarde no necesitaré -ir al cine, ya que ya j me sé de memoria los argumentos,
los actores y las críticas.
Cuando un día aparezco con un nuevo peinado, todos me miran con cara
de desaprobación, y puedo estar segura de que alguien me preguntará qué estrella
de cine se luce con semejante «coiffure». Si contesto que se trata de una
creación personal, sólo me creen a medias. En cuanto al peinado, sólo se
mantiene durante media hora, porque después me canso tanto de oír los jui-
cios de rechazo, que corro al cuarto de baño a restaurar mi peinado de rizos
habitual.
Tu Ana
Viernes,
28 de enero de 1944
Querida Kitty:
Esta mañana me preguntaba si no te sientes como una vaca que tiene que
estar rumiando cada vez las mismas viejas noticias y que, harta de tan poca
variedad de alimento, al final se pone a bostezar y desea en silencio que Ana
le presente algo nuevo.
Sé lo aburrida que debes estar de mis repeticiones, pero imagínate lo
harta que estoy yo de tantas viejas historias que vuelven una y otra vez. Si el
tema de conversación durante la comida no llega a ser la política o algún
delicioso banquete, mamá o la señora no tardan en sacar a relucir sus eternas
historias de cuando eran jóvenes, o Dussel se pone a disertar sobre el amplio
vestuario de su mujer, o sobre hermosos caballos de carrera, botes de remo que
hacen agua, niños que saben nadar a los cuatro años, dolores musculares o pacientes
miedicas. Cuando alguno de los ocho abre la boca para contar algo, los otros
siete ya saben cómo seguir contando la historia. Sabemos cómo terminan todos
los chistes, y el único que se ríe de ellos es quien los cuenta. Los
comentarios de las antiguas amas de casa sobre los distintos lecheros, tenderos
y carniceros ya nos parecen del año de la pera; en la-mesa han sido alabados o
criticados millones de veces. Es imposible que una cosa conserve su frescura o
lozanía cuando se convierte en tema de conversación de la Casa de, atrás.
Todo esto sería soportable, de no ser que los adultos tienen la manía
de repetir diez veces las historias contadas por Kleiman, Jan y Miep,
adornándolas cada vez con sus propias fantasías, de modo que a menudo debo
darme un pellizco a mí misma bajo la mesa, para reprimirme y no indicarle al
entusiasmado narrador el buen camino. Los niños pequeños, como por ejemplo Ana,
bajo ningún concepto están autorizados a corregir a los mayores, sin importar
las meteduras de pata o la medida en que estén faltando a la verdad o añadiendo
cosas inventadas por ellos mismos.
Un tema al que a menudo hacen honor Kleiman y Jan es el de la
clandestinidad. Saben muy bien que todo lo relativo a otra gente escondida o
refugiada nos interesa sobremanera, y que nos solidarizamos sinceramente con
los escondidos cuando son encontrados y deportados por los alemanes, de la
misma manera que celebramos la liberación de los que han estado detenidos.
,Hablar de ocultos y escondidos se ha convertido en algo tan común
como lo era antes poner las zapatillas de papá delante de la .estufa. En
Holanda hay muchas organizaciones clandestinas, tales como «Holanda libre», que
falsifican documentos de identidad, dan dinero a personas escondidas, preparan
lugares para usar como escondite o dan trabajo a los jóvenes cristianos, y es
admirable la labor noble y abnegada que realizan estas personas que, a riesgo
de sus propias vidas, ayudan y salvan a otros.
El mejor ejemplo de ello creo que son nuestros propios protectores,
que nos han ayudado hasta ahora a sobrellevar nuestra situación y, según
espero, nos conducirán a buen puerto; de lo contrario, correrán la misma
suerte que todos los perseguidos. Jamás les hemos oído hacer alusión a la
molestia que seguramente les ocasionamos. Ninguno de ellos se ha quejado jamás
de la carga que representamos. Todos suben diariamente a visitarnos y hablan
de negocios y política con los hombres, de comida y de los pesares de la guerra
con las mujeres, y de libros y periódicos con los niños. En lo posible ponen
buena cara, nos traen flores y regalos en los días de fiesta o cuando
celebramos algún cumpleaños, y están siempre a nuestra disposición. Esto es
algo que nunca debemos olvidar: mientras otros muestran su heroísmo en la
guerra o frente a los alemanes, nuestros protectores lo hacen con su buen ánimo
y el cariño que nos demuestran.
Circulan los rumores más disparatados, y sin embargo se refieren a
hechos reales. Así, por ejemplo, el otro día Kleiman nos informó que en la
provincia de Güeldres se ha jugado un partido de fútbol entre un equipo formado
exclusivamente por escondidos y otro por once policías nacionales. El
ayuntamiento de Hilversum va a entregar a la población nuevas tarjetas de
identificación para el racionamiento de alimentos. Para que al gran número de
escondidos también les toque su parte (las cartillas con los cupones sólo podrán
adquirirse mostrando la tarjeta de identificación o al precio de 60 florines
cada una), las autoridades han citado a la misma hora a todos los escondidos de
los alrededores, para que puedan retirar sus tarjetas en una mesa aparte.
Hay que andarse con muchísimo cuidado para que los alemanes no se
enteren de semejantes osadías.
Tu Ana
Domingo,
30 de enero de. 1944
Mi querida Kit:
Otra vez estamos en domingo. Reconozco que ya no me parece un día tan
horrible como antes, pero me sigue pareciendo bastante aburrido.
Todavía no he ido al almacén; quizá aún pueda ir más tarde. Anoche bajé
yo, sola en plena oscuridad después de haber estado allí con papá hace algunas
noches. Estaba en el umbral de la escalera, con un montón de aviones alemanes
sobrevolando la casa; sabía que era una persona por mí misma, y que no debía
contar con la ayuda de los demás. Mi miedo desapareció, levanté la vista al
cielo y confié en Dios.
Tengo una terrible necesidad de estar sola. Papá se da cuenta de que no
soy la de siempre, pero no puedo contarle nada. «¡Dejadme tranquila, dejadme
sola!»: eso es lo que quisiera gritar todo el tiempo.
Quién sabe si algún día no me dejarán más sola de lo que yo
quiero...
Tu Ana
Jueves,
.3 de febrero de 1944
Querida Kitty:
En todo el país aumenta día a día el clima de invasión, y si estuvieras
aquí, seguro que por un lado te impresionarían los preparativos igual que a mí,
pero por el otro te reirías de nosotros por hacer tanto aspaviento, quién sabe
si para nada.
Los diarios no hacen más que escribir sobre la invasión y vuelven loca
a la gente, publicando: «Si los ingleses llegan a desembarcar en Holanda, las
autoridades alemanas deberán hacer todo lo posible para defender el país,
llegando al extremo de inundarlo si fuera necesario.» Junto a esta noticia
aparecen mapas en los que vienen indicadas las zonas inundables de Holanda.
Como entre ellas figura gran parte de Amsterdam, lo primero que nos preguntamos
fue qué hacer si las calles de la ciudad se llenan con un metro de agua. Las
respuestas a esta difícil pregunta fueron de lo más variadas:
-Como será imposible ir andando o montar en bicicleta, tendremos que ir
vadeando por el agua estancada.
-Que no, que hay que tratar de nadar. Nos ponemos todos un gorro de
baño y un bañador, y nadamos en lo posible bajo el agua, para que nadie se dé
cuenta de que somos judíos.
-iPamplinas! Ya quisiera yo ver nadando a las mujeres, con las ratas
mordiéndoles los pies. (Esto, naturalmente, lo dijo un hombre. ¡Ya veremos
quién grita más cuando lo muerdan!)
-Ya no podremos abandonar la casa. El almacén se tambalea tanto que con
una inundación así, sin duda se desplomará.
-Bueno, bueno, basta ya de bromas. Tendremos que hacernos con un
barquito.
-¿Para qué? Tengo una idea mucho mejor. Cada uno coge del desván de
delante una caja de las de lactosa y un cucharón para remar.
-Pues yo iré en zancos. En mis años mozos era un campeón.
-A Jan Gies no le hacen falta. Se sube a su mujer al hombro, y así Miep
tendrá zancos propios.
Supongo que te habrás hecho una idea, ¿verdad Kit? Toda esta
conversación es muy divertida, pero la realidad será muy distinta. Y no podía
faltar la segunda pregunta con respecto a la invasión: ¿Qué hacer si los
alemanes deciden evacuar Amsterdam?
-Irnos con ellos, disfrazándonos lo mejor que podamos.
-iDe ninguna manera podremos salir a la calle! Lo único que nos queda
es quedarnos aquí. Los alemanes son capaces de llevarse a toda la población a
Alemania, y una vez allí, dejar que se mueran.
-Claro, por supuesto, nos quedaremos aquí. Esto es lo más seguro.
Trataremos de convencer a Kleiman para que se instale aquí con su familia.
Conseguiremos una bolsa de virutas de madera y así podremos dormir en el suelo.
Que Miep y Kleiman vayan trayendo mantas. Encargaremos más cereal, aparte de
los 30 kilos que tenemos. Que Jan trate de conseguir más legumbres; nos quedan
unos 30 kilos de judías y y kilos de guisantes. Sin contar las So latas de
verdura.
-Mamá, ¿podrías contar los demás alimentos que aún nos quedan?
-10 latas de pescado, 40 de leche, 10 kilos de leche en polvo, 3
botellas de aceite, 4 tarros (de los de conserva) con mantequilla, 4 tarros de
carne, 2 damajuanas de fresas, 2 de frambuesas y grosellas, 20 de tomates, 5
kilos de avena en copos y 4 kilos de arroz. Eso es todo.
Las existencias parecen suficientes, pero si tienes en cuenta que con
ellas también tenemos que alimentar a las visitas y que cada semana consumimos
parte dé ellas, no son tan enormes como parecen. Carbón y leña quedar,
bastante, y velas también.
-Cosámonos todos unos bolsillos en la ropa, para que podamos llevarnos
el dinero en caso de necesidad.
-Haremos listas de lo que haya que llevar primero si debemos huir, y
por lo pronto... ¡a llenar las mochilas!
-Cuando llegue el momento pondremos dos vigías para que hagan guardia,
uno en la buhardilla de delante y otro en la de atrás.
-¿Y qué hacemos con tantos alimentos, si luego no nos dan agua, gas ni
electricidad?
-En ese caso tendemos que usar la estufa para guisar. Habrá
que filtrar y hervir el agua. Limpiaremos unas damajuanas grandes para
conservar agua en ellas. Además, nos quedan tres peroles para hacer conservas y
una pileta para usar como depósito de agua.
-También tenemos unas diez arrobas de patatas de invierno en el cuarto
de las especias.
Éstos son los comentarios que oigo todos los días, que si habrá
invasión, que si no habrá invasión. Discusiones sobre pasar hambre, morir,
bombas, mangueras de incendio, sacos de dormir, carnets de judíos, gases
tóxicos, etcétera, etcétera. Nada de esto resulta demasiado alentador.
Un buen ejemplo de las claras advertencias de los señores de la casa es
la siguiente conversación con Jan:
Casa de atrás: Tenemos miedo de que los alemanes, cuando emprendan la
retirada, se lleven consigo a toda la población.
Jan: Imposible. No tienen suficientes trenes a su disposición.
Casa de atrás: ¿Trenes? ¿Se piensa usted que van a meter a los civiles
en un coche? ¡De ninguna manera! El coche de San Fernando es lo único que les
quedará. (El «pedes apostolorum», como suele decir Dussel.)
Jan: Yo no me creo nada de eso. Lo ve usted todo demasiado negro. ¿Qué
interés podrían tener los alemanes en llevarse a todos los civiles?
Casa de atrás: ¿Acaso no sabe lo que ha dicho Goebbels? «Si tenemos
que dimitir, a nuestras espaldas cerraremos las puertas de todos los
territorios ocupados.»
Jan: Se han dicho tantas cosas...
Casa de atrás: ¿Se piensa usted que los alemanes son demasiado nobles o
humanitarios como para hacer una cosa así? Lo que piensan los alemanes es: «Si
hemos de sucumbir, sucumbirán todos los que estén al alcance de nuestro poder.»
Jan: Usted dirá lo que quiera, yo eso no me lo creo.
Casa de atrás: Siempre la misma historia. Nadie quiere ver el peligro
hasta que no lo siente en su propio pellejo.
Jan: No sabe usted nada a ciencia cierta. Todo son meras suposiciones.
Casa de atrás: Pero si ya lo hemos vivido todo en nuestra propia carne,
primero en Alemania y ahora aquí. ¿Y entonces en Rusia qué está pasando?
Jan: Si dejamos fuera de consideración a los judíos, no creo que nadie
sepa lo que está pasando en Rusia. Al igual que los alemanes, tanto los
ingleses como los rusos exagerarán por hacer pura propaganda.
Casa de atrás: Nada de eso. La radio inglesa siempre ha dicho la
verdad. Y suponiendo que las noticias sean exageradas en un diez por ciento,
los hechos siguen siendo horribles, porque no me va usted a negar que es un
hecho que en Polonia y en Rusia están asesinando a millones de personas
pacíficas o enviándolas a la cámara de gas, sin más ni más.
El resto de nuestras conversaciones me las reservaré. Me mantengo
serena y no hago caso de estas cuestiones. He llegado al punto en que ya me da
lo mismo morir que seguir viviendo. La i Tierra seguirá dando vueltas aunque yo
no esté, y de cualquier forma no puedo oponer ninguna resistencia a los
acontecimientos. Que sea lo que haya de ser, y por lo demás seguiré estudiando
y esperando que todo acabe bien.
Tu Ana
Martes, 8
de febrero de x944
Querida Kitty:
No sabría decirte cómo me siento. Hay momentos en que anhelo la
tranquilidad, y otros en que quisiera algo de alegría. Nos hemos
desacostumbrado a reírnos, quiero decir a reírnos de verdad. Lo que sí me dio
esta mañana fue la risa tonta, ya sabes, como la que a veces te da en el
colegio. Margot y yo nos estuvimos riendo como dos verdaderas bobas.
Anoche nos volvió a pasar algo con mamá. Margot se había enrollado en
su manta de lana, y de repente se levantó de la cama de un salto y se puso a
mirar la manta minuciosamente; ¡en la manta había un alfiler! La había
remendado mamá. Papá meneó la cabeza de manera elocuente y dijo algo sobre lo
descuidada que era. Al poco tiempo volvió mamá del cuarto de baño y yo le dije
medio en broma:
-¡Mira que eres una madre desnaturalizada!
Naturalmente, me preguntó por qué y le contamos lo del alfiler. Puso
una cara de lo más altiva y me dijo:
-¡Mira quién habla de descuidada! ¡Cuando coses tú, dejas en el suelo
un reguero de alfileres! ¡O dejas el estuche de la manicura tirado por ahí,
como ahora!
Le dije que yo no había usado el estuche de la manicura, y entonces
intervino Margot, que era la culpable.
Mamá siguió hablándome de descuidos y desórdenes, hasta que me harté y
le dije, de manera bastante brusca:
-¡Si ni siquiera he sido yo la que ha dicho que eras descuidada!
¡Siempre me echáis la culpa a mí de lo que hacen los demás!
Mamá no dijo nada, y menos de un minuto después me vi obligada a darle
el beso de las buenas noches. El hecho quizá no tenga importancia, pero a mí
todo me irrita.
Sábado, 12 de febrero de 1944
Querida Kitty:
Hace sol, el cielo está de un azul profundo, hace una brisa hermosa y
yo tengo unos enormes deseos de... ¡de todo! Deseos de hablar, de ser libre, de
ver a mis amigos, de estar sola. Tengo tantos deseos de... ¡de llorar! Siento
en mí una sensación como si fuera a estallar, y sé que llorar me aliviaría.
Pero no puedo. Estoy intranquila, voy de una habitación a la otra, respiro por
la rendija de una ventana cerrada, siento que mi corazón palpita como si me
dijera: «¡Cuándo cumplirás mis deseos!»
Creo que siento en mí la primavera, siento el despertar de la
primavera, lo siento en el cuerpo y en el alma. Tengo que contenerme para
comportarme de manera normal, estoy totalmente confusa, no sé qué leer, qué
escribir, qué hacer, sólo sé que ardo en deseos...
Tu Ana
Lunes, 14
de febrero de 1944
Querida Kitty:
Mucho ha cambiado para mí desde el sábado. Lo que pasa es que sentía en
mí un gran deseo (y lo sigo sintiendo), pero... en parte, en una pequeñísima
parte, he encontrado un remedio.
El domingo por la mañana me di cuenta (y confieso que para mi gran
alegría) de que Peter me miraba de una manera un tanto peculiar, muy distinta
de la habitual, no sé, no puedo explicártelo, pero de repente me dio la
sensación de que no estaba tan enamorado de Margot como yo pensaba. Durante
todo el día me esforcé en no mirarlo mucho, porque si lo hacía él también me
miraba siempre, y entonces... bueno, entonces eso me producía una sensación
muy agradable dentro de mí, que era preferible no sentir demasiado a menudo.
Por la noche estaban todos sentados alrededor de la radio, menos Pim y
yo, escuchando «Música inmortal de compositores alemanes». Dussel no dejaba de
tocar los botones del aparato, lo que exasperaba a Peter y también a los demás.
Después de media hora de nervios contenidos, Peter, un tanto irritado, le rogó
a Dussel que dejara en paz los botones. Dussel le contestó de lo más airado:
-Yo hago lo que me place.
Peter se enfadó, se insolentó, el señor Van Daan le dio la razón y
Dussel tuvo que ceder. Eso fue todo.
El asunto en sí no tuvo demasiada trascendencia, pero parece que Peter
se lo tomó muy a pecho; lo cierto es que esta mañana, cuando estaba yo en el
desván, buscando algo en el baúl de los libros, se me acercó y me empezó a
contar toda la historia. Yo no sabía nada; Peter se dio cuenta de que había
encontrado a una interlocutora interesada y atenta, y pareció animarse.
-Bueno, ya sabes -me dijo-, yo nunca digo gran cosa, porque sé de
antemano que se me va a trabar la lengua. Tartamudeo, me pongo colorado y lo
que quiero decir me sale al revés, hasta que en un momento dado tengo que
callarme porque ya no encuentro las palabras. Ayer me pasó igual; quería decir
algo completamente distinto, pero cuando me puse a hablar, me hice un lío y la
verdad es que es algo horrible. Antes tenía una mala costumbre, que aun ahora
me gustaría seguir poniendo en práctica: cuando me enfadaba con alguien,
prefería darle unos buenos tortazos antes que ponerme a discutir con él. Ya sé
que este método no lleva a ninguna parte, y por eso te admiro. Tú al menos no
te lías al hablar, le dices a la gente lo que le tienes que decir y no eres
nada tímida.
-Te equivocas de medio a medio -le contesté-. En la mayoría de los
casos digo las cosas de un modo muy distinto del que me había propuesto, y
entonces digo demasiadas cosas y hablo demasiado tiempo, y eso es un mal no
menos terrible.
-Es posible, pero sin embargo tienes la gran ventaja de que a ti nunca
se te nota que eres tímida. No cambias de color ni te inmutas.
Esta última frase me hizo reír para mis adentros, pero quería que
siguiera hablando sobre sí mismo con tranquilidad; no hice notar la gracia que
me causaba, me senté en el suelo sobre un cojín, abrazando mis rodillas
levantadas, y miré a Peter con atención.
Estoy muy contenta de que en casa todavía haya alguien al que le den
los mismos ataques de furia que a mí. Se notaba que a Peter le hacía bien poder
criticar a Dussel duramente, sin temor a que me chivara. Y a mí también me
hacía sentirme muy bien, porque notaba una fuerte sensación de solidaridad,
algo que antes sólo había tenido con mis amigas.
Tu Ana
Martes,
15f de febrero de 1944
El nimio asunto con Dussel trajo cola, y todo por culpa suya. El lunes
por la mañana, Dussel se acercó a mamá con aire triunfal y le contó que, esa
misma mañana, Peter le había preguntado si había dormido bien esa noche, y
había agregado que lamentaba lo ocurrido el domingo por la noche y que lo del
exabrupto no había ido tan en serio. Entonces Dussel había tranquilizado a
Peter, asegurándole que él tampoco se lo había tomado tan a mal. Todo parecía
acabar ahí. Mamá me vino a mí con el cuento y yo, en secreto, me quedé muy
sorprendida de que Peter, que estaba tan enfadado con Dussel, se hubiera
rebajado de esa manera a pesar de todas sus afirmaciones.
No pude dejar de tantear a Peter al respecto, y por él me enteré en
seguida de que Dussel había mentido. ¡Tendrías que haber visto la cara de
Peter, era digna de fotografiar! En su cara se alternaban claramente la
indignación por la mentira, la rabia, las veces que me había consultado sobre
lo que debía hacer, la intranquilidad y muchas cosas más.
Por la noche, el señor Van Daan y Peter echaron una reprimenda a
Dussel, pero no debe haber sido tan terrible, porque hoy Peter se sometió a
tratamiento «dentístico».
En realidad, hubieran preferido no dirigirse la palabra.
Tu Ana
Miércoles,
16 de febrero de 1944
Peter y yo no nos hablamos en todo el día, salvo algunas palabras sin
importancia. Hacía demasiado frío para subir al desván, y además era el
cumpleaños de Margot. A las doce y media bajó a mirar los regalos y se quedó
charlando mucho más tiempo de lo estrictamente necesario, lo que en otras
circunstancias nunca hubiera hecho. Pero por la tarde llegó la oportunidad.
Como yo quería agasajarla, aunque sólo fuera una vez al año, fui a buscar el
café y luego las patatas. Tuve que entrar en la habitación de Peter, él en
seguida quitó sus papeles de la escalera y yo le pregunté si debía cerrar la
trampilla.
-Sí, ciérrala -me dijo-. Cuando vuelvas, da unos golpecitos para que te
abra.
Le di las gracias, subí al desván y estuve como diez minutos escogiendo
las patatas más pequeñas del tonel. Entonces me empezó a doler la espalda y me
entró frío. Por supuesto que no llamé, sino que abrí yo misma la trampilla,
pero Peter se acercó muy servicial, me tendió la mano y me cogió la olla.
-He buscado un buen rato, pero no las he encontrado más pequeñas que
éstas.
-¿Has mirado en el tonel?
-Sí, lo he revuelto todo de arriba abajo.
Entretanto, yo ya había llegado al pie de la escalera y él estaba
examinando detenidamente el contenido de la olla que aún tenía en sus manos.
-¡Pero si están muy bien! -dijo.
Y cuando cogí nuevamente la olla, añadió: -¡Enhorabuena!
Al decirlo, me miró de una manera tan cálida y tierna, que también a
mí me dio una sensación muy cálida y tierna por dentro. Se notaba que me quería
hacer un cumplido, y como no era capaz de hacer grandes alabanzas, lo hizo con
la mirada. Lo entendí muy bien y le estuve muy agradecida. ¡Aún ahora me pongo
contenta cuando me acuerdo de esas palabras y de esa mirada!
Cuando llegué abajo, mamá dijo que había que subir a buscar más
patatas, esta vez para la cena. Me ofrecí gustosamente a subir
otra vez al desván. Cuando entré en la habitación de Peter, le pedí
disculpas por tener que volver a molestarle. Se levantó, se puso entre la
escalera y la pared, me cogió del brazo cuando yo ya estaba subiendo la
escalera, e insistió en que no siguiera.
-Iré yo, tengo que subir de todos modos -dijo.
Pero le respondí que de veras no hacía falta y que esta vez no tenía
que buscar patatas pequeñas. Se convenció y me soltó el brazo. En el camino de
regreso, me abrió la trampilla y me volvió a coger la olla. Junto a la puerta
le pregunté:
-¿Qué estás haciendo?
-Estudiando francés -fue su respuesta.
Le pregunté si podía echar un vistazo a lo que estaba estudiando, me
lavé las manos y me senté frente a él en el diván.
Después de explicarle una cosa de francés, pronto nos pusimos a
charlar. Me contó que más adelante le gustaría irse a las Indias neerlandesas a
vivir en las plantaciones. Me habló de su vida en casa de sus padres, del
mercado negro y de que se sentía un inútil. Le dije que me parecía que tenía un
complejo de inferioridad bastante grande. Me habló de la guerra, de que los
ingleses y los rusos seguro que volverían a entrar en guerra, y me habló de los
judíos. Dijo que todo le habría resultado mucho más fácil de haber sido
cristiano, y de poder serlo una vez terminada la guerra. Le pregunté si quería
que lo bautizaran, pero tampoco ése era el caso. De todos modos, no podía
sentir como un cristiano, dijo, pero después de la guerra nadie sabría si él
era cristiano o judío. Sentí como si me clavaran un puñal en el corazón.
Lamento tanto que conserve dentro de sí un resto de insinceridad...
Otra cosa que dijo:
-Los judíos siempre han sido el pueblo elegido y nunca dejarán de
serlo.
Le respondí:
-¡Espero que alguna vez lo sean para bien!
Pero por lo demás estuvimos conversando muy amenamente sobre papá y sobre
tener mundología y sobre un montón de cosas, ya no recuerdo bien cuáles.
No me fui hasta las cinco y cuarto, cuando llegó Bep.
Por la noche todavía me dijo una cosa que me gustó. Estábamos
comentando algo sobre una estrella de cine que yo le había regalado y que
lleva como año y medio colgada en su habitación. Dijo que le gustaba mucho, y
le ofrecí darle otras estrellas.
-No -me contestó-. Prefiero dejarlo así. Estas que tengo aquí, las miro
todos los días y nos hemos hecho amigos.
Ahora también entiendo mucho mejor por qué Peter siempre abraza tan
fuerte a Mouschi. Es que también él tiene necesidad de cariño y de ternura. Hay
otra cosa que mencionó y que he olvidado contarte. Dijo que no sabía lo que
era el miedo, pero que sí le tenía miedo a sus propios defectos, aunque ya lo
estaba superando.
Ese sentimiento de inferioridad que tiene Peter es una cosa terrible.
Así, por ejemplo, siempre se cree que él no sabe nada y que nosotras somos las
más listas. Cuando le ayudo en francés, me da las gracias mil veces. Algún día
tendré que decirle que se deje de tonterías, que él sabe mucho más inglés y
geografía, por ejemplo.
Ana Frank
Jueves,
17 de febrero de 1944
Querida Kitty:
Esta mañana fui arriba. Le había prometido a la señora pasar a leerle
algunos de mis cuentos. Empecé por «El sueño de Eva», que le gustó mucho, y
después les leí algunas cosas del diario, que les hizo partirse de risa. Peter
también escuchó una parte -me refiero a que sólo escuchó lo último- y me
preguntó si no me podía pasar otra vez por su habitación a leerle otro poco.
Pensé que podría aprovechar esta oportunidad, fui a buscar mis apuntes y le
dejé leer la parte en la que Cady y Hans hablan de Dios. No sabría decirte qué
impresión le causó; dijo algo que ya no recuerdo, no si estaba bien o no, sino
algo sobre la idea en sí misma. Le dije que solamente quería demostrarle que no
sólo escribía cosas divertidas. Asintió con la cabeza y salí de la habitación.
¡Veremos si me hace algún otro comentario!
Tu Ana Frank
Viernes,
18 de febrero de 1944
Mi querida Kitty:
En cualquier momento en que subo arriba, es siempre con intención de
verlo a «él». Mi vida aquí realmente ha mejorado mucho, porque ha vuelto a
tener sentido y tengo algo de qué alegrarme.
El objeto de mi amistad al menos está siempre en casa y, salvo Margot,
no hay rivales que temer. No te creas que estoy enamorada, nada de eso, pero
todo el tiempo tengo la sensación de que entre Peter y yo algún día nacerá
algo hermoso, algo llamado amistad y que dé confianza. Todas las veces que
puedo, paso por su habitación y ya no es como antes, que él no sabía muy bien
qué hacer conmigo. Al contrario, sigue hablándome cuando ya estoy saliendo.
Mamá no ve con buenos ojos que suba a ver a Peter. Siempre me dice que lo
molesto y que tengo que dejarlo tranquilo. ¿Acaso se cree que no tengo
intuición? Siempre que entro en la pequeña habitación de Peter, mamá me mira
con cara rara. Cuando bajo del piso de arriba, me pregunta dónde he estado. ¡No
me gusta nada decirlo, pero poco a poco estoy empezando a odiarla!
Tu Ana M. Frank
Sábado,
19 de febrero de 1944
Querida Kitty:
Estamos otra vez en sábado y eso en sí mismo ya dice bastante. La
mañana fue tranquila. Estuve casi una hora arriba, pero a «él» no le hablé más
que de pasada.
A las dos y media, cuando estaban todos arriba, bien para leer, bien
para dormir, cogí una manta y bajé a instalarme frente al escritorio para leer
o escribir un rato. Al poco tiempo no pude más: dejé caer la cabeza sobre un
brazo y me puse a sollozar como una loca. Me corrían las lágrimas y me sentí
profundamente desdichada. ¡Ay, si sólo hubiera venido a consolarme «él»!
Ya eran las cuatro cuando volví arriba. A las cinco fui a buscar
patatas, con nuevas esperanzas de encontrarme con él, pero cuando todavía
estaba en el cuarto de baño arreglándome el pelo, oí que bajaba a ver a Moffie.
Quise ir a ayudar a la señora y me instalé arriba con libro y todo,
pero de repente sentí que me venían las lágrimas y corrí abajo al retrete,
cogiendo al pasar el espejo de mano. Ahí estaba yo sentada en el retrete, toda
vestida, cuando ya había terminado hacía rato, profundamente apenada y con mis
lagrimones haciéndome manchas oscuras en el rojo del delantal.
Lo que pensé fue más o menos que así nunca llegaría al corazón 1 de Peter. Que quizá yo no le gustaba para
nada y que quizás él lo que menos estaba necesitando era confianza. Quizá nunca
piense en mí más que de manera superficial. Tendré que seguir adelante sola,
sin Peter y sin su confianza. Y quién sabe, dentro de poco también sin fe, sin
consuelo y sin esperanzas. ¡Ojalá pudiera apoyar mi cabeza en su hombro y no
sentirme tan desesperadamente sola y abandonada! Quién sabe si no le importo
en lo más mínimo, y si mira a todos con la misma mirada tierna. Quizá sea pura
imaginación mía pensar que esa mirada va dirigida sólo a mí.
¡Ay, Peter, ojalá pudieras verme u oírme! Aunque yo tampoco podría oír
la quizá tan desconsoladora verdad.
Más tarde volví a confiar y me sentí otra vez más esperanzada, aunque
las lágrimas seguían fluyendo dentro de mí.
Tu Ana M. Frank
Domingo,
20 de febrero de 1944.
Querida Kitty:
Lo que otra gente hace durante la semana, en la Casa de atrás se hace
los domingos. Cuando los demás se ponen sus mejores ropas y salen a pasear al
sol, nosotros estamos aquí fregando, barriendo y haciendo la colada.
Las ocho de la mañana: Sin importarle los que aún quieren dormir,
Dussel se levanta. Va al cuarto de baño, luego baja un piso, vuelve a subir y a
ello sigue un encierro en el cuarto de baño para una sesión de aseo personal de
una hora de duración.
Las nueve y media: Se encienden las estufas, se quitan los paneles de
oscurecimiento y Van Daan va al cuarto de baño. Uno de los suplicios de los
domingos por la mañana es que desde la cama justo me toca mirarle la espalda a
Dussel mientras reza. A todos les asombrará que diga que Dussel rezando es un
espectáculo horrible. No es que se ponga a llorar o a hacerse el sentimental,
nada de eso, pero tiene la costumbre de balancearse sobre los talones y las
puntas de los pies durante nada menos que un cuarto de hora. De los talones a
las puntas y de las puntas a los talones, sin parar, y si no cierro los ojos,
por poco me entra mareo.
Las diez y cuarto: Se oye silbar a Van Daan: el cuarto de baño está
libre. En nuestra familia, las primeras caras somnolientas se yerguen de las
almohadas. Luego todo adquiere un ritmo acelerado. Margot y yo nos turnamos
para ayudar abajo en la colada. Como allí hace bastante frío, no vienen nada
mal los pantalones largos y un pañuelo para la cabeza. Entretanto, papá usa el
cuarto de baño. A las once va Margot (o yo), y después está todo el mundo
limpito.
Las once y media: Desayuno. Mejor no extenderme sobre el particular,
porque la comida ya es tema de conversación continua, sin necesidad de que
ponga yo mi granito de arena.
Las doce y cuarto: Todo el mundo se dispersa. Papá, con su mono puesto,
se hinca de rodillas en el suelo y se pone a cepillar la alfombra con tanta
fuerza que la habitación se transforma en una gran nube de polvo. El señor
Dussel hace las camas (mal, por supuesto), silbando siempre el mismo concierto
para violín de Beethoven. En el desván se oyen los pasos de mamá, que cuelga
la ropa. El señor Van Daan se pone el sombrero y desaparece hacia las regiones
inferiores, por lo general seguido por Peter y Mouschi; la señora se pone un
largo delantal, una chaqueta negra de punto y unos chanclos, se ata una gruesa
bufanda de lana roja a la cabeza, coge un fardo de ropa sucia bajo el brazo y,
tras hacer una inclinación muy estudiada de lavandera con la cabeza, se. va a
hacer la colada. Margot y yo fregamos los platos y ordenamos un poco la
habitación.
Miércoles,
23 de febrero de 1944
Mi querida Kitty:
Desde ayer hace un tiempo maravilloso fuera y me siento como nueva. Mis
escritos, que son lo más preciado que poseo, van viento en popa. Casi todas las
mañanas subo al desván para purificar el aire viciado de la habitación que
llevo en los pulmones. Cuando subí al desván esta mañana, estaba Peter allí,
ordenando cosas. Acabó rápido y vino adonde yo estaba, sentada en el suelo, en
mi rincón favorito. Los dos miramos el cielo azul, el castaño sin hojas con sus
ramas llenas de gotitas resplandecientes, las gaviotas y demás pájaros que al
volar por encima de nuestras cabezas parecían de plata, y todo esto nos
conmovió y nos sobrecogió tanto que no podíamos hablar. Peter estaba de pie,
con la cabeza apoyada contra un grueso travesaño, y yo seguía sentada. Respiramos
el aire, miramos hacia fuera y sentimos que era algo que no había que
interrumpir con palabras. Nos quedamos mirando hacia fuera un buen rato, y
cuando se puso a cortar leña, tuve la certeza de que era un buen tipo. Subió la
escalera de la buhardilla, yo lo seguí, y durante el cuarto de hora que estuvo
cortando leña no di- y jimos palabra. Desde el lugar donde me había instalado
me puse a observarlo, viendo cómo se esmeraba visiblemente para cortar bien la
leña y mostrarme su fuerza. Pero también me asomé a la ventana abierta, y pude
ver gran parte de Amsterdam, y por encima de los tejados hasta el horizonte,
que era de un color celeste tan claro que no se distinguía bien su línea.
-Mientras exista este sol y este cielo tan despejado, y pueda yo verlo
-pensé-, no podré estar triste.
Para todo el que tiene miedo, está solo o se siente desdichado, el
mejor remedio es salir al aire libre, a algún sitio en donde poder y estar
totalmente solo, solo con el cielo, con la Naturaleza y con Dios. Porque sólo
entonces, sólo así se siente que todo es como debe ser y que Dios quiere que
los hombres sean felices en la humilde pero hermosa Naturaleza.
Mientras todo esto exista, y creo que existirá siempre, sé que toda
pena tiene consuelo, en cualquier circunstancia que sea. Y estoy convencida de
que la naturaleza es capaz de paliar muchas cosas terribles, pese a todo el
horror.
¡Ay!, quizá ya no falte tanto para poder compartir este sentímiento de
felicidad avasallante con alguien que se tome las cosas de la misma manera que
yo.
Tu Ana
P. D. Pensamientos: A Peter.
Echamos de menos muchas, muchísimas cosas aquí, desde hace mucho
tiempo, y yo las echo de menos igual que tú. No pienses que estoy hablando de
cosas exteriores, porque en ese sentido aquí realmente no nos falta nada. No,
me refiero a las cosas interiores. Yo, como tú, ansío tener un poco de aire y
de libertad, pero creo que nos han dado compensación de sobra por estas carencias.
Quiero decir, compensación por dentro. Esta mañana, cuando estaba asomada a la
ventana mirando hacia afuera, mirando en realidad fija y profundamente a Dios
y a la Naturaleza, me sentí dichosa, únicamente dichosa. Y, Peter, mientras uno
siga teniendo esa dicha interior, esa dicha por la Naturaleza, por la salud y
por tantas otras cosas; mientras uno lleve eso dentro, siempre volverá a ser
feliz.
La riqueza, la fama, todo se puede perder, pero la dicha en el corazón
a lo sumo puede velarse, y siempre, mientras vivas, volverá a hacerte feliz.
Inténtalo tú también, alguna vez que te sientas solo y desdichado o
triste y estés en la buhardilla cuando haga un tiempo tan hermoso. No mires las
casas y los tejados, sino al cielo. Mientras puedas mirar al cielo sin temor,
sabrás que eres puro por dentro y que, pase lo que pase, volverás a ser feliz.
Domingo,
27 de febrero de 1944
Mi querida Kitty:
Desde la primera hora de la mañana hasta la última hora de la noche no
hago más que pensar en Peter. Me duermo viendo su imagen, sueño con él y me
despierto con su cara aún mirándome.
Se me hace que Peter y yo en realidad no somos tan distintos como
parece por fuera, y te explicaré por qué: a los dos nos hace falta una madre.
La suya es demasiado superficial, le gusta coquetear y no se interesa mucho
por los pensamientos de Peter. La mía sí se ocupa mucho de mí, pero no tiene
tacto, ni sensibilidad, ni comprensión de madre.
Peter y yo luchamos ambos con nuestro interior, los dos aún somos algo
inseguros, y en realidad demasiado tiernos y frágiles por dentro como para que
nos traten con mano tan dura. Por eso a veces quisiera escaparme, o esconder lo
que llevo dentro. Me pongo a hacer ruido, con las cacerolas y con el agua por
ejemplo, para que todos me quieran perder de vista. Peter, sin embargo, se
encierra en su habitación y casi no habla, no hace nada de ruido y se pone a
soñar, ocultándose en su timidez.
Pero, ¿cómo y cuándo llegaremos a encontrarnos?
No sé hasta cuándo mi mente podrá controlar este deseo.
Tu Ana M. Frank
Lunes, 28
de febrero de 1944
Mi querida Kitty:
Esto se está convirtiendo en una pesadilla, tanto de noche como de día.
Le veo casi a todas horas y no puedo acercarme a él, tengo que disimular mis
sentimientos y mostrarme alegre, mientras que dentro de mí todo es
desesperación.
Peter Schiff y Peter Van Daan se han fundido en un único Peter, que es
bueno y bondadoso y a quien quiero con toda mi alma. Mamá está imposible
conmigo; papá me trata bien, lo que resulta difícil, y Margot resulta aún más
difícil, ya que pretende que ponga cara de agrado mientras que lo que yo quiero
es que me dejen en paz.
Peter no subió a estar conmigo en el desván; se fue directamente a la
buhardilla y se puso a martillear. Cada golpe que pegaba hacía que mis ánimos
se desmoronaran poco a poco, y me sentí aún más triste. Y a los lejos se oía un
carillón que tocaba «¿Arriba corazones!»
Soy una sentimental, ya lo sé. Soy una desesperanzada y una insensata,
también lo sé.
¡Ay de mí!
Tu Ana M. Frank
Miércoles,
1º de marzo de 1944
Querida Kitty:
Mis propias tribulaciones han pasado a un segundo plano porque... ¡han
entrado ladrones! Ya estarás aburrida de mis historias de ladrones, pero ¿qué
culpa tengo yo de que a los señores ladrones les dé tanto gusto honrar a Gies
& Cía. con su visita? Esta vez, el asunto fue más complicado que la vez
anterior, en julio del año pasado.
Anoche, cuando el señor Van Daan dejó a las siete y media el despacho
de Kugler como de costumbre, vio que la puerta de vidrio y la del despacho
estaban abiertas, lo que le sorprendió. Siguió andando y se fue sorprendiendo
cada vez más, al ver que también estaban abiertas las puertas del cuartito
intermedio y que en la oficina principal había un tremendo desorden.
-Por aquí ha pasado un ladrón -se le pasó por la cabeza.
Para estar seguro al respecto, bajó las escaleras, fue hasta la puerta
de entrada y palpó la cerradura: todo estaba cerrado.
-Entonces, los desordenados deben de haber sido Bep y Peter -supuso. Se
quedó un rato en el despacho de Kugler, apagó la luz, subió al piso de arriba y
no se preocupó demasiado por las puertas abiertas y el desorden que había en la
oficina principal.
Pero esta mañana temprano, Peter llamó a la puerta de nuestra
habitación y nos contó la no tan agradable noticia de que la puerta de entrada
estaba abierta de par en par y de que del armario empotrado habían
desaparecido el proyector y el maletín nuevo de Kugler. Le ordenaron a Peter
que cerrara la puerta; Van Daan relató sus experiencias de la velada anterior y
a nosotros nos entró una gran intranquilidad.
La única explicación posible para toda esta historia es que el ladrón
debe tener una copia de la llave de la puerta, porque la cerradura no había
sido forzada en lo más mínimo. Debe de haber entrado al edificio al final de
la tarde. Cerró la puerta tras de sí, Van Daan lo interrumpió, el ladrón se
escondió hasta que Van Daan se fue, y luego se escapó llevándose el botín y
dejando la puerta abierta, con las prisas.
¿Quién puede tener la llave de la puerta? ¿Por qué el ladrón no fue al
almacén? ¿Acaso el ladrón será uno de nuestros propios mozos del almacén, y no
nos delatará, ahora que seguramente ha oído y quizás hasta visto a Van Daan?
Estamos todos muy asustados, porque no sabemos si al susodicho se le ocurrirá
abrir otra vez la puerta. ¿O acaso se habrá asustado él de que hubiera un
hombre dando vueltas por aquí?
Tu Ana
P. D. Si acaso pudieras recomendarnos un buen detective, te lo
agradeceríamos mucho. Naturalmente, se requiere discreción absoluta en materia
de escondites.
Jueves, 2
de marzo de 1944
Querida Kitty:
Margot y yo hemos estado hoy juntas en el desván, pero con ella no
puedo disfrutar tanto como me había imaginado que disfrutaría con Peter (u
otro chico). Sé que siente lo mismo que yo con respecto a la mayoría de las
cosas.
Cuando estábamos fregando los platos, Bep empezó a hablar con mamá y
con la señora Van Daan sobre su melancolía. ¿En qué la pueden ayudar aquellas
dos? Particularmente mamá, siempre tan diplomática, hace que una salga de
Guatemala y entre en Guatepeor. ¿Sabes qué le aconsejó? ¡Que pensara en toda la
gente que sufre en este mundo! ¿De qué te puede servir pensar en la miseria de
los demás cuanto tú misma te sientes miserable? Eso mismo fue lo que les dije.
La respuesta, como te podrás imaginar, fue que yo no podía opinar sobre estas
cosas.
¡Qué idiotas y estúpidos son los mayores! Como si Peter, Margot, Bep y
yo no sintiéramos todos lo mismo... El único remedio es el amor materno, o el
amor de los buenos amigos, de los amigos de verdad. ¡Pero las dos madres de la
casa no entienden ni pizca de nosotros! La señora Van Daan quizás aún entienda
un poco más que mamá. ¡Ay, cómo me habría gustado decirle algo a la pobre Bep,
algo que por experiencia sé que ayuda! Pero papá se interpuso y me empujó a un
lado de manera bastante ruda. ¡Son todos unos cretinos!
Con Margot también he estado hablando sobre mamá y papá. ¡Qué bien lo
podríamos pasar aquí, si no fuera porque siempre andan fastidiando! Podríamos
organizar veladas en las que todos nos turnaríamos para hablar de algún tema
interesante. ¡Pero hasta aquí hemos llegado, porque a mí justamente lo que
menos me dejan es hablar!
El señor Van Daan ataca, mamá se pone desagradable y no puede hablar de
nada de manera normal, a papá no le gustan estas cosas, al igual que al señor
Dussel, y a la señora siempre la atacan de tal modo que se pone toda colorada y
casi no es capaz de defenderse. ¿Y nosotros? A nosotros no nos dejan opinar.
Sí, son muy modernos: ¡No nos dejan opinar! Nos pueden decir que nos callemos
la boca, pero no que no opinemos: eso es imposible. Nadie puede prohibir a
otra persona que opine, por muy joven que ésta sea. A Bep, a Margot, a Peter y
a mí sólo nos sirven mucho amor y comprensión, que aquí no se nos da a ninguno.
Y nadie, sobre todo estos cretinos sabelotodos, nos comprende, porque somos
mucho más sensibles y estamos mucho más adelantados en nuestra manera de pensar
de lo que ellos remotamente puedan imaginarse.
El amor. ¿Qué es el amor? Creo que el amor es algo que en realidad no
puede expresarse con palabras. El amor es comprender a una persona, quererla,
compartir con ella la dicha y la desdicha. Y con el tiempo también forma parte
de él el amor físico, cuando se ha compartido, se ha dado y recibido, y no
importa si se está casado o no, o si es para tener un hijo o no. Si se pierde
el honor o no, todo eso no tiene importancia; ¡lo que importa es tener a alguien
a tu lado por el resto de tu vida, alguien que te comprende y que no tienes que
compartir con nadie!
Tu Ana M. Frank
Mamá está nuevamente quejándose. Está claro que está celosa porque
hablo más con la señora Van Daan que con ella. ¡Pues me da igual!
Esta tarde por fin he podido estar con Peter. Hemos estado hablando
por lo menos tres cuartos de hora. Le costaba mucho contarme algo sobre sí
mismo, pero poco a poco se fue animando. Te aseguro que no sabía si era mejor
irme o quedarme. ¡Pero es que tenía tantas ganas de ayudarle! Le conté lo de
Bep y lo de la falta de tacto de nuestras madres. Me dijo que sus padres
siempre andan peleándose, por la política, por los cigarrillos o por cualquier
otra cosa. Como ya te he dicho, Peter es muy tímido, pero no tanto como para no
confesarme que le gustaría dejar de ver a sus padres al menos dos años.
-Mi padre no es tan buena persona como parece -dijo-, pero en el asunto
de los cigarrillos, la que lleva toda la razón es mi madre.
Yo también le hablé de mamá. Pero a papá, Peter lo defendía. Dijo que
le parecía un «tipo fenomenal».
Esta noche, cuando estaba colgando el delantal después de fregar los
platos, me llamó y me pidió que no les contara a los míos que sus padres habían
estado nuevamente riñendo y que no se hablaban. Se lo prometí, aunque ya se lo
había contado a Margot. Pero estoy segura de que Margot no hablará.
-No te preocupes, Peter -le dije-. Puedes confiar en mí. Me he impuesto
la costumbre de no contarles tantas cosas a los demás. De lo que tú me
cuentas, no le digo nada a nadie.
Eso le gustó. Entonces también le conté lo de los tremendos cotilleos
en casa, y le dije:
-Debo reconocer que tiene razón Margot cuando dice que miento, porque
si bien digo que no quiero ser cotilla, cuando se trata de Dussel me encanta
cotillear.
-Eso está muy bien -dijo. Se había ruborizado, y su cumplido tan
sincero casi me hace subir los colores a mí también.
Luego también hablamos de los de arriba y los de abajo. Peter realmente
estaba un poco sorprendido de que sigamos sin querer demasiado a sus padres.
-Peter -le dije-, sabes que soy sincera contigo. ¿Por qué no habría de
decírtelo? ¿Acaso no conocemos sus defectos también nosotros?
Y también le dije:
-Peter, me gustaría tanto ayudarte. ¿No puedo hacerlo? Tú estás entre
la espada y la pared y yo sé que, aunque no lo dices, te tomas todo muy a
pecho.
-Siempre aceptaré tu ayuda.
-Quizá sea mejor que consultes con papá. Él tampoco dice nada a nadie,
le puedes contar tus cosas tranquilamente. -Sí, es un compañero de verdad.
-Le quieres mucho, ¿verdad?
Peter asintió con la cabeza y yo seguí hablando:
-¡Pues él también te quiere a ti!
Levantó la mirada fugazmente. Se había puesto colorado. De verdad era
conmovedor ver lo contento que le habían puesto esas palabras.
-¿Tú crees? -me preguntó.
-Sí -dije yo-. Se nota por lo que deja caer de vez en cuando. Entonces
llegó el señor Van Daan para hacernos un dictado. Peter también es un «tipo
fenomenal», igual que papá.
Tu Ana M. Frank
Viernes,
3 de marzo de 1944
Mi querida Kitty:
Esta noche, mirando la velita, me puse contenta otra vez y me
tranquilicé. En realidad, en esa vela está la abuela, y es ella la que me
protege y me cobija, y la que hace que me ponga otra vez contenta. Pero... hay
otra persona que domina mis estados de ánimo y es... Peter. Hoy, cuando fui a
buscar las patatas y todavía estaba bajando la escalera con la cacerola llena
en las manos, me preguntó:
-¿Qué has hecho a mediodía?
Me senté en la escalera y empezamos a hablar. Las patatas no llegaron a
destino hasta las cinco y cuarto: una hora después de haber subido a buscarlas.
Peter ya no dijo palabra sobre sus padres, sólo hablamos de libros y del
pasado. ¡Ay, qué mirada tan cálida tiene ese chico! Creo que ya casi me estoy
enamorando de él.
De eso mismo hemos hablado. Después de pelar las patatas, entré en su
habitación y le dije que tenía mucho calor.
-A Margot y a mí se nos nota en seguida la temperatura que hace: cuando
hace frío, nos ponemos blancas, y cuando hace calor, coloradas -le dije.
-¿Enamorada? -me preguntó.
-¿Por qué habría de estarlo?
Mi respuesta, o mejor dicho mi pregunta, era bastante tonta.
-¿Porqué no? -dijo, y en ese momento nos llamaron a comer.
-¿Habrá querido decir algo en especial con esa pregunta? Hoy por fin le
he preguntado si no le molestan mis charlas. Lo único que me dijo fue:
-Pues no, no me molestan.
No sé hasta qué punto esta respuesta tiene que ver con su timidez.
Kitty, soy como una enamorada que no habla más que de su amor. Es que
Peter es realmente un cielo. ¿Cuándo podré decírselo? Claro que sólo podré
hacerlo cuando sepa que él también me considera un cielo a mí. Pero sé muy bien
que soy una gatita a la que hay que tratar con guantes de seda. Y a él le gusta
su tranquilidad, de modo que no tengo ni idea de hasta qué punto le gusto. De
todas formas nos estamos conociendo un poco más.
¡Ojalá tuviéramos el valor de confesarnos muchas cosas más!
Unas cuantas veces al día me dirige una mirada cómplice, yo le guiño el
ojo y los dos nos ponemos contentos. Parece una osadía decirlo así, pero tengo
la irresistible sensación de que él piensa s
igual que yo.
Tu Ana M. Frank
Sábado, 4
de marzo de 1944
Querida Kitty:
Hacía meses y meses que no teníamos un sábado que al menos no fuera tan
fastidioso, triste y aburrido como los demás. Y la culpa la tiene nada menos
que Peter. Esta mañana subí al desván a tender el delantal, y papá me preguntó
si no quería quedarme para hablar francés. Me pareció bien. Primero hablamos
francés, yo le expliqué una cosa, y luego hicimos inglés. Papá nos leyó unas líneas
del libro de Dickens y yo estaba en la gloria porque estaba sentada en el
sillón de papá, bien cerca de Peter.
A las once menos cuarto bajé al otro piso. Cuando volví, a las once y
media, ya estaba él esperándome en la escalera. Hablamos hasta la una menos
cuarto. Cuando se presenta la más mínima oportunidad, por ejemplo cuando salgo
de la habitación después de comer y nadie nos oye, me dice:
-¡Hasta luego, Ana!
¡Ay, estoy tan contenta! ¿Estará empezando a quererme entonces? En
cualquier caso es un tipo muy simpático y quién sabe lo bien que podremos
hablar.
A la señora le parece bien que yo hable con él, pero hoy igual me
preguntó en tono burlón:
-¿Puedo fiarme de lo que hacéis vosotros dos ahí arriba? -¡Pues claro!
-protesté-. ¡Cuidado que me voy a ofender! De la mañana a la noche me alegra
saber que veré a Peter.
Tu Ana M. Frank
P. D. Se me olvidaba decirte que anoche cayó una cantidad enorme de
nieve. Pero ya ni se nota casi, se ha fundido toda.
Lunes, 6 de marzo de 1944
Querida Kitty:
¿No te parece curioso que después de que Peter me contara aquello de
sus padres, ahora me sienta un poco responsable por él? Es como si esas peleas
me incumbieran lo mismo que a él, y sin embargo ya no me atrevo a hablarle de
ello, porque temo que no le agrade. Por nada del mundo quisiera cometer un
desatino ahora.
A Peter se le nota en la cara que piensa tanto como yo, y por eso
anoche me dio rabia cuando la señora dijo en tono burlón:
-¡El pensador!
El tímido de Peter se puso colorado y a mí me empezó a hervir la
sangre.
¡Cuándo dejará la gente de decir tonterías! No te imaginas lo feo que
es ver lo solo que se siente Peter, y no poder hacer nada. Yo puedo imaginarme,
como si lo hubiera vivido en mi propia carne, lo desesperado que debe estar a
veces cuando hay peleas. ¡Pobre Peter, qué necesitado de cariño está!
Me parecieron muy duras sus palabras cuando dijo que no necesitaba
amigos. ¡Ay, cómo se equivoca! No creo que lo diga en serio. Se aferra a su
masculinidad, a su soledad y a su falsa indiferencia para no salirse de su
papel, y para no tener que mostrar nunca cómo se siente. ¡Pobre Peter! ¿Hasta
cuándo podrá seguir haciendo este papel? ¿Cuánto faltará para que, después de
tanto esfuerzo sobrehumano, explote?
¡Ay, Peter, ojalá pudiera ayudarte y tú permitieras que lo hiciera!
¡Los dos juntos podríamos ahuyentar nuestras respectivas soledades!
Pienso mucho, pero digo poco. Me pongo contenta cuando le veo y si al
mismo tiempo brilla el sol. Ayer, cuando me estaba lavando la cabeza, me puse
bastante eufórica, a sabiendas de que en la habitación de al lado estaba él. No
pude remediarlo: cuanto más callada y seria estoy por dentro, tanto más
bulliciosa me pongo por fuera. ¿Quién será el primero en descubrir mi coraza y
perforarla?
¡Qué suerte que los Van Daan no tienen una niña! Mi conquista no sería
tan difícil, tan hermosa y tan placentera si no fuera justamente por la
atracción del sexo opuesto.
Tu Ana M. Frank
P. D. Sabes que soy sincera contigo al escribirte, y por eso es
que debo confesarte que en realidad vivo de encuentro en encuentro.
Estoy continuamente al acecho para ver si descubro que también él vive
esperándome a mí, y salto de alegría dentro de mí cuando noto sus pequeños y
tímidos esfuerzos al respecto. Creo que Peter quisiera tener la misma
facilidad de expresión que yo; no sabe que justamente su torpeza me enternece.
Martes, 7
de marzo de 1944
Querida Kitty:
Cuando me pongo a pensar en la vida que llevaba en 1942, todo me parece
tan irreal. Esa vida de gloria la vivía una Ana Frank muy distinta de la Ana
que aquí se ha vuelto tan juiciosa. Una vida de gloria, eso es lo que era. Un
admirador en cada esquina, una veintena de amigas y conocidas, la favorita de
la mayoría de los profesores, consentida por papá y mamá, muchas golosinas,
dinero suficiente..., ¿qué más se podía pedir?
Seguro que te preguntarás cómo hice para ganarme la simpatía de toda
esa gente. Dice Peter que por mi «encanto personal», pero eso no es del todo
cierto. A todos los profesores les gustaban y les divertían mis respuestas
ingeniosas, mis ocurrencias, mi cara sonriente y mi ojo crítico. No había más.
Era terriblemente coquetona y divertida. Además, tenía algunas ventajas por
las que me ganaba el favor de los que me rodeaban: mi esmero, mi sinceridad y
mi generosidad. Nunca le habría negado a nadie, fuera quien fuera, que en
clase copiara de mí; repartía golosinas a manos llenas y nunca se me subían
los humos.
¿No me habré vuelto temeraria después de tanta admiración? Es una
suerte que en medio de todo aquello, en el punto culminante de la fiesta,
volviera de repente a la realidad, y ha tenido que pasar más de un año para
que me diera cuenta de que ya nadie me demuestra su admiración.
¿Cómo me veían en el colegio? Como la que dirigía las bromas y los
chistes, siempre haciendo la gallito y nunca de mal humor o lloriqueando. No
era de sorprender que a todos les gustara acompañarme al colegio en bici o
cubrirme de atenciones.
Veo a esa Ana Frank como a una niña graciosa, divertida, pero superficial,
que no tiene nada que ver conmigo. ¿Qué es lo que ha dicho Peter de mí?
«Siempre que te veía, estabas rodeada de dos o más chicos y un grupo de chicas.
Siempre te reías y eras el centro de la atención.» Tenía razón.
¿Qué es lo que ha quedado de aquella Ana Frank? Ya sé que he conservado
mi sonrisa y mi manera de responder, y que aún no he olvidado cómo criticar a
la gente, e incluso lo hago mejor que antes, y que sigo coqueteando y siendo
divertida cuando quiero...
Ahí está el quid de la cuestión: una noche, un par de días, una semana
me gustaría volver a vivir así, aparentemente despreocupada y alegre. Pero al
final de esa semana estaría muerta de cansancio y al primero que se le
ocurriera hablarme de algo interesante le estaría enormemente agradecida. No
quiero admiradores, sino amigos, no quiero que se maravillen por mi sonrisa
lisonjera, sino por mi manera de actuar y mi carácter. Sé muy bien que en ese
caso el círculo de personas en torno a mí se reduciría bastante, pero ¿qué
importaría que no me quedaran sino unas pocas personas? Pocas, pero sinceras.
Pese a todo, en 1942 tampoco era enteramente feliz. A menudo me sentía
abandonada, pero como estaba ocupada de la mañana a la noche, no me ponía a
pensar y me divertía todo lo que podía, intentado, consciente o
inconscientemente, ahuyentar con bromas el vacío.
Ahora examino mi propia vida y me doy cuenta de que al menos una fase
ha concluido irreversiblemente: la edad escolar, tan libre de preocupaciones y
problemas, que nunca volverá. Ya ni siquiera la echo en falta: la he superado.
Ya no puedo hacer solamente tonterías; una pequeña parte en mí siempre
conserva su seriedad.
Veo mi vida de niña hasta el año nuevo de 1944 como bajo una lupa muy
potente. En casa, la vida con mucho sol; luego aquí, en 1942, el cambio tan
repentino, las peleas, las recriminaciones; no lograba entenderlo, me había
cogido por sorpresa, y la única postura que supe adoptar fue la de ser
insolente.
Luego los primeros meses de 1943, los accesos de llanto, la soledad,
el ir dándome cuenta paulatinamente de todos mis fallos y defectos, que son tan
grandes y que parecían ser dos veces más grandes. De día hablaba y hablaba,
intentaba atraer a Pim hacia mí, pero sin resultado, me veía ante la difícil
tarea de hacerme a mí misma de tal forma que ya no me hicieran esos reproches
que tanto me oprimían y desalentaban.
Después del verano de ese año las cosas mejoraron. Dejé de ser tan
niña, me empezaron a tratar más como a una adulta. Comencé a pensar, a escribir
cuentos, y llegué a la conclusión de que los demás ya no tenían nada que ver
conmigo, que no tenían derecho a empujarme de un lado para otro como si fuera
el péndulo de un reloj; quería reformarme a mí misma según mi propia voluntad.
Comprendí que me podía pasar sin mamá, de manera total y absoluta, lo que me
dolió, pero algo que me afectó mucho más fue darme cuenta de que papá nunca
Negaría a ser mi confidente. No confiaba en nadie más que en mí misma.
Después de Año Nuevo el segundo gran cambio: mi sueño... con el que
descubrí mis deseos de tener... un amigo o novio; no quería una amiga mujer,
sino un amigo varón. También descubrí dentro de mí la felicidad y mi coraza de
superficialidad y alegría. Pero de tanto en tanto me volvía silenciosa. Ahora
no vivo más que para Peter, porque de él dependerá en gran medida lo que me
ocurra de ahora en adelante.
Y por las noches, cuando acabo mis rezos pronunciando las palabras «Te
doy las gracias por todas las cosas buenas, queridas y hermosas», oigo gritos
de júbilo dentro de mí, porque pienso en esas «cosas buenas», como nuestro
escondite, mi buena salud y todo mi ser, en las cosas queridas, como Peter y
esa cosa diminuta y sensible que ninguno de los dos se atreve a nombrar aún, el
amor, el futuro, la dicha, y en las cosas hermosas, como el mundo, la
Naturaleza y la gran belleza de todas las cosas hermosas juntas.
En esos momentos no pienso en la desgracia, sino en todas las cosas
bellas que aún quedan. Ahí está gran parte de la diferencia entre mamá y yo. El
consejo que ella da para combatir la melancolía es: «Piensa en toda la
desgracia que hay en el mundo y alégrate de que no te pase a ti.» Mi consejo
es: «Sal fuera, a los prados, a la naturaleza y al sol. Sal fuera y trata de
reencontrar la felicidad en ti misma; piensa en todas las cosas bellas que hay
dentro de ti y a tu alrededor, y sé feliz.»
En mi opinión, la frase de mamá no tiene validez, porque ¿qué se supone
que tienes que hacer cuando esa desgracia sí te pasa? Entonces, estás perdida.
Por otra parte, creo que toda desgracia va
acompañada de alguna cosa bella, y si te fijas en ella, descubres cada
vez más alegría y encuentras un mayor equilibrio. Y el que es feliz hace feliz
a los demás; el que tiene valor y fe, nunca estará sumido en la desgracia.
Tu Ana M. Frank
Miércoles,
8 de marzo de 1944
Margot y yo nos hemos estado escribiendo notitas, sólo por divertirnos,
naturalmente.
Ana: Cosa curiosa, a mí las cosas que pasan por la noche sólo me
vuelven a la memoria mucho más tarde. Ahora, por ejemplo, recuerdo de repente
que anoche el señor Dussel estuvo roncando como un loco (ahora son las tres
menos cuarto del miércoles por la tarde y el señor Dussel está otra vez
roncando, por eso me acordé, claro). Cuando tuve que hacer pipí en el orinal,
hice más ruido de lo normal, para hacer que cesaran los ronquidos.
Margot: ¿Qué es mejor: los resuellos o los ronquidos?
Ana: Los ronquidos, porque si yo hago ruido, cesan sin que la persona
en cuestión se despierte.
Lo que no le he escrito a Margot, pero que sí te confieso a ti, querida
Kitty, es que sueño mucho con Peter. Anteanoche, en nuestro cuarto de estar de
aquí, soñé que estaba patinando en la pista de hielo de la Apollolaan con un
chico bajito, ése que tenía una hermana que siempre llevaba una falda azul y
tenía patas de alambre. Le dije que me llamaba Ana y le pregunté su nombre. Se
llamaba Peter. En mi sueño me pregunté a cuántos Peter conocía ya.
Luego también soñé que estábamos en la habitación de Peter, uno frente
a otro al lado de la escalera. Le dije algo, me dio un beso, pero me contestó
que no me quería tanto como yo pensaba y que dejara de coquetear. Con voz
desesperada y suplicante, le dije:
-¡Pero si yo no coqueteo, Peter!
Cuando me desperté, me alegré de que Peter no hubiera dicho eso.
Anoche también nos estábamos besando, pero las mejillas de Peter me
decepcionaron, porque no eran tan suaves como parecen, sino que eran como las
mejillas de papá, o sea, como las de un hombre que ya se afeita.
Viernes,
10 de marzo de 1944
Mi querida Kitty.
Hoy es aplicable el refrán que dice que las desgracias nunca vienen
solas. Lo acaba de decir Peter. Te contaré todas las cosas desagradables que
nos pasan y las que quizá aún nos aguardan.
En primer lugar, Miep está enferma, a raíz de la boda de Henk y Aagje,
celebrada ayer en la iglesia del Oeste, donde se resfrió. En segundo lugar, el
señor Kleiman aún no ha vuelto desde que tuvo la hemorragia estomacal, con lo
que Bep sigue sola en la oficina. En tercer lugar, la Policía ha arrestado a un
señor, cuyo nombre no mencionaré. No sólo es horrible para el susodicho señor,
sino también para nosotros, ya que andamos muy escasos de patatas, mantequilla
y mermelada. El señor M., por llamarlo de alguna manera, tiene cinco hijos
menores de trece años y uno más en camino.
Anoche tuvimos otro pequeño sobresalto, ya que de repente se pusieron a
golpear en la pared de al lado. Estábamos cenando. El resto de la noche
transcurrió en un clima de tensión y nerviosismo.
Últimamente no tengo ningunas ganas de escribirte sobre lo que acontece
en casa. Me preocupan mucho más mis propias cosas. Pero no me entiendas mal,
porque lo que le ha ocurrido al pobre y bueno del señor M. me parece horrible,
pero en mi diario de cualquier forma no hay demasiado sitio para él.
El martes, miércoles y jueves estuve con Peter desde las cuatro y media
hasta las cinco y cuarto. Estudiamos francés y charlamos sobre miles de cosas.
Realmente me hace mucha ilusión esa horita que pasamos juntos por la tarde, y
lo mejor de todo es que creo que también a Peter le gusta que yo vaya.
Tu Ana M. Frank
Sábado,
11 de marzo de 1944
Querida Kitty:
Últimamente estoy hecha un culo de mal asiento. Voy de abajo al piso de
arriba y vuelta abajo. Me gusta mucho hablar con Peter, pero siempre tengo
miedo de molestarlo. Me ha contado algunas cosas sobre su vida de antes, sobre
sus padres y sobre sí mismo. Yo con eso no tengo suficiente, pero a cada cinco
minutos me pregunto cómo se me ocurre pedir más. A él yo antes le parecía
insoportable, lo que era una cosa recíproca; ahora yo he cambiado de opinión,
entonces ¿también él habrá cambiado de opinión? Supongo que sí, pero eso no
implica que tengamos que ser grandes amigos, aunque para mí eso haría mucho más
soportable toda esta historia de estar escondida. Pero no me engaño; me ocupo
bastante de él y no tengo por qué aburrirte a la vez que a mí, porque la
verdad es que ando bastante desanimada.
Domingo,
12 de marzo de 1944
Querida Kitty:
Todo está cada vez más patas arriba. Desde ayer, Peter ya no me dirige
la mirada. Es como si estuviera enfadado conmigo, y por eso me esfuerzo para no
ir detrás de él y para hablarle lo menos posible, ¡pero es tan difícil! ¿Qué
será lo que a menudo lo aparta de mí y a menudo lo empuja hacia mí? Quizá sólo
yo me imagine que las cosas son peores de lo que son en realidad, quizás él también
tenga sus estados de ánimo, quizá mañana :todo haya pasado...
Lo más difícil de todo es mantenerme igual por fuera, cuando por dentro
estoy triste y me siento mal. Tengo que hablar, ayudar, estar sentados juntos y
sobre todo estar alegre. Lo que más echo de menos es la Naturaleza y algún
lugar en el que pueda estar sola todo el tiempo que quiera. Creo que estoy
mezclando muchas cosas, Kitty, pero es que estoy muy confusa: por un lado me
vuelve loca el deseo de tenerlo a mi lado, y casi no puedo estar en la habitación
sin mirarlo, y por el otro me pregunto por qué me importa tanto en realidad, y
por qué no puedo recuperar la tranquilidad.
Día y noche, siempre que estoy despierta, no hago más que preguntarme:
«¿Le has dejado suficientemente en paz? ¿No subes a verle demasiado? ¿No hablas
demasiado a menudo de temas serios de los que él todavía no sabe hablar? ¿Es
posible que él no te encuentre nada simpática? ¿Habrá sido todo el asunto pura
imaginación? Pero entonces, ¿por qué te ha contado tantas cosas sobre sí
mismo? ¿Se habrá arrepentido de haberlo hecho?» Y muchas otras cosas más.
Ayer por la tarde, después de escuchar una ristra de noticias tristes
de fuera, estaba tan hecha polvo que me eché en el diván para dormir un rato.
Sólo quería dormir, para no pensar. Dormí hasta las cuatro de la tarde, y
entonces tuve que ir a la habitación. Me resultó muy difícil responder a todas
las preguntas de mamá y encontrar una excusa para explicarle a papá por qué había
dormido. Como pretexto dije que tenía dolor de cabeza, con lo que no mentí,
puesto que de verdad lo tenía..., ¡por dentro!
La gente normal, las niñas normales, las chicas como yo, dirán que ya
basta de tanta autocompasión, pero ahí está el quid de la cuestión: yo te
cuento todo lo que me pesa en el corazón, y el resto del día me muestro de lo
más atrevida, alegre y segura de mí misma, con tal de evitar cualquier pregunta
y de no enfadarme conmigo misma.
Margot es muy buena conmigo y quisiera ser mi confidente, pero sin
embargo yo no puedo contarle todas mis cosas. Me toma en serio, demasiado en
serio, y reflexiona mucho sobre su hermanita loca, me mira con ojos
inquisitivos cuando le cuento algo y siempre se pregunta: «¿Me lo dice en serio
o me lo dice por decir?»
Todo tiene que ver con que estamos siempre juntas y con que yo no
soportaría tener a mi confidente siempre a mi lado.
¿Cuándo saldré de esta maraña de pensamientos? ¿Cuándo volverá a haber
paz y tranquilidad dentro de mí?
Tu Ana
Martes,
14 de marzo de 1944
Querida Kitty:
Te parecerá divertido -para mí no lo es en absoluto- saber lo que
cenaremos hoy. En estos momentos, dado que abajo está trabajando la mujer de la
limpieza, estoy sentada junto a la mesa con el hule de los Van Daan, tapándome
la nariz y la boca con un pañuelo impregnado de un exquisito perfume de antes
de escondernos. Supongo que no entenderás nada, de modo que empezaré por el
principio. Como a nuestros proveedores de cupones se los han llevado los
alemanes, ya no tenemos cupones ni manteca; sólo nos quedan nuestras cinco
cartillas de racionamiento. Como Miep y Kleiman están otra vez enfermos, Bep no
puede salir a hacer los recados, y como hay un ambiente muy triste, la comida
también lo es. A partir de mañana ya no habrá nada de manteca, mantequilla ni
margarina. Ya no desayunamos con patatas fritas (por ahorrar pan), sino con
papilla de avena, y como la señora teme que nos muramos de hambre, hemos
comprado una cantidad extra de leche entera. El almuerzo de hoy consiste en un
guiso de patatas y col rizada de conserva. De ahí las medidas de precaución con
el pañuelo. ¡Es increíble el olor que despide la col rizada, que seguramente ya
lleva varios años en conserva! La habitación huele a una mezcla de ciruelas en
descomposición, conservante amargo y huevos podridos. ¡Qué asco! La sola idea
de que tendré que comerme esa porquería me da náuseas. A ello hay que sumarle
que nuestras patatas han sufrido unas enfermedades tan extrañas que de cada dos
cubos de patatas, uno va a parar a la estufa. Nos divertimos tratando de
determinar con exactitud las distintas enfermedades que tienen, y hemos
llegado a la conclusión de que se van turnando el cáncer, la viruela y el
sarampión. Entre paréntesis, no es ninguna bicoca tener que estar escondidos en
este cuarto año que transcurre desde la invasión. ¡Ojalá que toda esta
porquería de guerra se acabe pronto!
A decir verdad, lo de la comida me importaría poco, si al menos otras
cosas aquí fueran más placenteras. Ahí está el meollo de la cuestión: esta vida
tan aburrida nos tiene fastidiados a todos. Te enumero la opinión de cinco
escondidos mayores sobre la situación actual (los menores no pueden tener una
opinión, algo a lo que por una vez me he atenido):
La señora Van Daan:
«La tarea de reina de la cocina hace rato que no tiene ningún aliciente
para mí. Pero como me aburre estar sentada sin hacer nada, me pongo otra vez a
cocinar. Y sin embargo me quejo: cocinar sin manteca es imposible, me marean
los malos olores. Y luego me pagan con ingratitud y con gritos todos mis
esfuerzos, siempre soy la oveja negra, de todo me echan la culpa. Por otra
parte, opino que la guerra no adelanta mucho, los alemanes al final se harán
con la victoria. Tengo mucho miedo de que nos muramos de hambre y despotrico
contra todo el mundo cuando estoy de mal humor.»
El señor Van Daan:
«Necesito fumar, fumar y fumar, y así la comida, la política, el mal
humor de Kerli y todo lo demás no es tan grave. Kerli es una buena mujer. Si no
me dan nada que fumar, me pongo malo, y además quiero comer carne, y además
vivimos muy mal, nada está bien y seguro que acabaremos tirándonos los trastos
a la cabeza. ¡Vaya una estúpida que está hecha esta Kerli mía!»
La señora Frank:
«La comida no es tan importante, pero ahora mismo me gustaría comer
una rebanada de pan de centeno, porque tengo mucha hambre. Yo en el lugar de la
señora Van Daan, le hubiera puesto coto hace rato a esa eterna manía de fumar
del señor. Pero ahora me urge fumar un cigarrillo, porque tengo la cabeza que
está a punto de estallar. Los Van Daan son una gente horrible. Los ingleses
cometen muchos errores, pero la guerra va adelantando; necesito hablar, y
alegrarme de no estar en Polonia.
El señor Frank:
«Todo está bien, no me hace falta nada. Sin prisas, que tenemos tiempo.
Dadme mis patatas y me conformo. Hay que apartar parte de mi ración para Bep.
La política sigue un curso estupendo, soy muy optimista.»
El señor Dussel:
«Tengo que escribir mi cuota diaria, acabar todo a tiempo. La política
va viento en poo-pa, es im-po-sii-ble que nos descubran. ¡Yo, Yo y Yo...!»
Tu Ana
Jueves,
16 de marzo de 1944
Querida Kitty:
¡Pfff...! ¡Al fin! He venido a descansar después de oír tantas
historias tristes sobre los de la oficina. Lo único que andan diciendo es: «Si
pasa esto o aquello, nos veremos en dificultades, y si también se enferma
aquella, estaremos solos en el mundo, que si esto, que si aquello...»
En fin, el resto ya puedes imaginártelo; al menos supongo que conoces a
los de la Casa de atrás lo bastante como para adivinar sus conversaciones.
El motivo de tanto «que si esto, que si aquello» es que al señor
Kugler le ha llegado una citación para ir seis días a cavar, que Bep está más
que acatarrada y probablemente se tendrá que quedar en su casa mañana, que a Miep
todavía no se le ha pasado la gripe y que Kleiman ha tenido una hemorragia
estomacal con pérdida del conocimiento. ¡Una verdadera lista de tragedias para
nosotros!
Lo primero que tiene que hacer Kugler según nosotros es consultar a un
médico de confianza, pedir que le dé un certificado y presentarlo en el
ayuntamiento de Hilversum. A la gente del almacén le han dado un día de asueto
mañana, así que Bep estará sola en la oficina. Si (¡otro «si»!) Bep se llegara
a quedar en su casa, la puerta de entrada al edificio permanecerá cerrada, y
nosotros deberemos guardar absoluto silencio, para que no nos oiga Keg. Jan
vendrá al mediodía a visitar a los pobres desamparados durante media hora,
haciendo las veces de cuidador de parque zoológico, como si dijéramos.
Hoy, por primera vez después de mucho tiempo, Jan nos ha estado
contando algunas cosas del gran mundo exterior. Tendrías que habernos visto a
los ocho sentados en corro a su alrededor, parecía «Los cuentos de la
abuelita».
Jan habló y habló ante un público ávido, en primer lugar sobre la
comida, por supuesto. La señora de Pf., una conocida de Miep, cocina para él.
Anteayer le hizo zanahorias con guisantes, ayer se tuvo que comer los restos de
anteayer, hoy le, hace alubias pintas, y mañana un guiso con las zanahorias
que hayan sobrado.
Le preguntamos por el médico de Miep.
-¿Médico? -preguntó Jan-. ¿Qué queréis con él? Esta mañana le llamé
por teléfono, me atendió una de esas asistentas de la consulta, le pedí una
receta para la gripe y me contestó que para las recetas hay que pasarse de ocho
a nueve de la mañana. Si tienes una gripe muy fuerte, puedes pedir que se ponga
al teléfono el propio médico, y te dice: «Saque la lengua, diga
"aaa". Ya veo, tiene la garganta irritada. Le daré una receta, para
que se pase por la farmacia. ¡Buenos días!» Y sanseacabó. Atendiendo sólo por
teléfono, ¡así cualquiera tiene una consulta! Pero no le hagamos reproches a
los médicos, que al fin y al cabo también ellos sólo tienen dos manos, y en los
tiempos que corren los pacientes abundan y los médicos escasean.
De todos modos, a todos nos hizo mucha gracia cuando Jan reprodujo la
conversación telefónica. Me imagino cómo será la consulta de un médico hoy día.
Ya no desprecian a los enfermos del seguro, sino a los que no padecen nada, y
piensan: «¿Y usted qué es lo que viene a hacer aquí? ¡A la cola, que primero se
atiende a los enfermos de verdad!»
Tu Ana
Jueves,
16 de marzo de 1944
Querida Kitty:
Hace un tiempo maravilloso, indescriptiblemente hermoso. Pronto podré
ir al desván.
Ahora ya sé por qué estoy siempre mucho más intranquila que Peter. El
tiene una habitación propia donde trabajar, soñar, pensar y dormir. A mí me
empujan de un rincón a otro de la casa. No estoy nunca sola en mi habitación
compartida, lo que sin embargo desearía tanto. Ese es precisamente el motivo
por el que huyo al desván. Sólo allí y contigo puedo ser yo misma, aunque sólo
sea un momento. Pero no quisiera darte la lata hablándote de mis deseos; al
contrario, ¡quiero ser valiente!
Abajo por suerte no se dan cuenta de lo _que siento por dentro, salvo
que cada día estoy más fría y despreciativa con respecto a mamá, le hago menos
mimos a papá y tampoco le suelto nada a Margot: estoy herméticamente cerrada.
Ante todo debo seguir mostrándome segura de mí misma por fuera, nadie debe
saber que dentro de mí se sigue librando una batalla: una batalla entre mis
deseos y la razón. Hasta ahora ha triunfado siempre esta última, pero a la
larga ¿no resultarán más fuertes los primeros? A veces me temo que sí, y a
menudo lo deseo.
¡Ay!, es tan terriblemente difícil no soltar nunca nada delante de
Peter, pero sé que es él quien tiene que tomar la iniciativa. ¡Es tan difícil
deshacer de día todas las conversaciones y todos los actos que me han ocurrido
de noche en sueños! Sí, Kitty, Ana es una chica muy loca, pero es que los
tiempos que me han tocado vivir también lo son, y las circunstancias lo son más
aún.
Me parece que lo mejor de todo es que lo que pienso y siento, al menos
lo puedo apuntar; si no, me asfixiaría completamente. ¿Qué pensará Peter de
todas estas cosas? Una y otra vez pienso que algún día podré hablar con él al
respecto. Algo tiene que haber adivinado en mí, porque la Ana de fuera que ha
conocido hasta ahora, no le puede gustar. ¿Cómo puede ser que él, que ama tanto
la paz y la tranquilidad, tenga simpatía por mi bullicio y alboroto? ¿Será el
primero y único en el mundo que ha mirado detrás de mi máscara de hormigón?
¿Irá él a parar allí detrás dentro de poco? ¿No hay un viejo refrán que dice
que el amor a menudo viene después de la compasión, y que los dos van de la
mano? ¿No es ése también mi caso? Porque siento la misma compasión por él que
la que a menudo siento por mí misma.
No sé, realmente no sé de dónde sacar las primeras palabras, ni de
dónde habría de sacarlas él, que le cuesta mucho más hablar. ¡Ojalá pudiera
escribirle, así al menos sabría que él sabe lo que yo le quisiera decir, porque
es tan difícil decirlo con palabras!
Tu Ana M. Frank
Viernes,
17 de marzo de 1944
Queridísima Kitty:
Finalmente todo ha terminado bien, porque el catarro de Bep no se ha
convertido en gripe, sino tan sólo en afonía, y el señor Kugler se ha librado
de los trabajos forzados gracias al certificado médico. La Casa de atrás
respira aliviada. Aquí todo sigue bien, salvo que Margot y yo nos estamos
cansando un poco de nuestros padres.
No me interpretes mal, sigo queriendo a papá y Margot sigue queriendo a
papá y a mamá, pero cuando tienes la edad que tenemos nosotras, te apetece
decidir un poco por ti misma, quieres soltarte un poco de la mano de tus
padres. Cuando voy arriba, me preguntan adónde voy; sal no me dejan comer; a
las ocho y cuarto de la noche, mamá me pregunta indefectiblemente si no es hora
de cambiarme; todos los libros que leo tienen que pasar por la censura. A
decir verdad, la censura no es nada estricta y me dejan leer
casi todo, pero nos molestan los comentarios y observaciones, más todas
las preguntas que nos hacen todo el día.
Hay otra cosa que no les agrada, sobre todo en mí: que ya no quiera
estar todo el tiempo dando besitos aquí y allá. Los múltiples sobrenombres
melosos que inventan me parecen tontos, y la predilección de papá por las
conversaciones sobre ventosidades y retretes, asquerosa. En resumidas cuentas,
me gustaría perderlos de vista un tiempo, pero no lo entienden. No es que se lo
hayamos propuesto; nada de eso, de nada serviría, no lo entenderían en
absoluto.
Aun anoche Margot me decía: «¡Estoy tan aburrida de que al más mínimo
suspiro ya te pregunten si te duele la cabeza o si te sientes mal!»
Para las dos es un duro golpe el que de repente veamos lo poco que
queda de todo ese ambiente familiar y esa armonía que había en casa. Pero esto
deriva en gran medida de la desquiciada situación en que nos encontramos. Me
refiero al hecho de que nos tratan como a dos chiquillas por lo que respecta a
las cosas externas, mientras que somos mucho más maduras que las chicas de
nuestra edad en cuanto a las cosas internas. Aunque sólo tengo catorce años, sé
muy bien lo que quiero, sé quién tiene razón y quién no, tengo mi opinión, mi
modo de ver y mis principios, y por más extraño que suene en boca de una
adolescente, me siento más bien una persona y no tanto una niña, y me siento
totalmente independiente de cualquier otra persona. Sé que sé debatir y
discutir mejor que mamá, sé que tengo una visión más objetiva de las cosas, sé
que no exagero tanto como ella, que soy más ordenada y diestra y por eso -ríete
si quieres- me siento superior a ella en muchas cosas. Si quiero a una persona,
en primer lugar debo sentir admiración por ella, admiración y respeto, y estos
dos requisitos en mamá no veo que se cumplan en absoluto.
Todo estaría bien si al menos tuviera a Peter, porque a él lo admiro
en muchas cosas. ¡Ay, qué chico tan bueno y tan guapo!
Tu Ana M. Frank
Sábado,
18 de marzo de 1944
Querida Kitty:
A nadie en el mundo le he contado tantas cosas sobre mí misma y sobre
mis sentimientos como a ti. Entonces, ¿por qué no habría de contarte algo sobre
cosas sexuales?
Los padres y las personas en general se comportan de manera muy curiosa
al respecto. En vez de contarles tanto a sus hijas mujeres como a sus hijos
varones a los doce años todo lo que hay para contar, cuando surgen
conversaciones sobre el tema obligan a sus hijos a abandonar la habitación, y
que se busquen por su cuenta la información que necesitan. Cuando luego los
padres se dan cuenta de que sus hijos están enterados de algunas cosas, creen
que los críos saben más o menos de lo que saben en realidad. ¿Por qué no intentan
en ese momento recuperar el tiempo perdido y preguntarles hasta dónde llegan
sus conocimientos?
Existe un obstáculo considerable para los adultos -aunque me parece que
no es más que un pequeño obstáculo-, y es que temen que los hijos supuestamente
ya no vean al matrimonio como algo sagrado e inviolable, si se enteran de que
aquello de la inviolabilidad son cuentos chinos en la mayoría de los casos. A
mi modo de ver, no está nada mal que un hombre llegue al matrimonio con alguna
experiencia previa, porque ¿acaso tiene eso algo que ver con el propio
matrimonio?
Cuando acababa de cumplir los doce años, me contaron lo de la
menstruación, pero aún no tenía la más mínima noción de dónde venía ni qué
significaba. A los doce años y medio ya me contaron algo más, ya que Jacque no
era tan estúpida como yo. Yo misma me imaginé cómo era la cohabitación del
hombre y la mujer, pero cuando Jacque me lo confirmó, me sentí bastante
orgullosa por haber tenido tan buena intuición.
Aquello de que los niños no salen directamente de la panza, también lo
supe por Jacque, que me dijo sin más vueltas: «El producto acabado sale por el
mismo lugar por donde entra la materia prima.»
El himen y algunas otras cosas específicas las conocíamos Jacque y yo
por un libro sobre educación sexual. También sabía que se podía evitar el tener
hijos, pero seguía siendo un secreto para mí cómo era todo aquello por dentro.
Cuando llegamos aquí, papá me habló de prostitutas, etc., pero con todo quedan
algunas preguntas sin responder.
Si una madre no le cuenta todo a sus hijos, éstos se van enterando
poquito a poco, y eso no está bien.
Aunque hoy es sábado, no estoy de malas. Es que he estado en el desván
con Peter, soñando con los ojos cerrados. ¡Ha sido maravilloso!
Tu Ana M. Frank
Domingo,
19 de marzo de 1944
Querida Kitty:
Ayer fue un día muy importante para mí. Después de la comida del
mediodía, todo se desarrolló de manera normal. A las cinco puse a hervir las
patatas y mamá me dio un trozo de morcilla para que se la llevara a Peter. Al
principio yo no quería hacerlo, pero luego fui de todas formas. Él no la quiso
y tuve la horrible sensación de que todavía era por lo de la discusión sobre
la desconfianza. Llegado un momento no pude más, me vinieron las lágrimas a
los ojos y sin insistir volví a llevar el platito a mamá y me fui a llorar al
retrete. Entonces decidí hablar del asunto con Peter de una vez para siempre.
Antes de cenar éramos cuatro en su habitación ayudándole a resolver un
crucigrama, y entonces no pude decirle nada, pero justo antes de ir a
sentarnos a la mesa, le susurré:
-¿Vas a hacer taquigrafía esta noche, Peter?
-No -contestó.
-Es que luego quería hablarte.
Le pareció bien.
Después de fregar los platos fui a su habitación y le pregunté si había
rechazado la morcilla por la discusión que habíamos tenido. Pero por suerte no
era ése el motivo, sólo que no le pareció correcto ceder tan pronto. Había
hecho mucho calor en la habitación y estaba colorada como un cangrejo; por
eso, después de llevarle el agua a Margot abajo, volví un momento arriba a
tomar algo de aire. Para salvar las apariencias, primero me paré junto a la
ventana de los Van Daan, pero al poco tiempo subí a ver a Peter. Estaba en el
lado izquierdo de la ventana abierta, y yo me puse en el lado derecho. Era
mucho más fácil hablar junto a la ventana abierta, en la relativa oscuridad,
que con mucha luz, y creo que también a Peter le pareció así. Nos contamos
tantas, pero tantas cosas, que simplemente no podría repetirlo todo aquí, pero
fue muy bonito, la noche más hermosa que he vivido hasta ahora en la Casa de
atrás. Sin embargo, te resumiré en pocas palabras de qué temas hablamos:
Primero hablamos de las peleas, de que ahora mi actitud con respecto a
ellas es muy distinta, luego sobre nuestra separación con respecto a nuestros
padres. Le hablé de mamá y papá, de Margot y de mí misma. En un momento dado me
dijo:
-Vosotros seguro que os dais las buenas noches con un beso.
-¿Uno? ¡Un montón! Tú no, ¿verdad?
-No, yo casi nunca le he dado un beso a nadie.
-¿Para tu cumpleaños tampoco?
-Sí, para mi cumpleaños sí.
Hablamos de la confianza, de que ninguno de los dos la hemos tenido con
nuestros padres. De que sus padres se quieren mucho y que también quisieran
tener la confianza de Peter, pero que él no quiere. De que cuando yo estoy
triste me desahogo llorando en la cama, y que él sube al desván a decir
palabrotas. De que Margot y yo sólo hace poco que hemos intimado, y que tampoco
nos contamos tanto, porque estamos siempre juntas. En fin, de todo un poco, de
la confianza, de los sentimientos y de nosotros mismos. Y resultó que Peter
era tal como yo sabía que era.
Luego nos pusimos a hablar sobre el período de 1942, sobre lo distintos
que éramos entonces. Ninguno de los dos se reconoce en como era en aquel
período. Lo insoportables que nos parecíamos al principio. Para él yo era una
parlanchina y muy molesta, y a mí él muy pronto me pareció muy aburrido.
Entonces no entendía por qué no me cortejaba, pero ahora me alegro. Otra cosa
de la que habló fue de lo mucho que se aislaba de los demás, y yo le dije que
entre mi bullicio y temeridad y su silencio no había tanta diferencia, que a
mí también me gusta la tranquilidad, y que no tengo nada para mí sola, salvo mi
diario, que todos se alegran cuando los dejo tranquilos, en primer lugar el
señor Dussel, y que tampoco quiero estar siempre en la habitación. Que él está
muy contento de que mis padres tengan hijos, y que yo me alegro de que él esté
aquí. Que ahora sí comprendo su recogimiento y la relación con sus padres, y
que me gustaría ayudarle con las peleas.
-¡Pero si tú ya me ayudas!
-¿Cómo? -le pregunté muy sorprendida.
-¡Con tu alegría!
Es lo más bonito que me ha dicho hasta ahora. También me dijo que no le
parecía para nada molesto que fuera a verle como antes, sino que le agradaba.
Yo también le dije que todos esos nombres cariñosos de papá y mamá no tienen
ningún contenido, que la confianza no se crea dando un besito acá y otro allá.
Otra cosa de la que hablamos fue de nuestra propia voluntad, del diario y la soledad,
de la diferencia que hay entre la persona interior y exterior que todos
tenemos, de mi máscara, etc.
Fue hermoso, debe de haber empezado a quererme como a una compañera, y
eso por ahora me basta. Me faltan las palabras, de lo agradecida y contenta que
estoy, y debo pedirte disculpas, Kitty, por el estilo infame de mis escritos de
hoy. He escrito todo tal y como se me ha ido ocurriendo...
Tengo la sensación de que Peter y yo compartimos un secreto. Cuando me
mira con esos ojos, esa sonrisa y me guiña el ojo, dentro de mí se enciende
una lucecita. Espero que todo pueda seguir siendo así, y que juntos podamos
pasar muchas, muchas horas agradables.
Tu Ana, agradecida y contenta
Lunes, 20
de marzo de 1944
Querida Kitty:
Esta mañana, Peter me preguntó si me apetecía pasar más a menudo por
la noche, que de ningún modo le molestaría y que en su habitación tanto cabían
dos como uno. Le dije que no podía pasar todas las noches, ya que abajo no lo
consentirían, pero me dijo que no les hiciera caso. Le dije que me gustaría
pasar el sábado por la noche, y le pedí que sobre todo me avisara cuando se
pudiera ver la luna.
-Entonces iremos a mirarla abajo -dijo.
Me pareció bien, porque mi miedo a los ladrones tampoco es para tanto.
Entretanto algo ha eclipsado mi felicidad. Hacía rato que me parecía
que a Margot Peter le caía más que simpático. No se hasta que punto le quiere,
pero es que me resulta un tanto embarazoso. Ahora, cada vez que me encuentro
con Peter, tengo que hacerle daño adrede a Margot, y lo mejor del caso es que
ella lo disimula muy bien. Se que en su lugar yo estaría muerta de celos, pero
Margot sólo dice que no tengo que tener compasión con ella.
-Me sabe mal que tú te quedes así, al margen -añadí.
-Estoy acostumbrada -contestó en tono acre.
Esto todavía no me atrevo a contárselo a Peter, quizá más adelante;
aún nos quedan tantas otras cosas que aclarar primero...
Anoche mamá me dio un cachete, que a decir verdad me lo había ganado.
Debo contenerme un poco en cuanto a mis demostraciones de indiferencia y
desprecio hacia ella. Así que tendré que volver a tratar de ser amable y
guardarme mis comentarios pese a todo.
Tampoco Pim es tan cariñoso como antes. Intenta ser menos infantil en
su comportamiento con nosotras, pero ahora se ha vuelto demasiado frío. Ya
veremos lo que pasa. Me ha amenazado con que si no estudio álgebra, que no me
crea que luego me pagará clases particulares. Aunque aún puede esperar,
quisiera volver a empezar, a condición de que me den otro libro.
Por ahora basta. No hago más que mirar a Peter y estoy a punto de
rebosar.
Tu Ana M. Frank
Una prueba del espíritu bondadoso de Margot. Esto lo he recibido hoy,
20 de marzo de 1944:
Ana, cuando ayer te dije que no tenía celos de ti, sólo fui sincera
contigo a medias. La verdad es que no tengo celos de ti ni :de Peter, sólo que
lamento un poco no haber encontrado aún a nadie -y seguro que por el momento
tampoco lo encontraré- con quien hablar de lo que pienso y de lo que siento.
Pero eso no quita que os desee de todo corazón que podáis teneros confianza
mutuamente. Aquí ya echamos de menos bastantes cosas que a otros les resultan
muy naturales.
Por otro lado, estoy segura de que con Peter nunca habría llegado muy
lejos, porque tengo la sensación de que mi relación con la persona a la que
quisiera contarle todas mis cosas tendría que ser bastante íntima. Tendría que
tener la impresión de que me comprendiera totalmente, aun sin que yo le
contara tanto. Pero entonces tendría que ser una persona a quien considerara
superior a mí, y eso
con Peter nunca podría ser. En tu caso sí que me podría imaginar una
cosa así.
De modo que no necesitas hacerte ningún reproche de que me pueda faltar
algo o porque estés haciendo algo que me correspondía a mí. Nada de eso. Tú y
Peter sólo saldréis ganando con el trato mutuo.
Ésta fue mi respuesta:
Querida Margot:
Tu carta me pareció enormemente cariñosa, pero no ha terminado de
tranquilizarme y creo que tampoco lo hará.
Entre Peter y yo aún no existe tal confianza en la medida que tú dices,
y frente a una ventana abierta y oscura uno se dice más cosas que a plena luz
del sol. También resulta más fácil contarse lo que uno siente susurrando, que
no gritando a los cuatro vientos. Tengo la impresión de que has ido
desarrollando una especie de cariño fraternal por Peter y de que quisieras
ayudarle, al menos igual que yo. Quizá algún día puedas llegar a hacerlo,
aunque ésa no sea la confianza como la entendemos tú y yo. Opino que la
confianza es una cosa mutua, y creo que es ése el motivo por el cual entre
papá y yo nunca hemos llegado a ese punto. No nos ocupemos más del asunto y ya
no hablemos de él. Si quieres alguna otra cosa de mí, te pido que me lo hagas
saber por escrito, porque así podré expresar mucho mejor que oralmente lo que
te quiera decir. No sabes lo mucho que te admiro y sólo espero que algún día yo
también pueda tener algo de la bondad de papá y de la tuya, porque entre las
dos ya no veo mucha diferencia.
Tu Ana
Miércoles,
22 de marzo de 1944
Querida Kitty:
Esta es la respuesta de Margot, que recibí anoche:
Querida Ana:
Tu carta de ayer me ha dado la desagradable impresión de que cada vez
que vas a estudiar o a charlar con Peter te da cargo de conciencia, pero de
verdad me parece que no hay motivo para ello. Muy dentro de mí algo me dice que
una persona tiene derecho a la confianza mutua, pero yo aún no estoy preparada
para que esa persona sea Peter.
Sin embargo, tal como me has escrito, me da la impresión de que Peter
es como un hermano, aunque, eso sí, un hermano menor, y de que nuestros
sentimientos extienden unas antenas buscándose mutuamente, para que quizás
algún día, o tal vez nunca, puedan encontrarse en un cariño como de hermano a
hermana; pero aún no hemos llegado a tanto, ni mucho menos. De modo que de
verdad no hace falta que te compadezcas de mí. Disfruta lo más que puedas de la
compañía que has encontrado.
Ahora aquí todo es cada día más hermoso. Creo, Kitty, que en la Casa de
atrás quizá tengamos un verdadero gran amor. Todas esas bromas sobre que Peter
y yo terminaremos casándonos si seguimos aquí mucho más tiempo, ahora resulta
que no estaban tan fuera de lugar. No es que esté pensando en casarme con él;
no sé cómo será cuando sea mayor, ni si llegaremos a querernos tanto como para
que deseemos casarnos.
Entretanto estoy convencida de que Peter también me quiere; de qué
manera exactamente, no lo sé. No alcanzo a descubrir si lo que busca es una
buena amiga, o si le atraigo como chica, o como hermana. Cuando me dijo que
siempre le ayudo cuando sus padres se pelean, me puse muy contenta y me
pareció que era el primer paso para creer en su amistad. Ayer le pregunté lo
que haría si hubiera aquí una docena de Anas que lo visitaran continuamente. Su
respuesta fue:
-Si fueran todas como tú, no sería tan grave.
Es muy hospitalario conmigo y de verdad creo que le gusta que vaya a
verle. Ahora estudia francés con mucho empeño, incluso por la noche en la cama,
hasta las diez y cuarto.
¡Ay, cuando pienso en el sábado por la noche, en nuestras palabras, en
nuestras voces, me siento satisfecha por primera vez en mi vida! Me refiero a
que ahora volvería a decir lo mismo y que no lo cambiaría todo, como otras
veces. Es muy guapo, tanto cuando se ríe como cuando está callado, con la
mirada perdida. Es muy cariñoso y bueno y guapo. Creo que lo que más le ha
sorprendido de mí es darse cuenta de que no soy en absoluto la Ana superficial
y frívola, sino otra soñadora como él, con los mismos problemas.
Anoche, después de fregar los platos, contaba absolutamente con que me
invitaría a quedarme arriba; pero nada de eso ocurrió: me marché, él bajó a
llamar a Dussel para oír la radio, se quedó bastante tiempo en el cuarto de
baño, pero como Dussel tardaba demasiado en venir, subió de nuevo a su
habitación. Allí le oí pasearse de un lado a otro, y luego se acostó.
Estuve toda la noche muy intranquila, y a cada rato me iba al cuarto de
baño a lavarme la cara con agua fría, leía un poco, volvía a soñar, miraba la
hora y esperaba, esperaba, esperaba y le escuchaba. Cuando me acosté,
temprano, estaba muerta de cansancio.
Esta noche me toca bañarme, ¿y mañana? ¡Falta tanto para mañana!
Tu Ana M. Frank
Mi respuesta:
Querida Margot:
Me parece que lo mejor será que esperemos a verlo que pasa. Peter y yo
no tardaremos en tomar una decisión: seguir como antes, o cambiar. Cómo será,
no lo sé; en ese sentido, prefiero no pensar «más allá de mis narices».
Pero hay una cosa que seguro haré: si Peter y yo entablamos amistad,
le contaré que tú también le quieres mucho y que estás a su disposición para lo
que pueda necesitar. Esto último seguro que no lo querrás, pero eso ahora no me
importa. No sé qué piensa Peter de ti, pero se lo preguntaré cuando llegue el
momento. Seguro que no piensa mal, más bien todo lo contrario. Pásate por el
desván si quieres, o donde quiera que estemos, de verdad que no nos molestas,
ya que creo que tácitamente hemos convenido que cuando queramos hablar, lo
haremos por la noche, en la oscuridad.
¡Ánimo! Yo intento tenerlo, aunque no siempre es fácil. A ti también
te tocará, tal vez antes de lo que te imaginas.»
Tu Ana
Jueves,
23 de marzo de 1944
Querida Kitty:
Aquí todo marcha nuevamente sobre ruedas. A nuestros proveedores de
cupones los han soltado de la cárcel, ¡por suerte!
Ayer volvió Miep. Hoy le ha tocado a su marido meterse en el catre:
tiene escalofríos y fiebre, los consabidos síntomas de la gripe. Bep está
mejor, aunque la tos aún no se le ha quitado; Kleiman tendrá que quedarse en
casa bastante tiempo.
Ayer se estrelló un avión cerca de aquí. Los ocupantes se salvaron
saltando a tiempo en paracaídas. El aparato fue a parar a un colegio donde no
había niños. Un pequeño incendio y algunos muertos fueron las consecuencias del
episodio. Los alemanes dispararon a los aviadores mientras bajaban, los
amsterdameses que lo vieron soltaron bufidos de rabia por un acto tan cobarde.
Nosotras, las mujeres de la casa, nos asustamos de lo lindo. ¡Puaj, cómo odio
los tiros!
Ahora te cuento de mí.
Ayer, cuando fui a ver a Peter, no sé cómo fue que tocamos el tema de
la sexualidad. Hacía mucho que me había propuesto hacerle algunas preguntas al
respecto, Lo sabe todo. Cuando le conté que ni Margot ni yo estábamos demasiado
informadas, se sorprendió mucho. Le conté muchas cosas de Margot, y de papá y
mamá, y de que últimamente no me atrevo a preguntarles nada. Se ofreció para
informarme sobre el tema y yo aproveché gustosa su ofrecimiento. Me contó cómo
funcionan los anticonceptivos y le pregunté muy osada cómo hacen los chicos
para darse cuenta de que ya son adultos. Dijo que necesitaba tiempo para
pensarlo, y que me lo diría por la noche. Entre otras cosas, le conté aquella
historia de Jacque y de que las chicas, ante la fuerza de los varones, están
indefensas.
-¡Pues de mí no tienes nada que temer! -dijo.
Cuando volví por la noche, me contó lo de los chicos. Me dio un poco de
vergüenza, pero me gustó poder hablar de estas cosas con él. Ni él ni yo nos
podíamos imaginar que algún día pudiésemos hablar tan abiertamente sobre las
cosas más íntimas con otra chica u otro chico, respectivamente. Creo que ahora
lo sé todo. Me contó muchas cosas sobre los «preventivos», o sea, los
preservativos.
Por la noche, en el cuarto de baño, Margot y yo estuvimos hablando de
Bram y Trees.
Esta mañana me esperaba algo muy desagradable: después del desayuno,
Peter me hizo señas para que lo acompañara arriba.
-Me has tomado el pelo, ¿verdad? -dijo-. Oí lo que decíais tú y Margot
anoche en el cuarto de baño. Creo que sólo querías ver lo que Peter sabía del
asunto y luego divertirte con ello.
¡Ay, me dejó tan desconcertada! Intenté por todos los medios quitarle
de la cabeza esas mentiras infames. ¡Me imagino lo mal que se debe haber
sentido, y sin embargo nada de ello es cierto!
-Que no, Peter -le dije-. Nunca podría ser tan ruin. Te he dicho que no
diría nada, y así será. Hacer teatro de esa manera y ser tan ruin adrede, no
Peter, eso ya no sería divertido, eso sería desleal. No he dicho nada, de
verdad. ¿Me crees?
Me aseguró que me creía, pero aún tendré que hablar con él al respecto.
No hago más que pensar en ello todo el día. Menos mal que en seguida dijo lo
que pensaba; imagínate que hubiera llevado dentro de sí semejante ruindad por
mi parte. ¡El bueno de Peter!
¡Ahora sí que deberé y tendré que contarle todo!
Ta Ana
Viernes,
24 de marzo de 1944
Querida Kitty:
Últimamente subo mucho a la habitación de Peter por las noches a
respirar algo del aire fresco nocturno. En una habitación a oscuras se puede
conversar como Dios manda, mucho más que cuando el sol te hace cosquillas en la
cara. Es un gusto estar sentada arriba a su lado delante de la ventana y mirar
hacia fuera. Van Daan y Dussel me gastan bromas pesadas cuando desaparezco en
la habitación de Peter. «La segunda patria de Ana», dicen, o «¿es conveniente
que un caballero reciba la visita de una dama tan tarde por la noche, en la
oscuridad?». Peter tiene una presencia de ánimo sorprendente cuando nos hacen
esos comentarios supuestamente graciosos. Por otra parte, Mamá es bastante
curiosa y le encantaría preguntarme de qué temas hablamos, si no fuera porque
secretamente tiene miedo a un rechazo por mi parte. Peter dice que lo que pasa
es que los mayores nos tienen envidia porque somos jóvenes y no hacemos caso de
sus comentarios ponzoñosos.
A veces viene abajo a buscarme, pero eso también es muy penoso, porque
pese a todas las medidas preventivas se pone colorado como un tomate y se le
traba la lengua. ¡Qué suerte que yo nunca me pongo colorada! Debe ser una
sensación muy desagradable.
Por lo demás, me sabe muy mal que mientras yo estoy arriba gozando de
buena compañía, Margot esté abajo sola. ¿Pero qué ganamos con cambiarlo? A mí
no me importa que venga arriba con nosotros, pero es que sobraría y no se
sentiría cómoda.
Todo el día me hacen comentarios sobre nuestra repentina amistad, y te
prometo que durante la comida ya se ha dicho no sé cuántas veces que tendremos
que casarnos en la Casa de atrás, si la guerra llega a durar cinco años más. ¿Y
a nosotros qué nos importan esas habladurías de los viejos? De cualquier
manera no mucho, porque son una bobada. ¿Acaso también mis padres se han
olvidado de que han sido jóvenes? Al parecer sí; al menos, siempre nos toman
en serio cuando les gastamos una broma, y se ríen de nosotros cuando hablamos
en serio.
De verdad no sé cómo ha de seguir todo esto, ni si siempre tendremos
algo de qué hablar. Pero si lo nuestro sigue en pie, también podremos estar
juntos sin necesidad de hablar. ¡Ojalá los viejos del piso de arriba no fueran
tan estúpidos! Seguro que es porque prefieren no verme. De todas formas, Peter
y yo nunca les diremos de qué hablamos. ¡Imagínate si supieran que tratamos
aquellos temas tan íntimos!
Quisiera preguntarle a Peter si sabe cómo es el cuerpo de una chica.
Creo que en los varones la parte de abajo no es tan complicada como la de las
mujeres. En las fotos o dibujos de un hombre desnudo puede apreciarse
perfectamente cómo son, pero en las mujeres no. Los órganos sexuales (o como se
llamen) de las mujeres están más escondidos entre las piernas. Es de suponer
que Peter nunca ha visto a una chica de tan cerca, y a decir verdad, yo
tampoco. Realmente lo de los varones es mucho más sencillo.
¿Cómo diablos tendría que explicarle a Peter el funcionamiento del
aparato femenino? Porque, por lo que me dijo una vez, ya me he dado cuenta de
que no lo sabe exactamente. Dijo algo de la abertura del útero, pero ésta está
por dentro, y no se la puede ver.
Es notable lo bien organizada que está esa parte del cuerpo en no
sotras. Antes de cumplir los once o doce años, no sabía que también estaban los
labios de dentro de la vulva, porque no se veían. Y lo más curioso del caso es
que yo pensaba que la orina salía del clí-
toris. Una vez, cuando le pregunté a mamá lo que significaba esa cosa
sin salida, me dijo que no sabía. ¡Qué rabia me da que siempre se esté
haciendo la tonta!
Pero volvamos al tema. ¿Cómo diablos hay que hacer para describir la
cosa sin un ejemplo a mano? ¿Hacemos la prueba aquí? ¡Pues vamos!
De frente, cuando estás de pie, no ves más que pelos. Entre las piernas
hay una especie de almohadillas, unos elementos blandos, también con pelo, que
cuando estás de pie están cerradas, y no se puede ver lo que hay dentro. Cuando
te sientas, se separan, y por dentro tienen un aspecto muy rojo y carnoso, nada
bonito. En la parte superior, entre los labios mayores, arriba, hay como un
pliegue de la piel, que mirado más detenidamente resulta ser una especie de
tubo, y que es el clítoris. Luego vienen los labios menores, que también están
pegados uno a otro como si fueran un pliegue. Cuando se abren, dentro hay un
bultito carnoso, no más grande que la punta de un dedo. La parte superior es
porosa: allí hay unos cuantos orificios por donde sale la orina. La parte
inferior parece estar compuesta sólo por piel, pero sin embargo allí está la
vagina. Está casi toda cubierta de pliegues de la piel, y es muy difícil
descubrirla. Es tan tremendamente pequeño el orificio que está debajo, que
casi no logro imaginarme cómo un hombre puede entrar ahí, y menos cómo puede
salir un niño entero. Es un orificio al que ni siquiera con el dedo puedes
entrar fácilmente. Eso es todo, y pensar que todo esto juega un papel tan
importante.
Tu Ana M. Frank
Sábado,
25 de marzo de 1944
Querida Kitty:
Cuando una va cambiando, sólo lo nota cuando ya está cambiada. Yo he
cambiado, y mucho: completa y totalmente. Mis opiniones, mis pareceres, mi
visión crítica, mi aspecto, mi carácter: todo ha cambiado. Y puedo decirlo
tranquilamente, porque es cierto, que todo ha cambiado para bien. Ya alguna vez
te he contado lo difícil que ha sido para mí dejar atrás esa vida de muñeca
adorada y venir aquí, en medio de la cruda realidad de regañinas y de mayores.
Pero papá y mamá son culpables en gran parte de muchas de las cosas por las
que he tenido que pasar. En casa veían con gusto que fuera una chica alegre, y
eso estaba bien, pero aquí no debieron haberme instigado ni mostrado sólo el
lado de las peleas y discusiones. Pasó mucho tiempo antes de darme cuenta de
que aquí, en cuestión de peleas, van más o menos empatados. Pero ahora sé
cuántos errores se han cometido aquí, por parte de los mayores y por parte de
los jóvenes. El error más grande de papá y mamá con respecto a los Van Daan es
que nunca hablan de manera franca y amistosa (aunque lo amistoso sólo sea
fingido). Yo lo que quisiera es, ante todo, preservar la paz y no pelearme ni
cotillear. En el caso de papá y de Margot no es tan difícil; en el de mamá sí
lo es, y por eso está muy bien que ella misma a veces me llame la atención. Al
señor Van Daan una puede ganárselo dándole la razón, escuchándole muda y sin
replicar, y sobre todo... contestando a sus múltiples chistes y bromas pesadas
con otra broma. A la señora hay que ganársela hablando abiertamente y cediendo
en todo. Ella misma también reconoce sus fallos, que son muchos, sin regatear.
Me consta que ya no piensa tan mal de mí como al principio, y sólo es porque
soy sincera y no ando lisonjeando a la gente así como así. Quiero ser sincera,
y creo que siéndolo se llega mucho más lejos. Además, la hace sentir a una mucho
mejor.
Ayer la señora me habló del arroz que le hemos dado a Kleiman.
-Le hemos dado, y dado, y vuelto a dar -dijo-. Pero llega un momento en
que hay que decir: basta, ya es suficiente. El propio señor Kleiman, si se toma
la molestia, puede conseguir arroz por su cuenta. ¿Por qué hemos de dárselo
todo de nuestras provisiones? Nosotros aquí lo necesitamos igual que él.
-No, señora -le contesté-. No estoy de acuerdo con usted. Tal vez sea
cierto que el señor Kleiman puede conseguir arroz, pero le fastidia tener que
ocuparse de ello. No es asunto nuestro criticar a quienes nos protegen. Debemos
darles todo lo que no nos haga absolutamente falta a nosotros y que ellos
necesiten. Un platito de arroz a la semana no nos sirve de mucho, también podemos
comer legumbres.
A la señora no le pareció que fuera así, pero también dijo que aunque
no estaba de acuerdo, no le importaba ceder, que eso ya era otra cosa.
Bueno, dejémoslo ahí; a veces sé muy bien cuál es mi lugar, y otras aún
estoy en la duda, pero ya me abriré camino. ¡Ah!, y sobre todo ahora, que tengo
ayuda, porque Peter me ayuda a roer bastantes huesos duros y a tragar mucha
saliva.
De verdad no sé hasta qué punto me quiere o si alguna vez nos
llegaremos a dar un beso. De cualquier manera, no quisiera forzarlo. A papá le
he dicho que voy mucho a ver a Peter y le pregunté si le parecía bien.
¡Naturalmente que le pareció bien!
A Peter le cuento cosas con gran facilidad, que a otros nunca
les cuento. Así, por ejemplo, le he dicho que más tarde me gustaría mucho
escribir, e incluso ser escritora, o al menos no dejar de escribir aunque
ejerza una profesión o desempeñe alguna otra tarea.
No soy rica en dinero ni en bienes terrenales; no soy hermosa, ni
inteligente, ni lista; ¡pero soy feliz y lo seguiré siendo! Soy feliz por
naturaleza, quiero a las personas, no soy desconfiada y quiero verlas felices
conmigo.
Tuya, afectísima, Ana M. Frank
De nuevo el día no ha traído nada, ha sido como la noche cerrada.
(Esto es de hace unas semanas y ahora ya no cuenta. Pero como mis
versos son tan contados, he querido escribírtelos.)
Lunes, 27
de marzo de 1944
Querida Kitty:
En nuestra historia escrita de escondidos, no debería faltar un extenso
capítulo sobre política, pero como el tema no me interesa tanto, no le he prestado
demasiada atención. Por eso, hoy dedicaré una carta entera a la política.
Es natural que haya muchas opiniones distintas al respecto, y es aún
más lógico que en estos tiempos difíciles de guerra se hable mucho del asunto,
pero... ¡es francamente estúpido que todos se peleen tanto por ella! Que
apuesten, que se rían, que digan palabrotas, que se quejen, que hagan lo que
les venga en gana y que se pudran si quieren, pero que no se peleen, porque eso
por lo general acaba mal. La gente que viene de fuera nos trae muchas noticias
que no son ciertas; sin embargo, nuestra radio hasta ahora nunca ha mentido. En
el plano político, los ánimos de todos (Jan, Miep, Kleiman, Bep y Kugler) van
para arriba y para abajo, los de Jan algo menos que los de los demás.
Aquí, en la Casa de atrás, el ambiente en lo que a política se refiere
es siempre el mismo. Los múltiples debates sobre la invasión, los bombardeos
aéreos, los discursos, etc., etc., van acompañados de un sinnúmero de
exclamaciones, tales como «¡Im-posii-ble! ¡Por el amor de Dios, si todavía no
han empezado, adónde irremos a parrar! ¡Todo va viento en poo-pa,
es-tu-penn-do, exce-lenn-te! »
Optimistas y pesimistas, sin olvidar sobre todo a los realistas,
manifiestan su opinión con inagotable energía, y como suele suceder en todos
estos casos, cada cual cree que sólo él tiene razón. A cierta señora le irrita
la confianza sin igual que les tiene a los ingleses su señor marido, y cierto
señor ataca a su señora esposa a raíz de los comentarios burlones y despreciativos
de ésta respecto de su querida nación.
Y así sucesivamente, de la mañana a la noche, y lo más curioso es que
nunca se aburren. He descubierto algo que funciona a las mil maravillas: es
como si pincharas a alguien con alfileres, haciéndole pegar un bote.
Exactamente así funciona mi descubrimiento. Ponte a hablar sobre política, y a
la primera pregunta, la primera palabra, la primera frase... ¡ya ha metido baza
toda la familia!
Como si las Werhmachtsberichte[1] alemanas y la BBC inglesa
no fueran suficientes, hace algunos días han empezado a transmitir un
Luftlagemeldung[2]. Estupendo, en una palabra;
pero la otra cara de la moneda muchas veces decepciona. Los ingleses han hecho
de su arma aérea una empresa de régimen continuo, que sólo se puede comparar
con las mentiras alemanas, que son ídem de ídem.
O sea, que la radio se enciende ya a las ocho de la mañana (si no más
temprano) y se la escucha cada hora, hasta las nueve, las diez o, a veces,
hasta las once de la noche. Ésta es la prueba más clara de que los adultos
tienen paciencia y un cerebro de difícil acceso (algunos de ellos,
naturalmente; no quisiera ofender a nadie). Con una sola emisión, o dos a lo
sumo, nosotros ya tendríamos bastante para todo el día, pero esos viejos
gansos... en fin, que ya lo he dicho. El programa para los trabajadores, Radio
Orange, Frank Philips o Su Majestad la Reina Guillermina, a todos les llega su
turno y a todos se les sigue con atención; si no están comiendo o durmiendo, es
que están sentados alrededor de la radio y hablan de comida, de dormir o de
política. ¡Uf!, es una lata, y si no nos cuidamos nos convertiremos todos en
unos viejos aburridos. Bueno, esto ya no vale para los mayores...
Para dar ejemplos edificantes, los discursos de nuestro muy querido
Winston Churchill resultan ideales.
Nueve de la noche del domingo. La tetera está en la mesa, debajo del
cubreteteras. Entran los invitados. Dussel se sienta junto a la radio, el señor
delante, y Peter a su lado; Mamá junto al señor, la señora detrás, Margot y yo
detrás del todo y Pim junto a la mesa. Me parece que no te he descrito muy
claramente dónde se ha sentado cada uno, pero nuestro sitio tampoco importa
tanto. Los señores fuman, los ojos de Peter se cierran, por el esfuerzo que
hace al escuchar, mamá lleva una bata larga, negra, y la señora no hace más que
temblar de miedo a causa de los aviones, que no hacen caso del discurso y
enfilan alegremente hacia Essen. Papá bebe un sorbo de té, Margot y yo estamos
fraternalmente unidas por Mouschi, que ha acaparado una rodilla de cada una
para dormir. Margot se ha puesto rulos, yo llevo un camisón demasiado pequeño,
corto y ceñido. La escena parece íntima, armoniosa, pacífica, y por esta vez
lo es, pero yo espero con el corazón en un puño las consecuencias que traerá el
discurso. Casi no pueden esperar hasta el final, se mueren de impaciencia por
ver si habrá pelea o no. ¡Chis, chis! como un gato que está al acecho de un
ratón, todos se azuzan mutuamente hasta acabar en riñas y disputas.
Tu Ana
Martes, 18 de marzo de 1944
Mi querida Kitty:
Podría escribirte mucho más sobre política, pero hoy tengo antes
muchas otras cosas que contarte. En primer lugar, mamá me ha prohibido que vaya
arriba, porque según ella la señora Van Daan está celosa. En segundo lugar,
Peter ha invitado a Margot para que también vaya arriba, no sé si por cortesía
o si va en serio.
En tercer lugar, le he preguntado a papá si le parecía que debía hacer
caso de esos celos y me ha dicho que no.
¿Qué hacer? Mamá está enfadada, no me deja ir arriba, quiere que vuelva
a estudiar en la habitación con Dussel, quizá también sienta celos. Papá está
de acuerdo con que Peter y yo pasemos esas horas juntos y se alegra de que nos
llevemos tan bien. Margot también quiere a Peter, pero según ella no es lo
mismo hablar sobre determinados temas de a tres que de a dos.
Por otra parte, mamá cree que Peter está enamorado de mí; te confieso
que me gustaría que lo estuviera, así estaríamos a la par y podríamos
comunicarnos mucho mejor. Mamá también dice que Peter me mira mucho; es cierto
que más de una vez nos hemos guiñado el ojo estando en la habitación, y que él
me mira los hoyuelos de las mejillas. ¿Acaso debería yo hacer algo para
evitarlo?
Estoy en una posición muy difícil. Mamá está en mi contra, y yo en la
suya. Papá cierra los ojos ante la lucha silenciosa entre mamá y yo. Mamá está
triste, ya que aún me quiere; yo no estoy triste para nada, ya que ella y yo
hemos terminado.
¿Y Peter...? A Peter no lo quiero dejar. ¡Es tan bueno y lo admiro
tanto! Entre nosotros puede que ocurra algo muy bonito, pero ¿por qué tienen
que estar metiendo los viejos sus narices? Por suerte estoy acostumbrada a
ocultar lo que llevo dentro, por lo que no me resulta nada difícil no demostrar
lo mucho que le quiero. ¿Dirá él algo alguna vez? ¿Sentiré alguna vez su
mejilla, tal como sentí la de Petel en sueños? ¡Ay, Peter y Petel, sois el
mismo! Ellos no nos comprenden, nunca comprenderán que nos conformamos con
estar sentados Juntos sin hablar. No comprenden lo que nos atrae tanto
mutuamente. ¿Cuándo superaremos todas estas dificultades? Y sin embargo está
bien superarlas, así es más bonito el final. Cuando él está recostado con la
cabeza en mis brazos y los ojos cerrados, es aún un niño. Cuando juega con
Mouschi o habla de él, está lleno de amor. Cuando carga patatas o alguna otra
cosa pesada, está lleno de fuerza. Cuando se pone a mirar los disparos o los
ladrones en la oscuridad, está lleno de valor, y cuando hace las cosas con
torpeza y falto de habilidad, está lleno de ternura. Me gusta mucho más que él
me explique alguna cosa, y que no le tenga que enseñar algo yo. ¡Cuánto me
gustaría que fuera superior a mí en casi todo!
¡Qué me importan a mí todas las madres! ¡Ay, cuándo me dirá lo que me
tiene que decir!
Papá siempre dice que soy vanidosa, pero no es cierto: sólo soy
coqueta. No me han dicho muchas veces que soy guapa; sólo C. N. me dijo que le
gustaba mi manera de reírme. Ayer Peter me hizo un cumplido sincero y, por
gusto, te citaré más o menos nuestra conversación.
Peter me decía a menudo «¡Sonríe!», lo que me llamaba la atención.
Entonces, ayer le pregunté:
-¿Por qué siempre quieres que sonría?
-Porque me gusta. Es que se te forman hoyuelos en las mejillas. ¿De
qué te saldrán?
-Son de nacimiento. También tengo uno en la barbilla. Son los únicos
elementos de belleza que poseo.
-¡Qué va, eso no es verdad!
-Sí que lo es. Ya sé que no soy una chica guapa; nunca lo he sido y no
lo seré nunca.
-Pues a mí no me parece que sea así. Yo creo que eres guapa. -No es
verdad.
-Créetelo, te lo digo yo.
Yo, naturalmente, le dije lo mismo de él.
Tu Ana M. Frank
Miércoles,
29 de marzo de 1944
Querida Kitty:
Anoche, por Radio Orange, el ministro Bolkestein dijo que después de la
guerra se hará una recolección de diarios y cartas relativos a la guerra. Por
supuesto que todos se abalanzaron sobre mi diario. ¡Imagínate lo interesante
que sería editar una novela sobre «la Casa de atrás»! El título daría a pensar
que se trata de una novela de detectives.
Pero hablemos en serio. Seguro que diez años después de que haya
acabado la guerra, resultará cómico leer cómo hemos vivido, comido y hablado
ocho judíos escondidos. Pero si bien es cierto que te cuento bastantes cosas
sobre nosotros, sólo conoces una pequeña parte de nuestras vidas. El miedo que
tenemos las mujeres cuando hay bombardeos, por ejemplo el domingo, cuando So
aviones ingleses tiraron más de media tonelada de bombas sobre IJmuiden,
haciendo temblar las casas como la hierba al viento; la cantidad de epidemias
que se han desatado.
De todas esas cosas tú no sabes nada, y yo tendría que pasarme el día
escribiendo si quisiera contártelo todo y con todo detalle. La gente hace cola
para comprar verdura y miles de artículos más; los médicos no pueden ir a
asistir a los enfermos porque cada dos por tres les roban el vehículo; son
tantos los robos y asaltos que hay, que te preguntas cómo es que a los
holandeses les ha dado ahora por robar tanto. Niños de ocho a once años rompen
las ventanas de las casas y entran a desvalijarlas. Nadie se atreve a dejar su
casa más de cinco minutos, porque si te vas, desaparecen todas tus cosas.
Todos los días salen avisos en los periódicos ofreciendo recompensas por la
devolución de máquinas de escribir robadas, alfombras persas, relojes
eléctricos, telas, etc. Los relojes eléctricos callejeros los desarman todos, y
a los teléfonos de las cabinas no les dejan ni los cables.
El ambiente entre la población no puede ser bueno; todo el mundo tiene
hambre, la ración semanal no alcanza ni para dos días, salvo en el caso del
sucedáneo del café. La invasión se hace esperar, a los hombres se los llevan a
Alemania a trabajar, los niños caen enfermos o están desnutridos, todo el
mundo tiene la ropa y los zapatos en mal estado. Una suela cuesta 7,50 florines
en el mercado negro. Además, los zapateros no aceptan clientes nuevos, o hay
que esperar cuatro meses para que te arreglen los zapatos, que entretanto
muchas veces han desaparecido.
Hay una cosa buena en todo esto, y es que el sabotaje contra el
Gobierno aumenta a medida que la calidad de los alimentos empeora y las
medidas contra la población se hacen más severas. El servicio de distribución,
la policía, los funcionarios, todos cooperan para ayudar a sus conciudadanos,
o bien los delatan para que vayan a parar a la cárcel. Por suerte, sólo un
pequeño porcentaje de la población holandesa colabora con el bando contrario.
Tu Ana
Viernes, 31 de marzo de 1944
Querida Kitty:
Imagínate que con el frío que aún hace, la mayoría de la gente ya lleva
casi un mes sin carbón. ¿No te parece horrendo? Los ánimos en general han
vuelto a ser optimistas con respecto al frente ruso, que es formidable. Es
cierto que no te escribo tanto sobre política, pero ahora sí que tengo que
comunicarte su posición: están cerca de la Gobernación General y a orillas del
Prut, en Rumania. Han llegado casi hasta Odesa y han sitiado Ternopol, desde
donde todas las noches esperan un comunicado extra de Stalin.
En Moscú tiran tantas salvas de cañón, que la ciudad se estremece a
diario. No sé si será que les gusta hacer como si la guerra estuviera cerca, o
si es la única manera que conocen para expresar su alegría.
Hungría ha sido ocupada por tropas alemanas. Allí todavía viven un
millón de judíos. Ahora seguro que les ha llegado la hora.
Aquí no pasa nada en especial. Hoy es el cumpleaños del señor Van Daan.
Le han regalado dos paquetes de tabaco, café como para una taza, que le había
guardado su mujer, Kugler le ha regalado ponche de limón, Miep sardinas, y
nosotros agua de colonia; luego dos ramos de lilas, tulipanes, sin olvidar una
tarta rellena de frambuesas y grosellas, un tanto gomosa por la mala calidad de
la harina y la ausencia de mantequilla, pero aun así deliciosa.
Las habladurías sobre Peter y yo han remitido un poco. Esta noche
pasará a buscarme; muy amable de su parte, ¿no te parece?, sobre todo porque
odia hacerlo. Somos muy amigos, estamos mucho juntos y hablamos de los temas
más variados. Estoy tan contenta de que nunca necesite contenerme al tocar
temas delicados, como sería el caso con otros chicos. Así, por ejemplo, hemos
estado hablando sobre la sangre, y eso también abarca la menstruación, etc.
Dice que las mujeres somos muy tenaces, por la manera en que resistimos la
pérdida de la sangre así como así. Dijo que también yo era muy tenaz. Adivina
por qué.
Mi vida aquí ha mejorado mucho, muchísimo. Dios no me ha dejado sola,
ni me dejará.
Tu Ana M. Frank
Sábado, 7 de abril de 1944
Mi querida Kitty:
Y sin embargo todo sigue siendo tan difícil, ya sabes a lo que me refiero,
¿verdad? Deseo fervorosamente que me dé un beso, ese beso que está tardando
tanto. ¿Seguirá considerándome sólo una amiga? ¿Acaso no soy ya algo más que
eso?
Tú sabes y yo sé que soy fuerte, que la mayoría de las cargas las
soporto yo sola. Nunca he acostumbrado compartir mis cargas con nadie, nunca
me he aferrado a una madre, pero ¡cómo me gustaría ahora reposar mi cabeza
contra su hombro y tan sólo poder estar tranquila!
No puedo, nunca puedo olvidar el sueño de la mejilla de Peter, cuando
todo estaba tan bien. ¿Acaso él no desea lo mismo? ¿O es que sólo es demasiado
tímido para confesarme su amor? ¿Por qué quiere tenerme consigo tan a menudo
entonces? ¡Ay, ojalá me lo dijera!
Será mejor que acabe, que recupere la tranquilidad. Seré fuerte, y con un
poco de paciencia también aquello llegará, pero lo peor es que parece que
siempre fuera yo la que lo persigue. Siempre soy yo la que va arriba, y no él
quien viene hacia mí. Pero eso es por la distribución de las habitaciones, y él
entiende muy bien el inconveniente. Como también entiende tantas otras cosas.
Tu Ana M. Frank
Lunes, 3
de abril de 1944
Mi querida Kitty:
Contrariamente a lo que tengo por costumbre, pasaré a escribirte con
todo detalle sobre la comida, ya que se ha convertido en un factor primordial y
difícil, no sólo en la Casa de atrás, sino también en Holanda, en toda Europa y
aun más allá.
En los z i meses que llevamos aquí, hemos tenido unos cuantos «ciclos
de comidas». Te explicaré de qué se trata. Un «ciclo de comidas» es un período
en el que todos los días comemos el mismo plato o la misma verdura. Durante una
época no hubo otra cosa que comer que escarola: con arena, sin arena, con puré
de patatas, sola o en guiso; luego vinieron las espinacas, los colinabos, los
salsifíes, los pepinos, los tomates, el chucrut, etc.
Te aseguro que no es nada agradable comer todos los días chucrut, por
ejemplo, y menos aún dos veces al día; pero cuando se tiene hambre, se come
cualquier cosa; ahora, sin embargo, estamos en el mejor período: no se consigue
nada de verdura.
El menú de la semana para la comida del mediodía es el siguiente:
judías pintas, sopa de guisantes, patatas con albóndigas de harina, cholent[3] de patatas; luego,
cual regalo del cielo, nabizas o zanahorias podridas, y de nuevo judías. De
primero siempre comemos patatas; en primer lugar a la hora del desayuno, ya
que no hay pan, pero entonces al menos las fríen un poco. Hacemos sopa de
judías pintas o blancas, sopa de patatas, sopa juliana de sobre, sopa de pollo
de sobre, o sopa de judías pintas de sobre. Todo lleva judías pintas, hasta el
pan. Por las noches siempre comemos patatas con sucedáneo de salsa de carne y
ensalada de remolachas, que por suerte todavía nos quedan. De las albóndigas de
harina faltaba mencionar que las hacemos con harina del Gobierno, agua y
levadura. Son tan gomosas y duras que es como si te cayera una piedra en el
estómago, pero en fin...
El mayor aliciente culinario que tenemos es el trozo de morcilla de
hígado de cada semana y el pan seco con mermelada. ¡Pero aún estamos con vida,
y a veces todas estas cosas hasta saben bien!
Tu Ana M. Frank Miércoles, f de abril de 1944
Mi querida Kitty:
Durante mucho tiempo me he preguntado para qué sigo estudiando; el
final de la guerra es tan remoto y tan irreal, tan bello y maravilloso. Si a
finales de septiembre aún estamos en guerra, ya no volveré a ir al colegio,
porque no quiero estar retrasada dos años.
Los días estaban compuestos de Peter, nada más que de Peter, sueños y
pensamientos, hasta que el sábado por la noche sentí que me entraba una
tremenda flojera, un horror... En compañía de Peter estuve conteniendo las
lágrimas, más tarde, mientras tomábamos el ponche de limón con los Van Daan,
no paré de reírme, de lo animada y excitada que estaba, pero apenas estuve
sola, supe que tenía que llorar para desahogarme. Con el camisón puesto me dejé
deslizar de la cama al suelo y recé primero muy intensamente mi largo rezo;
luego lloré con la cabeza apoyada en los brazos y las rodillas levantadas, a
ras del suelo, toda encorvada. Un fuerte sollozo me hizo volver a la-habitación
y contuve mis lágrimas, ya que al lado no debían oírme. Entonces empecé a
balbucear unas palabras para alentarme a mí misma: «¡Debo hacerlo, debo hacerlo,
debo hacerlo...!» Entumecida por la inusual postura, fui a dar contra el borde
de la cama y seguí luchando, hasta que poco antes de las diez y media me metí
de nuevo en la cama. ¡Se me había pasado!
Y ahora ya se me ha pasado del todo. Debo seguir estudiando, para no
ser ignorante, para progresar, para ser periodista, porque eso es lo que quiero
ser. Me consta que sé escribir. Algunos cuentos son buenos; mis descripciones
de la Casa de atrás, humorísticas; muchas partes del diario son expresivas,
pero... aún está por ver si de verdad tengo talento.
«El sueño de Eva» es mi mejor cuento de hadas, y lo curioso es que de
verdad no sé de dónde lo he sacado. Mucho de «La vida de Cady» también está
bien, pero en su conjunto no vale nada. Yo misma soy mi mejor crítico, y el más
duro. Yo misma sé lo que está bien escrito, y lo que no. Quienes no escriben no
saben lo bonito que es escribir. Antes siempre me lamentaba por no saber
dibujar, pero ahora estoy más que contenta de que al menos sé escribir. Y si
llego a no tener talento para escribir en los periódicos o para escribir
libros, pues bien, siempre me queda la opción de escribir para mí misma. Pero
quiero progresar; no puedo imaginarme que tuviera que vivir como mamá, la
señora Van Daan y todas esas mujeres que hacen sus tareas y que más tarde todo
el mundo olvidará. Aparte de un marido e hijos, necesito otra cosa a la que
dedicarme. No quiero haber vivido para nada, como la mayoría de las personas.
Quiero ser de utilidad y alegría para los que viven a mi alrededor, aun sin
conocerme. ¡Quiero seguir viviendo, aun después de muerta! Y por eso le
agradezco tanto a Dios que me haya dado desde que nací la oportunidad de instruirme
y de escribir, o sea, de expresar todo lo que llevo dentro de mí.
Cuando escribo se me pasa todo, mis penas desaparecen, mi valentía
revive. Pero entonces surge la gran pregunta: ¿podré escribir algo grande
algún día? ¿Llegaré algún día a ser periodista y escritora?
¡Espero que sí, ay, pero tanto que sí! Porque al escribir puedo
plasmarlo todo: mis ideas, mis ideales y mis fantasías.
Hace mucho que he abandonado «La vida de Cady»; en mi mente sé
perfectamente cómo la historia ha de continuar, pero me cuesta escribirlo. Tal
vez nunca la acabe; tal vez vaya a parar a la papelera o a la estufa. No es una
idea muy alentadora, pero si lo pienso, reconozco que a los catorce años, y con
tan poca experiencia, tampoco se puede escribir filosofía.
Así que adelante, con nuevos ánimos, ya saldrá, ¡porque he de escribir,
sea como sea!
Tu Ana M. Frank
Jueves, 6
de abril de 1944
Querida Kitty:
Me has preguntado cuáles son mis pasatiempos e intereses, y quisiera
responderte, pero te aviso: no te asustes, que son unos cuantos.
En primer lugar: escribir, pero eso en realidad no lo considero un
pasatiempo.
En segundo lugar: hacer árboles genealógicos. En todos los periódicos,
libros y demás papeles busco genealogías de las familias reales de Francia,
Alemania, España, Inglaterra, Austria, Rusia, Noruega y Holanda. En muchos
casos ya voy bastante adelantada, sobre todo ya que hace mucho que llevo
haciendo apuntes cuando leo alguna biografía o algún libro de historia. Muchos
párrafos de historia hasta me los copio enteros.
Y es que mi tercer pasatiempo es la historia, y para ello papá ya me ha
comprado muchos libros. ¡No veo la hora de poder ir a la biblioteca pública
para documentarme!
Mi cuarto pasatiempo es la mitología griega y romana. También sobre
este tema tengo unos cuantos libros. Puedo nombrarte de memoria las nueve musas
y las siete amantes de Zeus, me conozco al dedillo las esposas de Hércules,
etc., etc.
Otras aficiones que tengo son las estrellas de cine y los retratos de
familia. Me encantan la lectura y los libros. Me interesa mucho la historia del
arte, sobre todo los escritores, poetas y pintores. Los músicos quizá vengan más
tarde. Auténtica antipatía le tengo al álgebra, a la geometría y a la
aritmética. Las demás asignaturas me gustan todas, especialmente historia.
Tu Ana M. Frank
Martes,
11 de abril de 1944
Mi querida Kitty:
La cabeza me da vueltas, de verdad no sé por dónde empezar. El jueves
(la última vez que te escribí) fue un día normal. El viernes fue Viernes Santo;
por la tarde jugamos al juego de la Bolsa, al igual que el sábado por la tarde.
Esos días pasaron todos muy rápido. El sábado, alrededor de las dos de la
tarde, empezaron a cañonear; eran cañones de tiro rápido, según los señores.
Por lo demás, todo tranquilo.
El domingo a las cuatro y media de la tarde vino a verme Peter, por
invitación mía; a las cinco y cuarto subimos al desván de delante, donde nos
quedamos hasta las seis. De seis a siete y cuarto pasaron por la radio un
concierto muy bonito de Mozart; sobre todo me gustó mucho la Pequeña serenata
nocturna. En la habitación casi no puedo oír música, porque cuando es música
bonita, dentro de mí todo se pone en movimiento.
El domingo por la noche Peter no pudo bañarse, porque habían usado la
tina para poner cera. A las ocho subimos juntos al desván de delante, y para
tener algo blando en que sentarnos me llevé el único cojín que encontré en nuestra
habitación. Nos sentamos en un baúl. Tanto el baúl como el cojín eran muy
estrechos; estábamos sentados uno pegado al otro, apoyados en otros baúles.
Mouschi nos hacía compañía, de modo que teníamos un espía. De repente, a las
nueve menos cuarto, el señor Van Daan nos silbó y nos preguntó si nos habíamos
llevado un cojín del señor Dussel.
Los dos nos levantamos de un salto y bajamos con el cojín, el gato y
Van Daan.
El cojín de marras nos trajo un buen disgusto. Dussel estaba enfadado
porque me había llevado el cojín que usaba de almohada, y tenía miedo de que
tuviera pulgas. Por ese bendito cojín movilizó a medio mundo. Para vengarnos de
él y de su repelencia, Peter y yo le metimos dos cepillos bien duros en la
cama, que luego volvimos a sacar, ya que Dussel quiso volver a entrar en la
habitación. Nos reímos mucho con este interludio.
Pero nuestra diversión no duraría mucho. A las nueve y media, Peter
llamó suavemente a la puerta y le pidió a papá si podía subir para ayudarle con
una frase difícil de inglés.
-Aquí hay gato encerrado -le dije a Margot-. Está clarísimo que ha sido
una excusa. Están hablando en un tono como si hubieran entrado ladrones.
Mi suposición era correcta: en el almacén estaban robando. Papá, Van
Daan y Peter bajaron en un santiamén. Margot, mamá, la señora y yo nos quedamos
esperando. Cuatro mujeres muertas de miedo necesitan hablar, de modo que
hablamos, hasta que abajo oímos un golpe, y luego todo volvió a estar en
silencio. El reloj dio las diez menos cuarto. Se nos había ido el color de las
caras, pero aún estábamos tranquilas, aunque teníamos miedo. ¿Dónde estarían
las hombres? ¿Qué habría sido ese golpe? ¿Estarían luchando con los ladrones?
Nadie pensó en otra posibilidad, y seguimos a la espera de lo que viniera.
Las diez. Se oyen pasos en la escalera. Papá, pálido y nervioso, entra
seguido del señor Van Daan.
-Apagad las luces y subid sin hacer ruido. Es probable que venga la
policía.
No hubo tiempo para tener miedo. Apagamos las luces, cogí rápido una
chaqueta y ya estábamos arriba. -¿Qué ha pasado? ¡Anda, cuenta!
Pero no había nadie que pudiera contar nada. Los hombres habían vuelto
a bajar, y no fue sino hasta las diez y diez que volvieron a subir los cuatro;
dos se quedaron montando guardia junto a la ventana abierta de Peter, la puerta
que daba al descansillo tenía el cerrojo echado, y la puerta giratoria estaba
cerrada. Alrededor de la lamparilla de noche colgamos un jersey, y luego nos
contaron:
Peter había oído dos fuertes golpes en el descansillo, corrió hacia
abajo y vio que del lado. izquierdo de la puerta del almacén faltaba una gran
tabla. Corrió hacia arriba, avisó al sector combatiente de la familia y los
cuatro partieron hacia abajo. Cuando entraron en el almacén, los ladrones
todavía estaban robando. Sin pensarlo, Van Daan gritó: "¡Policía!» Se
oyeron pasos apresurados fuera, los ladrones habían huido. Para evitar que la
Policía notara el hueco, volvieron a poner la tabla, pero una fuerte patada
desde fuera la hizo volar de nuevo por el aire. Semejante descaro dejó
perplejos a nuestros hombres; Van Daan y Peter sintieron ganas de matarlos. Van
Daan cogió una hacha y dio un fuerte golpe en el suelo. Ya no se oyó nada más.
Volvieron a poner la madera en el hueco, y nuevamente fueron interrumpidos. Un
matrimonio iluminó con una linterna muy potente todo el almacén. «¡Rediez!»,
murmuró uno de nuestros hombres, y... ahora su papel había cambiado del de
policía al de ladrones. Los cuatro corrieron hacia arriba, Dussel y Van Daan
cogieron los libros del primero, Peter abrió puertas y ventanas de la cocina y
del despacho de papá, tiró el teléfono al suelo y por fin todos desaparecieron
detrás de las paredes del escondite. (Fin de la primera parte.)
Muy probablemente, el matrimonio de la linterna avisó a la Policía.
Era domingo por la noche, la noche del domingo de Pascua, y el lunes de Pascua
no habría nadie en la oficina[4], o sea, que antes del
martes por la mañana no nos podríamos mover. ¡Figúrate, dos noches y un día
aguantando con ese miedo! No nos imaginábamos nada, estábamos en la más plena
oscuridad, porque la señora, por miedo, había desenroscado completamente la
bombilla; las voces susurraban, y cuando algo crujía se oía «ichis, chis!».
Se hicieron las diez y media, las once, ningún ruido; por turnos, papá
y Van Daan venían a estar con nosotros. Entonces, a las once y cuarto, un ruido
abajo. Entre nosotros se oía la respiración de toda la familia, pero por lo
demás no nos movíamos. Pasos en la casa, en el despacho de papá, en la cocina,
y luego... ¡en nuestra escalera! Ya no se oía la respiración de nadie, sólo los
latidos de ocho corazones. Pasos en nuestra escalera, luego un traqueteo en la
puerta giratoria. Ese momento no te lo puedo describir.
-¡Estamos perdidos! -dije, y ya veía que esa misma noche la Gestapo nos
llevaría consigo a los quince.
Traqueteo en la puerta giratoria, dos veces, luego se cae una lata, los
pasos se alejan. ¡Hasta ahí nos habíamos salvado! Todos sentimos un
estremecimiento, oí castañetear varios dientes de origen desconocido, nadie
decía aún una sola palabra, y así estuvimos hasta las once y media.
No se oía nada más en el edificio, pero en el descansillo estaba la luz
encendida, justo delante del armario. ¿Sería porque nuestro armario resultaba
misterioso? ¿Acaso la Policía había olvidado apagar la luz? ¿Vendría aún
alguien a apagarla? Se desataron las lenguas, ya no había nadie en la casa, tal
vez un guardia delante de la puerta. A partir de ese momento hicimos tres
cosas: enunciar suposiciones, temblar de miedo y tener que ir al retrete. Los
cubos estaban en el desván; sólo nos podría servir la papelera de lata de
Peter. Van Daan empezó, luego vino papá, a mamá le daba demasiada vergüenza.
Papá trajo la papelera a la habitación, donde Margot, la señora y yo hicimos buen
uso de ella, y por fin también mamá se decidió. Cada vez se repetía la pregunta
de si había papel. Por suerte yo tenía algo de papel en el bolsillo.
La papelera olía, todos susurrábamos y estábamos cansados, eran las
doce de la noche.
«¡Tumbaos en el suelo y dormid!» A Margot y a mí nos dieron una
almohada y una manta a cada una. Margot estaba acostada a cierta distancia de
la despensa, y yo entre las patas de la mesa. A ras del suelo no olía tan mal,
pero aun así, la señora fue a buscar sigilosamente polvos de blanqueo; tapamos
el orinal con un paño de cocina a modo de doble protección.
Conversaciones en voz alta, conversaciones en voz baja, mieditis, mal
olor, ventosidades y un orinal continuamente ocupado; ¡a ver cómo vas a dormir!
A las dos y media, sin embargo, ya estaba demasiado cansada y hasta las tres y
media no oí nada. Me desperté cuando la señora estaba acostada con la cabeza
encima de mis pies.
-¡Por favor, déme algo que ponerme! -le pedí.
Algo me dio, pero no me preguntes qué: unos pantalones de lana para
ponerme encima del pijama, el jersey rojo y la falda negra, medias blancas y
unos calcetines rotos.
Entonces, la señora fue a instalarse en el sillón y el señor vino a
acostarse sobre mis pies. A partir de las tres y media me puse a pensar, y como
todavía temblaba, Van Daan no podía dormir. Me estaba preparando para cuando
volviera la Policía. Tendríamos que decir que éramos un grupo de escondidos. Si
eran holandeses
-¡Hay que esconder la radio! -suspiró la señora.
-¡Sí, en el horno...! -le contestó el señor-. Si nos encuentran a
nosotros, ¡que también encuentren la radio!
--¡Entonces también encontrarán el diario de Ana! -se inmiscuyó papá.
-¡Pues quemadlo! -sugirió la más miedosa de todos.
En ese momento la Policía se puso a traquetear en la puerta-armario;
fueron los momentos en que me dio más miedo; ¡mi diario no, a mi diario sólo lo
quemarán conmigo! Pero papá ya no contestó, por suerte.
No tiene ningún sentido que te cite todas las conversaciones que
recuerdo. Dijimos un montón de cosas, y yo estuve tranquilizando a la señora,
que estaba muerta de miedo. Hablamos de huir y de interrogatorios de la
Gestapo, de llamar por teléfono y de tener valor.
-Ahora tendremos que comportarnos como soldados, señora. Si perdemos la
vida, que sea por la Reina y por la Patria, por la libertad, la verdad y la
justicia, como suele decir Radio Orange. Lo único terrible es que junto con
nosotros sumimos en la desgracia a todos los otros.
Después de una hora, el señor Van Daan se volvió a cambiar con su
mujer, y papá vino a estar conmigo. Los hombres fumaban sin parar; de vez en
cuando un profundo suspiro, luego alguien que hacía pis, ¡y otra vez vuelta a
empezar!
Las cuatro, las cinco, las cinco y media. Ahora me senté a escuchar
junto a Peter, uno pegado al otro, tan pegados, que cada uno sentía los
escalofríos en el cuerpo del otro; nos dijimos alguna que otra palabra y
aguzamos los oídos. Dentro quitaban los paneles de oscurecimiento y apuntaban
los puntos que querían contarle a Kleiman por teléfono.
Y es que a las siete querían llamar por teléfono a Kleiman y hacer
venir a alguien. Existía el riesgo de que el guardia que estaba delante de la
puerta o en el almacén oyera el teléfono, pero era mayor el riesgo de que
volviera la Policía.
Aunque inserto aquí la hoja con la memoria de lo ocurrido, lo pasaré a
limpio para mayor claridad.
Han entrado ladrones: inspección de la Policía, llegan hasta puerta
giratoria, pero no pasan. Ladrones, al parecer interrumpidos, forzaron puerta
del almacén y huyeron por jardín. Entrada principal con cerrojo, Kugler
forzosamente tiene que haber salido por segunda puerta.
Máquinas de escribir y de calcular seguras en caja negra de despacho
ppal.
También colada de Miep o Bep en tina en la cocina.
Sólo Bep o Kugler tienen llave de segunda puerta; cerradura quizá
estropeada.
Intentar avisar a Jan para buscar llave y echar vistazo a oficina;
también dar comida al gato.
Por lo demás, todo salió a pedir de boca. Llamaron a Kleiman, se
quitaron los palos, pusieron la máquina de escribir en la caja fuerte. Luego
nos sentamos alrededor de la mesa a esperar ajan o a la Policía.
Peter se había dormido, el señor Van Daan y yo estábamos tumbados en el
suelo, cuando abajo oímos pasos firmes. Me levanté sin hacer ruido.
-¡Ése debe ser Jan!
-¡No, no, es la Policía! -dijeron todos los demás.
Llamaron a nuestra puerta-armario, Miep silbó. Para la señora Van Daan
fue demasiado: blanca como el papel, se quedó medio traspuesta en su sillón, y
si la tensión hubiera durado un minuto más, se habría desmayado.
Cuando entraron Jan y Miep, la habitación ofrecía un espectáculo
maravilloso; la sola mesa merecía que le sacaran una foto: un ejemplar de
Cinema & Theater lleno de mermelada y pectina contra la diarrea estaba
abierta en una página con fotos de bailarinas, dos potes de mermelada, medio
bollo por un lado y un cuarto de bollo por otro, pectina, espejo, peine,
cerillas, ceniza, cigarrillos, tabaco, cenicero, libros, unas bragas,
linterna, peineta de la señora, papel higiénico, etc.
Recibimos ajan y Miep con gritos de júbilo y lágrimas, naturalmente.
Jan tapó con madera blanca el hueco de la puerta y al poco tiempo salió de
nuevo con Miep para dar cuenta del robo a la Policía. Debajo de la puerta del
almacén, Miep había encontrado una nota de Sleegers, el sereno, que había
descubierto el hueco y avisado a la Policía. También a él pasarían a verlo.
Teníamos entonces media hora para arreglarnos. Nunca antes vi producirse
tantos cambios en media hora. Abajo, Margot y yo sacamos las camas, fuimos al
cuarto de baño, nos lavamos los dientes y las manos y nos arreglamos el pelo.
Luego recogí un poco la habitación y volví arriba. Allí ya habían ordenado la
mesa, cogimos agua del grifo, hicimos té y café, hervimos leche y pusimos la
mesa para la hora del café. Papá y Peter vaciaron y limpiaron los recipientes
de orina y excrementos con agua caliente y polvos de blanqueo; el más grande
estaba lleno a rebosar y era tan pesado que era muy difícil levantarlo, y
además perdía, de modo que hubo que llevarlo dentro de un cubo.
A las once estábamos sentados alrededor de la mesa con Jan, que ya
había vuelto, y poco a poco se fue creando ambiente. Jan nos contó la siguiente
versión:
En casa de Sleegers, su mujer -Sleegers dormía- le contó que su marido
descubrió el hueco de la puerta de casa al hacer su ronda nocturna por los
canales, y que junto con un agente de Policía al que avisó, recorrieron la
planta baja del edificio. El señor Sleegers es sereno particular y todas las
noches hace su recorrido por los canales en bicicleta, con sus dos perros.
Tenía pensado venir a ver a Kugler el martes para notificarle lo ocurrido. En
la comisaría todavía no sabían nada del robo, pero tomaron nota en seguida
para venir a ver también el martes.
En el camino de vuelta, Jan pasó de casualidad por la tienda de Van
Hoeven, nuestro proveedor de patatas, y le contó lo del robo.
-Ya estoy enterado -contestó Van Hoeven, como quien no quiere la cosa-.
Anoche pasábamos con mi mujer por su edificio y vimos un hueco en la puerta. Mi
mujer quiso que siguiéramos andando, pero yo miré con la linterna, y seguro que
entonces los ladrones se largaron. Por las dudas, no llamé a la Policía; en el
caso de ustedes, preferí no hacerlo. Yo no sé nada, claro, pero tengo mis
sospechas.
Jan le agradeció y se marchó. Seguro que Van Hoeven sospecha que
estamos aquí escondidos, porque siempre trae las patatas después de las doce y
media y nunca después de la una y media. ¡Buen tipo!
Cuando Jan se fue y nosotras acabamos de fregar los platos, se había
hecho la una. Los ocho nos fuimos a dormir. A las tres menos cuarto me
desperté y vi que el señor Dussel ya había desaparecido. Por pura casualidad,
en el cuarto de baño me encontré, semidormida, con Peter, que acababa de bajar.
Quedamos en vernos abajo. Me arreglé un poco y bajé.
-¿Aún te atreves a ir al desván de delante? -me preguntó. Dije que sí,
cogí mi almohada envuelta en una tela y nos fuimos al desván de delante. Hacía
un tiempo maravilloso, y al poco rato sonaron las sirenas, pero nos quedamos
donde estábamos. Peter me puso un brazo al hombro, yo hice lo mismo y así nos
quedamos, abrazados, esperando tranquilamente hasta que a las cuatro nos vino a
buscar Margot para merendar.
Comimos un bocadillo, tomamos limonada y estuvimos bromeando, lo que
por suerte era posible otra vez, y por lo demás todo normal. Por la noche
agradecí a Peter por ser el más valiente de todos.
Ninguno de nosotros ha pasado jamás por un peligro tan grande como el
que pasamos esa noche. Dios nos protegió una enormidad, figúrate: la Policía
delante de la puerta del escondite, la luz del descansillo encendida, ¡y
nosotros aun así pasamos inadvertidos! «¡Estamos perdidos!», dije entonces en
voz baja, pero otra vez nos hemos salvado. Si llega la invasión y las bombas,
cada uno podrá defenderse a sí mismo, pero esta vez el miedo era por los buenos
e inocentes cristianos.
«iEstamos salvados, sigue salvándonos!» Es lo único que podemos decir.
Esta historia ha traído consigo bastantes cambios. En lo sucesivo,
Dussel por las noches se instala en el cuarto de baño, Peter baja a controlar
la casa a las ocho y media y a las nueve y media. Ya no podemos abrir la
ventana de Peter, puesto que el hombre de j Keg vio que estaba abierta. Después
de las nueve y media ya no podemos tirar de la cadena. El señor Sleegers ha
sido contratado como vigilante nocturno. Esta noche vendrá un carpintero clandestino,
que usará la madera de nuestras camas de Francfort para fabricar unas trancas
para las puertas. En la Casa de atrás se somete ahora todo a debate. Kugler
nos ha reprochado nuestra im- prudencia; nunca debemos bajar, ha dicho también
Jan. Ahora es cuestión de averiguar si Sleegers es de fiar, saber si sus perros
se echan a ladrar si oyen a alguien detrás de la puerta, cómo fabricar las
trancas, etc.
Hemos vuelto a tomar conciencia del hecho de que somos judíos
encadenados, encadenados a un único lugar, sin derechos, con miles de
obligaciones. Los judíos no podemos hacer valer nuestros sentimientos, tenemos
que tener valor y ser fuertes, tenemos que cargar con todas las molestias y no
quejarnos, tenemos que hacer lo que está a nuestro alcance y confiar en Dios.
Algún día esta horrible guerra habrá terminado, algún día volveremos a ser
personas y no solamente judíos.
¿Quién nos ha impuesto esto? ¿Quién ha hecho de nosotros la excepción
entre los pueblos? ¿Quién nos ha hecho sufrir tanto hasta ahora? Ha sido Dios
quien nos ha hecho así, pero será también Dios quien nos elimine. Si cargamos
con todo este dolor y aun así siguen quedando judíos, algún día los judíos
dejarán de ser los eternos condenados y pasarán a ser un ejemplo. Quién sabe si
algún día no será nuestra religión la que pueda enseñar al mundo y a todos los
pueblos lo bueno y por eso, sólo por eso nosotros tenemos que sufrir. Nunca
podemos ser sólo holandeses o sólo ingleses o pertenecer a cualquier otra
nación: aparte de nuestra nacionalidad, siempre seguiremos siendo judíos,
estaremos obligados a serlo, pero también queremos seguir siéndolo.
¡Valor! Sigamos siendo conscientes de nuestra tarea y no nos quejemos,
que ya habrá una salida. Dios nunca ha abandonado a nuestro pueblo. A lo largo
de los siglos ha habido judíos que han sobrevivido, a lo largo de los siglos ha
habido judíos que han tenido que sufrir, pero a lo largo de los siglos también
se han hecho fuertes. Los débiles caerán, ¡pero los fuertes sobrevivirán y
nunca sucumbirán!
Esa noche supe realmente que iba a morir; esperé a que llegara la
Policía, estaba preparada, preparada como los soldados en el campo de batalla.
Quería sacrificarme gustosa por la patria, pero ahora, ahora que me he salvado,
mi primer deseo después de la guerra es: ¡hacedme holandesa!
Amo a los holandeses, amo a nuestro país, amo la lengua y quiero
trabajar aquí. Y aunque tenga que escribirle a la reina en persona: ¡no
desistiré hasta que haya alcanzado mi objetivo!
Cada vez me independizo más de mis padres, a pesar de mis pocos años,
tengo más valor vital, y un sentido de la justicia más preciso e intacto que
mamá. Sé lo que quiero, tengo una meta, una opinión formada, una religión y un
amor. Que me dejen ser yo
misma, y me daré por satisfecha. Sé que soy una mujer, una mujer con
fuerza interior y con mucho valor.
Si Dios me da la vida, llegaré más lejos de lo que mamá ha llegado
jamás, no seré insignificante, trabajaré en el mundo y para la gente.
¡Y ahora sé que lo primero que hace falta es valor y alegría!
Tu Ana M. Frank
Viernes,
14 de abril de 1944
Querida Kitty:
Hay todavía un ambiente muy tenso. Pim está que arde, la señora está
en cama con catarro y despotricando, el señor sin sus pitillos está pálido;
Dussel, que ha sacrificado mucha comodidad, se pasa el día haciendo comentarios
y objeciones, etc., etc. De momento no estamos de suerte. El retrete pierde y
el grifo se ha pasado de rosca. Gracias a nuestros múltiples conocidos, tanto
una cosa como la otra podrán arreglarse pronto.
A veces me pongo sentimental, ya lo sabes... pero es que aquí a veces hay
lugar para el sentimentalismo. Cuando Peter y yo estamos sentados en algún
duro baúl de madera, entre un montón de trastos y polvo, con los brazos al
cuello y pegados uno al otro, él con un rizo mío en la mano; cuando afuera los
pájaros cantan trinando; cuando ves que los árboles se ponen verdes; cuando el
sol invita a salir fuera; cuando el cielo está tan azul, entonces... ¡ay,
entonces quisiera tantas cosas!
Aquí no se ven más que caras descontentas y gruñonas, más que suspiros
y quejas contenidas, es como si de repente nuestra situación hubiera empeorado
muchísimo. De verdad, las cosas van tan mal como uno las hace ir. Aquí, en la
Casa de atrás, nadie marcha al frente dando el buen ejemplo, aquí cada uno
tiene que apañárselas para dominar sus ánimos.
Ojalá todo acabe pronto, es lo que se oye todos los días.
Mi trabajo, mi esperanza, mi amor, mi valor, todo ello me mantiene en
pie y me hace buena.
Te aseguro, Kitty, que hoy estoy un poco loca, aunque no sé por qué.
Todo aquí está patas arriba, las cosas no guardan ninguna relación, y a veces
me entran serias dudas sobre si más tarde le interesará a alguien leer mis
bobadas. «Las confidencias de un patito feo»: ése será el título de todas estas
tonterías. De verdad no creo que a los señores Bolkestein y Gerbrandy[6] les sea de mucha
utilidad mi diario.
Tu Ana M. Frank
Sábado,
15 de abril de 1944
Querida Kitty:
«Un susto trae otro. ¿Cuándo acabará todo esto?» Son frases que ahora
realmente podemos emplear... ¿A que no sabes lo que acaba de pasar? Peter
olvidó quitar el cerrojo de la puerta, por lo que Kugler no pudo entrar en el
edificio con los hombres del almacén. Tuvo que ir al edificio de Keg y romper
la ventana de la cocina. Teníamos las ventanas abiertas, y esto también Keg lo
vio. ¿Qué pensarán los de Keg? ¿Y Van Maaren? Kugler está que trina. Le
reprochamos que no hace nada para cambiar las puertas, ¡y nosotros cometemos
semejante estupidez! Peter no sabe dónde meterse. Cuando en la mesa mamá dijo
que por quien más compasión sentía era por Peter, él casi se echó a llorar. La
culpa es de todos nosotros, porque tanto el señor Van Daan como nosotros casi
siempre le preguntamos si ya ha quitado el cerrojo. Tal vez luego pueda ir a
consolarlo un poco. ¡Me gustaría tanto poder ayudarle!
A continuación, te escribo algunas confidencias de la Casa de atrás de
las últimas semanas:
El sábado de la semana pasada, Moffie se puso malo de repente. Estaba
muy silencioso y babeaba. Miep en seguida lo cogió, lo envolvió en un trapo,
lo puso en la bolsa de la compra y se lo llevó a la clínica para perros y
gatos. El veterinario le dio un jarabe, ya que Moffie padecía del vientre.
Peter le dio un poco del brebaje varias veces, pero al poco tiempo Moffie
desapareció y se quedó fuera día y noche, seguro que con su novia. Pero ahora
tiene la na- riz toda hinchada y cuando lo tocas, se queja. Probablemente le j
han dado un golpe en algún sitio donde ha querido robar. Mouschi estuvo unos días con la voz trastornada.
Justo cuando nos habíamos propuesto llevarlo al veterinario también a él,
estaba ya prácticamente curado.
Nuestra ventana del desván ahora también la dejamos entreabierta por
las noches. Peter y yo a menudo vamos allí a sentarnos después del anochecer.
Gracias a un pegamento y pintura al óleo, pronto se podrá arreglar la
taza del lavabo. El grifo que estaba pasado de rosca también se ha cambiado por
otro.
El señor Kleiman anda ya mejor de salud, por suerte. Pronto irá a ver a
un especialista. Esperemos que no haga falta operarlo del estómago.
Este mes hemos recibido ocho cupones de racionamiento. Desafortunadamente,
para los primeros quince días sólo dan derecho a legumbres, en lugar de a copos
de avena o de cebada. Nuestro mejor manjar es el piccalilly[7]. Si no tienes
suerte, en un tarro sólo te vienen pepinos y algo de salsa de mostaza. Verdura
no hay en absoluto. Sólo lechuga, lechuga y otra vez lechuga. Nuestras comidas
tan sólo traen patatas y sucedáneo de salsa de carne.
Los rusos tienen en su poder más de la mitad de Crimea. En Cassino los
ingleses no avanzan. Lo mejor será confiar en el frente occidental. Bombardeos
hay muchos y de gran envergadura. En La Haya un bombardero ha atacado el
edificio del Registro Civil Nacional. A todos los holandeses les darán nuevas
tarjetas de identificación.
Basta por hoy.
Domingo,
16 de abril de 1944
Mi querida Kitty:
Grábate en la memoria el día de ayer, que es muy importante en mi vida.
¿No es importante para cualquier chica cuando la besan por primera vez? Para mí
al menos lo es. El beso que me dio Bram en la mejilla derecha no cuenta, y el
que me dio Woudstra en la mano derecha tampoco. ¿Que cómo ha sido lo del beso?
Pues bien, te lo contaré.
Anoche, a las ocho, estaba yo sentada con Peter en su diván, y al poco
tiempo me puso el brazo al cuello. (Como era sábado, no llevaba puesto el
mono.)
-Corrámonos un poco, así no me doy con la cabeza contra el armarito.
Se corrió casi hasta la esquina del diván, yo puse mi brazo debajo del
suyo, alrededor del cuello, y por poco sucumbo bajo el peso de su brazo sobre
mis hombros. Es cierto que hemos estado sentados así en otras ocasiones, pero
nunca tan pegados como anoche. Me estrechó bien fuerte contra su pecho, sentí
cómo me palpitaba el corazón, pero todavía no habíamos terminado. No descansó hasta
que no tuvo mi cabeza reposada en su hombro, con su cabeza encima de la mía.
Cuando a los cinco minutos quise sentarme un poco más derecha, en seguida cogió
mi cabeza en sus manos y la llevó de nuevo hacia sí. ¡Ay, fue tan maravilloso!
No pude decir gran cosa, la dicha era demasiado grande. Me acarició con su mano
algo torpe la mejilla y el brazo, jugó con mis rizos y la mayor parte del
tiempo nuestras cabezas estuvieron pegadas una contra la otra.
No puedo describirte la sensación que me recorrió todo el cuerpo,
Kitty; me sentía demasiado dichosa, y creo que él también.
A las ocho y media nos levantamos. Peter se puso sus zapatos de deporte
para hacer menos ruido al hacer su segunda ronda por la casa, y yo estaba de
pie a su lado. No me preguntes cómo hice para encontrar el movimiento adecuado,
porque no lo sé; lo cierto es que antes de bajar me dio un beso en el pelo,
medio sobre la mejilla izquierda y medio en la oreja. Corrí hacia abajo sin volverme,
y ahora estoy muy deseosa de ver lo que va a pasar hoy.
Domingo por la mañana, i i horas.
Tu Ana M. Frank
Lunes, 17
de abril de 1944
Querida Kitty:
¿Crees tú que papá y mamá estarían de acuerdo en que yo, una chica que
aún no ha cumplido los quince años, estuviera sentada en un diván, besando a un
chico de diecisiete años y medio? En realidad creo que no, pero lo mejor será
confiar en mí misma al respecto. Me siento tan tranquila y segura al estar en
sus brazos, soñando, y es tan emocionante sentir su mejilla contra la mía, tan
maravilloso saber que alguien me está esperando... Pero, y es que hay un pero,
¿se contentará Peter con esto? No es que haya olvidado su promesa, pero al fin
y al cabo él es hombre.
Yo misma también sé que soy bastante precoz; a algunos les resulta un
tanto difícil entender cómo puedo ser tan independiente, cuando aún no he
cumplido los quince años. Estoy casi segura de que Margot nunca besaría a un
chico si no hubiera perspectiva concreta de compromiso o boda. Ni Peter ni yo
tenemos planes en ese sentido. Seguro que tampoco mamá ha tocado a un hombre
antes que papá. ¿Qué dirían mis amigas y Jacque si me vieran en brazos de
Peter, con mi corazón contra su pecho, mi cabeza sobre su hombro, su cabeza y
su cara sobre mi cabeza?
¡Ay, Ana, qué vergüenza! Pero la verdad es que a mí no me parece
ninguna vergüenza. Estamos aquí encerrados, aislados del mundo, presas del
miedo y la preocupación, sobre todo últimamente. Entonces, ¿por qué los que nos
queremos habríamos de permanecer separados? ¿Por qué no habríamos de besarnos,
con los tiempos que corren? ¿Por qué habríamos de esperar hasta te- ner la edad
adecuada? ¿Por qué habríamos de pedir permiso para todo?
Yo misma me encargaré de cuidarme, y él nunca haría nada que me diera
pena o me hiciera daño; entonces, ¿por qué no habría de dejarme guiar por lo
que me dicta el corazón y dejar que seamos felices los dos?
Sin embargo, Kitty, creo que notarás un poco mis dudas; supongo que es
mi sinceridad, que se rebela contra la hipocresía. ¿Te parece que debería
contarle a papá lo que hago? ¿Te parece que nuestro secreto debería llegar a
oídos de un tercero? Perdería mucho de su encanto, pero ¿me haría sentir más
tranquila por dentro? Tendré que consultarlo con él.
Ay, aún hay tantas cosas de las que quisiera hablar con él, por
que a sólo acariciarle no le veo el sentido. Para poder contarnos lo
que sentimos necesitamos mucha confianza, pero saber que disponemos de ella
nos hará más fuertes a los dos.
Tu Ana M. Frank
P. D. Ayer por la mañana, toda la familia ya estaba levantada a las
seis, ya que habíamos oído ruido de ladrones. Esta vez la víctima quizá haya
sido uno de nuestros vecinos. Cuando a las siete controlamos las puertas del
edificio, estaban herméticamente cerradas. ¡Menos mal!
Martes,
18 de abril de 1944
Querida Kitty:
Por aquí todo bien. Ayer por la tarde vino de nuevo el carpintero, que
empezó con la colocación de las planchas de hierro delante de los paneles de
las puertas. Papá acaba de decir que está seguro de que antes del 20 de mayo
habrá operaciones a gran escala, tanto en Rusia y en Italia como en el frente
occidental. Cada vez resulta más difícil imaginarme que nos vayan a liberar de
esta situación.
Ayer Peter y yo por fin tuvimos ocasión de tener la conversación que
llevábamos postergando por lo menos diez días. Le expliqué todo lo relativo a
las chicas, sin escatimar los detalles más íntimos. Me pareció bastante cómico
que creyera que normalmente omitían dibujar el orificio de las mujeres en las
ilustraciones. De verdad, Peter no se podía imaginar que se encontrara tan
metido entre las piernas. La velada acabó con un beso mutuo, más o menos al
lado de la boca. ¡Es una sensación maravillosa!
Tal vez un día me lleve conmigo el libro de las frases bonitas cuando
vaya arriba, para que por fin podamos ahondar un poco más en las cosas. No me
satisface pasarnos todos los días abrazados sin más, y quisiera imaginarme que
a él le pasa igual.
Después de un invierno de medias tintas, ahora nos está tocando una
primavera hermosa. Abril es realmente maravilloso; no hace ni mucho calor ni
mucho frío, y de vez en cuando cae algún chubasco. El castaño del jardín está
ya bastante verde, aquí y allá asoman los primeros tirsos.
El sábado Bep nos mimó trayéndonos cuatro ramos de flores: tres de
narcisos y un ramillete de jacintos enanos, este último para mí. El
aprovisionamiento de periódicos del señor Kugler es cada vez mejor. !
Tengo que estudiar álgebra, Kitty, ¡hasta luego!
Tu Ana M. Frank
Miércoles,
19 de abril de 1944
Amor mío:
(Así se titula una película en la que actúan Dorit Kreysler, Ida Wüst y
Harald Paulsen.)
¿Existe en el mundo algo más hermoso que estar sentada delante de una
ventana abierta en los brazos de un chico al que quieres, mirando la
Naturaleza, oyendo a los pájaros cantar y sintiendo cómo el sol te acaricia
las mejillas? ¡Me hace sentir tan tranquila y segura con su brazo rodeándome, y
saber que está cerca y sin embargo callar! No puede ser nada malo, porque esa
tranquilidad me hace bien. ¡Ay, ojalá nunca nos interrumpieran, ni siquiera
Mouschi!
Tu Ana M. Frank
Viernes,
21 de abril de 1944
Mi querida Kitty:
Ayer por la tarde estuve en cama con dolor de garganta, pero como ya
esa misma tarde me aburrí y no tenía fiebre, hoy me he levantado. Y el dolor de
garganta prácticamente ha «des-a-pa-rrecii-do».
Ayer, como probablemente ya hayas descubierto tú misma, cumplió
cincuenta y cinco años nuestro querido Führer. Hoy es el ', 18.° cumpleaños de
Su Alteza Real, la princesa heredera Isabel de York. Por la BBC han dicho que,
contrariamente a lo que se acos- tumbra a hacer con las princesas, todavía no
la han declarado mayor de edad. Ya hemos estado conjeturando con qué príncipe
desposarán a esta beldad, pero no hemos podido encontrar al candidato
adecuado. Quizá su hermana, la princesa Margarita Rosa ,
quiera quedarse con el príncipe Balduino, heredero de la corona de Bélgica...
Aquí caemos de una desgracia en la otra. No acabábamos de ponerle unos
buenos cerrojos a las puertas, cuando aparece en escena Van Maaren. Es casi
seguro que ha robado fécula de patata, y ahora le quiere echar la culpa a Bep.
La Casa de atrás, como te podrás imaginar, está convulsionada. Bep está que
trina. Quizá Kugler ahora haga vigilar a ese libertino.
Esta mañana vino el tasador de la Beethovenstraat. Nos ofrece 400
florines por el cofre; también las otras ofertas nos parecen demasiado bajas.
Voy a pedir a la redacción de De Prins que publiquen unos de mis
cuentos de hadas; bajo seudónimo, naturalmente. Pero como los cuentos que he
escrito hasta ahora son demasiado largos, no creo que vaya a tener suerte.
Hasta la próxima, darling.
Tu Ana M. Frank
Martes,
25 de abril de 1944
Querida Kitty:
Hace como diez días que Dussel y Van Daan otra vez no se hablan, y eso
sólo porque hemos tomado un montón de medidas de seguridad después de que
entraron los ladrones. Una de ellas es que a Dussel ya no le permiten bajar por
las noches. Peter y el señor Van Daan hacen la última ronda todas las noches a
las nueve y media, y luego nadie más puede bajar. Después de las ocho de la
noche ya no se puede tirar de la cadena, y tampoco después de las ocho de la
mañana. Las ventanas no se abren por la mañana hasta que no esté encendida la
luz en el despacho de Kugler, y por las noches ya no se les puede poner las
tablitas. Esto último ha sido motivo para que Dussel se molestara. Asegura que
Van Daan le ha soltado un gruñido, pero ha sido culpa suya. Dice que antes podría
vivir sin comer que sin respirar aire puro, y que habrá que buscar un método
para que puedan abrirse las ventanas.
-Hablaré de ello con el señor Kluger -me ha dicho, y le he contestado
que estas cosas no se discuten con el señor Kugler, sino que las resuelve el
grupo en su conjunto.
-¡Aquí todo se hace a mis espaldas! -refunfuñó Tendré que hablar con tu
padre al respecto.
Tampoco le dejan instalarse en el despacho de Kugler los sábados por
la tarde ni los domingos, porque podría oírle el jefe de la oficina de Keg
cuando viene. Pero Dussel no hizo caso y se volvió a instalar en el despacho.
Van Daan estaba furioso y papá bajó a prevenirle. Por supuesto que se salió con
algún pretexto pero esta vez ni papá lo aceptó. Ahora también papá habla lo
menos posible con él, porque Dussel lo ha ofendido, no sé de qué manera, ni lo
sabe ninguno de nosotros, pero debe de haber sido fuerte.
¡Y pensar que la semana que viene el desgraciado festeja su cumpleaños!
Cumplir años, no decir ni mu, estar con cara larga y recibir regalos: ¿cómo
casa una cosa con otra?
El estado del señor Voskuijl va empeorando mucho. Lleva más de diez
días con casi cuarenta grados de fiebre. El médico dice que no hay esperanzas,
creen que el cáncer ha llegado hasta el pulmón. Pobre hombre, ¡cómo nos
gustaría ayudarle! Pero sólo Dios puede hacerlo.
He escrito un cuento muy divertido. Se llama «Blurry, el explorador»,
y ha gustado mucho a mis tres oyentes.
Aún sigo muy acatarrada, y ya he contagiado a Margot y a mamá y a papá.
Espero que no se le pegue también a Peter, quiso que le diera un beso y me
llamó su El Dorado. ¡Pero si eso ni siquiera es posible, tonto! De cualquier
manera, es un cielo.
Tu Ana M. Frank
Jueves,
27 de abril de 1944
Querida Kitty:
Esta mañana la señora estaba de mal humor. No hacía más que quejarse,
primero por su resfriado, y porque no le daban caramelos, y porque no aguanta
tener que sonarse tantas veces la nariz. Luego porque no había salido el sol,
por la invasión que no llega, porque no podemos asomarnos por la ventana, etc.,
etc.
Nos hizo reír mucho con sus quejas, y por lo visto no era todo tan
grave, porque le contagiamos la risa.
Receta del cholent de patatas, modificada por escasez de cebollas:
Se cogen patatas peladas, se pasan por el pasapurés, se añade un poco
de harina del Gobierno y sal. Se untan con parafina o estearina las bandejas de
horno o de barro refractario y se cuece la masa en el horno durante 2 1/2
horas. Cómase con compota de fresas podridas. (No se dispone de cebollas ni de
manteca para la fuente y la masa.)
En estos momentos yo estoy leyendo El emperador Carlos V, escrito por
un catedrático de la universidad de Gotinga, que estuvo cuarenta años
trabajando en este libro. En cinco días me leí cincuenta páginas, más es
imposible. El libro consta de S98 páginas, así que ya puedes ir calculando
cuánto tiempo tardaré en leérmelo todo, ¡y luego viene el segundo tomo! Pero es
muy interesante.
¿A que no sabes la cantidad de cosas a las que pasa revista un estudiante
de secundaria como yo a lo largo de una jornada? Primero traduje del holandés
al inglés un párrafo sobre la última batalla de Nelson. Después repasé la
continuación de la Guerra Nórdica (1700-1721), con Pedro el Grande, Carlos XII,
Augusto el Fuerte, Estanislao Leszczynsky, Mazepa, Von Görz, Brandeburgo,
Pomerania anterior y citerior y Dinamarca, más las fechas de costumbre. A
continuación, fui a parar al Brasil, y leí acerca del tabaco de Bahía, la
abundancia de café, el millón y medio de habitantes de Río de Janeiro, de
Pernambuco y Sáo Paulo, sin olvidar el río Amazonas; de negros, mulatos,
mestizos, blancos, más del so % de analfabetos y de la malaria. Como aún me
quedaba algo de tiempo, le di un repaso rápido a una genealogía: Juan el Viejo,
Guillermo Luis, Ernesto Casimiro I, Enrique Casimiro I, hasta la pequeña
Margarita Francisca[1], nacida en Ottawa en 1943.
Las doce del mediodía: continué mis estudios en el desván, repasando
diáconos, curas, pastores, papas... ¡uf!, hasta la una.
Después de las dos, la pobre criatura (¡ejem!) volvió nuevamente a sus
estudios; tocaban los monos catarrinos y platirrinos. Kitty, ¡a que no sabes
cúantos dedos tiene un hipopótamo!
Luego vino la Biblia, el Arca de Noé, Sem, Cam y Jafet. Luego Carlos V.
En la habitación de Peter leí El coronel de Thackeray, en inglés. Repasamos el
léxico francés y luego comparamos el Misisipí con el Misuri.
Basta por hoy. ¡Adiós!
Tu Ana M. Frank
Viernes,
28 de abril de 1944
Querida Kitty:
Nunca he olvidado aquella vez en que soñé con Peter Schiff (veáse
principios de enero). Cuando me vuelve a la memoria, aún hoy siento su mejilla
contra la mía, y esa sensación maravillosa que lo arreglaba todo. Aquí también
he tenido alguna vez esa sensación con Peter, pero nunca en tal medida,
hasta... anoche, cuando estábamos sentados juntos en el diván, abrazados, como
de costumbre. En ese momento la Ana habitual se esfumó de repente, y en su lugar
apareció la segunda Ana, esa segunda Ana que no es temeraria y divertida, sino
que tan sólo quiere amar y ser tierna.
Estaba sentada pegada a él y sentí cómo crecía mi emoción, se me
llenaban los ojos de lágrimas, la de la izquierda le cayó en el mono a Peter,
la de la derecha me resbaló por la nariz, voló por el aire y también fue a
parar al mono. ¿Se habrá dado cuenta? Ningún movimiento lo reveló. ¿Sentirá
igual que yo? Tampoco dijo casi palabra. ¿Sabrá que tiene frente a sí a dos
Anas? Son todas preguntas sin responder.
A las ocho y media me levanté y me acerqué a la ventana, donde siempre
nos despedimos. Todavía temblaba, aún era la segunda Ana, él se me acercó, yo
lo abracé a la altura del cuello y le di un beso en la mejilla izquierda. Justo
cuando quería hacer lo mismo en la derecha, mi boca se topó con la suya y nos
dimos el beso allí. Embriagados nos apretamos el uno contra el otro, una y otra
vez, hasta nunca acabar, ¡ay!
A Peter le hace falta algo de cariño, por primera vez en su vida ha
descubierto a una chica, ha visto por primera vez que las chicas que más
bromean tienen también su lado interior y un corazón, y
que cambian a partir del momento en que están a solas contigo. Por
primera vez en su vida ha dado su amistad y se ha dado a sí mismo; nunca antes
ha tenido un amigo o una amiga. Ahora nos hemos encontrado los dos, yo tampoco
le conocía, ni había tenido nunca un confidente, y esto es lo que ha resultado
de ello...
Otra vez la pregunta no deja de perseguirme: ¿Está bien? ¿Está bien que
ceda tan pronto, que sea impetuosa, tan impetuosa y tan ansiosa como el propio
Peter? ¿Puedo dejarme llevar de esa manera, siendo una chica?
Sólo existe una respuesta: estaba deseándolo tanto y desde hace tanto
tiempo... Estaba tan sola, ¡y ahora he encontrado un consuelo!
Por la mañana estamos normales, por la tarde también bastante, salvo
algún caso aislado, pero por la noche vuelve a surgir el deseo contenido
durante todo el día, la dicha y la gloria de todas las veces anteriores, y
cada cual sólo piensa en el otro. Cada noche, después del último beso, querría
salir corriendo, no volver a mirarle a los ojos, irme lejos, para estar sola
en la oscuridad.
¿Y qué me espera después de bajar los catorce escalones? La plena luz,
preguntas por aquí y risitas por allá, debo actuar y disimular.
Tengo aún el corazón demasiado sensible como para quitarme de encima un
golpe como el de anoche. La Ana blanda aparece muy pocas veces y no se deja
mandar a paseo tan pronto. Peter me ha herido como jamás me han herido en mi
vida, salvo en sueños. Me ha zarandeado, ha sacado hacia fuera mi parte interior,
y entonces ¿no es lógico que una quiera estar tranquila para restablecerse por
dentro? ¡Ay, Peter! ¿Qué me has hecho? ¿Qué quieres de mí?
¿Adónde iremos a parar? ¡Ay, ahora entiendo a Bep! Ahora que estoy
pasando por esto, entiendo sus dudas. Si Peter fuera mayor y quisiera casarse
conmigo, ¿qué le contestaría? ¡Ana, di la verdad! No podrías casarte con él,
pero también es difícil dejarle ir. Peter tiene aún poco carácter, poca
voluntad, poco valor y poca fuerza. Es un niño aún, no mayor que yo por dentro;
sólo quiere encontrar la tranquilidad y la dicha.
¿De verdad sólo tengo catorce años? ¿De verdad no soy más que una
colegiala tonta? ¿De verdad soy aún tan inexperta en todo? Tengo más
experiencia que los demás, he vivido algo que s casi nadie conoce a mi edad.
Me tengo miedo a mí misma, tengo miedo de que, impulsada y por el
deseo, me entregue demasiado pronto. ¿Qué debo hacer para que no me pase nada
malo con otros chicos en el futuro? ¡Ay, qué difícil es! Siempre está esa lucha
entre el corazón y la razón, hay que escuchar la voz de ambos a su debido
tiempo, pero ¿cómo saber a ciencia cierta si he escogido el buen momento?
Tu Ana M. Frank
Martes, 2
de mayo de 1944
Querida Kitty:
El sábado por la noche le pregunté a Peter si le parecía que debía
contarle a papá lo nuestro, y tras algunas idas y venidas le pareció que sí. Me
alegré, porque es una señal de su buen sentir. En seguida después de bajar,
acompañé a papá a buscar agua, y ya en la escalera le dije:
-Papá, como te imaginarás, cuando Peter y yo estamos juntos, hay menos
de un metro de distancia entre los dos. ¿Te parece mal?
Papá no contestó en seguida, pero luego dijo:
-No, mal no me parece, Ana; pero aquí, en este espacio tan á reducido,
debes tener cuidado.
Dijo algo más por el estilo, y luego nos fuimos arriba.
El domingo por la mañana me llamó y me dijo:
-Ana, lo he estado pensando (¡ya me lo temía!); en realidad creo que
aquí, en la Casa de atrás, lo vuestro no es conveniente; pensé que sólo erais
compañeros. ¿Peter está enamorado?
-¡Nada de eso! -contesté.
-Mira, Ana, tú sabes que os comprendo muy bien, pero tienes que ser
prudente; no subas tanto a su habitación, no le animes más de lo necesario. En
estas cosas el hombre siempre es el activo, la mujer puede frenar. Fuera, al
aire libre, es otra cosa totalmente distinta; ves a otros chicos y chicas,
puedes marcharte cuando quieres, hacer deporte y demás; aquí, en cambio, cuando
estás mucho tiempo juntos y quieres marcharte, no puedes, te
ves a todas horas, por no decir siempre. Ten cuidado, Ana, y no te lo
tomes demasiado en serio.
-No, papá. Pero Peter es decente, y es un buen chico.
-Sí, pero no es fuerte de carácter; se deja influenciar fácilmente hacia
el lado bueno, pero también hacia el lado malo. Espero por él que siga siendo
bueno, porque lo es por naturaleza.
Seguimos hablando un poco y quedamos en que también le, hablaría a
Peter.
El domingo por la tarde, en el desván de delante, Peter me preguntó:
-¿Y qué, Ana, has hablado con tu padre?
-Sí -le contesté-. Te diré lo que me ha dicho. No le parece mal, pero
dice que aquí, al estar unos tan encima de otros, es fácil que tengamos algún
encontronazo.
-Pero si hemos quedado en que no habría peleas entre nosotros, y yo
estoy dispuesto a respetar nuestro acuerdo.
-También yo, Peter, pero papá no sabía lo que había entre nosotros,
creía que sólo éramos compañeros. ¿Crees que eso ya no es posible?
-Yo sí, ¿y tú?
-Yo también. Y también le he dicho a papá que confiaba en ti. Confío en
ti, Peter, tanto como en papá, y creo que te mereces mi confianza, ¿no es así?
-Espero que sí. (Lo dijo muy tímidamente y poniéndose medio colorado.)
-Creo en ti, Peter -continué diciendo-. Creo que tienes un buen
carácter y que te abrirás camino en el mundo.
Luego hablamos sobre otras cosas, y más tarde le dije:
-Si algún día salimos de aquí, sé que no te interesarás más por mí.
Se le subió la sangre a la cabeza:
-¡Eso sí que no es cierto, Ana! ¿Cómo puedes pensar eso de mí?
En ese momento nos llamaron.
Papá habló con él, me lo dijo el lunes.
-Tu padre cree que en algún momento nuestro compañerismo podría
desembocar en amor -dijo-. Pero le contesté que sabremos contenernos.
Papá ahora quiere que por las noches suba menos a ver a Peter, pero yo
no quiero. No es sólo que me gusta estar con él, sino que también le he dicho
que confío en él. Y es que confío en él, y quiero demostrárselo, pero nunca lo
lograría quedándome abajo por falta de confianza.
¡No señor, subiré!
Entretanto se ha arreglado el drama de Dussel. El sábado por la noche,
a la mesa, presentó sus disculpas en correcto holandés. Van Daan en seguida se
dio por satisfecho. Seguro que Dussel se pasó el día estudiando su discurso.
El domingo, día de su cumpleaños, pasó sin sobresaltos. Nosotros le
regalamos una botella de vino de 1919, los Van Daan -que ahora podían darle su
regalo - un tarro de piccalilly y un paquete de hojas de afeitar, Kugler una
botella de limonada, Miep un libro, El pequeño Martín, y Bep una planta. Él nos
convidó a un huevo para cada uno.
Tu Ana M. Frank
Miércoles,
3 de mayo de 1944
Querida Kitty:
Primero las noticias de la semana. La política está de vacaciones; no
hay nada, lo que se dice nada que contar. Poco a poco también yo estoy empezando
a creer que se acerca la invasión. No pueden dejar que los rusos hagan solos
todo el trabajo, que por cierto tampoco están haciendo nada de momento.
El señor Kleiman viene de nuevo todas las mañanas a la oficina a
trabajar. Ha conseguido un nuevo muelle para el diván de Peter, de modo que
Peter tendrá que ponerse a tapizar; como comprenderás, no le apetece nada
tener que hacerlo. Kleiman también nos ha traído pulguicida para el gato.
¿Ya te he contado que ha desaparecido Mofe? Desde el jueves pasado, sin
dejar ni rastro. Seguramente ya estará en el cielo gatuno, mientras que algún
amante de los animales lo habrá usado para hacerse un guiso. Tal vez vendan su
piel a una niña adinerada para que se haga un gorro. Peter está muy
desconsolado a raíz del hecho.
Desde hace dos semanas, los sábados almorzamos a las once y media, por
lo que debíamos aguantarnos con una taza de papilla por la mañana. A partir de
mañana tendremos lo mismo todos los días, con el propósito de ahorrar una
comida. Todavía es muy difícil conseguir verdura; hoy por la tarde cominos
lechuga podrida cocida. Lechuga en ensalada, espinacas y lechuga cocida: otra
cosa no hay. A eso se le añaden patatas podridas. ¡Una combinación deliciosa!
Hacía más de dos meses que no me venía la regla, pero por fin el
domingo me volvió. A pesar de las molestias y la aparatosidad, me alegro mucho
de que no me haya dejado en la estacada durante más tiempo.
Como te podrás imaginar, aquí vivimos diciendo y repitiendo con
desesperación «para qué, ¡ay!, para qué diablos sirve la guerra, por qué los
hombres no pueden vivir pacíficamente, por qué tienen que destruirlo todo...».
La pregunta es comprensible, pero hasta el momento nadie ha sabido
formular una respuesta satisfactoria. De verdad, ¿por qué en Inglaterra
construyen aviones cada vez más grandes, bombas cada vez más potentes y, por
otro lado, casas normalizadas para la reconstrucción del país? ¿Por qué se
destinan a diario miles de millones a la guerra y no se reserva ni un céntimo
para la medicina, los artistas y los pobres? ¿Por qué la gente tiene que pasar
hambre, cuando en otras partes del mundo hay comida en abundancia,
pudriéndose? ¡Dios mío!, ¿por qué el hombre es tan estúpido?
Yo no creo que la guerra sólo sea cosa de grandes hombres, gobernantes
y capitalistas. ¡Nada de eso! Al hombre pequeño también le gusta; si no, los
pueblos ya se habrían levantado contra ella. Es que hay en el hombre un afán de
destruir, un afán de matar, de asesinar y ser una fiera, mientras toda la
Humanidad, sin excepción, no haya sufrido una metamorfosis, la guerra seguirá
haciendo estragos, y todo lo que se ha construido, cultivado y de sarrollado
hasta ahora quedará truncado y destruido, para luego
volver a empezar.
Muchas veces he estado decaída, pero nunca he desesperado; este período
de estar escondidos me parece una aventura, peligrosa, romántica e
interesante. En mi diario considero cada una de nuestras privaciones como una
diversión. ¿Acaso no me había propuesto llevar una vida distinta de las otras
chicas, y más tarde también distinta de las amas de casa corrientes? Éste es
un buen comienzo de esa vida interesante y por eso, sólo por eso me da la risa
en los momentos más peligrosos, por lo cómico de la situación.
Soy joven y aún poseo muchas cualidades ocultas; soy joven y fuerte y
vivo esa gran aventura, estoy aún en medio de ella y no puedo pasarme el día
quejándome de que no tengo con qué divertirme. Muchas cosas me han sido dadas
al nacer: un carácter feliz, mucha alegría y fuerza. Cada día me siento crecer
por dentro, siento cómo se acerca la liberación, lo bella que es la naturaleza,
lo buenos que son quienes me rodean, lo interesante y divertida que es esta
aventura. ¿Por qué habría de desesperar?
Tu Ana M. Frank
Viernes, 5 de mayo de 1944
Querida Kitty:
Papá no está contento conmigo; se pensó que después de nuestra
conversación del domingo, automáticamente dejaría de ir todas las noches
arriba. Quiere que acabemos con el «besuqueo». No me gustó nada esa palabra;
bastante difícil ya es tener que hablar de ese tema. ¿Por qué me quiere hacer
sentir tan mal? Hoy hablaré con él. Margot me ha dado algunos buenos consejos.
Lo que le voy a decir es más o menos lo siguiente:
«Papá, creo que esperas que te dé una explicación, y te la daré. Te he
desilusionado, esperabas que fuera más recatada. Seguramente quieres que me
comporte como ha de comportarse una chica de 14 años, ¡pero te equivocas!
»Desde que estamos aquí, desde julio de 1942 hasta hace algunas
semanas, las cosas no han sido fáciles para mí. Si supieras lo mucho que he
llorado por las noches, lo desesperanzada y desdichada que he sido, lo sola
que me he sentido, comprenderías por qué quiero ir arriba. No ha sido de un día
para otro que me las he apañado para llegar hasta donde he llegado, y para
saber vivir sin una madre y sin la ayuda de nadie en absoluto. Me ha costado mucho,
muchísimo sudor y lágrimas llegar a ser tan independiente. Ríete si quieres y
no me creas, que no me importa. Sé que soy una persona que está sola y no me
siento responsable en lo más mínimo ante vosotros. Te he contado todo esto
porque no quisiera que pensaras que estoy ocultándote algo, pero sólo a mí
misma tengo que rendir cuentas de mis actos.
»Cuando me vi en dificultades, vosotros, y también tú, cerrasteis los
ojos e hicisteis oídos sordos, y no me ayudasteis; al contrario, no hicisteis
más que amonestarme, para que no fuera tan escandalosa. Pero yo sólo era
escandalosa por no estar siempre triste, era temeraria por no oír continuamente
esa voz dentro de mí. He sido una comedianta durante año y medio, día tras día;
no me he quejado, no me he salido de mi papel, nada de eso, y ahora he dejado
de luchar. ¡He triunfado! Soy independiente, en cuerpo y alma, ya no necesito
una madre, la lucha me ha hecho fuerte.
»Y ahora, ahora que he superado todo esto, y que sé que ya no tendré
que seguir luchando, quisiera seguir mi camino, el camino que me plazca. No
puedes ni debes considerarme una chica de catorce años; las penas vividas me
han hecho mayor. No me arrepentiré de mis actos, y haré lo que crea que puedo
hacer.
»No puedes impedirme que vaya arriba, de no ser con mano dura: o me lo
prohibes del todo, o bien confías en mí en las buenas y en las malas, de modo
que déjame en paz.»
Tu Ana M. Frank
Sábado, 6
de mayo de 1944
Querida Kitty:
Ayer, antes de comer, le metí a papá la carta en el bolsillo. Después
de leerla estuvo toda la noche muy confuso, según Margot. (Yo estaba arriba
fregando los platos.) Pobre Pim, podría haberme imaginado las consecuencias
que traería mi esquela. ¡Es tan sensible! En seguida le dije a Peter que no
preguntara ni dijera nada. Pim no ha vuelto a mencionar el asunto. ¿Lo hará
aún?
Aquí todo ha vuelto más o menos a la normalidad. Las cosas que nos
cuentan Jan, Kugler y Kleiman sobre los precios y la gente de fuera son
verdaderamente increíbles; un cuarto de kilo de té cuesta 3 so florines; un
cuarto de café, 8o florines; la mantequilla está a 3 s florines el medio kilo,
y un huevo vale 1,45 florines. ¡El tabaco búlgaro se cotiza a 14 florines los
cien gramos!
Todo el mundo compra y vende en el mercado negro, cualquiera te ofrece
algo para comprar. El chico de la panadería nos ha conseguido seda para
zurcir, a 90 céntimos una madejuela, el lechero nos consigue cupones de
racionamiento clandestinos, un empresario de pompas fúnebres nos suministra
queso. Todos los días hay robos, asesinatos y asaltos, los policías y
vigilantes nocturnos no se quedan atrás con respecto a los ladrones de oficio,
todos quieren llenar el estómago y como está prohibido aumentar los salarios,
la gente se ve obligada a estafar. La Policía de menores no cesa de buscar el
paradero de chicas de quince, dieciséis, diecisiete años y más, que desaparecen
a diario.
Intentaré terminar el cuento del hada Ellen[2]. Se lo podría regalar a
papá para su cumpleaños, en broma, incluidos los derechos de autor. ¡Hasta la
próxima!
Tu Ana M. Frank
Domingo,
7 de mayo de 1944, por la mañana
Querida Kitty:
Papá y yo estuvimos ayer conversando largo y tendido. Lloré mucho, y
papá hizo otro tanto. ¿Sabes lo que me dijo, Kitty?
«He recibido muchas cartas en mi vida, pero ninguna tan horrible como
ésta. ¡Tú, Ana, que siempre has recibido tanto amor de tus padres, que tienes
unos padres siempre dispuestos a ayudarte, y que siempre te han defendido en lo
que fuera, tú hablas de no sentirte responsable! Estás ofendida y te sientes
abandonada. No, Ana, has sido muy injusta con nosotros. Tal vez no haya sido
ésa tu intención, pero lo has escrito así, Ana, y de verdad, no nos merecemos
tus reproches.»
¡Ay, qué error tan grande he cometido! Es el acto más vil que he
cometido en mi vida. No he querido más que darme aires con mis llantos y mis
lágrimas, y hacerme la importante para que él me tuviera respeto. Es cierto que
he sufrido mucho, y lo que he dicho de mamá es verdad, pero inculpar así al
pobre Pim, que siempre ha hecho todo por mí y que sigue haciéndolo, ha sido más
que vil.
Está muy bien que haya descendido de las alturas inalcanzables en las
que me encontraba, que se me haya quebrado un poco el orgullo, porque se me
habían subido demasiado los humos. Lo que hace la señorita Ana no siempre está
bien, ¡ni mucho menos! Alguien que hace sufrir tanto a una persona a la que
dice querer, y aposta además, es un ser bajo, muy bajo.
Pero de lo que más me avergüenzo es de la manera en que papá me ha
perdonado; ha dicho que echará la carta al fuego, en la estufa, y me trata
ahora con tanta dulzura, que es como si fuera él quien ha hecho algo malo. Ana,
Ana, aún te queda muchísimo por aprender. Empieza por ahí, en lugar de mirar a
los demás por encima del hombro y echarles la culpa de todo.
Sí, he sufrido mucho, pero ¿acaso no sufren todos los de mi edad? He
sido una comedianta muchas veces sin darme cuenta siquiera; me sentía sola,
pero casi nunca he desesperado. Nunca he llegado a los extremos de papá, que
alguna vez salió a la calle armado con un cuchillo para quitarse la vida.
He de avergonzarme y me avergüenzo profundamente. Lo hecho, hecho
está, pero es posible evitar que se repita. Quisiera volver a empezar y eso no
será tan difícil, ya que ahora tengo a Peter. Con su apoyo lo lograré. Ya no
estoy sola, él me quiere, yo le quiero, tengo mis libros, mis cuadernos y mi
diario, no soy tan fea, ni me falta inteligencia, tengo un carácter alegre y quiero
ser una buena persona.
Sí, Ana, te has dado cuenta perfectamente de que tu carta era demasiado
dura e injusta, y sin embargo te sentías orgullosa de haberla escrito. Debo
volver a tomar ejemplo de papá, y me enmendaré.
Tu Ana M. Frank.
Lunes 8
de mayo de 1944
Querida Kitty:
¿Te he contado alguna vez algo sobre nuestra familia? Creo que no, y
por eso empezaré a hacerlo en seguida. Papá nació en Francfort del Meno, y sus
padres eran gente de dinero. Michael Frank era dueño de un Banco, y con él se
hizo millonario, y Alice Stern era de padres muy distinguidos y también de
mucho dinero. Michael Frank no había sido rico en absoluto de joven, pero fue
escalando posiciones. Papá tuvo una verdadera vida de niño bien, con fiestas
todas las semanas, y bailes, niñas guapas, valses, banquetes, muchas
habitaciones, etc. Todo ese dinero se perdió cuando murió el abuelo, y después
de la guerra mundial y la inflación no quedó nada. Hasta antes de la guerra
aún nos quedaban bastantes parientes ricos. O sea, que papá ha tenido una educación
de primera, y por eso ayer le dio muchísima risa cuando, por primera vez en sus
S S años de vida, tuvo que rascar la comida del fondo de la sartén.
Mamá no era tan, tan rica, pero sí bastante, con lo que ahora nos deja
boquiabiertos con sus historias de fiestas de compromiso de 250 invitados,
bailes privados y grandes banquetes.
Ya no podemos llamarnos ricos, ni mucho menos, pero tengo mis
esperanzas puestas en lo que vendrá cuando haya acabado la guerra. Te aseguro
que no le tengo ningún apego a la vida estrecha, como mamá y Margot. Me
gustaría irme un año a París y un año a Londres, para aprender el idioma y
estudiar historia del arte. Compáralo con Margot, que quiere irse a Palestina a
trabajar de enfermera en una maternidad. A mí me siguen haciendo ilusión los
vestidos bonitos y conocer gente interesante, quiero viajar y tener nuevas
experiencias, no es la primera vez que te lo digo, y algún dinero no me vendrá
mal para poder hacerlo...
Esta mañana, Miep nos contó algunas cosas sobre la fiesta de compromiso
de su prima, a la que fue el sábado. Los padres de la prima son ricos, los del
novio más ricos aún. Se nos hizo la boca agua cuando Miep nos contó lo que
comieron: sopa juliana con bolitas de carne, queso, canapés de carne picada,
entremeses variados con huevo y rosbif, canapés de queso, bizcocho borracho,
vino y cigarrillos, de todo a discreción.
Miep se bebió diez copas y se fumó tres cigarrillos. ¿Es ésta la mujer
antialcohólica que dice ser? Si Miep estuvo bebiendo tanto, ¿cuánto habrá
bebido su señor esposo? En esa fiesta todos deben haberse achispado un poco,
naturalmente. También había dos agentes de la brigada de homicidios, que
sacaron fotos a la pareja. Como verás, Miep no se olvida ni un instante de sus
escondidos, porque en seguida memorizó los nombres y las señas de estos dos
señores, por si llega a pasar algo y hacen falta holandeses de confianza.
¡Cómo no se nos iba a hacer la boca agua, cuando sólo habíamos
desayunado dos cucharadas de papilla de avena y teníamos un hambre que nos
moríamos; cuando día a día no comemos otra cosa que no sean espinacas a medio
cocer (por aquello de las vitaminas) con patatas podridas; cuando en nuestros
estómagos vacíos no metemos más que lechuga en ensalada y lechuga cocida, y
espinacas, espinacas y otra vez espinacas! Quién sabe si algún día no seremos
tan fuertes como Popeye, aunque de momento no se nos note...
Si Miep nos hubiera invitado a que la acompañáramos a la fiesta, no
habría quedado un solo bocadillo para los demás invitados. Si hubiéramos estado
nosotros en esa fiesta, habríamos organizado un gran pillaje y no habríamos
dejado ningún mueble en su sitio. Te puedo asegurar que le íbamos sacando a
Miep las palabras de la boca, que nos pusimos a su alrededor como si en la vida
hubiéramos oído hablar de una buena comida o de gente distinguida. ¡Y ésas son
las nietas del famoso millonario! ¡Cómo pueden cambiar las cosas en este mundo!
Tu Ana M. Frank
Martes, 9
de mayo de 1944
Querida Kitty:
He terminado el cuento del hada Ellen. Lo he pasado a limpio en un
bonito papel de cartas, adornado con tinta roja, y lo he cosido. En su
conjunto tiene buena pinta, pero no sé si no será poca cosa. Margot y mamá han
hecho un poema de cumpleaños cada una.
A mediodía subió el señor Kugler a darnos la noticia de que la señora
Broks tiene la intención de venir aquí todos los días durante dos horas a
tomar el café, a partir del lunes. ¡Imagínate! Ya nadie podrá subir a vernos,
no podrán traernos las patatas, Bep no podrá venir a comer, no podremos usar el
retrete, no podremos hacer ningún ruido, y demás molestias por el estilo.
Pensamos en toda clase de posibilidades que pudieran disuadirla. Van Daan sugirió
que bastaría con darle un buen laxante en el café.
-No, por favor -contestó Kleiman-. ¡Que entonces ya no saldría más del
excusado!
Todos soltamos la carcajada.
-¿Del excusado? -preguntó la señora-. ¿Y eso qué significa? Se lo
explicamos.
-¿Y esta expresión se puede usar siempre? -preguntó muy ingenua.
-¡Vaya ocurrencia!. -dijo Bep entre risitas.
Imaginaos que uno entrara en unos grandes almacenes y preguntara por
el excusado... ¡Ni lo entenderían!
Por lo tanto, Dussel ahora se encierra a las doce y media en el
«excusado», por seguir usando la expresión. Hoy cogí resueltamente un trozo de
papel rosa y escribí:
Horario de uso del retrete para el señor Dussel
Mañana: de 7.15 a 7.30
Mediodía: después de las 13
Por lo demás, a discreción.
Sujeté el cartel en la puerta verde del retrete estando Dussel todavía
dentro. Podría haber añadido fácilmente: «En caso de violación de esta ley se
aplicará la pena de encierro.» Porque el retrete se puede cerrar tanto por
dentro como por fuera.
El último chiste de Van Daan:
A raíz de la clase de religión y de la historia de Adán y Eva, un
niño de trece años le pregunta a su padre:
-Papá, ¿me podrías decir cómo nací?
-Pues... -le contesta el padre-. La cigüeña te cogió de un
charco grande, te dejó en la cama de mamá y le dio un picotazo en
la pierna que la hizo sangrar, y tuvo que guardar cama una semana. Para
enterarse de más detalles, el niño fue a preguntarle lo
mismo a su madre:
-Mamá, ¿me podrías decir cómo naciste tú y cómo nací yo?
La madre le contó exactamente la misma historia, tras lo cual el niño,
para saberlo todo con pelos y señales, acudió igualmente al abuelo:
-Abuelo, ¿me podrías decir cómo naciste tú y cómo nació tu hija?
Y por tercera vez consecutiva, oyó la misma historia.
Por la noche escribió en su diario: «Después de haber recabado
informes muy precisos, cabe concluir que en nuestra familia no ha
habido relaciones sexuales durante tres generaciones.» ¡Ya son las
tres!, y todavía tengo que estudiar.
Tu Ana M. Frank
P. D. Como ya te he contado que tenemos una nueva mujer de la limpieza,
quisiera añadir que esta señora está casada, tiene sesenta años y es dura de
oído. Esto último viene bien, teniendo en cuenta los posibles ruidos
procedentes de ocho escondidos.
¡Ay, Kit, hace un tiempo tan bonito! ¡Cómo me gustaría, salir a la
calle!
Miércoles,
10 de mayo de 1944
Querida Kitty:
Ayer por la tarde estábamos estudiando francés en el desván, cuando de
repente oí detrás de mí un murmullo como de agua. Le pregunté a Peter qué
pasaba, pero él, sin responderme siquiera, subió corriendo a la buhardilla -el
lugar del desastre-, y cogiendo bruscamente a Mouschi, que en lugar de usar su
cubeta, ya toda mojada, se había puesto a hacer pis al lado, lo metió en la cubeta
para que siguiera haciendo pis allí. Se produjo un gran estrépito y Mouschi,
que entretanto .había acabado, bajó como un relámpago. Resulta que el gato,
buscando un poco de comodidad cubetística para hacer sus necesidades, se había
sentado encima de un montoncito de serrín que tapaba una raja en el suelo de la
buhardilla, que es bastante poroso; el charco que produjo no tardó en
atravesar el techo del desván y, por desgracia, fue a parar justo dentro y al
lado del tonel de las patatas. El techo chorreaba, y como el suelo del desván
tiene a su vez unos cuantos agujeros, algunas gotas amarillas lo atravesaron y
cayeron en la habitación, en medio de una pila de medias y libros que había
sobre la mesa.
El espectáculo era tan cómico que me entró la risa: Mouschi acurrucado
debajo de un sillón, Peter dándole al agua, a los polvos de blanqueo y a la
bayeta, y Van Daan tratando de calmar los ánimos. El desastre se reparó
pronto, pero como bien es sabido, el pis de gato tiene un olor horrible, lo que
quedó demostrado ayer de forma patente por las patatas y también por el serrín,
al que papá llevó abajo en un cubo para quemarlo.
Ana
Jueves,
11 de mayo de 1944
Querida Kitty:
Otro episodio que nos hizo reír:
Había que cortarle el pelo a Peter y su madre, como de costumbre,
haría de peluquera. A las siete y veinticinco desapareció Peter en su
habitación, y a las siete y media en punto volvió a salir, todo desnudo, aparte
de un pequeño bañador azul y zapatos de deporte.
-¿Vamos ya? -le preguntó a su madre.
-Sí, pero espera que encuentre las tijeras.
Peter le ayudó a buscar y se puso a hurgar bruscamente en el cajón
donde la señora guarda sus artículos de tocador.
-¡No me revuelvas las cosas, Peter! -se quejó.
No entendí qué le contestó Peter, pero debió haber sido alguna impertinencia,
porque la señora le dio un golpe en el brazo. El se lo devolvió, ella volvió a
golpearle con todas sus fuerzas y Peter retiró el brazo haciendo una mueca muy
cómica. -¡Vente ya, vieja!
La señora se quedó donde estaba, Peter la cogió de las muñecas y la
arrastró por toda la habitación. La señora lloraba, se reía, profería
maldiciones y pataleaba, pero todo era en vano. Peter condujo a su prisionera
hasta la escalera del desván, donde tuvo que soltarla por la fuerza. La señora
volvió a la habitación y se dejó caer en una silla con un fuerte suspiro.
-El rapto de la madre -bromeé.
-Sí, pero me ha hecho daño.
Me acerqué a mirar y le llevé agua fría para aplacar el dolor de sus
muñecas, que estaban todas rojas por la fricción. Peter, que se había quedado
esperando junto a la escalera, perdió de nuevo la paciencia y entró en la
habitación como un domador, con un cinturón en la mano. Pero la señora no le
acompañó; se quedó sentada frente al escritorio, buscando un pañuelo.
-Primero tienes que disculparte.
-Está bien, te pido disculpas, que ya se está haciendo tarde.
A la señora le dio risa a pesar suyo, se levantó y se acercó a la
puerta. Una vez allí, se sintió obligada a darnos una explicación antes de
salir. (Estábamos papá, mamá y yo, fregando los platos.)
-En casa no era así -dijo-. Le habría dado un golpe que le hubiera
hecho rodar escaleras abajo (!). Nunca ha sido tan insolente, y ya ha recibido
unos cuantos golpes, pero es la educación moderna, los hijos modernos, yo
nunca hubiera tratado así a mi madre, ¿ha tratado usted así a la suya, señor
Frank?
Estaba exaltada, iba y venía, preguntaba y decía de todo, y mientras
tanto seguía sin subir. Hasta que por fin, ¡por fin!, se marchó.
No estuvo arriba más que cinco minutos. Entonces bajó como un huracán,
resoplando, tiró el delantal, y a mi pregunta de si ya había terminado,
contestó que bajaba un momento, lanzándose como un remolino escaleras abajo,
seguramente en brazos de su querido Putti.
No subió hasta después de las ocho, acompañada de su marido. Hicieron bajar
a Peter del desván, le echaron una tremenda regañina, le soltaron unos
insultos, que si insolente, que si maleducado, que si irrespetuoso, que si mal
ejemplo, que si Ana es así, que si Margot hace asá: no pude pescar más que eso.
Lo más probable es que hoy todo haya vuelto a la normalidad.
Tu Ana M. Frank
P. D. El martes y el miércoles por la noche habló por la radio nuestra
querida reina. Dijo que se tomaba unas vacaciones para poder regresar a Holanda
refortalecida. Dijo que «cuando vuelva... pronta liberación... coraje y
valor... y cargas pesadas».
A ello le siguió un discurso del ministro Gerbrandy. Este hombre tiene
una vocecita tan infantil y quejumbrosa, que mamá, sin quererlo, soltó un ¡ay!
de compasión. Un pastor protestante, con una voz robada a Don Fatuo, concluyó
la velada con un rezo, pidiéndole a Dios que cuidara de los judíos y de los
detenidos en los campos de concentración, en las cárceles y en Alemania.
Jueves,
11 de mayo de 1944
Querida Kitty:
Como me he dejado la «caja de chucherías» arriba, y por lo tanto
también la pluma, y como no puedo molestar a los que duermen su siestecita
(hasta las dos y media), tendrás que conformarte con una carta escrita a
lápiz.
De momento tengo muchísimo que hacer, y por extraño que parezca, me falta
el tiempo para liquidar la montaña de cosas que me esperan. ¿Quieres que te
cuente en dos palabras todo lo que tengo que hacer? Pues bien, para mañana
tengo que leer la primera parte de la biografía de Galileo Galilei, ya que hay
que devolverla a la biblioteca. Empecé a leer ayer, y voy por la página 220.
Como son 320 páginas en total, lo acabaré. La semana que viene tengo que leer
Palestina en la encrucijada y la segunda parte de Galileo. Ayer también terminé
de leer la primera parte de la biografía del emperador Carlos V y tengo que
pasar a limpio urgentemente la cantidad de apuntes y genealogías que he
extraído de ella. A continuación tengo tres páginas de vocablos extranjeros que
tengo que leer en voz alta, apuntar y aprenderme de memoria, todos extraídos
de los distintos libros. En cuarto lugar está mi colección de estrellas de
cine, que están todas desordenadas y necesitan urgentemente que las ordene;
pero puesto que tal ordenamiento tomaría varios días y que la profesora Ana,
como ya se ha dicho, está de momento agobiada de trabajo, el caos por de pronto
seguirá siendo un caos. Luego también Teseo, Edipo, Peleo, Orfeo, Jasón y
Hércules están a la espera de un ordenamiento, ya que varias de sus proezas
forman como una maraña de hilos de colores en mi cabeza; también Mirón y Fidias
necesitan un tratamiento urgente, para evitar que se conviertan en una masa informe.
Lo mismo es aplicable, por ejemplo, a las guerras de los Siete y de los Nueve
Años: llega un momento en que empiezo a mezclarlo todo. ¿Qué voy a hacer con
una memoria así? ¡Imagínate lo olvidadiza que me volveré cuando tenga ochenta
años!
¡Ah, otra cosa! La Biblia. ¿Cuánto faltará para que me encuentre con
la historia del baño de Susana? ¿Y qué querrán decir con aquello de la culpa de
Sodoma y Gomorra? ¡Ay, todavía quedan tantas preguntas y tanto por aprender! Y
mientras tanto, a Liselotte von der Pfalz la tengo totalmente abandonada.
Kitty, ¿ves que la cabeza me da vueltas?
Ahora otro tema: hace mucho que sabes que mi mayor deseo es llegar a
ser periodista y más tarde una escritora famosa. Habrá que ver si algún día
podré llevar a cabo este delirio (?!) de grandeza, pero temas hasta ahora no me
faltan. De todos modos, cuando acabe la guerra quisiera publicar un libro
titulado La casa de atrás; aún está por ver si resulta, pero mi diario podrá
servir de base.
También tengo que terminar La vida de Cady. He pensado que en la
continuación del relato, Cady vuelve a casa tras la cura en el sanatorio y
empieza a cartearse con Hans. Eso es en 1941. Al poco tiempo se da cuenta de
que Hans tiene simpatías nacionalsocialistas, y como Cady está muy preocupada
por la suerte de los judíos y la de su amiga Marianne, se produce entre ellos
un alejamiento. Rompen después de un encuentro en el que primero se
reconcilian, pero después del cual Hans conoce a otra chica. Cady está hecha
polvo y, para dedicarse a algo bueno, decide hacerse enfermera. Cuando acaba
sus estudios de enfermera, se marcha a Suiza por recomendación de unos amigos
de su padre, para aceptar un puesto en un sanatorio para enfermos de pulmón.
Sus primeras vacaciones allí las pasa a orillas del lago de Como, donde se
topa con Hans por casualidad. Este le cuenta que dos años antes se casó con la
sucesora de Cady, pero que su mujer se ha quitado la vida a raíz de un ataque
de depresión. A su lado, Hans se ha dado cuenta de lo mucho que ama a la
pequeña Cady, y ahora vuelve a pedir su mano. Cady se niega, aunque sigue
amándolo igual que antes, a pesar suyo, pero su orgullo se interpone entre
ellos. Después de esto, Hans se marcha, y años más tarde Cady se entera de que
ha ido a parar a Inglaterra, donde cae bastante enfermo.
La propia Cady se casa a los veintisiete años con Simón, un hombre
acaudalado ajeno a todo lo ocurrido. Empieza a quererlo mucho, pero nunca tanto
como a Hans. Tiene dos hijas mujeres, Lilian y Judith, y un varón, Naco. Simón
y ella son felices, pero en los pensamientos ocultos de Cady siempre sigue
estando Hans. Hasta que una noche sueña con él y se despide de él.
No son tonterías sentimentales, porque el relato incluye en parte la
historia de papá.
Tu Ana M. Frank
Sábado,
13 de mayo de 1944
Mi querida Kitty:
Ayer fue el cumpleaños de papá, papá y mamá cumplían 19 años de
casados, no tocaba mujer de la limpieza y el sol brillaba como nunca. El
castaño está en flor de arriba abajo, y lleno de hojas además, y está mucho
más bonito que el año pasado.
Kleiman le regaló a papá una biografía sobre la vida de Linneo, Kugler
un libro sobre la naturaleza, Dussel el libro Amsterdam desde el agua, los Van
Daan una caja gigantesca, adornada por un decorador de primera, con tres
huevos, una botella de cerveza, un yogur y una corbata verde dentro. Nuestro
pote de melaza desentonaba un poco. Mis rosas despiden un aroma muy rico, a
diferencia de los claveles rojos de Miep y Bep. Lo han mimado mucho. De la
casa Siemons trajeron cincuenta pasteles (¡qué bien!), y además papá nos
convidó a tarta de miel, y a cerveza para los hombres y yogur para las mujeres.
¡Todo estuvo riquísimo!
Tu Ana M. Frank
Martes,
16 de mayo de 1944
Mi querida Kitty:
Para variar (como hace tanto que no ocurría) quisiera contarte una
pequeña discusión que tuvieron ayer el señor y la señora:
La señora: «Los alemanes a estas alturas deben haber reforzado mucho su
Muralla del Atlántico; seguramente harán todo lo que esté a su alcance para
detener a los ingleses. ¡Es increíble la fuerza que tienen los alemanes!»
El señor: «¡Sí, sí, terrible!»
La señora: «¡Pues sí!»
El señor: «Seguro que los alemanes acabarán ganando la guerra, de lo
fuertes que son.»
La señora: «Pues podría ser; a mí no me consta lo contrario.» El señor:
«Será mejor que me calle.» La señora: «Aunque no quieras, siempre contestas.»
El señor: «¡Qué va, si no contesto casi nunca!» La señora: «Sí que contestas, y
siempre quieres tener la razón. Y
tus predicciones no siempre resultan acertadas, ni mucho menos.»
El señor: «Hasta ahora siempre he acertado en mis predicciones.»
La señora: «¡Eso no es cierto! La invasión iba a ser el año pasado, los
finlandeses conseguirían la paz, Italia estaría liquidada en el invierno, los
rusos ya tenían Lemberg... ¡Tus predicciones no valen un ochavo!»
El señor (levantándose): «¡Cállate de una buena vez! ¡Ya verás que
tengo razón, en algún momento tendrás que reconocerlo, estoy harto de tus
críticas, ya me las pagarás!» (Fin del primer acto.)
No pude evitar que me entrara la risa, mamá tampoco, y también Peter
tuvo que contenerse. ¡Ay, qué tontos son los mayores! ¿Por qué no aprenden
ellos primero, en vez de estar criticando siempre a sus hijos?
Desde el viernes abrimos de nuevo las ventanas por las noches.
Tu Ana M. Frank
Intereses de la familia de escondidos en la Casa de atrás: (Relación
sistemática de asignaturas de estudio y de lectura.) El señor Van Daan: no
estudia nada; consulta mucho la enciclopedia Knaur; lee novelas de detectives,
libros de medicina e historias de suspense y de amor sin importancia.
La señora de Van Daan: estudia inglés por correspondencia; le gusta
leer biografías noveladas y algunas novelas. El señor Frank: estudia inglés (¡Dickens!)
y algo de latín; nunca lee novelas, pero sí le gustan las descripciones serias
y áridas de personas y países.
La señora de Frank: estudia inglés por correspondencia; lee de todo,
menos las historias de detectives.
El señor Dussel: estudia inglés, español y holandés sin resultado aparente;
lee de todo; su opinión se ajusta a la de la mayoría. Peter Van Daan: estudia
inglés, francés (por correspondencia), taquigrafía holandesa, inglesa y
alemana, correspondencia comercial en inglés, talla en madera, economía
política y, a veces, matemáticas; lee poco, a veces libros sobre geografía.
Margot Frank: estudia inglés, francés, latín por correspondencia,
taquigrafía inglesa, alemana y holandesa, mecánica, trigonometría, geometría,
geometría del espacio, física, química, álgebra, literatura inglesa, francesa,
alemana y holandesa, contabilidad, geografía, historia contemporánea, biología,
economía, lee de todo, preferentemente libros sobre religión y medicina.
Ana Frank: estudia taquigrafía francesa, inglesa, alemana y
holandesa, geometría, álgebra, historia, geografía, historia del arte,
mitología, biología, Historia bíblica, literatura holandesa; le encanta leer
biografías, áridas o entretenidas, libros de historia (a veces novelas y
libros de esparcimiento).
Viernes,
19 de mayo de 1944
Querida Kitty:
Ayer estuve muy mal. Vomité (¡yo, figúrate!), me dolía la cabeza, la
tripa, todo lo que te puedas imaginar. Hoy ya estoy mejor, tengo mucha hambre
pero las judías pintas que nos dan hoy será mejor que no las toque.
A Peter y a mí nos va bien. El pobre tiene más necesidad de cariño que
yo, sigue poniéndose colorado cada vez que le doy el beso de las buenas noches
y siempre me pide que le dé otro. ¿Seré algo así como una sustituta de Moffle?
A mí no me importa, él es feliz sabiendo que alguien le quiere.
Después de mi tortuosa conquista, estoy un tanto por encima de la
situación, pero no te creas que mi amor se ha entibiado. Es un encanto, pero yo
he vuelto a cerrarme por dentro; si Peter quisiera romper otra vez el candado,
esta vez deberá tener una palanca más fuerte...
Tu Ana M. Frank
Sábado,
20 de mayo de 1944
Querida Kitty:
Anoche bajé del desván, y al entrar en la habitación vi en seguida que
el hermoso jarrón de los claveles había rodado por el suelo. Mamá estaba de
rodillas fregando y Margot intentaba pescar mis papeles mojados del suelo.
-¿Qué ha pasado? -pregunté, llena de malos presentimientos, y sin
esperar una respuesta me puse a estimar los daños desde la distancia. Toda mi
carpeta de genealogías, mis cuadernos, libros, todo empapado. Casi me pongo a
llorar y estaba tan exaltada, que empecé a hablar en alemán. Ya no me acuerdo
en absoluto de lo que dije, pero según Margot murmuré algo así como «daños
incalculables, espantosos, horribles, irreparables» y otras cosas más. Papá se
reía a carcajadas, mamá y Margot se contagiaron, pero yo casi me echo a llorar
al ver todo mi trabajo estropeado y mis apuntes pasados a limpio todos
emborronados.
Ya examinándolo mejor, los «daños incalculables» no lo eran tanto, por
suerte. En el desván despegué y clasifiqué con sumo cuidado los papeles
pegoteados y los colgué en hilera de las cuerdas de colgar la colada.
Resultaba muy cómico verlo y me volvió a entrar risa: María de Médicis al lado
de Carlos V, Guillermo de Orange al lado de María Antonieta.
Tras confiar el cuidado de mis papeles a Peter, volví a bajar.
-¿Cuáles son los libros estropeados? -le pregunté a Margot,
que estaba haciendo una selección de mis tesoros librescos.
-El de álgebra -dijo.
Pero lamentablemente ni siquiera el libro de álgebra se había estropeado
realmente. ¡Ojalá se hubiera caído en el jarrón! Nunca he odiado tanto un libro
como el de álgebra. En la primera página hay como veinte nombres de chicas que
lo tuvieron antes que yo; está viejo, amarillento y lleno de apuntes,
tachaduras y borrones.
Cualquier día que me dé un ataque de locura, cojo y lo rompo en pedazos.
Tu Ana M. Frank
Lunes, 22
de mayo de 1944
Querida Kitty:
El 20 de mayo, papá perdió cinco tarros de yogur en una apuesta con la
señora Van Daan. En efecto, la invasión no se ha producido aún, y creo poder
decir que en todo Amsterdam, en toda Holanda y en toda la costa occidental
europea hasta España, se habla, se discute y se hacen apuestas noche y día
sobre la invasión, sin perder las esperanzas.
La tensión sigue aumentando. No todos los holandeses de los que
pensamos que pertenecen al bando «bueno» siguen confiando en los ingleses. No
todos consideran que el bluff inglés es una muestra de maestría, nada de eso,
la gente por fin quiere ver actos, actos de grandeza y heroísmo.
Nadie ve más allá de sus narices, nadie piensa en que los ingleses
luchan por sí mismos y por su país; todo el mundo opina que los ingleses tienen
la obligación de salvar a Holanda lo antes posible y de la mejor manera
posible. ¿Por qué habrían de tener esa obligación? ¿Qué han hecho los
holandeses para merecer la generosa ayuda que tanto esperan que se les dé? No,
los holandeses están bastante equivocados; los ingleses, pese a todo su bluff,
no han perdido más honor que todos los otros países, grandes y pequeños, que
ahora están ocupados. Los ingleses no van a presentar sus disculpas por haber
dormido mientras Alemania se armaba, porque los demás países, los que limitan
con Alemania, también dormían. Con la política del avestruz no se llega a
ninguna parte, eso lo ha podido ver Inglaterra y lo ha visto el mundo entero, y
ahora tienen que pagarlo caro, uno a uno, y la propia Inglaterra tampoco se
salvará.
Ningún país va a sacrificar a sus hombres en vano, sobre todo si lo que
está en juego son los intereses de otro país, y tampoco Inglaterra lo hará. La
invasión, la liberación y la libertad llegarán algún día; pero la que puede
elegir el momento es Inglaterra, y no algún territorio ocupado, ni todos ellos
juntos.
Con gran pena e indignación por nuestra parte nos hemos enterado de
que la actitud de mucha gente frente a los judíos ha dado un vuelco. Nos han
dicho que hay brotes de antisemitismo en círculos en los que antes eso era
impensable. Este hecho nos ha afectado muchísimo a todos. La causa del odio
hacia los judíos es comprensible, a veces hasta humana, pero no es buena. Los
cristianos les echan en cara a los judíos que se van de la lengua con los
alemanes, que delatan a quienes los protegieron, que por culpa de los judíos
muchos cristianos corren la misma suerte y sufren los mismos horribles castigos
que tantos otros. Todo esto es cierto. Pero como pasa con todo, tienen que
mirar también la otra cara de la moneda: ¿actuarían los cristianos de otro modo
si estuvieran en nuestro lugar? ¿Puede una persona sin importar si es cristiano
o judío, mantener su silencio ante los métodos alemanes? Todos saben que es
casi imposible. Entonces, ¿por qué les piden lo imposible a los judíos?
En círculos de la resistencia se murmura que los judíos alemanes
emigrados en su momento a Holanda y que ahora se encuentran en Polonia, no
podrán volver a Holanda; aquí tenían derecho de asilo, pero cuando ya no esté
Hitler, deberán volver a Alemania.
Oyendo estas cosas, ¿no es lógico que uno se pregunte por qué se está
librando esta guerra tan larga y difícil? ¿Acaso no oímos siempre que todos
juntos luchamos por la libertad, la verdad y la justicia? Y si en plena lucha
ya empieza a haber discordia, ¿otra vez el judío vale menos que otro? ¡Ay, es
triste, muy triste, que por enésima vez se confirme la vieja sentencia de que
lo que hace un cristiano, es responsabilidad suya, pero lo que hace un judío,
es responsabilidad de todos los judíos!
Sinceramente no me cabe en la cabeza que los holandeses, un pueblo tan
bondadoso, honrado y recto, opinen así sobre nosotros, opinen así sobre el
pueblo más oprimido, desdichado y lastimero de todos los pueblos, tal vez del
mundo entero.
Sólo espero una cosa: que ese odio a los judíos sea pasajero, que los
holandeses en algún momento demuestren ser lo que son en realidad, que no
vacilen en su sentimiento de justicia, ni ahora ni nunca, ¡porque esto de ahora
es injusto!
Y si estas cosas horribles de verdad se hicieran realidad, el pobre
resto de judíos que queda deberá abandonar Holanda. También nosotros deberemos
liar nuestros bártulos y seguir nuestro camino, dejar atrás este hermoso país
que nos ofreció cobijo tan cordialmente y que ahora nos vuelve la espalda.
¡Amo a Holanda, en algún momento he tenido la esperanza de que a mí,
desterrada, pudiera servirme de patria, y aún conservo esa esperanza!
Tu Ana M. Frank
Jueves,
25 de mayo de 1944
Querida Kitty:
¡Bep se ha comprometido! El hecho en sí no es tan sorprendente, aunque
a ninguno de nosotros nos alegra demasiado. Puede que Bertus sea un muchacho
serio, simpático y deportivo, pero Bep no lo ama y eso para mí es motivo
suficiente para desaconsejarle que se case.
Bep ha puesto todos sus empeños en abrirse camino en la vida, y Bertus
la detiene. Es un obrero, un hombre sin inquietudes y sin interés en salir
adelante, y no creo que Bep se sienta feliz con esa situación. Es comprensible
que Bep quiera poner fin a esta cuestión de medias tintas; hace apenas cuatro
semanas había roto con él, pero luego se sintió más desdichada, y por eso
volvió a escribirle, y ahora ha acabado por comprometerse.
En este compromiso entran en juego muchos factores. En primer lugar,
el padre enfermo, que quiere mucho a Bertus; en segundo lugar, el hecho de que
es la mayor de las hijas mujeres de " Voskuijl y que su madre le gasta
bromas por su soltería; en tercer lugar, el hecho de que Bep tiene tan sólo
veinticuatro años, algo que para ella cuenta bastante.
Mamá dijo que hubiera preferido que empezaran teniendo una relación. Yo
no sé qué decir, compadezco a Bep y comprendo que se sintiera sola. La boda no
podrá ser antes de que acabe la guerra, ya que Bertus es un clandestino, o sea,
un «hombre negro» y además ninguno de ellos tiene un céntimo y tampoco tienen
ajuar. ¡Qué perspectivas tan miserables para Bep, a la que todos nosotros
deseamos lo mejor! Esperemos que Bertus cambie bajo el influjo de Bep, o bien
que Bep encuentre a un hombre bueno que sepa valorarla.
Tu Ana M. Frank
El mismo día
Todos los días pasa algo nuevo. Esta mañana han detenido a Van Hoeven.
En su casa había dos judíos escondidos. Es un duro golpe para nosotros, no sólo
porque esos pobres judíos están ahora al borde del abismo, sino que también es
horrible para Van Hoeven.
El mundo está patas arriba. A los más honestos se los llevan a los
campos de concentración, a las cárceles y a las celdas solitarias, y la escoria
gobierna a grandes y pequeños, pobres y ricos. A unos los pillan por vender en
el mercado negro, a otros por ayudar a los judíos o a otros escondidos, y nadie
que no pertenezca al movimiento nacionalsocialista sabe lo que puede pasar
mañana.
También para nosotros es una enorme pérdida lo de Van Hoeven. Bep no
puede ni debe cargar con el peso de las patatas; lo único que nos queda es
comer menos. Ya te contaré cómo lo arreglamos, pero seguro que no será nada
agradable. Mamá dice que no habrá más desayuno: papilla de avena y pan al
mediodía, y por las noches patatas fritas, y tal vez verdura o lechuga una o
dos veces a la semana, más no. Pasaremos hambre, pero cualquier cosa es mejor
que ser descubiertos.
Tu Ana M. Frank
Viernes,
26 de mayo de 1944
Mi querida Kitty:
Por fin, por fin ha llegado el momento de sentarme a escribir tranquila
junto a la rendija de la ventana para contártelo todo, absolutamente todo.
Me siento más miserable de lo que me he sentido en meses, ni siquiera
después de que entraron los ladrones me sentí tan destrozada. Por un lado Van
Hoeven, la cuestión judía, que es objeto de amplios debates en toda la casa, la
invasión que no llega, la mala comida, la tensión, el ambiente deprimente, la
desilusión por lo de Peter y, por el otro lado, el compromiso de Bep, la
recepción por motivo de Pentecostés, las flores, el cumpleaños de Kugler, las
tartas y las historias de teatros de revista, cines y salas de concierto. Esas
diferencias, esas grandes diferencias, siempre se hacen patentes: un día nos
reímos de nuestra situación tan cómica de estar escondidos, y al otro día y en
tantos otros días tenemos miedo, y se nos notan en la cara el temor, la
angustia y la desesperación.
Miep y Kugler son los que más sienten la carga que les ocasionamos,
tanto nosotros como los demás escondidos; Miep en su trabajo, y Kugler que a
veces sucumbe bajo el peso que supone la gigantesca responsabilidad por
nosotros ocho, y que ya casi no puede hablar de los nervios y la exaltación
contenida. Kleiman y Bep también cuidan muy bien de nosotros, de verdad muy
bien, pero hay momentos en que también ellos se olvidan de la Casa de atrás,
aunque tan sólo sea por unas horas, un día, acaso dos. Tienen sus propias
preocupaciones que atender, Kleiman su salud, Bep su compromiso que dista mucho
de ser color de rosa, y aparte de esas preocupaciones también tienen sus
salidas, sus visitas, toda su vida de gente normal, para ellos la tensión a
veces desaparece, aunque sólo sea por poco tiempo, pero para nosotros no,
nunca, desde hace dos años. ¿Hasta cuándo esa tensión seguirá aplastándonos y
asfixiándonos cada vez más?
Otra vez se han atascado las tuberías del desagüe, no podemos dejar
correr el agua, salvo a cuentagotas, no podemos usar el retrete, salvo si
llevamos un cepillo, y el agua sucia la guardamos en una gran tinaja. Por hoy
nos arreglamos, pero ¿qué pasará si el fontanero no puede solucionarnos el
problema él solo? Los del ayuntamiento no trabajan hasta el martes[2]...
Miep nos mandó un pastel de uvas pasas con una inscripción que decía
«Feliz Pentecostés». Es casi como si se estuviera burlando, nuestros ánimos y
nuestro miedo no están Para fiestas.
Nos hemos vuelto más miedosos desde el asunto de Van Hoeven. A cada
momento se oye algún «¡chis!», y todos tratan de hacer menos ruido. Los que
forzaron la puerta en casa de Van Hoeven eran de la Policía, de modo que
tampoco estarnos a buen recaudo de ellos. Si nos llegan a... no, no debo
escribirlo, pero hoy la pregunta es ineludible, al contrario, todo el miedo y la
angustia se me vuelven a aparecer en todo su horror.
A las ocho he tenido que ir sola al lavabo de abajo, no había nadie,
todos estaban escuchando la radio, yo quería ser valiente, pero no fue fácil.
Sigo sintiéndome más segura aquí arriba que sola en el edificio tan grande y
silencioso; los ruidos sordos y enigmáticos que se oyen arriba y los bocinazos
de los coches en la calle sólo me hacen temblar cuando no soy lo bastante
rápida para reflexionar sobre la situación.
Miep se ha vuelto mucho más amable y cordial con nosotros desde la
conversación que ha tenido con papá. Pero eso todavía no te lo he contado. Una
tarde, Miep vino a ver a papá con la cara toda colorada y le preguntó a
quemarropa si creíamos que también a ella se le había contagiado el antisemitismo.
Papá se pegó un gran susto y habló con ella para quitárselo de la cabeza, pero
a Miep le siguió quedando en parte su sospecha. Ahora nos traen más cosas, se
interesan más por nuestros pesares, aunque no debemos molestarles
contándoselos. ¡Son todos tan, tan buenos!
Una y otra vez me pregunto si no habría sido mejor para todos que en
lugar de escondernos ya estuviéramos muertos y no tuviéramos que pasar por
esta pesadilla, y sobre todo que no comprometiéramos a los demás. Pero también
esa idea nos estremece, todavía amamos la vida, aún no hemos olvidado la voz de
la Naturaleza, aún tenemos esperanzas, esperanzas de que todo salga bien.
Y ahora, que pase algo pronto, aunque sean tiros, eso ya no nos podrá
destrozar más que esta intranquilidad, que venga ya el final, aunque sea duro,
así al menos sabremos si al final hemos de triunfar o si sucumbiremos.
Tu Ana M. Frank
Miércoles,
31 de mayo de 1944
Querida Kitty:
El sábado, domingo, lunes y martes hizo tanto calor, que no podía tener
la pluma en la mano, por lo que me fue imposible escribirte. El viernes se
rompió el desagüe, el sábado lo arreglaron. La señora Kleiman vino por la tarde
a visitarnos y nos contó muchas cosas sobre Jopie, por ejemplo que se ha hecho
socia de un club de hockey junto con Jacque van Maarsen. El domingo vino Bep a
ver si no habían entrado ladrones y se quedó a desayunar con nosotros. El lunes
de Pentecostés, el señor Gies hizo de vigilante del escondite y el martes por
fin nos dejaron abrir otra vez las ventanas. Rara vez hemos tenido un fin de
semana de Pentecostés tan hermoso y cálido, hasta podría decirse que caluroso.
Cuando en la Casa de atrás hace mucho calor es algo terrible; para darte una
idea de la gran cantidad de quejas, te describiré los días de calor en pocas
palabras:
El sábado: «¡Qué bueno hace!» dijimos todos por la mañana. -¡Ojalá
hiciera menos calor!», dijimos por la tarde, cuando hubo que cerrar las
ventanas.
El domingo: «¡No se aguanta el calor, la mantequilla se derrite, no hay
ningún rincón fresco en la casa, el pan se seca, la leche se echa a perder, no
se puede abrir ninguna ventana. Somos unos parias que nos estamos sofocando,
mientras los demás tienen vacaciones de Pentecostés!» (Palabras de la señora.)
El lunes: «¡Me duelen los pies, no tengo ropa fresca, no puedo fregar
los platos con este calor!» Quejidos desde la mañana temprano hasta las
últimas horas de la noche. Fue muy desagradable.
Sigo sin soportar bien el calor, y me alegro de que hoy sople una buena
brisa y que igual haya sol.
Tu Ana M. Frank
Viernes,
2 de junio de 1944
Querida Kitty:
«Quienes suban al desván, que se lleven un paraguas bien grande, de
hombre si es posible...» Esto para guarecerse de las lluvias que vienen de
arriba. Hay un refrán que dice: «En lo alto, seco, santo y seguro», pero esto
no es aplicable a los tiempos de guerra (por los tiros) y a los escondidos (por
el pis de gato). Resulta que Mouschi ha tomado más o menos por costumbre
depositar sus menesteres encima de unos periódicos o en una rendija en el
suelo, de modo que no sólo el miedo a las goteras está más que fundado, sino
también el temor al mal olor. Sépase además que también el nuevo Moortje del
almacén padece los mismos males, y todo aquel que haya tenido un gato pequeño
que hiciera sus necesidades por todas partes, sabrá hacerse una idea de los
aromas que flotan por la casa aparte del de la pimienta y del tomillo.
Por otra parte, tengo que comunicarte una receta totalmente nueva
contra los tiros: al oír los disparos, dirigirse rápidamente a la escalera de
madera más cercana, bajar y volver a subir por la misma, intentando rodar por
ella suavemente hacia abajo al menos una vez en caso de repetición. Los
rasguños y el estruendo producidos por las bajadas y subidas y por las caídas,
te mantienen lo suficientemente ocupada como para no oír los disparos ni
pensar en , ellos. Quien escribe estas líneas ya ha probado esta receta ideal,
¡y con éxito!
Tu Ana M. Frank ;
Lunes, 5
de junio de 1944
Querida Kitty:
Nuevos disgustos en la Casa de atrás. Pelea entre Dussel y la familia
Frank a raíz del reparto de la mantequilla. Capitulación de Dussel. Gran
amistad entre la señora de Van Daan y el último, coqueteos, besitos y
sonrisitas simpáticas. Dussel empieza a sentir deseos de estar con una mujer.
Los Van Daan no quieren que hagamos un pastel para el cumpleaños de
Kugler, porque aquí tampoco se comen. ¡Qué miserables!
Arriba un humor de perros. La señora con catarro. Pillamos a Dussel
tomando tabletas de levadura de cerveza, mientras que a nosotros no nos da
nada.
Entrada en Roma del S° Ejército, la ciudad no ha sido destruida ni
bombardeada. Enorme propaganda para Hitler.
Hay poca verdura y patatas, una bolsa de pan se ha echado a perder.
El Esqueleto (así se llama el nuevo gato del almacén) no soporta bien
la pimienta. Utiliza la cubeta-retrete para dormir, y para hacer sus
necesidades coge virutas de madera de las de empacar. ¡Vaya un gato imposible!
El tiempo, malo. Bombardeos continuos sobre el paso de Calais y la
costa occidental francesa.
Imposible vender dólares, oro menos aún, empieza a verse el fondo de
nuestra caja negra. ¿De qué viviremos el mes que viene?
Tu Ana M. Frank
Martes, 6
de junio de 1944
Mi querida Kitty:
This is D-day[3] ha dicho a las doce del
mediodía la radio inglesa, y con razón. This is «the» day[4]: ¡La invasión ha
comenzado!
Esta mañana, a las ocho, los ingleses anunciaron: intensos bombardeos
en Calais, Boulogne-sur-mer, El Havre y Cherburgo, así como en el paso de
Calais (como ya es habitual). También una medida de seguridad para los
territorios ocupados: toda la gente que vive en la zona de 35 kilómetros desde
la costa tienen que prepararse para los bombardeos. Los ingleses tirarán
volantes una hora antes, en lo posible.
Según han informado los alemanes, en la costa francesa han aterrizado
paracaidistas ingleses. «Lanchas inglesas de desembarco luchan contra la
infantería de marina alemana», según la BBC.
Conclusión de la Casa de atrás a las nueve de la mañana, hora del
desayuno: es un desembarco piloto, igual que hace dos años en Dieppe.
La radio inglesa en su emisión de las diez, en alemán, holandés,
francés y otros idiomas: The invasion has begun[5], o sea, la verdadera
invasión.
La radio inglesa en su emisión de las once, en alemán: discurso del
general Dwight Eisenhower, comandante de las tropas.
La radio inglesa en su emisión en inglés: «Ha llegado el día D.» El
general Eisenhower le ha dicho al pueblo francés: «Nos espera un duro combate,
pero luego vendrá la victoria. 1944 será el año de la victoria total. ¡Buena
suerte!»
La radio inglesa en su emisión de la una, en inglés: 11.000 aviones
están preparados y vuelan incesantemente para transportar tropas y realizar
bombardeos detrás de las líneas de combate. 4.000 naves de desembarco y otras
embarcaciones más pequeñas tocan tierra sin cesar entre Cherburgo y El Havre.
Tropas inglesas y estadounidenses se encuentran en pleno combate. Discursos del
ministro holandés Gerbrandy, del primer ministro belga, del rey Haakon de
Noruega, de De Gaulle por Francia y del rey de Inglaterra, sin olvidar a
Churchill.
¡Conmoción en la Casa de atrás! ¿Habrá llegado por fin la liberación
tan ansiada, la liberación de la que tanto se ha hablado, pero que es demasiado
hermosa y fantástica como para hacerse realidad algún día? ¿Acaso este año de
1944 nos traerá la victoria? Ahora mismo no lo sabemos, pero la esperanza, que
también es vida, nos devuelve el valor y la fuerza. Porque con valor hemos de
superar los múltiples miedos, privaciones y sufrimientos. Ahora se trata de
guardar la calma y de perseverar, y de hincarnos las uñas en la carne antes de
gritar. Gritar y chillar por las desgracias padecidas: eso lo pueden hacer en
Francia, Rusia, Italia y Alemania, pero nosotros todavía no tenemos derecho a
ello...
¡Ay, Kitty, lo más hermoso de la invasión es que me da la sensación de
que quienes se acercan son amigos! Los malditos alemanes, nos han oprimido y
nos han puesto el puñal contra el pecho durante tanto tiempo, que los amigos y
la salvación lo son todo para nosotros. Ahora ya no se trata de los judíos, se
trata de toda Holanda, Holanda y toda la Europa ocupada. Tal vez, dice Margot,
en septiembre u octubre pueda volver al colegio.
Tu Ana M. Frank
P. D. Te mantendré al tanto de las últimas noticias. Esta mañana, y
también por la noche, desde los aviones soltaron muñecos de paja y maniquíes
que fueron a parar detrás de las posiciones alemanas; estos muñecos explotaron
al tocar tierra. También aterrizaron muchos paracaidistas, que estaban
pintados de negro para pasar inadvertidos en la noche. A las seis de la mañana
llegaron las primeras lanchas, después de que se había bombardeado la costa por
la noche, con cinco mil toneladas de bombas. Hoy entraron en acción veinte mil
aviones. Las baterías costeras de los alemanes ya estaban destruidas a la hora
del desembarco. Ya se ha formado una pequeña cabeza de puente, todo marcha a
pedir de boca, por más que haga mal tiempo. El ejército y también el pueblo
tienen la misma voluntad y la misma esperanza.
Viernes,
9 de junio de 1944
Querida Kitty:
¡La invasión marcha viento en popa! Los aliados han tomado Bayeux, un
pequeño pueblo de la costa francesa, y luchan ahora para entrar en Caen. Está
claro que la intención es cortar las comunicaciones de la península en la que
está situada Cherburgo. Los corresponsales de guerra informan todas las noches
de las dificultades, el valor y el entusiasmo del ejército, se cometen las
proezas más increíbles, también los heridos que ya han vuelto a Inglaterra han
hablado por el micrófono. A pesar de que hace un tiempo malísimo, los aviones
van y vienen. Nos hemos enterado a través de la BBC que Churchill quería
acompañar a las tropas cuando la invasión, pero que este plan no se llevó a
cabo por recomendación de Eisenhower y de otros generales. ¡Figúrate el valor
de este hombre tan mayor, que ya tiene por lo menos setenta años!
La conmoción del otro día ya ha amainado; sin embargo, esperamos que
la guerra acabe por fin a finales de año. ¡Ya sería hora! Las lamentaciones de
la señora Van Daan no se aguantan, ahora ' que ya no nos puede dar la lata con
la invasión, se queja todo el día del mal tiempo. ¡Te vienen ganas de meterla
en un cubo de agua fría y subirla a la buhardilla!
La Casa de atrás en su conjunto, salvo Van Daan y Peter, ha leído la
trilogía Rapsodia húngara. El libro relata la historia de la vida del
compositor, pianista y niño prodigio Franz Liszt. Es un libro muy interesante,
pero para mi gusto contiene demasiadas historias de mujeres; Liszt no fue tan
sólo el más grande y famoso pianista de su época, sino también el mayor de los
donjuanes aun hasta los setenta años. Tuvo relaciones amorosas con la condesa
Marie d'Agoult, la princesa Carolina de Sayn-Wittgenstein, la bailarina Lola
Montes, las pianistas Agnes Kingworth y Sophie Menter, la princesa circasiana
Olga Janina, la baronesa Olga Meyendroff, la actriz de teatro Lilla no sé
cuántos, etc., etc.: son una infinidad. Las partes del libro que tratan de
música y otras artes son mucho más interesantes. En el libro aparecen: Schumann
y Clara Wieck, Héctor Berlioz, Johannes Brahms, Beethoven, Joachin, Richard
Wagner, Hans von Bülow, Anton Rubinstein, Frederic Chopin, Víctor Hugo, Honoré
de Balzac, Hiller, Hummel, Czerny, Rossini, Cherubini, Paganini, Mendelssohn,
etc., etc. El propio Liszt era un tipo estupendo, muy generoso, nada egoísta,
aunque extremadamente vanidoso; ayudaba a todo el mundo, no conocía nada más
elevado que el arte, amaba el coñac y a las mujeres, no soportaba las
lágrimas, era un caballero, no denegaba favores a nadie, no le importaba el
dinero, era partidario de la libertad de culto y amaba al mundo.
Tu Ana M. Frank
Martes,
13 de junio de 1944
Querida Kit.
Ha sido otra vez mi cumpleaños, de modo que ahora ya tengo quince años.
Me han regalado un montón de cosas: papá y mamá, los cinco tomos de la Historia
del arte de Springer, un juego de ropa interior, dos cinturones, un pañuelo,
dos yogures, un tarro de mermelada, dos pasteles de miel (de los pequeños) y un
libro de botánica; Margot un brazalete sobredorado, Van Daan un libro de la
colección Patria, Dussel un tarro de malta «Biomalt» y un ramillete de
almorta, Miep caramelos, Bep caramelos y unos cuadernos, y Kugler lo más
hermoso: el libro María Teresa y tres lonchas de queso con toda su crema. Peter
me regaló un bonito ramo de peonías. El pobre hizo un gran esfuerzo por
encontrar algo adecuado, pero no tuvo éxito.
La invasión sigue yendo viento en popa, pese al tiempo malísimo, las
innumerables tormentas, los chaparrones y la marejada.
Churchill, Smuts, Eisenhower y Arnold visitaron ayer los pueblos
franceses tomados y liberados por los ingleses. Churchill se subió a un
torpedero que disparaba contra la costa; ese hombre, como tantos otros, parece
no saber lo que es el miedo. ¡Qué envidia!
Desde nuestra «fortaleza de atrás» nos es imposible sondear el ambiente
que impera en Holanda. La gente sin duda está contenta de que la ociosa (!)
Inglaterra por fin haya puesto manos a la obra. No saben lo injusto que es su
razonamiento cuando dicen una y otra vez que aquí no quieren una ocupación
inglesa. Con todo, el razonamiento viene a ser más o menos el siguiente:
Inglaterra tiene que luchar, combatir y sacrificar a sus hijos por Holanda y
los demás territorios ocupados. Los ingleses no pueden quedarse en Holanda, tienen
que presentar sus disculpas a todos los estados ocupados, tienen que devolver
las Indias[6] a sus antiguos dueños,
y luego podrán volverse a Inglaterra, empobrecidos y maltrechos. Pobres
diablos los que piensan así, y sin embargo, como ya he dicho, muchos holandeses
parecen pertenecer a esta categoría. Y ahora me pregunto yo: ¿qué habría sido
de Holanda y de los países vecinos, si Inglaterra hubiera firmado la paz con
Alemania, la paz posible en tantas ocasiones? Holanda habría pasado a formar
parte de Alemania y asunto concluido.
A todos los holandeses que aún miran a los ingleses por encima del
hombro, que tachan a Inglaterra y a su gobierno de viejos seniles, que
califican a los ingleses de cobardes, pero que sin embargo odian a los
alemanes, habría que sacudirlos como se sacude una almohada, así tal vez sus
sesos enmarañados se plegarían de forma más sensata...
En mi cabeza rondan muchos deseos, muchos pensamientos, muchas
acusaciones y muchos reproches. De verdad que no soy tan presumida como mucha
gente cree, conozco mis innumerables fallos y defectos mejor que nadie, con la
diferencia de que sé que quiero enmendarme, que me enmendaré y que ya me he enmendado
un montón.
¿Cómo puede ser entonces, me pregunto muchas veces, que todo el mundo
me siga considerando tan tremendamente pedante y poco modesta? ¿De verdad soy
tan testaruda? ¿Soy realmente yo sola, o quizá también los demás? Suena raro,
ya me doy cuenta, pero no tacharé la última frase, porque tampoco es tan rara
como parece. La señora Van Daan y Dussel, mis principales acusadores, tienen
fama ambos de carecer absolutamente de inteligencia y de ser, sí, digámoslo
tranquilamente, «ignorantes». La gente ignorante no soporta por lo general que
otros hagan una cosa mejor que ellos; el mejor ejemplo de ello son, en efecto,
estos dos ignorantes, la señora Van Daan y el señor Dussel. La señora me considera
ignorante porque yo no padezco esa enfermedad de manera tan aguda como ella; me
considera poco modesta, porque ella lo es menos aún; mis faldas le parecen muy
cortas, porque las suyas lo son más aún; me considera una sabidilla, porque
ella misma habla el doble que yo sobre temas de los que no entiende
absolutamente nada. Lo mismo vale para Dussel. Pero uno de mis refranes favoritos
es «En todos los reproches hay algo de cierto», y por eso soy la primera en
reconocer que algo de sabidilla tengo.
Sin embargo, lo más molesto de mi carácter es que nadie me regaña y me
increpa tanto como yo misma; y si a eso mamá añade su cuota de consejos, la
montaña de sermones se hace tan inconmensurable que yo, en mi desesperación
por salir del paso, me vuelvo insolente y me pongo a contradecir, y
automáticamente salen a relucir las viejas palabras de Ana: «¿Nadie me
comprende!»
Estas palabras las llevo dentro de mí, y aunque suenen a mentira,
tienen también su parte de verdad. Mis autoinculpaciones adquieren a menudo
proporciones tales que desearía encontrar una voz consoladora que lograra
reducirlas a un nivel razonable y a la que también le importara mi fuero
interno, pero ¡ay!, por más que busco, no he podido encontrarla.
Ya sé que estarás pensando en Peter, ¿verdad Kit? Es cierto, Peter me
quiere, no como un enamorado, sino como amigo, su afecto crece día a día, pero
sigue habiendo algo misterioso que nos detiene a los dos, y que ni yo misma sé
lo que es.
A veces pienso que esos enormes deseos míos de estar con él eran
exagerados, pero en verdad no es así, porque cuando pasan dos días sin que haya
ido arriba, me vuelven los mismos fuertes deseos de verle que he tenido
siempre. Peter es bueno y bondadoso, pero no puedo negar que muchas cosas en
él me decepcionan. Sobre todo su rechazo a la religión, las conversaciones
sobre la comida y muchas otras cosas de toda índole no me gustan en absoluto.
Sin embargo, estoy plenamente convencida de que nunca reñiremos, tal como lo
hemos convenido sinceramente. Peter es amante de la paz, tolerante y capaz de
ceder. Acepta que yo le diga muchas más cosas de las que le tolera a su madre.
Intenta con gran empeño borrar las manchas de tinta en sus libros y de poner
cierto orden en sus cosas. Y sin embargo, ¿por qué sigue ocultando lo que tiene
dentro y no me permite tocarlo? Tiene un carácter mucho más cerrado que el mío,
es cierto; pero yo ahora realmente sé por la práctica (recuerda la «Ana en
teoría» que sale a relucir una y otra vez) que llega un momento en que hasta
los caracteres más cerrados ansían, en la misma medida que otros, o más, tener
un confidente.
En la Casa de atrás, Peter y yo ya hemos tenido nuestros años para
pensar, a menudo hablamos sobre el futuro, el pasado y el presente, pero como
ya te he dicho: echo en falta lo auténtico y sin embargo estoy segura de que
está ahí.
¿Será que el no haber podido salir al aire libre ha hecho que creciera
mi afición por todo lo que tiene que ver con la Naturaleza? Recuerdo
perfectamente que un límpido cielo azul, el canto de los pájaros, el brillo de
la luna o el florecimiento de las flores, antes no lograban captar por mucho
tiempo mi atención. Aquí todo eso ha cambiado: para Pentecostés por ejemplo,
cuando hizo tanto calor, hice el mayor de los esfuerzos para no dormirme por
la noche, y a las once y media quise observar bien la luna por una vez a
solas, a través de la ventana abierta. Lamentablemente mi sacrificio fue en
vano, ya que la luna daba mucha luz y no podía arriesgarme a abrir la ventana.
En otra ocasión, hace unos cuantos meses, fui una noche arriba por casualidad,
estando la ventana abierta. No bajé hasta que no terminó la hora de airear. La
noche oscura y lluviosa, la tormenta, las nubes que pasaban apresuradas, me
cautivaron; después de año y medio, era la primera vez que veía a la noche cara
a cara. Después de ese momento, mis deseos de volver a ver la noche superaron
mi miedo a los ladrones, a la casa a oscuras y llena de ratas y a los robos.
Bajé completamente sola a mirar hacia fuera por la ventana del despacho de papá
y la de la cocina. A mucha gente le gusta la Naturaleza, muchos duermen alguna
que otra vez a la intemperie, muchos de los que están en cárceles y hospitales
no ven el día en que puedan volver a disfrutar libremente de la naturaleza,
pero son pocos los que, como nosotros, están tan separados y aislados de la
cosa que desean, y que es igual para ricos que para pobres.
No es ninguna fantasía cuando digo que ver el cielo, las nubes, la luna
y las estrellas me da paciencia y me tranquiliza. Es mucho mejor que la
valeriana o el bromo: la Naturaleza me empequeñece y me prepara para recibir
cualquier golpe con valentía.
En alguna parte estará escrito que sólo pueda ver la Naturaleza, de vez
en cuando y a modo de excepción, a través de unas ventanas llenas de polvo y
con cortinas sucias delante, y hacerlo así no resulta nada agradable. ¡La
Naturaleza es lo único que realmente no admite sucedáneos!
Más de una vez, una de las preguntas que no me deja en paz por dentro
es por qué en el pasado, y a menudo aún ahora, los pueblos conceden a la mujer
un lugar tan inferior al que ocupa el hombre. Todos dicen que es injusto, pero
con eso no me doy por contenta: lo que quisiera conocer es la causa de
semejante injusticia.
Es de suponer que el hombre, dada su mayor fuerza física, ha dominado a
la mujer desde el principio; el hombre, que tiene ingresos, el hombre, que
procrea, el hombre, al que todo le está permitido... Ha sido una gran
equivocación por parte de tantas mujeres tolerar, hasta hace poco tiempo, que
todo siguiera así sin más, porque cuantos más siglos perdura esta norma, tanto
más se arraiga. Por suerte la enseñanza, el trabajo y el desarrollo le han
abierto un poco los ojos a la mujer. En muchos países las mujeres han obtenido
la igualdad de derechos; mucha gente, sobre todo mujeres, pero también hombres,
ven ahora lo mal que ha estado dividido el mundo durante tanto tiempo, y las
mujeres modernas exigen su derecho a la independencia total.
Pero no se trata sólo de eso: ¡también hay que conseguir la valoración
de la mujer! En todos los continentes el hombre goza de una alta estima
generalizada. ¿Por qué la mujer no habría de compartir esa estima antes que
nada? A los soldados y héroes de guerra se los honra y rinde homenaje, a los
descubridores se les concede fama eterna, se venera a los mártires, pero ¿qué
parte de la Humanidad en su conjunto también considera soldados a las mujeres?
En el libro Combatientes para toda la vida pone algo que me ha
conmovido bastante, y es algo así como que por lo general las mujeres, tan
sólo por el hecho de tener hijos, padecen más dolores, enfermedades y
desgracias que cualquier héroe de guerra. ¿Y cuál es la recompensa por aguantar
tantos dolores? La echan en un rincón si ha quedado mutilada por el parto, sus
hijos al poco tiempo ya no son suyos, y su belleza se ha perdido. Las mujeres
son soldados mucho más valientes y heroicos, que combaten y padecen dolores
para preservar a la Humanidad, mucho más que tantos libertadores con todas sus
bonitas historias...
Con esto no quiero decir en absoluto que las mujeres tendrían que
negarse a tener hijos, al contrario, así lo quiere la Naturaleza y así ha de ser.
A los únicos que condeno es a los hombres y a todo el orden mundial, que nunca
quieren darse cuenta del importante, difícil y a veces también bello papel
desempeñado por la mujer en la sociedad.
Paul de Kruif, el autor del libro mencionado, cuenta con toda mi
aprobación cuando dice que los hombres tienen que aprender que en las partes
del mundo llamadas civilizadas, un parto ha dejado de ser algo natural y
corriente. Los hombres lo tienen fácil, nunca han tenido que soportar los
pesares de una mujer, ni tendrán que soportarlos nunca.
Creo que todo el concepto de que el tener hijos constituye un deber de
la mujer, cambiará a lo largo del próximo siglo, dando lugar a la estima y a la
admiración por quien se lleva esa carga al hombro, sin rezongar y sin pronunciar
grandes palabras.
Tu Ana M. Frank
Viernes,
16 de junio de 1944
Querida Kitty:
Nuevos problemas: la señora está desesperada, habla de pegarse un tiro,
de la cárcel, de ahorcarse y suicidarse. Tiene celos de que Peter deposite en
mí su confianza y no en ella, está ofendida por- Á que Dussel no hace
suficiente caso de sus coqueterías, teme que l su marido gaste en tabaco todo
el dinero del abrigo de piel, riñe, insulta, llora, se lamenta, ríe y vuelve a
empezar con las riñas.
¿Qué hacer con una individua tan plañidera y tonta? Nadie la toma en
serio, carácter no tiene, se queja con todos y anda por la casa con un aire de
«liceo de frente, museo por detrás». Y lo peor de todo es que Peter es
insolente con ella, el señor Van Daan susceptible, y mamá cínica. ¡Menudo
panorama! Sólo hay una regla a tener siempre presente: ríete de todo y no hagas
caso de los demás. Parece egoísta, pero en realidad es la única medicina para
los autocompasivos.
A Kugler lo mandan cuatro semanas a Alkmaar a hacer trabajos forzados;
intentará salvarse presentando un certificado médico y una carta de Opekta.
Kleiman tiene que someterse a una operación del estómago lo antes posible.
Anoche, a las once de la noche, cortaron el teléfono a todos los particulares.
Tu Ana M. Frank
Viernes,
23 de junio de 1944
Querida Kitty:
No ha pasado nada en especial. Los ingleses han iniciado la gran
ofensiva hacia Cherburgo; según Pim y Van Daan, el 10 de octubre seguro que
nos habrán liberado. Los rusos participan en la operación, ayer empezó su
ofensiva cerca de Vítebsk. Son tres años clavados desde la invasión alemana.
Bep sigue teniendo un humor por debajo de cero. Casi no nos quedan
patatas. En lo sucesivo vamos a darle a cada uno su ración de patatas por
separado, y que cada cual haga con ellas lo que le plazca. Miep se toma una
semana de vacaciones anticipadas a partir del lunes. Los médicos de Kleiman no
han encontrado nada en la radiografía. Duda mucho si operarse o dejar que venga
lo que venga.
Tu Ana M. Frank
Martes,
27 de junio de 1944
Mi querida Kitty:
El ambiente ha dado un vuelco total: las cosas marchan de maravilla.
Hoy han caído Cherburgo, Vítebsk y Slobin. Un gran botín y muchos prisioneros,
seguramente. En Cherburgo han muerto cinco generales alemanes, y otros dos han
sido hechos prisioneros. Ahora los ingleses podrán desembarcar todo lo que
quieran, porque tienen un puerto: ¡toda la península de Cotentin en manos de
los ingleses, tres semanas después de la invasión! ¡Se han portado!
En las tres semanas que han pasado desde el «Día D» no ha parado de
llover ni de hacer tormenta ni un solo día, tanto aquí como en Francia, pero
esta mala suerte no impide que los ingleses y los norteamericanos demuestren
toda su fuerza, ¡y cómo! La que sí ha entrado en plena acción es la Wuwa[7], pero ¿qué puede
llegar a significar semejante nimiedad, más que unos pocos daños en Inglaterra
y grandes titulares en la prensa teutona? Además, si en Teutonia se dan cuenta
de que ahora de verdad se acerca el peligro bolchevique, se pondrán a temblar
como nunca.
Las mujeres y los niños alemanes que no trabajan para el ejército
alemán, serán evacuados de las zonas costeras y llevados a las provincias de
Groninga, Frisia y Güeldres. Mussert ha declarado que si la invasión llega a
Holanda, él se pondrá un uniforme militar. ¿Acaso ese gordinflón tiene pensado
pelear? Para eso podría haberse marchado a Rusia hace tiempo... Finlandia
rechazó la propuesta de paz en su momento, y también ahora se han vuelto a
romper las negociaciones al respecto. ¡Ya se arrepentirán los muy estúpidos!
¿Cuánto crees que habremos adelantado el 27 de julio?
Tu Ana M. Frank
Viernes,
30 de junio de 1944
Querida Kitty:
Mal tiempo, o bad weather from one at a stretch
to the thirty June[8]. ¿Qué te parece? Ya
ves cómo domino el inglés, y para demostrarlo estoy leyendo Un marido ideal en
inglés (¡con diccionario!).
La guerra marcha a pedir de boca: han caído Bobruisk, Moguiliov y
Orsha; muchos prisioneros.
Aquí todo all right[9]. Los ánimos mejoran,
nuestros optimistas a toda prueba festejan sus triunfos, los Van Daan hacen
malabarismos con el azúcar, Bep se ha cambiado de peinado y Miep está de
vacaciones por una semana. Hasta aquí las noticias.
Me están haciendo un tratamiento muy desagradable del nervio, nada
menos que en uno de los dientes incisivos, ya me ha dolido una enormidad,
tanto que Dussel se pensó que me desmayaría. Pues faltó poco. Al rato le
empezó a doler la muela a la señora...
Tu Ana M. Frank
P. D. De Basilea nos ha llegado la noticia de que Bernd[10] ha hecho el papel
de mesonero en Minna von Barnhelm[11]. Mamá dice que tiene madera
de artista.
Jueves, 6
de julio de 1944
Querida Kitty:
Me entra un miedo terrible cuando Peter dice que más tarde quizá se
haga criminal o especulador. Aunque ya sé que lo dice en broma, me da la
sensación de que él mismo tiene miedo de su débil carácter. Una y otra vez,
tanto Margot como Peter me dicen: «Claro, si yo tuviera tu fuerza y tu valor,
si yo pudiera imponer mi voluntad como haces tú, si tuviera tu energía y tu perseverancia...»
¿De verdad es una buena cualidad el no dejarme influenciar? ¿Está bien
que siga casi exclusivamente el camino que me indica la conciencia?
A decir verdad, no puedo imaginarme que alguien diga «soy débil» y
siga siéndolo. Si uno lo sabe, ¿por qué no combatirlo, por qué no adiestrar su
propio carácter? La respuesta fue: «¡Es que es mucho más fácil así!» La
respuesta me desanimó un poco. ¿Más fácil? ¿Acaso una vida comodona y engañosa
equivale a una vida fácil? No, no puede ser cierto, no es posible que la
facilidad y el dinero sean tan seductores. He estado pensando bastante tiempo
lo que debía responder, cómo tengo que hacer para que Peter crea en sí mismo y
sobre todo para que se abra camino en este mundo. No sé si habré acertado.
Tantas veces me he imaginado lo bonito que sería que alguien depositara
en mí su confianza, pero ahora que ha llegado el momento, me doy cuenta de lo
difícil que es identificarse con los pensamientos de la otra persona y luego
encontrar la mejor solución. Sobre todo dado que «fácil» y «dinero» son
conceptos totalmente ajenos y nuevos para mí.
Peter está empezando a apoyarse en mí, y eso no ha de suceder bajo
ningún concepto. Es difícil valerse por sí mismo en la vida, pero más difícil
aún es estar solo, teniendo carácter y espíritu, sin perder la moral.
Estoy flotando un poco a la deriva, buscando desde hace muchos días un
remedio eficaz contra la palabra «fácil», que no me gusta nada. ¿Cómo puedo
hacerle ver que lo que parece fácil y bonito, hará que caiga en un abismo, en
el que ya no habrá amigos, ni ayuda, ni ninguna cosa bonita, un abismo del que
es prácticamente imposible salir?
Todos vivimos sin saber por qué ni para qué, todos vivimos con la mira
puesta en la felicidad, todos vivimos vidas diferentes y sin embargo iguales. A
los tres nos han educado en un buen ambiente, podemos estudiar, tenemos la
posibilidad de llegar a ser algo en la vida, tenemos motivos suficientes para
pensar que llegaremos a ser felices, pero... nos lo tendremos que ganar a
pulso. Y eso es algo que no se consigue con facilidad. Ganarse la felicidad
implica trabajar para conseguirla, y hacer el bien y no especular ni ser un
holgazán. La holgazanería podrá parecer atractiva, pero la satisfacción sólo la
da el trabajo.
No comprendo a la gente a la que no le gusta el trabajo, pero lo mismo
me pasa con Peter, que no tiene ninguna meta fija y se cree demasiado ignorante
e inferior como para conseguir cualquier cosa que se pueda proponer. Pobre
chico, no sabe lo que significa poder hacer felices a los otros, y yo tampoco
puedo enseñárselo. No tiene religión, se mofa de Jesucristo, usa el nombre de
Dios irrespetuosamente; aunque yo tampoco soy ortodoxa, me duele cada vez que
noto lo abandonado, lo despreciativo y lo pobre de espíritu que es.
Las personas que tienen una religión deberían estar contentas, porque
no a todos les es dado creer en cosas sobrenaturales. Ni siquiera hace falta
tenerle miedo a los castigos que pueda haber después de la muerte; el
purgatorio, el infierno y el cielo son cosas que a muchos les cuesta
imaginarse, pero sin embargo el tener una religión, no importa de qué tipo,
hace que el hombre siga por el buen camino. No se trata del miedo a Dios, sino
de mantener alto el propio honor y la conciencia. ¡Qué hermoso y bueno sería
que todas las personas, antes de cerrar los ojos para dormir,: pasaran revista
a todos los acontecimientos del día y analizaran las cosas buenas y malas que
han cometido! Sin darte casi cuenta, cada día intentas mejorar y superarte
desde el principio, y lo más probable es que al cabo de algún tiempo consigas
bastante. Este método lo puede utilizar cualquiera, no cuesta nada y es de gran
utilidad. Porque para quien aún no lo sepa, que tome nota y lo viva en su
propia carne: luna conciencia tranquila te hace sentir fuerte!
Tu Ana M. Frank
Sábado, 8
de julio de 1944
Querida Kitty:
Broks estuvo en Beverwijk y consiguió fresas directamente de la
subasta. Llegaron aquí todas cubiertas de polvo, llenas de arena, pero en
grandes cantidades. Nada menos que veinticuatro cajas, a repartir entre los de
la oficina y nosotros. Cuando la oficina cerró, hicimos en seguida los primeros
seis tarros grandes de conserva y ocho de mermelada. A la mañana siguiente Miep
iba a hacer mermelada para la oficina.
A las doce y media echamos el cerrojo a la puerta de la calle, bajamos
las cajas, Peter, papá y Van Daan haciendo estrépito por las escaleras, Ana
sacando agua caliente del calentador, Margot que viene a buscar el cubo, ¡todos
manos a la obra! Con una sensación muy extraña en el estómago, entré en la
cocina de la oficina, que estaba llena de gente: Miep, Bep, Kleiman, Jan, papá,
Peter, los escondidos y su brigada de aprovisionamiento, todos mezclados, y
eso a plena luz del día. Las cortinas y las ventanas entreabiertas, todos
hablando alto, portazos... La excitación me hizo temblar.
«¿Es que estamos aún realmente escondidos? -pensé-. Esto debe ser lo
que se siente cuando uno puede mostrarse al mundo otra vez.»
La olla estaba llena, ¡rápido, arriba! En nuestra cocina estaba el
resto de la familia de pie alrededor de la mesa, quitándoles las hojas y los
rabitos a las fresas, al menos, eso era lo que supuestamente estaban haciendo,
porque la mayor parte iba desapareciendo en las bocas en lugar de ir a parar
al cubo. Pronto hizo falta otro cubo, y Peter fue a la cocina de abajo, sonó el
timbre, el cubo se quedó abajo, Peter subió corriendo, se cerraron las puertas
del armario. Nos moríamos de impaciencia, no se podía abrir el grifo y las
fresas a medio lavar estaban esperando su último baño, pero hubo que atenerse a
la regla del escondite de que cuando hay alguien en el edificio, no se abre
ningún grifo por el ruido que hacen las tuberías.
A la una sube Jan: era el cartero. Peter baja rápidamente las escaleras.
¡Rííín!, otra vez el timbre, vuelta para arriba. Voy a escuchar si hay
alguien, primero detrás de la puerta del armario, luego arriba, en el rellano
de la escalera. Por fin, Peter y yo estamos asomados al hueco de la escalera
cual ladrones, escuchando los ruidos que vienen de abajo. Ninguna voz desconocida.
Peter baja la esca¡era sigilosamente, separa a medio camino y llama: «¡Bep!», y
otra vez: «¡Bep!» El bullicio en la cocina tapa la voz de Peter. Corre escaleras
abajo y entra en la cocina. Yo me quedo tensa mirando para abajo.
-¿Qué haces aquí, Peter? ¡Fuera, rápido, que está el contable, vete ya!
Es la voz de Kleiman. Peter llega arriba dando un suspiro, la puerta
del armario se cierra.
Por fin, a la una y media, sube Kugier:
-Dios mío, no veo más que fresas, para el desayuno fresas, Jan comiendo
fresas, Kleiman comiendo fresas, Miep cociendo fresas, Bep limpiando fresas, en
todas partes huele a fresas, vengo aquí para escapar de ese maremágnum rojo, ¡y
aquí veo gente lavando fresas!
Con lo que ha quedado de ellas hacemos conserva. Por la noche se abren
dos tarros, papá en seguida los convierte en mermelada. A la mañana siguiente
resulta que se han abierto otros dos, y por la tarde otros cuatro. Van Daan no
los había esterilizado a temperatura suficiente. Ahora papá hace mermelada
todas las noches. Comemos papilla con fresas, suero de leche con fresas, pan
con fresas, fresas de postre, fresas con azúcar, fresas con arena. Durante dos
días enteros hubo fresas, fresas y más fresas dando vueltas por todas panes,
hasta que se acabaron las existencias o quedaron guardadas bajo siete llaves,
en los tarros.
-¿A que no sabes, Ana? -me dice Margot-. La señora Van Hoeven nos ha
enviado guisantes, nueve kilos en total.
-¡Qué bien! -respondo. Es cierto, qué bien, pero ¡cuánto trabajo!
-El sábado tendréis que ayudar todos a desenvainarlos -anuncia mamá
sentada a la mesa.
Y así fue. Esta mañana, después de desayunar, pusieron en la mesa la
olla más grande de esmalte, que rebosaba de guisantes. Desenvainar guisantes ya
es una lata, pero no sabes lo que es pelar las vainas. Creo que la mayoría de
la gente no sabe lo ricas en vitaminas, lo deliciosas y blandas que son las
cáscaras de los guisantes, una vez que les has quitado la piel de dentro. Sin
embargo, las tres ventajas que acabo de mencionar no son nada comparadas con el
hecho de que la parte comestible es casi tres veces mayor que los guisantes
únicamente.
Quitarle la piel a las vainas es una tarea muy minuciosa y meticulosa,
indicada quizá para dentistas pedantes y especieros quisquillosos, pero para
una chica de poca paciencia como yo es algo terrible.
Empezamos a las nueve y media, a las diez y media me siento, a las once
me pongo de pie, a las once y media me vuelvo a sentar. Oigo como una voz
interior que me va diciendo: quebrar la punta, tirar de la piel, sacar la
hebra, desgranarla, etc., etc. Todo me di vueltas: verde, verde, gusanillo,
hebra, vaina podrida, verde, verde, verde. Para ahuyentar la desgana me paso
toda la mañana hablando, digo todas las tonterías posibles, hago reír a todos
y me siento deshecha por tanta estupidez. Con cada hebra que desgrano me
convenzo más que nunca de que jamás seré sólo ama de casa. ¡Jamás!
A las doce por fin desayunamos, pero de las doce y media a la tina y
cuarto toca quitar pieles otra vez. Cuando acabamos me siento medio mareada,
los otros también un poco. Me acuesto a dormir hasta las cuatro, pero al
levantarme siento aún el mareo a causa de los malditos guisantes.
Tu Ana M. Frank
Sábado,
15 de julio de 1944
Querida Kitty:
De la biblioteca nos han traído un libro con un título muy provocativo:
¿Qué opina usted de la adolescente moderna? Sobre este tema quisiera hablar hoy
contigo.
La autora critica de arriba abajo a los «jóvenes de hoy en día»; sin
embargo, no los rechaza totalmente a todos como si no fueran capaces de hacer
nada bueno. Al contrario, más bien opina que si los jóvenes quisieran, podrían
construir un gran mundo mejor y más bonito, pero que al ocuparse de cosas
superficiales, no reparan en lo esencialmente bello. En algunos momentos de la
lectura me dio la sensación de que la autora se refería a mí con sus censuras,
y por eso ahora por fin quisiera mostrarte cómo soy realmente por dentro y
defenderme de este ataque.
Tengo una cualidad que sobresale mucho y que a todo aquel que me conoce
desde algún tiempo tiene que llamarle la atención, y es el conocimiento de mí
misma. Sin ningún prejuicio y con una bolsa llena de disculpas me planto frente
a la Ana de todos los días y observo lo que hace bien y lo que hace mal. Esa
conciencia de mí misma nunca me abandona y en seguida después de pronunciar
cualquier palabra sé: esto lo tendrías que haber dicho de otra forma, o: esto
está bien dicho. Me condeno a mí misma en miles de cosas y me doy cuenta cada
vez más de lo acertadas que son las palabras de papá, cuando dice que cada niño
debe educarse a sí mismo. Los padres tan sólo pueden dar consejos o
recomendaciones, pero en definitiva la formación del carácter de uno está en
sus propias manos. A esto hay que añadir que poseo una enorme valentía de
vivir, me siento siempre tan fuerte y capaz de aguantar, tan libre y tan
joven... La primera vez que me di cuenta de ello me puse contenta, porque no
pienso doblegarme tan pronto a los golpes que a todos nos toca recibir.
Pero de estas cosas ya te he hablado tantas veces, prefiero tocar el
tema de «papá y mamá no me comprenden». Mis padres siempre me han mimado
mucho, han sido siempre muy buenos conmigo, me han defendido ante los ataques
de los de arriba y han hecho todo lo que estaba a su alcance. Sin embargo,
durante mucho tiempo me he sentido terriblemente sola, excluida, abandonada,
incomprendida. Papá intentó hacer de todo para moderar mi rebeldía, pero sin
resultado. Yo misma me he curado, haciéndome ver a mí misma lo errado de mis
actos.
¿Cómo es posible que papá nunca me haya apoyado en mi lucha, que se
haya equivocado de medio a medio cuando quiso tenderme una mano? Papá ha
empleado métodos desacertados, siempre me ha hablado como a una niña que tiene
que pasar por una infancia difícil. Suena extraño, porque nadie ha confiado
siempre en mí más que papá y nadie me ha dado la sensación de ser una chica
sensata más que papá. Pero hay una cosa que ha descuidado, y es que no ha
pensado en que mi lucha por superarme era para mí mucho más importante que
todo lo demás. No quería que me hablaran de «diferencia de edad», «otras chicas»
y «ya se te pasará», no quería que me trataran como a una chica como todas,
sino como a Ana en sí misma, y Pim no lo entendía. Además, yo no puedo confiar
ciegamente en una persona si no me cuenta un montón de cosas sobre sí misma, y
como yo de Pim no sé nada, no podré recorrer el camino de la intimidad entre
nosotros. Pim siempre se mantiene en la posición del padre mayor que en su
momento también ha tenido inclinaciones pasajeras parecidas, pero que ya no
puede participar de mis cosas como amigo de los jóvenes, por mucho que se
esfuerce. Todas estas cosas han hecho que, salvo a mi diario y alguna que otra
vez a Margot, nunca le contara a nadie mis filosofías y mis teorías bien
meditadas. A papá siempre le he ocultado todas mis emociones, nunca he dejado
que compartiera mis ideales, y a sabiendas h e creado una distancia entre
nosotros.
No podía hacer otra cosa, he obrado totalmente de acuerdo con lo que
sentía, de manera egoísta quizá, pero de un modo que favoreciera mi
tranquilidad. Porque la tranquilidad y la confianza en mí misma que he
alcanzado de forma tan vacilante, las perdería completamente si ahora tuviera
que soportar que me criticaran mi labor a medio terminar. Y eso no lo puedo
hacer ni por Pim, por más crudo que suene, porque no sólo no he compartido con
Pim mi vida interior, sino que a menudo mi susceptibilidad le provoca un
rechazo cada vez mayor.
Es un tema que me da mucho que pensar: ¿por qué será que a veces Pim me
irrita tanto? Que casi no puedo estudiar con él, que sus múltiples mimos me
parecen fingidos, que quiero estar tranquila y preferiría que me dejara en
paz, hasta que me sintiera un poco más segura frente a él. Porque me sigue
carcomiendo el reproche por la carta tan mezquina que tuve la osadía de
escribirle aquella vez que estaba tan exaltada. ¡Ay, qué difícil es ser realmente
fuerte y valerosa por los cuatro costados!
Sin embargo, no ha sido ésa la causa de mi mayor decepción, no, mucho
más que por papá me devano los sesos por Peter. Sé muy bien que he sido yo
quien le he conquistado a él, y no a la inversa, me he forjado de él una
imagen de ensueño, le veía como a un chico callado, sensible, bueno, muy
necesitado de cariño y amistad. Yo necesitaba expresarme alguna vez con una
persona viva. Quería tener un amigo que me pusiera otra vez en camino, acabé la
difícil tarea y poco a poco hice que él se volviera hacia mí. Cuando por fin
había logrado que tuviera sentimientos de amistad para conmigo, sin querer
llegamos a las intimidades que ahora, pensándolo bien, me parecen fuera de
lugar. Hablamos de las cosas más ocultas, pero hasta ahora hemos callado las
que me pesaban y aún me pesan en el corazón. Todavía no sé cómo tomar a Peter.
¿Es superficialidad o timidez lo que lo detiene, incluso frente a mí? Pero
dejando eso de lado, he cometido un gran error al excluir cualquier otra
posibilidad de tener una amistad con él, y al acercarme a él a través de las
intimidades. Está ansioso de amor y me quiere cada día más, lo noto muy bien.
Nuestros encuentros le satisfacen, a mí sólo me producen el deseo de volver a
intentarlo una y otra vez con él y de no tocar nunca los temas que tanto me
gustaría sacar a la luz. He atraído a Peter hacia mí a la fuerza, mucho más de
lo que él se imagina, y ahora él se aferra a mí y de momento no veo ningún
medio eficaz para separarlo de mí y hacer que vuelva a valerse por sí mismo.
Es que desde que me di cuenta, muy al principio, de que él no podía ser el
amigo que yo me imaginaba, me he empeñado para que al menos superara su
mediocridad y se hiciera más grande aun siendo joven.
«Porque en su base más profunda, la juventud es más solitaria que la
vejez.» Esta frase se me ha quedado grabada de algún libro y me ha parecido una
gran verdad.
¿De verdad es cierto que los mayores aquí lo tienen más difícil que los
jóvenes? No, de ninguna manera. Las personas mayores tienen su opinión formada
sobre todas las cosas y ya no vacilan ante sus actos en la vida. A los jóvenes
nos resulta doblemente difícil conservar nuestras opiniones en unos tiempos en
los que se destruye y se aplasta cualquier idealismo, en los que la gente deja
ver su lado más desdeñable, en los que se duda de la verdad y de la justicia y
de Dios.
Quien así y todo sostiene que aquí, en la Casa de atrás, los mayores lo
tienen mucho más difícil, seguramente no se da cuenta de que a nosotros los
problemas se nos vienen encima en mucha mayor proporción. Problemas para los
que tal vez seamos demasiado jóvenes, pero que igual acaban por imponérsenos,
hasta que al cabo de mucho tiempo creemos haber encontrado una solución, que
luego resulta ser incompatible con los hechos, que la hacen rodar por el
suelo. Ahí está lo difícil de estos tiempos: la terrible realidad ataca y
aniquila totalmente los ideales, los sueños y las esperanzas en cuanto se
presentan. Es un milagro que todavía no haya renunciado a todas mis esperanzas,
porque parecen absurdas e irrealizables. Sin embargo, sigo aferrándome a ellas,
pese a todo, porque sigo creyendo en la bondad interna de los hombres.
Me es absolutamente imposible construir cualquier cosa sobre la base de
la muerte, la desgracia y la confusión. Veo cómo el mundo se va convirtiendo
poco a poco en un desierto, oigo cada vez más fuerte el trueno que se avecina y
que nos matará, comparto el dolor de millones de personas, y sin embargo,
cuando me pongo a mirar el cielo, pienso que todo cambiará para bien, que esta
crueldad también acabará, que la paz y la tranquilidad volverán a reinar en el
orden mundial. Mientras tanto tendré que mantener bien altos mis ideales, tal
vez en los tiempos venideros aún se puedan llevar a la práctica...
Tu Ana M. Frank
Viernes,
21 de julio de 1944
Querida Kitty:
¡Me han vuelto las esperanzas, por fin las cosas resultan! Sí, de
verdad, todo marcha viento en popa! ¡Noticias bomba! Ha habido un atentado
contra Hitler y esta vez no han sido los comunistas judíos o los capitalistas
ingleses, sino un germanísimo general alemán, que es conde y joven además. La
«divina providencia» le ha salvado la vida al Führer, y por desgracia sólo ha
sufrido unos rasguños y quemaduras. Algunos de sus oficiales y generales más
allegados han resultado muertos o heridos. El autor principal del atentado ha
sido fusilado.
Sin duda es la mejor prueba de que muchos oficiales y generales están
hartos de la guerra y querrían que Hitler se fuera al otro barrio, para luego
fundar una dictadura militar, firmar la paz con los aliados, armarse de nuevo y
empezar una nueva guerra después de una veintena de años. Tal vez la
providencia se haya demorado un poco aposta en quitarlo de en medio, porque
para los aliados es mucho más sencillo y económico que los inmaculados germanos
se maten entre ellos, así a los rusos y los ingleses les queda menos trabajo
por hacer y pueden empezar antes a reconstruir las ciudades de sus propios
países. Pero todavía falta para eso, y no quisiera adelantarme a esos gloriosos
acontecimientos. Sin embargo, te darás cuenta de que lo que digo es la pura
verdad y nada más que la verdad. A modo de excepción, por una vez dejo de darte
la ¡ata con mis charlas sobre nobles ideales.
Además, Hitler ha sido tan amable de comunicarle a su leal y querido
pueblo que, a partir de hoy, todos los militares tienen que obedecer las
órdenes de la Gestapo y que todo soldado que sepa que su comandante ha tenido
participación en el cobarde y miserable atentado, tiene permiso de meterle un
balazo.
¡Menudo cirio se va a armar! Imagínate que a Pepito de los Palotes le
duelan los pies de tanto caminar, y su jefe el oficial le grita. Pepito coge su
escopeta y exclama: «Tú querías matar al Führer, ¡aquí tienes tu merecido!» Le
pega un tiro y el jefe mandón que ha osado regañar a Pepito, pasa a mejor vida
(¿o a mejor muerte?). Al final, el asunto va a ser que los señores oficiales
van a hacérselo encima de miedo cuando se topen con un soldado o cuando tengan
que impartir órdenes en alguna parte, porque los soldados tendrán más autoridad
y poder que ellos.
¿Me sigues, o me he ido por las ramas? No lo puedo remediar, estoy
demasiado contenta como para ser coherente, si pienso en que tal vez en octubre
ya podré ocupar nuevamente mi lugar en las aulas! ¡Ayayay!, ¿acaso no acabo de
decir que no me quiero precipitar? Perdóname, no por nada tengo fama de ser un
manojo de contradicciones...
Tu Ana M. Frank
Martes, 1
de agosto de 1944
Querida Kitty:
«Un manojo de contradicciones» es la última frase de mi última carta y
la primera de ésta. «Un manojo de contradicciones», ¿serías capaz de
explicarme lo que significa? ¿Qué significa contradicción? Como tantas otras
palabras, tiene dos significados, contradicción por fuera y contradicción por
dentro. Lo primero es sencillamente no conformarse con la opinión de los demás,
pretender saber más que los demás, tener la última palabra, en fin, todas las
cualidades desagradables por las que se me conoce, y lo segundo, que no es por
lo que se me conoce, es mi propio secreto.
Ya te he contado alguna vez que mi alma está dividida en dos, como si
dijéramos. En una de esas dos partes reside mi alegría extrovertida, mis
bromas y risas, mi alegría de vivir y sobre todo el no tomarme las cosas a la
tremenda. Eso también incluye el no ver nada malo en las coqueterías, en un
beso, un abrazo, una broma indecente. Ese lado está generalmente al acecho y
desplaza al otro, mucho más bonito, más puro y más profundo. ¿Verdad que nadie
conoce el lado bonito de Ana, y que por eso a muchos no les caigo bien? Es
cierto que soy un payaso divertido por una tarde, y luego durante un mes todos
están de mí hasta las narices. En realidad soy lo mismo que una película de
amor para los intelectuales: simplemente una distracción, una diversión por
una vez, algo para olvidar rápidamente, algo que no está mal pero que menos
aún está bien. Es muy desagradable para mí tener que contártelo, pero ¿por qué
no habría de hacerlo, si sé que es la pura verdad? Mi lado más ligero y
superficial siempre le ganará al más profundo, y por eso siempre vencerá. No te
puedes hacer una idea de cuántas veces he intentado empujar a esta Ana, que
sólo es la mitad de todo lo que lleva ese nombre, de golpearla, de esconderla,
pero no lo logro y yo misma sé por qué no puede ser.
Tengo mucho miedo de que todos los que me conocen tal y como siempre
soy, descubran que tengo otro lado, un lado mejor y más bonito. Tengo miedo de
que se burlen de mí, de que me encuentren ridícula, sentimental, y de que no
me tomen en serio. Estoy acostumbrada a que no me tomen en serio, pero sólo la
Ana «ligera» está acostumbrada a ello y lo puede soportar, la Ana de mayor
«peso» es demasiado débil. Cuando de verdad logro alguna vez con gran esfuerzo
que suba a escena la auténtica Ana durante quince minutos, se encoge como una
mimosa sensitiva[12] en cuanto le toca decir
algo, cediéndole la palabra a la primera Ana y desapareciendo antes de que me
pueda dar cuenta.
O sea, que la Ana buena no se ha mostrado nunca, ni una sola vez, en
sociedad, pero cuando estoy sola casi siempre lleva la voz cantante. Sé
perfectamente cómo me gustaría ser y cómo soy... por dentro, pero
lamentablemente sólo yo pienso que soy así. Y ésa quizá sea, no, seguramente
es, la causa de que yo misma me considere una persona feliz por dentro, y de
que la gente me considere una persona feliz por fuera. Por dentro, la
auténtica Ana me indica el camino, pero por fuera no soy más que una cabrita
exaltada que trata de soltarse de las ataduras.
Como ya te he dicho, siento las cosas de modo distinto a cuando las
digo, y por eso tengo fama de correr detrás de los chicos, de coquetear, de
ser una sabihonda y de leer novelitas de poca monta. La Ana alegre lo toma a
risa, replica con insolencia, se encoge de hombros, hace como si no le
importara, pero no es cierto: la reacción de la Ana callada es totalmente
opuesta. Si soy sincera de verdad, te confieso que me afecta, y que hago un
esfuerzo enorme para ser de otra manera, pero que una y otra vez sucumbo a
ejércitos más fuertes.
Dentro de mí oigo un sollozo: «Ya ves lo que has conseguido: malas
opiniones, caras burlonas y molestas, gente que te considera antipática, y
todo ello sólo por no querer hacer caso de los buenos consejos de tu propio
lado mejor.» ¡Ay, cómo me gustaría hacerle caso, pero no puedo! Cuando estoy
callada y seria, todos piensan que es una nueva comedia, y entonces tengo que
salir del paso con una broma, y para qué hablar de mi propia familia, que en
seguida se piensa que estoy enferma, y me hacen tragar píldoras para el dolor
de cabeza y calmantes, me palpan el cuello y la sien para ver si tengo fiebre,
me preguntan si estoy estreñida y me critican cuando estoy de mal humor, y yo
no lo aguanto; cuando se fijan tanto en mí, primero me pongo arisca, luego
triste y al final termino volviendo mi corazón, con el lado malo hacia fuera y
el bueno hacia dentro, buscando siempre la manera de ser como de verdad me
gustaría ser y como podría ser... si no hubiera otra gente en este mundo.
Tu Ana M. Frank
Aquí termina el diario de Ana.
EPÍLOGO
El 4 de agosto de 1944, entre las diez y las diez y media de la mañana,
un automóvil se detuvo frente a la casa de Prinsengracht z63. De él se bajó
Karl Josef Silberbauer, un sargento de las «SS» alemanas, de uniforme, junto
con tres asistentes holandeses, miembros de la Grüne Polizei (policía verde),
vestidos de paisano, pero armados. Sin duda, alguien había delatado a los
escondidos.
La Grüne Polizei detuvo a los ocho escondidos, así como a sus dos
protectores Viktor Kugler y Johannes Kleiman -pero no a Miep Gies ni a
Elisabeth «Bep» Voskuijl- y se llevó todos los objetos de valor y el dinero
que quedaba.
Tras su detención, Kugler y Kleiman fueron conducidos ese mismo día al
centro de prisión preventiva de la calle Amstelveenseweg, de Amsterdam, y
trasladados un mes más tarde a- la cárcel de la calle Weteringschans, de la
misma ciudad. El t i de setiembre de 1944 fueron llevados, sin formación de
causa alguna, al campo de concentración transitoria de la Policía alemana en
Amersfoort, Holanda. Kleiman fue liberado el 18 de setiembre de 1944 por
motivos de salud. Murió en 1959 en Amsterdam. Kugler logró escapar en 1945,
poco antes de que lo enviaran a Alemania a realizar trabajos forzados. En 1955
emigró al Canadá y murió en 1989 en Toronto. Elisabeth «Bep» Wijk-Voskuijl
murió en Amsterdam en 1984. Miep Gies-Santrouchitz aún vive en Amsterdam. Su
marido Jan murió en esta ciudad en 1993.
Los escondidos permanecieron detenidos durante cuatro días en el centro
penitenciario de la Weteringschans, de Amsterdam,
tras lo cual fueron enviados a Westerbork, un campo de concentración
transitorio holandés para judíos. De allí fueron deportados el 3 de setiembre
de 1944 en los últimos trenes que partieron hacia los campos de concentración
del Este, y tres días más tarde llegaron a Auschwitz, Polonia.
Edith Frank murió allí de inanición el 6 de enero de 1945.
Hermann van Pels («Van Daan») fue enviado a las cámaras de gas el 6 de
setiembre de 1944, día de su llegada a Auschwitz, según datos de la Cruz Roja
holandesa. Según declaraciones de Otto Frank, sin embargo, murió unas semanas
más tarde, o sea, en octubre o noviembre de 1944, poco antes de que las
cámaras de gas dejaran de funcionar.
Auguste van Pels (la «señora Van Daan») fue a parar al campo de
concentración de Theresienstadt, Checoslovaquia, el 9 de abril de 1945, tras
haber pasado por los campos de Auschwitz, BergenBelsen y Buchenwald. Luego,
por lo visto, fue nuevamente deportada. Se sabe que murió, pero se desconoce
la fecha.
Margot y Ana fueron deportadas mediante una operación de evacuación de
Auschwitz a Bergen-Belsen, al norte de Alemania, a finales de octubre. Como
consecuencia de las desastrosas condiciones higiénicas hubo una epidemia de
tifus que costó la vida a miles de internados, entre ellos Margot y, unos días
más tarde, también Ana. La fecha de sus muertes ha de situarse entre finales de
febrero y principios de marzo de 194 S. Los restos de las niñas yacen,
seguramente, en las fosas comunes de Bergen-Belsen. El campo de concentración
fue liberado por las tropas inglesas el 12 de abril de ese mismo año.
Peter van Pels («Peter van Daan») fue trasladado el 16 de enero de 1945
de Auschwitz a Mauthausen, Austria, en una de las llamadas marchas de
evacuación. Allí murió el 5 de mayo de 1945, sólo tres días antes de la
liberación.
Fritz Pfeffer («Albert Dussel») murió el 20 de diciembre de 1944 en el
campo de concentración de Neuengamme, al que había ido a parar tras pasar por
el campo de Buchenwald o el de Sachsenhausen.
Otto Frank fue el único del grupo de ocho escondidos que sobrevivió a
los campos de concentración. Tras la liberación de Auschwitz por las tropas
rusas, viajó en barco a Marsella desde el puerto de Odesa. El 3 de junio de
1945 llegó a Amsterdam, donde residió hasta 1953. En ese año se mudó a Basilea,
Suiza, donde vi
vían su hermano y hermana con su familia. Se casó con Elfriede
Geiringer, nacida Markowitz, una vienesa que, como él, había sobrevivido al
campo de Auschwitz y cuyo marido e hijo habían muerto en Mauthausen. Hasta el
día de su muerte, el 19 de agosto de i 980, Otto Frank vivió en Birsfelden,
cerca de Basilea, y se dedicó a la publicación del diario de su hija y a
difundir el mensaje contenido en él.